27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 14 B
1-10
 

1. 

A las gentes de Nazaret les pasó lo que a tantos: que lo de Jesús estaba bien, y había que reconocer su doctrina y sus señales. Pero ¿cómo aceptar su mesianismo si era un hombre como los demás? ¿Qué títulos tenía? ¿Qué escuela de rabinos o qué instituto de pastoral había frecuentado? Escandaliza que Dios se encarne en Jesús -¡un hombre de pueblo!- como escandaliza que Jesús se encarne en una Iglesia que, por humana, ha de ser pecadora.

Esconde Dios su infinitud y oscurece su divinidad, y el hombre, en lugar de exultar ("¿hubo algún pueblo que tuviera sus dioses tan cercanos como lo estuvo nuestro Dios de nosotros?"), rechaza la realidad mesiánica porque es un vecino del pueblo cuya profesión y familia todos conocemos.

Su falta de fe hizo que en Nazaret no ocurrieran maravillas. "Sólo curó a algunos enfermos" dice con aire resignado el relato, como quien habla de calderilla. ¿Qué tesoros no hubiera Jesús aportado a aquellas gentes que tanto amaba, si su razón orgullosa no hubiera cerrado los corazones a la fe, ¿Cómo podrían descubrir al Jesús-Señor si no aceptaban al Dios-Siervo? Los nazaretanos, creyentes sin duda en el Dios de Israel, necesitaban ver la humanidad de Jesús, no como el obstáculo que oculta la divinidad, sino como la plataforma que Dios elegía para su manifestación: Emmanuel, Dios-con-nosotros.

Los creyentes de hoy, (y quién no está algo tocado de increencia) necesitamos superar lo que la precariedad humana de la Iglesia pueda suponer de obstáculo para reconocer su misión. El verdadero conocimiento de la Iglesia no termina con decir "Iglesia, comunidad de pecadores", pero lo presupone. Don de Dios es que el hombre sea humilde para descubrir en ella a la dadora de los tesoros de Cristo.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990. Pág. 112


2. D/SORPRENDENTE.

-ESPERAR A DIOS 

Dios nos sorprende con frecuencia; respetando nuestra libertad, desde luego. Si no queremos dejarnos sorprender, si nos cerramos en banda en nuestras ideas y prejuicios, Dios no va a forzar las cosas; esto es algo de lo que podemos estar bien seguros.

Dios tiene "cierta tendencia" a no actuar de la forma en que nosotros esperamos. Y esto, dicho sea de paso, es una constatación no exclusiva del cristianismo, sino de cualquier experiencia religiosa seria. Dios no tiene esquemas previos, métodos preestablecidos, cauces reglamentarios que nosotros podamos llegar a descubrir y que nos sirvan para ponernos en la pista de por dónde va a salir la próxima vez. En todo caso sólo podemos tener una certeza: donde menos lo esperas, donde menos lo imaginas... allí puede surgir, hablarle al hombre, comunicarse con él. A Dios hay que esperarle, no intentar forzarle la mano para que se nos manifieste.

-DAR CABIDA A LA SORPRESA

Un creyente adulto, maduro en la fe, conoce bien esto; sabe dejar en su vida un amplio espacio a la sorpresa y a la admiración, es consciente de su pequeñez ante Dios y de que la única postura que puede adoptar ante él es la de acoger y adorar amorosamente el misterio de amor que Dios le revela. Pero un creyente que todavía no ha logrado un desarrollo maduro de su fe, fácilmente estará convencido de que a Dios se le puede llegar a conocer, prever, pronosticar, adivinar sus caminos, etc.

Y, por tanto, es un creyente que todavía no ha dejado en su vida un lugar a la sorpresa; de forma que, cuando ésta surja y rompa los esquemas del creyente, fácilmente se producirá el rechazo: si no responde a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Lo peor del caso es que muchas veces el rechazo se traduce en la negación de Dios: -O se niega al Dios real, que se ha manifestado al hombre y le ha sorprendido: para quedarse con el ídolo prefabricado que uno lleva en su mente o en su corazón. -O se niega todo Dios, cualquier Dios, porque no ha respondido a lo que uno esperaba de él; y si no responde, lo más fácil es pensar que, sencillamente, no existe.

-ASÍ FUE CON JESÚS

Lo mismo, exactamente lo mismo pasó con Jesús. No entraba en los esquemas, no era lo esperado. El pueblo judío aguardaba un mesías poderoso, de noble cuna, mano firme, ejército invencible... El carpintero de Nazaret, el hijo de María, no respondía a esas señas, a esas expectativas. Por tanto, "desconfiaban de él".

Muchos desconfiaron de él desde el principio hasta el fin: cuanto más "seguros" estaban de sus ideas (cuando más cerrados a Dios, en definitiva), más seguros estaban de que Jesús actuaba en nombre de Becelbú. Para éstos, la cruz fue la confirmación humana y divina de sus sospechas, de sus recelos, de su desconfianza.

Lo grave sería si también entre nosotros, hoy día, se dan esos o similares recelos y desconfianzas. Si no nos habremos construido demasiado fácilmente, demasiado "racionalmente" un cuadro de cómo es y actúa Dios y rechazamos todo lo que de ahí se salga; ciertamente que en esta ocasión le hemos dado al cuadro otros colores, otros matices; el cuadro lo hemos confeccionado con "elementos cristianos"; pero la cuestión es que no debe haber cuadro. Nosotros, sin embargo, parece que lo hemos hecho. ATEISMO/CAUSAS: Recordemos un texto del Concilio Vaticano II que ya nos es conocido: "...en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes en cuanto que... con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios" (GS, núm. 19).

Uno de estos "defectos de la vida religiosa" a los que hace referencia el Concilio bien puede ser, precisamente, éste de aferrarnos a un Dios pequeño y empequeñecido, tanto que incluso nos cabe en la cabeza; y eso, a mucha gente que busca sinceramente el genuino rostro de Dios, no les puede satisfacer en absoluto. También nosotros, si bien que de forma inconsciente, desconfiamos del Dios vivo y verdadero y nos entregamos a nuestros ídolos, hechos a nuestra medida, nuestro interés, nuestra conveniencia o nuestra ideología;

-nos emocionamos ante el Niño Jesús de los portales, pero apenas nos asomamos al misterio de amor y solidaridad que significa;

-rezamos el padrenuestro, pero apenas hay forma de que aceptemos realmente su voluntad, sobre todo en ciertas circunstancias;

-nos impresiona la cruz, pero la hemos suavizado haciéndola joya o adorno, porque como instrumento de tortura, como signo de hasta dónde puede llegar el hombre cuando rechaza a Dios, nos parece muy fuerte;

-nos admiramos ante el ejemplo de los santos, incluso quizás somos devotos suyos, pero expurgamos sus biografías para quedarnos con lo más espectacular y lo más inofensivo, y además nos negamos -con la excusa de que ellos son "otra cosa"- a intentar seguir sus ejemplos;

-afirmamos que a la resurrección sólo se llega tras la muerte, pero no hay quien nos haga comprender y vivir esas palabras que San Juan nos dice casi al final de su evangelio, refiriéndose a unas palabras que Jesús dirige a Pedro: "Dijo esto aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios" (Jn 21, 19).

-TOMAR DECISIONES

Ante todo esto tenemos que tomas decisiones; urgentemente. Sobre todo tomar la decisión de no volver a creernos que ya conocemos a Dios aunque sea cierto que sabemos algunas cosas sobre él... pero no todas, ni mucho menos; de Dios sabemos más bien poco. Además a Dios, más que conocerlo hay que vivirlo, experimentarlo, relacionarnos con él; si cualquier ser vivo es capaz de sorprendernos, ¡cuánto más el Ser Vivo por excelencia! No, no debemos ser presuntuosos ante El. Sería un gran mal para nosotros mismos; nos autoinutilizaríamos para descubrir las mejores cosas que Dios nos puede mostrar. En concreto sería interesante que, por ejemplo en muchas de nuestras catequesis, rectificásemos algunas tendencias que tenemos:

-tener mucho cuidado con las definiciones, en el misterio de amor que es Dios;

-educar en la capacidad de sorprenderse;

-educar en la convicción de que Dios siempre está más allá y más por encima de todo lo que nosotros podamos decir de él;

-no dar nunca la impresión de que a Dios lo conocemos totalmente, sabemos cómo es, cómo piensa... como si fuese un ser cerrado y acabado en sí mismo;

-educar en la convicción de que Dios está vivo; más aún; él es la vida y, por tanto, tiene muchos "recursos";

-dar unos primeros elementos sobre la ambigüedad de Dios para que, cuando llegue el caso, sepan entenderla e interpretarla. Y se podría seguir. Con éstas pueden bastar para que reflexionemos siquiera un poco nuestra fe y sobre la fe que transmitimos.

Que nadie más siga "desconfiando" del Dios vivo y verdadero, aunque a veces nos resulte difícil comprenderle.

LUIS GRACIETA
DABAR 1988, 37


3.

-EL ASOMBRO QUE NO LLEVA A LA FE

La escena evangélica sitúa a Jesús en su tierra, es decir, en un medio ambiente que le era conocido. Es el sábado en una sinagoga. Medio ambiente por tanto no sólo conocido sino religioso practicante. Va en compañía de sus discípulos. El marco parece reunir todas las condiciones para que Jesús pueda relajar su tensión natural de evangelizador y caminante. Al menos este episodio parece prometer un final feliz.

Jesús comienza a enseñar. No sabemos qué enseñaba. Lo que sí sabemos es que produce asombro. Sabemos que la sorpresa y el asombro son el comienzo de un camino que puede llegar a descubrimientos hondos, tanto en el campo de las ideas como en las relaciones personales. Muchas filosofías han nacido cuando se ha querido buscar la respuesta a hechos que nos han asombrado.

Muchas amistades y amores deben su origen al asombro que nos produce otra persona. La sorpresa y el asombro pueden ser enormemente fecundos. Pero el asombro de los religiosos paisanos de Jesús conduce a una conclusión desconcertante: "Desconfiaban de él" (v.3). Más literalmente, "se escandalizaban de él". Imposible pensar asombro más estéril. ¿Cuál es el itinerario de la infecundidad? El asombro ante la enseñanza de Jesús suscita preguntas. Es lo normal. Es bueno. Cuatro preguntas en el original. Cinco en la versión litúrgica. Las preguntas se refieren a dos tipos de constatación. Por una parte, la sabiduría y las obras de Jesús, inesperadas y sorprendentes. Por otra, a su trabajo de carpintero y su familia, conocidos de todos. El interrogante base es: conociendo sus antecedentes ¿de dónde saca todo esto? Cuando se hacen dos constataciones existe una elección. Se deja como "mayor", como base, la conocida (su trabajo y familia no dan de sí, es uno de nosotros) y como subordinada la desconocida (enseñanza y milagros), y entonces se concluye: desconfiemos de él. Es el asombro estéril, el que corta el paso a toda novedad, el que se cierra sobre los propios esquemas. O se pone como "mayor", como base, la constatación sorprendente y como subordinada la conocida, para concluir: en lo ordinario, conocido, insignificante, familiar, puede salirnos al paso lo más sorprendente, no lo rechacemos.

La fe cristiana en la encarnación no quiere decir otra cosa que lo segundo. Si Jesús es Dios, lo más asombroso ocurrirá siempre dentro y no fuera de las mediaciones humanas más sencillas y cotidianas. Y confiaremos en Jesús, y en esta historia, y en estos hombres.

-EL ASOMBRO DE LA FALTA DE FE

Frente al asombro de los vecinos religiosos que lleva a la desconfianza y al rechazo, encontramos el asombro de Jesús. "Se extrañó de su falta de fe" (v. 6). Porque Jesús ofrece, no pide.

Ofrece salud y esperanza a quienes la necesitan. Ofrece una enseñanza liberadora del hombre y liberadora de Dios. Y su ofrecimiento es rechazado en base a la insignificancia de su trabajo y de su familia.

Jesús se asombra. Porque los hombres en cambio tenemos demasiada fe cuando nos piden. Los poderes políticos, económicos, religiosos, nos exigen sometimiento, servidumbre, sacrificio. Nos piden dinero, salud y nos exigen no salirnos de un sistema. Nos piden mucho y creemos en ellos. ¡Porque son grandes! ¡Qué absurdos somos y qué ciegos! Jesús ofrece gratuitamente lo que nuestra vida siempre ha deseado, y lo rechazamos. Porque es de los pobres y pequeños. Conocemos su pueblo, su trabajo, su familia. Y en cambio nos inmolamos con fe ciega ante las exigencias más duras de otros, que no nos traen precisamente felicidad ni libertad. pero son los poderosos.

Para todo tiene Jesús. Para extrañarse de nuestra falta de fe en él. Y para asombrarse de nuestra enorme confianza en seguir el camino de los poderes de la ideología, la política, la economía, el deporte o la religión. Nuestro tiempo, tan agnóstico, está lleno de fe y adhesiones inquebrantables.

-LA FE ES ASOMBROSA

Porque si la falta de fe impide actuar a Jesús -no pudo allí hacer ningún milagro-, aun entre gentes religiosas, en cambio no hay situación imposible para que el cree. No olvidemos que el evangelio de hoy nos habla de personas religiosas, pero con falta de fe. ¿No habrá entre nosotros tan pocos "milagros" porque somos, sí, religiosos, pero en el fondo no creemos y desconfiamos! ¿Somos conscientes del enorme horizonte que se abre al que cree? Precisamente, para que el contraste sea bien claro, la escena de hoy es continuación de otra en que la fe ha obrado lo que parecía imposible. "No temas, ten fe y te basta", dijo Jesús a Jairo. El y la mujer con trastornos en su cuerpo, experimentaron asombrados el efecto de su confianza. Quizá será bueno que hoy volvamos a escuchar el reproche de Jesús a sus discípulos, aterrorizados en la tempestad: "¿Aún no tenéis fe?" (4,40). Somos gente religiosa, sí, discípulos de Jesús, también, pero ¿de verdad tenemos fe?

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1988, 37


4.

Este domingo los textos de la Palabra de Dios nos llevan a reflexionar sobre la persona y el papel del "profeta". Jeremías se ve "obligado" a denunciar las rebeldías de Israel, el Señor pone en su boca palabras duras de decir..., más difíciles aún de aceptar. Jesús, meta final de toda profecía y de todo profetismo, se ve despreciado entre los suyos. PROFETA/QUIÉN-ES: ¿Quién es profeta? ¿Para qué el profeta? ¿Todavía profetas hoy? En principio, nadie puede arrogarse tal papel. No es profesión adquirida ni conquistada. Provoca hilaridad el autoprofeta. Es falso profeta. Pero tampoco el profeta es escogido, ni elegido, ni votado por nadie, ni por la autoridad competente ni por la asamblea en pleno. Estos lo aceptan o no, le escuchan o no.

El profeta viene (en cuanto profeta) de "más allá"..., no es (fruto) de "este mundo". ¿Quién es profeta? En realidad, a priori, nadie lo sabe, ni él mismo, claro. Sólo con el paso del tiempo, a posteriori, caemos en la cuenta que tenía algo que decir y que, aunque dolía, venía como anillo al dedo. Tampoco es profeta en nuestro tiempo aquél que los medios de comunicación nos ofrecen como tal, o se empeñan grupos en presentar como tal, por controvertida que sea su persona o su mensaje.

En el Antiguo Testamento la figura del profeta engloba personajes tan dispares como Moisés, Jeremías o Juan el Bautista. Reyes, pastores o intelectuales. Algo les caracteriza a primera vista: no desean ni por asomo meterse a profetas. "Alguien" desea contar con ellos para encomendarles una tarea difícil, pero que va a beneficiar a la larga a todo el Pueblo de Dios.

Es Dios mismo quien toma y envía a sus "portavoces"... para que digan algo en su nombre: que mantengan viva la espera en tiempos duros (Isaías); que denuncien la infidelidad, los abusos e injusticias (Oseas, Amós); que saquen a la luz las rebeldías y pecados colectivos (Jeremías, Jonás); que preparen a fondo una renovación del resto (pobre) de Israel (Juan el Bautista).

El profeta inevitablemente es controvertido, su palabra dura de oír, su tenacidad escandalosa, el conflicto con los dirigentes oficiales previsible. Una palabra para todos. Libertad de palabra, temido, respetado. Buena noticia de salvación y misericordia para unos... Mala noticia de juicio y reprobación para otros. Y el profeta en medio, posesión de nadie..., posesión del Espíritu de Dios, heraldo suyo, sufriente siervo las más de las veces, ofreciendo su vida y su palabra para que Otro las tome como cosa suya.

Instrumento total en manos de Dios para preparar el futuro. Algo así sería. Siempre recordando la lógica y continuidad que hay en la historia de salvación. Los gestos y palabras de Dios no se contradicen: son gestos liberadores y palabras de misericordia. Pero no para todos. Sí lo son para aquéllos que permanecen abiertos y disponibles. Para los estancados, orgullosos, satisfechos de sí mismos o contentos con las cosas tal cual están..., el profeta sacude, mueve, inquieta.

Cuando Jesús se presenta en Nazaret produce conmoción. Por algo sería. Es despreciado porque le ven "como uno de tantos", no aceptan su persona, es despreciado su mensaje. La salvación pasa de largo. Y ya en el Nuevo Testamento, en la Nueva Alianza, oficialmente se acabaron los profetas en sentido estricto. No más portavoces.

Está ya entre nosotros el Portavoz del Padre. Y nadie puede arrogarse el derecho a profetizar. Tiene primacía el confesar: Jesucristo es Señor. Se pasa de la profecía a la confesión de fe, con el corazón y la vida toda. Se es profeta en otro sentido. Todo aquél que confiesa que Jesucristo es la Palabra del Padre... se convierte en su profeta-testigo, y se compromete a poner en práctica la Palabra que anuncia. Ya el Espíritu de Dios finalmente ha sido derramado en toda criatura y el cristiano es internamente instruido y comparte en comunidad la palabra que escucha en su interior y los dones que recibe para bien de todo el Cuerpo.

Se acabó el profetismo de élite, al viejo estilo. No más profetas desmarcados de Jesucristo ni de la Comunidad. No más propiedad privada de la Palabra de Dios ni de su voluntad. Todos necesitamos discernir, porque uno solo es el Espíritu que está en todos y a todos reenvía el Profeta del Padre: Jesús de Nazaret, su última Palabra. Ahí, en El, a El, hay que volver siempre, paradigma final de la voluntad de Dios. Sólo El es Camino, Verdad y Vida.

La diversidad de dones y funciones (no todos son maestros; no todos son profetas) en la Iglesia y en las comunidades, deben complementarse, no descalificarse. El profeta precisa del maestro..., el maestro del profeta. La cabeza cuenta con la mano..., la mano con la cabeza.

Cuando se "enfría" la memoria de Jesús, personas o grupos interpelantes aparecerán que nos recuerden con su vida y su palabra el camino evangélico. Profeta o testigo, es igual. Nuevos profetas de nuevo estilo, molestos siempre cuanto tendemos a aguar el vino añejo de la Palabra del Padre. Nuevas denuncias a nuestros instalarnos y adocenarnos, fácilmente estando con el Evangelio y con el mundo, entrecruzando caminos que no todos ellos inspira el Espíritu de Jesucristo ni llevan al Reino de Dios.

Dejarse interpelar, dejar que suene la voz disonante del "profeta", no apagar de inmediato, examinarse por si acaso a propósito de su mensaje, no querer demasiado pronto apropiarnos, asimilar o domesticar el contraste que se nos ofrece... Que pase tiempo, que crezca lo sembrado, que veamos sus frutos... ¡y aun entonces! La Iglesia, a lo largo de su rica historia, historia de contrastes, ha ido recibiendo llamadas a la conversión desde las instancias más insospechadas... Pero hay profetas que su vida les descalifica, su afán de protagonismo les delata, su ausencia de comunión les pierde. A discernir. Hay "profetas"... Sí, pero hay ruidosas palabras, sin más.

JUANJO MARTINEZ
DABAR 1985, 36


5.

Evidentemente, ser profeta no debe ser nada fácil. En cierto modo, cada cristiano debiera ser un profeta, cada cristiano debiera ser un eco, aunque pequeño e insignificante, de la gran Voz de Dios y participar, siquiera mínimamente, en la incomodidad del profeta. Y esto me parece extraordinariamente interesante, porque quizá los cristianos estamos formados con cierto afán de triunfalismo.

Estamos calculados para triunfar y tenemos un pasado inmediato de catolicismo oficial y masivo, cuya pérdida parece que nos hace temblar y nos sume en un pesimismo injustificable. Hoy, la primera y la tercera lectura, que deberíamos saborear detenidamente, son una lección clara del éxito profético.

Por una parte, Ezequiel recibe su misión de predicar el mensaje de Dios a un pueblo calificado de obstinado y testarudo, un pueblo que, presumiblemente, no va a escuchar al profeta, pero que, en cualquier caso, "sabrán que hubo un profeta en medio de ellos". Y esto es lo interesante. No tanto que los oyentes capten el mensaje, al que pueden oponer su negativa reiterada, sino que el profeta acepte su misión, la cumpla fielmente y todos -y más aquéllos que no quieran aceptarlo- sepan de verdad que en medio de ellos hay un profeta. Que hay en medio de ellos un hombre que no busca el aplauso, sino la posibilidad de transmitir el mensaje, que no se preocupa de que crezca la audiencia, sino de que esa audiencia, amplia o escasa, reciba la palabra de Dios con nitidez y sin adulteraciones; un hombre que se siente impelido por la misión recibida y que la cumple, aun cuando el resultado no justifique en absoluto el esfuerzo, el entusiasmo y la entrega que esa misión le exige. A Ezequiel el Señor que le enviaba no le enviaba engañado, sino que le advirtió claramente sobre la posibilidad de que los oyentes no fueran precisamente un "público agradecido", ese público que en nuestro pequeño afán profético, quizá desviado, deseamos siempre tener de nuestra parte.

El Evangelio de hoy no es menos expresivo al respecto. Cristo va a su tierra y aprovecha la ocasión para hablar en "su" sinagoga.

En ella están, como es natural, los hombres religiosos de su pueblo, los hombres que van allí porque quieren saber, porque quieren relacionarse con Dios, porque son practicantes. Y, ante ellos, Cristo habla y habla con un estilo propio y definido que los sorprende y que les molesta. Al menos, eso parece desprenderse de la escena que cuenta Marcos y en la que nada sabemos acerca de lo que Cristo dijo, porque quizá el evangelista quiere que el protagonista de la escena no sea el mensaje, sino el mensajero.

Los paisanos de Cristo lo rechazan de plano. Aquel hombre corriente y vulgar, cuyo padre y cuya madre forman parte del común denominador de los mortales del pueblo, él con su carpintería y ella con sus idas a la fuente y sus labores domésticas, a cuyos hermanos tutean los asistentes, ¿cómo puede intentar imponerse a la audiencia?, ¿de dónde le viene la sabiduría?, ¿de dónde ha sacado ese modo directo y agresivo de interpretar las Escrituras?, ¿con qué autoridad les interroga desde sus palabras, creándoles una inquietud que en otras ocasiones, cuando hablan los peritos de la ley y los sacerdotes de siempre, no han experimentado? Decididamente, van a oponerse a aquel vecino y lo hacen con tanta rotundidez que, cosa curiosa, el evangelista dice con toda expresividad que Jesús "no pudo hacer allí ningún milagro". La oposición de aquellas mentes religiosas fue de tal categoría que redujeron a Jesús a la impotencia... ¡Menuda frase y menuda lección! Y digo menuda frase y menuda lección! porque la escena de la sinagoga de Nazareth no es un caso que pasó y no se repite. No.

Es un caso que se está dando constantemente entre nosotros, entre los que nos sentamos en las reuniones "religiosas" y rechazamos rotundamente la persona, cuando no nos place y no cumple los "cánones" de quienes consideramos perfectos y consagrados, tachándola frecuentemente de vulgar y sin categoría, que fue lo mismo que dijeron de Cristo sus vecinos.

Hay que leer detenidamente el Evangelio y llegaremos a una conclusión no precisamente feliz: todos los defectos que Cristo encontró en los hombres religiosos de su época y que los evangelistas recogieron cuidadosamente para "enseñanza de la posteridad", los hemos copiado con una fidelidad digna de mejor causa. Este de hoy, también. En la escena de hoy no podría decirse, mirando nuestras comunidades cristianas, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, sino posiblemente todo lo contrario.

DABAR 1982, 37


6. MEDIACIÓN/ESCÁNDALO

"¿DE DÓNDE SACA TODO ESTO? Y DESCONFIABAN DE EL"

Dice J. ·Llopis-J (Leccionari de la missa comentat. Any B): "La reacción de oposición o de indiferencia que los hombres mantenemos frente a las voces proféticas, obedece casi siempre a que el profeta se nos presenta bajo apariencias excesivamente humanas. El fragmento evangélico hace ver, muy claramente, que el motivo de la indiferencia de los de Nazaret ante la predicación de Jesús es, cabalmente, que Jesús sea tan semejante a ellos mismos, tan vulgar y ordinario, cuya parentela y origen todo el mundo conoce. Pero los pensamientos de Dios no son como los de los hombres. En toda la economía de la salvación, Dios ha querido comunicarse con los hombres a través de instrumentos humanos, muchas veces débiles e imperfectos, pero que, precisamente por ello, son capaces de mostrar toda la fuerza de Dios (...) Todos debemos ser conscientes de que, de acuerdo con el plan de Dios, siempre somos salvados por medio de unos hombres y a pesar de las deficiencias de estos mismos hombres".

Algunos puntos de reflexión a partir de aquí podrían ser:

-Dios se hizo uno de los nuestros, y solamente a través de este hombre como nosotros que es JC (y no a través de las elucubraciones que podamos hacer sobre la divinidad), podemos llegar a Dios: el evangelio de hoy, en definitiva, contiene en sí todo el misterio del abajamiento de Dios, el misterio de la cruz.

-La fe cristiana (FE/RV-HUMANA) no existe al margen de la realidad cotidiana y dura. La fe cristiana está enraizada en el camino humano, es radicalmente humana. Y esto también escandaliza, como en tiempos de JC: los hay que preferirían una fe hecha solamente de cosas "celestiales", pero resulta que Dios no se nos reveló "celestialmente", sino humanamente.

-Debemos tener los ojos y los oídos abiertos a todos aquellos que puedan enseñarnos algo, aunque nos parezca que se trata de alguien "de poca importancia", o alguien "que no es perfecto" según nuestros criterios. Por ejemplo, hay algunos no creyentes que pueden enseñarnos solidaridad y fe en el futuro; hay jóvenes que pueden enseñarnos a tener inquietudes y a no valorar tanto la seguridad y la tranquilidad como si se tratara de los valores supremos (segunda lectura).

LA FE Y LOS SACRAMENTOS 

Una lectura simbólica del evangelio da pie a un tema interesante: JC no pudo hacer ningún milagro, ningún signo, porque no había fe; JC no podría realizar su acción a través de nuestros signos sacramentales si nosotros no tuviéramos fe. En otros tiempos, una teología sacramental que insistía unilateralmente en la objetividad de los sacramentos quizás hacía olvidar que, sin la fe, nada realizan: del mismo modo que JC no actuaba mágicamente en sus milagros sino que exigía la fe, igualmente exige la fe en los sacramentos.

El sacramento, en efecto, es el encuentro de la fe viva del hombre que quiere vivir cotidianamente el Evangelio con el signo de la plenitud y la fuerza de Jesucristo. Y, por medio de este encuentro, el hombre crece en el camino de Dios, en el camino de la gracia. Los hombres, para avanzar en el camino cristiano, tenemos necesidad de los signos sacramentales, de los momentos en que se manifiesta visiblemente la fuerza salvadora y gratuita de JC.

Pero, ¿qué sentido tendría que nos acercáramos a celebrarlos prescindiendo de nuestra fe y de nuestra vida cristiana de cada día? De nada servirían. Es como cuando una pareja se hacen un regalo: el regalo es el signo, el sacramento de su amor, y el hacerse el regalo les hace avanzar en el amor; pero nada avanzarían si el regalo no fuera al mismo tiempo expresión de la estimación más cotidiana, más real, más de cada momento.

"CUANDO SOY DÉBIL, ENTONCES SOY FUERTE"

La segunda lectura puede reforzar alguno de los aspectos del evangelio, como hemos indicado más arriba. Pero al mismo tiempo puede ayudar a reflexionar sobre la acción de la Iglesia y sobre los medios de la evangelización.

La Iglesia tiene poder. Y muchas veces se creyó (hemos creído) que este poder era algo bueno para hacer presente el evangelio: tener mucho dinero, dominar instituciones, tener una gran red de influencias... Incluso existe alguna institución religiosa que dice que lo que conviene es ocupar puestos clave en el mundo de la economía o de la política para cristianizar la sociedad... Y no, no es así. Y, sin caer en escándalos ingenuos (como si fuera posible una Iglesia sin organización), conviene, sin embargo, denunciar la mentalidad de la evangelización a través de la fuerza: ¡la evangelización se hace desde abajo!

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 14


7.

* En Nazaret desprecian a Jesús

Seguro que nosotros actuamos de MODO PARECIDO A AQUELLA GENTE DE NAZARET que acabamos de escuchar en el Evangelio. Resulta que ellos HABÍAN CONOCIDO A JESÚS DESDE PEQUEÑO. Era el carpintero, el hijo de María, pariente de otros vecinos del pueblo. Una persona normal, más o menos como ellos. He aquí que ahora, después de estar un tiempo fuera, después de un tiempo en que sin duda habían llegado voces al pueblo de lo que aquel vecino suyo hacía por Galilea, Jesús regresa a Nazaret, y habla, y transmite su mensaje, y muestra la fuerza de la misericordia de Dios curando enfermos y creando a su alrededor aquel clima de vida y de esperanza que él era capaz de crear.

La gente de Nazaret lo ve. Se da cuenta de que por medio de Jesús Dios hace algo verdaderamente nuevo, verdaderamente renovador.

Pero luego, en vez de llenarse de gozo porque tan cerca de ellos, por medio de uno de entre ellos, aparece aquel mensaje capaz de cambiar sus vidas, reaccionan diciendo que aquello no puede ser; que NO PUEDE SER QUE AQUEL A QUIEN HAN CONOCIDO COMO CARPINTERO TENGA ALGO QUE DECIRLES A ELLOS. Y se pierde todo lo que Jesús les podía aportar.

* Los motivos para despreciar a un profeta 

¿Por qué actúan así, aquella gente de Nazaret? Yo diría que por varios motivos. Por ejemplo:

-Un primer motivo puede ser esa especie de sentimiento que todos llevamos dentro, según el cual NOSOTROS YA SABEMOS LO QUE NOS HACEMOS, y nadie nos tiene que enseñar nada. Cada uno ya tiene su propia manera de ver las cosas, y no tenemos ningún deseo de hacer el esfuerzo de escuchar a otra gente, de estar atentos a otras cosas con ganas de ver más claro, con ganas de cambiar las formas de ver y de actuar, si es que nos damos cuenta que vale la pena hacer este cambio.

-Un segundo motivo puede ser el tener las personas muy clasificadas y tener muy claro que SEGÚN QUIEN SEA, SEGURO QUE NADA NUEVO NI BUENO PODREMOS APRENDER DE EL. La gente de Nazaret sabía que Jesús era el carpintero, y que, por tanto, poco podía decirles. Incluso cuando ven que lo que dice y hace vale la pena de verdad, piensan que no es posible y "pasan" de él. En vez de hacer lo que sería razonable: escuchar lo que dice y lo que hace, y ver si merece la pena hacerle caso, tanto si el que lo dice es el carpintero como si es el rey, o como si es un chaval con un pendiente en la oreja.

-Y un tercer motivo podría ser que NO LES INTERESASE ESCUCHAR LO QUE DECÍA JESÚS, porque su palabra les mostraba un estilo de vida que entrañaba cambiar cosas en su vida que no tenían ganas de cambiar, y entonces todas las excusas son buenas para ahorrarse este cambio. A menudo lo hacemos: cuando vemos que una persona actúa de modo generoso y entregado, y que con esta manera de actuar pone al descubierto nuestra pereza, rápidamente encontramos mil motivos para demostrar que lo que aquella persona hace no lo hace de buena fe, sino por vete a saber qué intenciones ocultas. De igual modo cuando oímos que alguien dice cosas que son verdad, pero que nos escuecen y que nos obligaría a cambiar, también rápidamente encontramos motivos para desacreditarlo a él y a lo que dice.

* Saber aprender de todas las personas

Estos podrían ser los motivos de la gente de Nazaret para no hacer caso de Jesús. Y estos son a menudo también nuestros motivos para poder cerrar tranquilamente los ojos ante tantas LLAMADAS QUE TAMBIÉN A NOSOTROS NOS LLEGAN CADA DÍA, POR TANTOS CAUCES, A TRAVÉS DE TANTAS PERSONAS.

Unas llamadas que son, al fin y al cabo, LLAMADAS DE DIOS. Porque Dios, que se reveló de forma plena en Jesús, sigue manifestándosenos ahora. Y nos señala caminos, y nos muestra nuevas posibilidades, y nos empuja hacia adelante a través de esa o aquella persona, de este hecho que nos ha sucedido o de lo que hemos sabido por el periódico. A nosotros se nos pide que hagamos como aquella gente de Nazaret. Que de entrada no cerramos las puertas a nada. Que sepamos valorarlo todo, que sepamos escuchar todas las llamadas, y que miremos de ver dónde nos habla Dios. Y que luego sepamos apreciar su llamada y no despreciarla.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 14


8.

-Fe, libertad y acción de Dios

El evangelio que acabamos de leer es continuación del que escuchábamos el PASADO DOMINGO y que nos será útil recordar para captar mejor el de hoy. Leíamos hace ocho días la narración de dos obras admirables de JC: la curación de aquella mujer que padecía flujos de sangre -sólo con tocar el manto de J. quedó curada- y el retorno a la vida de aquella muchachita que ya daban por muerta. Dos milagros que nos eran presentados como OBRA DE LA FE ("tu fe te ha curado", decía Jc a la mujer; "no temas; basta que tengas fe", decía al padre de la muchacha).

En cambio HOY leíamos que J., en su tierra, en su Nazaret, "no pudo hacer ningún milagro". La CONTRAPOSICIÓN con la narración del domingo pasado es evidente. CUANDO JC encuentra fe, cura y da vida; CUANDO no encuentra fe, no puede hacerlo. Y precisamente este no encontrar fe, el evangelio de Mc lo subraya al presentarnos el hecho de Nazaret, allí donde J. había vivido: son quienes más le conocen, quienes más dificultades encuentran para creer en él. Y así se cierran a su don de vida.

Para entender debidamente estos dos evangelios y su significativa contraposición, hemos de recordar el sentido que los evangelios dan a los MILAGROS. Fundamentalmente nos son presentados como SIGNOS de que J. es el Mesías de Dios, capaz de anunciar y realizar el REINO DE VIDA y de salvación. Por tanto, lo que nos dicen estos textos que hemos leído es que RECHAZAR LA FE EN JC, ES CERRARSE A ESTE REINO DE VIDA. Dicho de otro modo: la fuerza de Dios que está en JC puede curar e incluso resucitar, pero NO PUEDE FORZAR la fe, no puede actuar sin la colaboración del hombre: si el hombre se cierra, la fuerza salvadora y vivificante de JC no puede nada. Nada.

-Fe y sacramentos: 

Es preciso que estas afirmaciones las apliquemos a nuestra vida. Porque sorprendentemente, a menudo nosotros pretendemos vivir "cristianamente" (decimos nosotros: "cristianamente"), sin darnos cuenta de que la fuente y la base de cualquier vivir cristiano es la fe en JC. Parece, a veces, como si quisiéramos UN CRISTIANISMO SIN JC. Un cristianismo SIN FE. Es decir, sin situar en el centro de nuestra vida a JC. Y entonces reducimos el cristianismo a unas normas y unos ritos.

Fijémonos especialmente en este aspecto de los ritos, es decir, sobre todo, de los SACRAMENTOS. En una pastoral reciente escribía el cardenal de Barcelona: "La Iglesia cree que JC le ha confiado sus sacramentos para continuar El mismo ofreciendo a los hombres, a través de signos visibles, la fuerza de la Vida nueva que nos viene de su cruz y de su resurrección". Los cristianos creemos que JC ACTÚA AHORA en nosotros, nos comunica la fuerza de la Vida Nueva, a través de la Eucaristía y de los demás sacramentos.

Pero añade el cardenal Jubany: "Los sacramentos NO SON GRITOS MÁGICOS que puedan provocar sus efectos independientemente de nuestra fe y de nuestra respuesta a la iniciativa amorosa de Dios". Es decir, los sacramentos, sin fe, no son acciones comunicativas de la Vida de Dios. SIN FE SON SIGNOS SIN CONTENIDO. Porque con los sacramentos sucede lo mismo que hemos leído en el evangelio: si no hay fe, JC no puede actuar. Y, por el contrario, si hay fe, el gesto sencillo del sacramento -sumergir en el agua, partir el pan, etc- tienen LA MISMA FUERZA VIVIFICANTE que tenía aquel gesto también sencillo de tocar el manto de JC o de dar la mano a la adolescente que daban por muerta.

Pero entonces y ahora, la fuerza de vida NO ESTA EN LA MATERIALIDAD de los gestos, sino EN LA COMUNIÓN CON DIOS a través de la fe en JC: esto es lo que expresan los sacramentos y sin esta comunión en la fe no tienen ningún sentido. Podríamos hablar bastante más sobre todo esto y convendría hacerlo porque es fundamental para nuestra vida cristiana en la Iglesia. Pero no es ahora el momento. Ahora es el momento de continuar nuestra plegaria eucarística, que hace presente en nosotros la acción vivificante de JC que queremos acoger con fe. Pidamos hoy saber abrirnos muy sinceramente a esta vida de Dios, sintiéndonos cada vez más totalmente creyentes en JC, seguidores de su camino, abiertos en nuestra debilidad a la fuerza vivificadora de su Espíritu.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 14


9.

Con este pasaje termina lo que podemos llamar una etapa de la predicación de Jesús, o de la presentación que Marcos va haciendo a lo largo de su evangelio de Jesús y su obra, junto con las reacciones que provoca.

Y termina con un panorama de fracaso: la incredulidad precisamente de los más cercanos. El mismo Jesús se extraña de la poca fe de los suyos. Es un retrato muy humano, nada mitificado.

No "puede" hacer milagros, porque ve que no tienen fe. ICD/MOTIVOS: Apoyado por la primera lectura, el tema que hoy nos interpela es el de la incredulidad. Sería bueno que tuviéramos presente, como desarrollo sistemático y moderno, la carta de los obispos vascos en Cuaresma-Pascua de 1988 sobre "Creer en tiempos de increencia", donde hacen un magnífico análisis del hecho de la increencia, de sus raíces e itinerarios, así como de los compromisos a que invita a la comunidad eclesial.

-Por qué no creyeron en El. 

Las reacciones ante Jesús son a veces de incomprensión (sus familiares), de superficialidad interesada (por los milagros), de desconfianza (sus paisanos), de hostilidad declarada (los enemigos)...

También algunos creen en El, y pueden ser objeto de su acción salvadora, como hoy hemos leído. Pero la tónica general, es de increencia, cumpliéndose aquello de que "vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11), o lo que ya anunció Simeón, de que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.

El asombro ante lo que oían llevó a los paisanos de Jesús a formular la pregunta justa: ¿quién es éste? ¿de dónde saca todo eso? (pregunta que aparece varias veces en Marcos: 1, 27; 4, 41; 6, 3; 8, 27). Pero sus esquemas mentales no les dejaron encontrar la respuesta verdadera. Desconfiaron de él y no le acogieron.

Sin violentar los textos se pueden adivinar dos motivos de esta increencia:

a) Jesús aparece como demasiado sencillo como para ser el enviado de Dios: ¿cómo puede hablar Dios a través de un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen desde hace años? ¿cómo puede venir la salvación mesiánica con rasgos tan cotidianos? Le llaman "el hijo de María": no sabemos si con tono despectivo, o sencillamente para constatar la humildad de su origen familiar. María no es una dama "distinguida" de la sociedad. (También Ella, la Madre, nos da, como su Hijo, a lo largo del evangelio, y para los cristianos de hoy, un ejemplo de sencillez y de calidad, precisamente desde una vida cotidiana, sin milagros ni grandes discursos).

b) Pero además seguramente interviene otro factor: el mensaje de Jesús no es como el de los escribas que explican más o menos sabiamente la Ley. Es un mensaje muy personalizado y exigente: se presenta a sí mismo como el enviado de Dios, y ofrece las líneas del Reino con una carga notoria de compromiso. Si le aceptan, tienen que aceptar también su mensaje. En esta dirección va la lectura preparatoria de Ezequiel, profeta en tiempos difíciles de destierro, que anunciaba también palabras incómodas, que no estaban demasiado dispuestos a escuchar lo que más o menos se habían instalado bien en la falta de esperanza o en el contorno pagano del destierro.

-Seguimos sin querer creer. Sin detenernos en todas las raíces y formas de la increencia moderna (cfr. la carta antes aludida de los obispos vascos), tal vez no sea superfluo repasar sencillamente las dos direcciones que el evangelio mismo apunta.

A veces Dios nos habla desde la cotidianidad y la sencillez extrema, sin aparato ni espectacularidad (de prestigio o de ciencia). Es verdad que hoy, al contrario de los de Nazaret, parece que estamos más dispuestos a descubrir la voz de Dios precisamente en la sencillez de una Iglesia pobre y despojada de todo ropaje de prestigio económico o social. Pero, ¿llegamos a la fe? (También Pablo se nos presenta hoy casi gloriándose... de su debilidad. Totalmente entregado al Reino, pero desde la pobreza y hasta de las dificultades personales. No somos superhombres, sino personas débiles, y seguramente, cada uno con su "espina" particular que le molesta y le marca y le convence de que no es en sus propias fuerzas en las que debe confiar).

Si no estamos dispuestos a hacer mucho caso al mensaje de Dios, tampoco haremos mucho caso de estos mensajeros sencillos y humildes, como Teresa de Calcuta o el vecino de al lado, que nos está dando un testimonio clarísimo, si quisiéramos verlo.

Otras veces la voz de Dios nos puede venir con la vestidura solemne de un concilio o sínodo, o de una encíclica de un papa.

Pero si no nos interesa demasiado seguirla, dejaremos de oírla por mil razones, poniendo en marcha nuestros "mecanismos de defensa". En el fondo nos hacemos un Dios a nuestra medida, y cuando a El se le ocurre -que es muchas veces- saltarse nuestras programaciones y nos sorprende con un estilo que no esperábamos, no queremos reconocerle; por ejemplo, desprestigiaremos al mensajero (somos unos maestros en desacreditar al que no nos interesa tener que hacer caso) y así no tenemos que escucharle.

Esto pasa en las cosas solemnes (reacciones ante documentos del episcopado o del papa), o en la vida de cada día. Catalogamos a las personas en nuestro fichero mental, y ya pueden hacer milagros, que no tiene remedio nuestro desinterés o desconfianza. Deberíamos saber reconocer la presencia de Cristo y su voz profética en los signos sencillos y humanos del pan y vino de nuestra Eucaristía, y en las personas de esta comunidad (no de otra ideal), y los pastores concretos que tenemos, y en esta Iglesia que formamos todos, y que es imperfecta y débil, y en la cotidianidad de la vida, que es dónde a Dios le gusta "aparecérsenos", como en los tiempos bíblicos.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 14


10.

-Un profeta despreciado (Mc 6, 1-6)

La narración no es optimista, pero hay que reconocer que es una referencia leal de la situación que va a llevar a Jesús a su muerte. S. Marcos quiere darnos a entender que a pesar de sus milagros y de sus enseñanzas, la misión de Cristo acaba aparentemente en un fracaso. Se expresa utilizando un refrán de su tiempo: "Nadie es profeta en su patria". Las gentes se detienen en la humanidad de Jesús: es el hijo del carpintero, es el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón. La oposición y el escándalo son tales que Jesús no puede realizar milagro alguno. El mismo Jesús se maravilla de esta falta de fe. Y se resigna a dirigir su enseñanza a las comarcas vecinas.

-Un rostro duro, un corazón obstinado [Ez 2, 2-5)

La primera lectura puede guiarnos y conducirnos para penetrar mejor en la significación del Evangelio. Ezequiel es enviado a un pueblo rebelde. El Señor quiere juzgar la posibilidad de recuperar al pueblo que ha sido infiel a la Alianza. El mismo Ezequiel nos cuenta los desórdenes en que había caído Israel (Ez 20). El texto nos da a entender que lo peor de la situación es el rostro duro y el corazón obstinado de este pueblo querido por Dios. Ezequiel va a hablarle de parte de Dios y según la costumbre de los profetas, le dirá: "Así habla el Señor". Aun cuando no acepte la palabra, sabrá que se le ha enviado un profeta y que está entre ellos. Lo sabrá tanto si termina por escuchar, como si el convencimiento le llega sólo por el castigo que caerá sobre él por no haber querido escuchar y haberse mantenido en su obstinación.

También nosotros estamos en circunstancias bien parecidas a las que encontró Jesús. El está ahí, en medio de su pueblo; sus actitudes y sus palabras no llegan a desvelar que ha sido enviado para cumplir una misión. Jesús experimenta, por tanto, el drama de todos los profetas que le han precedido. Y este drama continúa. Las obras de Jesús en su Evangelio, las que realiza también ahora, son bien visibles; pero hay ojos que no ven y obstinados que se cierran a todas las palabras.

Este mismo drama de incomprensión se desarrolla también hoy en diferentes niveles. Porque es no comprender a Jesús rechazar lo que enseña por medio de su Iglesia; es rechazar a Jesús arrinconar a su Iglesia a una época del pasado y no permitirla una evolución que manteniéndola en lo que es, la permita ser actual. Es rechazar a Jesucristo cerrar los oídos a las críticas, a veces muy duras, pero que quizá están inspiradas en el fondo por el Señor para provocar transformaciones en este o aquel modo de actuar. Se repite, quizá mucho más de lo que pensamos, aquella situación de Jesús no recibido por los suyos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979. Pág. 59 s.