COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Ef 2, 13-18 

1.

El texto trata, en su sentido literal inmediato, de la reconciliación que Cristo ha traído entre los hombres, quitando las diferencias entre judíos y no judíos, igualando a los gentiles y a los del Pueblo de Israel.

El Señor ha hecho desaparecer la enemistad y odio que existía entre unos y otros. Es preciso tener en cuenta esta realidad para comprender el sentido del texto: es bastante claro como por parte de los judíos existían un exacerbado nacionalismo, mezclado con lo religioso, en contra de todos los no pertenecientes a Israel.

Los ejemplos de tiempo abundan. pero también por su parte los paganos tenían poca simpatía a los judíos: expulsión de Roma en tiempos de Claudio, frases despectivas de los historiadores romanos, etc., son prueba de ello. Ahora bien, desde Cristo esto ya no existe ni tiene razón de ser.

El tema, naturalmente, es aplicable a otras situaciones parecidas, aunque los protagonistas sean diferentes, porque los principios siguen siendo igualmente válidos. En Cristo se ha establecido la profunda razón de la unión y solidaridad entre los hombres y, por consiguiente, de la paz. En El todos tenemos acceso a Dios en un mismo Espíritu (v. 18), tenemos también el mismo fundamento (v. 20) y la humanidad, forma toda, es un templo único y un cuerpo único. Los intereses particulares, los odios y, por ello, la falta de paz, son algo absurdo para los creyentes auténticos. No por sentimentalismo o falta de valor para enfrentarse con otras personas, sino por el convencimiento profundo de que la vinculación mutua es mucho más fuerte que las razones de división.

Hay otras razones, tanto de tipo humano como cristiano, pero el tema de la lectura es subrayar la paz desde la Cristología, Probablemente, del hecho que no se dé esta aceptación del señorío provenga buena parte de las enemistades existentes entre grupos humanos de todo tipo. Creo que la motivación apoyada en Cristo es, como mínimo inicial, para los creyentes algo muy importante.

Es un contrasentido aceptar la significación de Cristo con la boca y fomentar la discordia y la división, cuando El mismo ha venido para lo contrario e, históricamente, condujo a la superación de uno de los abismos más hondos, el de los judíos y el resto del mundo.

F. PASTOR
DABAR 1985, 38


 

2. J/PAZ.

En nuestra vida corriente estamos muy acostumbrados a los extremismos clasificatorios: buenos y malos, amigos y enemigos, progresistas y conservadores, nacionalistas y separatistas, etcétera. Algo parecido pasaba en la Iglesia primitiva: lo normal era pensar y actuar según la gran división religiosa: judíos y gentiles. Esta lectura de la carta a los Efesios viene a corregir nuestras apreciaciones congénitas, y a darles su verdadera perspectiva cristiana.

Al mundo hay que mirarlo desde la perspectiva del sacrificio salvador de Cristo. En su Sangre ya no hay ni cerca ni lejos, ni buenos ni malos, ni judío ni gentil; sino sólo un único pueblo de hermanos, unidos por la misma sangre de Cristo, por el mismo amor del Padre común, por la fuerza del mismo Espíritu. Y no es que Cristo esté en el centro, como equidistante de la cercanía y de la lejanía; sino que Él ha destruido estos dos extremos, los ha reconciliado con el único Padre, por medio de su Cruz. Y en esto está la verdadera raíz de nuestra paz: Cristo es nuestra paz. La división crea incomprensión, desprecio, hasta odio; ya sea por la práctica de los minuciosos preceptos de la ley, ya sea por la educación, por la raza, por la del "hombre viejo", de una condición humana desgastada y caduca. Cristo, nuestra paz y fuente de nuestra unidad, crea en sí mismo una humanidad nueva, en la que las diferencias quedan abolidas por el amor: Dios amándonos a todos; y nosotros amándonos mutuamente. Esta es la nueva creatura, nacida del sacrificio reconciliador de Cristo.

Sólo así podemos llegar todos al Padre, por Cristo, en el mismo Espíritu. La Eucaristía que celebramos comunitariamente es la presencia continuada de la paz y de la reconciliación de Cristo. Cristo que muere a la vieja condición humana, y que resucita como hombre nuevo. Nuestra celebración eucarística tendrá que señalar una muerte a las divisiones internas y externas, y una vida nueva de unidad y amor. Sólo así seremos un Cuerpo único; mediante la comunión en la Sangre de Cristo, mediante la unión y el amor como participación en la vida nueva del Resucitado.

DABAR 1976, 43


 

3.

Pablo alaba la obra redentora de Jesucristo como una gran obra de reconciliación entre todos los hombres, judíos y gentiles. Y no es que Jesús extendiera a los gentiles los privilegios de los judíos, sino que constituyó a unos y otros en una más alta dignidad para formar un solo pueblo. Cristo es nuestra paz, en él todos están cerca y en la presencia del Padre. Pablo anuncia la reconciliación en Cristo como un hecho, por eso es evangelio, buena noticia. Cualquier imperativo ético se funda, según San Pablo, en este indicativo evangélico: reconciliados en Cristo y por Cristo, debemos reconciliarnos unos y otros.

La ley mosaica fue para los judíos todo un sistema de protección, sin duda providencial, que les libró de buena parte de las aberraciones paganas de los gentiles. Pero esta misma ley había actuado igualmente como un factor de división entre los hombres, entre judíos y gentiles. El límite que en el templo de Jerusalén separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos y que ningún gentil se atrevía a traspasar sin poner en peligro su propia vida, era la expresión más clara de esa división de los pueblos (cfr. Hech 21, 27-31). Los judíos, orgullosos de su santa ley, no sólo se sentían especialmente elegidos por Dios y, en consecuencia, superiores a los gentiles, sino que además pretendían justificarse a sí mismos delante de Dios por el cumplimiento de los preceptos mosaicos. La conciencia de superioridad de los judíos exacerbaba a los gentiles y provocaba en ellos sentimientos de odio y desprecio. La muerte de Cristo en la cruz puso de manifiesto el pecado de judíos y gentiles y la universalidad de la gracia de Dios que todos necesitan y a todos les es concedida.

Ya no hay un pueblo especialmente santo en el que no quepan sin distinción todos los hombres. Cristo ha derribado con su muerte todos los muros sagrados para que todos los hombres tengan acceso libremente al Padre.

Por eso es Cristo la paz y la reconciliación universal. Esta paz y esta reconciliación, ofrecida ya por Dios a todos los hombres, ha de ser aceptada por cada uno de los creyentes para que se verifique plenamente en el mundo. El establecimiento de la paz en Cristo es la superación radical de todas las jerarquías y discriminaciones que mediatizan la comunión con Dios y entre los hombres.

EUCARISTÍA 1985, 33


 

4.

En el Templo de Jerusalén, los gentiles no podían traspasar el límite que separaba el llamado atrio de los gentiles del atrio de los judíos. San Pablo hace alusión a este muro de separación entre los dos atrios: "El (Cristo) ha hecho de los pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio." En efecto, el muro material era solamente un símbolo de la enemistad entre los pueblos. Esto lo sabía bien San Pablo por su propia experiencia y por eso interpreta así el significado de este muro: En su último viaje a Jerusalén, unos judíos de Asia organizaron un alboroto y trataron de linchar a San Pablo porque decían que él había introducido "a los gentiles en el Templo y había profanado así el lugar santo" (/Hch/21/27 ss). A causa de este alboroto, San Pablo fue encarcelado, iniciando un camino penoso que terminaría con su martirio en Roma. Pero en el fondo de esta cuestión estaba todo el resentimiento de los judaizantes que no toleraban la libertad del Evangelio que proclamaba San Pablo y la superación de la ley mosaica: "Cristo ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear, en él, un solo hombre nuevo".

Israel era el pueblo elegido de Dios, el pueblo que había recibido la ley de Dios, el pueblo que en esta ley reconocía la frontera que lo separaba de la gentilidad. Pero esta ley, una vez cumplida la misión necesaria en la historia de la salvación, fue abolida por Cristo, rompiendo de esta manera el muro que separaba a Israel de los gentiles.

EUCARISTÍA 1970, 42