25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
(19-25)
19. I.V.E. 2004
Comentarios Generales
Zacarías 12, 10-11:
Zacarías, profeta posexílica, mantiene en su pueblo las esperanzas Mesiánicas.
En la lectura de hoy se nos presenta la esperada Salvación Mesiánica con unos
rasgos singulares:
- Un diluvio de gracia divina para la Casa Davídica; de esta gracia se hace
participe toda la nación. Se realiza el feliz encuentro de la gracia divina con
la oración del pueblo.
- Lo más singular en esta profecía es que la gracia Mesiánica se relaciona con
la muerte de un Traspasado. La era de la Salvación Mesiánica depende de uno que
muere misteriosamente y entre grandes sufrimientos. Esta muerte tiene algo que
ver con todos los hombres, pues todos miran a este “Traspasado” y todos hacen
por el llanto muy especial. Evidentemente esta profecía esta en la línea de la
del “Siervo de Yahvé” de Isaías. (Is 52, 13, 53, 12).
- San Juan nos avisa como se cumplen en Jesús Crucificado estas profecías de
Zacarías: “Todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: Miraran al que
traspasaron” (Jn 37). Y en el Apocalipsis del dolor y llanto, explosión sincera
de fe y amor al que murió crucificado por amor a todos nosotros; y con su muerte
nos redimió y salvo: “Al que nos amo y rescato de los pecados por su sangre... A
El la gloria por los siglos de los siglos. Amen. He aquí que viene en las nubes;
y le miraran todos los ojos, y los mismos que le traspasaron; se compungirán
dándose golpes de pecho a todas las tribus de la tierra. Cierto. Es así” (Ap
1,7). Evidentemente el Apocalipsis nos quiere señalar el cumplimiento de la
profecía de Zacarías. Y es maravilla ver a las generaciones de todos los siglos
de rodillas ante el Crucificado, fijo en El los ojos. Así el Reino Mesiánico es
un diluvio de gracia de Dios que nos llega por el Traspasado; y es una nación
regio-sacerdotal de orantes y adoradores de Dios; y todo en virtud de la Muerte
del Redentor Crucificado (Zac 10, 10; Ap 1, 7)
Gálatas 3, 26-29:
Prosigue Pablo iluminando la doctrina de la justificación o salvación que
alcanza por la fe en Cristo:
- Esta adhesión vital a Cristo me enriquece tanto, en sentido tan real a la
expresión: “Vivo, mas no yo; es Cristo quien vive en mi” (Gal 2, 20), que puede
decir Pablo: “Todos sois hijos de Dios por la de en Cristo Jesús; pues cuantos
en Cristo habéis sidos bautizados, de Cristo os habéis revestido” (26-27). El
Bautismo es el sacramento de esta fe cristiana. Al decir que me “reviste” de
Cristo no quiere expresar un efecto de mero revestimiento externo; con esta
frase de sabor semita quiere indicarnos la unión vital, intima, entrañable con
Cristo. Unión tan real que me hace a mi hijo de Dios. La fuerte personalidad del
Hijo de Dios puede enriquecernos con su divina filiación no anulando, sino
dignificando nuestra mísera condición.
- Esta adhesión por la fe (Bautismo) a Cristo tiene ecos ilimitados;
individuales y sociales. A todos nos fusiona y unifica en una unidad superior,
que plenifica y dignifica sin anularlos cuantos valores positivos contengan
todas las diferencias y cualidades diversas humanas: “Ya no hay judío o gentil,
siervo o libre, hombre o mujer: Todos sois uno en Cristo”
- Y con esto queda realizado de manera magnifica el plan de Dios: y llegan a
pleno cumplimiento las “promesas”. La salvación no nos llegara por el camino de
la ley. La ley era solo provisional para preparar el advenimiento del Salvador;
no para que ella nos salvara. La Salvación nos la dará Dios del todo gratuita. Y
aun la fe, que es condición para heredar esta Salvación o Promesa, también ella
es gracia y don de Dios.
Lucas 9, 18-24:
El Evangelio nos explica como Dios, sin menoscabo de los derechos de su
justicia, puede darnos a todos nosotros gratuitamente la salvación y perdón de
los pecados. Tenemos un Redentor. Este Redentor Hijo de Dios y Hermano nuestro,
Segundo Adán, nos redime desde dentro como desde dentro nos perdió el primer
Adán. Cristo se hace hombre para redimirnos
- Con ocasión de este despiste de las multitudes, del que están contagiados sus
mismos discípulos (Mt 16, 21-23), les manifiesta cual es el Mesianismo
autentico: el de la cruz.
- La Redención la llevara a cabo El por la cruz; cruz que debemos compartir con
El para ser salvos. Lucas, que es evangelista de la bondad y mansedumbre de
Cristo, es a la vez el que acentúa el sentido de la cruz en el Mesianismo de
Jesús. Aquí nos consigna esta exigencia del Mesianismo. Exigencia ineludible o
infalsificable: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a su mismo, tome su cruz
cada día; y venga conmigo”. “Y esto lo decía a todos”.
- “Salvar almas” es hebraísmo que significa salvar la vida. No se trata de
contraponer alma y cuerpo, sino que la expresión de Jesús contrapone
aprovechando el sentido ambivalente de la palabra, dos planos o dos series
diversas de valores: naturales y sobrenaturales, temporales y eternos. ¿Que
aprovecha entonces ganar los temporales si se pierden los eternos?
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
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DR D. ISIDRO GOMA Y TOMAS
Jesús interroga a sus discípulos (13-15)
Dejó el Señor Betsaida Julias, donde había curado al ciego, y se remontó, a
través de la Gaulanítide, y fue Jesús, con sus discípulos, a la región de
Cesarea de Filipo, visitando las aldeas de aquella comarca. Era Cesarea la
antigua Panias, donde el dios Pan tuvo un templo en una espaciosa gruta que
subsiste todavía, sobre uno de los más copiosos manantiales del Jordán. Filipo
el tetrarca, hijo de Herodes el Grande, ensanchó y embelleció la ciudad y le dio
el nuevo nombre para hacerse grato al César Augusto; se le añadió el del mismo
Filipo para distinguirla de la Cesarea marítima, en el Mediterráneo, entre Jaffa
y el monte Carmelo. Eran gentiles en su mayor parte los habitantes de aquella
región. Que Jesús fundara allí el primado de su Iglesia y se manifestara Hijo de
Dios, tal vez era un presagio de que, rechazado el reino mesiánico por los
judíos, se transfería definitivamente a los pueblos de la gentilidad.
Y aconteció que estando solo orando, se hallaban con él sus discípulos. Separado
de la multitud que probablemente le seguía, a la vera del camino, oraba al Padre
para que iluminara las inteligencias de sus discípulos. Tal vez oraban también
éstos con el Señor. Siguió de nuevo su ruta la comitiva, y en el camino
preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre? Jesús sabe ya lo que de su persona piensan las multitudes; pero su
intención, al proponer solemnemente esta cuestión gravísima, era sin duda
preparar una segunda pregunta que reclamase la definición absoluta y precisa de
su naturaleza y persona.
Y ellos respondieron y dijeron: Unos, que Juan el Bautista... Serían graves y
frecuentes las controversias de la gente sencilla, no pervertida por la malicia
de escribas y fariseos, sobre la personalidad del gran Maestro y Taumaturgo.
Todos le creían un hombre extraordinario, de mayor poder que los antiguos
Profetas, porque parece que era creencia entonces que los Profetas eran más
poderosos cuando resucitaban de lo que lo fueron en anterior etapa (Mt. 14, 2).
Pero imbuido el pueblo en las ideas de la magnificencia y poder terrenal del
Mesías, ninguno le reconocía por tal; y decían los unos que Juan el Bautista,
compartiendo la opinión de Herodes; otros, que Elías, de quien creían muchos
vendría como precursor del Mesías, según la predicción de Malaquías (4, 5); y
otros, que Jeremías, uno de los principales protectores de la nación teocrática
(2 Mac. 15, 13.14), a quien se asemejaba Jesús, por su libertad en reprender a
los conductores del pueblo; o uno de los Profetas antiguos, que resucitó.
Y Jesús, yendo al fondo del pensamiento de los Apóstoles, les dice: Mas
vosotros, acentuando el pronombre y distinguiéndoles de las multitudes,
indicándoles ya con ello que espera de ellos otra respuesta, ¿quién decís que
soy yo? Vosotros, que me conocéis tan bien, que sois testigos de todos mis
milagros y que los obráis por una virtud que os comuniqué, ¿pensáis de mí como
el vulgo?
La confesión de Pedro y su premio (16-20)
Pedro previene la respuesta de los demás, quizás porque los vio vacilantes en su
juicio sobre Jesús. Es la gracia de Dios la que ilumina su mente; y su natural
impetuoso, ayudado de la misma gracia, le hace ser el primero en la confesión;
ya otra vez había sido él solo quien había hablado altamente de Jesús (Ioh. 6,
69.70): Respondió Simón Pedro, y dijo... La definición que de Jesús da Pedro es
llena, precisa, enérgica: Tú eres el Cristo, el Mesías en persona, prometido a
los judíos y ardientemente por ellos esperado. Mas: Tú eres el hijo de Dios, no
en el sentido de una relación moral de santidad o por una filiación adoptiva,
como así eran llamados los santos, sino el Hijo único de Dios según la
naturaleza divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Si el Apóstol no
lo hubiese entendido así, no hubiese necesitado una especial revelación de Dios.
Lo que imprecisamente han insinuado los Apóstoles en otras ocasiones (Mt. 14,
33; Ioh. 1, 49), lo afirma Pedro en forma clara y rotunda. Y el Padre de Jesús
es Dios vivo: vivo porque es vida esencial que esencialmente engendra de toda la
eternidad un Hijo vivo; vivo por oposición a las divinidades muertas del
paganismo. ¿Habló Pedro por cuenta propia o en nombre de sus condiscípulos? La
opinión más común es que habla por sí: Pedro no conocía el secreto de los
corazones de sus compañeros; ni habla en plural, como en Ioh 6, 69.70; Jesús
habla de la revelación particular en que se le han manifestado aquellas
verdades; el premio es también personal.
Y respondiendo Jesús, le dijo, enfáticamente, alabándole y felicitándole con
efusión: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: es bienaventurado porque lo
son los que conocen a Jesucristo, enviado del Padre (Ioh. 17, 3); llámale con el
nombre personal y con el patronímico para dar solemnidad a sus palabras. El
motivo de la felicitación de Jesús es porque no te lo reveló la carne ni la
sangre; no la prudencia, ni la razón humana, ni el lenguaje de los hombres, sino
mi Padre, que está en los cielos: el mismo Dios vivo de quien me has confesado
Hijo y que revela las cosas grandes a los pequeños ('Mt. 11, 25). Esta
aprobación solemne, por parte de Jesús, del juicio de Pedro sobre su persona,
hace que derive a los demás la claridad y la firmeza de la fe del que es
Príncipe de ellos. Así viene a ser como la Cabeza jurídica del Colegio
Apostólico en orden a la fe, y lo será en sus sucesores mientras el mundo dure.
Lecciones morales. — A) v. 13 — ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre? — Pregunta Cristo a sus discípulos, dice Orígenes, para que sepamos, por
las respuestas de los Apóstoles, que había entonces varias opiniones sobre
Jesús, y para que atendamos siempre qué opinión tengan los demás hombres de
nosotros; a fin de que, si algo malo se dice de nosotros, cortemos la ocasión de
ello, y si algo bueno, demos aún más ocasión de decirlo. Y deben también los
discípulos de los Obispos aprender del ejemplo de los Apóstoles a transmitir a
aquéllos cualesquiera opiniones que de los mismos oyeren. Aunque deba andarse
con mucha cautela, para no caer en adulación o en pecado de maledicencia, al
aplicar esta lección del gran Doctor alejandrino.
B) v. 16. —Respondió Simón Pedro... — Cuando se trata de preguntar a los
Apóstoles la opinión de la plebe sobre Jesús, responden todos, y refieren todos
los errores sobre su divina persona. Cuando se trata de preguntar su personal
opinión, dice el Crisóstomo, responde uno solo. Y aunque responda Pedro en
nombre propio y expresando su personal sentir, consienten los demás en su
afirmación. Para que sepamos que la verdad religiosa está solamente en el
Colegio Apostólico y sus sucesores y en los que con ellos viven en unidad de fe;
y que fuera de Pedro y los Apóstoles, representados hoy por el Papa y los
Obispos, pululan en todas las partes los erro-res sobre Jesús.
Jesús predice su pasión. Necesidad de la abnegación:
Explicación. —Después de la estupenda confesión de Pedro; de la clara afirmación
de Jesús, que se llama a sí mismo Hijo de Dios y Mesías; del anuncio de una
Iglesia gloriosa, obra del mismo Jesús; del vaticinio de las magníficas
prerrogativas de Pedro; y cuando humanamente eran de esperar días brillantes
para la predicación del reino de Dios, súbitamente, sin transición, desde
entonces, señala el Señor la tremenda silueta de la cruz por vez primera. La
predicción de su pasión y muerte va naturalmente seguida de una exhortación al
propio renunciamiento.
Jesús anuncia su Pasión, Muerte y Resurrección (31-33))
Ha prohibido Jesús a los Apóstoles anunciar que él era el Mesías: una de las
razones de ello, dada la ideología judía sobre el Mesías, fue sin duda evitar el
escándalo y la decepción, cuando llegue, dentro de pocos meses, la muerte
ignominiosa del Señor. Pero los discípulos deben estar preparados para la
tremenda hora: Jesús comenzó a declararles que convenía que él, en propia
persona, el Hijo del hombre, que acababa de ser confesado Hijo de Dios por 'San
Pedro, fuese a Jerusalén y padeciese muchas cosas; esta frase es la síntesis de
la pasión: convenían los padecimientos, porque eran la condición necesaria para
entrar en su gloria (Lc. 24, 26). Luego especifica Jesús sus sufrimientos:
tendrán lugar en Jerusalén; los jefes de la nación teocrática, los primeros
magistrados del pueblo de Dios, que le rigen en el orden civil y religioso, que
conocen y explican las profecías mesiánicas, la repudiarán: Y que fuese
desechado por los ancianos y por los príncipes de los sacerdotes y por los
escribas. Todos estos poderes, conjurados contra Jesús, llegarán a quitarle la
vida: Y que fuese entregado a la muerte. Pero al tercer día triunfará de todo,
volviendo a la vida. Y que resucitase después de tres días.
El vaticinio era tan terrible como claro: Y decía esto claramente. Pudieron los
Apóstoles presagiar los dolores de Jesús de algunos hechos singulares: de la
humanidad con que aparecía, de la muerte del Precursor, del propósito de sus
enemigos de perderle, del anuncio de la repetición del milagro de Jonás. Pero
todo ello fue ineficaz para sugerir la idea de la muerte de Jesús, porque en el
Mesías todo debía ser glorioso. Ahora ya no habrá dudas: el anuncio es
categórico, sin ambages, ni metáforas.
Necesidad de la abnegación cristiana (34-39)
La escena anterior se había desarrollado sólo entre Jesús y los Apóstoles; las
turbas, que habían reconocido a Jesús, seguiríanle a corta distancia, y estarían
retenidas por el natural respeto a una conversación íntima. Entonces llama Jesús
a la muchedumbre, que se junta a los discípulos: Y convocando al pueblo, con sus
discípulos...; y dándoles una lección que brota naturalmente del anuncio de sus
padecimientos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo. Seguir a Jesús es imitarle: el discípulo debe hacer lo que el Maestro le
enseña. Negarse uno a sí mismo es desertar de sí mismo, de sus quereres, de los
afectos e inclinaciones de su amor propio. Y tome su cruz: la locución es
figurada; por la cruz, suplicio vulgarizado ya en la Palestina por los romanos,
debieron entender los oyentes de Jesús las humillaciones, las afrentas, los
tormentos, la misma muerte, si así lo exige el seguimiento de Jesús, por la cruz
representados; la cruz debe tomarse siempre, cuando Dios la envíe, cuando la
vida cristiana lo exija, y bien sabemos que frecuentísimamente lo exige: cada
día. Y sígame: no basta llevar la cruz, porque las miserias de la vida pesan
sobre todos, cristianos y paganos; se debe tomar por Cristo y con espíritu de
imitación de Cristo.
Y da Jesús de ello una razón gravísima, que toca a la misma consecución, nuestro
fin último: Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; morirá
eternamente quien no esté dispuesto a abnegarse hasta dar la vida por Cristo, si
fuere necesario. En cambio, logrará eterna vida quien muriere, o estuviere
aparejado a morir por Cristo o por su Evangelio, en su predicación, en su
defensa: Mas el que perdiere su vida por mí y por el Evangelio, la salvará, la
hallará.
Otra razón para abnegarse y seguir a Cristo es la insignificancia que representa
el conservar la propia vida, y aun ser dueño de todo el mundo, siguiendo las
naturales concupiscencias, ante la definitiva desgracia de perder el alma:
Porque, ¿qué aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma, si se
pierde a sí mismo? Y se confirma con otra razón: si el hombre tuviese más de un
alma, o pudiese rescatar la única que tiene, en el caso de perderla, aún podría
vacilar en abnegarse por Cristo; pero no es así o ¿qué dará el hombre a cambio
de su alma?
Lecciones morales. — A) v. 31. Comenzó a declararles que convenía que el Hijo
del hombre padeciese muchas cosas... —Se lo declara inmediatamente después de
haberles declarado su divinidad v de haberles dejado entrever la gloria de su
reino, en la tierra y en los cielos. Para que comprendieran que el sufrimiento
es ley fundamental del Cristianismo, y que para llegar a la fruición de la
divinidad es preciso sorber antes las aguas amargas del dolor. El mismo Hijo de
Dios quiso se cumpliera terriblemente en sí esta ley; no podrán sus discípulos
escalar las alturas de la felicidad eterna sin antes salvar los durísimos
caminos que a ella conducen.
c) v. 34. — Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... —Aun
ahonda más Jesús en la psicología humana y en la vida cristiana. El dolor choca
y repugna naturalmente al hombre, que le considera como un adversario; en
cambio, el placer está como consubstanciado con nosotros, a lo menos con
nuestros anhelos. Pues bien: Jesús quiere que el hombre salga, por decirlo así,
de sí mismo, y se incorpore al dolor; que se niegue, es decir, que rompa con sus
propios instintos ; que se considere a sí mismo como un adversario y se
reconcilie y se abrace con su natural adversario, el dolor: «Y tome su cruz, y
sígame...» Equivale esta doctrina a la que expresa aquella otra sentencia de
Jesús: «Si alguien ama a su propia alma, la perderá» (Ioh. 12, 25).
D) v. 37.7 — ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma?—Así como si un hombre
tuviese dos vidas podría dar una para conquistar todo el mundo si pudiese,
porque con la otra podría gozar el fruto de su conquista, así si tuviese el
hombre dos almas, podría gozar perdiendo una, porque le quedaría otra aún para
gozar o para res-catarla. Pero no es así: si a cambio de la vida gana el hombre
todo un mundo, es un infeliz, porque no puede gozarlo; de igual manera, si
satisfaciendo sus inclinaciones pierde su alma, es asimismo un infeliz para
siempre, porque no tiene otra para gozar, ni para rescatarse de su infelicidad.
(Dr. D. Isidro Goma y Tomas, El Evangelio explicado, Ed. Acervo, Barcelona,
1967, pp. 35 - 45)
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P. Juan de Maldonado, s. i.
Confesión de San Pedro y gran privilegio
En las partes de Cesarea de Filipo. Nadie ignora que hubo dos Cesareas. Una
antigua, que antes se llamaba Torre de Estratón, ampliada por el rey Herodes, y
adornada con construcciones magníficas, y denominada luego Cesarea para ganarse
la gracia de Augusto, según nos informan Josefo y Jerónimo. Hallábase situada,
dicen ambos escritores, en la costa del Mediterráneo entre Dora y Jope. Otra más
reciente existió en la Fenicia, al pie del monte Líbano, en el nacimiento del
río Jordán, que primero se nombró Paneas, y que Filipo, hijo de Herodes el
Grande y tetrarca de la Traconítide amplió y adornó en honor de Tiberio César, y
la apellidó Cesarea. Luego el rey Agripa, para adular a Nerón, la llamó
Neroníades, según nos cuenta Josefo. Observa Jerónimo que ahora se dice Banias
otra vez, no porque el santo desconociese esta historia, sino porque
probablemente en su tiempo, olvidado el nombre adulatorio y pegadizo de Cesarea,
volvió otra vez a denominarse a la antigua usanza. Llamábase también Cesarea de
Filipo, del príncipe que la había reconstruido y para distinguirla de la otra
Cesarea de Herodes.
Y preguntaba a sus discípulos. Marcos (8, 27) dice que fue en el camino. Lucas
(9, 18) añade que cuando estaba solo orando. Eutimio concuerda a los dos,
sugiriendo que hacía las dos cosas alternativamente, caminar y orar, lo cual es
verdad; pero no puede serlo que al mismo tiempo orase y preguntase a los
discípulos y llevase con ellos uno conversación larga y variada. Es más probable
la escena tal como la concibe San Agustín: en el camino, antes de que llegasen
al punto donde pensaban detenerse, debió de retirarse Cristo a algún lugar
apartado para hacer oración. Y acabada ésta y continuando el camino, preguntó a
los discípulos qué decían de él los hombres. Por lo tanto, la frase de Lucas:
cuando oraba solo, interpretamos, después de haber orado solo, como nosotros los
españoles solemos decir con semejante idiotismo: en haciendo la oración, que
parece ser al mismo tiempo y es después que se tuvo la oración. Tal vez sea
hebraísmo, y la partícula en significa lo mismo que después; v. gr.: En
convirtiendo el Señor la cautividad de Sión (Salm. 125, 1), esto es, después de
haber convertido el Señor la cautividad de Sión, o habiendo convertido, etc. Lo
mismo significa esta frase: estando solo orando, no hay pues duda que debe
interpretarse: después de haber orado, y así la traducimos.
Quién dicen. Muchos códices latinos y griegos dicen: ¿Quién dicen los hombres
que soy yo, el Hijo del hombre?
Porque existen tres lecciones. Primera: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre? Segunda: ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre?
Tercera: ¿Quién dicen los hombres que soy? De la primera manera lo leen todos
los códices latinos y todos los autores. De la segunda manera lo leen Epifanio,
Teofilacto y, según parece, también Hilario. De la tercera manera, Crisóstomo.
No dudo que la primera lección, que es la vulgar y corriente, es la mejor. Y
paréceme muy acertada la conjetura de los que piensan que primero estaba escrito
así en el original: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Luego,
algún lector debió de poner en el margen, con el fin de subrayar que se trataba
de Cristo, el inciso: que soy yo. Más adelante otro copista creyó sin duda que
la nota era una corrección y la incluyó en el texto; el cual se empezó a leer
así: “¿Quién dicen los hombres que soy yo, el Hijo del hombre; y, por fin, hubo
quien pensara que sobraba una de las dos indicaciones, borró lo de Hijo del
hombre, frase obscura, y dejó que soy yo, anotación más clara.
Bien sé cómo muchos de los que leen ambas cosas suelen interpretar el pasaje:
sin interrogación y por aposición, o con interrogación, de esta manera: “¿Quién
dicen los hombres que soy yo? ¿El Hijo del hombre?” Ambas cosas me parecen a mí
absurdas; pero la segunda más que la primera. No suele Cristo llamarse el Hijo
del hombre por honra, sino por humildad, de la manera que nosotros hablamos de
nosotros mismos por tercera persona.
De lo cual hay tantos ejemplos como veces se nombra Hijo del hombre en el
Evangelio. También parece que se ha de notar aquí una antítesis: ¿qué dicen los
hombres que es el Hijo del hombre? Pedro responde: Tú eres el Hijo del Dios
vivo. Luego no se pudo omitir lo de Hijo del hombre en la pregunta, para poder
conservar la antítesis en la respuesta. No parece sino que Cristo con toda
intención se daba a sí mismo la humilde, despreciable apelación de Hijo del
hombre, con el fin de explorar la fe de los apóstoles y darles ocasión de decir
libremente lo que sentían, aunque ello no excediera los límites de lo que podía
sugerirles la santa Humanidad. Por lo cual juzgo inadmisible la observación del
hereje que traduce el artículo con que el texto griego da énfasis particular a
Hijo del hombre de esta manera: “¿Quién dicen los hombres que es aquel Hijo del
hombre?” Porque no fue por aludir al Hijo del hombre de la profecía por lo que
tomó Cristo semejante apelación, sino con el fin opuesto, para humillarse más y
esperar, como si dijéramos, pecho por tierra su sentencia. Por eso se llamó Hijo
del hombre.
Los hombres. El vulgo, hebraísmo ya conocido, que hemos explicado, y Lucas mismo
explica. Porque, en lugar de la frase tal como la trae Mateo, pone Lucas (9,
18): ¿Quién dicen las turbas que soy yo? Lo cual no es oponer el tercer
evangelista al primero: éste nos da las palabras, y aquel su sentido y
explicación.
Unos que Juan el Bautista. Ya hemos explicado más arriba la razón de estas
murmuraciones de las turbas. Algunos se hacen eco de lo que dice José-ben-Gorion:
que Jeremías ha de venir al fin del mundo; todo ello es apócrifo, como cuanto
dice el fantástico autor.
Pero vosotros, ¿ quién decís que soy yo? Antítesis bien clara: Pero vosotros.
Piensa Jerónimo que Cristo opone aquí los apóstoles a los demás hombres, como si
fuesen ellos más que hombres. Dice: “Prudente lector, considera que, de lo que
se sigue y contexto de la frase, los apóstoles vienen a ser llamados más que
hombres, dioses. Pues después de haber dicho Cristo: Qué dicen los HOMBRES...,
añade: Y VOSOTROS...” No creo yo que Cristo ponga a los apóstoles en categoría
de dioses, sino que los trata como a personas distinguidas, en oposición al
vulgo, según notó el Crisóstomo: “Vosotros que estáis siempre conmigo, que me
habéis visto hacer maravillas, que en mi nombre también vosotros habéis hecho
milagros, ¿quién decís que soy yo?”.
Responde Pedro. ¿Por qué respondió Pedro y no otro ninguno? Explícanlo de
diversa manera los autores, y con muchas razones. Una, que Pedro era el primero
de todos, como dice el Crisóstomo; otra, porque era de más ardiente fe, según
Jerónimo e Hilario; otra, porque era el portavoz de los demás, que hablaba en
nombre de todos, como afirman el Crisóstomo y Agustín. También en Jn. 6, 68,
cuando Cristo dice a los apóstoles: ¿Y vosotros queréis también iros?, Pedro es
asimismo el que responde. Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna. Pero en este lugar, ¿habló por los demás o sólo por sí? Ya lo diremos en
el versículo 18.
Tú eres el Hijo de Dios vivo. Llámale tal plenamente no por adopción, sino por
naturaleza. De la primera manera todos confesaban que era hijo de Dios, porque
todos reconocían en él al varón justo y profeta. Certísimo argumento es que
Pedro llamó a Cristo hijo de Dios por naturaleza, cuando lo contrapone a Juan,
Elías, Jeremías y los profetas, que fueron, claro está, hijos de Dios por
adopción. Luego con toda razón sacaron los antiguos de este texto un argumento a
favor de la divinidad de Cristo, como Hilario y Atanasio.
Vivo. Llama a Dios vivo según la costumbre de las Escrituras, para distinguirle
de los ídolos, que son cosas muertas, como piensan Jerónimo, Beda y Eutimio.
Pero notó rectamente Teofilacto que la palabra griega hijo lleva su artículo
para designar al hijo único por naturaleza, y no a otro hijo cualquiera.
Que a nadie lo dijeran. Por qué Cristo tantas veces manda que no se divulgue lo
que hace, a pesar de que probaban sus milagros que era Dios, ya lo dijimos. Por
qué lo prohibió en esta ocasión, nos lo advierten Marcos (8, 30-31), Lucas (9,
22) y el mismo Mateo en el verso siguiente. Todos tres evangelistas cuentan que,
apenas Cristo fue confesado por Pedro como hijo de Dios vivo, empezó a decirles
que había de padecer y morir en Jerusalén; de la cual revelación se deduce que
por eso no quiso que los apóstoles divulgaran su divinidad, no fuera que quienes
lo oyesen y creyesen, si luego le vieran morir, ofendidos por la flaqueza de su
carne, perdieran la fe. Algunos, en efecto, viéndole pendiente en la cruz,
porque le habían oído llamar hijo de Dios, le decían: Si eres Hijo de Dios, baja
de la cruz (Mt. 27, 40). No quiso Cristo que lo que a su muerte sucedió a unos
pocos pasara a todos. Esta razón traen Crisóstomo, Jerónimo y Beda.
A los discípulos. Lucas escribe: Decía, pues, a todos (9, 23); y Marcos (8, 34):
Convocada la turba con los discípulos, les dijo, etc. Esta disensión de los
evangelistas la explico yo de dos maneras: o que Cristo, presentes las turbas, y
como llamando testigos, dijo esto para solos los apóstoles, o que, diciéndolo
principalmente a los apóstoles, la turba que estaba presente creyera que se lo
decía a ella.
Si alguno quiere. Con razón Crisóstomo, Eutimio y Teofilacto advirtieron que con
estas palabras se confirma la existencia del libre albedrío.
Niéguese a sí mismo. En qué consista semejante negación lo explican de diversas
maneras los autores. Jerónimo, Beda y Gregorio creen que no es otra cosa que
desnudarse del hombre viejo y vestirse del nuevo. “Entonces -dice Beda- nos
negamos a nosotros mismos cuando evitamos lo que por vejez fuimos e insistimos
en lo que por nueva vida somos llamados”. Pero es manifiesto que aquí no se
trata de costumbres, sino de morir, como en el versículo 25 se declara: Quien
quisiere salvar su alma, la perderá; pero el que perdiere su alma por mí, la
salvará. Mucho mejor lo explica Crisóstomo cuando dice que se entenderá bien lo
que es negarnos cuando sepamos qué es negar a los demás. Negar a los demás es
despreciarlos, no tener cuenta de ellos, no cuidarlos, no apreciar su vida en un
maravedí. Esto mismo es negarse a si mismo: no tener cuenta ninguna con la vida
y, cuando sea preciso, despreciarla por Cristo. Dice a sí mismo, esto es, no el
alma, sino la vida del cuerpo, que conviene despreciar para que el alma viva,
porque el que quisiere salvar su alma, esto es, su vida, la perderá, esto es, la
vida del alma (10, 38-39).
Pero padezca detrimento en su alma. —Esto es, perdiere su alma, es una metáfora
tomada de los tribunales. Como si uno pleitease sobre una gran herencia y su
vida al mismo tiempo: nada ganaría con conseguir la herencia si perdiera la
vida.
(P. Juan de Maldonado, Comentarios a San Mateo, BAC, Madrid, 1950, pp. 577-602)
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San Ambrosio
Lucas 9, 18-24
"Tu eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho..."
Todo el amor redentor del Corazón de Cristo Jesús hacia nosotros se convirtió en
una constante obsesión por el misterio de la Cruz. Su pasión fue el sello
misterioso de su condición de verdadero Mesías y el aval del amor infinito que
nos tiene.-
San Ambrosio explica:
Pedro no ha seguido el juicio del pueblo, sino que ha expresado el suyo propio
al decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.-
El que es, es siempre, no ha comenzado a ser, ni dejará de ser.-
La bondad de Cristo es grande porque casi todos sus nombres los ha dado a sus
discípulos...
Cristo es piedra -pues bebían de la roca que los seguía, y "la roca es
Cristo..."(1Cor 10,4)-, y Él tampoco ha rehusado la gracia de este nombre a su
discípulo, de tal forma que él es también Pedro, para que tenga de la piedra la
solidez constante, la firmeza de la fe.-
Esfuérzate también tú en ser piedra. Y así, no busques la piedra fuera de ti,
sino dentro de ti.-
Tu piedra es tu acción; tu piedra es tu espíritu..-
Sobre esta piedra se edifique tu casa, para que ninguna borrasca de los malos
espíritus pueda tirarla.-
Tu piedra es la fe; la fe es el fundamento de la Iglesia. Si eres piedra estarás
en la Iglesia, porque la Iglesia está fundada sobre piedra.-
Si estás en la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán sobre ti: las
puertas del infierno son las puertas de la muerte y las puertas de la muerte no
pueden ser las puertas de la Iglesia...
El Hijo del Hombre ha de padecer mucho...
Tal vez el Señor ha añadido esto porque sabía que sus discípulos difícilmente
habían de creer en su pasión y en su resurrección.-
Por eso ha preferido afirmar Él mismo su pasión y su resurrección, para que
naciese la fe del hecho y no la discordia del anuncio.-
Luego Cristo no ha querido glorificarse, sino que ha querido aparecer sin gloria
para padecer el sufrimiento; y tú, que has nacido sin gloria, ¿quieres
glorificarte?
Por el camino que ha recorrido Cristo es por donde tú has de caminar.-
Esto es reconocerle, esto es imitarle en la ignominia y en la buena fama (2 Cor
6,8), para que te gloríes en la cruz como Él mismo se ha gloriado...
Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VI, 97-98 y 100
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Juan Pablo II
Cristo Mesías
La Iglesia no cesa de escuchar sus palabras, vuelve a leerlas continuamente,
reconstruye con la máxima devoción todo detalle particular de su vida. Estas
palabras son escuchadas también por los no cristianos. La vida de Cristo habla
al mismo tiempo a tantos hombres que no están aún en condiciones de repetir con
Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". El, Hijo de Dios vivo, habla a
los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su
fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en la
cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. La
Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en la cruz y su resurrección que
constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por
mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la
Eucaristía, encontrando en ella la "fuente de la vida y de la santidad", el
signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida
eterna. La Iglesia vive su misterio, lo alcanza sin cansarse nunca y busca
continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al
género humano: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van
sucediendo, a todo hombre en particular, como si repitiese siempre, a ejemplo
del Apóstol, "que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a
Jesucristo, y éste crucificado". La Iglesia permanece en la esfera del misterio
de la Redención, que ha llegado a ser precisamente el principio fundamental de
su vida y de su misión. (Redemptor Hominis 2,7).
Las diversas formas del «mandato misionero» tienen puntos comunes y también
acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas
las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los
Apóstoles: «A todas las gentes» (Mt 28, 19); «por todo el mundo ... a toda la
creación» (Mc 16, 15); «a todas las naciones» (Hch 1, 8). En segundo lugar, la
certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que
recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la
presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: «Ellos salieron a
predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos» (Mc 16, 20).
En cuanto a las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la
misión como procla- mación o Kerigma: «Proclaman la Buena Nueva» (Mc 16, 15).
Objetivo del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de
Pedro: «Tú eres el Cristo» (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión romano
delante de Jesús muerto en la cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios» (Mc 15, 39). En Mateo el acento misional está puesto en la fundación de la
Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él, pues, este mandato
pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser completada por una
específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En Lucas, la misión se
presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Hch 1, 8), cuyo objeto ante todo es la
resurrección (cf. Hch 1, 22). El misionero es invitado a creer en la fuerza
transformadora del Evangelio y a anunciar lo que tan bien describe Lucas, a
saber, la conversión al amor y a la misericordia de Dios, la experiencia de una
liberación total hasta la raíz de todo mal, el pecado. (Redemptoris Missio 3,
23).
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Catecismo de la Iglesia Católica
Cristo Mesías
436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere
decir "ungido". Pasa a ser nombre propio de Jesús porque El cumple perfectamente
la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en
el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían
recibido de El. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y,
excepcionalmente, de los profetas. Este debía ser por excelencia el caso del
Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías
debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, y
también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su
triple función de sacerdote, profeta y rey.
437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías
prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que
es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha
santificado y enviado al mundo" (Jn 10,36), concebido como "santo" (Lc 1,35) en
el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María
su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt
1,20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la
descendencia mesiánica de David (Mt 1,16).
438 La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra
parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo
está sobreentendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma
con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre, El que ha sido ungido,
es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción". Su eterna
consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el
momento de su bautismo, por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y
con poder" (Hch 10,38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1,31) como
su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios"
(Mc 1,24; Jn 6,69; Hch 3,14).
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza
reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David"
prometido por Dios a Israel. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía
derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo
comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política.
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico
contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del
Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3,13), a la vez que en su misión redentora
como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28). Por esta razón, el
verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la
Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser
proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la
casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado" (Hch 2,36).
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EJEMPLOS PREDICABLES
Un santo abrazado a la cruz
«Hubo un momento en que aquel hombre, cuya alma era no ascua, se creyó
arrebatado por todas las tempestades del odio. Pablo de la Cruz pudo creerse
muchas veces en su vida entregado al poder de las tinieblas. Tuvo grandes
consuelos; aquel, por ejemplo, en que, según cuentan sus biógrafos, el brazo de
Cristo se desclavó para abrazarle y acercarle a la herida de su corazón; pero
siempre fueron pasajeros. Lo permanente en su vida son la aridez, la oscuridad,
la lucha, la incertidumbre. Para los demonios era como un juguete: lo agotaban,
lo arrastraban, le estorbaban de mil maneras en medio de sus trabajos y
oraciones, y después de estas visitas, que se repetían diariamente, el santo
quedaba lívido, llagado, magullado. Pero hay otro tormento más terrible: es la
prueba que viene de Dios, la pena del abandono. Ese Dios buscado con gemidos
inenarrables, se ha retirado, se ha escondido. Ni se le ve en el alma ni se le
siente en el corazón. No hay paz, ni luz, ni amor sólo una noche profunda y un
silencio de muerte. Esta es la angustia de Pablo, ésta su agonía suprema. Ante
sus ojos horrorizados se abre el abismo de la blasfemia y de la desesperación;
se siente empujado al suicidio, le viene la idea de tirarse por la ventana, y
una voz machacona le dice sin cesar: Estás condenado. «Hasta en el sueño me
persigue la tormenta—escribía—, me despierto temblando, y años hace que me
encuentro a menudo en este estado. Una cruz terrible pesa sobre mí. La comparo
al granizo, que lo destroza todo. Soy como un pobre náufrago asido a una tabla
cada ola, cada empuje del viento le llena de terror, y ya se ve sumergido. Soy
como un miserable condenado a la horca su corazón palpita y se estremece bajo el
peso de continuas angustias. ¡Oh terrible espera! Cada momento es para él el que
le va a llevar al suplicio. Así está mi alma». ¡Cosa extraña! En estos momentos
de avidez es cuando salían de aquel corazón los acentos más vivos de amor y de
ternura, y, llegando hasta amar el suplicio, exclamaba «Hacéis muy bien en huir,
¡Oh Dios!; pero yo os seguiré y os perseguiré mientras me quede un hálito de
vida».
(Verbum Vitae, t. II, BAC, Madrid, 1954, p. 1198)
20.
Comentario: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell (Agullana-Girona,
España)
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos sitúa ante una pregunta clave, fundamental. De
su respuesta depende nuestra vida: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc
9,20). Pedro responde en nombre de todos: «El Cristo de Dios». ¿Cuál es nuestra
respuesta? ¿Conocemos suficientemente a Jesús como para poder responder? La
oración, la lectura del Evangelio, la vida sacramental y la Iglesia son fuentes
inseparables que nos llevan a conocerle y a “vivirlo”. Hasta que no seamos
capaces de responder con Pedro con todo el corazón y con la misma sencillez...,
seguramente todavía no nos habremos dejado transformar por Él. Hemos de
conseguir sentir como Pedro, ¡hemos de lograr sentir como la Iglesia para poder
responder de manera satisfactoria a la pregunta de Jesús!
Pero el Evangelio de hoy acaba con una exhortación a seguir al Señor desde la
humildad, desde la negación y la cruz. Seguir a Jesús de esta manera sólo puede
dar salvación, libertad. «Lo que sucede con el oro puro, también sucede con la
Iglesia; esto es, que cuando pasa por el fuego, no experimenta ningún mal; más
bien lo contrario, su esplendor aumenta» (San Ambrosio). Ni la contrariedad, ni
la persecución por causa del Reino, nos han de dar miedo, más bien nos han de
ser motivo de esperanza e, incluso, de alegría. Dar la vida por Cristo no es
perderla, es ganarla para toda la eternidad. Jesús nos pide que nos humillemos
totalmente por fidelidad al Evangelio, quiere que, libremente, le demos toda
nuestra existencia. ¡Vale la pena dar la vida por el Reino!
Seguir, imitar, vivir la vida de la gracia, en definitiva, permanecer en Dios es
el objetivo de nuestra vida cristiana: «Dios se hizo hombre para que imitando el
ejemplo de un hombre, cosa posible, lleguemos a Dios, cosa que antes era
imposible» (San Agustín). ¡Que Dios, con la fuerza del su Espíritu Santo, nos
ayude a ello!
21. 20 de junio de 2004
MIRARAN AL QUE TRASPASARON
1."Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?", oyó Pablo, camino de Damasco: "Soy
Jesús, a quien tu persigues" (Hech 9,4). Saulo perseguía ferozmente a los
discipulos de Jesús, y Jesús se identificaba con ellos: Eran su cuerpo.
Perseguir a los miembros es perseguir a la Cabeza, Cristo.
2. Pero antes de Jesús, Yavé según Zacarías, ya se había atribuído la
transfixión: el pecado en su doble dimensión: contra él y contra sus ungidos,
sus fieles, sus amadores, le atribulaba y le traspasaba: "Me mirarán a mí, a
quien traspasaron” , como lo había profetizado Isaías, 53,5: “Fue traspasado por
nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. La profecía de Zacarías
tiene su pleno cumplimiento en Cristo crucificado, con el corazón atravesado por
la lanza y herido en sus manos y pies; y por esas llagas, el Señor derramará
sobre la dinastía de David un espíritu de consuelo y arrepentimiento, como lo
confirma Pedro, en su 1ª carta 2,24: “Sus llagas os han curado”. La Carta a los
Hebreos considera que el pecado es una crucifixión renovada: "Crucifican otra
vez al Hijo del Hombre en sí mismos" (6,6). "Llorarán como se llora al hijo
primogénito". Mas no basta llorar, porque el llanto humano no puede purificar
sus conciencias del pecado. ¿Pues, qué?: "Aquel día manará una fuente para que
en ella puedan lavar su pecado y su impureza" Zacarías,13,1. De las llagas de
Jesús nace la Iglesia y manan los sacramentos y la gracia, fuentes de agua viva
que curan y otorgan al mundo la amistad con Dios y la vida eterna. Como la
fuerza de la gracia de Dios sólo la resiste la obcecación y la ceguera
espiritual, si se arrepienten de su inmenso pecado, su misericordia infinita les
perdonará.
3. A Jerusalén camina Jesús, a que le crucifiquen, le descoyunten, le destrocen
los pies y las manos y le hieran su costado, para merecer el arrepentimiento y
el perdón a los hombres, que tienen el alma reseca como tierra yerma; el corazón
duro, encerrado en sus límites estrechos, enroscado en el caparazón de su
egocentrismo, en su coraza inmisericorde. No tienen amor, no tienen virtud,
carecen de mansedumbre; por eso les voy a infundir el fruto de mi Espíritu:
"amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez,
dominio de sí" (Gal 5,22).
4. Aunque la inmensa mayoría lo ignore, la humanidad está sedienta de la gracia
y de la misericordia de Dios: "Mi carne tiene ansia de tí, como tierra reseca,
agostada, sin agua". Pero ya tiene donde apagar su sed de trascendencia: "Me
saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos" Salmo
62, por la dulzura del agua de la fuente de tus llagas "Hemos sacado aguas con
gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3),.
5. Jesús quiso saber lo que pensaba de él la gente, lo que decían de su
identidad. Y quiso conocer también, la opinión de sus discípulos. Conocemos ya
qué pensaba la gente del Mesías, ellos también: luchador, conquistador,
triunfador, a lo sumo, un profeta. Pedro, en nombre de todos, confesó que era el
Mesías. Y no era poco, aunque no era adecuada la confesión. Para los judíos, el
Mesías era la esperanza de su pueblo porque sería el conquistador de todos los
pueblos que les habían dominado a ellos, y el vengador de todas las injusticias
y expolios que habían soportado, aunque dotado de un marcado espíritu religioso.
Así pensaban los esenios de Qumram, donde se ha encontrado un papiro titulado
“Reglas de la guerra” en la que se detallan las maniobras militares de la
batalla final. Así también los discípulos, en tardío ambiente prepascual. Pero
Jesús ha anunciado que va a padecer mucho, que va a triunfar como el Siervo de
Yave que describe Isaías. Sólo después de la Pascua, Pedro confesará y pregonará
al Mesías que ha muerto colgado de un madero, a quien el Señor ha resucitado,
que está sentado a su derecha y que ha sido constituído Señor y Juez de la
historia (Hch 2,22). Pero para llegar a ser Señor y Juez de la Historia, el que
era Alfa y Omega, el Hijo de Dios encarnado, tenía que padecer mucho. No es un
superhombre, sino un hombre ante quien se vuelve el rostro, que por obediente,
será exaltado.
6. Pedro y los demás discípulos tenían que madurar mucho hasta poder asimilar la
profecía de Jesús: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado
por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al
tercer día" Lucas 9,18. Ha habido tiempos en que representar algo en la Iglesia,
era sinónimo de privilegio y de ascenso en el escalafón y de poder. Y a ello no
pocos aspiraban. Cristo era un escalón y puede seguir ocurriendo, no sólo en la
jerarquía, sino también en organizaciones numerosas, más, cuanto más
prestigiosas y numerosas. Todo es causa de desprestigio y desfiguración y
esterilidad del evangelio. También en lo social y político ha existido el
mesianismo. El marxismo lo fue, tras el paraiso del proletariado, vencedor del
capital. También lo fue el nazismo, eliminando las razas consideradas espúreas,
en busca de la super-raza. Para el nazismo, Hitler era el mesías, como lo es
Castro para los de aquella isla. Y no quiero seguir; sólo diré que el Papa ha
definido los nacionalismos exasperados como la idolatría actual.
7. Por eso, urge que también nosotros nos formulemos la pregunta de Jesús: Para
mí, ¿quién es Jesús? Los teólogos de todos los tiempos han inquirido la
identidad de Jesús. La Iglesia nos enseña unas cuantas verdades inmutables sobre
su naturaleza divina y humana, y sobre su Persona. Pero para llegar a su
conocimiento más íntimo y pleno, es necesario toda una vida de contemplación de
esa maravilla estupenda de amor que el Padre nos ha entregado por pura gracia. Y
no bastará una vida, ni todas las vidas y todos los corazones del mundo, que han
existido, existen y existirán, si no nos lo revela el Padre, y el auxilio de su
Madre Santísima, pues "hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una
abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les
hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de riquezas
acá y allá" (San Juan de la Cruz).
8. El camino mejor y más seguro para prepararnos a ir conociendo a Cristo es
asociarnos a su cruz, llevarla con paz cada día y seguirle con abnegación. El
seguimiento es causa de conocimiento, como el mayor conocimiento, conduce a
seguirle con mayor fidelidad, aun en medio de la noche del sufrimiento y a
través de la muerte. Porque el conocimiento engendra amor. El amor que nos ha
traído hoy a celebrar y cantar su amor escuchando decir al Maestro: "El que
quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga
conmigo".
9 "Cargar la cruz", es escuchar el mensaje del Reino, imitar al Maestro y seguir
su ejemplo hasta el fin: ofrecer siempre el perdón, amar sin límites, vivir
abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque esto signifique riesgo
de muerte; es aceptar vivir en el mundo que vivimos, lleno de envidias y
rencores, de competición y de empujones para subir más alto y de pisotones para
que no se llegue, y de tirones de chaqueta para que no se suba. Es aceptarse uno
a sí mismo, con sus defectos y limitaciones.
10 "Para entrar en las riquezas de su sabiduría la puerta es la cruz, que es
angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; mas desear los deleites a que se
viene por ella es de muchos" (Ib Canción 36,13).
11 Con el corazón abierto a la acción de gracias por todos sus dones,
acerquémonos todos al altar a inmolar nuestro viejo hombre con Cristo para poder
recibir con fruto de vida eterna su sacramento de amor.
JESUS MARTI BALLESTER
22. ¿QUIEN ES JESÚS?
San Marcos abre el Evangelio con una definición rotunda de Jesús: "Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios"
Después, para despertar el interés de los lectores, va manteniendo una constante
interrogante sobre su persona: ¿Que doctrina es ésta, dicha con tal autoridad?
¿De dónde le viene tal sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es éste el
hijo de José el carpintero? ¿Por que come y bebe con los pecadores y publicanos?
¿Quien es éste para perdonar pecados? ¿Quien es éste que hasta los vientos y el
mar le obedecen?...
Era el rumor que había en torno a su persona. Para unos era un blasfemo, un
endemoniado. Para otros un Profeta, enviado por Dios.
¿QUIEN DICE LA GENTE QUE SOY YO?
Esta es la pregunta de hoy. Los Apóstoles le dicen la impresión de la calle. La
gente lo tiene por uno de los grandes Profetas: Elías, Jeremías o el Bautista.
Les pregunta Jesús sobre lo que piensan ellos y Pedro hace su confesión de fe:
"Tú eres el Mesías"
Era clara la afirmación. Pero para evitar equívocos y que no creyeran que Jesús
era el Mesías de las esperanzas judías. alguien fuerte que devolviera el poder y
el esplendor al pueblo judío. Les anuncia el camino que le espera: "El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho... ser ejecutado y resucitar..."
Pedro, que un momento antes le ha reconocido como el Mesías, y que no le
comprende, se opone tajante.
Y con severidad Jesús le reprende, anuncia esta senda de cruz para todos sus
seguidores. "El que quiera venirse conmigo... que cargue con su cruz y me siga"
Más allá de lo que la gente piense o de lo que deseen los Apóstoles, Jesús es el
que es: el Hijo de Dios que nos va a salvar, no precisamente por un camino de
rosas, victorioso siempre, sino por la senda trillada de la fidelidad a Dios.
que esconde la cruz en muchos momentos.
¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?
Esta es la pregunta. Y no la vamos a contestar con el catecismo abierto, ni con
ningún libro de Cristo logia.
La pregunta es profunda y personal, no admite esquemas teológicos, sino
respuestas nacidas de nuestra vivencia de Jesús.
¿Que supone Jesús en mi vida? ¿Que influencia tiene en mis decisiones? ¿Como
marca mi manera de vivir?
Lo realmente importante es que le descubra vivo en medio de nosotros y con
nosotros. Que vive en mí, camina conmigo, le hablo, me habla, se me da en el
banquete de la Eucaristía, me topo con él, cuando realmente me encuentro con mis
hermanos. Se extrañaban los romanos de que Pablo hablaba de "un cierto Jesús, ya
muerto, del que decía que estaba vivo" ( Hech. 25. 19)
Queridos hermanos de la lista. Un cristiano es alguien que cree profundamente en
el Cristo que vive. Una persona que va por la calle, o en el trabajo y en la
casa ... y es capaz de detenerse y gritar ( con sus más insignificantes obras )
"No soy yo quien vive, es Cristo el que vive en mí"
Que María de Guadalupe, nos acompañe siempre.
Con mis pobres oraciones.
P. Rodrigo
23.2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
El primero de los textos con el que hoy nos encontramos pertenece al profeta
Zacarías, uno de los llamados “menores” de la Biblia. Su obra se divide en dos
partes. La primera (caps. 1-8) comienza con unos versículos introductorios; a
continuación se despliegan ocho visiones en forma quiástica y se concluye con
una acción simbólica, oráculos y declaraciones sobre el futuro mesiánico. Todo
ello referido fundamentalmente al templo y a la era escatológica. Respecto a la
segunda parte (caps. 9-14) se distinguen dos secciones, introducidas por la
fórmula massa’ más una formulación del mensajero. La primera (caps. 9-11) está
redactada en verso y en ella podemos distinguir tres temas: la instauración del
plan de Dios sobre las naciones extranjeras junto a la alegría de Jerusalén al
recibir al mesías que viene a establecer la paz y liberar a los oprimidos (9,
1-10, 2), Israel y Judá como instrumentos y beneficiarios de la salvación (10,
3-11, 3) y el tema del profeta como pastor en nombre del Señor (11, 4-17). La
segunda sección (caps. 12-14) escrita en prosa, se organiza por medio del
estribillo “aquel día sucederá...” o “en aquel tiempo habrá...”. Los temas de
esta última sección giran en torno a la visión de Jerusalén asediada por las
naciones, arrepentimiento del pueblo y acción de Dios en su favor.
La ubicación temporal de la primera parte del libro es precisa, abarca desde el
mes de octubre del año 520 a.C. hasta noviembre del 518 a.C. Para el Deutero-Zacarías
resulta imposible delimitar las coordenadas espacio-temporales. A pesar de
algunas referencias histórico-geográficas (Tiglatpileser III, Sargón II,
Alejandro Magno) lo más conveniente es pensar que nos encontramos ante diversos
autores y unidades independientes que fueron posteriormente amalgamadas. La
fecha que mejor cuadra para esta segunda parte del libro es la de la conquista
de Alejandro Magno (entre el 332 y el 300 a.C.).
El texto que ocupa nuestra atención (Zac 12, 10-11) pertenece a la segunda
sección de la segunda parte del libro. A su vez, estos dos versículos se
insertan en una unidad más amplia que comprende 12, 1-13, 6. El contexto
presenta un tema ya clásico, el asedio de Jerusalén por parte de los pueblos
(Sal 46, 7; 48, 5; Ez 38, 14). A partir de aquí el profeta describe la
transformación que el Señor realizará en el seno de la comunidad y su retorno
hacia Dios a través de la oración y el arrepentimiento. Esta descripción se
concreta sorprendentemente en los versículos 10 y 11. La imagen del que
“traspasaron” resulta enigmática. El texto hebreo lo refiere a Dios mismo, sin
embargo, los LXX y la Vulgata comprenden este verbo en sentido figurado y lo
traducen como “aquel a quien insultaron”, suponiendo una rebelión contra Dios.
Sin embargo, el hecho de que volvamos a encontrar el mismo verbo en 13, 3 ha
hecho pensar que se trata de alguien concreto. Algunos han propuesto que se
trata de Jeremías, o del rey Josías, muerto en Meguido (2Re 23, 29) o Zorobabel,
gobernador de Israel en tiempos del profeta Ageo o a otros tantos personajes de
Dios rechazados por su pueblo. Dado que no se puede precisar más, lo mejor es
comprender esta figura como la imagen del Siervo sufriente de Isaías (Is 52,
13-53, 12) que será tomada también por el cuarto evangelista (Jn 19, 37), es
decir, un testigo mártir que será reconocido cuando el pueblo retorne hacia
Dios; entonces celebrará un gran duelo, como el del hijo único o el del
primogénito. La alusión a Hadad-Rimón (v. 11) especifica plásticamente el llanto
al que acaba de aludir y se puede estar refiriendo a la muerte de Josías en el
valle de Meguido (2 Cro 35, 22) o a las ceremonias fúnebres que se tributaban a
Baal en este mismo lugar.
Para continuar el estudio acerca del profeta Zacarías:
- ABREGO DE LACY, J.M., Los libros proféticos, Verbo Divino, Estella 1993,
241-245 y 254-257.
Se trata de un libro bastante completo. Junto al estudio del texto presenta
bibliografía e indicaciones prácticas para trabajar el texto a nivel académico.
No obstante, estos ejercicios prácticos que presenta pueden acomodarse para que
sean trabajados por las comunidades.
- AMSLER, S., Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquíqas y algunos otros,
(Cuadernos Bíblicos 90) Verbo Divino, Estella 1996, 17-35.
Al igual que toda la colección de Cuadernos Bíblicos, la lectura de esta obra
proporciona los conocimientos esenciales acerca del profeta que estamos
estudiando. Otra de las ventajas es que presenta textos y cuadros explicativos
relacionados con la obra. Puede ser un texto enriquecedor para las comunidades
que decidan trabajarlo.
- SICRE, J.L., Profetismo en Israel, Verbo Divino, Estella 1992.
Se trata de una obra de investigación que estudia los profetas bíblicos desde
diversas perspectivas (la institución profética, la persona del profeta y su
mensaje).
El segundo texto que centra nuestra atención es el Salmo 62. Corresponde al 63
en la ordenación de la Biblia Hebrea y está incluido a su vez en el gran cuerpo
de los Escritos, donde se encuentra toda la literatura sapiencial y lírica, así
como otros textos de tipo histórico-teológico y relatos edificantes y
apocalípticos. A lo largo de la historia ha habido intentos de clasificación de
los salmos atendiendo en muchos momentos a agrupaciones que están ya presentes
en el mismo libro (salmos de David, de Coré, de Asaf, salterio elohista, cantos,
himnos, poemas didácticos, etc.). De acuerdo a una antigua división, el salmo 62
pertenecería al segundo libro de los Salmos (el primero correspondería a los
salmos 1-41, el segundo del 42 al 72, el tercero del 73-89, el cuarto del 90-106
y el quinto del 107-150). Sin embargo, estas divisiones no ayudan a comprender
mejor estas composiciones, de ahí que la investigación se centre más en su
substrato que parte del entorno cultural del antiguo Oriente próximo que se
remonta hasta el segundo milenio a.C. y en una clasificación teológica en torno
a dos polos: Jerusalén y la Ley. Pero tampoco es unánime la opinión de que los
salmos estén directamente relacionados con la liturgia. Si bien son muchos cuya
vinculación con el culto es clara, algunos entroncan con acontecimientos
históricos determinados y otros son reflejo de una vasta gama de expresión
religiosa desarrollada a lo largo de los siglos. Respecto a la fecha de
composición del libro hemos de pensar en un arco de tiempo de varios siglos.
Seguramente ya circularían algunas colecciones durante los siglos VI y V a.C.,
aunque la redacción definitiva no pueda situarse antes del año 300 a.C.
El Salmo 62 lleva el título de “Salmo de David cuando
estaba en el desierto de Judá”, que para algunos refleja la situación descrita
en 1Sam 23, 14. Se trata de una oración de confianza (cfr. Sal 4; 16; 52)
desarrollada en torno al templo (no como lugar anhelado, sino hecho ya
realidad), al Dios que sustenta la vida y a la relación íntima que une al orante
con Dios. Se puede dividir en cuatro partes. La primera (“madrugar”) y la
tercera (“velar”) arropan la segunda (en nuestro texto la tercera no está
recogida), centrada en la contemplación y en una especie de banquete que motivan
la alabanza. Hasta aquí se extienden los versículos propuestos para la liturgia
de este día, aunque para su total comprensión hemos de tener en cuenta el resto
del salmo que comprendería la cuarta parte que presenta el tema del perseguido
(¿un rey o un sacerdote?) para quien el templo le ha servido de asilo. Es
interesante fijarse en los elementos corpóreos que expresan la densidad de la
confianza del salmista y son símbolos de su experiencia espiritual. Otros
elementos importantes son los términos “Elohim” (aparece también al final),
“nefesh” (puede significar “espíritu”, al contraponerse a “carne”, o bien
“garganta” si se refiere a la sed), “contemplar” y “ver” (referidos a la gloria,
bondad y lealtad divinas hacen pensar en textos como Ex 24, 11 y Sal 11, 7; 17,
15) y las expresiones “tu gracia vale más que la vida” (que puede estar
expresando el valor que para el orante tiene alabar y bendecir al Señor o a la
convicción veterotestamentaria de la imposibilidad de quedar con vida cuando se
ha contemplado la gloria de Dios), “como de enjundia y de manteca” (posible
alusión al sacerdote del templo y a los sacrificios que aprovechan al pueblo) y
“tu diestra me sostiene” (punto de partida para la referencia a los enemigos que
encontramos más tarde).
Para continuar el estudio:
- MORLA ASENSIO, V., Libros sapienciales y otros escritos, (Introducción al
Estudio de la Biblia 5), Verbo Divino, Estella 1994, 289-456.
Estudia detenidamente los aspectos históricos, literarios y teológicos del libro
de los salmos en general. Como otros trabajos de esta colección tiene la ventaja
de ofrecer pistas para el trabajo personal que bien pueden ser aprovechadas para
el trabajo en grupo y la reflexión comunitaria.
- PRÉVOST, J.P., Diccionario de los salmos, (Cuadernos Bíblicos 71) Verbo
Divino, Estella 1991.
Como todos los Cuadernos Bíblicos su lectura es amena y clara. Presenta los
términos más utilizados en el salterio y de mayor densidad teológica. Además de
algunos cuadros orientativos ofrece algunas indicaciones para la oración y una
reseña bibliográfica.
- SCHÖKEL, L.A.-CARNITI, C., Salmos (2 vols.), Verbo Divino, Estella 1992-1993.
Se trata de una obra de carácter científico que aborda en su primera parte las
cuestiones relativas al libro de los salmos y el resto trata cada uno de ellos
en su dimensión principalmente literaria. Ofrece también una traducción de los
mismos. Resulta interesante dado que explora ampliamente los recursos poéticos
de estas composiciones.
El tercer texto con el que nos encontramos es Gal 3, 26-29. La lectura de esta
carta ya nos ha venido acompañando en domingos anteriores. La carta a los
Gálatas está directamente relacionada con la de los Romanos. Ambas abordan el
tema de la relación Ley y cristianismo, pero mientras Gálatas es una respuesta
inmediata e impetuosa provocada por una situación concreta, Romanos es un
escrito más sereno y ordenado. La región de Galacia se localiza en el centro de
la actual Turquía. Sus habitantes estaban emparentados con los pueblos celtas
que invadieron esta región antes del siglo IV a.C. A partir del año 25 a.C.
formaron una provincia romana junto a las regiones de Pisidia, Frigia y Licaonia.
Pablo se dirigió a algunas regiones de esta provincia romana ya en su primer
viaje misionero (Gal 4, 13; Hech 13, 14-14, 20), alrededor del año 40, pero fue
en su segundo y tercer viaje, durante los años 47-51 y 53-58 respectivamente (cfr.
Hech 15, 36-18, 22 y Hech 18, 23-21-17) cuando evangelizó la región (Hech 16, 3;
18, 23). La ocasión de la carta, tal como se nos narra, vino provocada por las
nuevas ideas que con la llegada de judíos o judaizantes habían penetrado en las
comunidades (cfr. Hech 15, 1.5.24) y por su distanciamiento respecto a Pablo (Gal
4, 10.16-18; 5, 2; 6, 12). El apóstol tendría conocimiento de tal situación y
compondría su carta durante su estancia en Éfeso (Hch 19, 10), entre el año 55 y
56,
La carta puede dividirse en las siguientes partes: Prólogo (1, 1-10), sección
histórico-apologética (1, 11-2, 21), sección doctrinal (3, 1-5, 1),
exhortaciones (5, 2-6, 10), conclusión y despedida (6, 11-18). El tema central
es el de la relación que tiene la Ley en sentido farisaico (quien cumple la Ley
queda justificado ante Dios) y la fe en Jesucristo. Su estilo es agresivo,
tratando en todo momento de derrotar al enemigo utilizando todo tipo de
argumentos (referencias a la Escritura o a la historia, evocaciones personales,
argumentos rabínicos, ironías, etc.) que se desenvuelven en tonos que giran
entre la maldición y la ternura.
Gal 3, 26-29 pertenece a la sección doctrinal de la carta. El texto es la
conclusión a la que se llega a partir del razonamiento iniciado en 3, 15 desde
donde se desencadena la descripción de una serie de elementos (muchos, Abraham,
Ley, pecado, pedagogo, etc.) que se oponen a otros (uno, Cristo, testamento,
justificación, hijos, etc.). En estos cuatro versículos la tesis principal del
apóstol es mostrar que no existe distinción entre judíos y gentiles dado que el
cristiano pertenece a una nueva creación. La expresión “hijos de Dios” detalla
la dignidad de esta nueva creación. Dicha expresión, si bien está enraizada en
la historia del pueblo de Israel (Ex 4, 22; Os 11, 1; Sab 2, 13.18) ahora es
comprendida de forma nueva al situarse no en el ámbito de la Ley (circuncisión)
sino en el de la fe en Cristo Jesús. El siguiente elemento importante del texto
es el del “bautismo en Cristo”. Éste puede ser comprendido desde la fuerza de la
expresión “revestido de cristo” (en cuanto el vestido forma parte de la
personalidad, como aparece, por ejemplo, en 1Re 19, 19; 2Re 2, 13 y más
concretamente en Rom 13, 14; Ef 4, 24; Col 3, 10 donde alude Pablo al vestido
que Dios pone a Adán y Eva –Gen 3, 21) pero además, sitúa en el ámbito personal
el significado de la primera expresión (cfr. Rom 6, 3s.). A continuación se
detalla que la oposición de elementos “judíos-gentiles”, “esclavos-libres” y
“hombres-mujeres” queda superada. Se trata de una de las implicaciones más
tajantes de la participación en la nueva creación, y se extiende ahora al ámbito
comunitario. Para terminar se recoge una de las imágenes que antes aparecía
(Abraham y la promesa) comprendida desde el primero de los elementos del texto
(“hijos de Dios”). En el capítulo cuarto desarrollará aún más su significado.
Para continuar el estudio:
- BOUTTIER, M.-BROSSIER, F.-CARREZ, M.-Y otros, Vocabulario de las epístolas
paulinas, (Cuadernos Bíblicos 88) Verbo Divino, 1996.
Presenta los términos más utilizados por los escritos paulinos. Puede resultar
interesante como pequeño libro de consulta para las comunidades o ser
aprovechado para ir adquiriendo hábito de trabajo con estos textos en los
distintos grupos.
- COTHENET, E., La carta a los Gálatas, (Cuadernos Bíblicos 34) Verbo Divino,
Estella 1981.
Con su sencillez característica este cuaderno bíblico realiza un estudio
siguiendo el orden de la carta. Además de los cuadros explicativos presenta
reflexiones y cuestiones que bien pueden ser utilizadas en las comunidades.
- SÁNCHEZ BOSCH, J., Escritos paulinos, (Introducción al Estudio de la Biblia 7)
Verbo Divino, Estella 1998, 253-280.
Se trata también de un estudio de la carta siguiendo su orden. Con algunas
nociones previas puede ser comprendido y trabajado. Además ofrece también
bibliografía y propuestas de trabajo.
Por último, el texto que nos presenta la liturgia de hoy es Lc 9, 18-24. El
evangelio de Lucas forma parte de los llamados sinópticos. No nos vamos a
detener en analizar las cuestiones relativas a esto, pero sí hemos de tener en
cuenta, a la hora de estudiar los textos, que estos escritos parten de una
abundante tradición escrita surgida de diversos ambientes y que los evangelistas
seleccionaron este material de acuerdo a su finalidad. El propósito de Lucas,
como él mismo indica, es el de dar a conocer de forma ordenada las enseñanzas
recibidas (Lc 1, 1). El tema central del evangelio es, por tanto, la persona y
obra de Jesús manifestadas en los anuncios del Antiguo Testamento, en su vida
terrestre de Jesús y en el período que comienza a partir de la pascua. De ahí la
segunda parte de su obra, el libro de los Hechos de los Apóstoles. En los
prólogos de ambos libros el autor se dirige a la misma persona, Teófilo,
siguiendo la costumbre de los escritos helenísticos, con la finalidad de narrar
los “acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros” (vida de Jesús y
nacimiento de la Iglesia) apoyado en la tradición y en los que fueron testigos
oculares. La obra del tercer evangelio se puede estructurar en siete partes:
Prólogo (1, 1-4), presentación de Jesús (1, 5-4, 13), actividad de Jesús en
Galilea (4, 14-9, 50), viaje de Jesús a Jerusalén (9, 51-19, 28), actividad de
Jesús en Jerusalén (19, 29-21, 38), pasión y resurrección de Jesús (22, 1-24,
49) y epílogo (24, 50-53). Como vemos, sigue prácticamente la misma línea de los
otros dos sinópticos, aunque contiene abundante material propio como, por
ejemplo, los relatos de la infancia (1-2), la resurrección del hijo de la viuda
de Naín (7, 11-17), la presencia de mujeres en el ministerio de Jesús (7, 36-8,
3), las parábolas de la misericordia (13, 22-18, 14), la peregrinación de Jesús
a Jerusalén comprendida como una misión dirigida a toda la humanidad (9, 51-19,
44), etc. El tercer evangelista es muy cuidadoso del lenguaje, procurando
cambiarlo a tenor de los diversos temas tratados o de los personajes que
aparecen en escena. La fecha de composición de este evangelio se sitúa entre los
años 80 y 90 a tenor de las referencias que hallamos en Hech 16, 10-17; 20,
5-15; 21, 1-18 o en Col 4, 14; Flm 23s.; Tim 4, 11.
El texto de Lc 9, 18-24 pertenece a la tercera parte del evangelio cuya
finalidad es presentar a Jesús y su obra a través de distintos cuadros
(presentación global de Jesús en Nazaret, presentación de las obras del profeta
salvador, etc.), el último de los cuales corresponde a este texto y tiene el
carácter de culmen de esta presentación: Jesús es el Mesías, el enviado por Dios
para realizar su designio de salvación, respuesta a un interrogante muy vivo en
muchos de los grupos religiosos de Israel en aquel momento. La escena, cuyo
núcleo tiene sus paralelos en Mt 16, 13-20 y Mc 8, 27-30, puede dividirse en dos
partes enlazadas por la expresión “y añadió”. La primera parte comienza
presentando a Jesús orando para realzar la importancia del acontecimiento, como
en el caso del bautismo y la elección de los doce (Lc 3, 21; 6, 12). A
continuación Jesús formula una pregunta general a lo que los discípulos
responden de la misma manera. Así llegamos al núcleo fundamental, por la
pregunta personal de Jesús nos encontramos con la declaración de su identidad
puesta en boca de Pedro. En los otros sinópticos la fórmula empleada es
distinta, aquí Lucas es más solemne que Marcos e indica una relación particular
entre Dios y Jesús, puesto que aunque no se afirme explícitamente la divinidad
de Jesús, sí se recoge su mesianidad y, por lo tanto, que en él se cumplen las
promesas de Dios y las esperanzas del Antiguo Testamento. La prohibición final
de Jesús tiene como finalidad que no se interprete su mesianidad en sentido
político o triunfalista, su mesianismo no puede separarse del sufrimiento y de
la muerte, motivo que le sirve para enlazar con la segunda parte. Aquí nos
encontramos con dos declaraciones de Jesús. La que se refiere a sí mismo
corrobora la prohibición anterior y se convierte en la primera predicción de su
muerte (el tercer día puede entenderse literalmente o como semitismo, “unos
días”). La segunda declaración emplea la expresión “llevar a cuestas” que se
refiere no sólo a su viacrucis, sino al programa de los que se adhieran a él o
la actitud permanente de la existencia cristiana. A partir de la segunda parte
de la escena Jesús se dirigirá hacia Jerusalén y centrará en sus discípulos la
revelación de su persona.
Para continuar el estudio:
- RODRÍGUEZ CARMONA, A., La obra de Lucas (Lc-Hech), en R. AGUIRRE MONASTERIO-A.
RODRÍGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles,
(Introducción al Estudio de la Biblia 6) Verbo Divino, Estella 1992, 277-388.
Es un estudio científico global del tercer evangelio y del libro de los Hechos.
Trata los aspectos literarios, históricos y teológicos y ofrece bibliografía y
propuestas para el trabajo de los textos.
- GEORGE, A., El evangelio según San Lucas, (Cuadernos Bíblicos 3) Verbo Divino,
Estella 1981.
Es un documento importante por las mismas razones que ya hemos dicho al
presentar otros Cuadernos Bíblicos.
- SALAS A., El mesianismo: promesas y esperanzas, (Curso Cómo leer el Antiguo
Testamento 11) Fundación Santa María, Madrid 1990.
Es un libro denso que trata científicamente la cuestión del mesianismo en los
principales textos judíos. Su brevedad (77 páginas) es una ocasión para que
pueda ser trabajado en grupos de reflexión.
Comentario teológico
Una de las claves más importantes para comprender el conjunto de los textos de
hoy es el sufrimiento.
El profeta Zacarías, desde una perspectiva escatológica, ha llegado a esta
declaración de Dios tras haber detallado un panorama desolador. Jerusalén se
verá cercada por sus enemigos y sus habitantes serán consumidos en pago por su
olvido de Dios. Él mismo será quien lo permita. De este modo la dinastía de
David podrá recibir el espíritu de gracia y de clemencia y se hallará capacitada
para llorar hasta el extremo su extravío. El oráculo divino del profeta Zacarías
responde a las coordenadas de pensamiento deuteronomísticas (alianza
Dios-pueblo, pecado del pueblo, castigo, arrepentimiento y recuperación de la
alianza) que están presentes en muchos de los libros del AT y que sirven para
explicar muchas veces la situación de opresión que vivió Judá durante el
destierro babilónico y la continua llamada a la fidelidad y la esperanza. Para
definir los detalles que presenta el profeta, no tenemos más referencias que las
del texto: Jerusalén es el pueblo, el traspasado el mismo Dios. El sufrimiento
de Dios al verse rechazado por su pueblo se ha trocado en sufrimiento del
pueblo.
El Salmo 62 desarrolla de forma intimista esta experiencia del sufrimiento. Para
comprenderlo de esta manera hemos de leerlo focalizándolo hacia el final: el
auxilio divino y la diestra que sostiene. Ahora es la experiencia personal la
que habla del encuentro con Dios, su auxilio y protección refieren la existencia
del dolor en la vida cotidiana al mismo tiempo que de la alegría (como de
enjundia y manteca) que desemboca en pasión (tu gracia vale más que la vida).
En las palabras que Pablo dirige a los Gálatas el tema del sufrimiento podemos
encontrarlo desarrollado desde una perspectiva eclesial. El sufrimiento del
apóstol es provocado por el comportamiento de los Gálatas que tratan de
separarse entre ellos mismos y de distanciarse de la iglesia. Por la
participación en el misterio de Cristo muerto y resucitado se participa de una
única promesa que llama a superar el sufrimiento que nace de la división y la
separación.
Por último el evangelio desarrolla esta misma perspectiva desde una nueva
comprensión del mesianismo de Jesús. A la afirmación entusiasta de Pedro se
opone la declaración de Jesús. Al lado está la creencia en la llegada de un
mesías de la estirpe de David que sometería a los pueblos en venganza por su
acoso a Israel y, al final de los tiempos, un mesías sacerdote que dominaría
sobre todo Israel y que conduciría a sus fieles al triunfo definitivo sobre la
historia. Pero tampoco los seguidores de Jesús son llamados a formar un grupo
triunfante. El triunfo y la resurrección anhelados nacen de la realidad del
sufrimiento. De repente, éste es el elemento identificador del Mesías que había
de venir y de sus seguidores. La historia es, ahora más que nunca, historia de
Dios.
En ningún momento se está expresando que el dolor tenga por sí mismo sentido (en
sí mismo es indicativo de separación, como hemos visto). Lo que se da es razón
de esta experiencia desde distintas claves. No se comprende el sentido del
sufrimiento sin la presencia de Dios, pero tampoco se llega a la alegría que
nace de esta presencia sin la experiencia de dolor.
Para la revisión de vida
- Ante mis experiencias de sufrimiento me pregunto ¿qué habré hecho yo para
merecer tal cosa? O más bien ¿qué es lo que Dios me quiere decir a través de
esto?
- ¿Soy consciente del sufrimiento que provoco a los demás? ¿De qué manera?
- ¿Mi actitud en la comunidad a la que pertenezco ¿es una actitud de llevar a
cabo el plan de Dios o de cargar mis sufrimientos sobre los demás?
Para la reunión de grupo
- ¿Qué definición podemos dar del sufrimiento? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué
respuestas se han ido dando a partir de la fe? ¿Cuál debe ser la respuesta
actual a estas situaciones desde nuestra fe?
- ¿En qué sentido es necesaria la experiencia del sufrimiento en el ámbito de la
fe y del agradecimiento?
- ¿Qué significa la unidad dentro de nuestra Iglesia? ¿Es lo mismo unidad que
uniformidad?
- A partir del texto evangélico, ¿cómo entendía Jesús su mesianismo?
Para la oración de los fieles
- Señor, te pedimos por los dolores de nuestra Iglesia, por las divisiones que
siguen estando presentes. Ayùdanos a poner en Ti nuestras ilusiones. Que
abandonemos la situación de injusticia económica, social o de cualquier tipo en
las que aún seguimos viviendo.
- Te pedimos, Señor, por nuestra tierra, por las injusticias que padecen las
personas que la habitamos. Danos la capacidad y la sabiduría para comprometernos
con un mundo más solidario.
- Que nuestra comunidad, Señor, comprenda la alegría que nace de compartir el
sufrimiento. Que encontremos tu voz en esas situaciones.
- El profeta Zacarías hablaba del arrepentimiento y del reconocimiento de Dios
en la propia historia. Te pedimos, Señor, nos concedas la aceptación de nuestros
errores.
- Por todos nosotros, por los niños, los jóvenes, por las mujeres y los hombres
que queremos seguir al Maestro. Para que tomemos ejemplo de Jesús al llevar a
cabo el plan de Dios.
Oración comunitaria
Gracias, Señor, por las enseñanzas que hoy nos transmites. Gracias porque
podemos compartir contigo nuestros sufrimientos. Te pedimos que nos ayudes a
mostrarnos disponibles a tu llamada y que nos des un corazón atento a los
dolores de los demás y un espíritu de valentía para superar las situaciones de
división que nos separan de tu Reino. Por Jesucristo Nuestro Señor.
24. Una encuesta, un compromiso, un misterio
Fuente: Catholic.net
Autor: P . Sergio Córdova
Reflexión
Después de la Cuaresma, la Pascua y las solemnidades que siguen inmediatamente
al período pascual –Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus Christi y Sagrado
Corazón de Jesús— reanudamos nuevamente el itinerario litúrgico del tiempo
“ordinario”.
Y el Evangelio de este domingo me trae a la memoria una experiencia de mi niñez
que se me quedó muy grabada. Recuerdo que, cuando yo estudiaba la primaria,
nuestro profesor nos mandó un día hacer una encuesta. Era la tarea que debíamos
llevar la siguiente vez a la clase de religión. Cada uno de nosotros teníamos
que preguntar a treinta personas –familiares, vecinos y gente de la calle— quién
era Jesús para ellos.
Por la tarde de aquel mismo día, inicié mi recorrido “periodístico”. Yo vivía en
un pueblecito de unos 25.000 habitantes, muy católico. Todas las respuestas
fueron, pues, doctrinalmente muy correctas.
Pero yo creo que, si realizáramos hoy la misma encuesta en Norteamérica o en las
grandes ciudades de cualquier país de la Europa “pluralista” y secularizada –por
no decir de Asia—, escucharíamos respuestas bastante variopintas: desde el
hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas costumbres, el revolucionario
y reformador de la sociedad; pasando por el Cristo poético y romántico al estilo
“hippy” –el Jesus Christ Super Star de los años setentas— o el Jesús deformado
por las diversas filosofías e ideologías; hasta llegar al Cristo visto por
hombres y mujeres de fe, pero de distinto credo y religión. Un teólogo católico
contemporáneo, el P. Javier García, presenta un abanico muy interesante de
posibilidades en su libro: “Jesucristo, Hijo de Dios, nacido de mujer”.
Jesús fue el primero, en la historia del cristianismo, en llevar a cabo una
encuesta o un “sondeo de opinión” acerca de su propia persona. Y sus discípulos
se manejaron en aquella ocasión con bastante desenvoltura.
Pero los resultados de la sociología y de las encuestas no le interesan a Jesús.
Lo que a Él realmente le importa es la respuesta personal: “Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?” –les pregunta a sus apóstoles—. Sin duda, esa pregunta les
provocó un silencio embazoso. Hasta que Pedro, armándose de valor, se pronunció
en nombre de los Doce: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Pues también ahora Jesús nos plantea este mismo interrogante a cada uno de
nosotros, a ti, que estás leyendo ahora este artículo: “Y tú, ¿quién dices que
soy yo?”. Aquí no se valen las respuestas evasivas, ambiguas o de mero
“compromiso”. Ni tampoco espera Cristo respuestas teóricas, académicas y
doctrinalmente “correctas”. Él no quiere ver qué es lo que “sabemos” sobre Él,
sino lo que realmente creemos y testimoniamos –con nuestra fe, nuestras obras y
nuestra vida entera— acerca de Él.
De verdad, ¿quién es Jesucristo para nosotros? Es un interrogante existencial,
que hay que responder desde el fondo de nuestra conciencia, a solas con Cristo,
mirándole directamente a los ojos. Y hay que darla con el corazón. Es una
pregunta que requiere un verdadero compromiso personal y vital con el Señor. Una
respuesta que debe cambiar toda nuestra existencia, nuestros criterios y
comportamientos “mundanos”, para comenzar a asemejarnos un poco más a Él en
nuestras palabras, gestos, pensamientos y acciones concretas de cada día.
Pero a continuación viene la siguiente escena, que es desconcertante para
nuestras categorías humanas: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser
desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer día”. Pedro le acaba de proclamar el Mesías de Dios. La
narración del evangelio de san Mateo es mucho más fuerte que la de Lucas.
Después de la confesión de Pedro, en efecto, Jesús lo felicita, lo llama
bienaventurado y le otorga los poderes del Primado sobre los demás apóstoles.
Enseguida, Jesús les comunica el primer anuncio de la pasión. Y Pedro trata de
disuadirlo y de apartarle de ese camino. Es entonces cuando Jesús reacciona de
un modo enérgico llamándolo “Satanás” porque no entiende las cosas de Dios; es
decir, el valor de la cruz.
Seguir a Jesús no es –glosando las palabras de aquel famoso rey azteca— como
“estar en un lecho de rosas”. Ser discípulo de Cristo, ser auténtico cristiano,
no siempre es cosa fácil. Porque muchas veces nos exige ir “contra corriente” y
plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana –o sea, “mundana”,
sensual y naturalista— propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser
un cristiano de verdad es un compromiso exigente. Y en ocasiones también
misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los
de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón.
Vivir el Evangelio exige mucha fe porque Dios es
misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige
también mucha valentía, generosidad y amor porque, para hay que seguir a Jesús
por la vía de la cruz: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue
con su cruz cada día y se venga conmigo”. Tenemos que pasar por el misterio de
la cruz, del dolor y del sufrimiento para poder llegar hasta Él, para tener vida
eterna, para ayudarle en la redención de la humanidad. Y sólo con mucha fe y con
un amor muy grande y generoso, la cruz no será para nosotros un motivo de
escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación.
¡Una encuesta, un compromiso, un misterio! Éste es el reto que Cristo hoy nos
presenta. Ojalá que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida,
consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos
“cristianos”. O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado.
25. CLARETIANOS 2004
Y VOSOTROS... ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
"Los cristianos" vamos diciendo a los demás quién es Jesús: ¡de una manera u
otra, con unas palabras u otras, con unos gestos u otros! Nuestra vida y
actuación es como un Evangelio en el que está escrito quién es Jesús. Aunque nos
amenaza el peligro de ser un evangelio apócrifo, nuestro deseo es ser evangelio
auténtico, anuncio fidedigno de Jesús.
"La gente", es decir, todos aquellos a quienes ha llegado de alguna manera la
influencia de Jesús, tienen un cierto conocimiento de él, de su persona. Es un
conocimiento que brota de su experiencia, de aquello que ven y que interpretan
de acuerdo con sus esquemas culturales. En tiempos de Jesús la gente tenía un
altísimo concepto de Jesús. Llegaban a pensar -tal como nos dice hoy el
Evangelio- que era como un gran profeta "redivivo", "vuelto a la vida". Decían
que era nada más y nada menos que Elías, Jeremías o uno de los profetas que
había vuelto a la vida. La gente de nuestro tiempo también admira a Jesús, e
incluso a su misma madre, hasta la superstición. La gente se emociona ante las
películas que lo representan, las estatuas, cuadros e imágenes que lo evocan,
los textos sagrados que nos hablan de él. Lo consideran como la aparición de la
mejor profecía dentro de nuestro mundo.
Esto no impide que Jesús también hoy nos dirija la misma pregunta que dirigió a
sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". No se trata de hacer o
elaborar una respuesta académica, dogmática, de poner uno tras otro los
artículos del Credo oficial. La pregunta podría ser traducida también así: "Y
vosotros, ¿de quién vais hablando por ahí cuando decís que habláis de mí? ¿de
qué Jesús habla vuestra conducta, vuestra forma de sentir, vuestra forma de
pensar? La respuesta que se pide no es solo cuestión de ortodoxia y precisión
teológica, sino de una vida que transparente al verdadero Jesús.
Habla bien de Jesús no quien lo ha estudiado, o quien está bien informado, sino
aquella persona que ha sido agraciada con una revelación interior y personal,
proveniente del Abbá y del mismo Jesús. ¡Así le sucedió a Pedro!: "Eso no te lo
ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre". Y ¡a Pablo!: "cuando Dios
Padre tuvo a bien revelar en mí a su Hijo" (Gal 1, 15-16) El Abbá revela a su
Hijo en el Bautismo, en la Transfiguración: "Este es mi Hijo..."yo lo he
engendrado hoy... escuchadlo". Quien ha sido agraciado con esta revelación puede
ir por ahí anunciando a Jesús. En ésto consiste la quintaesencia del
Bautismo-Confirmación: ¡ser agraciada, agraciado con la revelación del Hijo por
parte del Abbá! Hasta que ésto no suceda uno está bautizado todavía de forma
provisoria, ¡todavía no se ha cerrado el pacto, la Alianza!
Jesús, además, se autorevela y añade su contribución a la revelación que viene
del Abbá. Se revela como el Hijo del hombre apocalíptico. ¡Esto es muy serio!
porque corrige una visión esplendorosa e imperialista del Hijo de Dios, Hijo de
David, que -por cierto- tenían Pedro y los discípulos. Jesús se revela como
aquel Hijo de Dios que entra en el drama de los perdedores dentro de la historia
humana, como aquel que se olvida de sí mismo para defender la causa de los
otros, como aquel que estará dispuesto a morir por los demás y nunca a matar
para él sobrevivir e imponerse. Jesús se autorevela como aquel que será víctima
de la injusticia, del acoso de las autoridades religiosas de Israel. Esta
autorevelación de Jesús a sus apóstoles le causó tal impresión a Simón Pedro que
se opuso abiertamente a Jesús.... y Jesús a él hasta llegar a decirle:
"¡Apártate de mí, Satanás!".
No es extraño, entonces, que inmediatamente después de esta revelación Jesús
hable de cómo ha de hablar de Él su verdadero discípulo: "que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Aquí nos habla Jesús de
una persona que no es egocéntrica, que separa constantemente su "ego" de los
centros de poder y de admiración, que es dejada aparte con su cruz y sacada de
la escena de los vencedores, que entra en el espacio liberador del Hijo del
hombre y está dispuesta a perderlo todo. ¿Quién decís vosotros que soy yo? La
pregunta adquiere en el contexto de estas palabras toda su fuerza.
No necesitamos palabras que nos hablen de Jesús, ni matizaciones teológicas, ni
formulaciones ortodoxas, sino actitudes que nos hablen de Él y lo anuncien en
toda su verdad. Decimos quién es Jesús, el Hijo de Dios e Hijo del hombre,
anunciamos la verdad de Jesús, cuando:
-renunciamos a la pompa, a las ostentaciones de poder, a la búsqueda del
prestigio mundano de nuestra iglesia, a la acumulación de dinero, a la defensa
excesiva de nuestros derechos y privilegios;
-hablamos más de Dios que de la religión, más del Espíritu que de la espiritualidad; más de las personas que de política;
-como Jesús estamos dispuestos a pasar, a renunciar, a irnos para que venga el Espíritu, para que llegue a su Iglesia una nueva etapa: "Os conviene que yo me vaya";
-no hacemos distinciones entre unos y otros, entre judíos y gentiles, esclavos y libres, mujeres y hombres;
-renunciamos a elegir a los de nuestra propia
cuerda y dejamos de lado a otros "proscritos", para que la iglesia sea la de
Jesús y no la de "nuestra imagen y semejanza": "¡todos somos hijos de Dios...
todos hemos sido revestidos de Cristo".
¿Quién decís vosotros que soy yo? Es una pregunta que hoy no podemos obviar. Nos
tiene que doler en lo más profundo del corazón que la gente aprecie "tanto" a
Jesús y "tan poco" a su Iglesia. Pidamos al Señor el don de la humildad que nos
haga olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras instituciones, de nuestra
autoproyección. Pidamos un Espíritu de clemencia y gracia, que vaya diseñando en
nuestras conductas al auténtico Jesús, Hijo de Dios y del Hombre. Vayamos al
manantial donde se purifican todos los pecados e impurezas, que es el mismo
Jesús, Palabra de Vida y su Espíritu.
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES