COMENTARIOS AL EVANGELIO

Mc 06, 07-13

Paralelos:
Mt 10, 5-42 - Lc 9, 1-6

 

1.
 

A la proclamación del reino de Dios no se procede casualmente. Hay una "institución", una organización que pone en movimiento y planifica el anuncio de la gran noticia. En este pasaje el evangelista nos presenta con mucha agudeza una de las partes más esenciales de la eclesiología del Nuevo Testamento.

En primer lugar está el envío, la misión. Se va a predicar porque ha sido Jesús el que ha enviado: no se va a ofrecer una opinión propia o un descubrimiento propio. El evangelista es coherente consigo mismo. El envío implica el anuncio de una gran noticia, la cual posee ciertamente un contenido intelectual, pero consiste principalmente en la praxis: "y les había dado autoridad sobre los espíritus impuros".

La gran noticia no era solamente o principalmente una interpretación del mundo o de la historia; era, sobre todo, una indicación de transformación de este mundo y de esta historia, que desde el primer momento estaban sometidos a la acción benéfica del Evangelio, que, por lo tanto, puede concebirse como una dinámica desalienante. Hablar de "espíritus impuros" o de "alienaciones" es fundamentalmente la misma cosa: se trata de todo lo que amenaza al hombre desde fuera y no le permite realizarse como ser humano.

En segundo lugar, observamos que los discípulos son enviados "de dos en dos": se trata de la comunidad, de la colectividad. El anuncio se lleva adelante siempre en forma comunitaria; por lo tanto, hay que crear una plataforma colectiva, una especie de estación de lanzamiento, desde donde se pueda hacer escuchar este "kerygma", esta gran noticia.

Es sorprendente la insistencia en condenar, de la forma más absoluta, el triunfalismo de la misión: los discípulos tenían que llevar consigo solamente lo estrictamente necesario. La misión se prepara, sí, pero no más de la cuenta.

El acento no se pone principalmente sobre la pobreza de los misioneros, cuanto sobre la pobreza de la misión. La misión es solamente esto: un "envío", un ser enviados por aquél que es el único responsable de su éxito.

El misionero cristiano no debería apartarse mucho de la descripción que el apóstol Pablo hace de su propia actividad, escribiendo a los corintios (1/Co/02/01-05): su presentación a la comunidad se hizo dentro de un marco de complejo de inferioridad y de máximo respeto a las opciones de los misionados.

Instrucciones antitriunfalistas eran, sin duda, tanto la de no cambiar de residencia como la de no insistir con los que no aceptaban la predicación. Efectivamente, por un lado hay el peligro de presentarse como persona importante, aceptando en consecuencia una mejor hospitalidad, ofrecida en función del orgullo y de la vanidad. Por otra parte, hay el peligro también de no respetar la libertad humana, incluso cuando quiere oponerse al designio benéfico de Dios. La gran noticia sólo podría ser ofrecida, jamás impuesta.

Este debería ser el código inicial de toda misión eclesial. Una iglesia que va buscando excesivos medios para instalarse, con el pretexto de la utilidad y eficacia de estos medios, es una iglesia que se ha debilitado en su fe. Pronto terminará por someter la fe a los intereses culturales, políticos y económicos, en los que fatalmente se ve envuelta en el gran tinglado de su "misión".

La pobreza de los misioneros es esencial; pero mucho más lo es la pobreza de la misión misma.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITÚRGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1143


 

2.

-La Misión. Los doce habían sido escogidos para que "estuvieran con él y enviarlos a predicar" (3, 14-15). En los capítulos anteriores les hemos visto separarse de la gente y seguir a Jesús, escuchar y aprender, vivir en comunidad con él; ahora (6, 7-13) Marcos nos muestra la otra dimensión del discípulo, la misionera. Las pocas palabras de Marcos (versículos 7-13) son muy densas del significado y constituyen, dentro de su brevedad, una especie de regla misionera.

Para describir la misión de los discípulos usa Marcos las mismas palabras que utiliza a través de todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). La misión de los discípulos depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su modelo. Cristo supone en el discípulo esta triple conciencia: conciencia del origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia de salir de si mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, continuamente de viaje; la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás.

Obsérvese la insistencia en la pobreza como condición indispensable para la misión: ni pan, ni morral, ni dinero, sino sólo calzado corriente, un bastón y un solo manto (versículos 8-9). Se trata de una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza; un discípulo cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios y demasiado hábil para encontrar mil razones utilitarias y considerar irrenunciable la casa donde se ha instalado y de la que no quiere salir (¡demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que renunciar!). Pero la pobreza es también fe; es la señal de que uno no confía en sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.

Hay finalmente un tercer aspecto que no es posible olvidar: la atmósfera "dramática" de la misión. Quizás sea ésta la nota dominante de todo el capítulo. Está la dramaticidad de la repulsa y la dramaticidad de la contradicción. Dos sufrimientos que el discípulo tiene que arrastrar con valentía. La repulsa está ya prevista (versículo 11): la palabra de Dios es eficaz, pero a su modo. El discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él.

Pero tiene que dejar en manos de Dios el resultado. Al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado. La otra dramaticidad, la de la contradicción, todavía es más interior a la naturaleza misma de la misión. El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 94s


 

3.

Comentario. Una rápida referencia separa los textos del domingo pasado y de hoy: "Y se puso a recorrer las aldeas de alrededor enseñando". La imagen que Marcos transmite de Jesús resulta sencillamente fascinante. Sin mención alguna de público, de reacciones, de contenidos. Como en Mc. 1, 38-39. Pero con una importante novedad: ahora no va a ser sólo Jesús a hablar. De dos en dos, a la usanza judía, van a hacerlo también los doce, llamados para acompañarle y ser enviados (cfr. Mc. 3, 14). Es el momento escogido por Marcos para dar paso a uno de los hechos cuya historicidad ha sido más cuestionada, pero del que hay demasiados indicios en las fuentes cristianas como para dudar de él. Como tantas veces, Marcos declara la guerra a los malos espíritus, entiéndanse éstos como se entiendan. Es una auténtica obsesión por la utopía, por un mundo limpio y abierto, lo que Marcos tiene. Y el recuerdo de las palabras de Jesús comienza a sonar conciso y austero: nada de pan, de bolsa para recoger la limosna, de dinero suelto en la faja, de dos túnicas.

Sólo un bastón en la mano y sandalias en los pies. (Un paréntesis: el adusto Marcos permite llevar más que el delicado Lucas (Lc. 9, 3) y el solemne Mateo (Mt. 10, 10). Pero esto son ya cuestiones de estudio entre semana). El cuadro resulta imponente. No es una cuestión de pobreza, como a veces se dice. Es una cuestión de credibilidad y de sincronía con el mundo de entonces. Así iban los esenios, los ambulantes, los filósofos. Hospitalidad es la norma en Oriente. No es asunto del que llega pedir hospitalidad; es asunto de los habitantes el ofrecerla. Por eso mismo el riesgo puede venir del abuso por parte del que llega. De ahí las palabras de Jesús: "Quedaos en la casa donde os alojéis hasta que os vayáis de aquel lugar". Es decir, aceptar con agrado lo ofrecido y no andar buscando algo mejor. En esta línea irá la posterior normativa de la Didajé, tal vez en la primera mitad del siglo II: "A todo apóstol que os llegue, recibidlo como al Señor. Se quedará un día, incluso dos si fuera necesario. Pero si se queda tres días es un falso profeta".

Evitar la preocupación de la búsqueda y evitar el abuso. "Si un lugar no os recibe sacudíos el polvo de los pies". No es un gesto de maldición, sino un gesto simbólico en caso de negación de hospitalidad o de hostilidad. Es un aviso, una llamada a la responsabilidad, a la reflexión y al arrepentimiento (cfr. Hechos 13, 51; 18, 6). Esto es, en definitiva, lo que Marcos formula escuetamente en su resumen de la actuación de los doce, a la que otorga el mismo poderío que a la de Jesús.

A. BENITO
DABAR 1985, 37


 

4.

Ante el rechazo de Jesús por sus paisanos, Marcos comentaba el domingo pasado: "Y se extrañaba de aquella falta de fe y recorría las aldeas de alrededor enseñando" (Mc. 6, 6). Acto seguido añade los versículos que leemos hoy. En ellos se conserva el colorido localista de Palestina.

Los vs. 7 y 12 nos remiten a Mc. 3, 13-15. Son su realización. El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza (cfr. Mc. 3, 6; 6, 1-6).

La misión de los doce no es para enseñar (esto es específico de Jesús), sino para proclamar la conversión (v. 12; cfr. 3, 14). El término conversión nos remite a la proclamación programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del reinado de Dios (cfr. Mc. 1, 15). La semántica básica del término expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión de los doce busca provocar una transformación.

El alcance de esta transformación queda puesto de manifiesto en el poder que Jesús les confiere sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión tiene también una dimensión material como elemento constituyente.

Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos. Este es el significado del v. 9. Los vs, 10-11, en cambio, se mueven en otros campos de significación: el de la urgencia de dedicación a la proclamación (v. 10) y el de la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su proclamación.

DABAR 1976, 42