COMENTARIOS AL SALMO 68

 

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL  

* Salmo de súplica, en tres partes:

El suplicante grita angustiado: 

-sufrimiento horrible (se siente asfixiado por las oleadas de barro, aúlla, y siente que su  garganta se incendia) 

-sufrimiento injusto (es maltratado por su piedad, el ambiente pagano amenaza  sumergirlo) 

-sufrimiento por la causa de Dios ("me devora el celo de tu casa, en mí han recaído las  ofensas de los que te insultan")

-enemigos numerosos lo rodean.

Lejos de resignarse, el suplicante se dirige a Dios y ora:

-implora su liberación, su salvación...

-pide venganza conforme a la ley del Talión: sus imprecaciones terribles se dirigen contra  las fuerzas infernales; pide a Dios que las haga desaparecer (la "mesa" de que se habla  aquí es la de los festines sagrados idolátricos a los falsos dioses"); que los enemigos de  Dios sean aniquilados.

Esta súplica trágica termina en una acción de gracias. Los gritos y las imprecaciones  de las dos primeras partes deben interpretarse a la luz de esta parte final: "alabaré a Dios...  Al ver esto los pobres se alegrarán... Vida y alegría para quienes buscan a Dios... El Señor  escucha a los humildes...".

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

** Este es uno de los salmos más citados en el Nuevo Testamento.

-En la cólera de Jesús contra los mercaderes del templo, los discípulos vieron la aplicación  de este versículo del salmo: "el celo de tu casa me devora" (Juan 2,17).

-Jesús cita explícitamente este salmo, la víspera de su Pasión, hablando de sus enemigos:  "me odian sin motivo, injustamente" (Juan 15,25). 

-"Cuando tuve sed, me dieron vinagre". (Juan 19,28). El evangelista afirma que Jesús dijo,  "tengo sed"... para que la escritura se cumpliera (Mateo 27,48; Marcos 15,36).

-Hasta las mismas imprecaciones son citadas por los primeros cristianos, aplicadas a la  traición de Judas (Hechos 1,20; Romanos ll,9; Romanos 15,3): El misterio de la iniquidad del  mundo está en mira.

Este justo que sufre por la causa de Dios, igual que Job o Jeremías, es ante todo, un  pobre anónimo del Antiguo Testamento... Pero es, eminentemente, Jesús en la cruz. No es  mera casualidad que el final del salmo sea un "canto de acción de gracias". Imitando  anticipadamente su muerte, la víspera por la tarde Jesús la vivió libremente como una  comida eucarística.

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** El grito de lamentación que sube de este salmo, para alguno de nosotros, puede  ser de candente actualidad: "Sálvame, Dios mío... Me hundo... Me agoto... Mis ojos están  cansados... mis detractores son numerosos... Lloro... Los insultos llueven sobre mí"... Es la  oración de los enfermos, de los desgraciados. Pero es también, colectivamente, el llamado  de los países del tercer mundo. Escuchemos a Dom Helder Cámara, obispo del Brasil, que  sí sabe lo que dice. "La Iglesia nos enseña la paternidad de Dios y la fraternidad humana",  Ahora bien, el balance es el siguiente: 20% de la humanidad dispone de más del 80% de  los recursos; más del 80% de la humanidad debe vivir con menos del 20% de los recursos  de la tierra... La miseria deshumaniza; el exceso de confort hace al hombre inhumano... La  abundancia de los países ricos, está en gran parte alimentada, por la miseria de los países  pobres... El escándalo del siglo es la marginación que aleja del progreso, de la creatividad y  de la decisión a más de las dos terceras partes de la humanidad... Perdóname si he sido  importuno".

Haced la experiencia, al menos una vez, de releer este salmo poniéndolo en boca de los  "pobres" del tercer mundo. Comprenderéis entonces la tentación de violencia revolucionaria  que se fermenta en ciertos corazones. ¿Eres tú uno de aquellos que mediante la oración y  la acción, se comprometen en la verdadera promoción de sus hermanos? "Dios vendrá a  salvar a Sión y a reconstruir las ciudades de Judá... Porque el Señor escucha a los  pobres... "Jesús" en hebreo significa "Dios-salva". Con este salmo podemos orar por la  "salvación" del mundo. La salvación prometida no es un engaño: ¡"la hora de Dios vendrá"!  ¡Es la hora de tu gracia! "Vida y felicidad para aquellos que buscan a Dios". La  Resurrección de Cristo es la prenda: la destrucción de toda fuerza del mal que ha realizado  plenamente en él... Pero nosotros debemos esperar y trabajar avivando un gran deseo con  este salmo.

Aguardar, esperar. La esperanza es uno de los valores que más necesita el hombre  contemporáneo. El progreso técnico, logrado en estos últimos decenios, amenaza ocupar el  lugar que tenía en otro tiempo la esperanza. Obnubilado por las victorias logradas en  muchos campos científicos, el hombre tiene la tentación de creer que la esperanza religiosa  es algo caduco y pasado de moda: ¿para qué invocar a Dios, cuando uno puede conseguir  "todo" con los propios medios humanos? No es cuestión de echarse para atrás. Las  adquisiciones de la ciencia y la técnica subsistirán. El hombre moderno no tendrá más  ciertos miedos ancestrales que pudieron ayudar a nuestros antepasados a invocar a Dios y  que nosotros consideramos irracionales y precientíficos. En este  sentido los avances de la civilización contribuyen a purificar las religiones, inclusive la  religión cristiana, de ciertas actitudes infantiles. Pero la era científica no ha resuelto aún  ciertas fatalidades que pesan sobre la condición humana: fragilidades afectivas, nuevas  dificultades relacionales entre generaciones y clases sociales, angustia del anonimato y de  la soledad urbana, inseguridad profunda ante el porvenir, nuevos fracasos profesionales... 

Estas, y muchas otras situaciones típicamente contemporáneas hacen nacer hoy una  nueva necesidad de esperanza. Cada uno debe "traducir", en las propias circunstancias de  su vida, las expresiones del salmo: "Sálvame, Dios mío... que no se avergüencen, los que  esperan en Ti, Señor... Levántame, Dios mío, y sálvame"...

Por una oración "que avanza". Si entramos en el "movimiento" de este salmo,  quedaremos impresionados por su dinamismo: comienza con un grito de súplica, continúa  con una petición, y culmina en la alegría de la acción de gracias. Deberíamos adoptar  frecuentemente este ritmo: nuestra oración no puede ser el simple machaqueo fastidioso y  estático de contrariedades y problemas (siniestra forma de reforzarlos sicológicamente a  fuerza de repetirlos). Una verdadera oración nos transforma. Ella nos hace avanzar. Es  normal que comencemos exponiendo a Dios nuestras preocupaciones, como lo hace la  conmovedora "lamentación" de comienzos del salmo. Pero deberíamos concluir como lo  hace el salmo: "Alabaré con cantos el nombre de Dios... Que el cielo y la tierra alaben a  Dios... Vida y alegría a quienes buscan a Dios... Que los afligidos se alegren"... 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 133-135


2.

Hay en este salmo tres elementos fundamentales: un análisis profundo de sus  desgracias; un refugiarse incesante, pero alternadamente, en Dios; y las infaltables  imprecaciones.

El salmista es un individuo injustamente acusado; está, además, seriamente enfermo, y,  para colmo, una cadena de aflicciones de todo color lo aprieta y asfixia. Es la suya una  situación desesperante de la que hace una poderosa descripción, lanzando, de entrada, un  grito desgarrador: «Sálvame, Dios mío.» Las aguas me llegan al cuello; el río está  creciendo y la corriente me arrastra al centro del torbellino; estoy hundiéndome en el barro  profundo y no sé dónde apoyar el pie. Tengo rota la garganta de tanto gritar y mis ojos  están ya nublados de tanto esperar (vv. 2-4).

La descripción continúa con pinceladas poderosas a lo largo de todos los versículos,  alternando con momentos de súplica, llenos de confianza.

Los que me odian sin razón ni motivo son más numerosos que los cabellos de mi cabeza  y sus ataques son más duros que mis huesos (v. 5). Mis hermanos me miran como a un  extraño, soy como un extranjero en la casa de mi madre. Y todo esto sucede porque el celo  de tu Casa me quema como un fuego devorador, y las afrentas que los impíos lanzan  contra Ti han caído sobre mí como cuchillos afilados. Cuando, en tu honor, me entrego al  ayuno, la sonrisa burlona asoma en seguida a sus caras, y cuando me ven rezar, se sientan  a la puerta para dedicarme coplas mordaces mientras no paran de tomar vino (vv. 9-13).

* * * * *

A continuación, a lo largo de 24 versículos, se eleva, ardiente, la súplica del salmista,  salpicada de vehementes anatemas contra sus enemigos. La apelación es múltiple,  insistente, casi abrumadora, con variadísimos motivos y formas literarias: imploro tu  bondad, tu favor, tu fidelidad; sácame de este barro, por favor que no me hunda, líbrame de  las aguas profundas, que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino.  Acércate a mí, respóndeme en seguida, rescátame, necesito consolación pero nadie me la  proporciona (vv. 14-22).

En los ocho últimos versículos la esperanza levanta, ¡por fin!, la cabeza; el alma, hasta  ahora en tinieblas, del salmista comienza a amanecer, y la alegría, como una primavera,  cubre de sonrisas sus grutas y praderas. Y, en una reacción final, el salmista, olvidándose  de sí, entrega palabras de aliento a los pobres y humildes; y aterriza el salmo con una  cosmovisión alentadora de salvación universal.

A pesar de su longitud, el salmo 68 puede proporcionar mucha consolación a las  personas envueltas en la tribulación.

SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986. Págs. 158 s.


3. LA CARGA DE LA VIDA

«Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello».

Estoy cansado de la vida. Estoy harto del triste negocio del vivir. No le veo sentido a la vida; no veo por qué he de seguir viviendo cuando no hay por qué ni para qué vivir. Ya me he engañado bastante a mí mismo con falsas esperanzas y sueños fugaces. Nada es verdad, nada resulta, nada funciona. Bien sabes que lo he intentado toda mi vida, he tenido paciencia, he esperado contra toda esperanza... y no he conseguido nada. A veces había algún destello, y yo me decía a mí mismo que sí, más tarde, algún día, en alguna ocasión, se haría por fin la luz y se aclararía todo y yo vería el camino y llegaría a la meta. Pero nunca se hizo la luz. Por fin, he tenido que ser honrado conmigo mismo y admitir que todo eso eran cuentos de hadas, y seguí en la oscuridad como siempre lo había estado. Estoy de vuelta de todo. He tocado fondo. Estoy harto de vivir. Déjame marchar, Señor.

«Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente. Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta; se me nublan los ojos».

Siento el peso de mi fracaso, pero, si me permites decirlo, lo que de veras me oprime y me abruma es el peso de tu propio fracaso, Señor. Sí, tu fracaso. Porque, si la vida humana es un fracaso, tú eres quien la hiciste, y tuya es la responsabilidad si no funciona. Mientras sólo se trataba de mi propia pena, yo me refugiaba en el pensamiento de que no importaba mi sufrimiento con tal de que tu gloria estuviera a salvo. Pero ahora veo que tu gloria está íntimamente ligada a mi felicidad, y es tu prestigio el que queda empañado cuando mi vida se ennegrece. ¿Cómo puede permanecer sin mancha tu nombre cuando yo, que soy tu siervo, me hundo en el fango?

«Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí».

Por ti y por mí, Señor, por tu honra y por la mía, no permitas que mi alma perezca en la desesperación. Levántame, dame luz, dame fuerzas para soportar la vida, ya que no para entenderla. Sálvame por la gloria de tu nombre.

«Arráncame del cieno, que no me hunda, líbrame de las aguas sin fondo. Que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino, que no se cierre la poza sobre mí».

No pido más que un destello, un rayo de luz, una ventana en la oscuridad que me rodea. Un relámpago de esperanza en la noche del desaliento. Un recordarme que tú estás aquí y el mundo está en tus manos y todo saldrá bien. Que se abran las nubes, aunque sólo sea un instante, para que yo pueda ver un jirón de azul y asegurarme de que el cielo existe y el camino queda abierto a la ilusión y a la esperanza. Hazme sentir la gloria de tu poder en el alivio de mi impotencia.

«Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu salvación me levante. Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias».

¡Señor!, reconcíliame de nuevo con la vida.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los salmos
Sal Terrae, Santander 1989, pág. 129