COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 8. 26-27

1.ORA/ES.

No sólo la creación entera padece dolores de parto y suspira por la manifestación de los hijos de Dios, no sólo nosotros mismos, sino también el Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones (5. 5). El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, es decir, en ayuda de nuestra incapacidad de orar, pues normalmente somos insensibles a la necesidad que padece el mundo y ciegos para descubrir nuestras miserias, de manera que no sabemos pedir a Dios la salvación con toda nuestra alma y con todas las fuerzas. Cuando nuestra oración anda por los suelos, viene el Espíritu a levantarla hasta el cielo.

El Espíritu no necesita orar con palabras articuladas; puede orar y ora en nosotros de un modo inefable, y nos une al Padre que nos lo ha enviado. Es posible también que Pablo esté refiriéndose a la oración carismática de los que hablan "en lenguas" en medio de la comunidad, una oración en la que ni siquiera los que la hacen la comprenden y resulta ininteligible para los que la escuchan, pero que tiene un sentido que Dios revela por medio de sus profetas.

El que escudriña los corazones, Dios, reconoce en estos gemidos inefables la oración del Espíritu por nuestra redención.

Incluso en nuestros días, en los que no tenemos experiencia de la oración en lenguas o "glosolalia" o la juzgamos de muy distinta manera que los primeros cristianos, podemos barruntar algo de lo que intenta decirnos Pablo: detrás de todos nuestros pensamientos y palabras hay Otro que suspira, y no somos nosotros los que oramos únicamente en nuestra oración.

Así, pues, Pablo es consciente de que hay como un suspiro universal por la redención del hombre y la liberación, con el hombre, de todas las criaturas. En este suspiro, promovido por el Espíritu, reconoce la garantía de que vendrá sin falta la redención total. La esperanza no puede defraudarnos.

EUCARISTÍA 1987/34


2. ES/GEMIDOS: ES EL TERCER GEMIDO (DESPUÉS DEL DE LA CREACIÓN Y DEL CREYENTE) Y HACE QUE VIVAMOS-SINTAMOS Y ANHELEMOS EL REINO.

Como el domingo anterior, la segunda lectura es un buen complemento a las parábolas del Reino. No sólo gime el universo y gemimos nosotros (cf. domingo anterior), sino que también es el Espíritu mismo quien gime. El Espíritu, en nuestro interior expresa mucho más intensa y vivamente que nosotros mismos este anhelo de vida y plenitud que es el Reino. ¿Cómo podríamos vivir lo que vivimos, sentir lo que sentimos, anhelar lo que anhelamos, si no fuera por el Espíritu que hay en nosotros? ¡Por él creemos y tenemos la esperanza cierta de que un día el Reino llegará a plenitud! Y si estamos aquí, celebrando la Eucaristía, que es figura, anuncio y prenda del Reino, es porque el Espíritu nos ha conducido. Y él hace que este pan que comemos sea presencia de JC, presencia de su vida plena.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/15


3.

Dentro de la vida en el Espíritu un tema particularmente importante es el de la oración. La condición cristiana no supone una total transformación del hombre, sino que continúa con aspecto de debilidad. Sobre todo cuando se trata de la comunidad con Dios. Es punto donde se hace más sensible la importancia del hombre que ha de ser suplida por el propio Espíritu.

A menudo se da por supuesto que prácticamente podemos saber y podemos establecer nuestra oración. Que es cuestión de adecuada preparación y buena voluntad. Sin duda es importante tenerlo, pero no puede bastar cuando se trata de ponerse en comunicación con el Señor. Quizá se pueda precisar un poco más esta situación cuando comparamos nuestras peticiones -¡deben hacerse, ciertamente!- con sus resultados prácticos. Frecuentemente no lo conseguiremos. Y ello no se debe a falta de interés por parte de Dios, sino a que quizá no hemos sabido pedir lo que nos conviene.

Los "gemidos inefables" probablemente son los sentimientos y vivencias internas, de los que nosotros mismos no somos demasiado responsables ni a un conscientes, pero que nos abren a Dios.

También podría Pablo referirse a manifestaciones carismáticas en expresiones no articuladas, como manifestación de la presencia del Espíritu. Pero eso es menos verosímil porque está hablando de todos los cristianos y no de grupos especiales donde se dieron esos fenómenos.

El segundo y último versículo subraya la concisión del Espíritu, su modo de ser en nosotros. Seguramente no nos cuesta trabajo aceptar ese modo de ser para el Espíritu en sí, pero no resulta tan sencillo cuando hemos de pensar que ese Espíritu es el que está presente en nosotros y nos impulsa a actuar de modo determinado. Muchas veces ni nos damos cuenta de El. Pero Dios se está comunicando con nosotros. Algo así como si fuésemos una especie de espejo del propio Dios cuando el Espíritu actúa.

F. PASTOR
DABAR 1990/38


4.

La humanidad va tras la vida, la felicidad, la libertad. A esto van encaminados todos sus trabajos y esfuerzos, que, como veíamos el domingo pasado, son equiparables a un parto (cfr. /Rm/08/22).

La humanidad vive un continuo parto, ilusionada con dar a luz una criatura perfecta. Pero su debilidad radical (el egoísmo, el vivir para sí) puede más que su ilusión y por eso sus parto es trabajoso y decepcionante.

Como parte integrante de la humanidad, los cristianos condividen la grandeza y la miseria de esa misma humanidad. También ellos experimentan la debilidad (v. 26), es decir, el egoísmo paralizante, que encierra en uno mismo borrando todo horizonte e imposibilitando toda colaboración en la tarea de creación de una nueva criatura. La persona egoísta está además incapacitada para saber pedir.

Función del Espíritu es ayudar a los cristianos a salir del egoísmo abriéndoles la perspectiva del nuevo estado de felicidad y libertad, al que ya pertenecen por su condición de hijos. Esta acción del Espíritu es callada (la traducción "inefable" es inexacta) y del agrado de Dios Padre, que conoce la intimidad de las personas y es poco amigo de triunfalismos.

DABAR 1981/41


5.

-El Espíritu Santo ora en nosotros (Rm 8, 26-27)

Es el fruto más admirable de la presencia del Espíritu en nosotros: nuestra posibilidad de acceder a Dios. Ya nos lo recordaba el final de la lectura del domingo pasado: tenemos en nosotros las primicias del Espíritu. Con todo, nuestra salvación es objeto de esperanza... Esperar lo que no vemos, es saber aguardar con constancia.

Esta situación difícil, distendida entre lo que ya poseemos y lo que esperamos como definitivo, es precisamente la que nos debe impulsar a gemir, a pedir y a orar. Pero por nosotros mismos somos incapaces. Es el momento en que interviene el Espíritu, que viene en ayuda de nuestra debilidad. Esta debilidad no es necesariamente de orden moral, sino que se refiere, sobre todo, a nuestra falta de sentido espiritual, a nuestra falta de esperanza. Porque la tensión tan intensa que sentimos entre lo que tenemos en nuestras manos como un comienzo y primicia y lo que será definitivo pero todavía no lo tenemos totalmente asegurado, no es, por su naturaleza, tranquilizante; somos demasiado débiles para soportar pacientemente esa situación. Nos sentimos incluso incapaces de la enérgica reacción que podría suponer la oración. No sabemos cómo orar. Nuestra limitación nos cierra el paso hacia los designios de Dios y la prisión de nuestro cuerpo nos pone en peligro de no dejarnos acceder a lo que debería ser nuestro verdadero anhelo. Pero el Espíritu ora en nosotros y su intercesión por nosotros corresponde a las perspectivas de Dios, que es la realización de su plan de salvación. De la misma manera que el Espíritu une a los cristianos entre sí en la comunidad y hace de ellos una sola cosa, su unidad con el Padre le posibilita conocer sus caminos y lo que conviene a nuestra vida encerrada cn la complejidad de lo que constituye la recreación del mundo en la unidad.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 151