COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Ez 2, 2-5

 

1. 

El sacerdote que había caído rostro a tierra fulminado por la gloria de Yahveh lo vemos ahora levantarse airoso en virtud de la fuerza del espíritu, que se posesionó de él. Plenamente consciente, de pie, dueño de sus facultades, escucha tres cosas que son como tres grandes revelaciones: "hijo de hombre", "Yo te envío", "a los israelitas".

Isaías sintió, ante la gran teofanía vocacional, la solidaridad con su pueblo en cuanto un pecador más, cuyos labios necesitaban ser purificados desde arriba. A Ezequiel no es su pecado lo que le asusta. Ante la trascendencia divina, es su condición de hombre, su estado irrisorio de creatura lo que más le impresiona.

Por eso escucha, siente el apelativo de "hijo de hombre" ochenta y siete veces repetido a lo largo de sus escritos como preámbulo necesario para que el pueblo comprenda que no es él, el hijo de Buzi, un simple mortal, quien habla, sino el espíritu que lo penetra, lo levanta y lo hace hablar. No es el sacerdote, ni el hombre; es el hombre sacerdote movido por la fuerza del espíritu.

No soy yo, diría Pablo, es Cristo que mora en mí. Y fue precisamente aquel escenario impresionante, casi diríamos terrorífico de la tempestad con truenos, relámpagos, huracán... con todas las fuerzas cósmicas reflejadas en los cuatro animales, el medio de que Dios se sirvió para hacerle sentir dolorosamente la pequeñez del hombre ante Dios, de la criatura ante su Creador.

No obstante, Dios escogió lo humilde de este mundo y, por eso, "Yo te envío". Misión que le será repetida una y otra vez, cuantas veces sea necesario (3, 1. 4. 5. 11...), hasta que se empape del aspecto carismático de su vocación. El profeta no es el que va, sino el que es enviado. Era la diferencia radical con el sacerdocio hereditario.

A diferencia de Jeremías, destinado profeta de los pueblos, Ezequiel sabe que su misión está restringida al pueblo de Israel.

Un pueblo cuya historia conoce con detalle. Historia de defecciones e infidelidades, historia de un Israel rebelde desde sus orígenes patriarcales hasta el día de hoy. Unos caraduras, retorcidos -casi da miedo expresarlo-, rebeldes, que lo escuchen o no lo escuchen al menos sabrán que en medio de ellos hay un profeta. Lo importante no son los frutos, sino el testimonio presencial de Dios a través de su profeta. Nunca podrán acusar a Dios de injusto; son ellos los obstinados ante cuya libertad Dios es impotente.

Finalmente "les dirás: así dice el Señor Yahveh". Terminología y expresión antiquísima, conocida ya en tiempos del rey de Mary y con la cual se da a las palabras del mensajero toda la autoridad del poder real del Señor de los ejércitos. Son como un edicto real duro, contundente, estremecedor. Reaccionarían violentamente. No importa. Tú no los temas, continúa el v. 6.

Valientemente "escucha lo que Yo te digo". Es que el "hijo de hombre" necesitaba ¡cómo no! de aliento y estímulo para el cumplimiento de tan ardua y difícil misión. San Pablo dirá que todo lo puede en aquel que lo conforta.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976. Pág. 755 ss.


 

2.

-Ambientación histórica:

"El año 30, quinto de la deportación del rey Joaquín.., hallándome entre los deportados, a orillas del río Quebar, se abrieron los cielos y contemplé una visión divina" (1, 1-2) Corre el año 593 a. de Xto. Cinco años antes había tenido lugar la primera deportación de judíos, llevada a cabo por Nabucodonosor (a. 597 a. de Xto). Gente importante de la ciudad, entre ellos Ezequiel, han tenido que marchar al destierro.

La ciudad y el templo aún no habían sido destruidos. Para aquella gente constituía una herejía el solo pensar en su destrucción.

Dios no podía olvidarse jamás de Jerusalén y de su templo. Profesan una especie de magia en el lugar santo y así creen que el destierro sólo es pasajero: pronto volveremos a Jerusalén.

A través de los profetas, Dios quiere desarraigar del pueblo estas falsas esperanzas; el destierro va para largo (Jr. 29), pero Dios permanecerá con ellos. Junto al río Quebar, Ezequiel ve la gloria de Dios que ha abandonado el templo de Jerusalén (10, 18). A Dios no se le puede encerrar en ningún lugar, ni siquiera en su templo sacrosanto.

-Contexto:

Y el Dios que abandona el templo hace su presencia en medio de los desterrados (1, 1-3, 15: vocación y misión del profeta). Este es el contexto o marco del texto que leemos hoy.

Por acomodar el texto del A. T, a la lectura evangélica (ceguera de los paisanos de Jesús) se ha recortado el relato.

Al contemplar la gloria del Señor, "caí rostro en tierra y oí la voz de uno que hablaba " (1, 28).

-Texto:

Ezequiel, perteneciente a una familia sacerdotal ilustre, oye que le niegan el apellido. No le llaman "hijo de Buzí", sino "hijo de Adán": hombre cualquiera, uno de tantos entre los desterrados.

Ezequiel recibe su nombramiento como profeta. El espíritu del Señor le invade. El profeta necesitará ese espíritu capaz de levantar y vivificar huesos calcinados (cap 37) para tenerse en pie e ir a anunciar el mensaje a sus paisanos desterrados.

Ezequiel es enviado a un pueblo rebelde (2, 3-5). Lo fueron en el pasado y continúan siéndolo en el presente; la traición actual consiste en forjarse falsas esperanzas; el profeta debe llevarles la contraria. La misión es dura en extremo ya que el rechazo va a ser feroz: "no tengas miedo a lo que digan, aun cuando te rodeen espinas y te sientes encima de alacranes" (v. 6). El anuncio debe ser su alimento; predicará desgracias: elegías, lamentos y ayes; pero al hacer suya la palabra de Dios la amargura de la misión se la hará dulce como la miel (2, 8-3,3).

-Reflexiones:

* En la debilidad de la palabra profética se realiza el poder de Dios. En la débil voz de un cristiano cualquiera, de un seguidor de Jesús de base o a pie puede resplandecer la voz de Dios. Es un "hijo de Adán" un hombre cualquiera. No es necesario apelar a cargo eclesiástico o puesto intelectual. Ya lo dijo Juan: el Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere. Y a través de esta débil palabra humana, Dios continúa viniendo.

* La palabra del profeta es a veces muy dura: elegías, lamentos y ayes. Con frecuencia los cristianos superamos un mensaje melífluo que nos deje vivir tranquilos y respete nuestro "status" social.

Así nos sentimos muy a gusto con ese padre confesor, agradecido, que no nos despierta de nuestro letargo religioso. Agradecemos esa religión "opio del pueblo" que sólo nos exige unas prácticas religiosas. ¡Bonita concepción! Y encima difamamos a ese pobre "hijo de Adán" cualquiera que nos molesta con su mensaje. Entendemos su lenguaje "pues no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lenguas extranjeras que no comprendes". No es problema de entendederas sino de actitud.

* El profeta no debe preocuparse por el éxito de su misión. Jeremías es el típico ejemplo de fracasado: toda su vida anunciando el desastre a los suyos... y éstos, ni hacerle caso.

El profeta debe pensar que "te escuchen o no te escuchen... sabrán que hay un profeta en medio de ellos" (v. 5). Y si no escuchan, ¡peor para ellos!

A. GIL MODREGO
DABAR 1988, 37


 

3.

El texto se refiere a la primera visión de Ezequiel, conocida como la "visión del libro". Entonces fue llamado por Dios al servicio profético (hacia el año 593). Cuando el culto resultaba imposible en aquella situación de diáspora, lejos del templo y en medio de un mundo pagano, el sacerdote Ezequiel es investido de una mayor responsabilidad: predicar la palabra de Dios a un pueblo de dura cerviz que no quiere escucharla.

La experiencia de la presencia de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el espíritu lo levanta y lo mantiene en pie. El hombre recupera su verticalidad con la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios es fuerte", va a necesitar toda esa fortaleza divina para cumplir su difícil misión. Pero antes necesita recibir el mensaje, digerirlo, asimilar todas las palabras que Dios quiere decir a su pueblo: Dios le ofrece un libro en el que están escritas, y Ezequiel lo come (3, 3). Si nos alimentáramos nosotros de la palabra de Dios no nos harían tragar los "maestros" tan fácilmente sus "rollos", no seríamos víctimas de la indoctrinación y de la propaganda, de las ideologías... y tendríamos algo nuevo que decir aunque no quisieran escucharnos. En cualquier caso el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún viven los profetas.

La expresión "hijo del hombre" (="hijo de Adán") es una peculiaridad del libro de Ezequiel, en el que aparece hasta unas noventa veces. Sin embargo, el sentido mesiánico que recibiría este título más tarde se debe al texto de Daniel 7, 13. En nuestro texto viene a subrayar tan sólo la debilidad del hombre, que no puede permanecer en pie delante de Dios y, menos aún, levantarse para cumplir la misión que Dios le encomienda, a no ser que reciba la fuerza del espíritu divino.

El Señor sabe que no es fácil la misión que encomienda a su profeta. Por eso le desengaña claramente de cualquier ilusión sobre futuros éxitos. Pues el pueblo al que va a ser enviado es un pueblo de cabeza dura y rebelde, su historia es una cadena de falsedades e infidelidades al pacto con el que está unido a Yavé.

Sin embargo, el éxito de la misión no es asunto del profeta y no debe preocuparle. Además, Dios le garantiza que todos tendrán que oírlo y, hagan o no hagan caso, todo el mundo sabrá que hay un profeta. Nadie puede reducir al silencio la palabra de Dios.

EUCARISTÍA 1982, 32


 

4.

Ezequiel actúa como profeta entre los exiliados de Babilonia. Su profecía es una crítica contra el pueblo por su infidelidad que le ha llevado a la situación de desastre en que se encuentra, y también por el afán de los gobernantes que han quedado en Jerusalén después de la primera deportación de aliarse con Egipto para combatir (inútilmente) a Nabucodonosor. Y a la vez es también un anuncio de la fidelidad de Dios que, en el momento oportuno, renovará y restaurará al pueblo. Leemos hoy un fragmento de la vocación del profeta.

Es la fuerza de Dios ("el espíritu") el que llama, y el que actúa en aquel que no es más que un "hijo de Adán" (una designación que aparece a menudo en Ezequiel, y quiere destacar la debilidad de la condición humana).

Y la llamada es para una labor de crítica y de denuncia. El pueblo es rebelde, infiel: no ha seguido el camino de Dios, ha dado la espalda a Dios. Y Dios, ante esta situación, no quiere dejar de decir su palabra al pueblo: quiere que el pueblo continúe escuchando lo que Dios espera de él, y se dé cuenta del contraste que hay entre lo que Dios quiere y lo que el pueblo hace. Esta será la labor del profeta, y por eso tendrá que enfrentarse a sus compatriotas. Como Jesús, en el evangelio de hoy, tendrá que enfrentarse a la gente de su pueblo.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 9