COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 9, 18-24

Par.: Mt 16, 24-27  Mc 8, 34-38


1.

Texto.

A la pregunta de quién es Jesús formulada por Herodes en Lc. 9, 7-9, Lucas ha respondido presentándonos a un Jesús que acoge a la gente y no la abandona a su propia suerte (Lc. 9, 10-17). Era el modelo a imitar que veíamos el día del Corpus. El texto de hoy arranca de la misma pregunta, formulada hoy por el propio Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta la hallamos en el v.22: El hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Esta respuesta es un correctivo a la opinión sobre Jesús formulada por Pedro en términos de Mesías, es decir, de agente libertador del pueblo judío y restaurador del reino de Israel.

Frente a esta opinión, Jesús habla de su muerte y resurreción, para en los vs. 23-24 hacer extensivo este mismo camino a todos: El que quiera seguirme...

Una vez más, la perspectiva de Lucas no es tanto cristológica cuanto catequética. Lucas construye el texto pensando en Jesús como ejemplo a imitar; su interés es decirle al lector cómo debe ser a semejanza de Jesús. De la misma manera que Jesús tiene que morir y resucitar, el cristiano puede también perder su vida y salvarla. Muriendo a manos de otros y resucitando a manos de Dio, Jesús es el modelo de muerte cristiana.

ABNEGACION/CZ:

Comentario. El modelo cristiano no es ascético. Negarse a sí mismo y cargar con su cruz cada día son al seguidor de Jesús lo que padecer, ser desechado y ser ejecutado son en Jesús. Jesús no murió; lo mataron. La negación de sí mismo y la cruz no son un ejercicio de autodominio y de sufrimiento que tenga su origen en la voluntad del ejercitante. La negación de sí mismo y la cruz de los que habla el texto tienen su origen en la voluntad de otros presionando sobre y contra el seguidor de Jesús.

El modelo cristiano ahonda sus raíces en el puro y crudo realismo. Enraizado, sin embargo, en el realismo, el modelo cristiano es lo más opuesto al fatalismo, al desengaño o la frustración. En el cristiano no hay cabida para la desesperanza.

Es importante recalcar, por último, que el modelo cristiano trazado en el texto es un camino común a todos. No cabe hablar de un camino para perfectos ni de consejos evangélicos. Se trata de un camino cuyo único requisito previo es querer hacerlo. El modelo es único y para todos el mismo, para todos duro, pero también maravilloso y esperanzado.

A. BENITO
DABAR 1989/34


2.

Texto. A diferencia de los otros dos sinópticos, que sitúan la escena en la zona de Cesárea de Filipo. Lucas omite toda referencia local, sustituyéndola por un tiempo de oración de Jesús. Con este telón de fondo asistimos después a la conversación de Jesús con sus discípulos. Y cosa muy poco habitual, el tema de conversación versa sobre el propio Jesús.

¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién decís que soy yo? Oponiéndose a la opinión de sus discípulos, Jesús habla de sí mismo como del Hijo del hombre que tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar. "Tiene que" rige a los cuatro infinitivos. En las palabras que siguen Lucas amplia el auditorio, hecho no suficientemente recogido por la traducción litúrgica. Van dirigidas no sólo a los discípulos sino a todos en general. El tono de las mismas ya no es el de la conversación distendida sino el de la afirmación grave y categórica. El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. La puntualización "cada día" confiere a las palabras un matiz que no se encuentra en los otros sinópticos.

Comentario. La fórmula de encabezamiento en el original confiere a este texto la categoría de texto importante. La mención de la oración ratifica este calificativo. En todo lo que llevamos de actuación de Jesús es la primera vez que el autor centra su atención en Jesús mismo, no en lo que éste dice o hace. ¿Quién es Jesús? Se trata, pues, de adentrarse en su persona, de saber de él.

Se sucede una reseña de opiniones. Es eso, una simple reseña, porque Lucas no entra en su valoración. Pero hay una opinión en la que sí se detiene. Es la expresada por Pedro: El Mesías de Dios. Y se detiene para prohibirla y, en su lugar, hablar de el Hijo del hombre.

Ríos de tinta han corrido a propósito de ambos títulos. Me siento incapaz de una síntesis.

Tampoco, tal vez, sea importante o necesaria aquí. Pero lo que sigue sí que lo es: Tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado, resucitar.

J/MU/NECESIDAD J/PASION/NECESIDAD TENER-QUE: Es decir, los padecimientos infligidos, la muerte impuesta y la resurrección forman parte esencial y necesaria de la vida de Jesús. "El Hijo del hombre tiene que". La explicación de esta necesidad nos llevaría muy lejos. Simplemente quiero indicar que esta necesidad no tiene nada que ver con la fatalidad de la tragedia clásica griega. Es una necesidad que ahonda sus raíces en la vida tal y como ésta es: con sus mezquinos y mortales juegos de intereses, pero también con la presencia de la gracia.

Jesús vive inmerso en ambos componentes: por eso tiene que ser eliminado y tiene que vivir.

CZ/SEGUIMIENTO: Pero esta condición no es aplicable solamente a Jesús. Los dos últimos versículos de hoy la hacen extensiva a todos y cada uno de sus seguidores. El v. 23 aclara el concepto de seguimiento: El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. En la formulación de Lucas no se trata de seguir a Jesús con vistas al momento final de la cruz, sino de un seguimiento continuado, día a día. La cruz deja de referirse exclusivamente a un instrumento de suplicio concreto y determinado y pasa a abarcar la mil pruebas que en el vivir cotidiano acechan al seguidor de Jesús por el hecho de serlo y de llevar un estilo de vida como el suyo. Este estilo de vida puede llevar al seguidor de Jesús a tener que dejar jirones de su vida en el camino, pero sólo un estilo de vida así merece realmente el nombre de vida.

A. BENITO
DABAR 1986/35


3.

Aunque Lucas no dice donde ocurrió esta escena, sabemos por los otros sinópticos que fue en un lugar cercano a Cesarea de Filipo.

Por su parte, Lucas es el único que nos habla de esta oración de Jesús en presencia de sus discípulos. La oración de Jesús solo al Padre es una señal de su relación singular con él, en la que nadie puede inmiscuirse.

Jesús tiene conciencia de su dignidad y de su misión, sabe quién es y lo que ha venido a hacer en el mundo. Pero los hombres no pueden hacer otra cosa que barruntar este misterio insondable y muchas veces andan despistados. La gente está dividida en sus opiniones respecto a Jesús: unos dicen que es el bautista revivido, otros que Elías o alguno de los antiguos profetas.

Jesús interpela directamente, personalmente, a los suyos, a los que ha elegido y reunido en torno a su persona. La fe es una respuesta personal al misterio de Cristo que nos interroga.

Pedro responde por sí mismo y, en cierto modo, en nombre de los doce. Lo que dice de Jesús es la expresión de un conocimiento que le ha sido dado. No inspirado por la simpatía o por la admiración al Maestro, por la carne o por la sangre, sino por el Padre.

Nadie puede entrar en el misterio de Cristo, si Cristo no se manifiesta en sus palabras y en sus obras, y si Dios mismo, el Padre, no le introduce en ese misterio.

Jesús prohíbe a sus discípulos que vayan diciendo a la gente que él es el mesías de Dios. No por nada, sino porque quiere evitar malentendidos. Los contemporáneos de Jesús, incluso sus propios discípulos, pensaban en un mesías que restableciese el honor de Israel y lo librara de la opresión extranjera que padecía. El significado de la persona, de las palabra y las obras del Maestro, de la excelsa dignidad del mesías de Dios, lo descubrirían los apóstoles tan sólo a la luz de los acontecimientos pascuales. Entonces, y una vez recibido el Espíritu Santo, llegaría el momento de proclamar sin equívocos que Jesús es el Cristo, el mesías de Dios.

Jesús entiende su mesianismo de acuerdo a lo anunciado por Isaías sobre el siervo de Yahvé. Ha venido, por tanto, a cumplir en todo la voluntad de Dios. Y ésta es la voluntad de Dios: que el hijo del hombre padezca, muera y resucite. Lucas no dice cómo reaccionaron los discípulos ante semejante programa, pero Marcos nos dice que el mismo Pedro que confesó su fe trató de apartar a Jesús de este camino (Mc 8, 32).

La suerte que Jesús está dispuesto a correr entregando su vida hasta la muerte de cruz, es elevada a norma de conducta de cuantos quieran seguirle como discípulos. Sólo así puede llegar a la gloria de la resurrección, sólo así resucitarán con él los que creen en él. Porque vivir es dar la vida, y retener la propia vida para ponerla a salvo es morir sin remisión.

EUCARISTÍA 1989/29


4.

a) En un primer momento, Cristo quiere obtener una confesión de los Doce sobre su mesianidad. Por boca de Pedro, los apóstoles llegan a confesarla, después de haber descartado las demás hipótesis posibles.

Pero esta mesianidad es equívoca en la medida en que entraña, en el espíritu de los contemporáneos, la idea del restablecimiento del Reino por la violencia y por un juicio de las naciones.

También Cristo impone antes que nada el silencio a los suyos, sugiriéndoles que no habrá mesianidad sino a través de la muerte y la resurrección.

MESIAS/CZ: En un momento dado de su ministerio Jesús ha tomado, pues, conciencia de las modalidades en las que iba a ejercerse su mesianidad y ha hecho compartir esta convicción a los suyos. Se advertirá que esta luz le ha sido dada (v. 18) en el curso de un tiempo de oración. En su deseo de responder lo más perfectamente posible a la voluntad de Dios, Jesús quiere que su mesianidad no tenga nada de político ni de desquite (cf. Mt 8, 4-10), sino que sea toda de dulzura y de perdón. Esta opción no es fácil de tomar ni de mantener. Numerosas oposiciones se dirigen contra Jesús, y este no tarda en darse cuenta de que tal elección le conducirá a la muerte (v. 22).

Cabe imaginarse el drama de conciencia de Cristo: se sabe encargado de cumplir con una vocación mesiánica, entiende que ha de cumplirla en la dulzura y con medios pobres y se da cuenta de que no podrá conducir a buen término su obra al intervenir la muerte antes de su realización. ¿Entonces? Sin duda Dios quiere que sea más allá de la muerte cuando Jesús complete con éxito su misión mesiánica. ¡Dios no le abandonará, sin duda, en la muerte! De esta manera Cristo llega a pensar en su resurrección y a proclamarla (v. 22).

b) Esta meditación de Cristo sobre el más allá de su muerte explica, sin duda, que este pasaje inaugurara primitivamente el discurso eclesiástico (Mt 18): al presentar su muerte Cristo comienza, en efecto, a constituir la comunidad que prolongará su obra. Por esto se preocupa de la fe y de la fidelidad de sus discípulos: Lucas ha condensado en los vv. 23-26 algunas sentencias de Cristo sacadas del discurso apostólico (Mt 10, 33, 38, 39): los discípulos del Mesías no resultarán más favorecidos que el Maestro si permanecen profundamente fieles a su papel mesiánico en el mundo e integran a su misión el sufrimiento y el despojo que le son inherentes.

J/ORACION. Lucas muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3, 21; 6, 12; 9, 29; 11, 1; 22, 31-39). Lucas es, en este caso, el único que menciona la oración de Cristo (v. 18) antes de obtener la profesión de fe de los suyos y de anunciarles su Pasión. Así cabe pensar, como en cada una de las demás circunstancias mencionadas por Lucas, que Jesús reza por el cumplimiento de su misión, cuyos contornos no ve más que en la oscuridad. No basta explicar esta actitud de oración en Jesús por el deseo único de dar ejemplo a sus apóstoles. Jesús no ora simplemente con fines edificantes. Si reza es porque realmente el objeto de su oración no le parece cierto: los teólogos que atribuyen a Jesús un conocimiento perfecto del futuro no pueden dar un contenido real a la oración implorante de Jesús: no se reza para que la ley de la gravedad produzca sus efectos. Si Jesús reza es que el futuro, como es el caso de todo hombre, no está en sus manos, y que la incertidumbre sobre lo que va a pasar reina en su conciencia. La voluntad humana, que es la suya, no tiene en sí misma el poder de realizar su misión; también El pide a Dios luz y ayuda.

La oración de Jesús es, pues, real: significa que El afronta el misterio de la muerte que se perfila en el horizonte de su ministerio en la oscuridad de la conciencia y del saber humanos.

MAERTENS-FRISQUE 5.Pág. 95


5.

Lucas ha terminado la narración de la actividad de Jesús en Galilea y antes de iniciar la narración del viaje a Jerusalén se dirige al grupo de los discípulos y les revela los misterios del reino de Dios. En este contexto y la lectura de hoy es el punto culminante del progreso.

La confesión mesiánica de Pedro viene corregida y desarrollada en la revelación del misterio del sufrimiento del Mesías. A esa revelación se vincula íntimamente el llamamiento a tomar la cruz. El texto habría sido más completo si se hubieran añadido las sentencias siguientes en las que se precisan los riesgos que pueden desfigurar y desvirtuar el seguimiento de Jesús: el afán de ganancias y el miedo a confesar a Jesús, avergonzarse...

Pedro no confiesa sólo a Jesús como Mesías sino como el Mesías de Dios. Al presentarlo así, Lucas, subraya que Jesús está de tal manera subordinado al Padre que, por medio de él y en él, Dios intervienen en la historia de la salvación. Jesús precisa que la mesianidad no se puede entender sin la pasión, muerte y resurrección.

Todos deben acoger la llamada al sufrimiento y el anuncio de las condiciones. Hay una identidad y una continuación entre la vida de Jesús y la del discípulo que le sigue. Como la vida de Jesús también la del discípulo está marcada por la cruz. La disponibilidad en el seguimiento puede llevar a casos límites.

En el momento en que escribe Lucas la persecución ha cesado y el gran peligro de la Iglesia es la sed de bienes temporales y de seguidores que sofocan la fe y conducen a querer pasar desapercibidos para no renovar la persecución y el martirio. Se pregunta explícitamente, ¿quién es Jesús? La respuesta de los discípulos nos da a conocer lo que se pensaba de él. También hoy es oportuno escuchar las respuestas que se dan ante la presencia de Jesús. Hay que replantear la pregunta no para responder en un plan conceptual, sino personal.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986/13


06.

Autor: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez

No sé si a usted le ocurre lo mismo que a mí. Algunas expresiones del Evangelio me han sido difíciles de entender, cuanto más de vivirlas.

Una de ellas es la que el Santo Padre ha propuesto a los jóvenes: “En esta ocasión, deseo invitarles a reflexionar sobre las condiciones que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí – Él dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).

De las tres condiciones que Cristo pone (renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle), la primera me ha creado más dificultades de comprensión.

Parecería que Jesucristo y el mismo Papa no saben mucho de psicología y sociología humana, pues “el hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los intereses y a ponerse como medida de todo”. ¿Cómo, entonces, se les ocurre pedir al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus planes?

En realidad, “Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar”. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en concreto, acoger toda la grandeza de Dios.

Quizá un ejemplo nos ayude a entender este juego verbal entre renunciar y acoger. Cuando unos recién casados me piden bendecir su hogar me muestran, una por una, las dependencias de la casa: el comedor, la cocina -- ¡para que no se le queme la comida!, suelen comentar los maridos --, la sala de estar, la habitación del matrimonio -- me da mucho gusto cuando la preside un crucifijo o una imagen de la Virgen -- y la habitación de los niños. Ésta ordinariamente, como todavía no han llegado los bebés, está llena de todos
los regalos de boda. No falta el comentario de la esposa que se excusa p orque todavía no ha tenido tiempo de revisar todos los presentes recibidos.

Pero, he aquí que llega la cigüeña y es necesario preparar la habitación para el bebé. ¿Qué se hace? ¿Se renuncia a los regalos? ¡Ni mucho menos! El deseo de acoger al primer hijo, plenitud del amor y de la vida de los nuevos esposos, les mueve a buscar lugares en el hogar dónde colocar los regalos de modo ordenado.

El modo de actuar de los primerizos papás es algo parecido a lo que Cristo nos pide. Como la alegría del primer bebé ordena las cosas del hogar, así cuando “el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e importancia”.

”Renunciar a sí mismo - dice el Papa - significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios”. Pero debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de nuestra vida.

Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, como los llama el Santo Padre, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo”.

A la autolimitación del hombre que “valora las cosas de acuerdo al propio interés”, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios, que siempre serán mejores que los nuestros. No se nos quita la capacidad de decid ir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de Dios.

Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para los demás.

En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está invitando a vivir plenamente la vida.