27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 14 B
20-27

 

20. DOMINICOS

Este domingo: 14º del Tiempo Ordinario
No pudo hacer allí ningún milagro

Después del largo periodo pascual y las solemnidades de estos últimos domingos retomamos  el tiempo ordinario. El Evangelio de San Marcos nos pone hoy ante la paradoja de cómo el enviado por Dios es rechazado por su pueblo, por sus vecinos.

Jesús, el profeta “el hombre acreditado por Dios entre su pueblo con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio” (Cfr. Hch. 2,22)  experimenta la desconfianza  de parte  de los suyos: “Desconfiaban de él. Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que entre sus parientes y en su casa” (Evangelio).

Muchas veces hemos confundido al profeta con un ser con poderes sobrehumanos, diferente, un adivino, un ser raro. Las lecturas de hoy, en cambio, nos dicen que cuando Dios  elige y envía a una misión en medio de su pueblo, parece no querer que seamos diferentes de los hermanos a quienes nos envía. A Moisés no le curó de su tartamudez, Ezequiel sabe que algunos no le escucharán, Jesús rechaza como tentación los caminos de “paranormalidad” que descubre en el desierto, Pablo siente que debe convivir con sus fragilidades para combatir su soberbia, y Jesús tiene que escuchar: “¿De dónde saca todo eso?. ¿Qué sabiduría es ésa  que le han enseñado?. ¿ Y esos milagros de sus manos?. No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí?(Evangelio).

Dios se sigue manifestando en la debilidad y sólo con ojos limpios y transparentes, libres de prejuicios,   podemos  descubrirlo.  Por eso seguimos llorando su ausencia.

Comentario bíblico:

El espíritu del verdadero profeta

Iª Lectura: Ezequiel (2,2-5): El profeta, el hombre sin miedo

I.1. La primera lectura de este domingo la tomamos de Ezequiel, y viene a ser como una especie de relato de llamada profética; así es el caso de otros profetas de gran talante (Isaías 6 en el templo; Jeremías 1), porque se debe marcar una distinción bien marcada entre los verdaderos y falsos profetas. En la Biblia, el verdadero profeta es el que recibe el Espíritu del Señor. De esa manera, pues, el profeta no se vende a nadie, ni a los reyes ni a los poderosos, sino que su corazón, su alma y su palabra pertenecen el Señor que les ha llamado para esta misión. Por ello sabemos que los verdaderos profetas fueron todos perseguidos. Es probable que padezcan una “patología espiritual” que no es otra que vivir la verdad y de la verdad a la que están abiertos.

I.2. El pueblo «rebelde» se acostumbra a los falsos profetas y vive engañado porque la verdad brilla por su ausencia. Por eso es tan dura la misión del verdadero profeta. Quizás, para entender todo lo que significa una llamada profética, que es una experiencia que parte en mil pedazos la vida de un hombre fiel a Dios, debemos poner atención en que a ellos se les exige más que a nadie. No hablan por hablar, ni a causa de sus ideas, sino que es la fuerza misteriosa del Espíritu que les impulsa más allá de lo que es la tradición y la costumbre de lo que debe hacerse. Por eso, pues, el profeta es el que aviva la Palabra del Señor.

 

IIª Lectura: 2ª Corintios (12,7-10): La fuerza de la debilidad

II.1. La segunda lectura es probablemente una de las confesiones más humanas del gran Pablo de Tarso. Forma parte de lo que se conoce como la carta de las lágrimas (según lo que podemos inferir de 2Cor 2,1-4;7,8-12). Es una descripción retórica, pero real. Se habla del «aguijón (skolops, algo afilado y punzante) de su carne» es toda una expresión que ha confundido a unos y a otros; muchos piensan en una enfermedad. Es la tesis más común, de una enfermedad crónica que ya arrastraba desde lo primeros tiempos de la misión (cf Gal 4,13-15). Pero no habría que descartar un sentido simbólico, lo que apuntaría probablemente a los adversarios que ponen en entredicho su misión apostólica, ya que habla de un «agente de Satanás». Aunque bien es verdad que en la antigüedad el diablo escudaba los tópicos de todos los males, reales o imaginarios. ¿Es algo biológico o psicológico? En todo caso Pablo quiere decir que aparece “débil” ante los adversarios, que están cargados de razones. Quiere combatir, por el evangelio que anuncia y por él mismo, desde su experiencia de debilidad; las que los otros ven en él y la que él mismo siente.

II.2. Para ello, el apóstol recurre, como medicina, a la gracia de Dios: “te es suficiente mi gracia (charis), porque la potencia (dynamis) se lleva a cabo en la debilidad (astheneia)” (v. 9); una de las expresiones más logradas y definitivas de las teología de Pablo. Esa gracia le hace fuerte en la debilidad; le hace autoafirmarse, no en la destrucción, ni en la vanagloria, sino en aceptarse como lo que es, quién es, y lo que Dios le pide. Pablo construye, en síntesis, una pequeña y hermosa teología de la cruz; es como si dijera que nuestro Dios es más Dios cuanto menos arrogantemente se revela. El Dios de la cruz, que es el Dios de la debilidad frente a los poderosos, es el único Dios al que merece la pena confiarse. Esa es la mística apostólica y cristiana que Pablo confiesa en este bello pasaje. Es como cuando Jesús dice: «quien guarda su vida para sí, la perderá» (cf Mc 8,35) . Es un desafía al poderío del mundo y de los que actúan de esa manera en el seno mismo de la comunidad. 

Evangelio: Marcos (6,1-6): Nazaret… nadie es profeta en su tierra

III.1. El texto del evangelio de Marcos es la versión primitiva de la presencia de Jesús en su pueblo, Nazaret, después de haber recorrido la Galilea predicando el evangelio. Allí es el hijo del carpintero, de María, se conocen a sus familiares más cercanos: ¿de dónde le viene lo que dice y lo que hace? Lucas, por su parte, ha hecho de esta escena en Nazaret el comienzo más determinante de la actividad de Jesús (cf Lc 4,14ss). Ya sabemos que el proverbio del profeta rechazado entre los suyos es propio de todas las culturas. Jesús, desde luego, no ha estudiado para rabino, no tiene autoridad (exousía) para ello, como ya se pone de manifiesto en Mc 2,21ss. Pero precisamente la autoridad de un profeta no se explica institucionalmente, sino que se reconoce en que tiene el Espíritu de Dios.

III.2. El texto habla de «sabiduría», porque precisamente la sabiduría es una de las cosas más apreciadas en el mundo bíblico. La sabiduría no se aprende, no se enseña, se vive y se trasmite como experiencia de vida. A su vez, esta misma sabiduría le lleva a decir y a hacer lo que los poderosos no pueden prohibir. En el evangelio de San Marcos este es un momento que causa una crisis en la vida de Jesús con su pueblo, porque se pone de manifiesto «la falta de fe» (apistía). No hace milagros, dice el texto de Marcos, porque aunque los hiciera no lo creerían. Sin la fe, el reino que él predicaba no puede experimentarse. En la narrativa del evangelio este es uno de los momentos de crisis de Galilea. Por ello el evangelio de hoy no es simplemente un texto que narra el paso de Jesús por su pueblo, donde se había criado. Nazaret, como en Lucas también, no representa solamente el pueblo de su niñez: es todo el pueblo de Israel que hacía mucho tiempo, siglos, que no había escuchado a un profeta. Y ahora que esto sucede, su mensaje queda en el vacío.

III.3. Sigue siendo el hijo del carpintero y de María, pero tiene el espíritu de los profetas. Efectivamente los profetas son llamados de entre el pueblo sencillo, están arrancados de sus casas, de sus oficios normales y de pronto ven que su vida debe llevar otro camino. Los suyos, los más cercanos, ni siquiera a veces los reconocen. Todo ha cambiado para ellos hasta el punto de que la misión para la que son elegidos es la más difícil que uno se pueda imaginar. Es verdad que el Jesús taumaturgo popular y exorcista es y seguirá siendo uno de los temas más debatidos sobre el Jesús histórico; probablemente ha habido excesos a la hora de presentar este aspecto de los evangelios, siendo como es una cuestión que exige atención. Pero en el caso que no ocupa del texto de Marcos no podemos negar que se quiere hacer una “crítica” (ya en aquél tiempo de las comunidades primitivas) a la corriente que considera a Jesús como un simple taumaturgo y exorcista. Es el profeta del reino de Dios que llega a la gente que lo anhelaba. En esto Jesús, como profeta, se estaba jugando su vida como los profetas del Antiguo Testamento.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

“Dónde estarán los profetas que  en otro tiempo nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar...”  Así repetía el estribillo de un canto religioso de hace algún tiempo. Por otro lado  la Lumen Gentium en su número 12 nos recuerda que “ el pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo  su vivo testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad...”

La Iglesia es un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, como tales hemos sido ungidos en el bautismo. Sin embargo parece que seguimos sintiendo, como en el canto al que aludíamos, que nos falta la luz de los profetas para seguir el camino.¿Habrá retirado el Señor de su pueblo el don de profecía?. ¿Se  habrán cegado nuestros ojos que ya no los descubren?. ¿Tendremos una imagen del profeta que no corresponde a lo que la Sagrada Escritura  y la vida de Jesús y de su Iglesia nos han mostrado a lo largo de los siglos?

El profeta Ezequiel nos pone ante los ojos aquello que le convierte en profeta: “ El Espíritu entró en mi...- apertura al Espíritu de Dios -  y oí que me decía... – escuchar lo que le dice -  yo te envío...- sentirse enviado-  para que les digas... repetir las palabras de Dios a su pueblo - te hagan caso o no...-  aunque no resulta fácil-”.

Podemos recorrer la historia de los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento, desde Moisés a tantos santas y santos,  a tantos hombres y mujeres que hoy siguen “difundiendo  el vivo testimonio de Jesús por la vida de fe y de caridad” (L.G. 12); descubriremos  las características del Profeta de que nos habla Ezequiel, y que encontramos en San Pablo y, cómo no, en Jesús de Nazaret.

Puede ocurrir que nuestros ojos estén más acostumbrados a ver con la perspectiva de unos valores sociales y culturales en que la grandeza viene medida por la capacidad de poder, y no con los ojos del “Dios que se manifiesta en la debilidad” (II Lectura). Es normal y humano. San Pablo le pedía al Señor que le liberara de sus limitaciones, de esa “espina en la carne que le han metido para que no tenga soberbia”, y pide al Señor que le libre de ella, pero el Señor le responde: “Te basta mi gracia: La fuerza se realiza en la debilidad”.

Éstas han sido también las tentaciones del propio Jesús al iniciar su camino salvador, impresionar con signos extraordinarios. Sin embargo opta por la mansedumbre de aquel que puede ser rechazado por que “es uno de los nuestros, sus familiares viven entre nosotros, le conocemos de toda la vida”.

Hoy, como ayer, necesitamos profetas que  el Señor sigue enviando a su pueblo, pero hoy como ayer ocurre que algunos los descubren y escuchan y otros no. Somos un pueblo de profetas y como tal todos en la Iglesia deberíamos tener la capacidad de escuchar al Espíritu que  habla para nosotros y para los otros, actualizando su presencia. Todos también deberíamos tener la capacidad de descubrir  la palabra y los gestos proféticos de nuestros hermanos, también de aquellos que están más cerca de nosotros, en nuestra casa, en nuestra comunidad, en nuestro pueblo.

Aunque algunas veces nos comportemos como “un pueblo rebelde”, Dios quiere  que sepamos, como en tiempos de Ezequiel, “que hubo un profeta en medio de ellos”

Clara G. – Dominica de la Anunciata

clara.dacg@dominicos.org


21.

Nexo entre las lecturas

El domingo anterior los textos litúrgicos se centraban en la potencia de la fe. El presente domingo están centrados en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Los israelitas, a los que dirige su palabra el profeta Ezequiel, dudan de la fidelidad de Dios que les ha abandonado a su propia suerte en el exilio de Babilonia. Ante esta situación se rebelan y su corazón se endurece para las cosas de Dios (primera lectura). Los nazaretanos sufren también una crisis de fe ante Jesús que, por un lado, ha obrado grandes signos y milagros, y, por otro, es uno más entre los habitantes de Nazaret, es "el hijo del carpintero" (Evangelio). Pablo no está exento de dificultades en su fe, pero se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. El escándalo de la fe. Creer es aceptar la irrupción de Dios en la propia vida y en la historia de los hombres. Es aceptar que el hombre, con toda su técnica y todo su saber, no tiene todos los hilos de los acontecimientos en sus manos. Es aceptar el riesgo de que Alguien te indique el camino, que tú no ves. En este sentido, la fe es un auténtico escándalo. El escándalo de la fe no es cosa de estos últimos siglos, ni sólo de los cristianos o de los hombres religiosos; el escándalo afecta a todo ser humano, a los mismos ateos. Quieran o no, la fe es también para ellos una piedra de tropiezo en su marcha por la vida. A los israelitas del siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde está la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? ¿No se ha mostrado más poderoso Marduk (dios babilonio) que Yahvéh? Yahvéh nos ha abandonado. ¡El escándalo debió ser imponente!

2. No menor debió ser el escándalo de los nazaretanos. Ellos conocían la familia de Jesús, una familia absolutamente igual a las demás del pueblo. Ellos conocían muy bien a Jesús: su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... No, no podemos creer lo que nos cuentan de él. ¡Le debe haber sucedido algo raro! Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado.

3. La fe de Pablo es probada de modo diverso. Él ha sido "arrebatado" hasta el tercer cielo, es decir, a una experiencia de Dios absolutamente sobrecogedora y profunda. Con todo, esa experiencia no le libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿la conciencia del abismo entre él con todas sus limitaciones y Dios con toda su grandeza? ¿el sentir el peso del propio pecado?). ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué Dios no le libra de esa espina que le atormenta? También Pablo pasó por el escándalo de la fe.

4. Actitudes ante el escándalo de la fe . La liturgia presenta a nuestra consideración tres actitudes ante el escándalo de la fe. La primera es la de los israelitas. Es la actitud de rebelión, de obstinación, de dureza de corazón. En lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas, en ellas se encierran y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que les llega por el profeta Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas. La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret. Ellos no pueden dudar de los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaum y en los pueblos de su alrededor. Pero no pueden creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Ellos se habrían dado cuenta desde antes. ¡No son tan tontos! ¡Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es! La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La experiencia de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde esa experiencia. Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones: 1) Ante las crisis de fe está presente la gracia de Cristo para enfrentarse a ellas con decisión y valentía; 2) En mi debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla.


Sugerencias pastorales

1. Las dificultades de la fe hoy. El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la tierra. ¿Cuáles son las dificultades que hoy encuentran nuestros contemporáneos en su camino de fe? Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad. En nuestros días se han acentuado algunas dificultades. Por ejemplo, el desinterés más o menos marcado por lo que no sea inmediato y aporte algo útil al hombre hoy, aquí y ahora; la excesiva confianza en la razón científica, en prejuicio de la razón filosófica que predispone para la fe; el espíritu relativista dominante, amplios sectores de la sociedad, en los que "Dios" es un punto de vista más, en concurrencia con otros aparentemente más atractivos; no pocas veces se menciona también la imagen de una Iglesia retrógrada, enrocada en el pasado en la propuesta de algunas verdades dogmáticas o morales. Hay todavía quien dice no creer porque la fe le aliena y le hace soñar en un mundo inexistente, quitándole energías para trabajar en el mundo en que vive; o quien piensa que la fe es cosa de "viejas"... Bueno, imagino que tú podrás añadir algunas dificultades más a la lista...

2. "Fuertes en la fe". Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe. No. Las dificultades son "magníficas" para fortalecer nuestra fe, si las sabemos afrontar con valentía y con decidida coherencia. ¿Viene una dificultad? Ora, en primer lugar. Luego, crécete ante ella, de manera que te parezca pequeña, aunque sea grande. Piensa también que te va a ayudar a madurar tu fe, porque una virtud no probada siempre será una virtud inmadura. No te olvides, por otra parte, de estar vigilante, porque, si vigilas, la verás venir y buscarás el modo de defenderte y de atacarla. No te olvides tampoco de que no eres el único en tener esa dificultad; de que antes que tú ha habido muchos que la han tenido y la han superado; y de que ahora mismo que tú tienes esa dificultad de fe la están teniendo otros como tú en alguna parte de nuestro planeta, y están luchando como tú para vencerla. Y, ¿por qué no acudir a alguien que te eche una mano, alguien experto en estas cosas de fe, como puede ser un sacerdote amigo, una religiosa que trabaja en tu parroquia, un parroquiano que ha pasado por tu misma prueba y la ha superado felizmente? ¡Es hermoso sentir la solidaridad, la compañía, el apoyo humano y espiritual de una persona amiga!

P. Antonio Izquierdo


22.

1. "Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí" Ezequiel 2,2. Ezequiel es un personaje muy singular, tanto por su genio como por su temperamento oriental. Hijo del sacerdote Buzi, vive al sur de Babilonia, en la actual Tel-Abib, junto al río Kebar. Allí recibe el mandato de Dios con que hemos encabezado la homilía.

2. Desterrado de Jerusalén, sigue con atención el desarrollo de la política de su pueblo, que conoce profundamente. Es el hombre más exepcional de toda la literatura bíblica, extraordinario en conocimientos, con un carácter fuerte, muy emocional y a la vez reflexivo, dotado de imaginación creativa y vigorosa, historiador, poeta y místico, y dotado de sabiduría para encuadrar el mundo de lo trascendente en la realidad de su tiempo. Es el hombre más extraño y complejo, el más sensible, que tuvo que actuar con la más fría energía, convertido en portavoz de castigo y de salvación, de ruína y de reconstrucción; duro y comprensivo a la vez, calculador y apasionado, soñador y realista, histórico y apocalíptico. Una personalidad tan contradictoria que los que no ven la acción del Espíritu actuando sobre ella, lo identifican con un enfermo mental. Pero su locura es la de las grandes personalidades de la historia de la salvación, la locura de la cruz. Este es el hombre enviado: "Yo te envío". Necesita ánimo Ezequiel para ir a Israel a cumplir su misión, porque el conocimiento que tiene de la historia de rebeldía y de infidelidades desu pueblo ha sido refrendado por Dios, que "le envía a un pueblo rebelde".

3. Esa rebeldía de Israel que encontramos en Ezequiel enlaza con la "falta de fe" que constata Marcos de Nazaret, donde Jesús no fue reconocido como Mesías por sus paisanos, "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa" Marcos 6,1, y con las persecuciones de Pablo, de que nos habla en su Carta 2 a los Corintios. Ezequiel tiene que cumplir una dura misión en época difícil. Es un deportado entre los deportados, pueblo de dura cerviz, al que debe hablar en nombre de Dios. Jesús salió de Cafamaúm y vino a Nazaret, donde se había criado (Lc 4,16). Hacía un año que había salido de Nazaret como un simple carpintero, y ahora volvía como un famoso Rabbí rodeado de discípulos y con fama de profeta. Después de algunas jornadas de intenso trabajo en Cafarnaún, decidió volver a su pueblo, caminando unos cuarenta kilómetros. Nazaret era una pequeña aldea desconocida en los libros bíblicos, donde las gentes vivían del cultivo de cereales, viñedos y olivares y del cuidado de algunas cabras. En su pequeña sinagoga los sábados se reunían todos para leer, comentar las Escrituras y orar juntos. Allí había asistido Jesús durante treinta años. Conocía a todos, y todos le conocían a él.

4. El sábado, Jesús entró en la sinagoga, que estaba completamente llena. Allí estaba María, su madre y sus parientes. Allí estaba todo Nazaret, con expectación enorme. En la contemplación del primer sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret, acude a mi memoria y a mi corazón el recuerdo de mi primer sermón en mi parroquia natal. El templo estaba abarrotado desde hora muy temprana. El presidente de la sinagoga invitó a Jesús. Jesús se levantó, subió al estrado, leyó el texto en hebreo, y se sentó para hacer la homilía en arameo, que era su lengua materna. Aunque Marcos silencia el contenido del discurso, lo conocemos por Lucas. Había leído el capítulo 61 de Isaías, y centró su homilía en la frase: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír: Evangelizar a los pobres, predicar la libertad a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor" (4,18). Ni Marcos ni Lucas lo habían oído. Lo narran según Pedro, que habría estado allí. Entre unos y otros nos dicen muy poco de todo lo que dijo Jesús en su homilía. Nos gustaría saber todo lo que dijo basado en Isaías. Y más, nos gustaría haberlo oído. Desde luego a sus paisanos no gustó. No podían negar su doctrina, pero no esperaban eso. Les tocaría el corazón, les diría cosas que les hirieron. Se afirmaba profeta, elegido, como Isaías, o como el Siervo de Yahvé. Es como si en aquel sermón primero mío, yo hubiera anunciado que era el rey de España. Le despreciaron por su origen humilde. Cuando algo humilla y no se tiene argumentos para refutarlo, se desprestigia a la persona. Eso hicieron los nazaretanos: ¡Si lo conoceremos! Y se ponen etiquetas negras a lo que podría orientar nuestra vida. No habla las lenguas de la cultura, no cita a pensadores griegos, sólo cita el Antiguo Testamento. ¡Como si no supiéramos de dónde procede! ¿De dónde le viene esa sabiduría? Creen conocerle bien pero carecen de fe, conocen su aspecto humano, pero ignoran el divino. Desde luego, admirados de las palabras llenas de gracia que salían de sus labios, sí lo estaban, porque se decían: "¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven entre nosotros aquí? Y desconfiaban de él". "Decían los judíos: ¿Será éste el Mesías? Pero éste sabemos de dónde es; mientras que, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es" (Jn 7,26). Creían que el Mesías tenía que aparecer de un modo espectacular. Por eso se resisten a creer que Jesús sea el Mesías. Conocen su origen humilde y su oficio de carpintero; conocen a su madre, a sus hermanos y hermanas.

5. Mientras las palabras de Jesús, eran recibidas con alegría por los pueblos y aldeas de alrededor, en su pueblo eran discutidas: "¿No es éste el hijo del carpintero?". ¿Qué tiene que decirnos a nosotros? Le hemos visto crecer y nada extraordinario en él nos llamaba la atención. Son amigos del espectáculo. Es difícil aceptar que tal vez Dios tenga algo que decirme por medio de un pariente, un amigo, que me advierte con sencillez y sin aparato. Y qué difícil es asimilar que cualquier compañero haya sido elegido por Dios, haya entrado en el proyecto de Dios antes que nosotros mismos. La historia es pródiga en ejemplos. La monja de la misma comunidad de Bernardeta, nunca aceptó que la Virgen se le hubiera aparecido a ella, y San Clemente Romano nos dice que Pedro y Pablo fueron martirizados por envidia. Y Jesús no pudo hacer en su tierra ningún milagro, porque la acción de Dios está condicionada a la apertura humana. El poder de Dios queda bloqueado ante la resistencia de los hombres. “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus pollos bajo las alas, y tú no quisiste!” (Mt 23,37). Jesús anuncia su mensaje desde la humillación y el rechazo. Los habitantes de Nazaret no supieron descubrir la presencia del misterio de Dios en la humana sencillez de aquel carpintero. Como ha dicho R. Fabris "La raíz de la incredulidad está en la incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano". Podemos con nuestra falta de docilidad y mansedumbre, obstaculizar la acción de Dios e impedirle que haga maravillas en nosotros.

6. En la televisión, la radio, la prensa, especialmente la del corazón, tienen más resonancia las tonterías de un famoso que la sabiduría de un humilde. No interesa tanto la suerte o la muerte de un honrado ciudadano o una abnegada ama de casa, como la de un magnate de las finanzas o una estrella de la fama. Y sobre todo, las separaciones y divorcios, o nuevas uniones de los que las venden y de ellas viven. Y si lo hacen es porque eso es lo que gusta al público: hay coincidencia de gustos. Y no es que la masa lo demande por su propia exigencia, es que han hecho así a la masa, con intención positiva. Por eso hay demanda: "Panem et circenses". El Hotel Glamour, tiene 11 millones de audiencia y Ultimas Preguntas, 300.000. No interesan los valores que ofrecen con su ejemplo mucha gente humilde. La televisión mimetiza, basta con ver cómo ha cundido el vestido de las personas, o el desnudo de los cuerpos. ¿Es un mal? Seguramente que a muchas las arrastra. Pero, si profundizamos un poco, ¿no recibirá más gloria Dios, por el 1% que meritoriamente pasan a otro canal, o simplemente, apagan el botón? ¡Cuánto debe agradar a Dios un acto libre, cuando permite tanto mal!

7. Ezequiel, Pablo y el mismo Jesús llevaron el mensaje de Dios a los hombres rebeldes y duros de corazón. El profeta es un hombre que ha sido interpelado por Dios: ahí comienza el drama de su vida. La fuerza del encuentro le empuja a cumplir su misión y él se deja conducir, consciente de ser un instrumento en sus manos. Toda su vida está impregnada del sentido del mensaje que debe anunciar. El profeta pisa tierra mirando al cielo. No se anuncia a sí mismo ni sus ideas ni sus geniales ocurrencias porque sabe que no es más que el altavoz de quien le inspira. Tampoco confía en sus fuerzas, porque conoce su debilidad. Sólo apoyado en la fortaleza de Dios puede penetrar en los oídos duros y trasformar los corazones rebeldes. Levanta su mano izquierda para delatar y su derecha para consolar y perdonar. Así Ezequiel, así Pablo y así Jesús.

8. En el pueblo de Dios surgen profetas obligados a encararse con las mismas dificultades sin ceder al desaliento. «La misión del obispo y del sacerdote consiste en anunciar el Evangelio, la gracia y la verdad; en llevar al mundo el mensaje de salvación; en hacerle tomar conciencia de sus pecados y de la posibilidad de redención; en invitarle a la esperanza, en arrancarle de la servidumbre de los ídolos que renacen cada día y en convertirle al Señor» (Pablo VI).

9. Junto al ministerio de los obispos y sacerdotes está el profetismo de los hombres y mujeres comprometidos, incomprendidos o tenidos por carrozas, que tienen que sufrir como los profetas y como Jesús. La cuestión central del pasaje es ésta: ¿Quién es Jesús? Según los textos evangélicos era conocido como el carpintero, el hijo del carpintero, el hijo de María, el hijo de José. Sus paisanos escucharon su extraordinaria sabiduría y sus acciones poderosas, y comprobaron que no se correspondían con la imagen que tenían de él. La gente conocía bien lo que le habían enseñado. Pero constata que sabe más de lo que se le enseñado. ¡Se le ha dado una nueva sabiduría! Y reaccionaron como los que un día le habían oído decir que él era el pan bajado del cielo: "No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?" (Jn 6,42). Aquellos aldeanos de Nazaret no supieron descubrir quién era realmente Jesús. No supieron descubrir al profeta esperado por Israel. Tenían todas las claves para conocerlo, pero les falló la más importante: la fe. Jesús se sintió despreciado, humillado y fracasado en su propia tierra. ¡El peso del misterio que llevaba dentro le había complicado una visita y una estancia grata y amable en su pueblo!

10. Las tres lecturas de hoy tienen un punto de coincidencia en la prueba del fracaso. Ezequiel se dirige a un pueblo rebelde, que no le hace caso cuando le proclama la palabra de Dios; Pablo siente en su carne un misterioso mal que lo apalea para que no sea soberbio; Jesús fracasa estrepitosamente en su tierra. Los proyectos de Dios exigen siempre el paso por la humillación y la amargura del fracaso o de la propia impotencia y debilidad. Es preciso asumirlos con sentido cristiano. Nos pueden ayudar, además, a una necesaria cura de humildad y de renuncia a vanos triunfalismos. La Iglesia no debe pretender ser distinta de Jesús.

11. Jesús no pudo hacer ningún milagro. ¡Misteriosa impotencia de quien un día iba a triunfar sobre la muerte! Los milagros de Jesús no eran prodigios de poder que avasallaban. Eran signos o momentos significativos de encuentro con Jesús y de transformación personal, que requerían una fe inicial, que luego confirmaría el mismo signo. Sin fe, ni Dios mismo puede hacer sus maravillas en nosotros. Ya ha dicho Calvino que los incrédulos paralizan la mano de Dios, porque no le dejan desplegar su poder.

12. La rutina y el orgullo paralizan la acción de Dios. Negaron a Jesús la capacidad de decir una palabra salvadora, porque era el hijo del carpintero, como aquella vieja que no quería rezarle a San Antonio porque le había conocido "ciruelo". Habían visto a Jesús en su sencillez, pero como era de su misma comunidad, y sabían que era bueno, discreto y servicial, como conocían a sus parientes, no admitieron ni su sabiduría, ni sus milagros. ¡Lo que se perdieron!. Podemos nosotros también perder, por orgullo y por prejuicios, tesoros de sabiduría y transformación, que no comprendemos, porque nos falta fe.

13. Pablo se siente débil, ante dificultades parecidas. Junto a sus conquistas cuenta también con fracasos ministeriales. "Nadie es profeta en su tierra". Son un pueblo rebelde pero, más pronto o más tarde, "sabrán que hubo un profeta en medio de ellos". Pueblos testarudos y obstinados, no aceptan ni al profeta, ni a Jesús, ni a Pablo. Pueblos tercos. Su terquedad, su pertinacia y testarudez, no era la firmeza de los héroes, sino la dureza de la roca, del que no quiere moverse para comenzar un camino desconocido. Son los del "siempre se ha hecho así". Incapaces de innovar, para progresar y mejorar. Es la terquedad del orgulloso instalado en su torre de marfil, que no permite que le molesten, ni con razones ni con milagros. Santo Tomás dice que mantienen su propio criterio más de lo justo para manifestar su propia excelencia, que nace de la vanagloria. Y san Bernardo asegura que la lepra del criterio propio es tanto más grave cuanto más oculta está, y ésta es para San Buenaventura, la más grave tentación del cristiano. Ha sido el pecado de todos los cismáticos. Balmes describe al hombre terco de puro orgullo: "Contempladle: su frente altiva parece amenazar al cielo; su mirada imperiosa exige sumisión y acatamiento; en sus labios asoma el desdén hacia cuanto le rodea; en toda su fisonomía veréis que rebosa la complacencia en sí mismo, la afectación de sus gestos y modales os presenta un hombre lleno de sí, que procede con excesiva compostura. Toma la palabra. Resignaos a callar. ¿Replicáis? No escucha vuestras réplicas y sigue su camino. ¿Insistís otra vez? El mismo desdén, acompañado de una mirada que exige atención e impone silencio". Era la actitud de los nazaretanos. Se nos hace necesaria la petición de San Agustín: "Noverim me". "Señor, que me conozca". Un examen a fondo de nuestra vida, de nuestro carácter. Para aceptarnos como somos, y para comenzar a mejorar.

14. La verdad es que hace falta dulzura y mansedumbre como la de Jesús, para no refrenar al caballo, para que en su fogosidad no coja el bocado con los dientes, y precipite al jinete; tal vez haya que aflojar la brida, para que se detenga y se deje gobernar. Si apretáis al hombre y le oprimís, le encolerizáis; si le encolerizáis, lo precipitáis; se le puede persuadir, pero no forzar; y si se le fuerza se alborota. Debía de ser muy duro para Jesús, conocer lo que ha venido a dar y ser rechazado por los que van a recibir tanto amor.

15. La cuestión de los hermanos de Jesús ha dado pie a negar la virginidad de María, por no tener en cuenta que la lengua hebrea y la aramea carecen de términos propios para designar los diversos grados de parentesco y así, las diversas categorías de parentesco se designan con el término hermano. A Lot, sobrino de Abraham, se le llama hermano en Gén 13,8; y en Gén 29,15, a Jacob se le llama hermano de Labán, que era su tío. En l Cró 9,6-9,13 se habla de Yeuel con 690 hermanos; de Reuel con 956 hermanos; y de Adaías con 1.760 hermanos. Y hay que tener en cuenta que en el Oriente bíblico los vínculos familiares eran, y son aún hoy día, más fuertes que entre nosotros: todo un clan o toda una tribu son hermanos.

16. El Profeta Ezequiel, Pablo y Jesús, junto con la comunidad cristiana, pueden apropiarse a la letra, los sentimientos del salmista, propios del que es rechazado y marginado: "Nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos" Salmo 122. Pero no para desalentarse y tirar la toalla, sino "Para poner los ojos en el Señor, como los pone la esclava en las manos de su señora".

17. Aceptemos nosotros a Cristo, y a sus profetas, y a todos los que nos aporten un rayito de verdad y de amor, reconociendo en ellos la acción de Dios salvífica permanente, quizá santificante por la oportunidad magnífica que nos ofrece de ejercitar la paciencia, la humildad y mansedumbre, a imitación del Maestro y de los santos. San Luis, Rey de Francia, decía que nunca se contradijese a nadie, de no ser pecado su omisión. No lo decía por prudencia humana, ni para contentar a todos, sino por un sentimiento verdaderamente cristiano, para evitar todo debate y discusión. San Francisco de Sales nos da esta lección: "Cuando hay que corregir, es necesario usar de gran dulzura y arte, sin pretender violentar el espíritu de nadie; porque, diciendo las cosas con acrimonia y aspereza, nada se gana". "Se cazan más moscas con una gota de miel, que con un barril de vinagre".

18. Con la eficacia del pan eucarístico que vamos a ofrecer y a partir para nuestro alimento, que nos ayudará a "vivir contentos en nuestras debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes. Nos basta su gracia" 2 Corintios 12,7

JESÚS MARTÍ BALLESTER


23.

Domingo 6 de julio de 2003

Ez 2, 2-5: Hubo un profeta en medio de ellos
Salmo responsorial: 122, 1-4
2 Cor 12, 7-10: Residirá en mí la fuerza de Cristo
Mc 6, 1-6: Jesús en la sinagoga de Nazaret

Cuando me habló, un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío, para que les digas: «Así habla el Señor». Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.

Comentario

En Israel es característica la relación entre el profeta y el “espíritu de Yahvé”. La ruah de Dios es la que da fuerzas al elegido para poder desempeñar su misión. Es el espíritu, en este caso, el que lo fortifica para mantenerse de pie en este momento tan sublime. Nadie es profeta por su cuenta. Ese espíritu es lo que no tienen los falsos profetas. En este caso nos encontramos con la vocación de uno de los más grandes profetas de Israel, Ezequiel. Elegido y enviado a un pueblo rebelde.

El relato de la vocación de Ezequiel, propiamente, lo encontramos en los capítulos 1 al 3. Este relato es sólo un fragmento. El capítulo primero presenta una visión y los dos segundos un discurso de Dios al profeta, centrado en el espíritu. El término “hijo de hombre” parece marcar los ritmos de la unidad.

Para ser precisos, Ezequiel no es enviado “al pueblo” sino a la élite que se encuentra en el destierro en Babilonia, ya que los pobres, la “gente de la tierra” (término que progresivamente se irá utilizando de un modo cada vez más despectivo, ver Jn 7,49) permanecía en Palestina, y un grupo había huido a Egipto.

Como es frecuente en Ezequiel, Dios lo llama “hijo de hombre” (lit. “hijo de Adan”). Como tal es un término sencillo para decir simplemente “hombre”, pero el término irá siendo utilizado más tardíamente por la literatura apocalíptica para referir a un personaje celestial o simbólico: en Daniel 7,13 el “hijo de hombre” es una figura simbólica, como lo son las bestias. En este caso el contraste es evidente, entre figuras que simbolizan el mal, y simbolizan pueblos, y este “hombre” que también simboliza “el pueblo de los santos del Altísimo” (7,27), es decir Israel. Pero esa figura se irá “personalizando” y en libros apócrifos apocalípticos como el 1 de Henoc dirá: “Me respondió así: -Este es el Hijo del hombre, de quien era la justicia y la justicia moraba con él. El revelará todos los tesoros de lo oculto, pues el Señor de los espíritus lo ha elegido, y es aquel cuya suerte es superior a todos eternamente por su rectitud ante el Señor de los espíritus. Este Hijo del hombre que has visto levantará a los reyes y poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus asientos, aflojará las bridas de los poderosos y destrozará los dientes de los pecadores. Echará a los reyes de sus tronos y reinos, porque no lo exaltan ni alaban, ni dan gracias porque se les ha dado el reino. Humillará el rostro de los poderosos y los llenará de vergüenza: la tiniebla será su morada; gusanos, su lecho; y no tendrán esperanza de levantarse de él, porque no exaltan el nombre del Señor de los espíritus” (46,3-6). Por eso, con el tiempo la imagen del “hijo de hombre” se irá identificando, en algunos círculos, con el Mesías esperado. El relato, en este caso, marca un contraste interesante entre la fragilidad de la humanidad y la gloria eminente de Dios que acaba de presentar en la visión en la que se nos ha introducido luminosamente (cap.1).

También es importante notar que el llamado profético es para “hablar en nombre de Dios”. En relato no nos dice qué debe predicar Ezequiel, sino simplemente decir “así habla Yahvé”. El profeta no es uno que habla por su cuenta, sino uno que habla de aquello que Dios le ha encargado predicar. En este sentido, el hijo de hombre ya no lleva el apellido de su padre, Buzí sino que ahora “lleva el apellido de los hombres” (Sicre), débil y mortal que habla en nombre de Dios, conciente que “no quieren escucharte a ti porque no quieren escucharme a mí” (3,7) pero movido por la fuerza de la ruah, el espíritu de Dios.

Finalmente, señalemos que la vocación, como lo será la de Isaías (cap.6)y la de Jeremías (cap.1) (los otros dos relatos de vocación que conservamos, aunque ver también Amós 7,14-17) es una vocación “al fracaso”. Ezequiel debe hablar lo “escuchen o no lo escuchen”. Y, sabiendo que es una “casa de rebeldía”, “escorpiones” (v.6), ciertamente será más probable lo segundo. Pero lo que importa del profeta no es él mismo sino su misión: hablar en nombre de Yahvé, y si él lo hace, aunque no le presten atención, “sabrán que hay un profeta”. Hay uno que habla en nombre de Dios, y de ese modo es evidente y patente la desobediencia.

Las palabras contra Israel son muy duras: son “la nación de los rebeldes”, “se han rebelado”, “son contumaces”, de “cabeza dura y corazón empedernido”, “casa de rebeldía”. La acumulación de críticas por un lado no dan esperanza a la misión del profeta, pero por otra parte adelantan un juicio sobre el pueblo. Más adelante se nos dirá que el profeta es como un centinela en una torre. Siempre está latente la posibilidad de que lo escuchen o no, pero la responsabilidad del vigía es avisar. En este caso de parte de Dios (3,16-21). El pueblo juega su suerte según escuche o no al profeta.

Salmo responsorial: 122, 1-4

Texto: “Nuestros ojos miran al Señor”

Levanto mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo. Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor, y los ojos de la servidora en las manos de su dueña: así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros. ¡Ten piedad, Señor, ten piedad de nosotros, porque estamos hartos de desprecios! Nuestra alma está saturada de la burla de los arrogantes, del desprecio de los orgullosos.

Comentario

El salmo se divide claramente en tres partes. La primera, centrada en los ojos y las manos, la segunda centrada en la piedad que se espera y la tercera en la hartura de los desprecios. El eje está puesto en el “hasta que” donde se pone un límite a la situación.

Los arrogantes y orgullosos -quizá los pueblos que oprimen a Israel; de hecho así fue leído más tarde: “los orgullosos griegos”- oprimen al pueblo (notar el paso de “mis ojos” a “nuestros ojos”). El orante habla en nombre del pueblo. Sabe que en nadie le queda confiar, sólo en Dios. Con esa confianza en Dios dirige la oración, presentada como ojos que se levantan. Él mismo se revela como un siervo (palabra que puede significar “esclavo”, pero también los fieles; la idea fundamental es la de la obediencia) que tiene la mirada fija en las manos del Señor esperando que las abra derramando sus dones.

El salmo pone en movimiento la espiritualidad de los pobres de Yahvé que saben que de las manos de Dios pueden esperar liberación y justicia, y la aniquilación de los soberbios y los poderosos. Las manos de Dios se caracterizan por su fuerza y su obra liberadora (Ex 3,20; Sal 21,9; aunque generalmente se refiere a “mano” en singular, salvo Ex 15,17 y Sal 8,7 donde usa el prural creador y liberador); es en ellas que pone su esperanza el siervo.

Es interesante la paradoja entre la “piedad” o “misericordia” de Dios y el “orgullo” de los opresores. La raíz hebrea de “orgullo” es g’h que supone “ensalzarse”, “elevarse”, en cambio la raíz de “piedad” es hnn que indica “plegarse, abajarse”. Así, mientras los poderosos se elevan por sobre el pueblo de Dios, Yahvé se abaja hacia él. Este abajamiento es “la raíz de la liberación, porque el hombre sobre el cual Dios ‘se ha abajado’ puede alzarse glorioso y vencedor” (Ravasi). Dios se abaja hacia el hombre para alzarlo, esa es la característica de la gracia (“gracia” -en griego járis- traduce la Biblia griega el término hnn). Es característico que Dios se abaja (51 veces en los Salmos, de las 56 veces que lo encontramos en la Biblia) sobre la debilidad e impotencia del orante.

La saciedad, no es en este caso la de los “satisfechos” (ver Is 32,9; Am 6,1; Zac 1,15 donde se repite esta idea: los que están satisfechos, confiados de su situación y nada les queda esperar) sino la de los oprimidos. Una saciedad nauseabunda (hartos) por lo que los siervos, amigos de Dios sólo pueden esperar su intervención liberadora. La confianza de los pobres de Yahvé radica en la certeza de que llegará pronto el momento (“hasta que”) en que Dios abrirá su mano y derramará sus bienes, sus dones liberadores sobre los justos y pobres, que son sus protegidos.

2 Cor 12, 7-10

Texto: “Mi fuerza triunfa en la debilidad”

Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Comentario

Dios se abaja sobre el débil. El potente corre el riesgo, siempre idolátrico, de confiar en su capacidad, de creer que puede, de enorgullecerse. Al débil sólo le queda confiar en Dios. Ese es su motivo de orgullo. “Enorgullecerse” o “gloriarse” es un tema muy importante en esta carta; Pablo quiere evitar todo enorgullecimiento, pero si por algún motivo, o en alguna circunstancia debemos gloriarnos que sea “en el Señor” (10,17; ver 1 Cor 1,31).

La pedagogía de Dios se manifiesta claramente en la cruz, y Pablo se revela como un “apóstol crucificado”. Es en la cruz de Cristo donde la gracia de Dios se manifiesta plenamente, y es en la “cruz de Pablo” donde puede “enorgullecerse”, porque no corre riesgo alguno de poner la confianza donde no debiera, de “envanecerse”. Toda la pequeña lista de dolores, que resume la más ampliada de 11,21b-12,6, no son sino una “participación” de los dolores de Cristo. Y la fuerza absoluta del Señor, que se manifiesta en la cruz, donde “la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1 Cor 1,25), permite que Pablo sea Apóstol (otro tema central de la carta, especialmente en esta parte), y no falso apóstol, como los que se jactan de sus capacidades, los milagros o las revelaciones.

No sabemos a qué se refiere con “aguijón de la carne”: se ha pensado en algo físico (una enfermedad evidente y desagradable, como la epilepsia, o que obstaculiza la predicación, como la tartamudez, o cosa semejante) o algo simbólico (la no conversión del pueblo judío, por ejemplo). Ese aguijón es responsabilidad de “un ángel de Satanás” (la voz pasiva hace pensar en Dios, pero posiblemente aquí refiera a Satanás), por lo que debe pensarse en algo concreto. El uso del tiempo aoristo (que hace referencia a un momento puntual) invita a pensar en una circunstancia concreta. Es la expresión de la debilidad de Pablo -su cruz- y es allí donde se manifiesta la fuerza divina.

Ciertamente esto no es fácil para el mismo Pablo. Tres veces se vio ante la angustia, o la necesidad de pedir que su situación cambie, pero el llamado no es para Pablo, sino para el pueblo, y al servicio de Cristo. El apóstol es simplemente un intermediario. Y para que el mensaje llegue en toda su fidelidad, es importante que no “aparezca” demasiado el mensajero. Al fin y al cabo, todas estas manifestaciones de la cruz son un “fruto” de su amor a Cristo. Como ocurre con el mismo Cristo, muchos se oponen al anuncio del Evangelio, y esa oposición es signo de la fidelidad, es consecuencia del amor.

Es importante la insistencia en la “debilidad” (asthéneia) de Pablo; esa debilidad es evidente, conocida de todos (“aguijón”). Pablo, sin embargo, no teme en manifestarla ya que sabe que es ocasión para que Dios se abaje hacia él, y hacia su ministerio, y lo eleve. El éxito apostólico de Pablo no radica en los kilómetros recorridos, las comunidades fundadas o las personas convertidas: su éxito es su debilidad, el resto es obra de Dios, “poder de Cristo”, y la evidente debilidad de Pablo -sea esta lo que fuere- lo revela. Las comunidades, y la evangelización no son “éxito” de Pablo, sino de Cristo.

Mc 6, 1-6

Texto: “Un profeta es despreciado en su pueblo y en su casa”

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

Comentario

Toda la primera parte del Evangelio de Marcos, hasta la “gran crisis” (8,27-30) se suele dividir en tres partes. Cada una de ellas es comenzada por un resumen de la actividad de Jesús, y después por una referencia a los discípulos; luego, cada unidad va mostrando cómo se desencadena el conflicto que conducirá a Jesús a la cruz; de ese conflicto hablará claramente, “abiertamente”, la segunda parte (8,31 en adelante). La primera revela que la dirigencia judía no puede comprenderlo, y “fariseos y herodianos se confabularon para matarle” (3,6). En la segunda, el conflicto tiene que ver con “los suyos”, “su patria”, “su casa” (ver 3,20-21 y 6,4). La tercera ya nos preparará a su muerte, anticipada por la ejecución del Bautista. El relato que hoy comentamos es la unidad conclusiva de esta segunda parte (y se agrega el breve resumen que da comienzo a la tercera: “Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente” [6,6b]).

Si a “este” lo conocemos bien, ¿de dónde le viene la capacidad? Pero la pregunta no es para saber el origen, sino para poner en duda esa autoridad, el origen de la palabra que él pronuncia. Es una pregunta de descreimiento (falta de fe), y por eso “no puede” hacer allí milagros (el texto en griego juega de un modo muy interesante con las palabras: podría traducirse por “no podía [edúnato] hacer su poder [dúnamin]”).

Es evidente que los signos de Jesús (frecuentemente conocidos como “milagros”, pero en realidad “expresiones de poder”) manifiestan su misión, es decir, su predicación del Reino (ver Lc 11,20), y por ello están en relación directa con la fe. Jesús va por los pueblos predicando, “enseñando” (didaskein). Este verbo es interesante en Marcos ya que siempre tiene a Jesús por sujeto salvo en dos oportunidades: en una (6,30), enseñan los Doce, enviados por Jesús con autoridad (exousía), en la otra (7,7) Jesús se dirige a los fariseos como “hipócritas” y cita a Isaías (29,13) diciéndoles que honran a Dios con los labios, no con el corazón ya que “enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Sólo Jesús, el enviado de Dios, puede enseñar, o también quienes se dejan a su vez enseñar por él, los demás enseñan palabras huecas, se apartan del camino de Dios.

La lista de la parentela de Jesús revela, fundamentalmente, que es una persona conocida en su pueblo. Precisamente por ser conocido “no tiene autoridad” para hablar. Es “el carpintero” (o mejor un “trabajador manual”, téktôn), son manos para trabajar materiales sólidos, no para obrar “signos de poder”. Es “de los nuestros “ no puede “enseñar” con “sabiduría”. Por eso es motivo de escándalo, de tropiezo.

Pero el dicho de Jesús, (probablemente una palabra que se remonta al Jesús histórico) no sólo revela que no fue honrado en su “patria”, sino que él mismo lo relaciona con la suerte de los profetas. Es lo más probable que Jesús viera su ministerio como profético, y sus signos en la misma sintonía. Estamos en un tiempo sin profetas, y un profeta era esperado, por muchos, como predecesor del mesías, o de los tiempos mesiánicos. Para Marcos y Mateo especialmente, ese profeta es Juan, pero eso no quita que Jesús se manifieste con características proféticas. Jesús, como muchos, o todos los profetas, es rechazado. Su palabra no es seguida, pero eso no significa que su palabra sea hueca, o palabra de hombres. Jesús predica un Dios que se ha decidido a reinar, que quiere realizar su voluntad entre los hombres. Como los profetas, Jesús anuncia la voluntad de Dios, de un Dios que él revela como padre (abbá); como los profetas, Jesús puede hablar “en nombre de Dios” porque está en sintonía con Él; como los profetas, Jesús enseña los caminos de Dios, frecuentemente rechazados por los hombres; y como los profetas, Jesús es frecuentemente rechazado por ello, no es honrado y su vida se encamina al fracaso, y a la cruz. Pero como “más que un profeta”, ante ese fracaso, Dios todavía tiene una palabra por decir, y la dirá en la Pascua.

Reflexión

Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la "Confesión de Pedro") se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado habitualmente "sumario"- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el Evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús produce al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, sus amigos y parientes. El "fracaso" de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la "derrota" del Señor anticipada en la muerte del Bautista.

Es característico del Evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el escándalo de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como lo es la comunidad de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un "Mesías crucificado" que será plenamente descubierto por el Centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el "Hijo de Dios".

Los habitantes de Nazareth no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? "Si a éste lo conocemos y conocemos a toda su parentela". La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: "con lo que ellos conocen". Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente "sabido"; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”, no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El "Dios siempre mayor" desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús "no podía hacer allí ningún milagro"; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque "nadie es profeta en su tierra". Y quizás, también nos escandalice a nosotros... ¿o no?

Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia. Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es mucho más “espectacular” mirar un testimonio en Calcuta que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es mucho más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es mucho más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero ¿no estaremos dejando a Jesús pasar de largo?



Para la revisión de vida
- Ya los profetas del Antiguo Testamento sufrían la incomprensión de los suyos. La Iglesia, y todos y cada uno de los creyentes, tenemos la misión de seguir anunciando el mensaje del Reino, nos escuchen o no nos escuchen. ¿Cumplo con mi misión de anunciar el Reino? ¿Me desanimo ante las dificultades? ¿Busco el éxito y el reconocimiento de las personas o me basta con saber que en nuestra pobreza y debilidad se hace patente la grandeza de Dios?
- Dios no busca personas superdotadas para su servicios, sino gentes de carne y hueso, con sus grandezas y también con sus limitaciones. Pablo nos indica como aprendió a convivir con una “espina clavada en su cuerpo” de la que el Señor no le libró porque le bastaba con su fuerza para sobrellevarla; ¿confío yo en la fuerza del Señor para afrontar mis limitaciones, o las empleo como excusa para eludir responsabilidades y tareas en la empresa de construir el Reino de Dios?
- A menudo alabamos a las personas “muy religiosas” por su estilo de vida, por sus convicciones, por su fe; pero en ocasiones esas personas “muy religiosas” viven muy seguras de sí mismas, de sus prácticas, de su religiosidad y, a la hora de la verdad, están cerradas a Dios. Aunque a veces las confundimos, lo cierto es que fe y religiosidad no sólo no son lo mismo, sino que incluso pueden ser posturas antagónicas. Jesús, en su tierra, fue en una ocasión a la sinagoga (con la “gente religiosa”, lógicamente), pero no pudo hacer milagros allí por la falta de fe de aquella gente. Y yo ¿qué soy: muy religioso o persona de fe?


Para la reunión de grupo
- Hoy día, en estos años últimos, se está diciendo en los círculos religiosos, incluso de la vida religiosa -de la que se dice que por naturaleza es profética- que ésta no es hora de profecía, sino de sabiduría; que ahora no estamos como los israelitas en el éxodo, sino como en el exilio, que lo que corresponde no es la denuncia, sino la sabiduría de quien en silencio sabe resistir... Esa sería la máxima profecía ahora posible... ¿Qué piensan ustedes de ello?
- En el año del Jubileo, la Iglesia ha pedido perdón sinceramente por algunos pecados del pasado. Los profetas deberían decirnos por qué pecados de hoy (no del pasado) debemos arrepentirnos, cambiar y pedir perdón...
- Todos reconocen que estamos en tiempos poco propicios para la utopía, para la militancia, para la profecía... Dos preguntas: primera, ¿por qué ocurre esto?, segunda, ¿será que, precisamente porque el ambiente está tan en contra de la utopía y de la profecía, necesitamos ahora más que nunca profetas que nos despierten y sacudan?
- La profecía no es un deber para personas especiales, prodigiosas, extraordinarias... sino deber todo bautizado, por participar en Jesucristo Sacerdote, Profeta y Rey. ¿Cómo debería vivir ese ministerio profético una comunidad cristiana "cualquiera", como la nuestra, tanto hacia la Sociedad como hacia la Iglesia?


Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que al anunciar el mensaje evangélico haga vida la verdad que proclama con las palabras, roguemos al Señor.
- Por todas las naciones de nuestro mundo, para que se unan en la defensa de la justicia, la libertad y los derechos de todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo, roguemos...
- Por todos los que en su tiempo de juventud fueron utópicos luchadores por un mundo mejor y hoy son personas acomodadas y resignadas al mundo tal cual está, para que Dios haga revivir en ellas lo mejor que todavía habita el rescoldo de su corazón, roguemos...
- Para los profetas de nuestro tiempo, tan escasos, los que denuncian las injusticias, la mentira y el carácter excluidor de nuestra sociedad, para que su mensaje sea escuchado, roguemos...
- Por la profecía al interior de la Iglesia: para que haya un ambiente que posibilite la confianza, la opinión pública fraternamente compartida, el diálogo franco y sincero, la libertad de investigación teológica... roguemos...
- Por los "profetas laicos", hombres y mujeres pensadores libres que con su voz o su pluma dan cuerpo en la opinión pública a los mejores sentimientos que los demás no sabemos expresar hasta que nos vemos reflejados en sus palabras, para que nunca falten entre nosotros, roguemos...


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que continuamente nos llamas a la conversión con llamamientos que con frecuencia nos pasan desapercibidos; te pedimos que abras nuestros oídos y nuestros corazones para que estemos siempre atentos a acoger tu Palabra, sea cual sea el ropaje con el que venga envuelta, para que nos dejemos transformar por ella y la llevemos a la práctica con entusiasmo. Por Jesucristo N.S.

O bien:

Oh Dios, que "de muchas maneras hablaste en otro tiempo a nuestros padres por medio de los profetas"; te pedimos que no abandones a la humanidad a las solas fuerzas del egoísmo individualista y del mercado, sino que nos envíes nuevos profetas que nos hagan revivir con pasión lo mejor que tú pusiste en nuestro corazón: el amor universal, la fuerza inclaudicable de la utopía y la inconformidad con todo lo que contradice tu Proyecto. Por J.N.S.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


24. Autor: P. Juan Pablo Esquivel Fuente: http://es.catholic.net


+ Jesús ha realizado ya grandes milagros, que han causado admiración a muchos. Su fama ya lo precede. Y ahora vuelve a su pueblo, su “Patria chica”, donde todos lo conocen desde que era chico. No es difícil adivinar un cierto ambiente de expectativa y curiosidad en los suyos, por saber qué iba a decir y hacer entre ellos...

+ Jesús va a la sinagoga (para el tiempo, sería algo así como nuestra “Misa dominical”); y allí se lo invita a hacer la lectura y la predicación. Notemos que el Evangelio no nos cuenta cuál fue la lectura que leyó el Señor, ni tampoco el contenido de su predicación: la atención está centrada en la impresión que Él provoca en quienes lo ven y lo oyen...

+ En primer lugar, se nos dice que “la multitud - al escucharlo - quedó maravillada”… Los evangelios nos muestran que ésta es la actitud que el Señor normalmente provoca. Especialmente, porque habla con autoridad propia, sin necesidad de citar lo que otros dicen o han dicho antes que Él para que lo que dice tenga fuerza.

+ Sin embargo, la admiración no se convirtió en fe: pasado ese entusiasmo inicial, surgen cuestionamientos en torno al Señor, del cual reconocen su sabiduría y poder, pero también sus orígenes humildes, y su “historia doméstica”... En el fondo, la pregunta es ésta: ¿Cómo un pobre carpintero, cuya historia, parentela y orígenes conocemos bien puede realmente ser alguien “importante”? (recordar que en aquella época, el carpintero es el “albañil” nuestro...).

+ Incluso llama mucho la atención que para hablar de sus orígenes se mencione a su madre, y no a su padre... En el judaísmo de aquel tiempo, cuando se hablaba de una persona y se quería indicar su origen familiar, se nombraba siempre al padre, nunca a la madre (aunque el padre hubiese muerto)... Algunos autores sospechan que en el modo de hablar de esta gente hay una injuria implícita contra la Madre del Señor (obviamente, aquí no hay fe en el nacimiento virginal); la injuria aludiría a un origen ilegítimo del Señor (e implica un menosprecio a María). Incluso aunque la interpretación de las palabras no fuese tan dura, implícitamente hay un juicio acerca de María (“¿de esta madre un hijo tan sabio y poderoso?”). Lo mismo dígase de sus otros parientes citados allí como personas de poco renombre y origen humilde (“¿un hombre importante con estos parientes pobres e insignificantes?”)...

+ Con todos estos presupuestos, viene la reacción: ESCÁNDALO!!! (etimológicamente: piedra con la cual alguien tropieza y cae... y de allí, un obstáculo que se encuentra para la fe, que la impide o condiciona). Es lo que ocurre en el evangelio de hoy: los nazarenos, coterráneos de Jesús, se escandalizan, no pueden creer que el Jesús del que todos hablan maravillas sea ese Jesús, cuyas modestas raíces ellos creen conocer muy bien... En lugar de reconocer la grandeza de Dios, y su sabiduría amorosa que opta el camino de la pequeñez, la sencillez, la humildad, la humanidad para manifestarse, prefieren quedarse con sus propios criterios acerca de cómo Dios debe o debería hacer las cosas si quiere resultar creíble...

+ Jesús dice muy pocas palabras en el evangelio de hoy. Enuncia un proverbio (que se ha hecho famoso, dentro y fuera del ámbito religioso) que se aplica a sí mismo y a sus discípulos: “Nadie es profeta en su tierra”. Lo que le sucedió a Él con los nazarenos, le sucedió también a la Iglesia primitiva, que era aceptada en todas partes, menos en Israel, de donde había salido...

+ Y lo mismo nos sucede hoy a nosotros, los cristianos, cuando queremos anunciar el Evangelio en nuestro medio. Pareciera que en todos los tiempos, los seres humanos tienen el hábito de no aceptar la verdad cuando los heraldos de la misma son personas humildes y/o limitadas.

Con lo cual, tenemos una combinación no muy feliz: la salvación ha sido puesta en manos de una Iglesia formada por hombres pequeños, débiles y pecadores, que son enviados a evangelizar a otros que, además de ser también limitados y pecadores, se negarán a escuchar a quienes sus mismos defectos...

+ Quizás “la pregunta del millón” de este Domingo sería porqué Dios no cuida un poco más su imagen, su presentación, el modo como llega a nosotros...

Su presentación parece tantas veces - según nuestros criterios - poco clara, poco “cuidada”: casi que nosotros podríamos asesorarlo: somos expertos en lo que se refiere a la presentación de un producto, en cuestiones de imagen, en marketing y estudios de mercado, en “rating”... somos los especialistas en el tema...

Y ¿cómo no serlo?, si vivimos en una época en el que el envase importa tanto o más que el contenido. Y por eso nos resulta increíble (“escandaloso”), que Dios se manifieste a través de signos y no de modo aplastante e indiscutible; que aparezca rodeado de debilidad, y no imponiéndose por la fuerza; y que no haga las cosas de modo tan evidente y contundente que deje sin argumentos a quienes lo rechazan y cuestionan.

¿Porqué Dios obra así? Porque quiere que lo aceptemos LIBREMENTE...
Nunca quiere obrar de manera compulsiva con nosotros. La aceptación debe ser libre y no por necesidad, el diálogo debe ser por amor y no por la fuerza.

“Si Él se hiciera visible desde el cielo, si vinieran los ángeles a evangelizar, si se produjeran milagros que nunca dejaran un margen para la duda, entonces la fe  ya no sería libre.

Y Dios ha querido dejarnos la libertad de aceptarlo o no.

Cada uno es responsable.

Él nos da solamente los signos de su presencia, de tal manera que siempre quede a salvo nuestra libertad.

Y nosotros, como hombres inteligentes, debemos reflexionar sobre esos signos utilizando la capacidad que se nos ha dado.

Es por eso que Jesucristo se manifestó rodeado de humildad; y es también por eso que el Señor sigue evangelizando al mundo por medio de una Iglesia compuesta por hombres débiles y pecadores.

Es por eso que el Señor reconoce como suya a una Iglesia que es santa, pero al mismo tiempo debe convertirse cada día.

El misterio de la encarnación del hijo Dios se continúa en la Iglesia que Él mismo ha fundado.

El Evangelista nos dice que Jesús no pudo hacer milagros. Es verdad que el hombre, con su libertad, puede poner límites a Dios.

Jesús traía la salvación para los hombres, pero eran los hombres quienes debían aceptar salvación.

Si faltaba la apertura de la fe, la omnipotencia de Dios no obraba para imponerla a quienes se resistían.

Pero Jesús no dio media vuelta y se fue.

Entre aquellos que ofrecieron un corazón abierto, Él realizó algunos milagros.

Este proceder del Señor es una lección para los cristianos, que diariamente nos sentimos tentados de abandonar la tarea evangelizadora.

A veces encontramos poca respuesta de la gente, otras veces recibimos una crítica o una burla por nuestras limitaciones o deficiencias en el momento en que queremos presentarnos como discípulos cristianos.

Nuestra reacción, en esos casos, es de dejarlo todo pensando que es imposible llevar el Evangelio a quienes no lo quieren recibir.

Pero Jesús siguió buscando entre la gente, y allí donde encontró buena disposición, en ese lugar depósito su salvación.

Al mismo tiempo que Jesús estableció para todos sus seguidores la regla de que en su propia patria un profeta siempre es despreciado, Él nos dio el ejemplo de que aún en esos casos debemos mantener la perseverancia, porque también allí encontraremos algunos que están dispuestos para recibir la palabra evangelizadora”. (P. Rivas)

+ En este Domingo, pidamos al Señor la gracia de no desanimarnos nunca; la gracia de la perseverancia; y la gracia de un corazón atento a los signos de su presencia, que en lugar de escandalizarse frente a la pequeñez (Belén; Calvario; Tabernáculo...), alabe al Omnipotente por su tierna condescendencia con nosotros.


25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

Por qué un profeta no es recibido en su tierra

En el centro de la palabra de Dios de este domingo, se encuentra aquel dicho tan conocido de Jesús: “Ningún profeta es recibido en su tierra”. En el texto de Marcos: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa. Una palabra que es reivindicada en los Evangelios; con pocas variantes, es transmitida por los cuatro evangelistas (cfr. Mt. 13, 57 ; Lc. 4, 24; Jn. 4, 44)

En tiempos de Jesús, esta palabra ya circulaba como proverbio; Jesús se adueñó de ella para expresar la suerte que le había tocado en su tierra. Detrás de aquella palabra, hay un acontecimiento bien preciso en su vida: el regreso a Nazaret, acaecido después de haber comenzado su ministerio público, es decir, no en calidad del simple carpintero de algunos meses antes, con quien se estaba habituado a hablar de mesas, yugos para los bueyes y arados para hacer o reparar, sino en calidad de maestro que habla con autoridad y convoca a la fe.

La escena se desarrolla en la sinagoga, en el centro local del culto y de oración, lugar de reunión para leer la Biblia y escuchar las explicaciones de los Rabinos. Sucedió, por decirlo así, en la Iglesia parroquial de Nazaret. Uniformándose con la praxis religiosa de su pueblo, Jesús va a la sinagoga y, una vez leído un pasaje de la Biblia (cfr. Lc. 4,17 ssq) comienza a enseñar. Podemos imaginar la expectativa y la curiosidad de los habitantes de Nazaret. Ellos esperaban que, como los otros rabinos de la época, Jesús diera prueba de su capacidad con sutiles distinciones exegéticas y aplicaciones jurídicas del texto. En lugar de eso, se sienten como embestidos por un ciclón: El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios esta cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia. (A juzgar por el contexto -(cfr. Mc. 1, 15)- ésta fue la primera savia de la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret). El resultado fue un fracaso total, y resulta conmovedor y alentador que sea el mismo Evangelio el portavoz de este fracaso de Jesús. Todo lo que Él pudo hacer fue, al salir, imponer las manos sobre algunos enfermos que tal vez se encontraban en los alrededores de la sinagoga para pedir limosna, y curarlos. De acuerdo con el relato de Lucas, el hecho concluyó en forma dramática; entre gritos y amenazas Jesús fue empujado fuera de la sinagoga y echado de la ciudad (cfr. Lc. 4, 28 ssq.). Este acontecimiento de su vida es simbólico ya que tiene un significado que va más allá del episodio; puede ser considerado como símbolo de toda la vida terrenal de Cristo. De hecho, así lo vio Juan en su Evangelio, al hablar de la Palabra: Vino a los suyos y los suyos no la recibieron (Jn. 1, 11). Nazaret es el pueblo hebreo (“su tierra”); Nazaret es el mundo (Jn. 1, 10: Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció).

Frente a la escena de Jesús echado de Nazaret y empujado hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad (Lc. 4, 29), ¿quién no piensa enseguida en la escena de Jesús que sale de Jerusalén y es conducido al Calvario llevando su cruz?

Ante ese resultado, la pregunta que surge naturalmente es: ¿Por qué los “suyos” no lo recibieron? Y, en forma más general, ¿por qué un profeta no es recibido en su tierra?

Ésta es la respuesta que da Juan: porque los hombres aman las tinieblas más que la luz, tienen miedo de la luz porque les revela que sus obras son malas (cfr. Jn. 1, 5; 3, 19 sq.). Pero tratemos de entender también a los habitantes de Nazaret: ellos no querían rechazar la luz y elegir las tinieblas, al menos no lo querían conscientemente; no tenían miedo de la luz ¿De qué tenían miedo y qué rechazaban? ¡Rechazaban lo nuevo! Jesús se había presentado como profeta. El profeta es un hombre incómodo a veces (como en el caso de Ezequiel descrito en la primera lectura), constituye un desafío enviado por Dios al pueblo. El profeta es Dios que impone su estilo y su “paso” al hombre, obligándolo a “romper” su propio paso; por lo tanto, el profeta es la novedad de Dios, es lo imprevisto, es el cambio. La palabra que debió perturbar más que ninguna otra a los habitantes de Nazaret fue ¡Conviértanse!, es decir, cambien de mentalidad. A los hombres no les gusta lo nuevo, o, mejor dicho, les gusta nuevo pero “alrededor” de ellos, no “en” ellos. Entonces, con tal de no cuestionarse y de no cambiar, ¿qué hacen? Se remiten al pasado a la sensación de tranquilidad y de seguridad dada por las cosas que se hicieron siempre. ¿Quién es éste que quiere revolucionar todo? ¿Qué necesidad hay de cambiar? ¡Siempre se hizo así! Poco importa si, haciendo siempre así, uno se sentía descontento, infeliz y esclavizado; también; nos acostumbramos a ser infelices y nos encariñamos con la esclavitud. Es de esa manera como se llega a ser hombres “obstinados” y “de corazón endurecido” (lectura 1ª).

Le había pasado al pueblo hebreo. En los largos siglos posteriores al exilio, había perdido la familiaridad con los profetas y, en compensación, se había ligado más que nunca a las instituciones: los rabinos, los sacerdotes, la sinagoga, el sábado. Lo que repetían los rabinos y lo que siempre se había hecho (las llamadas “tradiciones de los padres”) estaba bien. No se excluye que los habitantes de Nazaret hubieran sido prevenidos contra Jesús por los escribas enviados por las autoridades de Jerusalén con el fin de desacreditar sus milagros entre la gente, diciendo que expulsaba a los demonios en nombre de Belcebul (cfr. 3, 22). Las autoridades se habían pronunciado y la gente de Nazaret encontraba más seguro estar de acuerdo con ellas antes que con el profeta.

Lo delicado de todo esto es que no se trata de una elección neta y clara como la de la luz y las tinieblas; también la autoridad es un bien y está establecida por Dios (¡cuando es establecida por Dios!); la fidelidad hacia la tradición también es un valor, especialmente cuando esa tradición está entretejida con intervenciones de Dios ¿Cuándo se arruina esa fidelidad y se convierte en resistencia y rebelión contra Dios? Cuando se transforma en “un velo” para cubrir la propia pereza; cuando es un pretexto para no ponerse en camino, aceptando el riesgo, el abandono y la disponibilidad propios de la fe. Los habitantes de Nazaret -y en mayor escala, el pueblo hebreo- tenían signos para reconocer que en Jesús era Dios quien interpelaba a su pueblo: el Evangelio proclamado con fuerza a los pobres, los ciegos que veían, los rengos que caminaban, los leprosos que eran curados. (Jn. 10, 37: Crean en las obras aunque no me crean a mí).

Todo lo que hemos dicho ya es terriblemente actual, pero debemos esforzarnos por actualizarlo todavía más. Antes que nada, ¿quiénes son hoy para Jesús los “suyos”, cuál es “su tierra” y “su casa” sino nosotros y la Iglesia? Una vez más, es a nosotros a quienes se dirige la palabra de Dios. Estamos obligados a admitir que también entre nosotros Jesús realiza “muchas maravillas” que su palabra a menudo resulta ligada. Si nos preguntamos el por qué, a la luz del Evangelio de hoy una palabra se destaca enseguida en primer plano: causa de la falta de fe de esa gente (Mt. 13, 58). Sin embargo, ahora ya hemos entendido en qué consiste ese tipo de incredulidad. Consiste en la pereza, en la adhesión obstinada a nuestras costumbres y seguridades materiales que del pasado, que nos impiden abrirnos con fe a la potencia del Espíritu de Dios, el cual siempre hace “cosas nuevas” (aun si son coherentes con las antiguas); consiste en rechazar la idea de que también los buenos cristianos, incluso los que observan la ley a la perfección (¡suponiendo que los haya!), incluso los “maestros en Israel” puedan tener necesidad de una conversión radical y continua; que también las iglesias locales con un pasado glorioso puedan tener necesidad de aprender de otras iglesias, sin excluir a las del tercer mundo.

Los habitantes de Nazaret encontraron el pretexto para su incredulidad en el hecho de que fuera uno de ellos quien predicase la conversión, un hijo de tal y hermano de tal otro, uno a quien habían visto comer, trabajar, sudar, dormir y andar por la calle. ¡Se escandalizaban de la Encarnación! Eso puede suceder también, hoy, especialmente en las parroquias del campo. Se buscan razones para no escuchar al propio pastor porque se conocen sus costumbres y debilidades, porque en la vida cotidiana parece tan poco profeta... Pablo ha recordado una característica de la potencia de Dios: Me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades., porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (lectura II). Para Jesús fue debilidad ser hombre como los otros, tener -él, Hijo de Dios- un nombre, parientes, patria. Para quienes proclaman hoy la nueva evangélica, es debilidad la separación inevitable entre la palabra y la vida, el cansancio, la pobreza de lenguaje o de cultura, alguna miseria dentro de la propia familia. Es necesario realizar un esfuerzo para ir más allá de estas cosas y reconocer la palabra del Señor incluso a través de la voz ronca del anunciador humano.

Esto -podríamos decir- es la advertencia que el Evangelio de hoy da a los laicos con respecto al sacerdote. También hay una advertencia ofrecida a los sacerdotes con respecto a los laicos. Un motivo de escándalo para la gente de Nazaret fue éste: ¡Jesús era un “laico” que pretendía explicar la Biblia! ¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? Como decir: ¡pretende hablar de estas cosas sin haber hecho los estudios correspondientes! (¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?: Jn. 7, 15). En este caso, incluso ¡conocer las Escrituras se hace sospechoso! Se da muy a menudo el hecho de rechazar una auténtica palabra de Dios o de conceder poco valor a una advertencia porque provienen de gente que no tiene títulos. Hay que disipar mucha desconfianza -a pesar del Concilio Vaticano II- acerca de la capacidad de los laicos de ser testigos y profetas de Jesús, incluso “entre los doctores”.

Ahora, en la Eucaristía, Jesús regresa a los “suyos”. A quienes lo reciben y creen en su nombre, les da el poder y la gloria de ser llamados hijos de Dios.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 205-209)

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SANTOS PADRES



SANTO TOMÁS DE AQUINO - Catena Áurea

(TEOF.) Después de los milagros citados, vuelve el Señor a su patria, no ignorando que le despreciarían, con el objeto de que no pudieran decir luego: Si hubieses venido, hubiéramos creído en tí. Así dice: “Partido de aquí, se fue a su patria”, etc.

(BED.) Su patria era Nazareth, en donde había nacido. Pero ¡cuánta no sería la ceguedad de los nazarenos, que menosprecian, por sólo la noticia de su nacimiento, al que debían reconocer por Cristo en sus palabras y hechos! “Llegado el sábado, continúa, comenzó a enseñar”, etc. En su doctrina se encierra su sabiduría, y su poder en las curas y milagros que hacía. “¿No es éste aquel artesano hijo de María”

(SAN AGUSTÍN, De cons. Evang., lib. 2, cap. 22.) San Mateo dice que le llamaban el hijo del carpintero; y no es de extrañar, habiendo podido llamarle de ambos modos; pues le creían carpintero, por ser hijo de carpintero.

(SAN JERÓNIMO.) Llámase, en efecto, a Jesús hijo del carpintero, pero del carpintero que fabricó la aurora y el sol; esto es, la primera y la segunda Iglesia, en figura de las cuales fueron curadas la mujer y la muchacha.

(BED.) Pues aunque las cosas humanas no deban compararse a las divinas, queda íntegra, sin embargo, esta figura, porque el Padre de Cristo trabaja por el fuego y por el espíritu. Y continúa: “Hermano de Santiago, y de José, y de Judas y de Simón; y sus hermanas, ¿no moran aquí entre nosotros?” Ellos atestiguan así que los hermanos de Jesús están allí con ellos; pero no debe verse en ellos, como dicen los herejes, a otros hijos de José y de María, sino a parientes sólo de Él, a los cuales, según costumbre de la Escritura, se llama en ella hermanos, como a Abraham y Loth (Gén., 13), siendo Loth hijo del hermano de Abraham. “Y estaban escandalizados de Él”. El escándalo y el error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Despreciaban, pues, al Señor hasta el punto de llamarle carpintero e hijo del carpintero. “Mas Jesús les decía, prosigue: “Cierto que ningún Profeta está sin honor”, etc. Que haya sido llamado Profeta el Señor en la Escritura, lo confirma el mismo Moisés, quien prediciendo su futura encarnación a los hijos de Israel, dijo (Dt. 18.): “Tu Señor Dios te suscitará un profeta de entre tus hermanos”. No solamente Él, que es el Señor de los Profetas, sino también Elías, Jeremías y los demás Profetas, han sido menos considerados en su patria que en los pueblos extranjeros; porque es casi natural la envidia entre los compatriotas, no considerando los hechos de un hombre, y recordando la fragilidad de su infancia.

(SAN JERÓNIMO.) Muchas veces también acompaña el menosprecio al nacimiento, como lo prueban estas palabras (1 Re. 25): “¿Quién es este hijo de Isaí?”, porque el Señor elige lo humilde y aleja lo que es elevado (Sal. 112).

(TEOF.) O que el Profeta tenga parientes ilustres, que son objeto del odio de sus compatriotas, y por tanto deprimen al Profeta. “Y no podía hacer allí ningún milagro”, etc. Las palabras no podía, deben traducirse por no quería; y no quería, no porque no pudiera, sino porque ellos eran infieles. Por tanto, no hace milagros allí, por compasión hacia ellos a fin de que no se hicieran dignos de mayor pena no creyendo los milagros que viesen. O de otro modo: en los milagros es necesario el poder del que los hace y la fe de los que son objeto de ellos, la cual faltaba allí; por lo que no aceptó el Señor el hacer allí milagros. “Y admirábase, prosigue, de la incredulidad de aquellas gentes”.

(BED.) No se admiraba como de una cosa no esperada e imprevista, puesto que conoce todas las cosas aun antes de ser hechas; pero conociendo hasta lo más secreto de los corazones, manifiesta delante de los hombres que se admira de lo que quiere que admiren los hombres. Y es bien de admirar por cierto la ceguedad de los judíos, que ni quisieron creer lo que sus profetas les decían de Cristo, ni tampoco en Él que nació entre ellos. En sentido místico, Jesús, despreciado en su casa y en su patria, es Jesús despreciado en el pueblo judaico. Hizo allí algunos milagros, para que no pudieran excusare del todo; pero hace todos los días mayores milagros en medio de las naciones, no tanto por la salud de los cuerpos como por la de las almas.

(Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea , tomo III, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1946, pp. 66-67

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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS



JESÚS RECHAZADO OTRA VEZ EN GALILEA

Explicación. - Ya se ha dicho en otra parte que no son pocos que identifican este viaje de Jesús a Nazareth con el que Lucas refiere en su Cáp. 4, 16-30. No parece difícil reducir las tres narraciones a un mismo momento histórico; Lc. coloca la suya en los comienzos de la vida pública de Jesús, y es el que se propone seguir el orden cronológico de los hechos; en cambio, Mt. y Mc. convienen en situar las suyas al fin del segundo año de la predicación del Señor, después de la serie de parábolas. Además, tiene la narración de Lc. características que no consienten su identificación con las de los otros dos sinópticos: en éstos no se habla de los conatos de los nazarenos para perder a Jesús, siendo cosa tan importante; y en Lc. nada se dice de los milagros a que aluden Mt. y Mc. Además, si la frase de Mt. 4, 13, «y dejada la ciudad de Nazaret», se interpreta, como parece más obvio, en el sentido de que «salió, de Nazaret, el primer Evangelista mencionaría dos visitas de Jesús a esta ciudad. Desdoblamos, pues, los hechos siguiendo a la mayor parte de los intérpretes modernos.

Y habiendo salido de allí, de la ciudad de Cafarnaúm, no se indica de un modo preciso el tiempo, se fue a su patria, Nazaret, así llamada porque en ella se había criado (Lc. 4, 16). Para que aprendiesen los apóstoles que no siempre acompaña el éxito a la predicación, y que a veces la rechazan aquellos que nos son más allegados, quiso que fuesen testigos de su aparente fracaso: Y le seguían sus discípulos.

Entró el primer día de fiesta en la sinagoga de Nazaret para asistir con sus paisanos a los oficios sabáticos y dirigió la palabra a la concurrencia, como solían hacerlo aquellos a quienes invitaba el presidente y los que tenían prestigio para ello: Y llegando a su patria, cuando fue sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga - El texto de la Vulgata de Mt. dice «en sus sinagogas»; el griego está en singular, como en Mc. El efecto de la predicación del Señor fue de estupefacción en la asamblea: Y muchos que le oían se maravillaban de su doctrina, diciendo: ¿De dónde a éste -no sin cierto menosprecio-, a este hombre de familia pobre y que ha llevado entre nosotros una vida vulgar, todas estas cosas? Con todo, no podían dejar de ponderar su gran sabiduría y los prodigios que con la imposición de sus manos obraba: Y ¿qué sabiduría es esta que se le ha dado, y tales milagros que por sus manos se obran?

Y, como pasmados por el contraste que ofrecía la persona de «este» hombre con la alteza de sus enseñanzas y su fuerza de taumaturgo, analizaban los oyentes todas y cada una de las circunstancias de la vida humana de aquel su paisano. Su profesión, de simple artesano bien conocido de todos, probablemente carpintero: ¿No es éste el artesano...?; la profesión de su padre putativo ¿Hijo de artesano?; el nombre de su madre: ¿El hijo de María?; sus parientes: ¿Hermano de Santiago, y de José, y de Judas, y de Simón? Ya se ha dicho cuál es la significación de «hermano» en el lenguaje ordinario de los hebreos: puede significar un sobrino, un primo, el mismo marido, un aliado, un amigo, etc.: Y todas sus hermanas ¿no están también aquí con nosotros? El hecho de que no se nombre tampoco aquí a José, el santo esposo de María, con firma la presunción de que habría ya fallecido por este tiempo. El efecto de sus consideraciones fue el escándalo, no pudiendo comprender cómo hombre conocidísimo por su humilde profesión y origen, igual a la mayoría de ellos, quisiese levantarse sobre los demás, por su doctrina y sus obras: Y se escandalizaban en él.

Jesús da a sus paisanos la razón del ánimo hostil que le manifiestan: Y Jesús les decía: No hay profeta sin honor sino en su patria, y en su casa, y entre sus parientes. Y ello por dos principales razones: la primera por cierta natural envidia entre los conciudadanos, que hace se lleven a mal los honores tributados a un igual, y más a un inferior; y luego porque la familiaridad engendra fácilmente menosprecio.

Consecuencia de esta actitud de recelosa envidia fue el escaso número de milagros, sobre todo de los más estupendos, que realizó Jesús entre sus paisanos: Y por la incredulidad de ellos no podía hacer allí milagro alguno: no por falta de poder, sino por falta de colaboración espiritual de los nazarenos; porque Dios quiere que el hombre acepte voluntariamente la gracia que se le ofrece para darle otras mayores. Sólo obró algunas curaciones, equivalentes, por decirlo así, a la escasa fe de los que se las pedían: Sino solamente sanó algunos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

Jesús, que conoce los secretos de los corazones y a quien no se ocultan los motivos de la incredulidad de sus paisanos, demostró su admiración por la ciencia experimental que en aquel momento adquiría de la rebeldía de aquellos espíritus. Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Les había ofrecido la gracia, como a tantos otros, que tenían menos títulos de conversión que ellos, y la desprecian. Efecto de la esterilidad de su misión en su ciudad, es que Jesús sale de ella: Y andaba predicando por todas las aldeas del contorno.

- Lecciones morales. A) v. 1. - Se fue a su patria... - Es indudable que Jesús tuvo un amor especial para la ciudad en que pasó la mayor parte de su vida, y en la que Él, Verbo de Dios, se hizo carne: allí se celebraron los desposorios del Hijo de Dios con la humanidad. Con el Corazón henchido de amor, iría por segunda vez el Hijo de María a predicar la buena nueva a sus paisanos. No ignoraba su fracaso; y, a pesar de ello, tuvo la abnegación de ofrecer de nuevo a los nazarenos su gracia. Para que aprendamos que el amor de patria es legítimo; que el que no la ama es, hasta cierto punto, un desnaturalizado; y que este amor reclama de nosotros a veces costosos sacrificios y particularmente nos exige especiales obras de apostolado.

B) v. 3 - ¿No es éste el artesano - Es hecho absolutamente histórico -que Jesús ejerció un oficio mecánico. La tradición cree que el de carpintero; sólo San Ambrosio y San Hilario creen que pudo ser trabajador del hierro. Artesano e hijo putativo de artesano. La dignidad personal, y menos la santidad, no están ligadas a una noble prosapia ni a una noble profesión. En esto ha subvertido el cristianismo el concepto mundano de la grandeza. Está ésta en la propia persona y no en los adyacentes de sangre, de profesión, de fortuna, etc. Nacidos todos para ser grandes, con la grandeza de hijo de Dios, ha puesto Dios la grandeza al alcance de todos y cada uno de nosotros, porque desde cualquier estado y profesión y linaje podemos conquistarla, ya que depende solamente de nuestro esfuerzo, colaborando con la gracia de Dios.

c) v. 3.- ¿El hijo de María...? - Es de dulce y profundo sentido este apelativo que dan los nazarenos a su paisano Jesús. -Demuestra que Jesús y María estaban unidos por vínculo especial no sólo en el orden espiritual, sino hasta en el ciudadano, apareciendo a los ojos de todos como viviendo el uno para el otro. Jesús era el Hijo santísimo de María, como María era la amantísima Madre de Jesús. Es el ejemplo que deben dar todo hijo y toda madre de familia: porque estos íntimos y sagrados amores son como el núcleo de la vida social. El amor de madre e hijo es el más profundamente humano y el más regalado y fecundo: quiso Jesús consagrarlo con un amor ternísimo a su Madre. Como aparecieron en Nazaret ambos unidos, para ejemplo de sus conciudadanos, así aparecen en el plan de la redención y en la vida de la Iglesia, para consuelo y esperanza de los cristianos.

- D) v. 4.- No hay profeta sin honor sino en su patria... - Como es natural el amor patrio, y los hijos de una misma ciudad o patria se sienten como atados por vinculo especial, así viene a ser natural, dice San Beda, que los ciudadanos miren mal a sus ciudadanos: así ha sucedido no sólo con el Señor de los profetas, sino con todos ellos, Elías, Jeremías y los demás. Es porque no miran los ciudadanos las obras grandes del varón maduro, sino las fragilidades de su infancia. Por ello es que debemos dar en nuestra consideración a cada uno lo que en justicia le corresponde, para no esterilizar prendas y ministerios de nuestros paisanos, no sea que, como los nazarenos, y en otro plano y proporción, nos veamos privados de las gracias que generosamente se han concedido a los demás.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 629-633)

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SAN AGUSTÍN



Tratado XVI sobre el Evangelio de San Juan

Desde aquellas palabras: “Dos días después fue de allí para Galilea”, hasta aquellas otras: “Y creyó él y toda su familia”

1. La lectura de este pasaje evangélico que me propongo explicar hoy, es continuación del pasaje que se leyó ayer. El sentido de tal pasaje no es difícil de penetrar, pero sí muy digno de explicación, admiración y alabanza. Así que de este pasaje evangélico sólo haré una conmemoración recomendatoria, no una exposición difícil. Jesús, después de los dos días que estuvo en Samaria, se fue a la Galilea, en donde se había criado. El evangelista añade: Jesús mismo testifica que ningún profeta es honrado en su patria. Jesús salió de Samaria pasados dos días, no porque no recibiera allí honores. La patria de Jesús no era Samaria, sino Galilea. ¿Cómo es que, habiendo salido tan pronto de allí para trasladarse a Galilea, donde se había criado, testifica el Señor que ningún profeta es honrado en su patria? Parece que hubiera podido atestiguar con más razón que ningún profeta es honrado en su patria si, desdeñando ir Él a la Galilea, se hubiera quedado en Samaria.

2. Esté ahora atenta vuestra caridad a la no pequeña dificultad que aquí se insinúa. El Señor me inspirará y me concederá lo que he de decir. La dificultad la conocéis; ahora buscad su solución; repetiré la dificultad para que la solución se haga más de desear. Me extraña por qué dice el evangelista: Pues Jesús mismo testifica que ningún profeta es honrado en su patria. Pues por esto, repetimos las palabras precedentes para averiguar por qué el evangelista quiso decir esto. Y hallo que en las palabras anteriores no dice otra cosa sino que Jesús, después de dos días, parte de Samaria para ir a Galilea. ¿El motivo por el que dijiste, ¡oh evangelista!, que Jesús testifica que ningún profeta es honrado en su patria, fue porque, pasados dos días, sale de Samaria y se da prisa para ir a Galilea? A mí, por el contrario, me parece más lógico decir que, si Jesús no era honrado en su patria, no había por qué volver a ella tan de prisa y abandonar Samaria. Pero, si no me engaño, mejor diré, es verdad y no me engaño, porque mejor que yo sabía el evangelista lo que decía, y mejor que yo veía la verdad quien la bebió en el pecho mismo del Señor. En efecto, Juan Evangelista es el mismo que, entre todos los discípulos, reposó sobre el pecho del Señor, y por el cual el Señor, que a todos amaba, tuvo, sin embargo, especial predilección. ¿Luego el engañado sería él y el que dice la verdad sería yo? Todo lo contrario; y si yo quiero pensar religiosamente, tengo que oír con docilidad lo que él dice, para merecer la inteligencia de lo que él piensa.

3. Oíd, pues, carísimos, lo que pienso yo sobre este punto, sin prevención alguna contra lo que penséis vosotros, si es que es más acertado. Porque único es el maestro de todos y única es también la escuela de la que somos todos condiscípulos. Este es, pues, mi pensamiento, y ved si no es verdadero o no se acerca a la verdad. En Samaria estuvo dos días y creyeron en El los samaritanos; en cambio, con estar tantos en la Galilea, no creyeron en El los galileos. Recorred con vuestra memoria y recordad la lectura y la explicación de ayer. Va a Samaria, donde había comenzado a anunciarlo la mujer aquella con la que junto al pozo de Jacob trató tan grandes misterios. Así que los samaritanos lo vieron y oyeron, creyeron en El por la palabra de la mujer, y aun todavía creyeron con más firmeza y en mayor número por su misma palabra: así está escrito. Allí se quedó dos días (este número es místicamente una recomendación de los dos preceptos que contienen toda la ley y los profetas, como recordaréis lo hice ayer); luego parte para Galilea, y llegó a la ciudad de Caná de Galilea, en donde convirtió el agua en vino. Pues bien: cuando allí en Caná de Galilea convirtió el agua en vino, sólo creyeron en El, como dice Juan; sus discípulos, y eso que la casa estaba ciertamente llena de gente invitada. Con ser tan grande el prodigio que realizó, no creyó en El nadie, a excepción de sus discípulos. A esta ciudad de Galilea vuelve ahora por segunda vez Jesús. Y he aquí que un cortesano, que tenía un hijo suyo enfermo, viene a Jesús y comenzó a suplicarle con instancia que bajara a aquella ciudad o a su casa para sanar a su hijo, que se estaba muriendo. Quien así pedía, ¿es que no creía todavía? ¿Qué quieres que te diga yo? Preguntad al Señor lo que juzga de él. El Señor, a la petición del régulo, contesta de esta manera: Si no veis señal y prodigio no creéis. Recrimina a este hombre por su tibieza o frialdad o por su total falta de fe; pero deseoso de probar con la curación de su hijo cómo era Cristo y quién era Cristo y cuánto su poder. Hemos oído la palabra del que ruega; mas no vemos el corazón del que desconfía; pero lo testifica quien oyó su palabra y vio su corazón. Finalmente, el mismo evangelista muestra también, con el testimonio de su narración, que todavía no creía quien deseaba que el Señor viniese a su casa a sanar a su hijo. Porque después que recibió el anuncio de la curación de su hijo y que eso había sucedido en la misma hora que dijo el Señor: Anda, que tu hijo vive, creyó, dice el evangelista, él y toda su familia. Luego, si creyó él y toda su familia por el anuncio de la salud de su hijo y por la comparación que hizo, entre la hora de los que se lo anunciaron y la hora del que con antelación se lo anunció, cuando le instaba suplicante no creía. Los samaritanos, en cambio, no esperan milagro alguno; sólo creen por su palabra. Es por lo que sus compatriotas se hicieron dignos de este reproche: Si no veis signos y prodigios, no creéis; y allí mismo, después de un milagro tan grande, sólo creyó él y su familia. Por sólo las palabras creyeron muchos samaritanos, y, en cambio, con tan gran milagro sólo creyó la familia aquella donde se realizó. ¿Cuál es, pues, hermanos, cuál es la lección que les quiere dar el Señor? La Galilea, que es parte de la Judea, era por aquel entonces la patria de Jesús, porque allí se crió. Mas ahora se ve que aquellos hechos eran pronósticos de algo. No se da a los milagros el nombre de prodigios sino porque auguran o presagian algo. La palabra prodigio tiene el mismo sentido de porrodicio (cosa con antelación dicha), que es como una predicción, anuncio o significación de algo futuro. Ahora bien, como aquellos hechos eran como la figura y predicción del porvenir, hagamos por el momento la hipótesis de que la patria de nuestro Señor Jesucristo según la carne (sólo tuvo patria en la tierra según la carne, que de la tierra recibió), hagamos la hipótesis, digo, de que la patria del Señor es el pueblo judío. Mirad cómo no tiene honor en su patria. Mirad ahora la turba judía, mirad aquella gente dispersa ya por todo el mundo y arrancada hasta en sus raíces, y mirad sus ramos rotos, y cortados, y dispersos, y secos, en cuyos cortes mereció ser injertado el acebuche; mirad, digo, al pueblo judío, y ¿qué es lo que dice ahora? Este a quien vosotros rendís culto y adoración, era hermano nuestro; contestémosles nosotros: El profeta no tiene honor en su patria. En fin, vieron ellos al Señor Jesús andar en la tierra y hacer prodigios, como dar vista a los ciegos, y oído a los sordos, y habla a los mudos, y firmeza a los miembros de los paralíticos, y andar sobre las aguas, y mandar con imperio al mar y a las olas, y resucitar a los muertos; le vieron, digo, con sus propios ojos hacer tantos y tantos prodigios, y apenas hubo de entre ellos que creyeran en El. Ahora me dirijo al pueblo de Dios: tantos y tantos como hemos creído, ¿qué signos hemos visto? Luego lo que entonces acontecía era como un presagio de lo que ahora acontece los judíos fueron como los galileos, y nosotros, como los samaritanos aquellos. Oímos el Evangelio y hemos asentido a El, y por el Evangelio creímos en Cristo, y sin haber visto y sin haber exigido milagro alguno.

4. Pues aunque uno de los doce elegidos y santos, fue, sin duda, israelita, es decir, del pueblo del Señor, aquel Tomás que quiso introducir sus dedos en las aberturas de las llagas. El Señor le reprende lo mismo que al cortesano. Dícele a éste: Si no veis signos y prodigios, no creáis. Dícele a aquél: Porque has visto, has creído. Jesús había vuelto a la Galilea después de haber dejado a los samaritanos, que creyeron por sus palabras sin hacer en su presencia milagro alguno; y los deja tan pronto, seguro de su firmeza en la fe, porque no dejaba de estar en ellos con la presencia de la divinidad. Cuando, pues, el Señor decía a Tomás: Acércate e introduce tu mano y no seas ya incrédulo sino fiel; y cuando él, después de tocar el lugar de las heridas, exclama diciendo: ¡Señor mío y Dios mío! , le increpa con estas palabras: Porque has visto, has creído; ¿por qué esto, sino porque el profeta no tiene honor en su patria? En cambio, porque entre los extranjeros es honrado este profeta, se dice a continuación: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. La predicción mira a nosotros. Lo que con tanta anticipación elogió el Señor, se ha dignado realizarlo en nosotros. Los que lo crucificaron lo vieron y palparon, y aun así creyeron tan pocos. Nosotros ni lo hemos visto ni lo hemos tocado. Nosotros oímos hablar de El y creímos. Cúmplase en nosotros y reálcese con perfección en nosotros la felicidad que prometió: Aquí abajo, porque se nos ha preferido a su patria, y en el siglo futuro, porque se nos ha injertado en el lugar de los ramos cortados.

5. Daba a entender ya el Señor que estos ramos se cortarían y que este acebuche se injertaría cuando, emocionado el Señor por la fe del centurión, que le dice: Yo no soy digno de que entres en mi casa, basta que digas una sola palabra y mi criado sanará; pues aunque yo soy un hombre sujeto a otros, mas, como tengo soldados bajo mi mando, digo a éste: Vete, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi criado: Has esto, y lo hace, se vuelve Jesús a los que le seguían y díceles: En verdad os digo que no he hallado en Israel fe tan grande. ¿Por qué no halló fe tan grande en Israel? Porque el profeta no es honrado en su patria. ¿No podía, por ventura, el Señor decir también al centurión lo mismo que dijo a este cortesano: Anda, vete; tu hijo vive? Mirad la diferencia. El reyezuelo deseaba que bajase el Señor a su casa; el centurión aquel se juzgaba indigno de tal cosa. Al centurión se le dice: Yo mismo iré y le sanaré; al cortesano, en cambio: Anda, vete; tu hijo vive. Al uno le promete su presencia; al otro le cura con una sola palabra. Este exigía como por la fuerza, y aquél se juzgaba indigno de tanto honor. Aquí transigió con la soberbia y allí se lo concedió por su humildad. Como si dijera al uno: Anda, vete; tu hijo vive; no me llegues a producir repugnancia: si no veis signos y prodigios, no creéis. Tú quieres que yo vaya personalmente a tu casa, cuando con una sola palabra lo puedo mandar; no quieras tú creer a fuerza de milagros. El centurión extranjero creyó que lo podía hacer con una sola palabra, y antes de que la hiciera creyó. Vosotros, por el contrario, si no veis signos y prodigios, no creéis. Luego, si es así, córtense los soberbios ramos e injértese el humilde acebuche. Queda, sin embargo, la raíz después de cortados aquéllos, e injertados éstos. ¿Dónde quedó la raíz? En los patriarcas; la patria de Cristo es el pueblo de Israel, porque de El procede según la carne; pero la raíz de este árbol son los santos patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob. ¿Dónde están éstos ahora? Descansando con Dios y rodeados de los mayores honores; como fue llevado al seno de Abrahám después de la muerte aquel favorecido y pobre Lázaro, y en el seno de Abrahán después visto desde muy lejos por el rico soberbio. Luego la raíz queda, la raíz es elogiada; en cambio, los ramos soberbios merecieron ser cortados y quedar secos; mas el humilde acebuche encontró lugar para ser injertado en el corte de aquéllos.

6. Oye, pues, cómo se cortan los ramos naturales y cómo se injerta el acebuche en el ejemplo mismo del centurión, de quien ha querido hacer conmemoración para compararle con este cortesano. En verdad os declaro, dice el Señor, que no he hallado fe tan grande en Israel, y por eso os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente. ¡Qué inmensa la tierra que cubría el olivo silvestre! Todo este mundo no era más que una selva amarga. Mas por, la humildad, por aquel No soy digno de que entres en mi casa, serán muchos los que vengan del oriente y del occidente. Y no dudes que vendrán. ¿Qué se hará de ellos? Si vienen es porque ya fueron arrancados del bosque. ¿En dónde se injertarán para que no se sequen? Y se sentarán a la mesa con Abrahám, Isaac y Jacob. ¿De qué festín se trata? No vaya tal vez a suceder que la invitación se haga, no para vivir eternamente, sino para embriagarse bebiendo. Se sentarán a la mesa con Abrahám, Isaac y Jacob. ¿Dónde? En el reino de los cielos , dice. ¿Y qué será de aquellos que pro ceden de la estirpe de Abrahán? ¿Qué será de los ramos de los que todavía está lleno el árbol? ¿Qué? Serán cortados para que éstos se injerten. No dejes de enseñar que serán cortados: Mas los hijos del reino irán a las tinieblas exteriores.

7. Rodeemos, pues, de honor al profeta, ya que no lo tuvo en su patria. No recibió honores en la patria que le dio el ser; recíbalos, pues, ahora en la patria que El creó. En aquella fue creado, según la forma de esclavo, el que es creador de todo. Porque la ciudad misma donde recibió el ser, y que es la misma Sión y el mismo pueblo judío, y la misma Jerusalén, por El fue creada cuando estaba, como Verbo de Dios, en el seno del Padre. Todo fue hecho por El, y sin El nada se hizo. Pues del mismo hombre de quien hoy hemos oído decir: Uno es el mediador entre Dios y los hombre, el hombre Cristo Jesús, ya había hablado antes el Salmo diciendo: Un hombre dirá que Sión es su madre. Un hombre, el hombre que es mediador entre Dios y los hombres, dice que Sión es su madre. ¿Por qué dice que Sión es su madre? Porque recibió de ella su carne y de ella también la Virgen María, en cuyo seno virginal se revistió de la forma de esclavo, en la que se dignó aparecer humildísimo. Un hombre llama a Sión madre suya, y este hombre que llama madre suya a Sión se hizo en ella hombre. Como Dios, es primero que ella; mas, como hombre, se hizo en ella. El mismo que se hizo hombre en ella, fue el que la creó como Altísimo, no como humildísimo. Se hizo en ella hombre humildísimo, pues el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y Él mismo, como Altísimo, la creó, porque en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios, y todo fue creado por El. Pues, ya que El es quien creó esta patria, reciba aquí los honores. La patria que le engendró le ha rechazado. Recíbale, pues, con todos los honores la patria que El regeneró.

(San Agustín, Obras de San Agustín, tomo XIIIº , Tratado sobre el Evangelio de San Juan , BAC, Madrid, 1955, Pág. 435-447)

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ANTONIO ROYO MARÍN, OP



La Enseñanza de Jesucristo

No tratamos aquí de exponer la doctrina evangélica, sino d examinar algunos problemas teológicos que plantea el modo con que se produjo la enseñanza de Jesucristo. Concretamente interesa averiguar:

a) Por qué se limitó personalmente a evangelizar a los judíos y no a los gentiles.

b) Por qué fustigó tan duramente a los escribas y fariseos.

c) Por qué les hablaba a veces en parábolas.

d) Por qué se limitó a la enseñanza oral y no escribió nada.

Vamos a contestar a estas preguntas en otras tantas conclusiones.

Conclusión 1ª Fue muy razonable que Cristo, por si y por los apóstoles, empezase predicando únicamente a los judíos.

Santo Tomás da las siguientes razones:

a) Para mostrar que con su venida se cumplían las promesas mesiánicas hechas a los judíos y a los gentiles, aunque también éstos habían de participar de la salud mesiánica (cfr. Rom i5 8 9).

b) Para probar que su venida era de Dios, que todo lo hace con orden.

El orden, en efecto, exigía que la enseñanza de Cristo se propusiese primero a los judíos que estaban más allegados a la divinidad por la fe y el culto del verdadero Dios y que por ellos se transmitiese esta enseñanza a los gentiles.

c) Para quitar a los judíos todo pretexto de calumnia y la excusa de haber rechazado al Señor por haber enviado a sus apóstoles a 1os gentiles y samaritanos.

d) Porque fue en la cruz donde Cristo mereció propiamente el poder y el dominio sobre todas las gentes (cf. Phil 2,8-II), y por eso no quiso antes la pasión predicar a los gentiles su doctrina; pero, después de su resurrección, envió a sus apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo y a toda criatura (cf. Mc 16,15).

Cristo fue la luz y salvación de los gentiles a través de sus discípulos, que envió a predicar a los paganos. Ni arguye menor poder, antes lo supone mayor, hacer una cosa por otros que por sí mismo. El poder divino de Cristo se manifestó en alto grado dando a la predicación de sus apóstoles una eficacia tan grande, que convirtiesen a la fe a gentes que nunca habían oído hablar de Él. Sin embargo, no rechazó del todo a los gentiles; algunos recibieron de Él la doctrina de la salvación-la samaritana, los griegos de que habla San Juan (Io 12,20), etc-y hasta grandes elogios por su fe y devoción, como la cananea y el centurión romano.

Conclusión 2ª Fue muy razonable que Cristo fustigara duramente la maldad de los escribas y fariseos, aunque fuera para ellos motivo de indignación y piedra de escándalo.

Escuchemos a Santo Tomás:

“La salud del pueblo se ha de preferir a la paz de cualquier particular. Y así, cuando algunos, con su maldad, son obstáculo a la salud de la multitud, no ha de temer el predicador o doctor enfrentarse con ellos, mirando a la salud de la muchedumbre.

Ahora bien: los escribas, los fariseos y los príncipes de los Judíos se oponían con su maldad a la salud del pueblo, ya porque combatían la doctrina de Cristo, únicamente de la cual podía venir la salud; ya porque con sus depravadas costumbres corrompían la vida del pueblo. Por lo cual el Señor, sin hacer caso de su escándalo enseñaba públicamente la verdad que aquéllos aborrecían, y reprendía sus vicios. Y así se lee en San Mateo que cuando los discípulos dijeron al Señor: “¿No sabes que los judíos, al oírte, se escandalizaron?”, les contestó: “Dejadlos, son ciegos y guías de ciego. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya” (Mt 15,12-14).

Esta doctrina interesantísima nunca perderá su actualidad. En pleno siglo de oro escribía Santa Teresa:

“Hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar. Buena intención tendrán y la obra lo será; mas así se enmiendan pocos. Mas ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabe qué me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican”.

En la respuesta a las dificultades hace Santo Tomás observaciones muy interesantes:

a) Nunca debe el hombre ofender a nadie de suerte que con sus dichos o hechos le sea ocasión de ruina. Pero dice San Gregorio que, “si el escándalo nace de la verdad antes se ha de sufrir el escándalo que hacer traición a la verdad.”

b) Con reprender públicamente a los escribas y fariseos, Cristo no impedía antes promovía el efecto de su doctrina, porque cuanto más conocidos del pueblo eran sus vicios, tanto menos se apartaban de Cristo, despreciando las invectivas de los escribas y fariseos, que siempre se mostraban opuestos a la enseñanza de Cristo.

c) El apóstol San Pablo manda respetar a los ancianos (I Tim5,1). Pero esa sentencia se ha de entender de aquellos ancianos que no lo son únicamente por la edad y la autoridad, sino también por la honestidad de sus costumbres. Pero, si convierten su autoridad en instrumento de malicia, pecando públicamente, se les ha de reprender con dureza, como hizo Daniel con los viejos calumniadores de Susana.

Conclusión 3ª Fue muy conveniente que Cristo expusiera a veces su doctrina en forma de parábolas.

Consta en el Evangelio que Cristo enseñó algunas cosas a sus apóstoles en privado, pero ordenándoles que lo predicaran después públicamente:

“Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados” (Mt 10,27).

Otras veces hablaba en forma de parábolas, que explicaba después a sus discípulos, pero cuyo sentido escapaba a la mayor parte de sus oyentes. Los propios apóstoles le preguntaron al Señor la razón de esta manera de predicar, y obtuvieron una respuesta cuya interpretación exacta es muy oscura y difícil:

«Acercándosele los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y les respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios de los cielos, pero a ésos no. Porque al que tiene, se le dará más y abundará, y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado. Por esto les hablo en parábolas, porque, viendo, no ven, y oyendo, no oyen ni en tienden. Y se cumple con ellos la profecía de Isaías, que dice: «Cierto oiréis, y no entenderéis; veréis, y no conoceréis. Porque se ha endurecido el corazón de este pueblo, y se han hecho duros de oídos, y han cerrado sus ojos, para no ver con sus ojos y no oír con sus oídos, y para no entender con su corazón y convertirse, que yo los curaría” (Mt 13,10-15).

Este es uno de los pasajes evangélicos que más han hecho sudar a los exegetas. Escuchemos la interpretación del Doctor Angélico:

“Por tres motivos puede una doctrina permanecer oculta:

a) POR LA INTENCIÓN DEL QUE ENSEÑA, que no quiere comunicarla a muchos, sino más bien mantenerla oculta, ya sea por creerse superior a los demás (envidia o celos) ya por tratarse de una doctrina errónea o inmoral. Es evidente que no fue éste el caso de nuestro Señor.

b) PORQUE SE PREDICA A UNOS POCOS. Tampoco este modo afecta a Jesucristo pues como Él mismo dijo a Pilato yo públicamente he hablado al mundo; siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde concurren todos los judíos; nada hablé en secretos (Io 18,2o). Las mismas instrucciones que daba en privado a sus apóstoles les ordenaba predicarlas después en público (Mt 10,27).

c) POR EL MODO DE PREDICARLA. De esta suerte Cristo ocultaba algunas cosas a la muchedumbre cuando le exponía en parábolas los misterios que no eran capaces o dignos de recibir . Sin embargo, todavía les era mejor recibirlos así y bajo el velo de parábolas oír la doctrina espiritual que del todo quedar privados de ella. Y aún exponía luego la verdad clara y desnuda de las parábolas a los discípulos, por medio de los cuales había de llegar a otros que fuesen capaces de recibirlas”.

Según esta interpretación del Doctor Angélico, la razón profunda de la predicación en parábolas hay que buscarla en una acción combinada de la misericordia y de la justicia de Dios: “porque no eran capaces o dignos” de recibir abiertamente la doctrina de Cristo.

a) En primer lugar, no eran capaces de recibir abiertamente esa doctrina a causa de sus prejuicios mesiánicos, completamente opuestos a la realidad evangélica. Ellos se imaginaban un Mesías en forma de rey temporal, fuerte y poderoso, que aplastaría a todos los enemigos de Israel y les llenaría de venturas y prosperidades temporales. Frente a esta concepción, arraigadísima en el pueblo, la doctrina evangélica, orientada por entero al reino de los cielos y al desprecio de las cosas de la tierra, era demasiado sublime y elevada para que pudieran captarla expuesta en toda su desnudez. Cristo les da el pan de la verdad en la forma que entonces podían comprenderla, dejando a sus discípulos el cuidado de exponerla con toda claridad a medida que fueran capaces de asimilarla. Lo dice expresamente San Marcos: “Y con muchas parábolas como éstas les proponía la palabra según podían entender , y no les hablaba sin parábolas; pero a sus discípulos se las explicaba todas aparte” (Mc 4,33-34).

b) En segundo lugar, no eran dignos de recibirla claramente, por su obstinada incredulidad. Era un hecho, como lamentaba el mismo Cristo, que «viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden». Los milagros estupendos con que Cristo demostraba ante el pueblo su divina misión endurecían más y más los corazones obstinados, hasta el punto de achacar los milagros al poder de Beelcebul (Lc 11, 15) o de querer matar a Lázaro porque, a causa de su resurrección, muchos creían en Jesús (Io 12, 10-11). Ante tanta obstinación y malicia, la justicia de Dios tenía forzosamente que castigarlos, y por eso les anuncia la verdad en forma velada y misteriosa, a fin de que los hombres de buena voluntad tuvieran las luces suficientes para abrazar la verdad evangélica, y los rebeldes y obstinados recibieran el justo castigo de su maldad. Sin embargo, con relación a estos últimos brilla todavía de algún modo la misericordia de Dios, porque, como advierte Santo Tomás «todavía les era mejor recibir la doctrina del reino de Dios bajo el velo de las parábolas que del todo quedar privados de ella”.

Esta interpretación explica el misterioso pasaje en forma discreta y razonable Pero, en todo caso sea de ello lo que fuere no puede interpretarse la predicación parabólica como una restricción de la voluntad salifica universal de Dios que está clara y expresa mente revelada en la Sagrada Escritura. En ella se nos dice clara mente que «Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» (2 Tim 2, 4) que «Dios no quiere la muerte del pecador sino más bien que se convierta y viva» (Ez 18,23), que Cristo «no vino a llamar a los Justos sino a los pecadores a penitencia » (Le 5,31); que Dios «prefiere la misericordia al sacrificio» (Mt 9,13) y otras muchas cosas por el estilo. Ha que interpretar los pasajes oscuros de la Sagrada Escritura por los claros, y no al revés. Es norma elemental hermenéutica bíblica.

Conclusión 4ª Fue conveniente que Cristo no expusiera por escrito su doctrina, sino que se limitara a su predicación oral.

Además del argumento fundamental de que Cristo “todo lo hizo bien” (Mc 7,37), el Doctor Angélico razona la conclusión del siguiente modo:

“Por diversas razones fue conveniente que Cristo no expusiera por escrito su doctrina:

a) Por su dignidad excelsa. A más alto doctor corresponde r alta manera de enseñar. Pero Cristo es el más excelente de todos los maestros. Luego le correspondía el más alto modo de enseñar, que es imprimiendo la doctrina en el corazón de los oyentes.

b) Por la excelencia de su doctrina, que no puede encerrarse en un libro ni en todos los libros del mundo (cf. Io 21,25). Si Cristo hubiera puesto por escrita su doctrina, los hombres hubieran podido pensar que toda ella se reducía a lo que había escrito elevarse más arriba.

e). Para que su doctrina llegase ordenadamente a nosotros por medio de sus apóstoles según las propias palabras de Cristo: “Quien a vosotros oye, a mí me oye” (Lc 10,16).

(Royo Marín, Jesucristo y la Vida Cristiana , BAC, Madrid, 1961, Pág. 284-288)

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JUAN PABLO II



El milagro, llamada a la fe

1. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.

Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.

2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.

Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes (y sobre todo) en el momento de a anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se te he dicho de parte del Señor” (Lc 1, 45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (Cfr. Lc 1, 37).

Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús “creyeron en él” (Jn 2, 11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (Cfr. Lumen Gentium, 58 y 63; Redemptoris Mater, 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los “milagros-signos” en María y por María en orden a la llamada a la fe.

3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: “No temas, ten sólo fe”. (Dice “no temas”, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5, 36). Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos...”, Jesús le responde: “¡Sí puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (Cfr. Mc 9, 22-24).

Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? Si, Señor, creo...” (Cfr. Jn 11, 25-27).

4. El mismo vínculo entre el “milagro-signo” y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret “no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. El se admiraba de su incredulidad” (Mc 6, 5-6).

Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (Cfr. Mt 14, 29-31).

5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a la fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su manto, quedando sana (Cfr. Mt 9, 20-22; y también Lc 8, 48; Mc 5, 34).

Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!” (Cfr. Mc 10, 46-52). Según Marcos: “Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: “Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lc 18,42).

Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan a volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo hacer esto?”. “Sí, Señor”... “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mt 9, 28-29).

6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir a ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, El le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a os perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres” (Cfr. Mt 15, 21-28). Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “ cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!

7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (Cfr. Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a El para que los socorra con su poder divino.

8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.

Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en El” (Jn 2, 11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Cfr. Jn 6, 66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).

(Catequesis del 16 de diciembre de 1987)

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GIUSEPPE RICCIOTTI



RETORNO Y PRIMERAS ACTIVIDADES EN GALILEA

Después de pasar dos días con los samaritanos de Sicar, Jesús volvió a Galilea. La razón de esta vuelta la consigna Juan (4, 44) con estas palabras: Porque el mismo Jesús atestiguó que un profeta en la propia patria no es honrado. ¿Cuál es la patria a que alude Juan aquí? Los sinópticos atribuyen igual sentencia a Jesús, pero en ocasión posterior, cuando fue malamente expulsado de Nazareth (Lucas, 4, 16-30, y paralelos). Allí compréndese al punto que la patria es Nazareth. En Juan esto no resulta tan claro, pero no por ello procede pensar que se refiere a Judea, de la que se alejaba por intrigas de los fariseos. Más bien parece que Juan, presuponiendo ya conocidos los sinópticos y la sentencia de Jesús contenida en ellos, la anticipe situándola al principio de su actividad en Galilea, como para preparar al lector a la noticia de su pobre resultado en esta región.

No obstante, los galileos, al principio, acogieron a Jesús con alegría.

Varios de ellos habían sido testigos de las extraordinarias obras hechas en Judea por Jesús, y al retornar a Galilea habían hablado de él, despertando el orgullo de sus compatriotas.

Al dirigirse de nuevo a Caná, donde hiciera su primer milagro, Jesús fue buscado otra vez a causa de su fama de taumaturgo. Yacía gravemente enfermo en Cafarnaúm el hijo de un funcionario de la corte real ,y su padre, sabiendo la llegada de Jesús, fue apresuradamente a Caná rogándole que acudiera a curar al doliente, entonces extremamente grave. Jesús se mostró reacio a la súplica y, pensando ante todo en su misión, exclamó: Si no veis signos y prodigios no creéis. El angustiado padre sólo se preocupaba del hijo moribundo y repetía: Señor, baja allá (a Cafarnaúm) antes de que mi muchacho muera. Para estar seguro de la curación, exigía la presencia personal de Jesús, como la de un médico. Jesús le replicó: Ve; tu hijo vive. Estas firmes palabras infundieron en el padre la firmeza de creer; si el taumaturgo había hablado así, no podía ocurrir otra cosa. Era la hora séptima, esto es, la una de la tarde. Después del apresurado viaje matinal de Cafarnaúm a Caná más de 30 kilómetros -, no se podía repetir en seguida el recorrido agotando las bestias y a los hombres de escolta. Así, pues, el padre marchó a la mañana siguiente. Al acercarse a Cafarnaúm sus parientes salieron a su encuentro para decirle que el muchacho estaba bien. Y a su pregunta de cuándo había comenzado a mejorar, contestaron: Ayer, a la hora séptima, le dejó la fiebre.

El esmerado Juan (4, 54) hace constar que éste fue el segundo milagro de Jesús, después del de Caná, también en Galilea, pero prescindiendo de su estancia en Judea. También aquí se revela la tendencia de Juan a completar los Sinópticos.

Así, de regreso a Galilea, Jesús inició sin más su misión, predicando la (buena nueva de Dios y diciendo: Se ha cumplido el tiempo y ha llegado el reino de Dios. Cambiad de mente (arrepentíos) y creed en la (buena nueva).

En este período debió andar por todos los diversos centros de Galilea, ya que se dice que enseñaba en las sinagogas de ellos y era escuchado por todos con mucha deferencia y seguramente también con cierto orgullo regional (Lucas, 4, 14-15). Sin embargo, sus estancias más largas y frecuentes eran en Cafarnaúm, que él había ya prácticamente sustituido a su Nazareth. Nada impide, antes bien, todo induce a creer, que en el curso de estas peregrinaciones se dirigiese también a Nazareth; pero el episodio de su predicación en la sinagoga de Nazareth, que concluye con su expulsión del pueblo debió ocurrir al término y no al principio de este ministerio en Galilea, ya que en aquella ocasión se recuerdan expresamente los milagros hechos por él en Cafarnaúm (Lucas, 4, 23). Por ello, aunque Lucas sitúe el episodio al principio, es preferible el orden cronológico seguido aquí por los otros dos sinópticos (Mateo,. 13, 54-58; Marcos, 6, 1-6), los cuales lo colocan al terminar este período; o sea cuando Jesús había pasado ya largo tiempo en Cafarnaúm.

En los diversos pueblos que visitaba, Jesús hablaba, sobre todo, en las sinagogas locales. Como sabemos, cualquier mínimo centro palestinense poseía una sinagoga, en la que los habitantes se reunían puntualmente los sábados, y a veces también otros días. Allí, y ante un auditorio bien dispuesto, cabía la oportunidad de hablar en plena conformidad con las normas tradicionales cuando el archisinagogo, después de la lectura de la Biblia , invitaba a alguno de los presentes a pronunciar el acostumbrado discurso instructivo. Es natural que Jesús se ofreciese frecuentemente para tal incumbencia, que respondía tan bien a sus propósitos. No obstante, hablaba otras veces al aire libre o en casas privadas, cuando se presentaba oportunidad o se reunía en torno suyo alguna multitud.

Porque sus oyentes crecían muy de prisa, ya que pronto habían notado que les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (Marcos, 1, 22; Lucas, 4, 32; y. Mateo, 7, 29). La misma plebe, en su sencillo buen sentido, encontraba profunda diferencia entre las doctrinas de Jesús y las de los escribas. Éstos se refugiaban siempre en la autoridad de los antiguos y su ideal era transmitir íntegramente las enseñanzas recibidas, sin añadir ni olvidar nada. En cambio, Jesús abría ciertos cofres de los que sólo él poseía la llave y sobre los que sólo él “tenía autoridad”, no rehuyendo tampoco el contradecir las enseñanzas de los antiguos cuando era necesario perfeccionarlas. Fue dicho a los antiguos... (tal o cual cosa). Empero yo os digo... (tal otra) (Mateo, 5, 21 y siguientes). Los escribas, en suma, eran la voz de la tradición; Jesús, en cambio, era la voz de sí mismo y se atribuía el derecho tanto de aprobar aquella tradición como de corregirla o rechazarla. Indudablemente, quien se atribuía tal derecho bajo la dictadura espiritual de escribas y fariseos, obraba como quien tenía autoridad.

(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo , Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 331-333)

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EJEMPLOS PREDICABLES


Ni Cristo ni los primeros cristianos parece que tuvieron fruto…

El año 1926 se celebró una concentración religiosa en el Coliseo romano; sobre sus ruinas, en el circo, fue alzada una enorme Cruz donde la muchedumbre pagana de espectadores gritaba enronquecida a la luz de antorchas humanas, mientras sangre de cristianos enrojecía sus arenas... allí quedó triunfal la Cruz.

Al visitarlo se experimenta ganas de cantar victoria, mientras hacíamos el Via Crucis en la arena del semiderruido Coliseo. Aún se ve el palco abandonado y vacío, del emperador... Parecen surgir las cabezas de los Césares, admirados al ver tal hormiguero humano, con flores y fiestas.

Pudiendo hablar de seguro dirían: “¿Qué ocurre aquí?” “César, diríamos; es una fiesta cristiana”. “¿De cristianos? Pero ¿en veinte siglos no han logrado exterminarlos?” “No, no pudieron. No sólo, sino que se cambiaron los papeles; el débil cristiano resultó ser la columna de la fortaleza. Aquí donde se derramaba sangre de cristianos, ahora alzan la triunfal Cruz de Cristo, que vive aún en su Iglesia. En cambio, ¿dónde estáis Césares perseguidores; qué fue de vuestro imperio?...

“Hicisteis crucificar a un anciano pescador llamado Pedro; el templo mayor del mundo, lleva su nombre. Frente a él hay un obelisco de granito rojo de veinticinco metros; bien lo conoces tú, Nerón... Uno de tus predecesores, Calígula, lo trajo del templo del dios del Sol en Egipto, ubicándolo en el circo donde despedazaban a los cristianos...

“Ahora cambió de lugar; hay en su cima una cruz de seis metros. Y lleva grabadas unas palabras en latín, cuya verdad corrobora la historia de dos mil años: CHRISTUS V1NCIT, CHRISTUS REGNAT, CHRISTUS IMPERAT, Cristo vence…, impera…, reina”.

De hinojos, con el alma rebosando de devoción y alegría, trémula en su oración, leímos la inscripción del obelisco, testimonio resonante de veinte siglos. Allí se ven cumplidas las promesas de Cristo: “… Y las puertas del infierno, no prevalecerán contra ella". (Extraído de: Tihamér Tóth, La Iglesia )

(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones , Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, nº 34)


26. SABIO Y CURADOR

Marcos, decimocuarto domingo del tiempo ordinario

JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 05/07/06.- No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable, ni pertenecía a las elites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un «obrero de la construcción», de una aldea desconocida de Baja Galilea.

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la Ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.

Según Marcos, cuando Jesús llegó a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedaron sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina, sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un curador que sanaba la vida y aliviaba el sufrimiento.

A las gentes de Nazaret no les costó mucho desacreditar a Jesús. Neutralizaron su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejaron enseñar por él, ni se abrieron a su fuerza curadora. Jesús no pudo acercarlos a Dios, ni curar a todos como él hubiera deseado.

A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo poco a poco en nosotros cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera nueva.

Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora, es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Sólo se curan quienes creen en él. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

9 de julio de 2006


27. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

Cuando soy débil, entonces soy fuerte

¡Al fin qué! ¿Somos débiles o somos fuertes? ¿Somos dioses en la tierra, como dijo Pico de la Mirandolla o somos viles gusanillos que se revuelven en el lodo, como dijo Martín Lutero? ¿Somos Señores de la tierra y Dios nos puso para dominarla, como dice el libro del Génesis (1,28s), o no somos más que un soplo y nuestra vida es una sombra que pasa, como dice el salmo 39(v. 7)?

Pienso que somos sencillamente humanos, con fortalezas y debilidades; susceptibles a los accidentes del mundo y con capacidades para transformarlo. Subvalorarnos como seres humanos no solo sería un maltrato para nuestra humanidad sino también una ofensa para Dios porque estamos hechos a su imagen. Pero no olvidemos que no somos dioses todo-poderosos. Cada vez que nos comportamos como dioses, terminamos masacrando, exterminando y anulando a algunos o a millones de seres humanos. La filosofía del hombre “Dios en la tierra” y Señor de las cosas de Fichino y Pico, completada con la “del superhombre” de Nietzche y otras por el estilo, han ayudado para hacer del hombre postmoderno un consumidor rapaz, planetófago y contaminador del medio ambiente. Capaz de marginar, explotar y exterminar a sus congéneres para sentirse vivo, cómodo y feliz. Muchas veces la serpiente nos ha engañado y hemos caído víctimas de nuestra inseguridad ontológica y de nuestros vacíos afectivos que nos exigen tener poder para sentirnos seguros y dignos de ser amados.

El llamado filósofo del pensamiento débil, el italiano Gianni Vattimo, propone debilitar el ser, o sea dejar de atribuirle características fuertes (desde todo punto de vista) para reconocerlo en cambio ligado al tiempo, a la vida y a la muerte. Según Vattino, sólo así será posible la emancipación humana, la progresiva reducción de la violencia y de los dogmatismos.

Pablo en su Carta a los Corintios (2da lect.), nos comenta su experiencia sobre la debilidad. Según Pablo, es en la debilidad (enfermedades, injurias, privaciones, persecuciones…) donde reconocemos con más facilidad nuestra necesidad de Dios. Por eso dice: “cuando soy débil entonces soy fuerte”. Esto nos suena paradójico, como muchas otras cosas en el camino de Jesús. ¡Pero así es! Vivámoslo y veremos que así es: Cuando nos despojamos de todas nuestras falsas seguridades, cuando reconocemos que estamos limitados por el tiempo y el espacio, que nuestras debilidades internas y las amenazas externas nos afectan; cuando ante nuestras debilidades, caídas y dolores, en vez de maldecir por la “mala suerte” nos abrimos a la gracia de Dios, experimentamos una fuerza poderosa que nos hace resistir, perseverar y levantarnos. Entonces comprenderemos por qué dijo Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Porque así es.


CREER EN LO NUESTRO

En uno de mis viajes por tierra, el autobús paró para que los pasajeros descansáramos y tomáramos algo. - “Qué lindo ese muchachito”, le comentó la abuela a la nieta con quien viajaba, contemplando a un bebé mulato a quien le daban seno en un rincón de la cafetería. - “No me gustan los morenos”, le respondió la joven mientas tomaba su café. Aunque la piel de la joven era bastante clara y sus ojos verde oscuro, su nariz chata y su pelo rizado, dejaban ver algún gen africano. - “No hables muy duro mijita que en esta tierra todos somos hijos de indios patirrajados, negros esclavizados y españoles ladrones”, añadió la abuela, una mujer pequeña con los ojos indios[1].

En el choque desigual de culturas que se dio en nuestro continente, hay que reconocer el gran legado histórico, cultural y religioso, entre otros elementos positivos. Pero no podemos olvidar los desastres, persecuciones y muertes; la esclavitud y las costumbres malsanas que quedaron. Me atrevería a decir que entre lo más desastroso quedó el habernos hecho creer que los indígenas hacían parte de una subcultura, casi unos subhombres y que todo lo de ellos era “sub” porque la civilización venía de los blancos europeos. Religión, cultura, organización social, deportes, la identidad misma de la persona, llevaban el prefijo “sub”.

Y lo más triste es que nosotros, los hijos de esa danza del mestizaje latinoamericano, creímos ese cuento. No pocas veces he escuchado epítetos tales como: “indio cochino”. “¿Usted porqué es tan india conmigo?”. “Eso tan poca cosa lo tiene cualquier indio”…

Hasta hace unos años casi todos los gobernantes latinoamericanos tenían rasgos europeos. El mismo pueblo mestizo ponía su confianza en las mismas familias que lo habían explotado y lo tenían sumido en la miseria. No sé si sea peor esclavizar o permitir que la esclavitud reine eternamente y adquiera nuevos ropajes con la complicidad de los esclavos. Creo que lo peor no es que esclavicen, que haya violencia, violación de los derechos humanos y todo tipo de injusticias en nuestros pueblos. Lo peor sería acostumbrarnos, perder nuestra capacidad de asombro ante el maltrato a la dignidad humana y aún ante nuestro propio dolor. Creer que todo eso es normal debido a nuestra incapacidad para solucionar nuestros problemas y que necesitamos una invasión como la de Afganistán o la de Irak, para superar nuestros conflictos. (¡Qué “bella” solución!).

Así como en el pueblo de Jesús, aquí nos cuesta valorar y creer en lo nuestro. No pocos corren tras líderes exóticos, con una lengua mal pronunciada, o por su claro acento extranjero. - “Este debe saber mucho porque es extranjero”. - “Este nos va a sacar del problema porque estudio en Yale, en la Sorbona o en Comillas”.

Como bien decía Cervantes: “es de bien nacidos agradecer”. Hay que agradecer el valioso aporte de muchos extranjeros en áreas como la ciencia, la cultura, las humanidades, la defensa de los derechos humanos y la fe por supuesto, entre otros campos. ¡No todos vienen a robar! Pero es muy triste que a muchos talentos los rezaguemos sólo por haber cometido el gran pecado de nacer aquí, de ser de los nuestros. Eso demuestra una baja autoestima personal y social que detiene el crecimiento integral de los pueblos.

Jesús vivió esta misma situación: - “¿Y éste de donde salió? - ¿Dónde estudió? - ¿Qué escuela acredita sus discursos? - ¡Si tan siquiera hubiera pasado por alguna escuela de Jerusalén, Antioquía o Alejandría! - Si tuviera algún familiar importante en alguna parte. Pero a sus hermanas y hermanos los conocemos, son de los nuestros, los mismos zarrapastrosos que comen el pan de cebada todos los días porque no tienen más. - ¡Es de los que sólo puede comer cuando recibe el jornal del día! - No pertenece a ninguna casta privilegiada ni hay en su familia tradición de sabios, gobernantes, o algo por el estilo”…

Jesús no fue valorado por sus paisanos que no creyeron en él, pues lo conocían. ¡Lo vieron crecer y no era mayor cosa! No hubo ningún niño haciendo palomitas de barro y soplándolas para que salieran volando, como nos cuenta algún evangelio apócrifo, de los tantos que aparecieron después del siglo primero, entre ellos el de Judas muy comentado en estos días.

Fue un niño más del montón, que jugueteó descalzo y desnudo como los demás, que le ayudó a cargar el agua a su mamá e hizo los mandados. Fue un joven común y corriente que hizo trabajos manuales[2]. Sus paisanos saludaron sus manos rudas, muchas veces lo vieron lleno de ripio y mugre, sudado con las faenas del día y comiendo el pan con el sudor de su frente (nada que ver con los dibujos de rasgos afeminados que algunos pintores han plasmando en los lienzos desencarnados). Para los paisanos que lo conocían estaba hecho para el trabajo, no para obrar signos de poder ni para enseñar con sabiduría. ¡Y claro! No pudo hacer allí mayor cosa, pues no creyeron en él, le tocó irse con “su cuento” para otra parte.

A pesar de que los judíos eran tan nacionalistas, muchos habían adoptado algunas costumbres romanas y trataban de seguir el paradigma del hombre feliz propuesto por Roma. Tal vez sea cierto aquello de que “el opresor tenga un no sé qué que les encanta a los explotados por su mentalidad esclavizada y su espíritu encadenado”. Es posible que aún conservaran algún gen que los hacía añorar las cebollas de Egipto. ¿Nos pasará lo mismo?

Pero ahí en medio de la pobreza y de la debilidad humana, contra todos los pronósticos de “los especialistas” en juzgar quién sirve y quién no, Jesús nos dio Palabras de vida eterna. Su autoridad no radicó en lo pomposo de sus vestidos ni en los títulos de las mejores escuelas antiguas. Su autoridad estuvo fundada en el Espíritu que siempre lo acompañó y en la vida coherente como ser humano e hijo del Padre Dios.

Nos queda más fácil creerle a alguien que venga de Roma, del Tibet, o del Lejano Oriente. Nos queda más fácil atender las manifestaciones espectaculares del artista de moda, que hoy florece y mañana se seca. Nos queda más fácil seguir los modelos de la TV y soñar a ser como ellos, ignorando el drama que esconden detrás de sus rostros “siempre sonrientes y felices”.

Nos hace falta aprender a descubrir la voz de Dios entre los nuestros y aprender a reconocer sus pasos firmes en medio de nosotros. Nos hace falta verlo con su ropaje común y corriente; cuando come en la fonda del barrio y toma el autobús para llegar al trabajo. Cuando hace fila para reclamar su salario y cuando pelea porque no le han pagado lo justo, o sencillamente porque no le han pagado.

Nos hace falta ver en las manos ásperas del trabajador, las manos de Dios que sigue obrando signos ignorados por los especialistas de Dios. Necesitamos creer en nuestros valores, en nuestros niños, en nuestros jóvenes, en nuestros líderes que demuestren ser honestos y veraces. Necesitamos creer en nuestra capacidad para transformar la historia contando con nuestra debilidad y con la gracia de Dios. Necesitamos estar atentos al paso de Dios por nuestra vida, reconocer a nuestros profetas y asumir nuestro compromiso profético que todos hemos recibido en el bautismo. No dejemos que Jesús pase de largo y le toque irse con su cuento para otra parte.