COMENTARIOS AL SALMO 14 (15)


1.

Sólo tiene derecho a entrar en la Iglesia quien es capaz de estar fuera

¿Cuestión de sacristanes? 

Estábamos en el atrio de una famosa catedral italiana.  La francesita había hecho un mal papel. Continuaba chapurreando: 

­ ¡Es una exageración! ¿Cómo es posible? ¡Es algo increíble! 

Uno de los sacristanes la había mirado de pies a cabeza con cara de pocos amigos y  como la minifalda resultaba decididamente mini ­sin hacer cuestión de centimetros­ le había  prohibido la entrada Ella se dirigió a mí para que intercediese a su favor. Le dije: 

­No se enfade, mademoiselle. Hace un tiempo eran mucho más exigentes. Miraban incluso  las manos y la lengua. Y si no estaban limpias, no había nada que hacer, no se podía entrar  en el templo. 

Me ha mirado con compasión. Quizá por mi francés deshilachado...

Yo, en cambio, pensaba en el salmo 14. 

El peregrino, después de un largo viaje, llega al recinto externo del templo de Jerusalén.  Está preocupado. Quiere entrar y quizá obtener un puesto privilegiado. Para todo israelita,  digno de este nombre, el bien supremo consiste precisamente en ser huésped de Yahvé,  sentarse a su mesa. 

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda 
y habitar en tu monte santo? (v. 1). 

Recordemos que la tienda simboliza los cielos, morada de Dios, y es el lugar de su  presencia real. En el monte Moriah, teatro del sacrificio de Isaac, según la tradición, se  habría edificado el templo de Jerusalén. 

El peregrino está preocupado. Sabe que la entrada está subordinada al cumplimiento de  determinadas condiciones. 

En los templos paganos no existían preocupaciones de este género. En el frontón de los  templos de los dioses, estaba escrito el reglamento para la admisión. Usos y costumbres.  Todo bien claro. Todos podían saber si estaban en regla o no.  Aquí, en cambio, no se sabe qué hacer. Entonces, aborda a un sacerdote. Es un  profesional del culto. Podrá darle todas las informaciones necesarias. ¿Qué tiene qué  hacer? ¿Qué ceremonial hay que observar? 

Probablemente la preocupación dominante es la de no hacer mal papel. De hecho el v. 5  literalmente suena así «... nunca tropezará». 

El pobre hombre no tiene mucha desenvoltura con estas cosas. Está un poco aturdido.  Tiene miedo de quedar mal. Nunca se sabe, una alfombra, un escalón...  Además, ¿qué actitud hay que tener?  Le sube un escalofrío por la espalda ante una pregunta de este género, si se piensa en  las minuciosas e innumerables prescripciones del Levítico. 

Pero el peregrino tiene suerte. Se ha encontrado con un sacerdote que no se fija en  pequeñeces y olvida los formalismos. Va al grano. Y le presenta una lista de «condiciones»  más bien restringida. 

¿Afortunado, por tanto, el peregrino del salmo y desafortunada la francesita en minifalda?  No lo sé.  ¿Sólo cuestión de sacristanes? Ciertamente que no.  Cuestión, más bien, de gustos del jefe de la casa. 

Operación limpieza de manos y lengua 

Tenemos la lista de las condiciones impuestas por el jefe de casa, tal como ha sido  traducida e interpretada por el sacerdote. 

Antes de nada, una regla general de la que dependen las prescripciones sucesivas.  Puede entrar 

El que procede honradamente 
y practica la justicia (v. 2). 

CULTO/JUSTICIA: La justicia, por tanto, no sólo es algo que tiene que ver con la  religión, sino que entra de lleno en el perímetro sacro del templo. Es indispensable para el  desarrollo del culto. En otras palabras: sin la justicia resulta imposible la liturgia. Una  verdad bastante clara para un israelita y para un lector de la Biblia. Pero puede ser una  «novedad» desagradable para ciertos «distinguidos señores» que se dicen cristianos y se  agitan y protestan y hablan de demagogia apenas se oye desde un púlpito la palabra  «justicia». 

Recuerdo un pasaje paralelo de un profeta: 

¿Con qué me acercaré al Señor, 
me inclinaré ante el Dios de las alturas? 

¿Me acercaré con holocaustos, 
con novillos de un año? 

¿Se complacerá el Señor 
en un millar de carneros, 
o en diez mil arroyos de grasa? 

No hay que preocuparse por las cosas ofrecidas. El jefe de casa no mira el contenido de  tus bolsillos. Sino más bien: 

Te ha explicado, hombre, el bien, 
lo que Dios desea de ti: 
simplemente que respetes el derecho, 
que ames la misericordia, 
y que andas humilde con tu Dios (Miq 6, 6-8). 

Volvamos al salmo. La condición general es explicada después con ocho prescripciones  particulares, que tienen en cuenta todas las relaciones sociales.  En primer lugar, la sinceridad. Puede entrar «el que tiene intenciones leales». Es decir, el  que habla como piensa. El que no tiene un corazón «doble». Y además «no calumnia con  su lengua» (v. 3). 

Vienen después otras dos condiciones: 

El que no hace mal a su prójimo 
ni difama al vecino (v. 3). 

Este mal puede ser tanto físico como moral. Difamar puede hacerse con la burla, con el  desprecio. 

Pero aún no es suficiente: 

El que considera despreciable al impío 
y honra a los que temen al Señor (v. 4). 

Es decir, se trata de dar a cada uno lo suyo. Honor a los amigos de Dios y desprecio  para los impíos, cuya compañía puede ser nefasta. 

Además: el juramento, la palabra dada, la promesa son tomados en serio. Incluso si es en  daño propio. Ni siquiera entonces se puede dar marcha atrás: 

El que no retracta lo que juró 
aun en daño propio (v. 4). 

Todavía una prohibición más: 

El que no presta dinero a usura (v. 5). 

Esta prohibición es tanto más significativa si tenemos en cuenta que los vecinos de los  judíos cobraban una tasa de intereses que llegaba en Babilonia al 33 % y en Asiria incluso  al 50 %.

Hasta el final de la edad media también se tuvo en cuenta esta prohibición en el mundo  cristiano. Mientras los judíos eran los especialistas en préstamos a interés, pues la  prohibición no valía para los extranjeros (cf. Dt 23, 20-21). Así anda la historia y así anda...  la religión.

Como última condición, un rechazo total de las «recomendaciones» y los sobornos (v. 5).  La traducción literal dice: «no acepta regalos que deba pagar el inocente». Los estudiosos  nos dicen que de esta forma era denunciado el pecado inextirpable de oriente: la corrupción  de los jueces y de los testigos. Pero, sin duda, ésta no se da sólo en oriente, ni afecta  exclusivamente a los jueces y a los testigos... 

Ya está. El sacerdote ha terminado de catequizar al peregrino. Le ha enseñado las  «ceremonias». Le ha puesto al corriente de las rúbricas. 

Ha logrado sintetizar todas las relaciones con el prójimo en torno a dos pecados  fundamentales: pecados de lengua y pecados de dinero. Lo he dicho antes, era un tipo que  iba al grano; miraba en profundidad. De este modo ha podido denunciar las dos fuentes  principales de la miseria humana. 

Pero es un tipo extraño este sacerdote. Presenta un decálogo ­con las dos primeras  generales son diez las condiciones­, y se olvida de la primera tabla: los deberes hacia Dios.  Explica las «ceremonias» y habla únicamente de conducta moral. Ninguna de las  prescripciones hace referencia directa a Dios. Y sin embargo el peregrino ha venido a  adorar a Yahvé. ¿No será un poco hereje este sacerdote tan raro? 

Parece que no, desde el momento que san Juan, años más tarde, le dará la razón:

Si alguien dice: amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso: pues quien no ama a su hermano,  al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve. Y tenemos este mandamiento dado por él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn 4, 20-21). 

Por tanto, el sacerdote tiene derecho a controlar la limpieza de las manos y de la  lengua.

¿Qué tal estará nuestro afortunado peregrino? 

­ ¿Qué debo hacer?­pregunta­. 

­Esto es lo que debías haber hecho. 

A él le interesaba saber qué es lo que tenía que hacer en el templo. Y se le pregunta  sobre lo que ha sido capaz de hacer fuera. 

El estaba preocupado por no «tropezar», por no hacer mal papel y quizá tener un lugar  privilegiado. Y se le dice paradójicamente, que sólo tiene derecho a entrar quien es capaz  de estar fuera.  ¡Gustos raros del jefe de casa! Para estar con él hay que demostrar que se puede estar  con los demás de modo adecuado. 

Las dos liturgias 

Me parece que el salmo 14 nos ofrece la dimensión exacta y muy amplia de lo que  debería ser una auténtica reforma litúrgica. 

No basta con cambiar unos cantos por otros, con hacer los textos más accesibles, los  gestos más significativos, trasformar al pueblo de espectador en actor. Todo esto es  importante. Pero no basta.  Una liturgia es auténtica cuando expresa las verdaderas relaciones entre los miembros  de una comunidad. Y estas relaciones no se improvisan en la iglesia. Son preparadas,  «probadas», realizadas afuera.  En la iglesia se manifiestan las relaciones «justas» que hemos establecido con el prójimo.  Y la asamblea se revela como una verdadera comunidad, y no como un «público» o como  una «clientela». Solamente entonces Dios nos acoge como huéspedes, como comensales  suyos. Pero juntos. 

La liturgia de la iglesia se desarrolla de modo perfecto sólo cuando los protagonistas son  capaces de celebrar una liturgia justa en la vida: por la calle, en la fábrica, en casa.  Si trampeamos en la vida, el culto se convierte en una farsa. Si no existe la nota «justa»  que cada uno lleva consigo, dentro de sí, los cantos más estupendos y modernos suenan a  los oídos del jefe de casa como un horrible desentonarse. 

Si la lengua no está limpia, la oración comunitaria se convierte en una blasfemia.  Si las manos no están limpias, los gestos más devotos se convierten en escandalosos. Tenemos necesidad de sacerdotes como el del salmo, que se preocupen de catequizar al  pueblo de Dios sobre las exigencias de limpieza interior. 

Para no fallar 

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda 
y habitar en tu monte santos (v. 1). 

La cuestión no se limita a la liturgia, a la estancia provisional en el templo. Puede  referirse a la hospitalidad eterna bajo la tienda del Señor. 

Entonces, ¿quién podrá sentarse con el vestido de invitado a la mesa de Dios para  siempre?

El salmo sobre este punto sólo nos ofrece una seguridad genérica: «El que así obra  nunca fallará» (v. 5). Las precisiones ulteriores nos las da el evangelio: 

Venid los benditos de mi Padre; tomad en herencia el reino que os está preparado desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me vinisteis a ver, estaba en la cárcel y me visitasteis (Mt 25, 3436). 

Señor, Quién puede hospedarse en tu tienda 
y habitar en tu monte santos (v. 1). 

Solamente quien ha hospedado al Señor, aquí en la tierra. 

Pero ¿cuándo podemos hacerlo? «Cuando lo hicisteis a uno de mis hermanos más  pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). 

¿Quién tiene la garantía de no fallar nunca? El que a cada paso se encuentra con el  pobre, el enfermo, el preso, el hambriento... «Venid, los benditos...». 

Ninguna preocupación por el ceremonial de allá arriba. Basta con haber aprendido ­y  practicado­ las reglas del ceremonial de aquí abajo. Quiero decir, el ceremonial de la  justicia y de la caridad. 

Entonces no harán falta controles, ni instrucciones o recomendaciones del sacristán.  Será el mismo jefe quien nos «reconocerá»; a quienes lo han reconocido en sus  innumerables disfraces... 

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-1980.Págs. 225-229


2.

PEQUEÑO DECÁLOGO DEL HUÉSPED DE DIOS 

"El camino que conduce a Dios" 

1. Hacer el bien...

2. Ser "justo"...

3. Decir la verdad...

4. Ser discreto...

5. Velar por la calidad de las relaciones humanas...

6. Discernir los valores "divinos"...

7. Frecuentar "aquellos que adoran"...

8. Ser fiel a la palabra dada...

9. No tener apego al dinero...

10. No dejarse corromper...

Esto es solidez 

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Este es un salmo de peregrinación. Los judíos de Palestina subían a Jerusalén una vez  al año. Estas peregrinaciones jalonaron la vida de Jesús: era el acontecimiento del año,  una ocasión de renovación para los judíos fervientes. Al llegar a Jerusalén, sin falta, la  primera visita sagrada se hacía al templo. Este salmo 14 hacía parte de la: "catequesis ad  portas": los peregrinos que venían de lejos podían estar contaminados de costumbres  paganas. Por esto los "levitas", les daban una catequesis elemental antes de dejarlos entrar  al lugar sagrado. Este salmo se inicia con la pregunta ritual de los peregrinos: "¿Quién  puede entrar en la casa de Dios?". Lo que sigue es la respuesta de los levitas. Se trata de  una especie de pequeño decálogo (diez leyes). 

Llama la atención el carácter muy "humano" de sus condiciones. Para acercarse a Dios,  no exige El condiciones, "rituales" ni prescripciones "litúrgicas" o "cultuales" sino morales:  ¡ser simplemente un hombre! Hacer el bien, ser íntegro, practicar la justicia, decir la verdad,  no hablar desconsideradamente, no frecuentar aquellos que practican deliberadamente el  mal (los impíos), sino frecuentar "los hombres de adoración", (los hombres de Dios), no  apegarse al dinero, prestar sin interés, no dejarse corromper por el vino. En resumen, lo  que Dios espera del hombre es la calidad de sus relaciones humanas. Esto es algo muy  moderno. 

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

** "¿Señor, quién será recibido en tu casa?". Un día alguien propuso a Jesús una  pregunta equivalente: "Maestro, ¿qué debo hacer para entrar en la vida eterna?" y la  respuesta de Jesús fue también la de proponer reglas de rectitud humana (Marcos 10,17 -  19). Lo que mejor prepara al encuentro con Dios, es respetar nuestra propia naturaleza  humana creada por Dios. 

Entre los preceptos concretos del Evangelio, se encuentran a menudo semejanzas con  este salmo: 

- "buscad primero el Reino de Dios y su Justicia" (Mateo 6,33) 

- "Que vuestra manera de hablar sea "sí" si es "sí", y "no" si es "no" (Mateo 5,37) 

- "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mateo 6,24). 

Más profundamente aún, ¿Jesús no realizó acaso el ideal de este salmo, siendo este  "justo perfecto" que "habita con Dios en su santa montaña"? 

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** Encontrar a Dios. Habitar con Dios. Vivir la vida eterna. Como los judíos  peregrinos del templo, tenemos siempre la tentación de pensar que en un santuario, en un  lugar de culto, en las prácticas rituales, se encuentra más fácilmente a Dios. Ahora bien,  escuchemos lo que Dios piensa sobre ello: nos remite a las tareas cotidianas, a nuestras  relaciones humanas, como al primer "lugar" de encuentro con Dios. Por esto Jesús afirma  con vigor: "si al presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra  ti, deja tu ofrenda, y ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mateo 5, 23). 

La simple moral humana. Hoy es chocante hablar de "moral". Sin embargo, ¿qué  sociedad normal, qué grupo humano, puede vivir sin un mínimo de principios de vida, sin un  consenso elemental sobre el "bien" y el "mal"? ¿Qué tipo de hombre, qué regresión al  infrahumano prepara el abandono de los valores que hacen normalmente a un hombre: la  lealtad, la honestidad, la justicia, el compartir la incorruptibilidad? Basta imaginar lo  contrario de este salmo para hacerse una idea de la jungla que sería una sociedad sin  moral: la injusticia hace alarde, se roba sin vergüenza, la mentira va y viene según el juego  de los intereses... Una sociedad en la que el más fuerte tiene la razón, en la que el dinero  es el valor supremo y permite "comprarlo" todo... Recitar este salmo es orar para que el  hombre sea sencillamente un hombre. 

La salud universal. SV/CONCIENCIA:Ante el número creciente de "no bautizados" o de  "bautizados no practicantes"... surge la pregunta sobre la vida eterna, la salvación eterna:  ¿cómo conseguir la vida de Dios? ¿Cómo evitar la condenación? La fórmula de este salmo  es terrible, pues pide simplemente considerar a los impíos (los réprobos en hebreo) como  despreciables. La mentalidad moderna rechaza estas clasificaciones abruptas: ¿es posible  sondear los corazones y lanzar un juicio definitivo afirmando que fulano de tal es réprobo,  impío? La aventura de Jesús, Hijo de Dios encarnado por los hombres y por su salvación,  nos dice que Dios "quiere salvar a todos los hombres" (I Timoteo 2,4). No es Dios  estrictamente hablando quien "condena" al hombre, es el hombre quien deliberadamente  rechaza las propuestas salvadoras del amor de Dios. Vemos en este salmo que las  condiciones para llegar a Dios están al alcance de todo hombre, creyente o incrédulo, ateo  o pagano de buena fe: se trata simplemente de vivir de acuerdo con las reglas de la  conciencia humana universal. El ideal propuesto aquí no es ni siquiera original, es en el  fondo el de todo hombre que respeta a su hermano. De ahí, el criterio con que Jesús hará  el juicio final a los hombres: "¿Cuándo te hemos servido, Señor? Cada vez que habéis  servido al más pequeño de mis hermanos, lo habéis hecho conmigo". (Mateo 25, 31 - 46).  El cristiano debería más que nadie sentirse llamado a esta rectitud de vida, sabiendo que  tal es la voluntad de Dios: "Quien no ama a su hermano a quien ve, tampoco amará a Dios  a quien no ve." (1 Juan 4,20). Por otra parte, ningún hombre honesto puede contentarse,  por así decirlo, con la "rectitud de vida" dejando de lado la "búsqueda sincera de Dios",  para entrar con alegría en el grupo de aquellos que habiendo descubierto a Dios, lo adoran.  Así lo afirma este salmo. 

En resumen, no puede haber dicotomía entre "vida" y "fe". El verdadero equilibrio se  encuentra en la unidad total entre la fe y la vida cotidiana. ¡Dichosos los creyentes! Pero  ellos deben ser igualmente justos... ¡Dichosos los justos! Pero ellos deben ser igualmente  creyentes... 

Importancia de la "lengua" y el "dinero". En este pequeño decálogo, llama la atención  la ausencia de prescripciones sobre la sexualidad propiamente dicha, tanto más cuanto que  cierto jansenismo nos ha llevado a relievar los "pecados de la carne". Por el contrario,  ganan en importancia los pecados relacionados con la "comunicación' y el "dinero":  controlar las palabras y las finanzas... he ahí la clave para saber si "amamos" de verdad.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I.
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 20-23


3. CERCA DE DIOS

Quiero vivir junto a ti, pero pierdo a cada paso el sentido de tu presencia. Ese es mi dolor. Me olvido de ti sin más, y puedo pasarme horas y horas como si tú no existieras. Los momentos de oración durante el día me recuerdan tu existencia, pero entre medias te pierdo y ando a la deriva todo el rato. Quiero recobrar el contacto, quiero «hospedarme en tu tienda» y »habitar en tu monte santo». Dime cómo puedo hacerlo.

Escucho atento tu respuesta y, cuando has terminado la lista de condiciones, caigo en la cuenta de que ya las conocía y de que todas se reducen a una: el mandamiento del amor y la equidad y la justicia para con todos mis hermanos. «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama a su vecino...» ése podrá habitar en tu montaña y disfrutar de tu presencia.

Una vez te preguntó un joven: «¿Qué he de hacer...?» Y tú le contestaste: «Ya sabes los mandamientos...». Tu respuesta a mi pregunta «¿Qué he de hacer?» es siempre: «Ya lo sabes». Sí, es verdad que lo sé; y sé muy bien que lo sé. Y también recuerdo tu reacción ante otra persona que te preguntó lo mismo y a quien contestaste lo mismo: «Pues ahora ve y hazlo, y tendrás vida».

Dame fuerzas para ir y hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y «habitar en tu monte santo».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los salmos
Sal Terrae, Santander 1989, pág. 33



4. Juan Pablo II: Condiciones éticas básicas para el encuentro con Dios
Meditación sobre el Salmo 14

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 febrero 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ofreció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles sobre el Salmo 14, composición bíblica que responde a la pregunta: ¿Quién es justo ante el Señor?


Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y práctica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.



1. El Salmo 14, que se presenta a nuestra reflexión, con frecuencia es clasificado por los estudiosos de la Biblia como parte de una «liturgia de entrada». Como sucede en otras composiciones del Salterio (Cf. por ejemplo, los Salmos 23; 25; 94), hace pensar en una especie de procesión de fieles que se congrega en las puertas del templo de Sión para acceder al culto. En una especie de diálogo entre fieles y levitas, se mencionan las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración litúrgica y, por tanto, a la intimidad divina.

Por un lado se plantea la pregunta: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Salmo 14, 1). Por otro, se hace una lista de las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la «tienda», es decir, al templo del «monte santo» de Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales básicos presentes en la ley bíblica (Cf. versículos 2-5).

2. En las fachadas de los templos egipcios y babilonios, en ocasiones estaban esculpidas las condiciones exigidas para entrar en el recinto sagrado. Pero se puede apreciar una diferencia significativa con las sugeridas por nuestro Salmo. En muchas culturas religiosas para ser admitidos ante la Divinidad se exige sobre todo la pureza ritual exterior que comporta abluciones, gestos, y vestidos particulares.

El Salmo 14, por el contrario, exige la purificación de la conciencia para que sus opciones estén inspiradas por el amor de la justicia y del próximo. En estos versículos se puede experimentar cómo vibra el espíritu de los profetas que continuamente invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (Cf. Isaías 1, 10-20; 33,14-16; Oseas 6,6; Miqueas 6,6-8; Jeremías 6, 20).

Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia en nombre de Dios un culto desapegado de la historia cotidiana: «Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos... no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados... ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!» (Amós 5, 21-22.24).

3. Pasemos ahora a ver los once compromisos presentados por el Salmista, que pueden servir de base para un examen de conciencia personal cada vez que nos preparamos a confesar nuestras culpas para ser admitidos en la comunión con el Señor en la celebración litúrgica.

Los tres primeros compromisos son de carácter general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta en las palabras (Cf. Salmo 14, 2).

Vienen, después, tres deberes que podemos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia del lenguaje, evitar toda acción que pueda hacer mal al hermano, no difamar al que vive junto a nosotros diariamente (Cf. versículo 3). Se exige después tomar posición de manera clara en el ámbito social: despreciar al malvado, honrar a quien teme a Dios. Por último, se enumeran los últimos tres preceptos sobre los que hay que examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, aunque esto implique consecuencias dañinas; no practicar la usura, plaga que también en nuestros días es una realidad infame, capaz de estrangular la vida de muchas personas, y por último, evitar toda corrupción de la vida pública, otro compromiso que hay que practicar con rigor también en nuestro tiempo.

4. Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar dispuestos al encuentro con el Señor. Jesus, en el «Discurso de la Montaña», propondrá una esencial «liturgia de entrada»: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mateo 5, 23-24).

Quien actúa como indica el Salmista, dice al concluir nuestra oración, «nunca fallará» (Salmo 14, 5). San Hilario de Poitiers, padre y doctor de la Iglesia del siglo IV, en su «Tractatus super Psalmos», comenta así esta conclusión, entrelazándola con la imagen del inicio de la tienda del templo de Sión: «Al obrar según estos preceptos, es posible hospedarse en esta tienda, se descansa en el monte. Se subraya firmemente la custodia de los preceptos y la obra de los mandamientos. Este Salmo tiene que fundarse en la intimidad, tiene que ser escrito en el corazón, anotado en la memoria. Día y noche tenemos que confrontarnos con el tesoro de su rica brevedad. De este modo, una vez adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad, y morando en la Iglesia, podremos descansar en la gloria del cuerpo de Cristo» (PL 9, 308).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia un colaborador del Papa de la Secretaría de Estado resumió la catequesis en castellano. El Papa, a continuación, saludo a los peregrinos de América Latina y España.].

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo que acabamos de proclamar nos hace pensar en un Canto de entrada. En el diálogo entre fieles y levitas, durante la procesión hacia el templo, se establecen las condiciones indispensables para participar en la celebración litúrgica. A diferencia de otras culturas religiosas que, para ser admitidos ante de la divinidad, exigen sobre todo pureza ritual exterior, el salmista exige la purificación de la conciencia, para que cada decisión esté inspirada en el amor al prójimo, invitando a conjugar fe y vida, oración y compromiso, adoración y justicia social.

Estas exigencias morales pueden ser la base del examen de conciencia personal cada vez que nos preparamos para la Confesión y para recibir dignamente la Comunión.

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los fieles de San Pedro y San Pablo, San Jorge, Santa Teresa y los Remedios de Cádiz-Ceuta, así como a los de Sanxenxo, Pontevedra. ¡Qué las exigencias interiores que nos ha recordado el Salmo de hoy, renueven vuestros corazones y os dispongan a un encuentro más profundo con el Señor!