29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 15 B
23-29

23.

Nexo entre las lecturas

El punto de encuentro de las lecturas es la misión. El Evangelio habla de la misión que Jesús da a los Doce: "Comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos". El profeta Amós, en la primera lectura, subraya que profetiza, no por voluntad o iniciativa personal, sino "porque el Señor le agarró y le hizo dejar el rebaño diciendo: ’Ve a profetizar a mi pueblo Israel’". El himno cristológico de la carta a los efesios (segunda lectura), canta los frutos de la misión en la conciencia de los cristianos: la bendición de Dios Padre, la elección en Cristo, la adopción filial, la redención y el perdón de los pecados, la revelación de los designios de Dios sobre la historia, el bautismo en el Espíritu Santo.


Mensaje doctrinal

1. La misión en la Iglesia-comunión, la concepción de la Iglesia-comunión; y esta concepción de la Iglesia se ha desarrollado notablemente en los siguientes decenios hasta nuestros días. La eclesiología de comunión entraña la eclesiología de misión. En las palabras y enseñanzas de Jesús encontramos ambas: "Padre, que todos sean uno..." (Jn 17, 21); "esto os mando que os améis unos a otros" (Jn 15,17), por una parte; y por otra, "Eligió a Doce para enviarlos a predicar" (Mc 3-14); "Comenzó a enviarlos de dos en dos" (Mc 6, 7); "Id y predicad" (Mt 28,19). La comunión entre las Iglesias reclama que las que tienen más evangelizadores, catequistas, consagrados, sacerdotes, los envíen a aquéllas que tienen menos o que están urgentemente necesitadas. En esto debe prevalecer el bien supremo de toda la Iglesia, sobre el bien particular de una Iglesia local. La comunión dentro de cada Iglesia local pide igualmente un marcado sentido de misión y un notable espíritu misionero para evangelizar y promover la evangelización de los fieles cristianos sobre una recta concepción de la Iglesia, como Iglesia-comunión, por encima de otras concepciones: Iglesia-institución benéfica, Iglesia-sociedad perfecta, Iglesia-poder, etc. ¡Urgente misión que realizar por parte de todos!

2. Misión de Jesús-Misión de la Iglesia. El evangelista Marcos pone de relieve que la misión de los Doce (de la Iglesia) es la misma misión de Jesús. En efecto, en Mc 6,13 nos dice que los Doce "predicaban la conversión, expulsaban demonios, curaban". Esto corresponde a la misión de Jesús: "Convertíos y creed en el evangelio" (Mc 1,15); "había curado a muchos, y cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarlo" (3, 10) y finalmente "se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios" (Mc 1, 39). De los Doce se añade que "ungían a los enfermos con aceite". Se trata quizás de una referencia a la costumbre entre los primeros cristianos de la "unción de los enfermos en nombre del Señor, por parte de los presbíteros de la Iglesia", como exhorta la carta de Santiago en 5,14. En Santiago, en lugar de los Doce están los presbíteros (continuadores de los Doce) y en lugar del envío directo de Jesús tenemos la unción en nombre del Señor, es decir, de Cristo glorioso en el cielo. Por medio de todas esas acciones Jesús primero, y luego los Doce, nos mostraron los signos reveladores de la presencia del Reino de Dios entre los hombres.

3. Características de la misión. No son pocas las que se indican en los textos litúrgicos de este domingo.

1) Podríamos decir que se pide a los Doce (y a todos los hombres con misión) la comunión (de dos en dos), la pobreza (no tomar nada para el camino, excepto un bastón), la coherencia en una conducta humilde (quedarse en la casa, sin buscar otra mejor...), en una conducta regida por la libertad de espíritu (si en algún sitio no os reciben, salid y sacudid el polvo...); en una conducta valiente e intrépida (Amós que profetiza, aun con peligro de su vida...).

2) Los Doce en la misión encontrarán las mismas dificultades que ha encontrado Jesús. Como no han acogido ni han escuchado a Jesús, así tampoco en ocasiones acogerán o escucharán a los Doce. Ocho siglos antes sucedió lo mismo al profeta Amós, cuyo mensaje de justicia social y de crítica al culto exterior fue también rechazado por el sacerdote de Betel, Amasías.

3) La misión se caracteriza por los frutos, por los resultados, mediante la creación de comunidades de fe, en las que se bendice a Dios Padre, porque nos ha elegido en Cristo, nos ha hecho hijos adoptivos, nos ha redimido en su Hijo, nos ha dado a conocer los misterios de su voluntad y nos ha sellado con el Espíritu mediante el bautismo (segunda lectura)


Sugerencias pastorales

1. "La misión de la Iglesia se halla todavía en sus comienzos" (Juan Pablo II, Redemptoris Missio 1). Estas palabras pueden ser pronunciadas en cada generación y en cada época histórica, porque es necesario estar siempre comenzando. En efecto, siendo el Evangelio para todos, cuando llegan nuevos hombres a nuestro planeta hay que comenzar con ellos la labor de evangelización. Por otra parte, constatamos que los creyentes en Cristo, después de dos mil años de cristianismo, son aproximadamente el 27% de la población global. Queda, por tanto, un 73% al cual hay que hacer llegar el Evangelio de Jesucristo. ¿No será nuestro siglo XXI la hora de Dios para todos esos pueblos, sobre todo asiáticos, que todavía no conocen a Cristo? Por lo dicho es evidente que todos los cristianos tenemos que vivir "en estado de misión". Los padres de familia son "misioneros" de sus hijos; los maestros de sus alumnos; los médicos y enfermeros de sus pacientes; los voluntarios de aquéllos a quienes asisten; los párrocos y sus colaboradores de los fieles de su parroquia... Lo único que en esta hora de Dios no podemos hacer es cruzarnos de brazos, estar sin hacer nada. ¡Sería una postura irresponsable e indigna de un buen cristiano!

2. Libres para la misión. Para ser "misioneros" se requiere ser libres. Libres para aceptar esta dimensión propia de la vocación cristiana; libres para responder a Dios con generosidad, sin ataduras de instintos y pasiones egoístas; libres para seguir dócilmente las luces y los movimientos del Espíritu Santo dentro de nosotros mismos. Se nos pide ser libres de todo apego a los bienes y medios materiales, para presentarnos con el Evangelio puro, sin glosa; libres de todo orgullo y ansia de poder, con la conciencia clara de que somos servidores del hombre. Se nos pide estar únicamente equipados con un gran amor a Jesucristo, nuestro modelo; equipados con el Evangelio hecho vida; equipados con la confianza en Dios y con la esperanza en la acción del Espíritu Santo en el corazón de los hombres.

P. Antonio Izquierdo


24. DOMINICOS

Este domingo: 15º del Tiempo Ordinario
Dios ha derrochado generosidad con nosotros y debemos proclamarlo


Este es un domingo en el que la Palabra de Dios nos habla de dignidades y responsabilidades consiguientes. Ciertamente no somos cualquier cosa a los ojos de Dios. Somos sus hijos a quienes ha regalado “con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. Él cuenta con nosotros para continuar su obra. A unos los constituye profetas, como a Amós, primera lectura; a otros misioneros, apóstoles, como nos muestra el evangelio.

Si nosotros no nos sabemos valorar unos a otros, Dios sí que nos ha valorado, ha derrochado con nosotros su sabiduría hasta poder “captar el Misterio de su Voluntad”.

Todo ello a través y en Cristo, hombre como nosotros, pero en quien reside la plenitud de la divinidad. Hemos heredado su dignidad y la tarea que él inició, “recapitular en él todas las cosas del cielo y de la tierra”.

De ahí la exigencia de la profecía, es decir el carisma que permite captar la plenitud de lo real, su fondo misterioso que lo justifica, para exponerlo luego a los demás. De ahí la exigencia de ser apóstoles de su evangelio de conversión y de su acción sanadora, vencedora de los espíritus inmundos.

Comentario bíblico:
La misión como vocación de ser discípulo


I ª Lectura. Amós (7,12-15): La palabra de Dios es el pan del profeta
I.1. La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Este relato forma parte de un texto biográfico que marca las diferencias en un libro que están muy preñado de visiones y revelaciones (7,10-17). La llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto. Amós era un hombre de pueblo de Tecua en el reino de Judá, al sur de Jerusalén, que fue enviado por Dios al reino de norte, en el momento de mayor esplendor de Samaría, su capital, pero precisamente cuando más injusticias y tropelías podían constatarse. Porque la historia nos demuestra que en esas situaciones los egoísmos y el afán de poder y dinero de unos pocos prevalece sobre la situación límite de los pobres y la viudas. Amós se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario. Amasías tenía a sus profetas o teólogos oficiales ya amaestrados para decir y agorar lo que él quería.

I.2. Amós, sin embargo, no es un profeta de ese estilo; él ha sido llamado por Dios, le ha hecho abandonar sus campos y su rebaño, para ir a anunciar la Palabra de Dios. Por eso Amós se defiende con que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa. En esa escena de Betel (7,10-17), este campesino, bien cultivador de sicómoros o bien pastor de ganado bovino, no ha de dar tregua a las injusticias que se quiere legalizar de una forma religiosa. El profeta no trabaja por ganar de comer, porque quien así lo hiciera revelaría un interés de falso profeta. El verdadero pan del profeta verdadero es la “palabra de Dios”. Incluso Amós tiene que salir de su territorio, Judá, para ir al de Israel y anunciar allí ese pan de la palabra viva de Dios que debe quemar la conciencia de los instalados. El verdadero profeta pasa hambre de pan, con tal de anunciar la palabra de Dios.



II ª Lectura: Efesios (1,3-14): Dios nos "mira" desde su Hijo
II.1. Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca leer de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

II.2. Se necesitarían un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teología. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad, son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la mismo gloria de Dios en los tiempos finales.

II.3. ¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.



Evangelio: Marcos (6,7-13): El evangelismo itinerante
III.1. El evangelio de Marcos es una de esas piezas evangélicas que más han dado que hablar. Se trata del envío a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Se ha dicho que las condiciones espartanas de este envío han sido cultivadas por los discípulos itinerantes que tuvieron que ser rechazados en muchos lugares del judaísmo. Incluso se ha pensado que para entender estas condiciones se han tenido en cuenta unas condiciones que la Mishná (libro que recoge en el s. II d. C. la enseñanzas de los rabinos) establece para la peregrinación al templo cuando todavía existía. La diferencia es que Jesús propone que se lleve bastón y sandalias, a diferencia de lo que se exige para peregrinar al templo de Jerusalén (de hecho están ausentes en el texto de Mt 10,10; Lc 9,3; 10,4). Y es que los discípulos cristianos no van a un lugar santo, sino que deben llevar un bastón para andar por todos los caminos del mundo y unas sandalias para que no se destrocen los pies.

III.2. La peregrinación cristiana, pues, es al mundo entero, a donde viven los hombres, para que conozcan el mensaje de salvación que Jesús ha traído para todos los hombres sin excepción. Los elementos más negativos, probablemente, se han podido añadir después en el mundo de los “carismáticos itinerantes” que eran rechazados por los círculos y comunidades judías o judeo-cristianas más estabilizadas. Pero el sentido genuino de las palabras de Jesús debemos valorarlo en su alcance positivo y universal. Es verdad que nos encontramos ante lo que parece un programa de crítica radical de la sociedad. Algunos han visto en estas palabras una especie de oposición entre itinerantes y sedentarios; entre carismáticos ambulantes y simpatizantes locales. No debemos cerrar los ojos a estas tensiones, pero también es verdad que el movimiento de Jesús, donde estas palabras encontraron su climax, hasta transformarlas y adaptarlas, muestran la relación entre el reino de Dios que Jesús había predicado y las opciones apocalípticas y escatológicas de algunos grupos del cristianismo primitivo. ¿Siguen teniendo valor en nuestro mundo y en nuestra cultura? ¡Claro! El valor que Jesús les dio: que el reino llegaba y la mejor manera para los suyos era un “desapego” de las cosas del mundo que no eran necesarias.

III.3. El mundo de los pobres, de los desapegados, de los “contraculturales” es algo que no podemos perder de vista en la lectura de este texto evangélico, sobre palabras de Jesús, para no entender el reino de Dios a la manera en que los hombres entienden el poder del dinero y de la efectividad. Algunos autores modernos, en la lectura de un texto como este, han recurrido a la comparación con el grupo itinerante de los “cínicos” en el mundo griego. Pero consideramos que no se debe exagerar la comparación. Los itinerantes del reino tienen otra identidad, sin duda. El radicalismo con que están formuladas estas palabras tiene acogida de muchas formas y de muchas maneras. Algunos hablan de los desarraigados sociales y de que el evangelio solamente puede vivirse desde ahí. Pero ¿no es posible “desarraigarse” sin tener que abandonar casa, familia y hogar? Desde luego que sí. El evangelio es para todos y el reino es para todos. Pero debemos aceptar que hay personas que esto no lo pueden entender sin un “desarraigo” más alternativo. Es, no una cuestión de estética, sino de conciencia personal y de libre opción en la manera de vivir el ser discípulos de Jesús.

III.4. Construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre. El reino al que Jesús dedica todas sus fuerzas exige una libertad soberana que va más allá de lo que las personas normales pueden vivir. Por eso mismo no sería acertado decir que el “movimiento del reino” –como un famoso exegeta llama a los seguidores de Jesús, lo que me parece muy en consonancia con lo que Jesús predicó-, es algo semejante al movimiento “cínico”. Jesús pudo conocerlo en la Galilea urbana, en Séforis, la capital antes de su destrucción, más aún los que se consideraron de este “movimiento del reino”. Lo que sucede es que la historia social y antropológica muestra unas coincidencias a veces sorprendentes. Querer entender este evangelio de la “radicalidad” desde las claves de movimiento cínico no es pertinente. En el cristianismo primitivo hubo, sin duda, distintas corrientes y algunas ideas se apoderaron de las palabras de Jesús y las aplicaron a rajatabla. Pero el evangelismo verdadero no es interpretar a rajatabla, al pie de la letra o de forma fundamentalista, todas las expresiones.

III.5. ¿Enseña nuestro texto eso de “la felicidad por la libertad”? Desde luego que sí. Entonces algunos dirán que eso mismo era lo que pretendían los cínicos. Pero no se debe olvidar que el cristianismo verdadero no se resuelve solamente desde esta ética radical del desarraigo y el desapego. Lo más importante y decisivo es el amor, incluso a los enemigos, por muy alternativos que seamos. Jesús era un profeta con todo lo que esto significa en el mundo bíblico. Y desde luego debemos ser libres de verdad y esto es lo que Jesús inculca a los suyos. Debemos ser libres de verdad de las cosas que nos atan a este mundo. Pero el reino no se puede construir solamente desde el desarraigo alternativo y menos si este desarraigo llevara a burlarse de las costumbres y los convencionalismos de los otros (como hacían los cínicos). El reino se construye en la libertad personal y comunitaria, pero mucho más todavía sobre la misericordia y el amor a los otros en sus debilidades.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía


Entre el cero y el infinito.

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Se pregunta el salmista, sorprendido porque “le has hecho poco inferior a los ángeles, le coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”. Ese hombre es el único ser rebelde al proyecto de Dios, el que lo desbarató con su pecado, él único que sigue oponiéndose a Él, el único que ha pretendido ser como Dios, desbancarle. Y todo esto ya en el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento, con la aparición de Cristo y su obra liberadora, Dios ha derrochado con nosotros generosidad y gracia, nos ha llenado de toda clase de bienes, nos ha hecho hijos suyos. En Cristo ha perdonado nuestra miseria, nos eleva del cero del pecado al infinito de la gracia; de ser los rebeldes desde nuestra miseria a su proyecto, a ser consagrados, llenos de la sabiduría que nos permite conocer su misterio. Y todo porque nos ama.

Si nosotros no sabemos reconocer nuestra dignidad, la propia, la de los demás, Dios sí ha sabido. Más aún nos ha dado una dignidad impensable. Es la gran enseñanza de esa segunda lectura, de ese himno a la grandeza humana otorgada por Dios a través de Cristo.



Esto hay que proclamarlo.

Necesitamos que se nos recuerde esto continuamente. Porque nos olvidamos de ello y nos dejamos arrastrar por intereses que parecen que nos hacen grandes, pero que en realidad sólo nos cubren de falsa apariencia:. el ansia de poder o de tener o de placer nos puede. Necesitamos convertirnos continuamente para que sepamos dónde está realmente nuestra grandeza.

Para ello Dios se sirve de los profetas y de los apóstoles. De gente sencilla, no necesariamente de los profesionales de la religión, como el sacerdote de Betel, sino de quien ha escuchado su palabra, como Amós, y desde su sencillez de pastor y agricultor se arriesga a proclamarla ante los poderosos. O de unos pobres pescadores, que sin nada más que una palabra que portan y una misión que les han encargado, sin domicilio, itinerantes van ofreciendo el evangelio de la verdadera conversión a nuestra real dignidad, enfrentándose a los espíritus inmundos, que la quieren rebajar.

Hoy nos tenemos que preguntar si estaríamos dispuestos a abrir puertas a esos enviados y oídos a la palabra que proclaman. O por el contrario, desde la seguridad que nos da la instalación en nuestras verdades e intereses, o la autosuficiencia quizás de creer tener a Dios de nuestra parte, como Amasías, les rechazamos: ni les acogemos ni les escuchamos. Porque ciertamente convertirse no es fácil. Y es imposible cuando creemos que estamos en el buen camino, que son los demás los que necesitan conversión.

Hoy sigue habiendo profetas y enviados por Dios que con su palabra y la sencillez de su vida invitan a reconsiderar nuestra vida. Pero más aún, nosotros todos no podemos excluirnos de ejercer esa misión profética, esa tarea de proclamar la verdad y la conversión. No desde el poder o desde la autoridad que puedan dar riquezas o una cultura excepcional, sino desde la sencillez y grandeza de ser cristianos, creyentes en la auténtica grandeza a la que hemos sido llamados, nosotros y los demás. Desde la convicción de que invitar a escuchar y vivir la palabra de Dios es invitar a ser conscientes de esa grandeza a la que Dios nos ha elevado en Cristo.

Fray Juan José de León Lastra, O.P
juanjose-lastra@dominicos.org


25. Domingo 13 de julio de 2003

Am 7, 12-15: Conflicto en Betel con el sacerdote Amasías
Salmo responsorial: 84, 9-14
Ef 3, 1-14: El misterio que no fue dado a conocer en tiempos pasados…
Mc 6, 7-13: Misión de los Doce

Am 7, 12-15: Conflicto en Betel con el sacerdote Amasías

El santuario de Betel tenía también su significación política para el Reino del Norte. Por eso el sacerdote Amasías tiene que cuidar su puesto defendiendo los intereses del rey. Amós, en el comienzo de su misión profética, encuentra rechazo de parte de la estructura religiosa, esto le augura problemas y dificultades pero está dispuesto a enfrentarlos. Vive de lo que hace, su vida no depende de su labor profética, de ahí que puede actuar con libertad tanto frente a la estructura religiosa como a la estructura política. Yahvéh mismo le ha pedido que vaya a profetizar a Betel, así que Amasías va a tener que escucharlo aunque se incomode y aunque él no sea del Reino del Norte.

El papel político e ideológico (justificacivo) que toda religión juega –en un sentido o en otro- en el contexto sociológico en el que se mueve, es ya un descubrimiento de la conciencia moderna que a nadie se le escapa. Ya nadie es tan igenuo como para pretender que su discurso o su práctica religiosa no hagan ninguna referencia a lo social, a lo político o a lo económico. El apoliticismo de la religión es simplemente imposible, o bien ilusorio o ingenuo. La religión hace política de alguna manera, inevitablemente, como Jesús asumió definidamente su postura social y política frente a la realidad de su momento. No se trata de negar las implicaciones sociales y políticas de nuestra práctica cristiana: lo que es necesario es que esa política sea secundum Marcum, secundum Matheum, secundum Lucam. O sea, «según el Evangelio». Es el Evangelio mismo el que nos obliga a hacer política. Pero no unapolítica según los intereses del rey, o los intereses de los poderosos, sino según el interés del amor, de la fraternidad, de la justicia, de la opción por los pobres.

Aparte de los casos individuales locales (cada templo, cada comunidad cristiana…) ¿qué papel ideológico-político está jugando el cristianismo respecto al capitalismo occidental y su sistema explotador? Algunas posiciones superficiales afirman que están claras las críticas que las Iglesias cristianas hacen al capitalismo… En el catolicismo muchos se tranquilizan con las críticas que el Papa hace en este mismo sentido. Pero el asunto es mucho más complejo. Y la visión «de los otros» puede ayudarnos: el mundo musulmán, por ejemplo, mira al sistema económico occidental capitalista, explotador, invasor, imperialísticamente globalizador y actualmente fuera de todo derecho internacional y del mínimo respeto a la convivencia entre los pueblos, como «el sistema cristiano». Para muchos pensadores musulmanes, el cristianismo es el sistema religioso ideológico justificador del capitalismo mundial. El cristianismo como conjunto hace política y economía, y no precisamente «según el Evangelio».

Por su parte, los movimientos populares emancipatorios, la izquierda mundial, sabe que, excepto la gloriosa excepción de la teología de la liberación y sus comunidades eclesiales y sus mártires, en la gran mayoría de los casos el cristianismo ha «justificado» a la derecha, al capital, al poder, al patriarcalismo… Lo contrario ha sido –y sigue siendo- minoritario y excepcional. Veinte siglos de historia están para demostrarlo. El cristianismo como conjunto es un «santuario de Betel», en el que Amasías tiene como punto de referencia al Rey, y Amós no es acogido en él. Amós –que no era sacerdote, que ni siquiera era «profeta profesional»- es la personificación de los individuos y grupos de base de corazón sencillo, que sienten la exigencia de la Justicia de Yahvéh y denuncian la complicidad del Santuario. Los representados aquí por Amós no son los teólogos críticos, ni los obispos proféticos, sino todos los cristianos de a pie de corazón limpio de intereses y sensibles a las exigencias del Evangelio.

Ef 3, 1-14: El misterio que no fue dado a conocer en tiempos pasados…

Para Pablo es claro que no sólo los judíos sino también los gentiles están ahora en Cristo y participan de la bendición de Dios que tiene lugar también en Cristo.

La gran dificultad en el comienzo de la Iglesia fue aceptar a los gentiles. Pablo se esfuerza en esta alabanza de bendición a Dios por mostrar que quien se bautiza participa también de la elección, de la gracia o remisión de los pecados y de la iniciación en el misterio de Dios. Los miembros de la Iglesia somos, según el apóstol, los que hemos recibido la bendición: elegidos desde siempre y antes de todas las cosas, elegidos y destinados por Cristo para la condición santa de hijos y para que lleguemos a la plenitud de nuestro ser al transformarnos en imágenes de su Hijo, gracias a la acción del Espíritu y al haber sido agraciados en el Amado con el perdón de los pecados mediante la sangre de Cristo, elegidos para que mediante la sabiduría y la prudencia que, proceden del mismo Espíritu, penetremos en el misterio de Dios.

En el misterio de la voluntad de Dios, de su propósito y realización en Cristo, nos hallamos incluidos también nosotros los cristianos procedentes tanto del judaísmo como de la gentilidad, porque en él está definida nuestra esencia, en él experimentamos el perdón de los pecados.

Pablo siente que esta realidad terrena tiene que evolucionar, que el plan de Dios es recapitular todas las cosas en Cristo y que los cristianos no debemos permanecer al margen de las transformaciones sociales. Hemos sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo para ser sensibles a la acción transformadora de Dios, acción transformadora que tampoco es exclusiva de los cristianos. El compromiso del cristiano es hacer que este mundo de injusticia se transforme en una sociedad de hermanos pues se supone que entendemos cuál es la voluntad y el plan de Dios sobre la humanidad y el cosmos. Esta tarea no es fácil porque no vivimos aislados de los demás y porque el mal ha sido institucionalizado por el ser humano.

Mc 6, 7-13: Jesús envía a los doce.

Comienza una nueva etapa en el proceso del seguimiento, la etapa de la misión. Ahora les corresponde a los Doce proclamar lo que han visto y oído. Jesús es consciente de que tendrán que enfrentar el mal en todas sus dimensiones por eso les da poder para hacerlo y les da algunas recomendaciones, les indica que es necesario un cierto estilo de pobreza, tener capacidad para acomodarse a las circunstancias y saber que van a ser aceptados o rechazados. La proclamación de la Buena Nueva debe hacerse en libertad, a nadie se puede obligar a aceptarla. Jesús les está hablando desde su propia vida, les está aportando desde su práctica pastoral.

Todos los comienzos tienen sus dificultades -así lo vemos también en la experiencia de Amós-, pero además están llenos de esperanza y de alegría porque se tiene la motivación de sacar a adelante un proceso. Jesús les advierte a los discípulos cómo son las cosas, para que nada los tome por sorpresa. Sin embargo, la experiencia para cada evangelizador será siempre diferente y a veces donde creemos que nos va a ir bien quizá no logramos nada. Quien evangeliza debe tener presente que es Dios quien hace que surja el fruto, pero también debe disponerse para que el mensaje que transmita motive, inquiete y sea más creíble.

Jesús sabe lo que les espera a los Doce. Los envía de dos en dos. La compañía es apoyo, fuerza y motivación para cumplir mejor con la misión y para resistir a las dificultades. La tarea que van a realizar es una tarea liberadora pero, ¿están capacitados para hacerla? Al final del texto se nos dice cómo los discípulos expulsaron muchos demonios y curaron muchos enfermos. De esta forma los Doce van adquiriendo autonomía y confianza en sí mismos, se dan cuenta de que son capaces de hacer lo mismo que hace Jesús.

El que es enviado sabe que debe permanecer en el lugar hasta que cumpla con su misión, así lo vemos en Amós y en las indicaciones que Jesús les da a los Doce. El enviado no va a nombre personal, va en nombre de quien lo envió. Además Jesús cuenta con la buena voluntad de muchos hombres y mujeres que son solidarios, que abren la puerta de su casa para compartir, de ahí que se atreva a decirles que se queden en la casa donde entren hasta que vayan a otro lugar. Pero también les dice que donde no los reciban ni los escuchen, al marcharse sacudan el polvo de los pies. El gesto de sacudir los pies se hacía públicamente y expresaba condena y separación. Este gesto lo podemos leer también como señal de intolerancia de parte del evangelizador que no soporta que lo rechacen y que no lo reciban. No se puede obligar al otro a que reciba la Buena Nueva, también los demás tienen derecho a disentir, a manifestar que no están de acuerdo y el evangelizador debe tener una actitud más tolerante y comprensiva, debe esperar una nueva oportunidad.

Contrariamente a lo que fue la práctica de Jesús, el anuncio del Evangelio, en la mayoría de los casos y de los tiempos, se ha impuesto a los demás, unas veces en forma violenta empleando la fuerza del poder o de las armas, otras veces con las leyes o con la presión social o la presión psicológica, manejando el miedo por la amenaza de la condenación. También ejercemos una cierta violencia cuando insistimos en la costumbre de bautizar a los niños en vez de arriesgarnos a que sean ellos quienes elijan hacerse cristianos libremente cuando sean adultos. Entre las grandes religiones, el cristianismo por lo menos tiene una historia que desacredita mucho la supremacía numérica mundial de la que está tan orgulloso. Su gran magnitud cuantitativa deja mucho que desear y suscita muchas dudas sobre su futuro en un mundo cada vez menos susceptible de coerción religiosa. Se adivina un futuro –que ya es presente en regiones de vieja cristiandad- de disminución y abandono, una situación que no debería interpretarse catastróficamente, sino como la oportunidad de recuperar la calidad que se sacrificó a la cantidad.

Jesús dice a sus enviados que si no es recibido el mensaje, sacudan el polvo de sus pies y se vayan, y es claro que no quiere que obliguen a nadie a aceptar el mensaje. Es más coherente con la «política de Dios» ser menos por ser celosamente respetuosos de la libertad religiosa, que ser más cuantitativamente a base de bajar el nivel de la calidad evangélica de los métodos evangelizadores.



Para la revisión de vida
- Jesús siempre llamó a la conversión, no entendiendo ésta cómo una cuestión meramente moral, sino como la transformación de nuestra manera de entender y vivir la vida; convertirse no es tanto cambiar algunas cosas que hacemos cuanto dejar de vivir la vida sin esperanza, sin confianza en la realidad de la presencia del Reino ya entre nosotros, aquí y ahora. ¿Cómo entiendo yo la conversión a la que me llama Jesús? ¿De qué tengo que convertirme?
- ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? El misterio ha quedado revelado: no somos fruto de la casualidad ni del azar, ni de un ciego destino: Dios tiene un plan para nosotros, y no caminamos a la deriva sino hacia la meta de la fraternidad universal y la vida plena y para siempre junto a El. ¿Esta es mi fe, o me muevo en el miedo de no saber qué me deparará el destino?


Para la reunión de grupo
- Amós no fue un profeta "profesional" sino guiado realmente por Dios; por eso proclamaba su mensaje sin miedos y sin acepción de personas; eso le llevó a denunciar incluso a los propios sacerdotes del templo, a la religión institucionalizada que sólo busca agradar a los poderosos y se olvida del respeto al derecho y la justicia. ¿Pueden ser "buenas" las relaciones entre las instituciones -incluso religiosas- y los profetas? Llegar a unas conclusiones en el grupo y después poner ejemplos del mundo de hoy.
- A lo largo de su vida, Jesús se dedicó con insistencia y prioridad al anuncio de Reino; el Reino fue el tema prioritario, el fundamental en su vida, su Causa, su Utopía. Todas las demás cosas que hizo y dijo no fueron sino explicitaciones y explicaciones acerca de ese Reino. La profecía en la Iglesia no proviene de voces misteriosas interiores que puedan escuchar sólo algunos espíritus exquisitos, sino de la confrontación del cristiano con la utopía del Reino. Porque la Iglesia debe reconocer al Reino también como su Causa y lo que le da sentido, es posible que sus miembros -individuales o en comunidad- puedan "criticar" a la Iglesia al confrontarla con el ideal al que ella misma debe servir. ¿Sería ése un fundamento claro de la profecía al interior de la Iglesia?


Para la oración de los fieles
-- Por la Iglesia, para que no caiga en la trampa de callarse ante las injusticias por conseguir riquezas, honor, poderes o tranquilidad. Oremos.
- Por los gobiernos de los pueblos, para que estén al servicio de las personas, buscando el bien común, especialmente el de los pobres y marginados. Oremos.
- Para que cada día haya más personas dispuestas a decir las verdades que duelen pero ayudan. y a no dejarse comprar por los que están interesados en acallar sus voces. Oremos.
- Para que los medios de comunicación social sean informadores veraces y no estén al servicio de los intereses de las fuerzas dominantes. Oremos.
- Por todos nosotros, para que seamos más consecuentes con nuestra misión como cristianos y estemos dispuestos a vivirla con todas sus consecuencias. Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que continuamente nos llamas a anunciar a todas las personas tu Reino, la utopía de justicia y en fraternidad que Tú nos darás; ayúdanos a caminar por la vida anunciando a todos la Buena Noticia de tu amor materno y paternal, y nuestra condición de hijos tuyos destinados a la Vida plena. Te lo pedimos por Jesucristo N.S.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


26. Instituto del Verbo Encarnado

COMENTARIOS GENERALES

Misión y profecía en la Iglesia

La primera lectura, al presentarnos uno frente al otro al profeta Amós y al sacerdote Amasías en un fuerte contraste, parece querer sugerirnos una reflexión acerca de los roles respectivos de la institución y de la profecía en la Iglesia. Sin embargo, en el pasaje evangélico, este tema, sin ser desmentido, aparece presentado bajo una luz nueva: la de la relación entre misión y profecía.

Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos. Habitualmente, al comentar este pasaje del Evangelio, se da poca importancia a estas palabras para analizar con mayor profundidad las “instrucciones” que Jesús da a los Doce, y el modo en que ellos desarrollan su primera misión. En realidad, el hecho fundamental se encuentra justamente en esas palabras introductorias: Jesús comienza a “enviar” a los apóstoles; es el inicio de la misión apostólica, el envío de la primera camada de misioneros que se prolongó, sin solución de continuidad, hasta nuestros días.

Hasta ese momento había sido sólo Jesús quien predicaba el Reino; los discípulos lo seguían, escuchaban, aprendían. Ahora “son enviados”, es decir, al pie de la letra, se convierten en apóstoles; de oyentes pasan a ser anunciadores. Es un preludio del tiempo de la Iglesia, entendido como tiempo de misión. El Evangelio de Marcos se cierra con una escena que evoca -si bien con más solemnidad- el momento fijado por el pasaje de hoy: Entonces les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación (Mc. 16, 15). La pequeña misión “a las poblaciones de los alrededores” preanuncia la gran misión “hasta los confines de la tierra”.

Se trata de un hecho de gran importancia, sobre todo desde el punto de vista teológico. Aquí nace la tradición apostólica, gracias a la cual la onda de la predicación de Jesús llega viva hasta nosotros, sin solución de continuidad: “Los discípulos fueron enviados a llevar la Buena Noticia del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. El Cristo, por lo tanto, viene de Dios, y los apóstoles, del Cristo... Henchidos del Espíritu Santo, fueron a llevar la Buena Noticia y la proximidad del Reino de Dios” (Clemente Romano, Ep. ad Cor . 42). La misión está anclada en el Padre por medio del Hijo encarnado, y se desarrolla en el Espíritu Santo; toda la Trinidad está involucrada en eso y es su garante. La misión también está fuertemente unida al Jesucristo histórico y a su mandato; en otras palabras, no fue una invención de la Iglesia o una exigencia de la fe sucesiva a la Pascua : el Evangelio de hoy nos dice que Jesús comenzó a enviar a los apóstoles antes de la Pascua.

Ahora podemos considerar también las “instrucciones”, o el “contenido” de la misión en forma detallada. Está compuesto por dos cosas: palabras y hechos (al volver de la misión, los apóstoles referían todo lo que habían hecho y enseñado: Mc. 6, 30). En el texto de Marcos (pero también en los pasajes paralelos de Marcos y de Lucas), las palabras ocupan un lugar decididamente secundario en este contexto; se reducen a una frase indirecta: Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión. El lugar más importante les es asignado a los hechos. Éstos son de dos clases: una está dada por los comportamientos personales (la coherencia entre el anuncio y la vida del anunciador) y la otra, por los gestos proféticos y públicos cumplidos sobre los demás. Entre los signos que deben caracterizar al misionero del Reino, Jesús indica en primer lugar -aunque en forma velada- la caridad fraterna y la comunión. Los manda de a dos -escribía San Gregorio Magno- para recomendar la caridad porque, a menos que sea entre dos, no hay caridad. La misión debe estar iluminada por el testimonio evangélico por excelencia: En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros (Jn. 13, 36). Nada perjudica tanto al anuncio del Evangelio, a nivel parroquial, diocesano, nacional y de Iglesia universal, como el espectáculo de desacuerdo, de rivalidad, de envidia, de desamor entre los anunciadores. Incluso la recomendación de ir como ovejas en medio de lobos (Lc. 10, 3), evoca de alguna manera la mansedumbre del amor que está preparado para el sacrificio. En otras palabras, la misión supone a la comunidad. Es como una expedición a tierras inexploradas o a una alta montaña: debe haber un campo-base del cual partir, en el cual abastecerse y al cual regresar; el campo-base de la misión es la comunidad. A una comunidad tibia corresponde una misión tibia y viceversa.

La insistencia mayor recae en una serie de actitudes que podríamos resumir en las palabras pobreza, separación, frugalidad, desinterés, confianza en la providencia: les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero . Si el misionero no debe tener dinero cuando parte para la misión, ¡menos debería tenerlo cuando vuelve! (Mt. 10, 8: Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente ). El Evangelio no puede ser anunciado con credibilidad por quien hace ostentación de medios demasiado mundanos, por quien está lleno de exigencias debido a las cuales, entre otras cosas, nunca está satisfecho con la casa donde se aloja y lo primero que hace, cuando lo destinan a una parroquia, es construir o renovar la casa parroquial, invirtiendo en ello años de trabajo y recursos.

Junto a los comportamientos personales -la coherencia de vida-, son indicados, decía, gestos o hechos de poder sobre los otros: los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros... fueron a predicar...y curaron a muchos enfermos, ungiéndolos con óleo. Son gestos de liberación de un alcance enorme. “Espíritus impuros” puede indicar muchas cosas; en ese entonces indicaba las en enfermedades y esclavitudes que más se vinculaban con la presencia del maligno. Hoy puede ser entendido, sin esfuerzo, como referencia a tantos ídolos, mitos y fetiches que convierten al hombre en “poseído”, es decir, no liberado, no sí mismo. Espíritu impuro es, por ejemplo, el espíritu de consumismo que afecta a gran parte de nuestra sociedad, haciéndola esclava de mil necesidades falsas que no satisfacen sus deseos, pero que le crean otros y la dejan perpetuamente descontenta, envidiosa y codiciosa.

El misionero del Reino, fuerte gracias a la palabra liberadora de Jesús puede exorcizar a estos espíritus. Sin embargo, para poder hacerlo, debe hablar en Espíritu e imperio, es decir, debe estar animado por un auténtico espíritu profético. Sólo el espíritu de Cristo puede dar la fuerza suficiente para denunciar con vigor estas cosas, sin caer en el moralismo, pero sí inspirando en quien escucha el gusto por una auténtica libertad interior.

Éste es el camino para reavivar la misión cristiana, para lograr que, de la misión-propaganda o proselitismo (como lo fue alguna vez), se pase a la misión profética que prolonga la misión de los Doce y el evento de Pentecostés.

Todo esto no se improvisa. Es necesario partir de lejos, resucitando en los bautizados su conciencia de ser pueblo profético, llamado de las tinieblas a la luz para proclamar las obras maravillosas de él (cfr. 1 Pd. 2, 9), dando a la preparación de los futuros anunciadores un carácter cada vez más espiritual y carismático, insistiendo en el papel del Espíritu Santo en el anuncio de la palabra de Cristo.

Amós nos describió su vocación cuando todavía estaba detrás del rebaño: Ve a profetizar a mi pueblo Israel. Dios no ha dejado de enviar profetas a su pueblo. Sin embargo, hoy la situación es mejor que en la época de Amós porque existió Jesús. Jesús no deja solos a aquellos a quienes manda; los sigue con sus signos y su presencia. La Eucaristía es esta presencia de Jesús que renueva la misión y fortalece el coraje de quien debe anunciar o recibir el Evangelio.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 210-213)

------------------------------------------------------


SAN GREGORIO MAGNO



(CÓMO DEBE SER EL MISIONERO A CARGO DE LA COMUNIDAD)

EL PRELADO DEBE IR SIEMPRE DELANTE EN EL OBRAR

El prelado debe ser siempre el primero en obrar, para, con su ejemplo, mostrar a los súbditos el camino de la vida, y para que la grey que sigue la voz y costumbres del pastor camine guiada por los ejemplos más bien que por las palabras; pues quien, por deber de su puesto, tiene que decir cosas grandes, por el mismo deber viene obligado a mostrarlas; que más agradablemente penetra los corazones de los oyentes la palabra que lleva el aval de la vida del que habla, porque a la vez que, hablando, manda, ayuda a hacerlo mostrándolo con las obras. Por esto dice el profeta (Is. 40,9): Súbete sobre un alto monte tú, que anuncias buenas nuevas a Sión ; esto es, que quien predica cosas celestiales, dejadas al punto las obras terrenas, parezca estar fijo en la cumbre de todas ellas, y tanto más fácilmente atraiga a los súbditos a mejores obras cuanto desde mayor altura dama con el mérito de su vida.

He ahí por qué, según la ley divina (Ex. 29), el sacerdote toma la espaldilla derecha y la aparta para el sacrificio; significando que su proceder debe ser no sólo útil, sino también ejemplar; es decir, que no sólo sus obras sean buenas entre las de los malos, sino que, además, así como en el honor de su puesto supera también a los súbditos que obran rectamente, asimismo los aventaje en la bondad de sus costumbres. Al cual sacerdote está además reservado el comer el pechito con la espaldilla, para que aprenda a inmolar a Dios en sí mismo lo que se le prescribe comer del sacrificio, y para que no sólo medite en su pecho las cosas rectas, sino que, además, con la espaldilla de sus obras invite a cuantos le ven a pensar en cosas altas, y para que no apetezca prosperidad alguna de la vida presente ni tema adversidad alguna.

Teniendo, pues, presente el temor íntimo, desprecie los halagos del mundo, y la reflexión ahuyente los temores con el atractivo de la dulcedumbre interior. Por lo cual, también con mandato de la Palabra divina, el sacerdote se cubre ambos hombros con el velo del sobrehumeral, para que con el ornato de las virtudes se defienda siempre contra lo adverso y contra lo próspero, puesto que, según palabra de San Pablo (2 Cor. 6,7), con las armas de la justicia pueda combatir a la diestra y a la siniestra, esto es, que, proponiéndose sólo la rectitud, no decline a un lado ni a otro de la baja delectación: no le engrían las prosperidades, ni la adversidad le conturbe; no le cautiven las cosas lisonjeras hasta el extremo de apetecerlas ni le lleven hasta la desesperación las cosas desagradables; de suerte que, no rebajando con pasión alguna la rectitud del alma, muestre toda la hermosura del humeral con que se cubre ambos hombros.

Superhumeral que sabiamente se manda que esté hecho de oro, y de jacinto, y de púrpura, y de grana dos veces teñida, y de lino fino retorcido, para demostrar con cuánta variedad de virtudes debe resplandecer el sacerdote.

De manera que en la vestidura del sacerdote debe brillar ante todo el oro, para que en él sobresalga principalmente la inteligencia de la sabiduría.

Al cual se agrega el jacinto, que resplandece con el color del cielo; para que de todo lo que penetra con su inteligencia se levante, no a los amores de cosas bajas, sino al amor de las celestiales, no sea que, si, incauto, se deja conquistar por sus alabanzas, quede también despojado de la misma inteligencia de la verdad.

También se mezcla con el oro y el jacinto la púrpura, para que se entienda que el corazón del sacerdote, esperando las cosas sublimes que predica, debe reprimir en sí mismo las sugestiones de los vicios y oponerse a ellas como con potestad regia, como quien tiene siempre presente la nobleza de la interna regeneración y preserva con sus costumbres la vestidura del reino celestial. En efecto, de esta nobleza del espíritu dice San Pedro (1 Pe 2,9): “ Vosotros sois el linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes” . También nos aseguramos de esta potestad, por la que reprimimos los vicios, con la palabra de San Juan, que dice (1,12): “ A todos los que le recibieron, que son los que creen en su nombre, dióles poder de llegar a ser hijos de Dios” ; y el salmista encomia esta dignidad diciendo (Ps. 138,17): “ Yo veo, Dios mío, que tú has honrado sobremanera a tus amigos; su imperio ha llegado a ser sumamente poderoso” ; porque, en verdad, el espíritu de los santos se levanta de un modo particular a las alturas, aun cuando exteriormente se les ve soportar resignados las cosas viles.

Y al oro, al jacinto y a la púrpura se agrega además la grana dos veces teñida, para que todos los bienes de las virtudes queden hermoseados por la caridad ante los ojos del Juez interior; y así, lo que ante los hombres brilla, ante los ojos del Juez oculto lo inflame la llama del amor interior; caridad que, en efecto, ilumina como con doble tintura al que ama a Dios y al prójimo. Luego quien por desear la hermosura de Dios abandona el cuidado del prójimo, o por cuidar de los prójimos se entibia en el amor divino, Por descuidar una cualquiera de estas dos cosas, no sabe tener en el ornato del superhumeral la grana dos veces teñida.

Pero, aunque el alma se entregue a cumplir los preceptos de la caridad, sin duda falta todavía que se mortifique la carne por medio de la abstinencia. Por lo cual, a la grana dos veces teñida se agrega el lino retorcido, Y pues de la tierra toma el lino su nítida belleza, ¿qué se significa por el lino sino la castidad, que resplandece con la hermosura de la pureza del cuerpo? Lino fino retorcido que también se agrega al ornamento del superhumeral, porque, cuando se mortifica la carne con la abstinencia, entonces llega la castidad al perfecto candor de la pureza.

De modo que, cuando entre las demás virtudes va también adelante el mérito de la carne mortificada, es como que entre la varia hermosura del superbumeral resplandece el lino retorcido.



EL PRELADO DEBE SER DISCRETO EN EL SILENCIO Y ÚTIL EN EL HABLAR

Sea el prelado discreto en el silencio y útil cuando hable, de modo que ni diga lo que se debe callar ni calle lo que se debe decir; porque así como el hablar imprudente conduce al error, así también el silencio indiscreto deja en el error a los que podían ser instruidos, pues con frecuencia los prelados imprudentes, temiendo perder el favor humano, no se atreven a decir libremente lo que se debe y, conforme a lo que dice la Verdad , ya no se cuidan de la grey con amor de pastores, sino cual mercenarios, puesto que cuando viene el lobo huyen, esto es, se resguardan bajo el silencio.

Y por esto el Señor los increpa por el profeta, diciendo (Is. 56, 10): “Perros mudos, impotentes para ladrar”. Por lo mismo, de nuevo se queja, diciendo (Ez. 13,5): “Vosotros no habéis hecho frente ni os habéis opuesto como muro a favor de la casa de Israel, para sostener la pelea en el día del Señor”. En efecto, hacer frente es oponerse a las potestades de este mundo, hablando con santa libertad en defensa del pueblo; y sostener la pelea en el día del Señor es resistir, por amor a la justicia, a los malos que pelean; y, aplicándolo al pastor, ¿qué otra cosa es no haberse atrevido a predicar la rectitud sino volver, callando, la espalda al enemigo? El cual pastor, si sale a la defensa de la grey, opone un muro a favor de la casa de Israel. Por eso, en otra parte se dice al pueblo delincuente (Ez, 13): “Tus profetas te anunciaron cosas falsas y necedades y no descubrieron tu iniquidad para excitarte a la penitencia”.

Es de saber que en la Sagrada Escritura se da algunas veces el nombre de profetas a los que enseñan. Los cuales profetas, cuando indican como presentes los sucesos, declaran los que han de suceder.

A éstos acusa la Palabra divina de que anuncian falsedades, porque, cuando temen corregir las culpas, halagan con la impunidad a los delincuentes, pues nunca descubren la maldad de los que pecan, porque, en vez de increparlos, enmudecen; siendo así que la llave para descubrirlo es la palabra de la corrección, porque la acusación descubre la culpa que muchas veces desconoce hasta el mismo que la cometió. Por eso San Pablo dice (Tit. 1,9): “A fin de qué seas capaz de instruir en la sana doctrina y redargüir a los que contradijeren”. Por lo mismo se dice por Malaquías (2,7): “En los labios del sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia, y de su boca se ha de aprender la Ley, puesto que él es el ángel del Señor de los ejércitos”. Y también el Señor amonesta por Isaías (40), diciendo: “Clama sin cesar, alza esforzadamente tu voz”.

Quienquiera, pues, qué se llegue al sacerdocio, recibe el oficio de pregonero, para que, antes de la llegada del Juez, que viene después con terror, él mismo le preceda clamando. Por tanto, si el sacerdote no sabe predicar, ¿qué voces dará el pregonero mudo? Que por esto el Espíritu Santo se asentó sobre los primeros pastores en forma de lenguas, precisamente porque a los que hubiere llenado en seguida los hace hablar. Por eso se manda a Moisés (Ex. 28) que el sacerdote, al entrar en el templo, lleve entremezcladas unas campanillas, para esto mismo, para que tenga palabras de predicación y no quebrante con su silencio el mandato del supremo Espectador; pues escrito está: que se oiga el sonido cuando entra o sale del santuario a vista del Señor y no pierda la vida; porque el sacerdote que entra y sale, si no se deja oír, muere; concita, pues, contra sí la ira del oculto Juez cuando entra o sale sin el sonido de la predicación. Y avisadamente se dice que en sus vestiduras lleve entremezcladas unas campanillas, porque ¿qué debemos entender por las vestiduras del sacerdote sino las buenas obras? Así lo atestigua el profeta, que dice (Ps. 131,9): “Revístanse de justicia tus sacerdotes”. Por tanto, las campanillas se entremezclan en sus vestiduras para que las mis mas obras buenas prediquen también, como el sonido de la lengua, el camino de la vida.

Mas, cuando el prelado se dispone para hablar, atienda a la gran cautela con que debe hablar, no sea que, si se lanza a hablar sin concierto, queden los corazones de los oyentes heridos con el dardo del error, y que tal vez, por parecer sabio, rompa neciamente la trabazón de la unidad. A propósito, pues, de esto dice la Verdad (Mc. 9,49): “Tened siempre en vosotros sal y guardad la paz entre vosotros. Por consiguiente quien se empeña en hablar a lo sabio, tema mucho, no sea que perturbe con su palabra la unión de sus oyentes”; que por esto San Pablo dice (Rom. 12,3): “En vuestro saber no os levantéis más alto de lo que debéis, sino que os contengáis dentro de los límites de la moderación”.

Por lo mismo, según mandato divino (Ex. 39), en el vestido del sacerdote se entrelazan granadas con las campanillas; pues ¿qué se significa por las granadas sino la unidad de la fe?; porque, así corno en la granada bajo una sola corteza están defendidos muchos granos en el interior, así la unidad de la fe protege a innumerables pueblos de la santa Iglesia, a los cuales mantiene dentro de ella una diversidad de méritos. Luego, para que el prelado no se arriesgue a hablar sin precaución, es por lo que la Verdad clama a los discípulos lo que antes hemos citado: Tened siempre en vosotros sal y guardad la paz entre vosotros; como si, valiéndose de la figura del Vestido del sacerdote, dijera: Juntad a las campanillas las granadas, a fin de que en todo lo que decís mantengáis con grande vigilancia la Unidad de la fe.

Deben también los prelados cuidar con solícita atención no sólo de no decir jamás cosas malas, sino, además, de no proferir inmoderada y desconcertantemente las cosas buenas; porque con frecuencia se pierde la eficacia de lo que se dice, cuando se presenta a los oyentes con imprudente e inoportuna locuacidad; pues esta misma locuacidad que no sabe aprovechar a los oyentes, perjudica también su autor. Por lo cual, acertadamente se dice por Moisés (Lev. 15, 2): “El hombre que padece gonorrea será inmundo”. La calidad del discurso que se ha oído es en la mente de los que oyen semilla del futuro pensamiento, porque, cuando la palabra se percibe por el oído, se engendra el pensamiento en la mente; por eso, aun los sabios de este mundo llaman sembrador de doctrina al egregio predicador. Por tanto, se dice que es inmundo quien padece gonorrea, porque quien padece de locuacidad, por ella se hace inmundo, ya que, si expusiera ordenadamente, podría engendrar prole de buenos pensamientos en los corazones de los oyentes, mientras que, deslizándose incautamente por la locuacidad, derrama semilla no para engendrar, sino para mancillarse.

Por lo mismo, también San Pablo, cuando aconseja a su discípulo la insistencia en la predicación, dice (2 Tim, 4, s): “Te conjuro, pues, delante de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar a vivos y muertos al tiempo de su venida y de su reino: predica la palabra, insiste con ocasión y sin ella”. Antes de decir: sin ocasión, puso delante: con ocasión; precisamente porque, si el hablar sin ocasión no sabe ser oportuno, pierde su utilidad para la mente de los que oyen.



EL PRELADO DEBE COMPADECERSE DE CADA UNO DE LOS PRÓJIMOS

Y DEBE AVENTAJAR A TODOS EN LA CONTEMPLACIÓN

Sea el prelado prójimo de cada uno por la compasión y aventaje a todos en la contemplación; esto es, que con sus entrañas de piedad haga suyas las dolencias de los otros, y que, elevándose a las alturas de la contemplación, se sobreponga también a sí mismo, deseando las cosas invisibles; de manera que ni por aspirar a lo celestial desatienda las flaquezas de los prójimos, ni por atender a las debilidades de los prójimos deje de aspirar a lo celeste. He ahí San Pablo, que es llevado en rapto al paraíso y trata de penetrar los arcanos del tercer cielo; y, no obstante de haber sido levantado a contemplación de aquellas cosas invisibles, vuelve su atención a tálamo conyugal y dispone cómo deben realizar su vida diciendo (1 Cor. 7,2): “Mas, por evitar la fornicación, viva cada uno con su mujer y cada una con su marido. El marido pague a la mujer el débito, y de la misma suerte la mujer al marido”. Y poco después: “No queráis defraudaros el derecho recíproco, si no es por algún tiempo de común acuerdo, para dedicaros a la oración”. Y de nuevo agrega “Y después volved a cohabitar, no sea que os tiente Satanás por vuestra incontinencia. Vedle; ya está fijo en los secretos celestiales, y, sin embargo, con entrañas de condescendencia escudriña el lecho nupcial; y a quien la contemplación levanta arrebatado hasta lo invisible, la compasión le baja hasta los secretos de los flacos; traspone los cielos por medio de la contemplación, pero, con todo, no descuida su solicitud por la situación de los carnales; porque, unido a la vez a lo más alto y a lo más bajo por el lazo de la caridad, en sí mismo es arrebatado poderosamente a lo alto por la fuerza del espíritu, y por la piedad, con ánimo tranquilo, enferma con los otros; que por eso dice (2 Cor. 11,99): “¿Quién enferma que no enferme yo con él? ¿Quién es escandalizado que yo no me requeme?”; y, por lo mismo, en otra parte dice (1 Cor. 9,20): “Con los judíos he vivido como judío, lo cual declara, no por cierto desmintiendo la fe, sino manifestando su piedad, con el fin de que, transfigurándose en la persona de los infieles, aprendiera por sí mismo cómo debía compadecerse de los otros, por lo mismo que ofrecía a los demás lo que, si él fuera tal, habría querido que se le ofreciera debidamente. Por esto dice de nuevo (2 Cor. 5,13): Pues nosotros, si extáticos nos enajenamos, es por respeto a Dios; si nos moderarnos, es por vosotros, por que sabía elevarse a sí mismo en la contemplación y atemperarse a sus oyentes abajándose.

He ahí por qué Jacob, estando el Señor apoyado arriba y la piedra ungida abajo, vió a los ángeles que subían y bajaban; es a saber, porque los santos predicadores no sólo desean llegar a lo alto con templando al que es cabeza de la Iglesia, esto es, al Señor, sino que también descienden a lo bajo teniendo compasión de los miembros de ella.

Por eso Moisés entra y sale frecuentemente del tabernáculo; y así, el que dentro se extasía en la contemplación, afuera se ve ungido por los negocios de los débiles: dentro contempla los arcanos de Dios; afuera soporta las obras de los carnales, El cual también recurre al tabernáculo en los asuntos dudosos y consulta el Señor delante del arca del testamento, sin duda por dar ejemplo a los prelados, para que, cuando afuera duden acerca de lo que deben disponer, vuelvan siempre a la reflexión, como quien dice al tabernáculo, y consulten al Señor, como delante del arca del testamento, cuando en las cosas de que dudan repasan en el interior de sí mismos las páginas de la Sagrada Escritura. Por eso la Verdad, que, tomando nuestra humanidad, se nos hizo visible, en el monte se entrega a la oración y en las ciudades obra milagros, ofreciendo así ejemplo que deben imitar los buenos prelados. De modo que, si es verdad que deben apetecer la contemplación de las cosas celestiales, deben, no obstante, intervenir compasivos en las necesidades de los fieles; porque entonces es más perfecta la caridad cuando hace suyas misericordiosamente las flaquezas de los prójimos, porque después de haber descendido benignamente a lo bajo, más eficaz mente vuelve de nuevo a lo alto.

Muéstrense, pues, los prelados de tal manera, que los súbditos se avergüencen de manifestarles sus secretos, para que, cuando 1os párvulos se hallen fluctuando en medio de las tentaciones, reirán, como al regazo de una madre, a ponerlo en conocimiento del pastor, y laven con el consuelo de su exhortación y con las lágrimas de la oración las manchas de la culpa tentadora con que piensan haberse mancillado Que por eso también ( Reg. 7) ante las columnas del pórtico del templo cargan con un baño grande para lavarse las manos doce bueyes, los cuales muestran visibles al exterior sus partes delanteras, pero quedan ocultas las posteriores. Pues ¿qué significan los doce bueyes sino todo el orden d los prelados?, refiriéndose a los cuales, San Pablo cita la Ley, que dice (1 Cor. 9,9): “No pongas bozal al buey que trilla”. Nosotros vemos las obras exteriores de ellos, pero desconocemos lo que interiormente queda para la oculta retribución del rectísimo Juez Y cuando ellos, con paciencia, se disponen condescendientes a borrar las culpas que los prójimos confiesan, es como si cargan con el baño ante las puertas del templo, con el fin de que quien quiera entrar por la puerta de la eternidad, muestre sus tentaciones que las conozca el pastor, y, como en el buen baño, se lave las nos del pensamiento o de la obra.

Mas ocurre con frecuencia que, cuando el prelado conoce afable las tentaciones ajenas, con oír las tentaciones también él se siente tentado, porque, sin duda, la misma agua del baño en que se lava la multitud del pueblo también se mancha. Y es porque, al recibir las manchas de los que se lavan, como que pierde el sosiego de su pureza. Pero nunca debe temerlo el pastor, porque, por la gracia de Dios, que todo lo dispone sabiamente, con tanta mayor facilidad sale ileso de su tentación cuanto más misericordioso se ha mostrado en trabajar contra la tentación ajena.

(San Gregorio Magno, Regla Pastoral , BAC, Madrid, 1958, Pág. 124-130)
--------------------------------------------------------


DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS



INSTRUCCIONES DE JESÚS A SUS APOSTOLES

Explicación: En este número y los dos siguientes se comprende el amplio discurso pronunciado por Jesús a sus apóstoles con objeto de darles instrucciones para, su ministerio. Lo que el discurso de la Montaña, es para el pueblo cristiano en general, es este para los que deban ejercer misión de evangelizadores. Divídese el discurso, que abarca casi todo el capitulo 10 de Mt., en tres partes: la primera, que se estudia en este número, vv. 5-15, contiene los avisos que da Jesús a sus apóstoles para su misión temporal en la Galilea, que iban a emprender; la segunda, vv. 16-23, los que deberán tener presentes en su futura evangelización de todo el mundo; la tercera, vv. 24-42, contiene las preceptos relativos a todos los predicadores del Evangelio. Separa la primera parte de la segunda, y ésta de la tercera, la frase: “En verdad os digo”

-(vv. 15.23) Ignórase si pronunció Jesús este discurso de una vez, o si recogió aquí Mt. las instrucciones dadas por Jesús a sus discípulos en distintas ocasiones; cabe decir aquí lo que se ha dicho del Sermón del Monte (núm. 48). Mc. y Lc. sólo dan un breve resumen en los lugares paralelos arriba indicados y que sólo comprenden el texto de este número.

AVISOS A LOS APÓSTOLES EN ORDEN A LA MISIÓN EN GALILEA (5-15) - Movido a misericordia por las miserias múltiples del pueblo de Dios, resuelve Jesús enviar a los Doce, con instrucciones precisas, para que hubiese en ellos uniformidad de doctrina y de acción:

A estos doce envió Jesús, mandándoles y diciendo...

Refiérese el primer aviso al lugar en que deberán ejercer su misión. No será a los pueblos de la gentilidad ni de Samaria. Respecto de los primeros, ni siquiera entrar los apóstoles en los caminos que a ellos conducen; es una prohibición absoluta de evangelizar a los gentiles que viven fuera de los límites del pueblo de Dios: No andéis por caminos de gentiles. Respecto a los segundos, no entrarán en sus ciudades, porque la Samaria era integrada por gentes que los reyes de Asiria habían enviado a la Palestina cuando la destrucción del pueblo de Israel, y aunque adoraban al Dios de los judíos, eran rivales de ellos en el orden religioso: Ni entráis en las ciudades de los samaritanos. En cambio, como el mismo Jesús, predicarán al pueblo de Israel (Mt. 15, 24), porque antes debe ofrecerse la gracia del Evangelio al pueblo de Dios; cuando éste la rechace, ya vendrá el día de predicar a los paga nos Sino id más bien a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. A los hijos de Jacob se les debía de justicia, derivada de la promesa; a los gentiles les vendría la predicación por pura misericordia.

Indícales luego el tema de la predicación: Id y predicad, diciendo: Que s acercó el Reino de tos cielos. Es el mismo tema que anunció el Bautista y que anuncia Jesús importa la extirpación de los vicios, la aceptación de la gracia, las sanciones eternas. Para que su predicación no sea rechazada como de hombres rústicos e indoctos, y para que tenga su doctrina la garantía de una enseñanza celeste, les manda confirmarla, como con divino sello, con milagros de toda suerte, sobre la vida, las enfermedades, los demonios: Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios.

Les prohíbe reciban nada a cambio de los dones espirituales que a los pueblos confieran: De balde recibisteis; dad de balde. Con lo que les previene contra el orgullo, ya que nada tienen de sí, y condena toda suerte de avaricia, especialmente el pecado de simonía. Alude también quizá a la costumbre de los rabinos, que exigían estipendio por sus enseñanzas.

Mándales suma pobreza en su misión; ellos deben ser la demostración viva del mandato de Jesús: Buscad antes que todo el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará de sobretasa (Mt. 6, 33): No poseáis oro, ni plata, no queráis ganar dinero, en grandes ni pequeñas cantidades, ni dinero, ni cobre en vuestras fajas, donde solían guardarse las monedas o de donde colgaban los bolsos que las contenían. No llevéis nada: ni alforjas para el camino, ni pan, ni dos túnicas, o prendas interiores, ni calzado que cubra todo el pie, sino sandalias, simples suelas de madera o cuero, atadas con correas al pie: ni bastón (Mc. sólo el bastón). Esta pequeña divergencia entre los dos Evangelistas en la cuestión del báculo de viaje se concilia atendiendo más al espíritu que a la letra: «Tomad un bastón, no toméis ninguno..., dice San Agustín, esta última fórmula es un poco más hiperbólica que la primera.» Es decir, que los Evangelistas expresan con fórmulas diversas un mismo pensamiento de Jesucristo: «que no llevaran consigo sino lo necesario»; lo que Mc. significó con la fórmula «solamente bastón», porque el que esto lleva nada superfluo lleva, y Mt. y Lc. con esta otra, «ni bastón», que no falta al más miserable. El P. Power expuso en la revista «Bíblica» una explicación ingeniosa y no desprovista de fundamento. Los pastores en Palestina suelen llevar dos varas: una que cuelga del ceñidor, y sirve para defender al ganado contra las fieras, y otra para regir el rebaño. Jesucristo, en Mt. y Lc., les prohibiría el bastón o palo de defensa, y en Mc., les permitió llevar la vara de regir. La razón de este desasimiento es la suma confianza que deben tener en la providencia de Dios, quien, no dejando perecer a la avecillas, dará a sus misioneros lo necesario para la vida: Porque digno de su alimento es el trabajador.

Y sobre la forma de elegir casa en que se hospeden durante los días de la predicación en pueblos y ciudades: En cualquier ciudad o aldea en que entrareis, preguntad quién hay en ella digno, a fin de que la dignidad y eficacia de la predicación no se vean comprometidas por la mala fama de quien os reciba: Y estaos allí, y no salgáis hasta que marcháis, a fin de que no aparezcáis inconstantes o amadores del bienestar, con menosprecio de quien os recibió primero. Y cuando entráis en la casa, en que hayáis resuelto hospedaros, o en cualquier otra saludadla, diciendo: “Paz a esta casa” ; es la fórmula usada en Israel para el saludo, desde tiempo antiguo (Gén. 43, 23; Iud. 19, 20, etc.), aunque en labios de los apóstoles tenía un sentido más elevado y espiritual de paz evangélica. “ Y si aquella casa fuere digna, vendrá sobre ella vuestra paz” si hay en ella quienes deseen los bienes de la paz mesiánica, Dios se los concederá. “Mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros”, no producirá el efecto que debiera haber producido y quedará a Vuestra disposición para darla a otros.

Por fin, podría suceder que los pueblos no recibiesen a los apóstoles ni su doctrina: contaba ya Jesús con numerosos enemigos. Para este caso, va el último aviso: Y todo el que no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, al salir fuera de la casa, o de la ciudad, sacudid hasta el polvo de vuestros pies, en testimonio contra ellos; alude aquí Jesús a la acción simbólica prescrita por los rabinos y que los fariseos no dejaban jamás de practicar, de sacudir el polvo de los pies siempre que entraban en la Palestina de regreso de país pagano, como si dijeran: Nada queremos común con vosotros. Con lo cual los apóstoles declararían impuras y contumaces las ciudades en que hubiesen sido rechazados. El castigo reservado a estas ciudades será más tremendo que el que sufrieron Sodoma y Gomorra, porque éstas no recibieron la visita de los evangelizadores de la buena nueva: “En verdad os digo: que habrá menos rigor para la tierra de los de Sodoma y de Gomorra, en el día del juicio, para aquella ciudad.

Lecciones Morales: -A) v. 5-”A estos doce envió Jesús, mandándoles...”Cabe ponderar ante todo la suma autoridad con que sus preceptos a los Apóstoles. Les da misión, doctrina, gracia de milagros; les enseña los lugares que han de evangelizar, las formas en que deben hacerlo, su conducta para con los dóciles y los rebeldes. Y todo esto, prescindiendo en absoluto de todo poder humano. Aumenta lo maravilloso de esta misión que el mismo Jesús no hacía aún dos años era un simple artesano, y que los Apóstoles eran gente sencilla e iliterata. Es una de las pruebas más luminosas de la divinidad de Jesús y de su doctrina. Ningún hombre hizo jamás cosa semejante. Hoy mismo se reproduce el fenómeno, porque es el mismo Jesús el que envía, y son sencillos hombres los enviados, que hacen su camino prescindiendo de toda fuerza humana, a veces contra toda fuerza humana. Pero ha dicho el Apóstol que la debilidad de Dios es más fuerte que lo más fuerte de los hombres (1 Cor. 1,25).

B) v. 8- “Sanad enfermos, resucitad muertos...” - Para que arraigara la fe en los comienzos de la predicación concedió Jesús a los primeros predicadores el carisma de obrar milagros; cuando estuvo arraigado el árbol de la Santa Iglesia, éstos se hicieron más raros. Es la política de Dios en el gobierno de las almas: cuando crecen los males, revela Dios su providencia con intervención sobrenatural y extraordinaria; así ha sucedido en diversos períodos de la historia de la Iglesia. Está Dios como una fuerza latente en la vida del cristianismo: cuando fallan los recursos ordinarios, suple Dios con las magnificencias de su poder. La historia de algunos santos, santuarios, organismos, instituciones, etc., habla muy alto en este punto.

C) v. 9-”No poseáis oro, ni plata...” - Condena aquí Jesús en absoluto todo tráfico con las cosas espirituales. Los dones de Dios no tienen precio; ponérselo, es envilecerlos. Las cosas del cielo jamás podrán ser abajadas hasta el nivel de las de la tierra, aunque se trate de oro y piedras preciosas. Por esto ha sido siempre considerada la simonía como pecado nefando en la Iglesia. Todo lo que pueda recibirse por razón de administración de sacramentos, celebración de misas, concesión de gracias, etc., tiene razón de justo estipendio para el sostenimiento del culto de Dios y de sus ministros, porque «digno es el trabajador de su alimento» (Mt. 10, 10): jamás deberá considerarse como equivalencia de las gracias espirituales concedidas.

D) v. 12- “Paz en esta casa...” - No debiéramos olvidar nunca, ni dejar cayeran en desuso, las fórmulas de salutación cristiana introducidas por la fe de nuestros mayores en las costumbres domésticas y cuidadanas. Son una manifestación de piedad, un medio de apostolado y una plegaria.

E) v. 15-”Habrá menos rigor para los de Sodoma...” - El pecado de Sodoma fue contra la naturaleza, y estos pecados los castiga Dios de una manera especial; por esto vino fuego del cielo para destruir las ciudades nefandas. El pecado que se cometa contra los evangelizadores de Dios es, hasta cierto punto, un pecado contra el Dios que los envía; y Dios, que es celoso de su honra, no dejará sin gravísimo castigo a los pueblos, gobiernos,, organismos que atenten contra los mensajeros de Dios. La historia es muy elocuente en este punto. Dios suele abandonar a los pueblos que no quieren o que vejan á sus enviados y el mayor castigo que pueda sufrir un pueblo es que Dios le deje sin El, es decir, sin fe, sin amor sobrenatural, sin instituciones cristianas, sin culto, sin los múltiples dones divinos de que son heraldos o intermediarios los ministros de Dios.



(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo,

6ª ed., Barcelona, 1966, selección de las pág. 636-640)

-------------------------------------------------------


JUAN PABLO II



EL ESPÍRITU SANTO PROTAGONISTA DE LA MISIÓN

«En el momento culminante de la misión mesiánica de Jesús, el Espíritu Santo se hace presente en el misterio pascual con toda su subjetividad divina: como el que debe continuar la obra salvífica, basada en el sacrificio de la cruz. Sin duda esta obra es encomendada por Jesús a los hombres: a los Apóstoles y a la Iglesia. Sin embargo, en estos hombres y por medio de ellos, el Espíritu Santo sigue siendo el protagonista trascendente de la realización de esta obra en el espíritu del hombre y en la historia del mundo» (Enc. Dominum et Vivificantem (18 de mayo de 1986), 42: AAS 78 (1986), 857).

El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio (cf. Act 10), por las decisiones sobre los problemas que surgían (cf. Act 15), por la elección de los territorios y de los pueblos (cf. Act 16, 6 ss). El Espíritu actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: «Mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida» (Ibid., 64: l.c., 892).

El envío « hasta los confines de la tierra » (Act 1, 8)

22. Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).

Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de san Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre le ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.

23. Las diversas formas del «mandato misionero» tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los Apóstoles: «A todas las gentes» (Mt 28, 19); «por todo el mundo... a toda la creación» (Mc 16, 15); «a todas las naciones» (Act 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos» (Mc 16, 20).

En cuanto a las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la misión como proclamación o Kerigma: «Proclaman la Buena Nueva» (Mc 16, 15). Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo» (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión romano delante de Jesús muerto en la cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39). En Mateo el acento misional está puesto en la fundación de la Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este mandato pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser completada por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la misión se presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Act 1, 8), cuyo objeto ante todo es la resurrección (cf. Act 1, 22). El misionero es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a saber, la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado.

Juan es el único que habla explícitamente de «mandato» -palabra que equivale a «misión»- relacionando directamente la misión que Jesús confía a sus discípulos con la que él mismo ha recibido del Padre: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Jesús dice, dirigiéndose al Padre: «Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Jn 17, 18). Todo el sentido misionero del Evangelio de Juan está expresado en la «oración sacerdotal»: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tu has enviado Jesucristo» (Jn 17, 3). Fin último de la misión es hacer participes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17, 21-23). Es éste un significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace.

Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión, testimonian un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del empuje dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. Sin embargo, todos los evangelistas subrayan que la misión de los discípulos es colaboración con la de Cristo: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) La misión, por consiguiente, no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.

El Espíritu guía la misión

24. La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cf. Act 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con «toda libertad» (Este término corresponde al griego «parresía» que significa también entusiasmo, vigor; cf. Act 2, 29; 4, 13. 29. 31; 9, 27. 28; 13, 46; 14, 3; 18, 26; 19, 8. 26; 28, 31).

Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el Espíritu asume aún más la función de «guía» tanto en la elección de las personas como de los caminos de la misión. Su acción se manifiesta de modo especial en el impulso dado a la misión que de hecho, según palabras de Cristo, se extiende desde Jerusalén a toda Judea y Samaria, hasta los últimos confines de la tierra.

Los Hechos recogen seis síntesis de los «discursos misioneros» dirigidos a los judíos el los comienzos de la Iglesia (cf. Act 2, 22-39; 3, 12-26; 4, 9-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41). Estos discursos-modelo, pronunciados por Pedro y por Pablo, anuncian a Jesús e invitan a la «conversión», es decir, a acoger a Jesús por la fe y a dejarse transformar en él por el Espíritu.

Pablo y Bernabé se sienten empujados por el Espíritu hacia los paganos (cf. Act 13 46-48), lo cual no sucede sin tensiones y problemas. ¿Cómo deben vivir su fe en Jesús los gentiles convertidos? ¿Están ellos vinculados a las tradiciones judías y a la ley de la circuncisión? En el primer Concilio, que reúne en Jerusalén a miembros de diversas Iglesias alrededor de los Apóstoles, se toma una decisión reconocida como proveniente del Espíritu: para hacerse cristiano no es necesario que un gentil se someta a la ley judía (cf. Act 15, 5-11.28). Desde aquel momento la Iglesia abre sus puertas y se convierte en la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no estén en contraste con el Evangelio.

25. Los misioneros han procedido según esta línea, teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas) las angustias y sufrimientos la cultura de la gente para anunciar la salvación en Cristo. Los discursos de Listra y Atenas (cf. Act 14, 11-17; 17, 22-31) son considerados como modelos para la evangelización de los paganos. En ellos Pablo «entra en diálogo» con los valores culturales y religiosos de los diversos pueblos. A los habitantes de Licaonia, que practicaban una religión de tipo cósmico, les recuerda experiencias religiosas que se refieren al cosmos; con los griegos discute sobre filosofía y cita a sus poetas (cf. Act 17, 18.26-28). El Dios al que quiere revelar está ya presente en su vida; es él, en efecto, quien los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Sin embargo, para reconocer al Dios verdadero, es necesario que abandonen los falsos dioses que ellos mismos han fabricado y abrirse a aquel a quien Dios ha enviado para colmar su ignorancia y satisfacer la espera de sus corazones (cf. Act 17, 27-30). Son discursos que ofrecen un ejemplo de inculturación del Evangelio.

Bajo la acción del Espíritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las «gentes» y el testimonio de Cristo se extiende a los centros más importantes del Mediterráneo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente. Es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez mas lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal.

El Espíritu hace misionera a toda la Iglesia

26. El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a «hacer comunidad», a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el día de Pentecostés, y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad (cf. Act 2, 42-47; 4, 32-35).

En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «la comunión fraterna» (koinonía) significa tener «un solo corazón y una sola alma» (Act 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material. De hecho, la verdadera comunidad cristiana, se compromete también a distribuir los bienes terrenos para que no haya indigentes y todos puedan tener acceso a los bienes «según su necesidad» (Act 2, 45; 4, 35). Las primeras comunidades, en las que reinaba «la alegría y sencillez de corazón» (Act 2, 46) eran dinámicamente abiertas y misioneras y «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Act 2, 47). Aun antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación (Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 41-42: l.c., 31-33).

27. Los Hechos indican que la misión, dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles. Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la comunidad de los creyentes que, con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los paganos (cf. Act 2, 46-47). Están también los enviados especiales, destinados a anunciar el Evangelio. Y así, la comunidad cristiana de Antioquía envía sus miembros a misionar: después de haber ayunado, rezado y celebrado la Eucaristía, esta comunidad percibe que el Espíritu Santo ha elegido a Pablo y Bernabé para ser enviados (cf. Act 13, 1-4). En sus orígenes, por tanto, la misión es considerada como un compromiso comunitario y una responsabilidad de la Iglesia local, que tiene necesidad precisamente de «misioneros» para lanzarse hacia nuevas fronteras. Junto a aquellos enviados había otros que atestiguaban espontáneamente la novedad que había transformado sus vidas y luego ponían en conexión las comunidades en formación con la Iglesia apostólica.

La lectura de los Hechos nos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la misión ad gentes, aun contando ya con misioneros «de por vida», entregados a ella por una vocación especial, de hecho era considerada como un fruto normal de la vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio explícito, cuando era posible.

El Espíritu está presente operante en todo tiempo y lugar

28. El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo (Cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 53: l.c., 874 s). El Concilio Vaticano II recuerda la acción del Espíritu en el corazón del hombre, mediante las «semillas de la Palabra», incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 3. 11. 15; Const. past. Gudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10-11. 22. 26. 38. 41. 92-93).

El Espíritu ofrece al hombre «su luz y su fuerza... a fin de que pueda responder a su máxima vocación»; mediante el Espíritu «el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino»; más aún, «debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que sólo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual» (Conc Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10. 15. 22). En todo caso, la Iglesia «sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso» y «siempre deseará... saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte» (Ibid., 41). El Espíritu, pues, está en el origen mismo de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser (Cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 54: l.c., 875-876 s).

La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino; « con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra » (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26). Cristo resucitado « obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino también, por eso mismo, alentando, purificando y corroborando los generosos propósitos con que la familia humana intenta hacer más llevadera su vida y someter la tierra a este fin » (Ibid., 38; cf. 93). Es también el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 17; Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 3. 15).

29. Así el Espíritu que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y «obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 4), que «llena el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe todo cuanto se habla» (Sab 1, 7), nos lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo tiempo y lugar (Cf. Enc. Dominum et Vivificantern, 53: l.c., 874). Es una llamada que yo mismo he hecho repetidamente y que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos más diversos. La relación de la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: «Respeto por el hombre en su búsqueda de respuesta a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre» (Discurso a los representantes de las religiones no cristianas en Madrás, 5 de febrero de 1986: AAS 78 (1986), 767; cf. Mensaje a los Pueblos de Asia en Manila, 21 de febrero de 1981, 2-4: AAS 73 (1981), 392 s.; Discurso a los representantes de las religiones no cristianas en Tokyo, 24 de febrero de 1981, 3-4: Insegnamenti IV/1 (1981), 507 s). El encuentro interreligioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, ha querido reafirmar mi convicción de que «toda auténtica plegaria» está movida por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de cada persona (Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 22 de diciembre de 1986, 11: AAS 79 (1987), 1089).

Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente, algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces se da por hipótesis que exista entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16), y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, « para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas » (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 45; cf. Enc. Dominum et Vivificantem, 54: l.c., 876).

La acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo. Toda clase de presencia del Espíritu ha de ser acogida con estima y gratitud; pero el discernirla compete a la Iglesia, a la cual Cristo ha dado su Espíritu para guiarla hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13).

La actividad misionera está aún en sus comienzos

30. Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡El es el protagonista de la misión!

En la historia de la humanidad son numerosos los cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión. Los frutos no han faltado. Hace poco se ha celebrado el milenario de la evangelización de la Rus' y de los pueblos eslavos y se está acercando la celebración del V Centenario de la evangelización de América. Asimismo se han conmemorado recientemente los centenarios de las primeras misiones en diversos Países de Asia, África y Oceanía. Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu.

(Juan Pablo II, Redemptoris Missio , www.vatican.va , Cap. III)

-----------------------------------------------------------


Mons. TIHAMÉR TOTH (1)



LOS SETENTA Y DOS

Sin embargo, a ti te parece que te llamaba el Señor a una carrera de laico. Quieres ser profesor, ingeniero, médico, abogado, comerciante, militar... Cualquier cosa, no importa. Abraza la carrera que se te antoje. Pero recuerda siempre que en cualquier carrera cuenta contigo Cristo.

Porque el Señor, después de la vocación de los doce apóstoles, escogió aún setenta y dos discípulos, que bien podríamos llamar “apóstoles laicos”: “Después de esto eligió el Señor otros setenta y dos, a los cuales envió delante de Él, de dos en dos, por todas las ciudades y lugares adonde había de venir Él mismo” (Lc. 10, 1).

Es cosa sublime la vocación sacerdotal. Ha de saltar de alegría el corazón que siente posarse sobre sí la mirada de invitación que le dirige el Señor. Pero aun los otros, los que por voluntad de Dios han de abrazar otra carrera, también deben cooperar a la propagación del Reino de Dios, y el que no está con los doce apóstoles, necesariamente ha de figurar en el grupo de los setenta y dos discípulos.

“¿Yo, estudiante? - preguntas acaso con sorpresa-. ¿Cómo puedo ser apóstol seglar? ¿Qué puedo yo hacer por Dios? ¿Voy a dar sermones? ¿Discursos?

No, no hagas discursos; predica con el ejemplo. Sé un Evangelio viviente. Sé reclamo vivo de Jesucristo.

Hay jóvenes que por su conducta clara, franca, consecuente, ejercen gran influencia incluso sobre los malos. Podría citar nombres...

“¡Ah! ¿Luisito? No es como los otros jóvenes. Todo el mundo lo quiere, porque es bueno para todos. Si se trata de jugar, es él el más hábil; si es cuestión de reírse, él es el más alegre. Hay que estudiar, es el más puntual, o hay que hacer algo en la clase, es el más servicial...; y con todo, es profundamente religioso, lo es con toda el alma, es decir, no sólo confiesa, sino que también vive su fe. Donde él está no parece sino que el Cristo invisible se hace presente m medio de ellos”.

En la losa sepulcral de un niño se lee esta magnífica inscripción:

“Aquí descansa un niño, del cual decían sus compañeros que les era más fácil ser buenos si estaban con él”. ¿Hay elogio mejor que éste?

San Ambrosio saludó con estas palabras a las reliquias de un mártir en el umbral de la catedral de Milán: “Quam bonum ets ut videaris! Justi sanat aspectus. “¡Qué bien el sólo mirarte! ¡El aspecto del justo ya es saludable!”. El muchacho diligente, puntual, siempre amable, y que además vive sinceramente su religión, sirve de apóstol con un ejemplo silencioso.

Además no faltan ocasiones en que una palabra dicha como sin pensarla puede salvar un alma para la vida eterna. Puedes tú ser apóstol del Señor en la escuela, en el campamento de los scouts , durante el partido de fútbol, en la excursión, en la fiesta. . . en todas partes.

Tu compañero quiere cometer un pecado, pero tú le detienes. Empieza a contarte historias sucias, pero queda cortado al oír tu seria represión, y aún más, acaso procura cambiar el rumbo de su alma.

Cinco o seis muchachos están reunidos en casa de uno de ellos. Hay entre ustedes un joven mundano, que comienza a hablar impuramente, ¿Qué hay que hacer? A ti no te gusta, tampoco a los demás muchachos. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos callan cobardemente aun los jóvenes de buena voluntad; aun más, se sonríen al oir las palabras sospechosas, porque... “¿Cómo van a ofender al compañero?”.

¿Tienes tú valentía en esos casos para salir por los fueros de la moral cristiana y levantar tu voz con calma, pero también con firmeza? “Callarse cuando es hora de hablar es un defecto tan grave como hablar cuando se tiene que callar” (Conde Esteban Széchenyi). No tengas más temor que el temor de Dios, y encárate con el osado.

“Sed temerosos de Dios y así seréis intrépidos” -dice San Cipriano. “Estate timidi, ut sitis intrepidi”.

En muchos lugares no puede penetrar el sacerdote; allí sólo podéis llegar vosotros, los apóstoles seglares. Y por cierto, si tienes un poco de habilidad puedes hacer obra de apostolado no sólo entre tus compañeros, sino también entre hombres maduros. “Pero, ¿cómo? ¿He de corregirlos si dicen algo?”. No, no puedes hacerlo; pero si sostienen una conversación mala y tú no puedes irte, mira con severidad, con di y acaso se den cuenta de su falta.

El mal, el pecado, la inmoralidad, tienen un sinnúmero de apóstoles: el teatro, que alborota los sentidos; los periódicos, los cuadros, los libros inmorales, los hombres corrompidos... ¿No quieres tú ser apóstol de Cristo?

En el Perú hay una clase de palmera que tiene un follaje muy frondoso. Los indígenas la llaman “tamai caspi”, “árbol de lluvia”. Las hojas de este árbol tienen la particularidad de absorber toda la humedad del aire, y destilarla después en gotas de lluvia que caen al suelo. Por eso tiene en torno suyo el suelo siempre mojado, y cuando mayor es la sequedad es más abundante la lluvia que el árbol despide.

Tú también has de ser benéfico “árbol de lluvia” entre los jóvenes que comienzan a secarse. Tu comportamiento no ha de llamar la atención, no ha de tener nada estrambótico; asimila sin ser notado el rocío vivificador de la gracia y riega con él muchas veces tu propia vida espiritual.

Al ver cómo la sequedad de alma devasta las conciencias de tus amigos y conocidos, abre la fuente de las aguas vivas también para los otros. ¡Oh! Conque hubiera dos o tres de estas almas, dos o tres “de lluvia” en una clase, en una sociedad, en una asociación, ¡cómo se corregirán los hombres!

Mientras vas confortando a otros en la fe, tu propia fe te ganará en firmeza. Porque, la alegría que damos a otros vuelve después a nuestro propio corazón.

Lo mismo verás en tu obra de apostolado: el mejor modo de robustecer tu fe es convencer de su verdad a los demás.

(Mons. Tihamér Toth, El Joven y Cristo , Ed. Gladius, Buenos Aires, 1989, Pág. 88-90)

------------------------------------------------------------


GIUSEPPE RICCIOTTI



MISIÓN DE LOS DOCE APÓSTOLES

En medio de estos episodios que señalamos continuaba la actividad varia de Jesús en Galilea, tal como ha sido resumida por Lucas (En el intervalo, la afluencia de gente crecía y, no obstante la cooperación de los doce, las preocupaciones crecían desmesuradamente; y Jesús, viendo la multitud, se apiadó de ellos, porque estaban exhaustos y abatidos como ovejas sin pastor (Números, 27, 17). Entonces dice a sus discípulos: “La mies (es) mucha, pero los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies”. Y llamados cerca (de él) los doce discípulos suyos, les dio potestad sobre los espíritus impuros para arrojarles fuera y para curar toda enfermedad y toda dolencia (Mateo, 9, 36-lo, i). Investidos, pues, de tal autoridad, los doce fueron enviados solos sin su maestro, a guisa de cuerpo volante, para una misión particular y con normas muy precisas.

La misión consistía en anunciar que se había avecindado el reino de Dios, como ya hicieran Juan él Bautista y también Jesús hasta entonces, pero el cuerpo v era enviado a zonas aun no alcanzadas por aquéllos. Sin embargo, fue prescrito que tales zonas perteneciesen a tierra de Israel; porque a Israel antes que a todas las demás gentes había sido prometida la “buena nueva” de la salvación por los antiguos profetas. Así, los doce no debían encaminarse hacia los países de los gentiles ni samaritanos, sino volverse a las ovejas descarriadas de la casa de Israel. A fin de demostrar. la verdad de su anuncio, y en fuerza de la potestad recibida, debían curar enfermos, limpiar leprosos, arrojar demonios y hasta resucitar muertos: Era, en suma, la misión de Jesús, que pasaba de uno solo a doce, pero para el mismo objeto y con los mismos métodos.

También las normas prácticas eran las mismas seguidas hasta entonces por Jesús y se pueden resumir en una total despreocupación de los temas, políticos, de los medios financieros y de las preocupaciones económicas.

El anuncio del reino de Dios debía ignorar en absoluto los reinos humanos, ya que no tenía conexión alguna con ellos.

Las finanzas espirituales en las que se basaba el crédito del reino de Dios eran los medios demostrativos de su solvencia, es decir, curar enfermos, limpiar leprosos, expulsar demonios y resucitar muertos; pero así como los banqueros a quienes se confiara este crédito lo habían recibido sin pago, también ellos sin pago debían comunicarlo: gratuitamente recibisteis, gratuitamente dad (Mateo, 10, 8).

Las preocupaciones económicas quedaban igualmente prohibidas a los nuncios del reino de Dios, salvo para lo rigurosamente indispensable.

En fin, los nuncios debían ponerse en viaje de dos en dos, como ya solían los emisarios del Sanedrín, tanto por ayuda como por vigilancia mutua, y en sus peregrinaciones habían de distinguirse en varios aspectos de los demás viajeros.

En primer lugar, los caminantes ordinarios se servían posible mente del asno, clásico medio de transporte en Oriente. De todos modos, en el acto de la partida proveíanse de vituallas, de monedas de oro y de plata guardadas en el turbante o en el cinturón, de una túnica de repuesto para protegerse mejor del frío o mudarse tras un aguacero, de sólidos borceguíes para andar bien por caminos escabrosos, de un nudoso bastón en forma de maza para defenderse en peligrosos encuentros y de una alforja de viaje donde se guardaban otras menudas provisiones o las que se fueran adquiriendo por el camino. Esta alforja era sobre todo importante para los que viajaban a efectos de colectas religiosas, porque tales colectas rendían buen producto en Oriente, incluso entre los paganos. Una inscripción griega encontrada en la zona oriental del Hermón recuerda que un tal Lucio de Aqraba, que andaba colectando fondos en nombre de la diosa siria Atargate, llevaba a casa, después de cada viaje, setenta alforjas colmadas.

Pues bien: precisamente la falta de estos adminículos debía distinguir de todos los demás viandantes a los doce enviados de Jesús. No os procuréis oro ni plata ni cobre en vuestro cinturón, ni alforja de viaje, ni dos túnicas, ni borceguíes, ni bastón (Mateo, 10, 9-10). A estas prescripciones, Marcos (6, 8-9) añade la de no proveerse de alimentos (pan), pero en cambio permite llevar sandalias y también el bastón solamente.

Ni siquiera del alojamiento habían de preocuparse los doce. Llegados que fuesen a un grupo de casas, debían informarse de algún cabeza de familia digno y de buena fama y luego permanecer en su casa sin cambiarse a otra. El albergue de caravanas, con su constante vaivén, era lugar inadecuado para aquellos mensajeros del reino de Dios, que sólo debían ocuparse de asuntos espirituales y en ningún modo de negocios políticos o comerciales.

Su precioso tiempo debía ser empleado todo en su misión. Es casi seguro que también a estos doce, como más tarde a los setenta y dos discípulos (les fue prohibido perder su tiempo en “Saludar” a cuantos encontrasen en el camino (Lucas, 10, 4). En Oriente, el «saludo» entre caminantes, sobre todo si se encontraban en lugares solitarios, podía prolongarse horas y horas, hablándose de todo un poco en señal de con fianza y casi como deber de buena .educación. Aun hoy, el beduino que acude por primera vez a la taquilla de una estación ferroviaria se cree obligado a preguntar primero al expendedor de billetes si está bien de salud, si sus hijos crecen satisfactoriamente, si los rebaños o la cosecha marcha bien, y sólo después de estas y otras muestras de buena crianza pide el billete para el tren. Los enviados del reino de Dios debían prescindir de semejantes convencionalismos, valiendo para ellos la norma Maiora premunt.

Si algún pueblo no acogía a los enviados del reino o les prestaba es casa atención, debían alejarse sin formular reproches pero testimoniando, a la vez, que la responsabilidad de su alejamiento recaía sobre aquella gente. A tal efecto, apenas salidos del poblado los apóstoles habían de ejecutar el acto simbólico de sacudir de sus pies el polvo recogido en aquel lugar, como polvo de tierra pagana no merecedor de ser llevado al sacro territorio de Israel.

Recibidas estas instrucciones, los doce partieron para la misión. Es probable que a la vez, pero por separado partiese también Jesús (Mateo, 11,). La misión no pudo durar más que pocas semanas, a comienzos del año 29. Tampoco se nos comunica su resultado y sólo se nos dice, en general, que los misioneros, predicando el “cambio de mente”, expulsaban muchos demonios y ungían con óleo mucos enfermos y (los) curaban (Marcos, 6, 13). Su predicación del reino de Dios fue, pues, acompañada, como en Jesús, de signos milagrosos. Como tales son indudablemente presentadas las curas aquí aludidas, aun estando: conexión con la untura de óleo. La unción de óleo tenía entonces alta importancia como medicamento usual, pero, en este caso, el con texto muestra claramente que su empleo no era el realizado en la terapéutica común, sino en otra más espiritual y alta, que a lo sumo se servía de aquella unción como de un símbolo material. Análogamente el acostumbrado lavado del cuerpo había sido usado por Juan y también por los discípulos de Jesús - para simbolizar la limpieza espiritual del “cambio de mente”. Más tarde, en el cristianismo plenamente; instituido, aquella unción de óleo se convertirá en rito particular y estable .

(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo , Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 389-392)

------------------------------------------------------------


Mons. TIHAMÉR TOTH (2)



FORMAS DE COLABORAR EN EL ALMA DEL PRÓJIMO

Jesucristo, en la parábola de los talentos, que cita San Mateo (XXV, 14-30), establece de una manera precisa, la obligación que tenemos con respecto a la extensión del reino de Dios: Utilizar inteligentemente los dones que el Señor nos entrega para hacerlos fructificar mediante nuestra laboriosidad.

De Dios, de su voluntad, y no de la nuestra, depende el valor de estos dones. En la parábola citada uno de los criados recibió cinco talentos (unos diez mil pesos de nuestra moneda, el otro dos talentos, y uno sólo el tercero). Cuando el patrón volvió de su viaje y rindió cuenta a sus criados de los dineros que les entregara, el que recibiera cinco talentos, entrega otros cinco más como producto de sus inversiones. El que recibió dos talentos también ha duplicado su capital. Ambos fueron felicitados. Pero el que solamente recibió un talento no devuelve más que éste, pues lejos de haberlo utilizado en negocios fructíferos lo había escondido, temeroso de perderlo, en la tierra. Su amo le reprendió.

Recordémoslo bien. El tercer criado no malversó su dinero, sino que simplemente lo dejó esterilizado y tuvo en consecuencia que escuchar la censura de su patrón.

Dios, que en la parábola está representado por el patrón, no nos ha brindado nuestras luces para que las enterremos, sino para que las utilicemos en función de sus divinos planes.

Lancemos una ojeada al campamento de enfrente, al que han levantado los adversarios del reino de Dios. Es allí la labor infatigable. ¡Qué planes sistemáticos los suyos, qué dinamismo, qué disciplina, qué espíritu de sacrificio y de labor!

Observemos sus periódicos, sus cinematógrafos, sus teatros. Estudiemos sus focos de diversión, seductores y depravados. Analicemos su ciencia, inteligentemente planeada. Comparemos esa actividad, con la indolencia de tantos católicos adormecidos, de la enorme cantidad de cristianos que vegetan en la negligencia y el abandono.

Hoy, como en la noche de Getsemaní, Cristo continúa sudando sangre. Hoy, como en la noche en que Judas le traicionó, los enemigos de Cristo trazan planes siniestros. Y hoy, también como en la noche aquella lo hicieron los tres apóstoles, sus discípulos siguen durmiendo. Sin embargo, a poco que prestasen atención, oirían el lamento del Maestro: ¿Estáis durmiendo? ¿No os dais cuenta que Judas no duerme?

Nos damos cuenta. Percibimos también los arrestos bélicos de tus adversarios. Y deseamos entonces prepararnos nosotros también para el combate. Nos levantamos para alistarnos en el ejército de tu defensa, en el ejército de los que rogamos “Venga a nos el tu reino”, pero procuramos también hacer fructificar los talentos que nos confiasteis. Nos alistamos en las filas de los, que con sus plegarias, con sus buenas obras, con su predicación y con el ejemplo de su conducta, trabajan acertadamente en la edificación del reino de Dios.

Es decir que el apostolado seglar puede adquirir cuatro formas que vamos a estudiar con detención. Son ellas:

1. - El apostolado del ejemplo.

2. - El apostolado de la palabra.

3. - El apostolado de la acción.

4. - El apostolado de la oración.

El apostolado del EJEMPLO

A) En el Evangelio de San Juan (XIV, 8), se cuenta que en una oportunidad el apóstol Felipe pidió a Jesucristo: “Señor, muéstranos al Padre” y Jesús le respondió: “Felipe quien me ve a Mí, ve también al Padre” (San Juan, XIV, 9).

Aunque estas palabras de Jesucristo tienen un sentido metafísico, nosotros podemos en un sentido moral, repetirlas, al reflejar a Dios en nuestra conducta. Quien me ve a mí ve también al Padre. Quien me ve a mí, al contemplar mi paciencia, al observar mi misericordia, al constatar mi disciplina, al distinguir, en una palabra, un alma noble, se sentirá impulsado a amar al Padre.

a) Es enorme la fuerza que el buen ejemplo irradia. Enseñando con el ejemplo, atraeremos, con la fuerza de un imán, a los tibios y a los indiferentes, les enseñaremos que practicar el cristianismo importa cumplir la existencia en un plano de mayor elevación, de más dicha, de más serenidad, de más armonía, de más felicidad. Es una propaganda preciosa la que realiza el maestro, el abogado, el ingeniero, el capataz, el comerciante, el industrial, el empleado, el obrero, que desarrolla su vida conforme a sus convicciones católicas. Es un ejemplo inefable el de los que armonizan su conciencia profesional, su conocimiento acabado del oficio, con el de una vida piadosa conforme a los principios de la fe.

Al frecuentar los sacramentos, al practicar obras de piedad, al ejercer la caridad con el pecador y atenerse a la sobriedad como norma de vida, al llevar una vida familiar digna, al irradiar confianza en su conversación cada uno de estos católicos constituye un ejemplo de inapreciable valor para el mundo, que lo requiere con urgencia.

Tal vez se me pregunte: ¿Existen hombres como éstos? Sí, existen. Ignoro si muchos, pero su número se multiplicará si te decides a enrolarte en sus filas. Y continuarán multiplicándose por millares, si tu vida digna sirve a otros de ejemplo.

b) ¡El buen ejemplo! ¡Cuántas almas podrán con él retornar a Dios! Aun ignorándolo, aun sin proponérnoslo. De su resultado nos enteraremos el día del juicio final, al descubrirlo acreditados dichosamente en nuestra cuenta.

Solía el príncipe de Baviera, Cristóbal, orar en el templo de Blutemburgo. Saliendo un día de la Iglesia le rodearon los campesinos. Amablemente les ofreció sus servicios.

-Ya me habéis dado -le contestó un anciano labrador- lo que más podía desear

- ¡Qué ya te he dado! ¿Qué cosa?

El anciano respondió:

-Tengo un hijo que siguió mucho tiempo el mal camino. Fueron inútiles mis ruegos y reconvenciones. Más cierto día que os vio entrar en la Iglesia, os siguió intrigado. Os observo rezando y desde entonces ha cambiado favorablemente.

Quien me ve a mí, ve también al Padre El que observa mi ejemplo al Padre se aproxima

B) En el libro de la Sabiduría (III, 7) se dice:

“Brillarán los justos como el sol, y como centellas que discurren por un cañaveral”. ¡Figura feliz para señalar la energía que despliega el buen ejemplo!

a) Como centellas que discurren por un cañaveral. Verdaderamente, conociendo la historia de la Iglesia, se ha sorprendido muchas veces quien al recorrerla ha descubierto la aplicación del texto sagrado Como el fuego que inflama el cañaveral, como una caña inflamada propaga las llamas a otra caña, creciendo el fuego en extensión, así es el buen ejemplo.

La conversión de San Agustín se debe a la bondad de San Ambrosio y al magnífico ejemplo de su vida de santo. El incendio sigue extendiéndose. El ejemplo de la santidad de San Agustín, nos da un Gregorio Magno. Y el incendio continúa. El ejemplo de San Gregorio Magno produce un San Basilio el Grande.

¿Dónde se origina la santidad de Santa Clara? En la vida ejemplar del Pobrecito de Asís. ¿Dónde la de Santa Margarita de Alacoque? En la piedad del Padre Colombiére.

Las citas serían interminables.

Los citados son nada más que los casos que conocemos. ¿Cuántos más que ignoramos? ¿Cuántos de los que sólo nos enteraremos el día del juicio final, cuando para dicha nuestra, aboguen por nosotros los que arribaron al reino de Dios a través de nuestro buen ejemplo?

b) ¡Si siempre recordases que tu ejemplo repercute aun cuando no lo imagines siquiera!

Pudieras tú imitar a una criatura a la que sometieron a una intervención quirúrgica en un sanatorio. Antes de cloroformar a la niña el cirujano quiso alentar a la paciente:

-Te vamos a sanar, chiquita. Pero será necesario que duermas un poco.

-Bueno -dijo la niña-, pero antes de dormirme voy a rezar como todas las noches.

En voz alta, en medio de médicos, ayudantes y enfermeros, la niñita rezó su plegaria. Fue un momento emocionante. Uno de los presentes, al relatar el episodio, confesó: “Hacía treinta años yo no rezaba. Y entonces lo hice”.

Quien me ve a mí, ve también al padre. Y brillarán los justos como el sol y como centellas que discurren por un cañaveral.

El apostolado de la PALABRA

Si el apostolado del ejemplo es el primer paso, no es el único ni el más importante. Pero Ojalá lo emprendiesen muchos. Hay otro apostolado eficiente: el de la palabra.

A) La decidida posición de los fieles en pro de una concepción cristiana de la vida es la colaboración preciosa que en este campo pueden aportar al reino de Dios.

a) Es imposible sospechar las múltiples oportunidades que todos los días se ofrecen, en ese sentido, aun a los más humildes y sencillos. El que aquí o allá pronuncia una palabra favorable al dogma o a un principio católico que se combate. El que alza la voz contra la disolución de las costumbres. El que en los cenáculos o en las reuniones íntimas inicia la defensa de instituciones religiosas menospreciadas. Todos ellos practican el apostolado de la palabra. Pueden ejercerlo todos los seglares, aun los más humildes, aun los menos significativos. Mas resultará más fructífero el apostolado, cuanto más elevada sea la posición y el prestigio de quien lo realiza, si a ese carácter añade la humildad.

Recordemos cómo el espíritu piadoso, confesado con la palabra y con la acción, de Tilly, del príncipe Eugenio, de Pasteur, de Ampere, allanó los caminos de Dios en muchas almas sencillas.

b) Con frecuencia una contestación simple, pero valiente y oportuna, alcanza milagros en el espíritu recalcitrante de los incrédulos.

En una oportunidad un obrero de Inglaterra se dirigía al templo. En su camino halló al conocido libre pensador Collin, quien le pregunto irónicamente: “Tu Dios, ¿es grande o chico?” El obrero respondió: “Mi Dios es tan grande que tu cabeza no es capaz de comprenderlo y al mismo tiempo tan chico, que puede entrar en mi corazón”. El librepensador manifestó más tarde que aquella respuesta, decidida y sencilla del trabajador, fue para él más influyente que todos los discursos profundos de la apologética.

B) Desde luego que el apostolado de la palabra no debe reducirse a defender la fe contra los ataques que se le prodiguen. Hay otra forma, no menos preciosa, de ejercerlo. Consiste en confortar a las almas. ¡Qué necesario es en nuestra época! Dirige la mirada a tu alrededor: ¿qué podrías alcanzar en este aspecto?

De tus amigos, de tus vecinos en la casa de departamentos, o en el conventillo, ¿no hay uno que se aplasta bajo el peso de la existencia, padeciendo miserias por necesidades materiales o por la Incomprensión en un matrimonio desdichado? ¿No hay uno que hallaría alivio y consuelo con tus palabras?

De tus compañeros y camaradas, en la fábrica, o en el empleo, ¿no hay uno que abandonó a Dios al ser lastimado por una desdicha, por una injusticia, por un tropezón moral; uno que no asiste a misa, que hace años no confiesa ni comunica, uno que ya no Conoce la Iglesia y que tal vez podría volver a ella y recuperar su fe, si recibiera de ti, una palabra prudente y alentadora?

¿No conoces a alguien que busca desesperado su camino para salir del atolladero de su existencia? Camina a ciegas y procura la salvación en todas partes menos en donde la salvación está, en Dios. A Él podrías tú llevarle.

¿No conoces en el mundo a algún hijo pródigo fugado de su casa a quien podrías hacer retornar mediante una indicación oportuna?

¿No conoces alguna madre desconsolada por la senda equivocada que llevan sus hijos y que podría escuchar de ti una voz de consuelo?

¿No conoces un muchacho, una chica, que comienza a resbalar por el tobogán peligroso de las relaciones atrevidas y que podrían encontrar en tus palabras un áncora de salvación?

¿No frecuentas reuniones sociales integradas, por hombres correctos, bondadosos e intachables, pero tímidos, que secundan por cobardía el ritmo de los deslenguados y que podrían merced a tu palabra, a tu confesión valiente desasirse de compañías malsanas?

Nuestro debe ser el sentido de la responsabilidad que estampa con galanura la poetisa Irén Olbey, al hacer decir a una maestra:

Maestra soy. Puente minúsculo entre la tierra y el cielo. Sirvo a Dios, como un hilo para el envío de sus mensajes. Conduzco la palabra, silenciosamente, y la siembro en los pequeños y tibios corazones. Merced a mí se ennoblece la tierra fatigada y los capullos se transforman en rosas. Espantoso sería mi destino, si olvidase a Dios mi acreedor, pues enseñar es la tarea que se me ha encomendado. Adhiéranse a mi tronco los tallos pequeños e incipientes cuando les azote el huracán. Me crearon para desparramar el trigo límpido y virgen, para sembrar enredaderas y robles, para enjugar con dulces ósculos las lágrimas y para llorar amargamente la caída sobre roca estéril de un grano de vida.

El apostolado de la ACCIÓN

A) San Pablo en su epístola a los Gálatas (VI, 9), dice:

“Nos nos cansemos, pues, de hacer bien”. Y en la primera Epístola a lo Tesalonicenses, (Y, 14-15) añade: “Os rogamos también, hermanos, que corrijáis a los inquietos, que consoléis a los pusilánimes, que soportéis a los flacos, que seáis sufridos por todos. Procurad que ninguno vuelva a otro mal por mal; sino tratad siempre de hacer bien unos a otros, y a todo el mundo”.

El apostolado ejercido en la acción debe ser un principio de nuestros días. Corren tiempos similares a los Medioevales con respecto a los individuos. En la edad media eran muchos los analfabetos, los que no podían gozar de la belleza encerrada en los libros sagrados. Por eso la Iglesia, en los ventanales y sobre los muros de los templos hizo pintar los dogmas del cristianismo, para que los hombres que no sabían leer pudieran, pictóricamente, interpretarlos.

Similares son las circunstancias actuales. Hay muchos analfabetos volitivos hoy, que no leen, porque no tienen voluntad, la sagrada Biblia. El único libro religioso que podrían deletrear, es, llamémosle así, la Biblia viviente, es decir, el cristianismo hecho persona, la fe convertida en acción.

En el breviario se lee una alabanza de Santa Catalina de Sena: “Nadie se acercó a ella que no se volviese mejor”. He ahí nuestra orientación. He ahí lo que debemos procurar para hacer eficiente nuestro apostolado.

B) ¿Cuál es tu profesión? ¿La ejercitas para mayor gloria de Dios y beneficio de tus hermanos?

a) Sea cual fuere tu ubicación, trabaja en todos los casos con todas las potencias de tu alma.

Cuéntase una anécdota interesante. Invitada una señora anotarse en una asociación benéfica, respondió:

-Lo lamento, pero me falta tiempo para actuar en ella porque estoy ya inscripta en otra cuya presidencia ejerce mi esposo. Y como la mayoría de las ocupaciones me competen, le tengo todo el tiempo dedicado.

- ¿De qué se ocupa esa institución?

-Su campo de acción es muy dilatado. Procura desarrollar la vida cristiana. Tiene finalidades educativas y económicas, preocupaciones higiénicas y culturales.

-Es raro; nunca oí hablar de tal institución.

-Tal vez. Porque esa institución es, simplemente, mi familia.

He ahí un apostolado. Cumplir la función de tu existencia en donde el Señor te ha ubicado; desarrollar con el mayor celo las funciones de tu profesión, de tu empleo, al mismo tiempo que los mandamientos de nuestro Señor; ser padre responsable, madre tierna y amorosa; participar en el bienestar común, auxiliando a los indigentes, apoyando a la Iglesia.

b) Inefable consuelo será para nosotros en el lecho mortal saber que están a nuestro lado las acciones que cumplimos por los pobres, por los desposeídos, por los enfermos, por los huérfanos, por la causa de Cristo.

Dice Bálint Magyar: “Ignoro qué me ocurrirá si debo marchar una mañana, pero comprendo que dos mundos me llevan a las puertas del cielo; uno, Dios y todos los santos que El ganó por medio de otros; y otro, el pequeño vergel que he sembrado en el cielo”.

Respóndeme, lector, ¿tienes tú también plantado un vergel en el cielo? ¿Posees muchos de esos valores imperecederos, cotizables en la eternidad, de esas obras, de esas acciones que no realizaste en tu propio provecho, sino exclusivamente por amor al prójimo? Observa a tu alrededor. ¡Son tantos los que van errados! Guíalos hasta el Padre. ¡Hay tantos que padecen hambre! Aliméntalos. ¡Hay tantos atribulados! Consuélalos ¡Hay tantos que se agitan en la desesperación! Ora por ellos.

El apostolado de la ORACIÓN

Estamos en el cuarto de los apostolados: el que nos lleva a unir las manos para elevar nuestra plegaria.

A) La fuente más poderosa de energía sobre la tierra es la oración. Por ello, este cuarto apostolado es aún más importante que el ejemplo, la palabra y la acción.

Orar fervorosamente por el advenimiento y la ampliación del reino de Dios, es importantísimo y es el apostolado que todos pueden ejercer. Pueden algunos, recluidos, estar en la imposibilidad de enseñar con el ejemplo. Pueden algunos, carentes de facilidad en las ideas o en la expresión, estar en la imposibilidad de enseñar con la palabra. Pueden algunos, carentes de medios, de tiempo o de fuerza, estar en la imposibilidad de enseñar con la acción. Pero nadie, por débil, pobre o aislado que esté, es incapaz de rogar a Dios, en el fondo de su corazón, que venga a nos el tu reino.

Múltiples son las intenciones por las que podemos orar diariamente, facilitando así la venida del reino de Dios. Plegarias por la conversión de los pecadores, plegarias por las misiones, plegarias por los enfermos, plegarias por las vocaciones. Y especialmente porque Dios no permita la victoria del espíritu del mal sobre su Santo reino.

B) Sólo se requiere, para hacerlo, la convicción del papel decisivo que juega la plegaria.

La radio es utilizada en la guerra. Las emisoras de un país lanzan al éter informativos y comentarios que molestan y perjudican a su enemigo. Este, sobre la misma longitud de onda, emite ruidos que impiden o perturban la clara audición de la broadcasting adversaria. Son armas de guerra.

Es una defensa que nosotros también podemos esgrimir. Cuando los enemigos de Cristo lanzan a todos los vientos sus calumnias y herejías, nosotros, con las potentes emisiones de nuestra oración fervorosa, podemos desbaratar y perturbar sus planes tenebrosos.

Pensemos lo que acontece en este mismo instante en el mundo. ¡Cuántas son las almas enlodadas en el pecado y acechadas por la tentación! Mi plegaria puede ayudarlos.

¡Cuántos son los enfermos, los moribundos, que están acercándose al Supremo Juez! Mi plegaria puede ayudarles. ¡Cuántos son los hermanos en Cristo, que por su causa sufren hoy en todo el mundo! Mi plegaria puede ayudarlos.

¡Cuántos planes se maquinan, en reuniones secretas, contra el reino de Dios! ¡Cuántas armas se preparan para esgrimirlas contra Jesucristo! Nuestra plegaria puede intervenir para detenerlas, para perturbar los planes del infierno, para contener a los enemigos de Dios.

El apostolado de la oración, por el reino de Dios, pueden cumplirlo todos. El que no pueda hablar, el que no pueda mostrarse, el que no pueda obrar, tiene en la oración un medio magnífico y poderoso de apostolado.

Dice San Lucas (XI, 27), que en una oportunidad hablaba Jesucristo y una mujer para elogiarle levantando la voz exclamó: “Bienaventurado el seno que te llevó”. Jesús respondió: “Más aún son bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (San Lucas, XI, 28).

Nosotros escuchamos también la palabra de Dios. Sabemos, igualmente, qué espera de nosotros el reino de Dios, para ampliarse en la tierra aun contra las dificultades que provocan las puertas del infierno.

Escuchamos la palabra Divina, la oímos, sabemos qué nos pide. Pero son solamente bienaventurados aquellos, como decía Jesucristo, que no sólo oyen la palabra de Dios, sino que la ponen en práctica.

Formulo para mis queridos lectores los deseos de la dicha apacible que invade el alma cada vez que, laborando con nuestro ejemplo, con nuestra palabra y con nuestra acción y con nuestra plegaria, se realiza la súplica que elevamos en el Padrenuestro, acrecentándose el número de almas que arriban al reino de Dios.

(Tihamér Toth, Venga a nos el tu Reino , Ed. Difusión, Buenos Aires, 1944, Pág. 139-150)

--------------------------------------------------------------

EJEMPLOS PREDICABLES



Por una vaca

Nadie podría reprochar al joven obispo Francisco de Sales que no se entregaba en cuerpo y alma a su ministerio en Anneney. Predicaba, confesaba…; hasta la catequesis de los niños era tarea suya. Pero un día cuenta en una carta a la Señora Chantal un suceso trágico que había contemplado en la región de los Alpes. Vio cómo un pobre pastor, que corría de aquí para allá en persecución de una vaca, caía por una grieta del hielo. No se habría tenido más noticia suya si no fuera porque el sombrero, que perdió al caer, quedó junto al borde. Un vecino bajó a buscarlo, atado a una cuerda y con riesgo de la propia vida, y logró recuperar el cadáver.

Con humildad escribe San Francisco de Sales la lección que ha recibido:

“¡Qué espoleo para mí! Este pastor que corre por tan peligrosos lugares por una sola vaca; esta caída tan horrible que le causa el ardor de la persecución; esta caridad del vecino que se echa al abismo para sacar a su amigo del fondo… ¡Oh, Dios mío!, exclamé, ¿y por qué he de ser yo tan cobarde en la busca de mis ovejas?”.



Deseos de Misionar

El afán de almas que embargó a Teresa del Niño Jesús en el Carmelo de Lisieux es bien conocido, así como su deseo de trabajar desde allí por las misiones.

De su Autobiografía son estos párrafos: “El grito de Jesús moribundo ¡Tengo sed!, resonaba a cada instante en mi corazón, y lo encendía en un ardor vivísimo, hasta entonces para mí desconocido. Anhelaba dar de beber a mi amado, sentíame yo también devorada por la sed de almas, y a todo trance quería arrancar de las llamas eternas a los pecadores”. “Quisiera recorrer la tierra predicando vuestro nombre y plantando, amado mío, en la tierra infiel vuestra gloriosa cruz. Mas no me bastaría una sola misión, pues desearía poder anunciar a un tiempo vuestro Evangelio en todas partes del mundo, hasta en las más lejanas islas. Quisiera ser misionera, no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo, y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos”.

Cuando ya estaba muy enferma, daba un breve paseo, y una hermana, al ver su fatiga, le recomendó descansar. “¿Sabe lo que me da fuerzas? – comentó la santa -. Pues bien, ando para un misionero. Pienso que allá muy lejos puede haber uno casi agotado de fuerzas en sus excursiones apostólicas, y para disminuir sus fatigas, ofrezco las mías a Dios”.

(Julio Eugui, Anécdotas y Virtudes , Ed. Rialp, 2ª Ed., Madrid, 1989, nº 42 y 46)


27. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

Vete vidente

En el tiempo del profeta Amós Israel estaba dividido en el reino del norte y el reino del sur. Amós ejerció su ministerio en el reino del Norte. Allí mandaba el rey Jeroboam II, apoyado ideológica y religiosamente por Amasías, sacerdote del santuario de Betel considerado templo real y santuario nacional. Aquí vemos el ejemplo claro, de una religión utilizada como un elemento justificador para mantener el poder. Vemos el ejemplo claro de la traición a Dios y a la humanidad, y la manipulación de la religión para adormecer la conciencia de un pueblo y hacerlo aceptar, como voluntad de Dios, los designios mezquinos del gobernante de turno. El matrimonio del “poder” religioso con el poder político es tan antiguo como actual y peligroso para los intereses de la gente de a pie.

La historia nos ha enseñado que es imposible ser neutral ante las realidades sociales y políticas. Si somos sinceros tenemos que aceptar que es imposible ser apolíticos, porque alejarse totalmente de la política significaría tomar partido por la corriente dominante, cualquiera que sea. Es un ropaje engañoso de la indiferencia.

Amós no fue un político propiamente dicho. Fue un campesino creyente que asumió su compromiso con Dios y con su pueblo. Hizo ver la idolatría en la que estaba cayendo Israel y la desviación del proyecto salvífico de Dios, que se debía construir con el hilo conductor de la fe y con las bases de la justicia y el derecho.

Con el reinado de Jeroboam II hubo cierto progreso que los llevó a la autosuficiencia, arrogancia, vanidad (4,1) y lujo excesivos (6,4ss). La “calidad de vida” les hizo olvidar a Dios y a los demás hermanos, que se veían muchas veces explotados para satisfacer la insaciable sed de comodidad de unos cuantos.

En Amós encontramos al profeta de la crítica social (1,1-s). Su denuncia más notoria la dirigió contra quienes deberían velar por la justicia y el derecho, pero hacían lo contrario: los gobernantes. (6,1s), los jueces (2,6-7), los dirigentes religiosos (3, 12s) quines habían falseado el culto a Yahvé (6,21-22), y los comerciantes (8,4). Las víctimas de la injusticia eran el pobre, el débil, la viuda y la muchacha de servicio (2,7s).

A todos los seres humanos nos gusta que nos elogien y que hablen cosas bonitas y nos incomoda que hablen mal o que cuestionen nuestra manera de proceder, es algo natural. Los gobernantes no son la excepción; por el contrario, en ellos se ve más esta actitud, sobre todo cuando se creen representantes de Dios.

Amós se atrevió a denunciar la injusticia del Jeroboam II y su gente, la infidelidad en la que estaba cayendo el pueblo, así como la descarada y sospechosa camaradería que había entre el rey y el sumo sacerdote Amasías. Éste no dudó en salir a defender a Jeroboam II, su compinche, a descalificar, a ridiculizar y a despedir a Amós. Para esto acudió a su “alta dignidad” como sumo sacerdote del Betel, templo nacional y santuario real. El profeta se había convertido en un problema para los intereses de rey, del sumo sacerdote y de su gente.

Pero el profeta no podía desistir de su ministerio por la intimidación. Él no ejercía la profecía como una profesión, ni como un medio para ganarse la vida. Hablaba porque veía claramente la injusticia, porque le dolía lo que estaba pasando y porque no podía callar, era una obligación de conciencia. Se sentía enviado por Dios para reclamar lo que era de Él: la justicia, el derecho, la dignidad de la gente, la tierra y el culto verdadero.

Valdría la pena analizar el compromiso nuestro como Iglesia de Cristo, ante el mundo y sus realidades sociales, políticas, culturales e ideológicas. Valdría la pena revisar si, como personas o como institución, hemos expulsado a los profetas porque nos incomodan, y defendido socarronamente a tantos pillos de corbata que siguen sueltos y haciendo daño. ¿Qué tal si nosotros asumimos el compromiso de Amós, no por sueldo, no porque nos paguen, sino como una “obligación” de conciencia para ser verdaderos discípulos de aquel que murió y resucitó para darnos nueva vida?


Sencillez

Ya tenían un buen tiempo de caminar con Jesús, es decir, de ser sus discípulos. Conocían su proyecto, su prioridad, su Buena Noticia. Habían aprendido a vivir en comunidad no obstante las marcadas diferencias ideológicas entre ellos mismos. Era hora de pasar a ser apóstoles, es decir enviados. Comenzaba una nueva etapa para sus vidas: el apostolado.

Vemos en el evangelio una serie de recomendaciones que brotan de la experiencia apostólica del mismo Jesús. El evangelio pide que los apóstoles de Jesús lo hagan en su nombre y con el mismo espíritu que él lo hizo, con la certeza de que los acompañarán los mismos signos.

Primero que todo el apostolado se realiza de dos en dos, o sea en comunidad. La dinámica apostólica de debe hacer en un ambiente de sencillez, en contacto con la gente y no a través del poder. No se buscan los aplausos ni la admiración de la gente; por tanto se debe evitar todo tipo de ostentación, más cuando se trata de lugares empobrecidos. Se trata de formar comunidades impulsadas por la fuerza del Espíritu que hagan realidad el Reino de Dios.

A todos nos gusta que nos vaya bien pero es preciso evitar el triunfalismo, pues existe la posibilidad de no ser aceptados, ya que otros tienen derecho a disentir, sin que ello signifique que estén condenados. Necesitamos tolerancia para aceptar las diferencias, perseverancia para continuar el camino y creatividad para dar a conocer el mensaje de salvación en un ambiente de respeto.

Con su predicación los apóstoles llamaron a todos a volver a Dios, en línea con la afirmación de Pablo: “hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza en el cielo y en la tierra” (2da lec). Se trata de un trabajo a largo plazo, paciente, personalizado y progresivo. Volver a Dios no es sólo cambiar algunos actos, sino mirarlo y tenerlo en cuenta en toda nuestra vida. Volver a Dios no es sólo “dejar de pecar”, sino dejar la vida sin sentido, sin esperanza y sin confianza, y volver nuestra mirada a aquel que es la fuente de la vida, del amor y de la misericordia.

¿Estamos nosotros los seguidores de Jesús, en consonancia con el plan de Dios? ¿Somos discípulos? ¿Somos apóstoles? Hay muchas personas y comunidades cristianas que hacen presente el Reino con su vida. Pero hay que reconocer que el cristianismo tiene una historia muy contradictoria, de poder, de dominio, de agresión y de colonización. Y que esto no ha terminado: los llamados países cristianos, la civilización occidental, no han parado la colonización, cada vez con nuevas formas de esclavitud y de dominio en nombre de Dios o en nombre de la democracia. El salvajismo no es historia.

En muchos de nuestros países hay una gran mayoría cristiana, sin embargo hay entre nosotros las más penosas injusticias. Muchos “cristianos” están dentro de los que andan por el mundo colonizando y explotando sin ningún sentido humano ni cristiano. ¿Dónde quedamos? ¿Será que el cristianismo como conjunto se ha convertido en un nuevo santuario de Betel al servicio de intereses particulares? ¿Qué hacemos?

Nos corresponde volver a las fuentes. A Jesús y su hermoso testimonio de humildad, su compartir solidario y su lucha por una humanidad nueva. Nos corresponde buscar una vida digna y justa para todos, sin tener que pisotear a nadie para mantener una ostentación insultante y deshumanizadora. Estamos llamados a ser discípulos y luego a ser apóstoles del Reino de Dios. A combatir todos los “démones” que vejan nuestra humanidad y a realizar el designio de Dios: Que seamos santos e irreprochables ante él por el amor (2da lect.)



28. Evangelio del domingo: Discípulos en "prácticas"

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca

HUESCA, sábado, 11 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo (Marcos 6,7-13) XV del tiempo ordinario, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.

* * *

Los discípulos habían escuchado detenidamente al Maestro muchas veces. Le habían visto actuar. Seguramente que se sentían orgullosos de Jesús y hasta de ellos mismos: ¡no era nada pertenecer al grupo de seguidores del Maestro de moda! A un cierto punto Jesús les sorprende con una insólita decisión: enviarles misioneramente a Palestina.

Si en el tiempo de los preparativos ellos hubieran imaginado el desenlace o acaso la estrategia a seguir, posiblemente la hubieran organizado de un modo muy diferente. ¿Cómo se presentarían ante los demás precisamente ellos, los discípulos de Jesús? No sería de extrañar que hicieran cábalas arrogantonas y algo triunfalistas, quienes en otro momento aspiraban a ocupar un puesto a la derecha y a la izquierda de Jesús cuando éste llegase a la casa del Padre, quienes no dudaban en pedir que un ángel echase azufre a los que no pertenecían a su círculo estrecho, o quienes cortaban la oreja a todo guardia que se moviese en el trance del apresamiento de Jesús.

Jesús los equipó con otro tipo de ropaje y con otro estilo de misión: irían de dos en dos, lo suficiente para que se apoyen y sostengan en los contratiempos; con poder sobre los espíritus inmundos; y con un avituallamiento realmente pobre y humilde: un bastón, una túnica y sandalias, sin pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón.

Era como hacer las "prácticas" de discípulo tras haber vivido y convivido con el Maestro. Y al igual que sorprendería Él a quienes esperaban de su mesianismo otra cosa, como por ejemplo un mesías guerrillero, antirromano, celoso e intransigente con las prescripciones de la ley..., seguramente que también sorprendería este estilo misionero casi ingenuo y naïf de los discípulos de Jesús.

La tentación siempre es la misma: o nos escondemos en las sacristías y decimos que ya actuará el Señor, o nos armarnos hasta los dientes con las armas al uso (sean bélicas, o dialécticas, o de presión, o de intolerancia varia...), para imponer la Buena Noticia del Reino. Nunca ha sido ése el camino, ni siquiera durante las "prácticas" de aquellos primerísimos cristianos. Hay que actuar, hay que sacar la fe a la plaza pública y proclamarla con el lenguaje de la vida. Pero como hicieron entonces los discípulos de Jesús, hay que ir en su Nombre y sabiéndonos por Él enviados: predicar el arrepentimiento y la conversión, la gozosa posibilidad de volver a empezar, de dirigir nuestra mirada a Dios y adherirnos a su Verdad sobre nosotros y sobre la historia toda, echar los mil demonios que nos endiablan dividiéndonos por dentro y enfrentándonos por fuera, y ungir a los dolientes de todos los sufrimientos con el dulce bálsamo de la paz y la esperanza.


29. 

Comienzan nuevas etapas

A partir de hoy, y durante siete domingos, seguiremos, como segunda lectura, la carta de Pablo a los Efesios, una entusiasta visión global de la Historia de la Salvación, como una gran bendición de Dios, a la que corresponde que nosotros también le dediquemos nuestra más agradecida bendición.

Éfeso era la capital de la provincia romana de Asia, famosa por su comercio, por sus templos, por su cultura. Pablo evangelizó a los habitantes de esta ciudad en sus viajes segundo y tercero, permaneciendo allí unos dos años. La carta la escribe desde la cárcel de Roma, hacia el año 62: es una de las llamadas "cartas de la cautividad".

En el evangelio también damos inicio a una nueva etapa en la misión de Jesús. Los domingos 15 y 16 leemos el envío de los doce a predicar y curar por los diversos pueblos y también su vuelta, al parecer con bastante éxito. Hasta ahora Jesús había predicado él solo, aunque con la presencia de los apóstoles. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con él. Como hará luego la Iglesia durante dos mil años.

Amos 7, 12-15. Ve y profetiza a mi pueblo

Amos es un profeta que actuó en el siglo VIII antes de Cristo. Era de Técoa, cerca de Belén, y por tanto del reino del Sur (Judea). Dios le envía a hablar en el del Norte (Israel, o sea, Samaría). Su palabra es valiente, denunciando las injusticias sociales de su tiempo, y la falsedad del culto que realizan en el templo nacional de Samaría, Betel (opuesto, por tanto, al Templo de Jerusalén, porque están en período de cisma).

Al sacerdote responsable de ese templo, Amasias, así como al rey de la época, Jeroboam, le resulta incómodo este profeta, y le quiere intimidar para que se marche a su tierra, Judea. Amos, con humildad pero con firmeza, se defiende: no está profetizando por gusto propio, y menos por interés económico, como si fuera un profesional: "no soy profeta... sino pastor y cultivador de higos"; ha sido Dios quien le ha enviado: "me dijo: ve y profetiza a mi pueblo de Israel". Es un episodio que nos prepara para escuchar después el envío por parte de Jesús a los doce apóstoles, avisándoles de que en algunos lugares no les recibirán bien. Lo que aquellos samaritanos quieren oír, sí lo oye el salmista: "voy a escuchar lo que dice el Señor Dios... anuncia la paz a su pueblo". Y humildemente suplica: "muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación".

Efesios 1, 3-14. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo

El comienzo de la carta, que es la página que hoy leemos, es un himno entusiasta y una visión cristiana de la historia. Nosotros elevamos nuestra bendición a Dios Padre (bendición "ascendente") porque él nos ha llenado antes de la suya (bendición "descendente"). Ambas bendiciones tienen como centro a Cristo Jesús, y ambas vienen marcadas "con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia". Por tanto, es una visión trinitaria de la Historia de Salvación.

Pablo enumera estas bendiciones de Dios: "nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos", "por la sangre de Cristo hemos recibido la redención, el perdón de los pecados", "el tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia es un derroche para con nosotros"... El plan de Dios es "recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra".

Marcos 6, 7-13. Los fue enviando

Jesús, a pesar del sinsabor que le ha producido la incredulidad que ha encontrado en Nazaret, sigue su misión, ahora con el envío de los doce, cuya colaboración busca. Es una buena lección para la comunidad eclesial que, en los tiempos en que escribe Marcos, ya está predicando por el mundo en nombre de Jesús.

Jesús llama a los doce y les envía "de dos en dos", como era costumbre entre los judíos. Les da "autoridad sobre los espíritus inmundos" y, en efecto, los apóstoles "salieron a predicar", y además "echaban muchos demonios" y "ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban".

Jesús les da consignas sobre el estilo con que deben actuar, sobre todo con una pobreza que con razón se llama "evangélica": un bastón, unas sandalias y poco más.

Enviados a predicar

Dios se hace ayudar, se sirve siempre de hombres y mujeres para que colaboren con él para el anuncio de la Buena Noticia de su amor salvador. Entre otros muchos profetas que Dios envía a su pueblo, recordamos hoy cómo, en un período desastroso como está viviendo Samaría, envía a Amos, un laico, un campesino que tienen buen sentido común y demuestra gran valentía en el cumplimiento de su misión, a pesar de la oposición oficial que encuentra.

Jesús envía en un primer momento a sus doce apóstoles (más tarde enviará a 72 discípulos) para que colaboren con él en los diversos pueblos y aldeas. Los había elegido para eso: para que estuvieran con él y luego les pudiera enviar a misionar. Ha llegado el momento: han convivido con él, le han escuchado, han aprendido de él. Ahora los envía a predicar la salvación que ofrece Dios, a curar enfermos y a sanar a los poseídos por el maligno.

Exactamente como estaba haciendo él. También el contenido de esta predicación coincide con las primeras palabras que dijo Jesús, según el evangelio de Marcos, "convertios": "salieron a predicar la conversión". Los envía de dos en dos, costumbre entre los judíos, y que nos recuerda las ventajas de trabajar en equipo, porque aparte del estímulo mutuo, también asegura una ayuda del hermano, sobre todo en momentos difíciles. Después de la Pascua, Jesús los enviará ya a una misión definitiva, para que prediquen el evangelio por todo el mundo. Hace dos mil años que su comunidad está obedeciendo este mandato misionero. No sólo el Papa o los Obispos y los otros ministros y misioneros, sino tantos fieles comprometidos están evangelizando y dando testimonio del amor salvador de Dios. Cada uno según la misión que recibe en la comunidad. No todos escriben encíclicas para la Iglesia, ni reciben el encargo de animar una diócesis o una parroquia. Pero sí todos los cristianos somos misioneros y testigos del evangelio en el mundo que nos toca vivir: padres, catequistas, maestros, médicos, personal sanitario, estudiantes, obreros, voluntarios...

Como los doce, que estaban con Jesús y luego dieron testimonio de él, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, somos invitados a dar testimonio de él en la vida. Enviados, no autoinvitados. A ser posible en equipo, en comunión con la Iglesia.

Si un lugar no os recibe ni os escucha...

Colaborar con Cristo en el anuncio del plan salvador de Dios no suele ser fácil. Comporta a veces el riesgo del rechazo y hasta de la persecución. La persecución puede ser física, o también moral, desprestigiando al mensajero, porque no se quiere admitir su mensaje.

A Amos lo persiguieron, presentándolo como un "conspirador" que viene del Sur y habla en contra del pueblo del Norte (contra el que hablaba era sobre todo contra las autoridades responsables de tanto desorden, tanto religiosas como civiles) Le intentan intimidar para que se vuelva a su patria y deje en paz  a los sacerdotes del Templo de Betel y a las autoridades civiles. Jesús avisó a los suyos que en algunos lugares no les recibirían bien ni les escucharían A veces la oposición viene de los propios, como a Jesús en Nazaret Otras, con la excusa de que es un forastero, como a Amos, que no era de aquella tierra Nunca faltan motivos para librarse de una voz que nos resulta incomoda Cuando un profeta estorba -que es casi siempre, si es auténtico- se le pretende hacer callar o eliminar Eso sí, si es un profeta falso, que dice lo que halaga el oído de los poderosos, ese hará carrera Cuando escribía Marcos, seguro que la comunidad cristiana ya tenia experiencia de este rechazo en diversas regiones También a nosotros, en algunos ambientes nos admitirán y en otros, no Estamos avisados Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido éxitos y aplausos fáciles, sino porque estamos convencidos de que también para el mundo de hoy la vida que nos ofrece él es la verdadera salvación y la puerta de la felicidad auténtica No sólo queremos "salvarnos" nosotros, sino colaborar para que todos acepten el Reino de Dios en sus vidas

Este rechazo no debería desanimarnos en nuestro testimonio A Amos no le acobardaron las amenazas de sus oponentes A Jesús no le hicieron callar los suyos También a Pedro y a los demás apóstoles les querían hacer callar los jefes de la sinagoga pero ellos contestaron valientemente que era preciso obedecer a Dios antes que a los hombres Ahora dinamos que hemos de obedecer a Dios antes que a las corrientes de moda o incluso que a las leyes civiles, cuando vemos que son claramente contrarias a la voluntad de Dios y la dignidad humana. Lo que nos toca a nosotros es sembrar, anunciar Tal vez no tendremos éxito a corto plazo, y serán otros los que recogerán lo dijo Jesús recordando el refrán de que "uno es el sembrador y otro el segador" (Jn 4, 37) o la convicción de Pablo de que ni el ni Apolo son los protagonistas, sino Dios, que hace crecer la semilla que ellos han sembrado (cf ICo 3, 6ss)

También es justo pensar que a nosotros mismos nos puede acechar la misma tentación no hacer caso de las voces profeticas que oímos personalmente, por el testimonio de tantas personas y acontecimientos, si estas voces van contra nuestra comodidad o nuestro gusto Podemos captar esta tendencia en la sociedad, pero también, si somos sinceros, en nosotros mismos

Con pobreza evangélica

Un aspecto importante del envío que Jesús hace de los doce es la consigna que les da de un estilo realmente austero y pobre Ya Amos se defendió de las insinuaciones de Amasias asegurando que él no pretendía, con su palabra profetica, ganarse la vida, sino que era un ministerio que le había encargado Dios y que realizaba sin interés propio También a los apóstoles les dice Jesús que actúen desinteresadamente Tal vez no hay que tomar al pie de la letra la lista de cosas que pueden llevar o no, que, por otra parte, difiere en los diversos evangelistas Lo de llevar sandalias y bastón, que es equivalente a decir que sólo lo imprescindible, tiene una resonancia muy antigua, porque ya desde el libro del Éxodo se les decía a los israelitas que comieran la cena pascual "calzados vuestros pies y el bastón en vuestra mano" (Ex 12,11)

Lo que quiere subrayar Jesús es, sobre todo, el espíritu de pobreza y sencillez que debe caracterizar a sus seguidores, desprendidos de lo superfluo, sin apego a las riquezas, como el mismo, que llego a decir que no tenía ni donde reclinar la cabeza La primera de sus bienaventuranzas fue precisamente esta "bienaventurados los pobres " También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que actuemos más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos fundamentalmente en los medios humanos -que no habrá que descuidar por otra parte- sino en la fe en Dios Es Dios quien hace crecer, quien da vida a todo lo que hagamos nosotros Pablo se gloría, no de sus dotes humanas, sino de la fuerza que le da Cristo en su debilidad está precisamente su fuerza Los doce tendrán como mejor riqueza, no los medios materiales, sino el poder que Jesús les ha comunicado de vencer el mal. Los religiosos hacen "voto de pobreza" precisamente para poder realizar su misión en el mundo con más agilidad y libertad. Si damos ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús, todos podrán ver que no nos dedicamos a acumular "bastones, dinero, sandalias y túnicas" y que no hacemos ostentación de medios espectaculares. Que nos sentimos más peregrinos que instalados, más desinteresados que apegados al poder o al dinero. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo -la Madre Teresa de Calcuta necesitaba millones para su obra de atención a los pobres, y la comunidad cristiana para mantener sus seminarios, sus iglesias y sus obras misioneras- nos apoyamos sobre todo en la fuerza de Dios, con austeridad, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

La bendición de Dios y la bendición a Dios

Pablo, iniciando su carta a los Efesios, ve la historia de la salvación en clave de una gran "bendición", tanto de parte de Dios para con nosotros, como de nosotros para con Dios. Esta bendición, en ambas direcciones, está centrada en Cristo Jesús, y además sellada por el Espíritu Santo, que es la prenda y garantía de nuestra herencia final. Es impresionante la lista de bendiciones que, según Pablo, nos vienen de Dios Padre, origen y meta de nuestra  salvación. Su perspectiva es claramente trinitaria. Todo nos viene de Dios Padre, por medio de su Hijo, y en el Espíritu. Todo vuelve a Dios Padre, de nuevo por medio de Cristo Jesús y en el Espíritu.

Es la perspectiva que emplea el Catecismo de la Iglesia Católica al comienzo de su segunda parte, la que dedica a la celebración del misterio: citando precisamente este comienzo de la carta a los Efesios, dice que todo es una bendición que nos viene de Dios y que dirigimos a Dios (cf. CCE 1077; en los números siguientes, 1078-1083, explica lo que supone esta bendición en ambas direcciones).

Es también lo que decimos en nuestra Eucaristía, sobre todo al final de la Plegaria Eucarística: "Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unida del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". _Es la clave en que tendríamos que vivir nuestra fe cristiana también fuera de la celebración: bendecidos por Dios y bendiciendo a Dios, en clave de alegría y gratitud.