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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
24-30
24. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentarios al Texto Sagrado
Sobre la Primera Lectura (Sabiduría 12, 13. 16-19)
El Sabio hace teología de la historia. En los acontecimientos humanos ve brillar
los divinos atributos. Pone de relieve los siguientes:
- Omnipotencia y Providencia: Cierto que nadie puede pedir cuentas a Dios. Es el
Omnipotente. Pero esa Omnipotencia nunca se ejerce para daño nuestro. Dios es
Omniprovidente como es Omnipotente. De todos tiene cuidado paternal. Y no hay
peligro que su poder degenere en despotismo, pues Dios es la rectitud y equidad
infinita.
- Poder y Justicia de Dios: La formulación que hace el Sabio es una síntesis de
teologías: "Tu poder, Señor, es el fundamento de la justicia; y el ser Dueño de
todo te hace ser clemente con todos". Esta armonía de los atributos divinos nos
permite gozarnos sin temor ninguno por el poder de Dios. Dios es tan poderoso
como bueno; su señorío es tan grande como su clemencia.
- Poder y Benignidad de Dios: Nos encanta este rasgo que el Sabio encuentra en
el gobierno de Dios: "Tú, Señor poderoso, juzgas con moderación; y con grande
respeto nos gobiernas". Así es, el poder del Omnipotente no nos atemoriza ni nos
encoge, ni menos nos ahoga y asfixia. Con nadie nos sentimos tan libres, tan
confiados, tan auténticos como son Dios. Todavía el Sabio saca otra consecuencia
de esta meditación de los divinos atributos: Si tan bueno y benigno es Dios en
su gobierno, debemos siempre confiar en su perdón; y debemos imitarle en ser
benignos y misericordiosos con los hombres, nuestros hermanos.
Sobre la Segunda Lectura (Rom 8, 26-27)
Nos habla San Pablo de la obra del Espíritu Santo en nosotros mientras somos
peregrinos:
- El Espíritu Santo es nuestro divino huésped. Espíritu de Cristo, da ímpetu a
nuestra oración y tensión espiritual y orientación trascendente a toda nuestra
existencia de acá. Por esto nuestra oración y nuestros anhelos ya no son de
orden humano, sino propios de hijos de Dios: Son estos gemidos inenarrables, son
estos anhelos de santidad, son estas añoranzas del cielo, son estos sentimientos
filiales con Dios que todos los cristianos experimentamos en lo más íntimo de
nuestros corazones. No es nuestra voz; es la voz del Espíritu Santo en nosotros.
- Y a la vez que el Espíritu Santo nos inspira fervor de hijos, Cristo, nuestro
Redentor-Mediador, intercede sin cesar por nosotros a la diestra del Padre.
Pablo a esta luz ve la vida del cristiano, aún ahora en su peregrinación,
rebosante de paz y gozo. Tiene como prenda y garantía de su Salvación al
Espíritu Santo, huésped en su corazón. Tiene como Valedor e Intercesor ante el
Padre al Hijo-Redentor: "Quia, etsi nostri est meriti quod perimus, tuae tamen
est pietatis et gratiae quod, pro peccato morte consumpti, per Cristi victoriam
redempti, cum ipso revocamur ad vitam" (Praef. Defunt. V).
- El Concilio resume esta doctrina de la gozosa esperanza con estas palabras:
"Consumada la obra que el Padre confió al Hijo, fue enviado el Espíritu Santo
para que indeficientemente santificara a la Iglesia; y de esta forma los que
creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. El es el
Espíritu de la vida o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna, por
quien vivifica el Padre a todos los muertos por el pecado hasta que resucite en
Cristo sus cuerpos mortales. El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones
de los fieles como un templo. Y en ellos ora y da testimoniode la adopción de
hijos. Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con
todos sus frutos a la Iglesia, a la que guía hacia toda la verdad y unifica en
comunión y ministerio. Hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente
y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa
dicen al Señor Jesús: ¡Ven!" (L.G. 4). El Espíritu que nos inhabita es, pues, en
nosotros: Oración filial al Padre, vida y gracia, santidad y fervor, caridad y
unión, gozo y optimismo. Eso sucede especialmente cuando en el Banquete
Espiritual nos nutrimos de "Espíritu y Vida".
Sobre el Evangelio (Mateo 13, 24-43)
Prosigue Jesús exponiéndonos en parábolas la naturaleza del Reino Mesiánico y de
las disposiciones para entrar en él:
- Dado que el mismo Jesús nos explica muy al pormenor el sentido de la cizaña
sembrada entre el trigo, debemos tomar buena cuenta de lo que el Maestro nos
dice: "Quien siembra la buena simiente es el Hijo del hombre. La buena simiente
son los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del Maligno. Quien la siembra
es el Diablo. La siega es el fin de los tiempos" (37. 38). Por tanto, como hay
un Reino Mesiánico hay un Reino Satánico. En el tiempo presente cada hombre toma
libremente su opción y se hace o hijo del Reino, si acoge la Palabra y se deja
transformar por ella, o hijo del Maligno, si escoge el error y las tinieblas.
La parábola del grano de mostaza expresa la energía divina del Reino Mesiánico.
Ello le permitirá crecer y desarrollarse. Se extenderá hasta los confines de la
tierra. Ni habrá fuerza humana que pueda detener su desarrollo.
- La parábola del fermento explica la transformación que en toda la humanidad ha
de producir Cristo. Cristo es ciertamente "la clave, el centro y el fin de toda
la Historia humana" (G. S, 10). Y su Iglesia ha creado la nueva e innúmera
generación de los hijos de Dios: "En efecto, la Iglesia, por la predicación y el
Bautismo, engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos de Dios. Y por
virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida
esperanza, la sincera caridad" (L.G. 64). El grano humilde de mostaza que sembró
Cristo, el fermento que dejó en el mundo, es vida divina en cada cristiano. Es
la Iglesia, pueblo de innúmeros hijos de Dios. Y cual hijos gozamos los regalos
y el convite de Dios: "Deus in quo vivimus, movemur et sumus, atque in hoc
corpore constituti non solum pietatis tuae cotidianos experimur effectus, sed
aeternitatis etiam pignora jam tenemus. Primitias enim Spiritus habentes, qui
suscitavit Jesum a mortuis, paschale mysterium speramus nobis esse perpetum"
(Pref. Dom per annum VI).
- Ambas la del grano de mostaza y la de la levadura) son lección magnífica para
el cristiano apóstol. La luz y la gracia del Evangelio avanzan. Su fuerza es
interior y de energía infinita.
Ante la realidad y el poderío del Mal (cizaña) no debemos ni asombrarnos ni
impacientarnos. La Iglesia peregrina no será nunca coto cerrado al pecado; ni
nos toca a nosotros exterminar a los pecadores. Los celos impacientes y los
soñadores de utopías producen más daños que bienes. Velemos porque el enemigo no
siembre cizaña; arranquemos de nuestros corazones toda malicia; trabajemos con
celo paciente y tesonero, amable y optimista. Y conseguiremos incluso mudar la
cizaña en buen trigo. ¡Cuán diferente este proceder del de quienes todo lo
quieren llevar a sangre y fuego!
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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P. Juan Lehman V.D.
TRIGO Y CIZAÑA
El Reino de Cristo en este mundo es la Iglesia católica. En ella se hallan
mezclados el trigo de los buenos y la cizaña de los malos. Juntos viven y
crecen, tal vez bajo el mismo techo, en la misma familia. No es raro ver una
mujer piadosa consagrada a los deberes domésticos y fiel cumplidora de las
obligaciones religiosas, que vive al lado de un marido indiferente y hostil a
las prácticas religiosas. No son raros en nuestra sociedad los casos de niñas o
jóvenes puras y temerosas de Dios, que tienen que sufrir al ver a sus hermanos
entregados al vicio, alejados de la práctica de la religión, contra la cual
blasfeman. Ni siempre es fácil distinguir a los buenos de los malos, porque los
hombres fácilmente fingen lo que no son. En la hora de la muerte, Dios enviará a
los ángeles para que recojan el trigo y la cizaña; aquél será conducido a los
graneros celestiales, y ésta será lanzada al fuego del infierno.
Un hombre sembró buena semilla... Este hombre era el Hombre-Dios, Jesucristo
Nuestro Señor, que vino al mundo a salvarnos con su muerte de cruz, derramando
hasta la última gota de su preciosísima sangre. Pero vino también a predicar la
doctrina divina, sembrando la semilla del Evangelio, en los campos de este
mundo, para que produjera abundantes frutos de salvación.
Vino el enemigo y sembró cizaña... El enemigo es el demonio con sus numerosos
auxiliares, los herejes y los sembradores de errores religiosos. Desde el
principio ha habido enemigos en el campo del padre de familias: Han sido Arrio,
Nestorio, Pelagio, Lutero, Calvino, Rousseau, Voltaire... Al presente hay entre
nosotros espiritistas, metodistas, y sujetos pertenecientes a toda clase de
sectas, que siembran la cizaña de sus herejías y supersticiones en el ubérrimo
trigal de la Iglesia Católica. Las herejías brotan, crecen y se desarrollan en
los corazones de muchos. Y como la cizaña de las falsas doctrinas es parecida a
veces al trigo de la verdadera religión, hay muchos que toman el error por
verdad y fomentan en sí mismos lo que el enemigo del padre de familias sembró en
su alma. Si se conociera mejor la religión, sería imposible que un católico
perteneciera al mismo tiempo al Apostolado de la Oración y frecuentara sesiones
espiritistas, consultando a médium y curanderos. Si los católicos estuvieran
bien instruidos en las verdades de la fe, sabrían que la masonería es una secta,
formalmente condenada por la Iglesia, y que por consiguiente, ningún católico
puede alistarse en esta sociedad tenebrosa, sin excluirse por el hecho mismo del
gremio de la Iglesia de Dios.
Los criados del padre de familias son los ministros de la religión cristiana,
los obispos y los sacerdotes católicos. A éstos corresponde celar por la pureza
de la doctrina de Cristo; mas no pueden impedir que en ella se introduzcan para
sembrar sus errores los enemigos de la religión. Es preciso trabajar con todas
las energías para reducir en lo posible el mal y dejar a Dios el cuidado de todo
lo demás. Día vendrá en que el dueño del campo separará definitivamente la
cizaña del trigo, el error de la verdad.
Dejad crecer la cizaña y el trigo hasta que llegué el tiempo de la cosecha...
Con estas palabras no quiso Jesús establecer la libertad de cultos como
pretenden algunos; pues es imposible que Dios apruebe errores, que tendrán algún
día una formal y eterna condenación. Lo que quiere Jesús recomendarnos es que
dejemos a Dios la sanción del mal sin emplear nosotros métodos violentos para
extirpación de las herejías.
EL GRANO DE MOSTAZA Y LA LEVADURA
I. Parábola del grano de mostaza. — "El Reino de los Cielos es semejante a un
grano de mostaza..." Según San Marcos, que también consigna esta parábola,
Nuestro Señor la comenzó con esta pregunta: "¿A qué compararemos el Reino de
Dios?" (Marc. IV, 30) . Es probable que los Apóstoles estuvieran desalentados, y
que Nuestro Señor quisiera disipar su abatimiento.
¿Por qué se acordó Jesucristo del grano de mostaza, y no, como Ezequiel, de los
majestuosos cedros? Todas las parábolas de Jesús tomaban pie de la naturaleza o
de la vida diaria, para que pudieran ser más fácilmente comprendidas; por eso es
lícito suponer que en el lugar donde hablaba Nuestro Señor habría algún arbusto
de mostaza, planta de todos conocida, y así diría: ¿Veis esta planta de mostaza?
Brotó y creció de un granito, como sabéis; y ahora la tenéis convertida en una
gran planta, entre cuyo ramaje las avecillas se balancean y fabrican sus nidos.
La comparación era tan clara y venía tan a punto, que los discípulos la
comprendieron inmediatamente.
1. Pocos para una empresa gigantesca. — Pocos fueron los hombres enviados por
Cristo para predicar el Evangelio a todo el mundo; ¡y qué mundo! a millones de
paganos, poderosos señores, sumidos en la más crasa idolatría, sin fe y sin
esperanza, orgullosos, tiránicos, intolerantes, despreciadores de la nación
judaica y de su religión. A esa suerte de mundo debían predicar los Apóstoles el
Reino de Dios y erigirlo en los corazones de los hombres.
2. El Espíritu Santo los conforta. — "Id y enseñad a todas las naciones", fue la
orden que el Maestro les dio. Y los doce Apóstoles, obedientes a la voluntad
divina, pusieron manos a la obra, no ya con la timidez de antes, sino
confortados por el Espíritu Santo, y convencidos de su misión apostólica.
Separáronse y cada uno de ellos tomó el rumbo que la Providencia divina le
trazara. "Partieron y predicaron por todas partes, cooperando el Señor con ellos
y confirmando su predicación con numerosos milagros" (Marcos, XVI, 20).
II. Parábola de la levadura. — El reino de los cielos es, como dijo Nuestro
Señor, semejante a la levadura. La levadura actúa por sí misma, sin auxilio
ajeno.
Seamos cristianos de verdad. — Por eso nuestro mayor empeño debe consistir en
ser cristianos de verdad, ante Dios, en la familia y en la sociedad; cristianos
hasta la médula de los huesos, no sólo los domingos, sino también entre semana,
en la oficina, en la fábrica, en todas partes. Sólo son cristianos de verdad los
que poseen la fe y viven de ella; los que en sus obras revelan y traducen la
calidad de Cristo; los que, acaso sin saberlo, actúan como apóstoles. No es con
discursos, ni con organizaciones exteriores de fiestas pomposas, como hemos de
salvar y acrecentar el reino de Cristo. La Iglesia de Cristo se desarrolla de
muy distinta manera. El Evangelio de hoy nos lo dice claramente: primero buena
semilla, por pequeña que sea, aunque no abulte más que un grano de mostaza, y
después fermento activo, que es la virtud del Espíritu Santo.
Sólo cuando vuelvan los tiempos, en que las iglesias se llenaban los domingos y
también entre semana; sólo cuando la Sagrada Eucaristía vuelva a ser fuente de
vida para el reino de Cristo; sólo cuando la vida en la familia y en la oficina
o el taller suba a los cielos como imponente Tedeum de acción de gracias,
volverá la Iglesia a ser levadura del mundo, fermento activo y eficaz, que no
descansará mientras el mundo entero no esté conquistado para Cristo.
EL GRANO DE MOSTAZA Y LA LEVADURA
DE LA EUCARISTÍA
1. El grano de mostaza y la Eucaristía. — Pequeña y como sin vida parecía la
sagrada Hostia sobre la mesa de la última Cena, primer altar eucarístico del
mundo. Cristo era el Sacerdote y los doce Apóstoles, los participantes en aquel
Convite. Hoy la sagrada Eucaristía es comparable al árbol gigantesco, que
extiende sus ramas por el mundo entero; mientras millones de almas se cobijan
bajo su sombra vivificadora y benéfica. Pequeña y aparentemente muerta muéstrase
la Hostia consagrada en los altares. Más cuando desciende hasta los corazones
caldeados por el amor de Dios, movidos de sincera penitencia y trocados por el
arrepentimiento desarrolla en ellos una vida inesperada, y crece la perfección
de la santidad no sólo en ellos sino también en la sociedad entera.
La Sagrada Eucaristía es el árbol de la vida plantado en el centro del Edén de
la Iglesia. "Si comiereis de ella no moriréis, sino que tendréis la vida
eterna". La Sagrada Hostia es el Sacramento católico por excelencia, que une los
corazones, las familias y los pueblos en el tiempo y por toda la eternidad. El
Santísimo Sacramento es delicia de las almas; "Venid a Mí todos los que os
halláis atribulados y sobrecargados". La sagrada Hostia es bendición de las
familias, que florece en la inocencia de la infancia, en la castidad de la
adolescencia, en la piedad de las mujeres y en la fe de los hombres.
En el Santísimo Sacramento son benditas las naciones, pues únicamente en la
unión con Cristo pueden hallar los fundamentos de la paz. Sin la sagrada Hostia
la Iglesia languidecería. En ella sacia su sed de energía y de vida el
sacerdocio católico. Las ramas del árbol eucarístico se extienden hasta la
eternidad; pues siendo Cristo Nuestro Señor, Rey de la eternidad, sus
bendiciones descienden hasta el purgatorio, y son fuente de alegría para sus
adoradores del cielo.
2. La levadura y la Eucaristía. — ¿Qué puede significar un trocito de levadura?
No es sino una masa informe y aparentemente muerta; mas cuando se mezcla con la
masa reacciona, crece, hierve, cobra una especie de vida, y mediante la
fermentación produce un alimento tan sabroso y nutritivo como es el pan,
alimento universal.
Cosa semejante acaece con la Hostia consagrada. De insignificante apariencia,
pequeña y sin vida, parece carecer de valor; mas una vez que ha penetrado en el
alma, opera en ella una transformación maravillosa, conduciéndola de virtud en
virtud, y encendiéndola en amor al sacrificio, hasta hacerla llegar a las más
altas cumbres de la santidad. ¡Maravilloso efecto del fermento eucarístico, que
vivifica, transforma y santifica al universo!
Las magníficas obras del arte y de la ciencia Cristiana son un perenne Tantum
ergo entonado en loor del Santísimo Sacramento.
Desde el punto que Jesús pronunció sobre el pan estas palabras: "Este es mi
cuerpo", se han levantado millares de protestas, que reproducen la de los
judíos, cuando exclamaban: "duro es este lenguaje"... Mas, en cambio, millones
de cristianos se postran en actitud de profunda adoración ante la Sagrada
Eucaristía, exclamando con Santo Tomás: "Señor mío y Dios mío". ¿Puede haber
entre nosotros alguno que niegue a la sagrada Comunión su condición de divina
levadura, capaz de transformar al individuo y a la humanidad entera?
El porvenir de nuestra patria es un punto de interrogación. Mas para nosotros,
no hay cuestión más importante en la vida que la eternidad. Nuestra salvación
está en el nombre del Señor. Del Sagrario ha de salir nuestra reforma religiosa
y moral.
(Salio el Sembrador…, Tomo I, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946).
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SANTO TOMÁS DE AQUINO
I) El mal
A) El mal existe.
"La perfección del universo exige que haya desigualdad entre los seres, a fin de
que tengan realidad todos los grados de bondad. Mas uno de estos grados consiste
en que algo sea de tal modo bueno, que jamás pueda faltar; y otro grado de
bondad consiste en que algún ser sea bueno de forma que pueda dejar de serlo; y
ambos grados de bondad se hallan repartidos en las cosas. En efecto: las hay que
no pueden perder su ser, como las incorpóreas; y otras, como las corporales, que
pueden perderlo. Ahora bien: así como la perfección del universo requiere que
haya no solamente seres incorruptibles sino también corruptibles, igualmente
demanda que haya unos que puedan faltar, de lo que se sigue que a veces falten.
Ahora bien, la razón del mal consiste precisamente en que alguna cosa decaiga
del bien. Luego es evidente que existe el mal en los seres, como también existe
la corrupción, pues la misma corrupción es un determinado mal"(1 q.48 a.2 c).
B) El mal es privación del bien
1. No es pura negación
"El mal implica la eliminación del bien: mas no toda carencia del bien se dice
mal, pues la ausencia del bien puede entenderse privativa o negativamente, y en
este último sentido no tiene razón de mal. De lo contrario, se seguiría que las
cosas que de ningún modo existen serían malas, y, además, que toda cosa sería
mala, por cuanto no posee, el bien de otra: así el hombre sería malo porque no
tiene la agilidad de la cabra o la fuerza del león"(1 q.48 a.3 c).
2. No es naturaleza
"De dos cosas opuestas, la una se conoce por la otra, como las tinieblas por la
luz. Según esto, se podrá entender la naturaleza del mal por la noción del bien.
Hemos dicho (q.5 a.l ss) que es bien todo lo que es apetecible; por
consiguiente, como toda naturaleza aspira a su ser y a su perfección, se debe
decir necesariamente que el ser y la perfección de toda naturaleza incluye la
noción del bien o de la bondad. Es, pues, imposible que el mal signifique un ser
o alguna forma o naturaleza"(1 q.48 a.l c).
3. Es privación del bien
"La carencia privativa del bien se llama mal, como la ceguera es privación de la
vista"(1 q.48 a.3 c).
"El mal no puede significar otra cosa que la ausencia del bien. He aquí por qué
se dice que" el mal ni es cosa existente ni cosa buena"(cf. S. Dionis., De div.
nom. 4,20: PG 3,717), dado que, siendo el ser en cuanto ser un bien, la
privación del uno y del otro son una misma cosa"(1 q.48 a.1 c).
4. Del bien debido
"Siendo el mal la privación del bien y no su mera negación, según lo dicho
(a.3), no toda falta de bien es mal, sino la de aquel bien que naturalmente
debía tenerse; porque no es un mal en la piedra la falta de vista, y sí lo es en
el animal, por ser contrario a la naturaleza de la piedra tener vista.
Igualmente es contrario a la naturaleza de la criatura que se conserve por sí
misma en su ser; porque el que da la existencia, la conserva". De donde se
concluye que este defecto es un mal en el ser creado (1 q.48 a.5 ad l).
C) El Bien es sujeto del mal
"La carencia privativa del bien se llama mal, como la ceguera es privación de la
vista. Ahora bien, el sujeto de esa privación y el de la forma es uno mismo, es
decir, el ente en potencia, ya esté en potencia de una manera absoluta, como la
materia prima, que es el sujeto de la forma sustancial y de su opuesta
privación, o ya se halle en acto en cuanto a la existencia, pero en potencia
respecto de algo, cual se halla un cuerpo diáfano, que es el sujeto de las
tinieblas y de la luz. Es evidente, con todo, que la forma por la cual un ser
existe en acto es una perfección y un bien, y que, por consiguiente, todo ser en
acto es un cierto bien; y asimismo todo ente en potencia, considerado como tal,
es cierto bien, por cuanto se ordena al bien, y hay bien en potencia, como hay
ente, en potencia. Queda, pues, como conclusión que el sujeto del mal es el
bien"(1 q.48 a.3 c).
"Pero el mal no existe como en su sujeto en el bien, que le es opuesto sino en
otro bien cualquiera; porque el sujeto de la ceguera no es el órgano de la
visión, sino el animal"(1,q.48 a.3 ad 3).
D) División del mal
1. Mal natural, moral y pena.
1.º "Mal natural o de naturaleza es la carencia de un bien que debe tenerse
naturalmente"(1 q.49 a.l c) ¿"Acaece por sustracción de la forma o de alguna
parte necesaria para la integridad de la cosa, como es un mal la ceguera y la
falta de un miembro"(1 q.48 a.5 c)."El mal natural se halla únicamente en los
seres susceptibles de generación y corrupción"(1 q.49 a.3 ad 5).
2.º El mal moral consiste "en la falta de la debida operación en las acciones
voluntarias, y tiene carácter de culpa"(1 q.48 a.5 c).
3.º La pena o mal penal se da únicamente, lo mismo que el anterior, en las
criaturas libres: "Siendo el bien en absoluto el objeto de la voluntad, el mal,
que consiste en la privación del bien, se encuentra de una manera especial en
las criaturas racionales que tienen voluntad. Y así el mal que proviene de la
sustracción de la forma o de la integridad de la cosa tiene carácter de pena, y
principalmente, supuesto que todo está sometido a la divina Providencia y
justicia"(1 q.48 a.5 c)
2. La culpa es un mal mayor que la pena
"La culpa en la línea del mal aventaja a la pena. Y no solamente a la pena
sensible, que consiste en la privación, de los bienes corporales, como entienden
los más las penas, sino también a la pena en general, cuya noción incluye aun la
privación de la gracia y de la gloria. Se prueba esto de dos modos. Porque el
hombre se hace malo por el mal de la culpa, y no por el mal de la pena, según el
testimonio de San Dionisio (De div. nom. c.4,22: PG 3,724):"No es un mal el ser
castigado, sino el haberse hecho digno del castigo"., Y esto es así porque, como
el bien, abstractamente considerado, consiste en el acto y no en la potencia, y
el último acto es la operación o el uso de las cosas que se poseen, la bondad
del hombre se mide sencillamente por la bondad de su acción o por la bondad del
uso de las cosas que posee. Por medio de la voluntad hacemos uso de todas las
cosas. Se sigue de esto que el hombre es bueno o malo según su buena o mala
voluntad, por la que usa o abusa de las cosas de que dispone. Porque aquel cuya
voluntad es mala, puede hacer mal uso aun de lo que hay de bueno en él, como un
gramático puede hablar incorrectamente por su gusto. Por consiguiente,
consistiendo la culpa misma en un acto desordenado de la voluntad, y la pena en
la privación de alguna de las cosas de que la voluntad se sirve, se sigue que la
culpa tiene más perfecto carácter de mal que la pena"(1 q.48 a.6 c).
3. La culpa contra el bien increado, la pena contra el creado
"El mal de la pena priva al ser creado de un bien, ya se trate de un bien
creado, como la vista privada por la ceguera; ya de un ser increado, como es la
visión de Dios, que nos puede ser denegada. En cambio, el mal de la culpa se
opone propiamente al bien increado, pues contraría el cumplimiento de la
voluntad divina y el amor de Dios, por el cual se ama el divino bien en sí
mismo, y no sólo en cuanto que de su bien participan los seres creados"(1 q.48
a.6 c).
E) Causa del mal
1. El mal no tiene causa formal
"Por ser más bien privación de forma"(1 q.49 a.l c).
2. Ni tiene causa final
"Por ser más bien una carencia del orden conducente al fin; porque no es sólo el
fin el que verifica la razón del bien, sino que también lo útil, que se ordena
al fin, realiza esa noción de bien"(1 q.49 a.l c).
3. El bien es causa material del mal
"El mal es la carencia de un bien que debe tenerse naturalmente. Pero el hecho
de que un ser carezca de su natural y debida disposición, no puede provenir sino
de alguna causa que lo arrastre al margen de esa natural disposición: así, un
cuerpo pesado no asciende sin una causa impulsora, ni un agente cesa en su
acción si no es ante un obstáculo que se lo impida. Ahora bien, la razón de
causa sólo puede convenir a un bien, porque nada puede ser causa, sino en cuanto
que es ser, y todo ser como tal es un bien. Si, además, consideramos la
naturaleza especial de cada causa, veremos que el agente, la forma y el fin
implican cierta delimitada perfección, que pertenece a la naturaleza del bien;
incluso la materia, en cuanto es potencia para el bien, tiene también razón de
bien. Y, en efecto, es indudable, según lo precedente, que el bien es causa del
mal a modo de causa material, y se ha demostrado ya que el bien es el sujeto del
mal.
4. El mal tiene una a modo de causa eficiente no "per se" sino "per accidens"
Para demostrarlo hay que saber que la producción del mal se opera de una manera
en la acción y de otra en el efecto. En la acción, la producción del mal se debe
al defecto de alguno de los principios de acción, sea del agente principal, sea
del agente instrumental, así como la falta de movimiento en un animal puede
provenir o de la debilidad de la fuerza motriz, como en los niños, o de simple
ineptitud de los miembros, como sucede a los cojos. La causa del mal en una cosa
determinada, y no en el efecto propio del agente, es debida a veces a la
potencia del agente, y otras veces al efecto del mismo o al defecto de la
materia.
"Por la potencia o perfección del agente se causa el mal cuando a la forma
intentada por el agente se sigue necesariamente la privación de otra forma, como
a la producción del fuego se sigue la privación de la forma del aire o del agua.
Por lo tanto, así como cuanto más eficaz es el fuego, tanto más perfectamente
imprime su forma, de igual modo tanto más completamente destruye lo contrario.
Así que el mal y la corrupción del aire y del agua provienen de la perfección
del fuego. Pero esto acaece accidentalmente, porque el fuego no tiende a
destruir la forma del agua, sino a imponer su propia forma. Sólo que, al obtener
su propio efecto, provoca de modo accidental aquella privación.
Pero, sí el efecto se circunscribe al efecto propio del fuego, como si no
calentase, esto sucede o por defecto de la acción, que redunda en fallo de
alguno de los principios activos, según lo dicho, o por ineptitud de la materia,
que no recibe la acción propia del fuego. Más aún, ese mismo fallo es accidental
al fuego, al cual por sí mismo compete producir su efecto. Es, pues, verdad que
el mal en ningún concepto tiene causa sino par accidens. Y así el bien es causa
del mal"(1 q.49 a.l c).
5. No existe un sumo mal, causa de los males
"Es evidente que no hay un primer principio de todos los males, como hay un
primer principio de todos los bienes.
1º Porque el primer principio de los bienes es bueno por esencia, como se ha
demostrado (q.6 a.3 y 4). Pero nada puede haber malo por su esencia, pues se ha
demostrado (q.5 a.3; q.48 a.3) que todo ente, en cuanto tal, es bueno, y que el
mal no existe si no es en el bien como en su sujeto.
2º Porque el primer principio de los bienes es el bien sumo y perfecto, que
precontiene en sí toda bondad, como queda dicho (q.6 a.2). Ahora bien, no puede
haber un sumo mal, porque, como se ha demostrado (q.48 a.4), aunque, el mal
disminuye siempre el bien, no puede jamás destruirlo totalmente. Y, por lo
tanto, subsistiendo siempre el bien, no puede existir cosa alguna íntegra y
completamente mala. Por lo cual dice Aristóteles (Eth. 1.4 c.5 n.7: Bk 1126 a
12) que,"si existe un mal completo, se destruirá a sí mismo"; pues, destruido
todo el bien que se requiere para la integridad del mal, desaparece también el
mismo mal, cuyo sujeto es el bien".
3º Porque la noción del mal repugna a la noción del primer principio, ya por
razón de que el mal es causado por el bien, según lo dicho (a.1), ya por razón
de que el mal no puede ser causa sino per accidens. Y, por lo tanto, no puede
ser primera causa, pues la causa per accidens es posterior a la causa per se (Phy.
1-2 c.6 n.10: Bk 198 a 8).
"Los que han supuesto la existencia de dos primeros principios, uno bueno y otro
malo, han caído en este error por el mismo motivo por el que surgieron otras
extrañas hipótesis de antiguos filósofos, a saber: porque no consideraron la
causa universal de todo ente, sino sólo causas particulares de particulares
efectos. Fundados en esto, si observaron que algo era nocivo a un determinado
ser por virtud de su naturaleza, juzgaron que la naturaleza de este ser era
mala: como si uno dice que la naturaleza del fuego es mala porque ha quemado la
casa de un pobre. Mas no se debe juzgar de la bondad de una cosa por su relación
con algo particular, sino en sí misma y por su relación al universo entero, en
el cual cada ser ocupa su lugar en orden perfectísimo, según consta de lo
dicho"(q.11 a.3; q.4 a.2; q.47 a.2 ad I).
"Asimismo, los que encontraron dos causas particulares contrarias, productoras
de dos efectos particulares contrarios, no acertaron a reducir las causas
particulares contrarias a la causa universal común. Por esto elevaron a los
primeros principios la contrariedad que creyeron sorprender en las causas
particulares. Pero, como todos los contrarios convienen en una cosa común, es
necesario reconocer en ellos, sobre todas las causas contrarias peculiares, una
causa única común, así como sobre las cualidades contrarias de los elementos
existe la virtud del cuerpo celeste, e igualmente, sobre todo cuanto de
cualquier modo es, se encuentra un solo primer principio de ser, según lo
demostrado"(I q.49, a.3 c).
6. Dios es causa del mal natural y penal, no del moral
"El mal, que consiste en el defecto de la acción, tiene siempre por causa el
defecto del agente. Pero en Dios no hay defecto alguno, sino suma perfección,
por consiguiente el mal que consiste en defecto de la acción o que proviene las
imperfecciones del agente, no se refiere a Dios como a su causa.
Pero el mal que consiste en la corrupción de algunas cosas, se reduce a Dios
como a su causa. Esto es evidente tanto en el orden natural como en el moral.
Porque ya hemos dicho (a.1) que un agente, en cuanto que por su virtud produce
alguna forma seguida de corrupción y defecto, causa por su virtud esta
corrupción y defecto. Es evidente, por otra parte, que la forma que Dios se
propone principalmente en sus criaturas es el bien del orden del universo, y
este orden del universo requiere, según lo dicho, que haya seres que puedan
faltar y que de hecho falten a veces. De este modo Dios, al causar en los seres
el bien del orden universal, como consecuencia y per accidens, es causa de la
corrupción de las cosas, según aquello (1 Rey 2,6): Yahvé da la muerte y da la
vida. En cuanto a lo que está escrito (Sab 1,13): Dios no hizo la muerte, debe
entenderse como si la hubiera pretendido en sí misma.
"Pero, como el orden del universo comprende también el orden de la justicia, que
exige se imponga pena a los pecadores, por esto Dios en tal concepto es autor
del mal de la pena, pero no del mal de la culpa"(1 q.49 a.2 c).
7. La causa del mal moral es la voluntad creada.
1º. La perfección (física) del acto malo es de Dios
"El efecto de una causa segunda deficiente se reduce a la causa primera no
deficiente en cuanto a lo que tiene de entidad y perfección, mas no en cuanto a
lo que tiene de defecto; a la manera que cuanto hay de movimiento en la cojera
es producido por la potencia motora, pero lo que hay en ella de defectuoso no
proviene de esa potencia, sino del encogimiento de la pierna. Igualmente, todo
lo que hay de entidad y acción en un acto malo se reduce a Dios como a su causa;
pero lo que hay de defectuoso, no tiene por, causa a Dios, sino el defecto de la
causa segunda"(1 q.49 a.2 ad 2).
2º. La desviación moral de la voluntad
"Tanto el ángel como cualquier otra criatura racional, considerada en su
naturaleza, puede pecar, y, si alguna se halla en el caso de no poder pecar,
débelo a un don de gracia y no a la condición de su naturaleza. La razón porque
pecar no es otra cosa que declinar de la rectitud que el acto debe tener, ya se
trate del pecado en lo natural, en lo artificial o en lo moral, y sólo está
exento de faltar a su rectitud aquel acto cuya regla es la potencia del agente
pues, si la mano misma del artista fuese la regla de dirección en el corte,
jamás, podría cortar aquél la tabla si no es con rectitud, al paso que, si
dependen de otra regla, podrá salir recto o no recto dicho corte"
"Ahora bien, sólo la voluntad divina es la única regla de su operación, por
cuánto no se ordena a fin superior. Mas la voluntad de cualquiera criatura no
tiene en su acto propio la rectitud al no es en cuanto que se regula conforme a
la divina voluntad, a la que pertenece el último fin: como cualquier voluntad de
un inferior debe ser regulada por la de su superior, cual lo es la del soldado
por la del jefe del ejército"
"Así, pues, únicamente en la voluntad divina no cabe pecado, y sí puede caber en
la de cualquier criatura según el orden de su naturaleza"(I q.63 a.l c).
F) Más abunda el bien que el mal.
1. Es mayor el bien que el mal natural
"En cuanto a la afirmación de que el mal se halla en la mayoría de los seres, en
absoluto es falsa, porque los seres susceptibles de generación y corrupción, en
los que únicamente se halla el mal de naturaleza, constituyen una pequeña parte
de todo el universo. Y, además, en cada especie los defectos naturales sólo
afectan al menor número"(I q.49 a.3 ad 5).
2. En los ángeles son más los buenos que los malos
"Más fueron los ángeles que perseveraron que los que pecaron, porque el pecado
es contra la inclinación natural, y lo que se realiza contra la naturaleza,
tiene lugar en un menor número de casos, pues la naturaleza obtiene su efecto o
siempre o las más de las veces"(1 q.63 a.9 c).
3. En los hombres abundan más los malos sobré los buenos
Al decir el Filósofo: "el mal se halla en la mayoría de los seres y el bien en
la minoría" (ARIST., Top. 2 c.6 n.3: Bk 112 b 11), se refiere a los hombres "en
quienes el mal tiene lugar por aspirar a los bienes sensibles, que son conocidos
de los más, y desdeñan el bien de la razón, notorio a los menos"(I q.63 a.9 ad
l).
"Sólo en los hombres parece hallarse el mal en el mayor número de ellos, porque
el bien del hombre cifrado en la parte sensitiva no es el bien del hombre en
cuanto hombre, esto es, según la razón; y son más los que se someten a los
sentidos que a la razón"(I q.49 a.3 ad 5).
"En el hombre hay una doble naturaleza, a saber, racional y sensitiva. Y como
por la operación del sentido llega el hombre a los actos de la razón, por eso
muchos más siguen las inclinaciones de la naturaleza sensitiva que el orden de
la razón, dado que son más los que alcanzan el principio de una cosa que los que
llegan a su consumación. Los vicios y pecados en los hombres provienen de que
siguen la inclinación de la naturaleza sensitiva contra el orden de la
razón"(1-2 q.71 a.2 ad 3).
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SAN AGUSTÍN DE HIPONA
Comentario
I. Coexistencia de buenos y malos
La coexistencia de buenos y malos en la Iglesia es uno de los temas preferidos
por San Agustín. Extractaremos en primer lugar el sermón sobre el versículo 9
del salmo 25: Señor, he amado la hermosura de tu casa. Este sermón se halla en
PL 38,116-121.
A) Coexistencia del trigo y la cizaña
"¿En qué consiste la hermosura de la casa de Dios y el lugar del tabernáculo de
su gloria, sino en aquel templo del que dice el Apóstol: El templo de Dios es
santo, y ese templo sois vosotros (1 Cor. 3,17)? Así como en los edificios
hechos por mano de hombres, cuando se levantan con elegancia y magnificencia, se
deleita en ellos nuestra vista, así cuando estas piedras vivas de los corazones
de los fieles son ensambladas por el vínculo de la caridad, la casa de Dios y el
tabernáculo de su gloria resplandecen de belleza. Aprended, pues, lo que debéis
amar, para que podáis amarlo. Porque, indudablemente, el que ama la belleza de
la casa de Dios, ama a su Iglesia, no levantada con paredes y techos, ni
espléndida por los mármoles y los artesonados, sino por los fieles santos, que
aman a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todo su entendimiento, y
al prójimo como a sí mismos" (1,1).
"Pero dentro de esta congregación cristiana, en cuanto a la participación y
comunión de los sacramentos..., existen también vasos dignos de honor y vasos
despreciables, y ante estas dos clases recipientes podemos dudar en dónde se
encuentra la belleza de la casa de Dios?... Busca los vasos honrosos. Y no me
digas: Los he buscado y no los encontré. Ocurrió tal cosa porque tú no te
hiciste aquello mismo que buscabas. La semejanza une y las diferencias separan.
Si tú eres un vaso lleno de vergüenza, indiscutiblemente la vista de un vaso
honroso te resultara insoportable (2,2).
B) Dios se vale de los malos para prueba de los buenos
B.1. Misterio escondido para nosotros
¿Vamos a abandonar nuestra casa por la presencia de vasos malos? El Dios de esta
gran casa sabe muy bien utilizar tanto los vasos honoríficos como los
despreciables. Si los malos saben usar perversamente las cosas buenas, ¿no va a
saber Dios usar bien de las malas? ¿De qué bienes usan los malos? De las
criaturas de Dios, que son todas buenas...
"Y ¿por qué viven estos tales en la casa de Dios? Te responderé: Son vasos
despreciables, pero Dios sabe usar de ellos; no se equivoca el que los creó,
porque el que pudo crearlos sabe también reducirlos al orden y les ha dado un
lugar en su gran casa. Ahora bien, si me preguntas cómo usa Dios de ellos para
el bien, te confieso que, como hombre que soy, no puedo explicarte las doctrinas
de Dios" (3,3).
B.2. Los utiliza para probarlos
"¿Qué hacen me dices los malos en este mundo? Contéstame primero: ¿Qué hace en
el crisol del platero la paja? No creo que esté sin motivo la paja allí, donde
se acrisola el oro. Veamos el número de cosas que hay por allí un horno, la
paja, el oro, el fuego y el joyero. El oro, la paja y el fuego están en el
horno; el joyero, a su vera. Mira; este mundo es el horno: la paja, los malos;
el oro, los buenos; el fuego, la tribulación, y el aurífice, Dios. Atiende y
mira: el oro no se purifica si la paja no se quema. Considera lo que se dice del
oro en el mismo salmo que comentamos... y oye lo que dice, escucha mi voz, cómo
desea ser purgado: Ponme a prueba, ¡oh Yavé! y examíname, acrisola mis entrañas
y mi corazón (Sal. 25,2). El que debiera temer la prueba, la pide... Y ¿no temes
desfallecer en el fuego? No. ¿Por qué? Porque tengo siempre ante mis ojos tus
misericordiosos (ibid., 3). Y por eso digo: Ponme a prueba, ¡oh Yavé!" (4,4).
B.3. ¿Por qué tantos malos?
"La abundancia de malos es buena materia de purificación para los buenos.
Porque, en medio de esa multitud de malos, mezclados con ellos y ocultos viven
los buenos, y el Señor conoce a los que son suyos (2 Tim. 2,19). En manos de
artífice tan grande, una hoja de oro no puede desaparecer en el gran montón de
nada. ¡Qué inmensa cantidad de paja! ¡Qué escaso el oro! Más no temas. Es tan
hábil el joyero, que puede purificar, pero no puede perder" (5.5).
"No me vayas a decir: puesto que es necesario que existan los malos para
probarnos, bastaría con que hubiese unos pocos, y muchos buenos. Pero ¿no te das
cuenta que, si fuesen pocos, no podrían molestar a los que serían muchos? Date
cuenta, hombre prudente, que, si los buenos abundasen en gran manera sobre los
malos, éstos no se atreverían a perjudicar a los buenos".
Los malos tampoco son tantos como parece. Lo que ocurre es que alborotan más.
"Cuando el malo maquina tentaciones, tú rezas a Dios. En este lagar que es la
iglesia debes comprobar y ver si el que daña en público no es una especie de
alpechín, que corre a la vista de todos en este molino de aceite. El alpechín
corre en público, el aceite se desliza por canales escondidos en busca de su
lugar, y, a pesar de haberse deslizado oculto, sin embargo alcanza grandes
alturas. ¡Oh hermanos míos, cuántos y cuántos en medio de esta lucha por la
vida, en medio de la maldad de este mundo y en plena abundancia de males, han
sabido retirarse y dirigirse a Dios! ¡Se despidieron del mundo, repartieron
presto sus bienes entre los pobres, aquellos que poco antes andaban robando los
ajenos! En público se ven muchos raptores, invasores y expoliadores. Son el
alpechín que corre por la plaza; en cambio, aquellos otros, el uno aquí y el
otro allá. Que con corazón compungido han reflexionado sobre los avisos de Dios,
y se han reído de las vanas esperanzas del siglo, y se han confiado a la
esperanza celestial, después de cambiar sus amores y costumbres, todos ésos son
el aceite de la santidad, que se guarda en el molino; el vaso construido para
honor de la gran casa, el oro en el fuego y el grano en el horno. Esta es la
belleza de la casa de Dios" (9,9).
Los malos cristianos hacen muchas obras malas. Y las personas que están fuera
(de la Iglesia) y no quieren convertirse al cristianismo, encuentran en aquéllos
muchas excusas. Al que le aconseja rendirse a la fe, suele responder: "¿Quieres
que yo sea como ése o aquél? Y nombra a uno o a otro. En ciertas ocasiones es
verdad lo que dice. Pero, cuando no puede encontrar a un individuo a quien
señalar, tampoco le cuesta mucho trabajo lanzar una calumnia. Y como él calumnia
con tanta seguridad, consigue que el oyente comience a sospechar. Y tú al oír a
alguien decir tales cosas, como quizá has conocido en alguna ocasión a hermanos
tuyos que son malos, piensas en tu interior: cierto es lo que éste me cuenta:
peligros de los falsos hermanos. Pero no desfallezcas. Lo que él busca sélo tú.
Sé tú buen cristiano y convencerás al pagano calumniador" (6,6).
II) Pensamientos Varios
A) Tratos de buenos y malos
San Agustín se dirige a los neófitos bautizados en el día de la Resurrección,
comentando el texto de San Pablo (Ef. 5,8): Fuisteis algún tiempo tinieblas,
pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz. Este sermón
123 se halla en PL 38. 1092-1093.
"Oídme, retoños de esta casta madre; oídme también, hijos ya mayores de la Madre
Virgen, porque fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor;
andad, pues, como hijos de la luz; esto es, uníos con los hijos de la luz, y
para decíroslo más claro: Haceos amigos sólo de los fieles buenos, puesto que,
por desgracia, y esto es lo peor, hay malos cristianos. Hay quienes se llaman
fieles y no lo son. Son fieles en los cuales quedan injuriados los sacramentos
de Cristo. Fieles que viven de tal modo que no sólo perecen ellos, sino que
pierden a otros. Perecen por su mala vida, y además pierden a otros con su mal
ejemplo. Vosotros, pues, amadísimos, no os unáis a ellos; buscad a los buenos,
uníos con los buenos, sed vosotros buenos" (n.1).
"Que no os extrañe la multitud de cristianos malos que llenan nuestras iglesias,
comulgan en el altar y alaban a grandes voces la explicación del obispo, del
presbítero, sobre las buenas costumbres. Pueden vivir con nosotros en la iglesia
de este siglo, pero no en aquella otra mayor congregación que después de la
resurrección será sólo la Iglesia de los santos". La Iglesia de nuestro tiempo
es una era donde el trigo y la paja se mezclan, donde andan confundidos los
buenos y los malos. Pero después del juicio final sólo albergará en sí a los
buenos, sin ninguno de los malos. Esta era contiene la mies sembrada por los
apóstoles, segada por los doctores y los santos y no poco también trabajada por
las persecuciones de los enemigos, pero lo único que ya queda, todavía no
purificado con el último bieldo"... "Oiganme los antiguos fieles, y los que son
grano alégrense con temor y perseveren... Nadie pretenda sacudirse la paja por
sí mismo, porque, si quisiera apartarse de ella, no podría continuar en la
era... El bueno tolere al malo, el malo imite al bueno, porque en esta era el
grano puede convertirse en paja y la paja llegar a ser grano. Todos los días
ocurren estos cambios, hermanos míos, y llena está nuestra vida de tales penas y
consuelos. Cada día los que parecían buenos caen y perecen, y, a su vez, los que
parecían malos se convierten y viven... Que os aproveche la paciencia de Dios;
que el contacto con el grano y la predicación pastoral os conviertan en trigo.
No os faltan las aguas de la palabra de Dios. No sea, pues, para vosotros
estéril la agricultura divina. Reverdeced, granad, madurad, que el sembrador
quiere encontrar espigas y no espinos'' (n.2).
B) Visibilidad de la Iglesia
B.1. La Iglesia compuesta de buenos y malos
Como los protestantes en los tiempos modernos, los donatistas en la antigüedad
afirmaban que la Iglesia estaba constituida sólo y exclusivamente por los
justos. San Agustín refuta esta afirmación Y expone la doctrina católica con
numerosas alusiones a nuestra parábola (cf. Contra Gaudentium 1.2 c.3: PL
43,741-742).
"No habéis encontrado motivo apreciable ni aducís causa alguna que justifique
vuestra separación de esta verdadera, auténtica y católica Iglesia, que,
envuelta en la luz del Señor, derrama por todo el orbe sus rayos y extiende sus
ramaje con abundancia fecunda por la tierra entera... ¿No decís que la necesidad
obliga a que los justos se separen de los malos? No; a los justos en la Iglesia
católica no les corresponde otra cosa que tolerar con suma paciencia a los malos
que no pueden corregir o condenar; ni les está permitido salirse antes de tiempo
del campo del Señor por la cizaña, ni de la era por la paja, ni de la casa por
los vasos de ignominia, ni de la red por los peces malos..." Y si quieres
retorcer el sentido de estas expresiones evangélicas, contradices al propio
Cipriano, cuyo testimonio aduces. Pues son palabras de dicho mártir acerca de
este mismo asunto las que se contienen en su carta a Máximo y a sus compañeros
en la confesión de la fe. Dice: "Aunque sé bien que muchos en la Iglesia son
cizaña, sin embargo, no debe impedir ni la fe ni la caridad, de modo que
contrastar la existencia de la cizaña en la Iglesia no ha de movernos a
separarnos de ella. A nosotros sólo nos corresponde procurar ser trigo, para
que, cuando comience el almacenamiento en los graneros del Señor, recibamos el
fruto de nuestro trabajo... Por lo demás, el romper los vasos frágiles sólo
pertenece al Señor, a quien le fue concedido el cetro de hierro (Sal. 2,9)"
(n.3).
B.2. Las dos pescas
Con frecuencia los Santos Padres, Y entre ellos San Agustín, comparan la Iglesia
del siglo presente y la Iglesia futura con las dos pescas milagrosas, sucedida
la primera antes de la resurrección y la segunda después de ésta. El texto de
este sermón puede verse en PL 38,1161-1163, Y en BAC, t.7 p.461-469.
1. Mezcla de buenos y malos
"El Evangelio nos hace observar que nuestro Señor pescó dos veces, o mejor, que
dos veces ordenó echar las redes: la primera, cuando escogió a sus discípulos,
la segunda después de haber resucitado de entre los muertos. Era la primera
pesca símbolo de la Iglesia en su actual estado; la segunda, es emblema de la
Iglesia tal y como ella será al fin de los tiempos. En la primera pesca, en
efecto, mandó echar las redes sin precisar hacia qué punto, sino que se
echasen... Echáronlas, no se dice si a la derecha o a la izquierda. Los peces
designan aquí a los hombres; de haber pescado sólo a la derecha banda, indicaría
únicamente a los buenos, y a los malos si a la izquierda; mas, como buenos y
malos habían de andar juntos en la Iglesia, las redes fueron lanzadas a la
ventura, para que los peces significasen a los buenos y a los malos. Dícese
también en el Evangelio que se llenaron dos barcas hasta sumergirse, o sea, se
les recargó tanto que anduvieron al borde de] hundimiento (Lc. 5,1.7). No se
hundieron, pero sí peligraron a consecuencia de la muchedumbre de peces, símbolo
del peligro que había de correr la disciplina cristiana por causa de la gran
multitud que recogería en su seno. Dice más: dice que las redes se desgarraron;
emblema de los cismas futuros. Hay, pues, en esta misteriosa pesca un símbolo de
tres cosas: la mezcla de buenos y malos, la opresión de la plebe y las
escisiones heréticas: la mezcla de buenos y malos, en no haber tendido las redes
ni a la derecha ni a la izquierda (expresamente); el agobio producido por la
muchedumbre, en la cantidad de peces, que hizo zozobrar las barcas; las
escisiones heréticas, en la rotura de las redes...
2. El número de los elegidos
"Observad ahora esta segunda pesca, cuyo relato acabamos de leer. Hácese después
de la resurrección del Señor para indicarnos el estado de la Iglesia allende
nuestra resurrección. Echad la red a la derecha de la barca (Jn 21.6), dijo el
Señor. El número de la derecha no se confundirá con los otros. No habéis echado
en olvido cómo el Hijo del hombre nos garantiza su venida entre ángeles; que las
naciones comparecerán delante de El, y El las separará como, el pastor separa
las ovejas de los cabritos: las ovejas a la derecha, los cabritos a la
izquierda, y que dirá después: Venid..., tomad posesión del reino, a las ovejas;
apartaos de mí, malditos, al fuego eterno (Mt 25,31-41), a los cabritos. Echad
la red a la derecha significa, por tanto: "Vedme resucitado". Quiero daros una
imagen de lo que ha de ser la Iglesia en la resurrección de los muertos. Echad a
la derecha... Echaron las redes a la derecha, y malamente podían levantarlas.
¡Tanto era el peso de las redes! En la otra pesca hubo también gran abundancia;
mas ahora se determina el número, y, sobre ser muchos, eran gordos; en la otra
el número no se precisa. Es porque antes de la resurrección de los muertos y
separación de los buenos y los malos cúmplese lo que dice un profeta: Yo
anuncié, yo hablé... (Sal 39,6). ¿Qué significa yo anuncié, yo hablé? Eché las
redes... Y ¿qué? Sobrepasan todo número (ibid.). Hay, pues, un número fijo, y lo
rebasaron. Este es el número de los santos que han de reinar con Cristo, y el
exceso es figura de los que pueden entrar en la Iglesia, mas no en el reino de
los cielos..."
3. Significación de la Playa
"Escuchad lo que sigue: Trajeron las redes hasta la orilla. Pedro mismo las
trajo. Donde se dice orilla, entiende que es el fin del mar, y donde fin del
mar, entiende fin de siglo. En la pesca primera, las redes no fueron traídas
hacia la orilla, antes los peces fueron colocados dentro de los navíos; ahora
no; ahora se les arrastra hacia la playa. Espera el fin del siglo. El vendrá
para bien de los puestos a la derecha y para mal de los puestos a la izquierda.
¿Cuál es el número de los peces? Arrastró la red a tierra llena de ciento
cincuenta y tres peces grandes (Jn 21,11). El Evangelio hace observar que, con
ser tantos y gordos, no se rompió la red (ibid.).
¿Qué ha de entenderse aquí por reino de los cielos? Esta Iglesia visible, porque
también a ella se la llama reino de los cielos. Si no se llamara reino de los
cielos esta Iglesia que agavilla a buenos y malos, no dijera el Señor en la
parábola (Mt 13,47): Es también semejante el reino de los cielos a una red
barredera, que se echa en el mar y recoge peces de toda suerte...
Sin embargo, se ha llamado a la Iglesia reino de los cielos. Vense navegar en el
océano peces buenos y peces malos entremezclados; tal acontece en este reino de
los cielos, es decir, en la Iglesia actual, donde se llama mínimo a quien
predica el bien y obra el mal; porque también éste forma parte de la misma. No
está separado; está realmente dentro de este reino de los cielos-la Iglesia en
su actual estado. Aunque predica el bien y obra el mal, es necesario; es como un
jornalero a sueldo. En verdad os digo, dice el Salvador, que ya recibió su
recompensa (Mt 6,2). Son útiles para algo; que si de nada sirviesen, no habría
dicho el Salvador a su pueblo, hablándole de estos hombres, que hacen el mal y
enseñan el bien: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos.
Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras (Mt 23,
2 y 3).
C) Por qué se toleran los malos en la Iglesia
C.1. Por el bien de la unidad
San Agustín repite esta idea en distintos lugares, por ejemplo al libro
anteriormente citado contra Gaudencio (Contra Gaudentium 1.2 c.5: PL 43,744).
En el Párrafo 35 del sermón 4, pronunciado en el día del mártir San Vicente
comenta San Agustín las palabras de Isaac a Esaú según la versión por él
utilizada: Te alimentaré de la fecundidad de la tierra y del rocío del cielo
(Gen. 27,39).
"¿No ocurre lo mismo ahora en la Iglesia con los hombres malos, que intentan
perturbarla y que es necesario tolerar, porque lo exige la paz de la misma
Iglesia; admitirlos y que disfruten, además, con nosotros de unos mismos
sacramentos? A veces sabemos que son malos y no les podemos hacer que lo
confiesen, ni en orden a su enmienda ni con vistas a su castigo. No los podemos
convencer de forma que se haga posible su exclusión o su excomunión. Ocasiones
hay en que, si uno se yergue severo, surge el peligro de producir divisiones en
la Iglesia, y entonces el gobernante se ve como obligado a decir: Te alimentaré
de la fecundidad de la tierra y del rocío del cielo. Aliméntate, sí, de ese
sacramento, pero comes y bebes tu propia condenación, (1 Cor. 2,29). ¿Te has
dado cuenta de que te admitimos en atención tan sólo a la paz de nuestra Iglesia
y que dentro de tu corazón no alimentas sino desórdenes y divisiones?" (PL
38,51).
C.2. Por falta de pruebas
San Agustín en el sermón 35 se refiere principalmente a la penitencia pública de
aquel tiempo, de la que, dice que nadie debe excusarse, al ver que algunos
fieles la rehuyen. Aduce al mismo tiempo razones generales muy prudentes e
históricamente muy interesantes.
"Nadie menosprecie esta penitencia saludable viendo que muchos, cuyos delitos
son conocidos, se acercan al sacramento del altar. Muchos, en efecto, son
corregidos como Pedro, pero muchos tolerados como Judas, y otros muchos
desconocidos hasta que venga el Señor a iluminar las tinieblas escondidas y
manifieste los pensamientos secretos del corazón (1 Cor. 4,5). En los más de los
casos no se quiere denunciar a otros para excusarse uno a sí mismo. Pero, en
muchas otras ocasiones, cristianos excelentes se callan y sufren los pecados
ajenos que han conocido, por carecer de documentos y no poder probar esos hechos
ante la justicia eclesiástica. Porque, aunque las cosas sean ciertas, no deben
ser creídas con facilidad por el juez, si no se demuestran con indicios seguros.
Nosotros no podemos separar de la comunión a nadie (aun cuando esta prohibición
no sea mortal, sino medicinal), si el reo no confiesa espontáneamente o no es
condenado en un juicio secular o eclesiástico. ¿Quién podrá atreverse a asumir a
la par el papel de acusador y juez?"...
El apóstol San Pablo, en la primera Epístola a los Corintios, insinúa una regla
de conducta parecida, al dar a determinados pecados el procedimiento de un
juicio eclesiástico semejante al nuestro... Por una parte dice que no se puede
evitar el trato de los hombres de este siglo, ni los podemos ganar para Cristo
si evitamos su contacto y conversación...; pero por otra recomienda no tratar a
los cristianos perversos (1 Cor. 5,9-13). "Con estas palabras demuestra
suficientemente que no hay que separar los malos de la comunión de la Iglesia
temerariamente o a la ligera, sino por medio de un juicio, y que, si no pueden
ser separados en este mundo, hay que tolerarlos, no sea que, separando
injustamente a los malos..., los arrojemos al infierno" (PL 39,1545-1547)
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Catecismo de la Iglesia
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer
lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está
destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19).
Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios
se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen
al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí
misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo
acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a
los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos
es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se
ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt
11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres;
conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la
privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases
y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt
25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a
justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la
conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de
palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc
15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su
propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de
su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino
(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el
Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen
falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre:
¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)?
¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia
del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es
preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer
los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc
4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
(Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica)
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Juan Pablo II
1º En otra ocasión Jesús compara el reino de Dios (el "reino de los cielos",
según Mateo) con un grano de mostaza, que "es la más pequeña de todas las
semillas", pero que, una vez crecida, se convierte en un árbol tan frondoso que
los pájaros pueden anidar en las ramas (cf. Mt 13, 31-32). Y compara también el
crecimiento del reino de Dios con la "levadura", que hace fermentar la masa para
que se transforme en pan que sirva de alimento a los hombres (Mt 13, 33). Sin
embargo, Jesús dedica todavía una parábola al problema del crecimiento del reino
de Dios en el terreno que es este mundo. Se trata de la parábola del trigo y la
cizaña, que el "enemigo" esparce en el campo sembrado de semilla buena (Mt 13,
24-30): así, en el campo del mundo, el bien y el mal, simbolizados en el trigo y
la cizaña, crecen juntos "hasta la hora de la siega" —es decir, hasta el día del
juicio divino—; otra alusión significativa a la perspectiva escatológica de la
historia humana. En cualquier caso, Jesús nos hace saber que el crecimiento de
la semilla, que es la "Palabra de Dios", está condicionada por el modo en que es
acogida en el campo de los corazones humanos: de esto depende que produzca fruto
dando "uno ciento, otro sesenta, otro treinta" (Mt 13, 23), según las
disposiciones y respuestas de aquellos que la reciben.
(Tomado de la audiencia general del miércoles 27 de enero de 1988)
2º Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su
cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación,
como lo demuestran sobre todo las parábolas.
La parábola del sembrador (Mt 13, 3-8) proclama que el reino de Dios está ya
actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a
abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al
final de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,
26-29) subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de
Dios que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su
realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la
cizaña en medio del trigo (Mt 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mt 13,
47-52) se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de
Dios. Pero, junto a los “hijos del reino”, se hallan también los “hijos del
maligno”, los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán
destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para
siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la
perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el valor supremo y absoluto del reino de
Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y
renuncia para entrar en él.
(Tomado de la audiencia general del miércoles 18 de marzo de 1987)
3º Con el Evangelio del Reino, Cristo se remite a las Escrituras sagradas que,
con la imagen de un rey, celebran el señorío de Dios sobre el cosmos y sobre la
historia. Así leemos en el Salterio: "Decid a los pueblos: "El Señor es rey; él
afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente"" (Sal 96,
10). Por consiguiente, el Reino es la acción eficaz, pero misteriosa, que Dios
lleva a cabo en el universo y en el entramado de las vicisitudes humanas. Vence
las resistencias del mal con paciencia, no con prepotencia y de forma clamorosa.
Por eso, Jesús compara el Reino con el grano de mostaza, la más pequeña de todas
las semillas, pero destinada a convertirse en un árbol frondoso (cf. Mt 13,
31-32), o con la semilla que un hombre echa en la tierra: "duerma o se levante,
de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo" (Mc 4, 27). El
Reino es gracia, amor de Dios al mundo, para nosotros fuente de serenidad y
confianza: "No temas, pequeño rebaño -dice Jesús-, porque a vuestro Padre le ha
parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12, 32). Los temores, los afanes y
las angustias desaparecen, porque el reino de Dios está en medio de nosotros en
la persona de Cristo (cf. Lc 17, 21).
Con todo, el hombre no es un testigo inerte del ingreso de Dios en la historia.
Jesús nos invita a "buscar" activamente "el reino de Dios y su justicia" y a
considerar esta búsqueda como nuestra preocupación principal (cf. Mt 6, 33). A
los que "creían que el reino de Dios aparecería de un momento a otro" (Lc 19,
11), les recomienda una actitud activa en vez de una espera pasiva, contándoles
la parábola de las diez minas encomendadas para hacerlas fructificar (cf. Lc 19,
12-27). Por su parte, el apóstol san Pablo declara que "el reino de Dios no es
cuestión de comida o bebida, sino -ante todo- de justicia" (Rm 14, 17) e insta a
los fieles a poner sus miembros al servicio de la justicia con vistas a la
santificación (cf. Rm 6, 13. 19).
Así pues, la persona humana está llamada a cooperar con sus manos, su mente y su
corazón al establecimiento del reino de Dios en el mundo. Esto es verdad de
manera especial con respecto a los que están llamados al apostolado y que son,
como dice san Pablo, "cooperadores del reino de Dios" (Col 4, 11), pero también
es verdad con respecto a toda persona humana.
(Tomado de la audiencia general del miércoles 6 de diciembre de 2000)
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Símiles y Analogías
La Planta de la Cizaña
La cizaña es una planta monocotiledónea de la familia de las gramíneas. Su
nombre helénico, ha prevalecido en nuestra lengua a través del latino zizania en
plural, que es como traduce la Vulgata el término del Evangelio. El nombre
científico es lolium, al que se añade el calificativo de temulentum, a saber,
que embriaga, a propósito del carácter narcotizante de sus granos o del sabor
ácido y nauseabundo del pan amasado con trigo, en el que se ha mezclado por
confusión. Los árabes, aludiendo asimismo a este efecto de náuseas, la llaman
zenón. Es curioso que, salvo en el evangelio de San Mateo y en el pasaje de esta
domínica, no se mencione nunca en la Escritura la cizaña, a pesar de que suele
invadir los campos del mediodía y del oriente bíblico y de que no faltan
alusiones en los autores clásicos griegos y latinos, como la famosa de Virgilio
en las Geórgicas, que llama al "lolium" infelix: "Infelix lolium et steriles
dominantur avenae". Ni por la raíz, las hojas, las flores y los frutos se
distingue gran cosa del trigo, sobre todo en los primeros grados de su
desarrollo hasta que ha formado la espiga (cf. M. L. Cl.. Fillion, Atlas
d'histoire naturelle de la Bible [París 1884] p.5). Esta es la razón de que los
agricultores mismos la confundan y hayan de lamentar no pocas cosechas perdidas
por la maldita planta al crecer mezclada con el trigo. Más aún : en Oriente,
cuando un campesino quiere vengarse de otro, aguarda a que siembre su campo y
por la noche esparce en él la semilla de la cizaña, lo que acarrea no sólo la
pérdida de la mies, sino, la infección del terreno y su improductividad por
varios años. Debía ser muy frecuente esta venganza, y originó mucha pobreza y
miseria para el labrador afectado, pues los romanos la previnieron con sanciones
en su legislación penal.
(cf. ed. Acc. Cat. Española, Madrid 1951, P.125-127).
El Bautismo
Además de la gracia santificante, infunde diversas inclinaciones sobrenaturales
que, andando el tiempo, producen en nosotros frutos de vida eterna. Tales son,
principalmente, las virtudes de fe, esperanza y caridad. El Bautismo nos infunde
el germen que más tarde nos inclina a ejercitar esas virtudes. Si comparáis un
terreno recientemente sembrado con otro que no contenga simiente, no
descubriréis ninguna diferencia, ya que la semilla del primero está mezclada con
la tierra. Pero aguardad quince días, y hallaréis que son los dos muy distintos:
veréis el primero cubierto de verdeante hierba, y el segundo del todo yermo. —
Análogamente, si comparáis un alma bautizada con otra que no lo esté, no
echarais de ver ninguna diferencia en tanto no hayan llegado al uso de razón,
porque los gérmenes de fe, esperanza y caridad infundidos en el alma no se han
mostrado aún al exterior mediante las buenas obras; pero se mostrarán andando el
tiempo, y entonces podrá comprobarse que el alma bautizada se enriquece con
actos de las aludidas virtudes, al paso que la no bautizada permanece siempre
estéril.
(Rossi)
(Enciclopedia Catequística de Símiles y analogías, Ed. Litúrgica Española,
Barcelona, 1950, PAG. 319)
25.¿Cuál es la verdadera paciencia? Responde el
predicador del Papa
El padre Raniero Cantalamessa comenta las lecturas del próximo domingo
ROMA, viernes, 15 julio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre
Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— a las lecturas
del próximo domingo (Sb 12,13.16-19; Sal 85,5-16; Rm 8,26-27; Mt 13,24-43).
* * *
El grano y la cizaña
El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su
campo; el Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza; el Reino de
los Cielos es semejante a la levadura. Bastan estas frases iniciales de las tres
parábolas para darnos a entender que Jesús nos está hablando de un Reino «de los
Cielos» que sin embargo se encuentra «en la tierra». Sólo en la tierra, de
hecho, hay espacio para la cizaña y para el crecimiento; sólo en la tierra hay
una masa que levar. En el Reino final nada de todo esto, sino sólo Dios, que
será todo en todos. La parábola del grano de mostaza que se transforma en un
árbol indica el crecimiento del Reino de Dios en la historia.
La parábola de la levadura indica también el crecimiento del Reino, pero un
crecimiento no tanto en extensión cuanto en intensidad; indica la fuerza
transformadora que él posee hasta renovar todo. Estas dos últimas parábolas
fueron fácilmente comprendidas por los discípulos. No así la primera, la de la
cizaña. Dejada la multitud, una vez solos en casa, le pidieron por ello a Jesús:
«Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Jesús explicó la parábola;
dijo que el sembrador era él mismo, la semilla buena los hijos del Reino, la
semilla mala los hijos del maligno, el campo el mundo y la siega el fin del
mundo.
El campo es el mundo. En la antigüedad cristiana, había espíritus sectarios (los
donatistas) que resolvían el asunto de modo simplista: por un lado, la Iglesia
hecha toda ella de buenos; por otro, el mundo lleno de hijos del maligno, sin
esperanza de salvación. Pero venció el pensamiento de san Agustín, que era el de
la Iglesia universal.
La Iglesia misma es un campo, dentro del cual crecen juntos grano y cizaña,
buenos y malos, lugar donde hay espacio para crecer, convertirse y sobre todo
para imitar la paciencia de Dios. «Los malos existen en este mundo o para que se
conviertan o para que por ellos los buenos ejerciten la paciencia» (san
Agustín). De la paciencia de Dios habla también la primera lectura, del Libro de
la Sabiduría, con el himno a la fuerza de Dios: «Tú, dueño de tu fuerza, juzgas
con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia... Obrando así enseñaste a
tu pueblo que el justo debe ser amigo del hombre, y diste a tus hijos la buena
esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento».
La de Dios no es, por lo demás, una simple paciencia, esto es, esperar el día
del juicio para después castigar con mayor satisfacción. Es longanimidad, es
misericordia, es voluntad de salvar. En el Reino de un Dios así no hay lugar,
por ello, para siervos impacientes, para gente que no sabe hacer otra cosa que
invocar los castigos de Dios e indicarle, de vez en vez, a quien debe golpear.
Jesús reprochó un día a dos de sus discípulos que le pedían hacer llover fuego
del cielo sobre los que les habían rechazado (Lc 9,55), y el mismo reproche, tal
vez, podría hacer a algunos demasiado diligentes en exigir justicia, castigos y
venganzas contra aquellos que guardan la cizaña del mundo.
También a nosotros está indicada la paciencia del dueño del campo como modelo.
Debemos esperar la siega, pero no como aquellos siervos a duras penas
refrenados, empuñando la hoz, como si estuviéramos ansiosos de ver la cara de
los malvados en el día del juicio; sino que debemos esperar como hombres que
hacen propio el deseo de Dios de «que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,4).
Un llamamiento a la humildad y a la misericordia que desprende, por lo tanto, de
la parábola del grano y de la cizaña. ¡Hay un solo campo del que es lícito y
necesario arrancar inmediatamente la cizaña, y es el del propio corazón!
26. Fray Nelson Domingo 17 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Al pecador le das tiempo para que se arrepienta * El
espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con
palabras * Déjenlos crecer juntos hasta la cosecha.
1. Poderoso y Compasivo
1.1 Los textos de este domingo nos ayudan a compaginar dos atributos de Dios: es
poderoso y es compasivo. Y es admirable que los dos se proclamen al tiempo de un
solo y mismo Dios, porque nuestra experiencia suele ser que los que tienen mucho
poder tienen poca misericordia, mientras que los muy comprensivos resultan
inhábiles para alcanzar el mando.
1.2 Parece ser que la clave de la unión entre estas dos cualidades divinas es
que ambas son infinitas. El que tiene un poder limitado tiene siempre el temor
de perderlo o de que algo escape de su mano. El temor cierra el alma, y de ahí
viene la dureza típica de lo que llamamos los "mandos medios." Cuando el único
poder que una persona tiene es su estrecha oficina, la persona intenta que todo
quepa en sus escasos metros cuadrados y por eso ve con temor que algo se le
escape. Se vuelve intransigente e implacable.
1.3 Lo mismo vale si la persona tiene una compasión limitada. ¿Qué es una
compasión limitada? Es la capacidad de perdonar "algunas cosas" pero no todas.
Es evidente que una persona así tendrá también un poder escaso, pues basta con
ofenderlo más allá de su límite para ponerlo fuera de casillas, es decir, para
ponerlo fuera de sí, o sea, fuera del control de sí mismo. En tal evento la
persona ofendida ya no tiene poder ni siquiera sobre sus propios pensamientos o
acciones.
1.4 Dios, en cambio, es ilimitado, es infinito, tanto en su poder como en su
compasión. Ambas coexisten precisamente porque son infinitas. Lo dice
hermosamente la primera lectura del libro de la Sabiduría: "Tu poder es el
fundamento de tu justicia, y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con
todos... Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y
has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo
para que se arrepienta."
2. El Grande ayuda al Pequeño
2.1 Podemos reconocer una idea semejante en la segunda lectura de este domingo.
También aquí aparece el poder, en este caso el poder del Espíritu Santo, junto
con la misericordia que este Espíritu tiene, abajándose a nuestra naturaleza y
moldeándola y transformándola hasta hacerle capaz de modular una oración.
2.2 Es Dios quien inspira las oraciones que Dios mismo va a escuchar. Parece un
absurdo o sólo un juego. No lo es. El domingo pasado reflexionábamos sobre cómo
la Palabra nos bendice con la Palabra que anuncia la gracia, y entonces
nosotros, una vez bendecidos aprendemos a bendecir al Dios que nos ha dado esa
gracia. Nuestra gratitud nace de la gracia y nuestra bendición de la bendición
recibida. Hoy vemos el mismo ciclo, el mismo misterio, pero referido al Espíritu
Santo, que enviado por el Padre, nos toca y nos levanta, nos hace espirituales y
celestiales, de modo que nuestra oración sea concorde con su fuente y con su
término, que es Dios mismo.
3. Misericordia significa Tiempo
3.1 En el evangelio de hoy, la misma idea resuena en otra tesitura. Todos
necesitamos compasión. Ahora bien la compasión quiere hacer de nosotros personas
distintas y nuevas, seres distintos de lo que somos. Y como por otra parte
estamos dotados de libertad, alcanzar ese nuevo ser requiere de tiempo, lo mismo
que una planta enferma que necesita nutrirse para dar sus frutos. Por eso la
compasión toma el rostro de "tiempo."
3.2 Si nosotros necesitamos de tiempo, y si además podemos contar con ese
tiempo, es porque la misericordia de Dios se vuelve paciencia. El Dios compasivo
es siempre el Dios paciente, el Dios que da tiempo. Pero nuestro tiempo en esta
tierra es limitado y por eso hay también un límite al tiempo de espera por
nuestra conversión.
3.3 De nuevo digámoslo: el infinito es Dios y no nosotros. Nuestro tiempo se
acaba, y desde ese ángulo hay que decir que nuestra capacidad de recibir la
misericordia en forma de tiempo se acaba. Por eso la Biblia afirma las dos
cosas: que Dios es paciente pero que esa paciencia se termina en algún punto y
llega le momento del juicio. No es que Dios se termine ni que sea finito; los
finitos somos nosotros, y porque somos finitos tenemos que apreciar el tiempo
que se nos da y apresurarnos en responder al amor con amor.
27. La homilía del domingo:
Fuente: buzoncatolico.com
Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote de la diocesis de Canarias.
Evangelio: Mateo 13, 24-43. "Dejad crecer juntos el trigo y la cizaña".
Homilía
Jesús sigue hablando en parábolas y quiere tocar un tema que ha preocupado al
ser humano en todo momento de la Historia.
¿Por qué el mal? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Cómo entender el poder de Dios si
vivimos también rodeados por la maldad? ¿Qué papel juega Dios en todo esto?
Los creyentes en Jesús nos podemos ver arrastrados por dos realidades:
* La pequeñez del Reino de Dios y la necesidad de que este reino sea dado a
conocer a todos.
* El Reino de Dios, ese reino que tanto pedimos en el venga a nosotros tu Reino…
que decimos en el Padrenuestro, parece como si no terminada de llegar a nuestro
corazón, a las estructuras sociales, a todo el mundo…
En la medida que intentamos ir difundiendo esa buena noticia, vemos que casi
pegado al mensaje de Dios, crecen otros mensajes aparentemente tanto o más
atractivos que el del Señor.
¿Qué mensajes te llegan al corazón: derechos humanos, respeto a los demás,
tolerancia…? ¿Qué despiertan en ti esos mensajes? ¿Son estos mensajes también
presencia de Dios?
El Evangelio nos propone una de las respuesta más increíble que podamos
imaginar: el bien camina junto al mal por el mismo camino, por las mismas
sendas. Pero hay una seguridad: el mal se desvanecerá antes de llegar al final
del camino. Se desvanecerá por la fuerza invisible del bien. El mal sólo se
destruye con el ejercicio del bien.
El trigo y la cizaña cuando empiezan a crecer se parecen tanto que los judíos de
la época pensaban que la cizaña era trigo que se había corrompido. El bien y el
mal andando juntos en nuestra realidad humana, se parecen pero no son ni mucho
menos iguales.
El Reino de Dios necesita ser sembrado, cuidado, mimado, vivido. El mal se
propaga por sí solo, sólo hay que sembrarlo. Hay una realidad fácilmente
comprobable y es que el mal logra esconderse largo tiempo en la vida de las
personas en forma de odio, maldad, celos, alejamiento de Dios, etc.
En el mundo el mal está presente en forma de toda clase de acciones que conducen
al ser humano a la infelicidad permanente. Existe un estado donde la persona va
perdiendo el norte de su vida y al final no sabe ni quién es, ni dónde está ni
adónde va.
La paradoja del mal y del bien en el mundo es que el mal parece no exigir gran
esfuerzo, se hace con facilidad y hasta con impunidad. Hacer sufrir a alguien es
muy sencillo, destruir es muy fácil; pero hacer el bien, crear, hacer crecer a
los demás, hacerlos personas, recrearlos de nuevo libres ya de las ataduras de
los pecados, es una obra que sólo puede hacer Dios a través de nosotros.
Una persona se puede contagiar del mal fácilmente con la actuación de otra
persona. Una persona sólo puede estar incitada permanentemente al bien si Dios
la ilumina, le da la fuerza necesaria y el apoyo en el interior de su corazón.
Para sembrar el bien cada persona debe ser para la otra hermano y hermana.
Para muchas personas el Evangelio aparece como algo sin fuerzas, sin posibilidad
de transformar la vida de las personas que nos rodean.
¿Te sientes transformado por Dios? ¿Por qué? ¿En qué?
El Evangelio es como una pequeña semilla, casi insignificante: no está hinchada
de filosofía, no quiere alardes y puede ser predicado y entendido por cualquier
persona que se abra al bien. No debemos olvidar que ambas siembras la de la
bondad de Dios y el mal se hacen casi al mismo tiempo, cada persona debe decidir
qué cosecha escoger.
Tengo el convencimiento prometido por la palabra que Cristo triunfará al final
de la Historia… Para saber lo que está bien y lo que está mal, tenemos que
recurrir una y otra vez a la palabra y al corazón de Dios, a la experiencia
cristiana de tantos hombres y mujeres donde la bondad ha hecho su morada.
Tenemos que volver una y otra vez a nuestro corazón para que en ese diálogo
interior y personalísimo con el Señor, nos haga entender que nosotros no estamos
llamados a juzgar a nadie. Jesús no nos ha nombrado jueces de nadie sino
hermanos y hermanas de nuestros hermanos y hermanas… Dejo el juicio para Dios y
prefiero acoger al que dejó crecer la cizaña en sí mismo, con el amor con el que
Dios me acoge.
* * *
1. ¿Cuándo has notado en tu vida la presencia de
Dios?
2. ¿Qué ha transformado Dios en tu vida?
3. ¿Cómo te planteas el mal que existe en el mundo? ¿Con paz? ¿Con serenidad?
¿Con desánimo? ¿Con esperanza?
4. ¿Qué puedes hacer para seguir sembrando el Evangelio?
5. ¿Cómo ayudar al que está lejos de Dios?
28.¿Y qué es la cizaña?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Cordova
Reflexión
La expresión artística ha sido, a lo largo de los siglos, una de las
manifestaciones más nobles de la belleza, de la originalidad, del genio y de la
grandeza del espíritu humano. Y, además, un vehículo importante para la
comunicación del pensamiento y de la cultura, ya que el arte –al igual que la
música y la poesía– transmite siempre una idea, una visión de la vida y de las
cosas, una experiencia o un sentimiento personal. Durante varios siglos, sobre
todo en el arte paleocristiano, bizantino y gótico, se hizo común la creación de
“trípticos”, tanto en la pintura, como en los mosaicos, vitrales y en las así
llamadas “miniaturas”. Consistían éstos en representar juntas tres escenas de la
Biblia o del Evangelio, formando una unidad artística y catequética. El arte
cristiano fue, desde los orígenes, una forma extraordinaria de predicación
sagrada y de catequesis popular.
Pues hoy nuestro Señor en el Evangelio nos presenta un maravilloso “tríptico” de
parábolas para hablarnos del misterio del Reino de los cielos: la parábola de la
cizaña, del grano de mostaza y de la levadura. Cristo está hablando a sus
discípulos –y también a nosotros hoy– de una realidad sumamente importante y
esencial de su mensaje, de su “Buena Nueva” –esto precisamente significa
“evangelio” en griego–, pero a la vez de algo misterioso y de difícil
comprensión. Por eso Jesús usa parábolas, para ayudarnos a comprender misterios
muy profundos a través de sencillas imágenes y asequibles comparaciones.
La parábola del grano de mostaza nos enseña que el Reino de los cielos –es
decir, la vida de la gracia divina en nosotros, la Iglesia y las obras de Dios–
es siempre pequeño y casi insignificante en sus inicios, pero tiene que ir
creciendo hasta convertirse en un árbol frondoso, capaz de abrigar en sus ramas
a las aves del cielo; o sea, capaz de salvar a miles de personas y llevarlas a
la vida eterna. El crecimiento continuo es ley de vida, y el día que no se
crece, se muere.
La parábola de la levadura nos habla de esa acción silenciosa y lenta, pero
profundamente eficaz y transformante que realiza el Evangelio, no sólo en la
propia alma, sino también en los ambientes y en las sociedades, impregnando de
fe y de vida nueva todas las realidades humanas. Eso fue lo que hizo el
cristianismo en el imperio romano: los primeros cristianos, con su maravilloso
testimonio de vida santa y auténtica, con su ejemplo de caridad, de pureza, de
piedad y con el perfume de sus virtudes lograron transformar el ambiente
corrompido y enrarecido del paganismo antiguo. Esto es lo que ha hecho la
Iglesia a lo largo de veinte siglos de historia, a pesar de tantas persecuciones
y calumnias. Y lo sigue haciendo en nuestros días, con las mismas armas de
siempre: la fe, la esperanza y la caridad.
La parábola de la cizaña, por su parte –valdría la pena detenerse con más calma
en la consideración de esta enseñanza de Cristo, aunque el tiempo y el espacio
aquí disponibles no lo permiten– nos da tantas lecciones importantes para
nuestra vida cristiana. La cizaña es toda yerba mala que impide al trigo –a la
semilla buena– crecer libremente en el campo de Dios. Cizaña es todo aquello que
significa obstáculo, pecado y vicio en el mundo. La cizaña tiene múltiples
rostros y caretas: el odio, la persecución, la calumnia, la división, el engaño,
la injusticia, el fraude... Cizaña es toda forma de egoísmo y de soberbia; son
las pasiones desordenadas del ser humano, la intriga, la maledicencia, la
mentira, el escándalo... Tal vez muchas veces hemos oído la expresión: “no
vengas aquí a sembrar cizaña”, y con esa frase pretendemos decir que no queremos
divisiones, odios ni malquerencias, intrigas o divisiones que dañen el buen
espíritu cristiano de caridad.
La cizaña es todo aquello que nos sirve de tropiezo para llegar a Dios o se
opone a Él. Es, en fin, –por decirlo con una sola palabra– el “mysterium
iniquitatis” del que hablaba san Agustín: el misterio del mal en el mundo y en
el hombre. ¡Y vaya que si es un misterio! ¡Cuántas veces hemos escuchado estas
preguntas tan inquietantes como difíciles de responder!: “¿Por qué existe el mal
en el mundo, si Dios es tan bueno? ¿Por qué permite el dolor y el sufrimiento
humano, sobre todo de los más débiles, los inocentes y desamparados? ¿Por qué
las guerras, las injusticias, el odio, la venganza, la prostitución, el abuso de
los poderosos?” Y sentimos tal vez indignación o rebeldía interna... y también
la tentación de preguntarle a Dios, como los obreros de la parábola: “Pero, ¿no
sembraste tú buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, sale la cizaña?” Y el
Señor nos responderá lo mismo que a los obreros: “Un enemigo lo ha hecho...
mientras vosotros dormíais”.
Dios no es el culpable de nuestros “pleitos” y fechorías. Es el mismo hombre el
culpable de tantos desórdenes y abusos que vemos a cada paso: en las noticias,
en la calle, en nuestra propia casa. ¿Ya te enteraste de lo que pasó hace unos
días en el Parlamento europeo? ¡Unos cuantos gobiernos de izquierda pretenden
imponer por la fuerza a todos los países de la Unión europea la ley del aborto
obligatorio y de los anticonceptivos a todas las mujeres y adolescentes sin
distinción! ¿No es escandaloso y motivo de rabia? ¡Y qué decir de tantos y
tantos otros abusos y excesos en todos los campos: el libertinaje sexual, el
subjetivismo y relativismo moral, el indiferentismo o el fanatismo religioso, la
imposición de leyes y conductas que violan los derechos humanos, la libertad
religiosa y la propia conciencia!.... ¿Por qué todo esto? ¡Ahí está la cizaña
sembrada por el enemigo! Sí, mientras nosotros “dormíamos en los laureles”...
Ante este panorama, si somos buenos cristianos, personas con dignidad, con
conciencia y con valores, ¡quisiéramos arrancarlo todo de raíz!, ¿no es cierto?
Quisiéramos, como Santiago y Juan, “hacer llover fuego del cielo” a todos los
que se oponen a Cristo para que los consumiera. Y, sin embargo, Dios, el Dueño
del campo, nos dice que no. Que esperemos que crezcan juntos la cizaña y el
trigo. Hasta que llegue el día de la siega. ¿Por qué actúa así Dios? Porque Él,
en su infinita paciencia y misericordia, no quiere que “fulminemos” a los malos,
sino que les demos tiempo. Tal vez también ellos se den cuenta de su error, se
arrepientan y se conviertan, como el buen ladrón del Evangelio, aunque sea a la
última hora de su vida. A nosotros nos toca ser buenos colaboradores de Dios:
tener paciencia como Él, dar tiempo al tiempo, orar también por los que nos
persiguen y calumnian –¿se acuerdan de la vergonzosa campaña de calumnias y
críticas que varias gentes organizaron contra algunos sacerdotes
católicos?....–. Pues Cristo quiere que sepamos perdonar, que les demos buen
ejemplo de caridad y que oremos por todos aquellos que pueden ser, de algún
modo, “cizaña” para que lleguen a ser trigo bueno en el campo del Señor.
29. COMO FERMENTO. JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 16/07/08.- Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios
tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No era fácil creerle.
La gente esperaba algo más espectacular: ¿dónde están las «señales del cielo» de
las que hablan los escritores apocalípticos? ¿Dónde se puede captar el poder de
Dios imponiendo su reinado a los impíos?
Jesús tuvo que enseñarles a captar su presencia de otra manera. Todavía
recordaba una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su
casa. Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del
sábado, a elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la
actuación maternal de Dios introduciendo su «levadura» en el mundo.
Con el reino de Dios sucede como con la «levadura» que una mujer «esconde» en la
masa de harina para que «todo» quede fermentado. Así es la forma de actuar de
Dios. No viene a imponer desde fuera su poder como el emperador de Roma, sino a
trasformar desde dentro la vida humana, de manera callada y oculta.
Así es Dios: no se impone, sino trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de
actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el
mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza
trasformadora.
Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad como «desde
fuera» tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como
nosotros. No es ésa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir
«dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y
contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el
Evangelio.
Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús.
Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad
para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano. (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su
procedencia).
30. ROMA, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).-
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de
la Casa Pontificia, a la liturgia del XVI Domingo del tiempo ordinario
Lecturas: Sabiduría 12, 13.16-19; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-43
El trigo y la cizaña
Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en
el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica
el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; indica la
fuerza transformadora del Evangelio que "levanta" la masa y la prepara para
convertirse en pan.
Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no
sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela
a parte.
El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la
cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.
Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa
que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus sectáreos,
donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está
la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas perfectas; por otra, el
mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación. A estos se les
opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en
la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores y en el que hay
lugar para crecer y convertirse. "Los malos --decía-- están en el mundo o para
convertirse o para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia".
Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben
entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas humanas, no
sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de nosotros, no
sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la propensión a
señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien
le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción:
"Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también
está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor".
Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña, sino la
paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la primera lectura,
que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de
paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al
día del juicio para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad,
misericordia, voluntad de salvar.
La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance. Uno
de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de Dios para
los no creyentes ha sido siempre el "desorden" que hay en el mundo. El libro
bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz de las
razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: "Todo le sucede igual al
justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en
lugar de la justicia la impiedad" (Qoelet 3, 16; 9,2). En todos los tiempos se
ha visto que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. "Pero
--como decía el gran orador Bossuet-- para que no se crea que en el mundo hay
algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en
el trono y la iniquidad en el patíbulo".
La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet: "Dije
en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para
cada cosa y para toda obra" (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama en la parábola
"el tiempo de la siega". Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de
observación adecuado ante la realidad, de ver las cosas a la luz de la
eternidad.
Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una
mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia
adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.
No se trata de quedar con los bazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino
de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y reprimir la
injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de
buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable: la
certeza de que la victoria final no será de la injusticia, ni de la prepotencia,
sino de la inocencia.
Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios
sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se
rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra. En muchos
milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha
adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca
se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue experimentándola como intolerable. Y
a esta sed de justicia responderá el juicio. Ya no sólo será querido por Dios,
sino también por los hombres y, paradójicamente, también por los impíos. "En el
día del juicio universal --dice el poeta Paul Claudel--, no sólo bajará del
cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra".
¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de vista,
incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo que tanto
nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la
mafia la ‘ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres está presente en
muchos países. Recientemente el libro "Gomorra" de Roberto Saviano y la película
que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de odio y de desprecio
alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así como el sentimiento de
impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.
En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de crímenes
horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y
tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces
humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no os
hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado nada! El verdadero
juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros días en libertad, temidos,
honrados, e incluso con un espléndido funeral religioso, después de haber dado
grandes ofertas a obras pías, no habréis logrado nada. El verdadero Juez os
espera detrás de la puerta, y no se le puede engañar. Dios no se deja corromper.
Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable
susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre la
parábola de la cizaña: "De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se
la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a
sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de
iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el
rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su
Padre".
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]