COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Am 7, 12-15

 

1. 

-Ambientación histórica: A causa de la decadencia de las grandes potencias de aquellos tiempos, Asiria, Siria y Egipto, el reino de Israel goza de una gran prosperidad política, económica y social. Su rey, Jeroboam II, puede ampliar las fronteras de su reino, aumenta la riqueza nacional e individual, se construyen lujosos edificios (3, 15; 5, 11; 6, 1ss...). Casi todos están a gusto con esta prosperidad material, gozan con esta época de vacas gordas.

-Y en medio de esta paz y tranquilidad surge la voz estridente de un profeta, Amós, que ataca sin contemplaciones el orden social imperante, la desaforada y culpable alegría ciudadana, la hipócrita praxis religiosa. Con palabras muy duras anatematiza al rey, a la gente rica, a los corruptos jueces... En Israel no se respeta el derecho y la justicia, los poderosos campan a sus anchas, los pobres son esquilmados y aniquilados... Amós, nacido en el reino del Sur (Tecoa: 1, 1), es enviado por Dios a predicar un mensaje social en el reino del Norte entre el 760/750 a. de Xto.

Texto: 

-El texto de Am. 7,10-17 es capital para entender la vocación profética y, más en concreto, sus relaciones con los poderes establecidos: el rey y el sacerdote (cfr. Dt. 17-18). El rey del N. tiene su santuario real en Betel, la ciudad tradicionalmente ligada al patriarca Jacob (=Israel), en ella ofician sacerdotes creados por el fundador del reino, Jeroboam I, y que están al servicio del monarca de turno. Este santuario es como el corazón del reino, y así como el reino tiene sus fronteras también el templo es un espacio acotado y controlado por los sacerdotes al servicio del rey.

-Y en este espacio acotado irrumpe algo nuevo e inesperado: la palabra de Dios traída por un profeta de allende las fronteras. Viene de fuera, sin pedir permiso, como tomando posesión; más aún, hace de Betel como una caja de resonancia para que el mensaje resuene en todo el reino: el país no puede soportar sus palabras.

La amenaza de Amós pone en movimiento el mecanismo de la denuncia: Amasías, representante de la religión institucionalizada, denuncia al portador de la palabra divina ante el rey. Y tras la denuncia, la orden de expulsión: en su patria, Judá, podrá desarrollar su actividad profética, pero no en un territorio ajeno. El tinglado religioso no puede desmontarse ni se puede perder la fuente de ingresos. Así el rey y el gran sacerdote pretenden neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote.

-En ese momento Amós reacciona con más vigor (v.s. 14-17). Amasías ha informado al rey y ha intentado intimidar al profeta, pero Amós no predica por ganarse el sustento cuotidiano... y así se siente libre para proclamar una sentencia soberana. Por medio de su profeta, la palabra divina penetra, se instala, expulsa, actúa en la historia.

Reflexión: Las palabras de Amós son muy duras y a la vez muy claras. Autoridades religiosas que acotan el lugar sagrado, profetas y funcionarios del templo que viven de él, porque no saben dedicarse a otra cosa, y que tratan de proteger su sustento aunque sea a costa del mensaje evangélico... son muy abundantes. ¡Que cada cual cargue con la vela que le corresponda!

ÁNGEL GIL MODREGO
DABAR 1991, 36)


 

2. 

El profeta Amós, pastor y campesino, actuó en Israel en tiempos de Jeroboam II (785-746). Aunque era extranjero en Israel, pues había nacido en Técoa de Judá, profetizó en este reino, primero en la capital, Samaria, y después en el santuario de Betel, aprovechando la concurrencia de los peregrinos que acudían a celebrar las fiestas de otoño. Habló sin rodeos ni diplomacia y su voz como un rugido de Dios (1, 2). Condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día de Yavé (5, 18-20), la ruina de la casa real (7, 9) y el exilio del Reino del Norte (5, 27; 6, 7). Habló donde era preciso hablar y en el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas y callan los maestros y sacerdotes que viven de su oficio. Por eso sus palabras resultaron insoportables.

El establecimiento de la monarquía supuso ya desde el principio la fijación del culto y su centralización. Dado el consorcio entre el Palacio y el Templo, era lógico que los reyes de Israel quisieran tener su propio santuario nacional una vez se independizaron de los reyes de Judá. En efecto, la división política llevó inevitablemente consigo el cisma religioso. Claramente se había expresado en este sentido Jeroboam I: "Si este pueblo continúa subiendo para ofrecer sacrificios en la casa de Yavé en Jerusalén, el corazón de este pueblo se volverá a su señor, a Roboam, rey de Judá", y, en consecuencia, mandó construir el santuario de Betel (I Re 12, 27-33). Cuando el profeta Amós se atreve a profetizar en este santuario nacional, sus palabras resultan subversivas. No es de extrañar que le salga al paso el sumo sacerdote Amasías que, como buen funcionario, debe velar por los intereses del rey de Israel. Amasías denunciaría la predicación del profeta Amós ante Jeroboan II (7, 10-11).

Pero antes de que el rey decida personalmente qué debe hacerse con ese profeta impertinente, Amasías, posiblemente queriendo evitar la ejecución de Amós y las complicaciones de todo orden que esto podía acarrearle, decide por su cuenta echar de Betel al hombre de Dios.

Amasías cree que Amós es uno de esos profesionales que se pasan la vida profetizando (cfr. 1 Sam 9, 6 ss.; Mi 3, 5-11). No tiene nada contra ese oficio, pero le dice al profeta que se gane tranquilamente el pan en su propia tierra.

Amós le responde enérgicamente y le dice que él no es un profeta de oficio, que no pertenece a ninguna escuela profética, y que para vivir le basta con cultivar higos y cuidar un rebaño de cabras. Si él predica la palabra de Dios no lo hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado profetizar contra Israel. Por encima de la voluntad de Amasías y la presión del poder está la autoridad indiscutible de Dios. Esta confrontación entre el profeta y el sacerdote, que sirve a los intereses de un rey, se eleva más allá de las anécdotas y alcanza la categoría de paradigma.

EUCARISTÍA 1985, 32


 

3. Según autores recientes (cf. Ramlot, Prophétisme, en DBS) Amós no era pastor ni jornalero por cuenta ajena, sino propietario de rebaños y de fincas. "Uno de los pastores de Tecué" significaría entonces "un miembro de la clase fuertemente unida de los agricultores" (Von Rad), de buena posición social y hombre honorable (ver la nueva edición de la Biblia de Jerusalén, nota añadida a Am 1, 1). Esto quizá deshace la imagen tradicional del Amós debelador de la explotación que él mismo ha sufrido, pero nos ofrece un itinerario personal no menos sugestivo: el del creyente a quien la llamada profética de Dios ha hecho romper los círculos sociales de la familia y el ambiente, o de la formación adquirida, y que llega a hacer una opción radical.

El fragmento que hoy leemos es un texto en prosa intercalado entre la poesía de la tercera y la cuarta visión. La tercera visión termina con un oráculo contra la dinastía de Jeroboán (7,9). Fueron seguramente los discípulos del profeta los que intercalaron entre esta oráculo y la visión siguiente un fragmento narrativo para explicar como se desarrollaron los hechos: circunstancias en las que aquel oráculo fue pronunciado, y reacciones oficiales. "Casa de Dios" (Bel-El) era, en el reino del norte, el lugar santo del "nacional-israelismo": "santuario real y templo del país", según el sacerdote Amasías. La solemnidad del culto quiere legitimar una situación social injusta. Denunciar este estado de cosas -la contradicción entre venerar a Dios y oprimir a los hombres- resulta realmente, como dice Amasías, conspirar contra el rey y contra el régimen (7, 10). Pero, ¿qué puede hacer Amós, si ha sido Dios quien lo ha llamado y lo ha enviado? Si se hubiera tratado de un profeta profesional, como Amasías creía, probablemente habría resultado más fácil llegar entre ambos a un "modus vivendi".

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 14


 

4.Am/07/01-17

Estos versículos ofrecen una descripción sumaria de la vocación de Amós: "Yahvé me arrancó de mi ganado y me dijo: Ven a profetizar a mi pueblo, Israel" (v 15). Es la fórmula esquemática de la llamada y de la misión profética. La confesión nace en un contexto polémico, en el cual el sacerdote Amasías contesta a Amós el derecho de predicar en Israel y menos todavía en Betel, santuario del rey. El pastor de Tecua es presentado como un agitador político en complot contra el rey y el Estado. La nacionalidad judaica de Amós agravaba su gesto y lo hacía intolerable. Amasías le recuerda que Betel es santuario real del reino del norte, fundado por Jeroboán. El sacerdote, agudo experto político y funcionario del conformismo elegante, ve detrás de Amós no la inspiración divina, sino otras intenciones. Es comprensible que sus discursos llegaran a ser intolerables: «El país ya no puede soportar sus palabras» (v 10).

El profeta molestaba a demasiada gente: a la casa real, a los funcionarios políticos, a los comerciantes sin moral, a los sacerdotes adictos a las razones de Estado, a las damas de la alta sociedad, a los magistrados corrompidos y corruptores, etc. Más que en defender el origen carismático de su vocación y misión, Amós pone el acento en demostrar que Dios lo ha investido de autoridad para denunciar ahora y aquí los crímenes de Israel y predecir su castigo. Ante una religión que busca instrumentalizar los conceptos de elección y de pacto, para crear en el pueblo un sentido de seguridad respecto a su futuro, Amós denuncia la infidelidad a la alianza. Si puede llamarse revolucionario, sólo lo será en el sentido de que él busca restablecer el orden querido por Dios; la transformación que preconiza es una conversión. El profeta manifiesta que si se entrega a la tarea de denunciar el orden existente es en virtud de una encomienda divina, directamente opuesta a la pretensión de Amasías: "Vete, escapa a la tierra de Judá y come allí tu pan haciendo de profeta" (v 12).

La insistencia en el tema revela el significado primordial del relato: el mensajero no puede elegir su destino sino que debe ser inexorablemente fiel a quien le envía. «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1 Cor 9,16).

El conflicto entre Amós y Amasías es el conflicto entre la autoridad de la palabra de Dios y la autoridad del Estado, que se sirve de la religión. El pastor de Tecua no apela al éxtasis ni a la pertenencia a asociaciones proféticas: la única prueba de autenticidad de su palabra es su entrega total a ella. El profeta tiene el valor y la sabiduría de enfrentarse a Amasías no con oscuros razonamientos, sino sólo con la palabra, con los criterios de fe.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981