REFLEXIONES


1. MONICION/ENTRADA. J/SEÑOR

Reconocer y confesar que Jesús es el Señor no es cualquier cosa; es una de las decisiones fundamentales que el hombre puede tomar en su vida y, por tanto, tal proclamación debe transformar radicalmente la vida entera de quien la hace. No se puede decir que Jesús es el Señor para vivir, después, bajo cualquier otro señorío: el del dinero, el placer, el poder, la estética, etc. Si de verdad Jesús es nuestro Señor, nuestra vida quedará libre de toda atadura para poder entregarnos, sin limitación de ningún tipo, a trabajar por el Reino de Dios, la causa por la que Jesús luchó, vivió y murió. Con el firme propósito de no tener en nuestra vida otro Señor que Jesús, damos comienzo a nuestra celebración.

L. GRACIETA
DABAR 1989/34


2. J/ORACION:

Los evangelistas nos informan frecuentemente de la oración de Jesús, tanto del modo como de su contenido. Naturalmente, Jesús, como buen israelita, frecuentaba el culto sabático de la sinagoga, subía a Jerusalén en peregrinación, celebraba la pascua judía y, en general, participaba en la oración litúrgica del pueblo. Esto era perfectamente normal y no podía extrañar a nadie. También era normal que Jesús, en los momentos culminantes y decisivos de su vida pública, se retirara de la gente para orar en soledad; pero lo que ya nos llama la atención es el modo y el contenido de esta oración privada de Jesús. Pues Jesús oraba solo. Por lo menos, los evangelistas no mencionan ni una sola ocasión en la que Jesús reuniera a sus discípulos para orar con él en privado. Diríase que Jesús no sólo se retira de la gente para evitar el bullicio y buscar la tranquilidad propicia, sino que se destaca y se arranca de sus propios discípulos, aunque no sea más que a un tiro de piedra de ellos, como en Getsemaní (en donde Jesús oró casi como un pobre hombre) para entrar él solo en relación con Dios, el Padre.

Y no es que Jesús no valore en lo debido la oración en grupo, en comunidad, pues Jesús recomienda insistentemente a sus discípulos que se reúnan en oración y que lo hagan en su nombre; además, cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, él les enseñó que lo hicieran diciendo: "Padre nuestro". Ahora bien, conocemos el contenido de algunas de las oraciones de Jesús que él hacía solo y en todas ellas, con la excepción única de dos salmos (excepción que se explica fácilmente por utilizar una fórmula ya dada), Jesús comienza siempre diciendo: "Padre" o "Padre mío". Es decir, Jesús -que sepamos- nunca reunió a sus discípulos para decir con ellos: "Padre nuestro". La única explicación que se nos ocurre dar a este hecho se encuentra en la conciencia que Jesús tiene de sí mismo y de su singularísima relación al Padre, en la que nadie puede inmiscuirse. Jesús es el HIjo, y nadie como él puede decir "Padre"; él, en cambio, no puede decir en propiedad "Padre nuestro" como debemos y podemos decir nosotros.

EUCARISTÍA 1974/37


3. J/QUIEN-ES

Es imposible vivir la fe, sin plantearse a menudo la pregunta: ¿quién es Jesús para mí? Otros interrogantes pueden ayudar a centrar a éste: ¿Qué influencia real tiene el Señor en mi vida? ¿Qué significado posee la confesión de Cristo? ¿La fe en él me proporciona una mirada nueva? ¿Cual es el grado de mi adhesión al mundo de los valores cristianos? ¿Cómo influyen los criterios evangélicos en mis decisiones? Se trata de que cada uno examine su propia postura ante Jesús. La fe es relación, reconocimiento, confesión... La respuesta de Pedro no fue una definición racional, sino una profesión de fe; fue la respuesta de un hombre que había tenido la experiencia de que solo no se bastaba, que sabía que sus criterios eran relativos, que se reconocía no poseedor de la verdad y que buscaba la salvación... Pedro reconoce que Jesús es el cumplimiento de todas las esperanzas de los hombres.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974/2b


4. SONDEO DE OPINIÓN

No existía ni Gallup ni METRA-6 a quien encargar un sondeo de opinión y decidió hacerlo Él directamente, sin intermediarios. Elaboró dos preguntas y se las espetó a bocajarro a sus discípulos, quienes quedaron un tanto desconcertados.

"¿Quién dice la gente que soy yo?". Y aparecieron, enseguida, las diversas opiniones, los consabidos tantos por ciento. Pero esta primera pregunta no era muy importante. Era sólo para tantear el terreno, para abrir camino o, quizás, para despistar. Sencillamente era pregunta de contraste.

La verdaderamente interesante era la segunda. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pero para ésta, no tenían respuesta adecuada, por lo que el porcentaje más elevado hay que colocarlo en el "no saben, no contestan". Sólo uno de los doce, Simón el pescador, se atreve audazmente a dar su opinión, como le sale de dentro, como se lo dicta una voz interior: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Así de claro, así de rotundo, aunque quizá sin comprender bien su pleno significado, sus connotaciones más profundas.

Desde entonces, la Iglesia, fundada sobre la piedra de Pedro, viene confesando con seguridad y firmeza: "Cristo, tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Los mártires, los confesores, los teólogos, los cristianos de a pie, todos proclaman que Cristo es el Mesías, el Hijo de Dios. A lo largo de veinte siglos, la Iglesia ha proclamado siempre lo mismo, repitiendo la fórmula de Pedro. Y Ella se gloría de su fidelidad y se mantiene firme en su profesión de fe.

Rafael del Olmo Veros


5. Para orar con la liturgia

Por Jesucristo, tu Hijo amado,
que es tu Palabra,
hiciste todas las cosas,
y nos lo enviaste,
para que hecho hombre del Espiritu Santo
y nacido de María, la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.
Él, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la muerte y manifestar la resurrección,
extendió los brazos en la cruz
y así adquirió para ti un pueblo santo.

Prefacio Plegaria Eucarística


6.

Todo el ministerio público de Jesús estuvo acompañado por la interrogante sobre su identidad, ¿Quién es éste? -- pregunta la gente -- ¿no es el hijo del carpintero? ¿que sabiduría es ésta? ¿quién es este hombre que dice y hace tales maravillas? Ciertamente Jesús no pasó desapercibido y su mayor dificultad fue hacer comprender a los discípulos quién era él y cuál era el sentido exacto de su misión.

El pasaje del evangelio de este día nos presenta al Señor en un momento crucial, su fama se había extendido llegando a inquietar al mismo Herodes, que preguntaba: ¿Quién es éste de quien oigo tales cosas?

Jesús, consciente de esta realidad, se interesa por conocer cuál es la opinión de la gente y llega a la conclusión de que todas las respuestas están llenas de ambigüedad y marcadas por falsas expectativas.

Inmediatamente se interesa por la opinión de sus discípulos y, en nombre de ellos, Pedro lo proclama como "el Mesías de Dios". Su respuesta no se limita a criterios superficiales y cerrados, Pedro en una sola palabra, "Mesías", viene a decir: Tú, Jesús, eres el Ungido de Dios. Tu misión es liberar, implantar el Reino de Dios, llevar la Buena Noticia.

La tarea mesiánica del Señor no fue fácil, por eso, inmediatamente vincula la condición de Mesías con la cruz y el sufrimiento: "Tiene que padecer mucho", y aprovecha la oportunidad para anunciar que sus discípulos deberán elegir y recorrer el mismo camino.

Sólo a partir de la experiencia pascual de la muerte y resurrección se puede entender quién es Jesús: el Mesías, y cuál es la misión del cristiano.


7. MONICIONES A LAS LECTURAS

 1. Escuchemos ahora una breve lectura, en la que se nos anuncia el sufrimiento y la muerte de Jesús para purificación de nuestros pecados

2. A pesar de nuestra diversidad, todos somos uno en Cristo Jesús y por el bautismo nos convertimos en herederos de las promesas de Dios a su pueblo.

3. Jesús es verdaderamente el Mesías de Dios, y, el hecho de serlo, implica sufrimiento y muerte, pero también resurrección y gloria; éste es también el camino del cristiano.

CE de Liturgia
PERÚ


8. Escritos para reflexionar
FE/ENCUENTRO-CON-XTO

Educar a los jóvenes en la fe: el encuentro con Cristo

Nos sentimos comprometidos a ofrecer a las nuevas generaciones la posibilidad de un encuentro con Cristo. El encuentro con Cristo es el punto crucial de la educación en la fe. A él se dirige, de él se parte: el hecho, la cualidad y la continuidad del encuentro. La palabra es lo más concreto que hay para expresar el comienzo, la experiencia y la naturaleza de la fe. Tiene una abundante correspondencia en los evangelios. Estos se detienen en narrar los encuentros de Jesús con las personas más diversas: los que se convertirían luego en apóstoles, la samaritana, la adúltera, Zaqueo, Marta y María, el joven rico, los discípulos que caminaban hacia Emaús. No sólo insinúan los encuentros, sino que refieren hasta los mínimos gestos y las palabras de Jesús, así como las reacciones más profundas de sus interlocutores.

Encuentros con Jesús en los Evangelios

El primer impulso parte siempre de Jesús. Él tiene la iniciativa y provoca el encuentro. Entra en una casa, se acerca al pozo donde una mujer va a buscar agua, se para ante un recaudador, dirige la mirada hacia quien ha trepado a un árbol para verle, se añade a quien está recorriendo un camino. De sus palabras, de sus gestos y de su persona emana una fascinación que envuelve a su interlocutor. Es admiración, amor, confianza y atracción.

Para muchos el primer encuentro se transformará en deseo de escucharle más todavía, de hacer amistad con Él, de seguirle. Se sentarán en torno a Él para interrogarle, le ayudarán en su misión, le pedirán que les enseñe a orar, serán testigos de sus horas felices y dolorosas. En otros casos el encuentro termina con una invitación a un cambio de vida.

Los encuentros del Evangelio narran la fe, nos dicen cómo nace y qué es. Es la autorevelación de Jesús: "El Mesías soy yo que hablo contigo".

Jesús se manifiesta por medio de gestos y palabras. Quien se ha encontrado con Él lo conoce, no sólo según lo que comenta y dice de él la gente, sino personalmente. Hace la experiencia de su sabiduría y de su bondad. La vida entonces comienza a cambiar en sus perspectivas, sentimientos, hábitos y proyectos. La familiaridad con Jesús y sus revelaciones llevará a conocerlo y confesarlo como Hijo de Dios.

El encuentro, y lo que en él acontece, es misterioso e incomprensible como el amor humano: lo es aún más. Jesús afirma que nadie viene a Él si el Padre no lo atrae. A los discípulos les dice: "No me habéis elegido vosotros, soy yo quien os he elegido". Así, el encuentro no aparece como una casualidad ni como habilidad de las personas, sino precisamente como don de Dios. Para cada joven la fe personal comienza en el momento en que Jesús se le manifiesta como aquel de quien obtener un sentido para su vida, a quien dirigirse en la búsqueda de la verdad, a través de quien entender la relación con Dios e interpretar nuestra condición humana.

El encuentro momentáneo no basta. Crecemos en la fe en la medida en que este encuentro se convierte en conocimiento personal y adhesión permanente. Uno se topa a menudo con alguien que cuenta haber hecho una "experiencia" religiosa. Y se ve que ésta ha dejado en él un grato recuerdo. A veces, sin embargo, ésta no tiene continuidad. La fe no es sólo sentimiento, fascinación o admiración por Jesucristo. Como el amor humano no es el "enamoramiento". En el clima de subjetivismo que respiramos, esta confusión está siempre al acecho. Nos sentimos satisfechos con un momento intenso y fugitivo.

Del primer entusiasmo a la amistad con Jesús

El primer entusiasmo es ciertamente una gracia. Pero la fe es tal cuando ésta conduce a la acogida de la persona de Jesús en la propia vida, a la confianza en su enseñanza, al cambio de actitudes según sus indicaciones. Esto es lo que deja entender el Evangelio en las narraciones sobre la fe. A lo largo de las riberas del Jordán, Juan ve pasar al Señor: siente la llamada y experimenta el sobresalto. Le sigue, cultiva su amistad, se siente amado y cambia. Jesús se convierte para él en una compañía indispensable. No alcanzaría a concebir su existencia sin Él. Se convierte en discípulo predilecto. He aquí qué es la acogida: es referirse a Jesús para orientarse y optar, es deseo de oírle de nuevo, es caminar haci Él, renovar la admiración, asumir su proyecto.

A Pedro, que toda la noche había pescado en vano, Jesús le propuso echar de nuevo las redes. Quizá apareció de improviso una duda en la mente del experto pescador: Echar todavía las redes donde no habían pescado nada? Y en pleno día? Pero Pedro se fió: "Si tú lo dices..." La fe implica confianza en aquello que Jesús indica y promete: una confianza que se traduce en las opciones vitales. En la pequeña ciudad de Jericó, Zaqueo, conquistado por Jesús, lo acoge en su casa. A la luz de sus palabras y de sus gestos intuye cuán mezquina es una vida entregada al dinero, sin piedad. Reniega de ella, promete no robar y restituir, cuatro veces más, cuanto había sustraído. La fe comporta el cambio de criterios, gustos y relaciones.

Muchos han escuchado una vez a Cristo con admiración, como las multitudes que querían hacerlo rey. Bastantes lo han encontrado y no se han preocupado de cultivar su amistad. Otros, buscados por Él de un modo singular, algunos de ellos incluso entre los más próximos, no le han acogido. No todos se han fiado de su juicio, de su equilibrio mental (Está fuera de sí!), de sus capacidades (No es éste el hijo del carpintero?), de su sabiduría (Nosotros tenemos la Ley!), de su rectitud (Está poseído por el demonio!). También hoy se dice: está fuera del mundo, es un idealista, predica lo imposible, es una creación de la Iglesia, es un personaje mítico.

Ámbitos y lugares del encuentro

La confianza mira hacia tres ámbitos en los que el hombre juega todas sus fuerzas: la felicidad, la verdad, el bien; juntos determinan la "vida" y la "salvación: "Qué sentido se da a la existencia?, cómo se piensa?, cómo se actúa?" Sobre todo ello, frente a la multiplicidad de propuestas y a los márgenes de incerteza, el joven creyente dice: "Sólo tú tienes palabras de vida eterna".

La acogida de Jesús conducirá a un cambio de mentalidad y a una orientación nueva de la vida según el código de la felicidad proclamado por Jesús, las Bienaventuranzas: la pobreza, la paz, la dulzura de corazón, la justicia, la misericordia. Conforme a este código aprenderá a juzgar los bienes materiales, el amor humano, el uso del cuerpo, la relación con semejantes y extraños, los acontecimientos y el proyecto de Dios sobre él. En definitiva, un cambio que tiene necesidad de brújula , de acompañamiento, de verificaciones y apoyos.

Provocar el encuentro, preparar la ocasión de éste y fijar una cita es hoy una de las preocupaciones de la pastoral juvenil. No siempre es fácil. El lugar privilegiado del encuentro es la comunidad cristiana. Pero con frecuencia entre ésta y la mayoría de los jóvenes se da una distancia física y psicológica. Por otra parte, las expectativas sobre Cristo que yacen en el ánimo de los jóvenes son por lo demás muy variadas. Hoy se difunden imágenes superficiales e incompletas, de consumo, talk show o "camiseta". Hay en el ambiente un desfile de personajes que conduce a reducir la relación con todos a simpatía sentimental. Se está a la espera de algo sensacional. La sobreabundancia de mensajes, la escasez de tiempo y las tendencias actuales del lenguaje hacen ardua una exposición sistemática de lo que la reflexión cristiana ofrece sobre Jesús.

Pero todo esto no es definitivo. El Espíritu y el Padre mueven cada joven hacia Cristo. Él suscitará siempre una fascinación y una energía que deben ser sostenidas y motivadas. El pastor-educador ensaya, por lo tanto, todos los caminos que conducen al encuentro: el testimonio de los creyentes que es necesario poner en relación con la presencia de Cristo en ellos, la reflexión sobre la vida y sus interrogantes, sus aspiraciones, que el educador ayudará a hacer emerger, a llamar por su nombre, interpretar y llevar a confrontación con la historia y la palabra de Jesús; las experiencias de valores, situaciones y relaciones que ponen de manifiesto nuevas dimensiones; el anuncio directo que tiene una elocuencia interna capaz de tocar la mente y el corazón.

El encuentro es un "momento" que no se debe quemar, ni tan solo retardar o aplazar. También el educador debe fiarse de Cristo y del joven.

Padre Juan E. Vecchi
Rector Mayor de los Salesianos


9.

El Mesías de Dios

En la lectura evangélica, San Lucas enmarca la escena narrada en un momento de oración de Jesús. No es atrevido leer todo lo que presenta el evangelista como surgido por ese encuentro de intimidad que Jesús había tenido con su Padre.

Por el contexto, el diálogo de Jesús con el Padre debió versar sobre su misión y destino mesiánico y desde ese diálogo con su Padre debió surgir la pregunta que inmediatamente lanzó a los discípulos.

Llevaba ya un tiempo suficiente entregado a su misión de dar la Buena Noticia y confirmarla con los milagros. Entre El y el Padre todo estaba claro, pero le saltaría una duda: quién dice la gente que soy yo?.

La respuesta de Pedro no ha cerrado el interrogante de Cristo porque, aunque fue teológicamente exacta, fueron sólo palabras y eso no basta para responder a la pregunta de Cristo.

Para poder decir quien es Cristo no es suficiente ni una catequesis ni una tesis doctoral sobre cristología, bien lo quedó claro el Señor al unir su destino mesiánico al seguimiento de los suyos.

Es necesario conocer el destino de cruz, de muerte y resurrección de Cristo. Pero para hablar de El, para poder decir a los demás quien es el Señor sólo hay un camino eficaz y es el propuesto por El mismo: el testimonio de un seguimiento que comienza con el despojo de todo egoísmo, el coraje de encarar la vida cristiana con todos sus trabajos y ponerse tras el Nazareno pisando sus huellas.

Así, si El pudo manifestar el rostro misericordioso del Padre no le bastó sus parábolas le fue necesario llegar hasta la cruz para testimoniar la seriedad del amor del Padre que nos entregó a su propio Hijo.

Antonio Luis Mtnez
Semanario "Iglesia en camino"
Número 259. 21 de junio de 1998