SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Ef 4,1-6: Piensa en los términos empleados: soportar, amor, unidad, paz

Os exhorto a que caminéis de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad de alma y mansedumbre, soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,1-3). ¿Cuál será la realidad si tal es la prenda que hemos recibido? Hay quienes solamente se han revestido de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de él por lo que se refiere a la fe y las costumbres. También son muchos los herejes que tienen el mismo sacramento del bautismo, pero no su fruto salvador, ni el vinculo de la paz. Como dice el Apóstol tiene la forma de la piedad, pero niegan su fuerza (2 Tim 3,5). O bien están sellados por los desertores o bien son ellos mismos desertores, llevando el sello del buen rey en la carne merecedora de condenación. Ellos (los donatistas) nos dicen: «Si no somos fieles, ¿por qué no nos administráis el bautismo?». Como si no hubieran leído que también Simón el Mago recibió el bautismo, lo que no le obstó para oír de boca de Pedro: No tienes parte ni lote alguno en esta fe.

Ved que puede darse que alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe y el amor de Cristo; que tenga el sacramento de la santidad, y no sea contado en el lote de los santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno reciba el sacramento de Cristo donde no existe la unidad de Cristo, pues también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento. Pues efectivamente se demuestra que al abandonarla no lo pudo perder por el hecho de que no se le reitera al volver, del mismo modo que el desertor del ejército está privado de los legítimos camaradas, pero no del sello del rey. Y aquél, aunque marque a otro con idéntico sello, no lo hace partícipe de la vida, sino compañero en el castigo; pero si él regresa, y el otro entra a formar parte del ejército legítimo y regular, apaciguada la ira del rey, al primero se le perdona el abandono y al segundo se le acoge. En ambos se repara la culpa, a ambos se les perdona el castigo, a ambos se les otorga la paz, pero en ninguno se reitera el sello.

Que no nos digan, pues: «Si ya tenemos el bautismo, ¿qué vais a darnos?». No saben lo que dicen y ni siquiera quieren leer lo que atestigua la Sagrada Escritura, a saber, que dentro de la misma Iglesia, en la comunidad de los miembros de Cristo, fueron muchos los bautizados en Samaria que no recibieron el Espíritu Santo y que permanecieron sólo con el bautismo hasta que llegaron los apóstoles desde Jerusalén; y que, por el contrario, Cornelio y los que estaban con él merecieron recibir el Espíritu Santo antes de recibir el bautismo. De esta manera, Dios dejó claro que una cosa es el sello de la salvación y otra la salvación misma; que una cosa es la forma exterior de la piedad y otra la fuerza de la piedad.

«Si ya tenemos el bautismo, ¿qué vais a darnos?». ¡Oh vanidad sacrílega; la de pensar que no es nada la Iglesia de Cristo que no poseen! De esta forma piensan que los que se integran en ella no reciben nada. Dígales el profeta Amós: ¡Ay de aquellos que convierten en nada a Sión! (6,1). «Si ya tengo el bautismo -dice-, ¿qué puedo recibir?». Recibirás la Iglesia que no posees, recibirás la unidad que no tienes, recibirás la paz de que careces. Y, si todo eso te parece ser nada, lucha, desertor, contra tu emperador, que te dice: Quien no recoge conmigo, desparrama (Lc 11,23). Lucha contra su Apóstol; mejor, también aquí contra él mismo, que hablaba por su boca. Dice el Apóstol: Soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad de Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,2-3). Piensa en los términos empleados: soportar, amor, unidad del Espíritu, paz. El Espíritu aquí mencionado y que tú no tienes, es el autor de todo ello. ¿Acaso supiste soportar, tú que te apartaste de la Iglesia? ¿A quién amaste cuando abandonaste los miembros de Cristo? ¿Qué unidad posees cuando permaneces en ese cisma sacrílego? ¿Qué paz en tan criminal disensión? ¡Lejos de nosotros pensar que esas cosas son nada! ¡Tú sí que eres nada sin ellas! Si desprecias el recibirlas en la Iglesia, puedes recibir ciertamente el bautismo, mas para mayor suplicio, si no está acompañado de otras cosas. El bautismo de Cristo, en efecto, con ellas es garante de tu salvación, sin ellas es testigo de tu maldad.

Sermón 260 A, 2-3.

 

2

Ef 4,1-6:Quien por haber progresado no quiere soportar a nadie, demuestra no haber progresado nada

Pero ¿adónde puede apartarse el cristiano, para no tener que gemir entre falsos hermanos? ¿Adónde ha de ir? ¿Qué ha de hacer? ¿Dirigirse a la soledad? Los escándalos le seguirán. El que ha hecho progresos en el bien, ¿ha de apartarse para no tener que soportar absolutamente a nadie? ¿Qué hubiera pasado si nadie hubiera querido soportarle a él antes de llegar a ese nivel de perfección? Por tanto, si por el hecho de haber hecho progresos no quiere soportar a nadie, está demostrando no haber progresado nada.

Preste atención vuestra caridad a estas palabras del Apóstol: Soportándoos mutuamente en el amor, esforzándoos por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,2.3). Soportándoos mutuamente: ¿No tienes nada que otro tenga que soportar en ti? Me produce extrañeza el que así sea. Pero supongamos que es así: Si ya no tienes nada que los otros tengan que soportar en ti, eres más robusto para soportar a los demás. Nadie tiene que soportarte, soporta tú a los demás. «Pero no puedo», afirmas. «Entonces ya tienes algo que los demás tienen que soportar en ti». Soportándoos mutuamente en el amor. Si abandonas los asuntos humanos, y te alejas del mundo para que nadie te vea, ¿a quién puedes ser de provecho? ¿Hubieses alcanzado tú esa meta sin la ayuda de nadie? ¿O acaso has de derribar el puente por el hecho de haber tenido tú pies más veloces para pasar? Os exhorto a todos; mejor, os exhorta la voz de Dios: Soportándoos mutuamente en el amor.

«Me apartaré -dice alguien- en compañía de unos pocos buenos. Con ellos me encontraré a gusto. Pues comprendo que es algo impío y cruel el no ser de provecho a nadie. No es esto lo que me ha enseñado mi Señor». En efecto, no condenó al siervo por haber dilapidado lo que había recibido, sino por no haberlo hecho fructificar. Deducid la pena que ha de recibir quien lo malgaste, del castigo que recibió el perezoso. Siervo malvado y perezoso (Mt 25,14-30), le dijo el Señor al condenarlo. No le dijo: «Has malgastado mi dinero»; tampoco le dijo: «Te di tanto y no me lo has devuelto en su totalidad», sino: «Te castigaré porque no produjo intereses, porque no lo hiciste fructificar». Dios es avaro de nuestra salvación.

«Así, pues, -dice alguien- me apartaré en compañía de unos pocos buenos; ¿qué tengo yo que ver con la masa?». Bien: esos pocos buenos, ¿de qué masa los has elegido? ¡Y eso suponiendo que esos pocos sean todos buenos! Con todo es buena y digna de alabanza la decisión humana de vivir en compañía de quienes han elegido una vida tranquila; alejados del bullicio mundano, de las masas agitadas, de las grandes olas del siglo, se hallan como en el puerto. Pero ¿hallárá allí el gozo? ¿Hallará ya allí la alegría prometida? Aún no; sino que todavía encontrará el llanto y la preocupación de las tentaciones. También el puerto tiene entrada por alguna parte, pues si careciese de ella, ninguna nave entraría a él. Y a veces por esa parte abierta entra el viento con fuerza y, aunque no hay escollos, las naves se resquebrajan igualmente chocando entre sí. ¿Dónde habrá seguridad, si no la hay en el puerto? Con todo, son más dichosos los que se encuentran en el puerto que los que se hallan en el mar: hay que confesarlo, hay que admitirlo; es verdad. Ámense las naves, júntense bien en el puerto, no choquen unas con otras. Manténgase allí la igualdad y la constancia de la caridad; y si alguna vez irrumpen los vientos por la parte abierta, haya un gobierno prudente.

Comentario al salmo 99,9-10.