COMENTARIOS AL EVANGELIO

Mc 5, 21-43

Paralelos:
Mt 9, 18-26  Lc, 8, 40-56


1. Texto.
En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, Marcos introducía el domingo pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy nos sitúa de nuevo en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre partida de la orilla y llegada a la casa, Marcos intercala en los vs. 25-34 un episodio con una mujer. Se trata de la misma técnica narrativa que encontrábamos hace tres domingos en Mc. 3, 20-35. el episodio le sirve a Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús.

Veamos. La mujer acude a Jesús como a último y único remedio a sus trastornos corporales. Pero lo hace anónimamente, mágicamente. La propia situación multitudinaria parece aconsejar un acercamiento así. En estas circunstancias resuena firme la pregunta de Jesús. "¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta Marcos parece querer indicarnos que el ámbito de la fe en Jesús no es el del anonimato, sino el de la intercomunicación personal. La mujer, en efecto, se ve impelida a salir del anonimato. Viene con temor y temblor, y se prosterna ante Jesús.

En este contexto no puede interpretarse el temor y temblor desde planteamientos psicológicos. Representan más bien la reacción humana a la manifestación o epifanía divina. Se pone con ello de manifiesto que la mujer no había actuado por magia, sino por fe: ella había creído sencillamente en Jesús, había visto en él al enviado de Dios. Esto es lo que Marcos quiere resaltar y así lo sigue haciendo en la continuación del relato, ahora ya con Jairo.

También éste se ha prosternado ante Jesús reconociendo en él soberanía y majestad. El propio Jesús le invita a tener fe en él.

A partir de este momento el relato se hace íntimo, personal. Con la exclusión de gentío y plañideras se pone de nuevo de manifiesto que el ámbito de la fe en Jesús no puede ser otro que el de la relación personalizada. Es en un ámbito así en el que lo insospechado puede hacerse realidad. El relato termina con el sorprendente encargo, característico en el Evangelio de Marcos, de no divulgar el hecho.

Comentario.
Desde el capítulo 4 de las parábolas, Marcos se está moviendo en el supuesto de un Reino de Dios abierto a todos y en la perspectiva del presente del lector creyente, judío y no judío. En este sentido a Marcos le interesa menos un Jesús sujeto activo de su propio pasado que un Jesús objeto de profundización y de reflexión por parte del creyente. Aplicando esto al texto de hoy, resulta más exacto definirlo como relato acerca de la recta comprensión de la fe en Jesús que como relato de milagros de Jesús.

Esto supuesto, el texto de hoy es una buena ocasión para preguntarnos por los móviles de nuestra fe en Jesús. ¿Por qué creemos en él? ¿Qué intereses nos mueven? ¿Buscamos obtener algo de Jesús o buscamos sencillamente entablar una relación con él? Esta podría ser la pregunta clave.

Hemos visto que el relato termina con el sorprendente encargo de no divulgar el hecho de que la niña de doce años no está muerta, sino que vive. ¿Es que acaso era posible ocultar esto? Como ya sucedía el domingo pasado, la razón del encargo no hay que buscarla en el pasado del hecho, sino en el presente del lector.

Una vez más, Marcos nos invita a situarnos en la realidad del Jesús ausente, muerto-resucitado. Esto significa que creer en Jesús pasa por un creer en Jesús muerto y resucitado. Ahora bien, una fe así invalida toda relación con Jesús basada prioritariamente en el milagro, un milagro que ni siquiera Jesús pudo hacerse a sí mismo. Creer en Jesús es andar con él un camino que termina, cierto, en la vida, pero que antes pasa por la muerte. Creemos en Jesús, no buscando el milagro de la salud, sino corriendo con él la maravillosa aventura de morir y vivir.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 36


 

2. Jesús regresa con sus discípulos a la orilla occidental del lago de Genezaret, sirviéndose del mismo bote desde el que había predicado a las gentes (5, 1) y con el que había hecho la travesía cuando ocurrió lo de la tempestad calmada (4, 36). Mateo nos dice que el desembarco fue en Cafarnaún, la "ciudad de Jesús" (esto es, la que había elegido como plataforma de su actividad evangelizadora; Mt 9, 1; cfr. 4, 13).

Apenas desembarcaron, se presentó delante de Jesús el jefe de la sinagoga de Cafarnaún, llamado Jairo. Este hombre importante no sabe a quien acudir para obtener la salud de su hija.

Posiblemente ha visto cómo Jesús curaba a los enfermos imponiéndoles las manos. Ahora espera que le acompañe a su casa y haga otro tanto con su hija enferma. La multitud, siempre hambrienta de sensaciones fuertes y de milagros, se apiña en torno a Jesús. En el camino ocurre otro milagro en beneficio de una pobre mujer que padece una enfermedad vergonzosa (es la hemorroísa). Ella sabía muy bien que, según la Ley (Lev 15, 25-27), debía evitar todo contacto con las personas, pues era una mujer "impura". Sin embargo, no perderá la ocasión de acercarse sigilosamente a Jesús y de tocar la orla de su manto. Es su última esperanza, pues ha gastado ya toda su hacienda con los médicos sin alcanzar remedio. Ahora espera quedar sana de pronto con solo tocar el manto de Jesús.

En el comportamiento de esta mujer se manifiesta una mentalidad primitiva, una concepción mágica. Lo cual no tiene nada de extraño en aquellos tiempos. Pero sí es extraño que Jesús condescendiera con esa mentalidad. Es claro que Jesús no cree que su cuerpo sea una especie de talismán que emita unas fuerzas misteriosas que ni él mismo puede controlar; pues Jesús actúa siempre sabiendo lo que hace y cura a los enfermos que creen en él. Por lo tanto, sus milagros no acontecen por debajo de la conciencia y de las disposiciones personales. Así que habrá que pensar que este milagro haya sido relatada por Marcos tal y como fue interpretado por los testigos según su mentalidad y no según lo que pensaba Jesús.

v. 37: El Maestro toma consigo únicamente a los tres discípulos que serían también los testigos de su transfiguración (9, 2) y de su agonía en Getsemaní (14, 33).

v. 38: Se trata de las plañideras que lloran por oficio y que para eso han sido contratadas. Esto explica que se rían después al oír a Jesús que la niña estaba dormida. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte.

Todos los milagros que se refieren a resurrecciones no son más que la proclamación de que en Jesús y por Jesús la vida triunfa sobre la muerte.

Con frecuencia vemos como Jesús impone silencio a los testigos de sus milagros. Tanto que se ha hablado de la "ley del silencio".

Si Jesús establece esa ley es para evitar que sus paisanos confundan el sentido de su mesianismo y caigan en falsos triunfalismos.

EUCARISTÍA 1985, 30


 

3. Mc/05/28  Mt/09/21 "¡Si alcanzara a tocar tan sólo su vestido!" pensaba la pobre mujer del evangelio llena de fe. ¡Si yo alcanzase a recibir su palabra -la palabra de la Sagrada Escritura, que es la voz del Señor presente en la celebración litúrgica- con un corazón creyente, si yo fuese digno de comulgar su sagrado cuerpo sacrificado!...: ésto deberíamos pensar ahora. ¿Será menor el cuerpo que el vestido? ¡No está la salud más cerca de aquel que forma con el Señor un solo espíritu, una sola vida, un solo cuerpo, que de aquel que le toca únicamente por el exterior?

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962. Pág. 363


 

4. FE/MILAGRO

Los milagros están siempre ligados a la fe. ¿Por qué? ¿Qué tipo de fe? Aunque Jesús haya dicho: "tu fe te ha sanado", en realidad no es la fe del hombre lo que cura, sino el poder de Dios. La fe es la condición. De hecho, la mujer se curó, precisa Mateo, en aquel instante (9,22b); es decir, no cuando tuvo fe, ni siquiera cuando tocó el manto de Jesús, sino cuando el Señor le dirigió la palabra. Es la palabra de Cristo la que salva. La fe es la condición para que Dios obre milagros. Mas ¿por qué? Porque tener confianza significa en sustancia confesar nuestra impotencia y proclamar al mismo tiempo nuestra confianza en el poder de Dios.

Fe es negarse a contar con nosotros para contar únicamente con Dios. El grito de los enfermos que invocan a Cristo expresa siempre esta doble actitud. Tal es el espacio necesario para que Dios pueda actuar.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982. Pág. 99


 

5. Jesús hace resaltar que a la mujer la ha curado su fe. La fe, siempre continúa siendo la condición y el fundamento de la acción salvadora de Dios en el hombre. La fe puede revestirse de distintas formas, ya sean primitivas sin desarrollar, ya sean refinadamente espirituales. Siempre está en camino y en proceso de evolución "partiendo de fe hasta consumarse en fe" (Rm/01/17); es decir, desde la fe existente y arraigada hasta la fe conocida más profundamente y vivida de forma más radical.


 

6. Jesús llega a la casa y nota con disgusto el ruido de las plañideras, de los flautistas y de una muchedumbre que, según la costumbre oriental, lloran por la muerte en voz alta y gritando. Este ruido desenfrenado contradice por completo la índole sencilla de Jesús y de su ayuda. El Señor invita a la multitud a que salga de la casa, lo cual evidentemente no lo hace sin la ayuda de otros ("cuando echaron a la gente"). La multitud se burla de él, sobre todo, por la razón que da: "la niña sólo está durmiendo".

Jesús quiere decir que para él y para el poder de Dios esta muerte no significa más que un sueño ligero. Así lo dice también hablando de Lázaro: "Nuestro amigo Lázaro está dormido, pero voy a despertarlo" (Jn 11, 11).

La muerte para Dios no es un poder insuperable. Es delgada la pared que separa la muerte de la vida. Eso la gente no lo entiende, y se burlan neciamente de él. Las cosas tienen un aspecto muy distinto ante la mirada de Dios y ante la experiencia del hombre.

Sólo si nos ejercitamos en ver con la mirada de Dios, nos formamos el verdadero concepto. Entonces la muerte también pierde su carácter horripilante. 


 

7. Contigo hablo, niña, levántate.

Saltándonos la escena (deliciosa) del endemoniado de Gerasa, la lectura continua de Marcos nos lleva al doble milagro de la resurrección de la hija de Jairo y de la curación de la mujer que padecía flujos de sangre. Un doble milagro entrelazado, que aparece de la misma manera en los tres sinópticos (muy resumido en Mateo, y no tanto en Lucas), y que invita a ser imaginado como un conjunto de escenas que desfilan ante los ojos, "como si presente me hallase".

Entre aquella multitud, se acerca un personaje de una cierta importancia, que confía en las capacidades sanadoras de Jesús: es muy clara y simple la expresión de confianza y de petición que hace Jairo, y es muy simple también la respuesta de Jesús, que se va con él sin más preámbulos.

Después, en medio del gentío, aparece la mujer de los flujos de sangre, una enfermedad que deja impuro al que la padece y al que se pone en contacto con ella: como en el caso de los leprosos, la mujer se acerca a Jesús y lo toca, convencida de que Jesús no hace caso de estos tabús. La reacción de Jesús, que en primer lugar deja atemorizada a la mujer, rompe la imagen de que en él hay una especie de fuerza mágica: es la fe y la confianza de la mujer las que han conseguido la curación.

A continuación recuperamos la escena de Jairo. La niña ha muerto. Y Jairo tiene que pasar a un nuevo nivel de fe-confianza: creer que por Jesús puede recuperar a la hija muerta.

La escena adquiere tintes de solemnidad: sólo están los tres discípulos que participan de los grandes momentos (transfiguraci6n, Getsemaní); Jesús entra en la casa transmitiendo seguridad y dominio de la situación; el evangelista conserva las palabras en arameo, dándoles, por tanto, un fuerte valor simbólico; Jesús actúa con gran sencillez (habla como si aquello no tuviera importancia: "La niña no está muerta..."; se limita a dar la mano a la niña y a decir una palabra nada retórica...), signo de su fuerza y su poder. Y todo el conjunto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera al hombre sin ninguna barrera, y llama a la confianza en esta liberación.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 9