COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Gn/03/09-15


1. Gn/03/01-24. P-O/ARBOL

El segundo momento del prólogo yahvista de su historia ofrece un dato sobre el hombre no menos real que el de su aspiración paradisíaca: su envolvimiento en el mal y en el pecado. Las dos realidades conviven en el hombre. El autor pone ahora en acción o en ejercicio de su ser hombres a los mismos personajes que en el capítulo anterior había presentado como término de la acción de Dios. Con ellos y con otro actor que pone en escena teje un relato vivo y dramático.

Uno de los animales del jardín, la serpiente, dirige la palabra a la mujer, a propósito de la prohibición de comer del fruto de los árboles; en el diálogo la persuade de que la prohibición encubre el interés de Dios, pero que su interés propio es comer, pues conocerán bien y mal. La mujer come y da al hombre; a ambos se les abren los ojos, se ven desnudos y se esconden. La voz de Dios busca y acusa; ellos se excusan y acusan hacia atrás, el uno al otro y éste a la serpiente. Dios impone penas a cada uno, comenzando por la serpiente. Con la pena de la mujer hay también una promesa de victoria; Dios cubre su desnudez y los expulsa del jardín, para que no coman del fruto del otro árbol prohibido.

Los elementos del relato son los mismos que los del capítulo anterior, pero en nueva perspectiva. Los personajes no son sólo término de acción, sino también sujeto; el jardín no es el lugar en donde se entra, sino de donde se sale. Entre los animales toma el protagonismo la serpiente, no para servir, sino para tentar; los dos árboles enigmáticos se revelan ahora apetecibles y también peligrosos. El dato del no rubor ante la desnudez se aclara ahora por su contrario: el rubor como expresión de la conflictividad entre los seres y con Dios. El dato nuevo es el mal, el pecado, y con él el juicio, la pena, pero también la idea de victoria sobre el mismo. En definitiva, la armonía paradisíaca se revela como un bien a alcanzar, objeto de promesa y de tarea.

Esto es ya imagen más completa de la condición del hombre, tal como lo conoce el yahvista.

Queremos ahora desglosar más los elementos del relato y su sentido. La situación paradisíaca no suena a nadie, ni al autor, como situación realmente adquirida; es un dato dialéctico dentro de la condición real del hombre. El otro dato es el mal. ¿Cómo lo introduce en escena el yahvista? Las viejas mitologías ya lo habían hecho a su modo; también es objeto del discurso filosófico de todas las edades. El yahvista lo trata de un modo sencillo, ingenuo y elocuente: por una fábula en la que la serpiente dirige la palabra a la mujer. Esta palabra desencadena ambición, decisión y acción de la pareja representativa de todos los humanos.

La serpiente no es aquí un ser superior, personificador del mal; no es un demon con un poder maligno frente a Dios. Es un simple animal del jardín, como otro cualquiera. Ese concretamente es aborrecible por su aspecto, peligroso y astuto; fue tal vez elegido justamente para privarlo del halo divino que tiene en muchas religiones. Pero no es la serpiente lo que propiamente interesa al autor, sino las palabras que él mismo pone en su boca. Al querer exteriorizarlo todo en acción, las palabras dan sonido externo a un rumor que cada hombre lleva dentro: la ambición del superhombre. El autor está interesado en poner fuera del hombre el inicio del mal y por eso hace que la sugerencia le llegue por medio de una voz. Eso disculpa un poco al hombre de la decisión audaz y errada: es llamado desde fuera por algo que va a encontrar eco en su interior.

El ritmo de las palabras es suave, como para no despertar la suspicacia. Procede gradualmente hacia el objeto, primero en forma de pregunta inexacta, que la mujer corrige; luego desvirtuando la sanción que acompaña al precepto; después con la sugerencia de que en la prohibición encubre Dios su propio interés; y, finalmente, la gran revelación del "seréis como dioses". Esa es la tentación apeladora, hecha exactamente a la medida de la ambición del hombre.

En el segundo movimiento se ve la iniciativa operando, sin palabra ya, en el interior de la mujer. El proceso desde la recepción de la idea a la acción es en el relato rapidísimo: ver la fruta, encontrarla agradable a la vista y seguramente al paladar, intuir los efectos en la línea insinuada, alargar la mano y comer. La mujer y el hombre deciden por su cuenta, como personas. El autor no se sorprende de que sea ésa su decisión; no pierde tampoco una palabra para enjuiciarla teóricamente; la observa en sus consecuencias.

Lo que sigue a la comida de la fruta se expresa primero por una experiencia que ya había sido anunciada: al hombre y a la mujer se les abrieron los ojos. Pero no fue precisamente para encontrarse como dioses, sino para darse cuenta de que estaban desnudos. Si el autor había en otro momento señalado con sorpresa que no se ruborizaban, ahora los ve azarados por cubrirse. La desnudez es aquí significativa de la experiencia de la creaturidad, o de la condición de indigencia y de pecado. Esa experiencia tiene lugar en el confrontamiento con el infinito y se trasluce en el dato de la conflictividad interhumana e intercreatural.

La inquietante experiencia de los ojos abiertos desemboca en una escena de tenso dramatismo. Todo en ella parece sencillo, hasta el grado de lo infantil; pero es tan profundo y serio como que está en realidad describiendo la reacción humana universal ante la culpa. Ponerlo en otro lenguaje resulta casi imposible. Lo único pertinente es subrayar y glosar algunos de sus términos.

Los personajes actúan escondidos. Se les siente moverse, se oyen sus palabras; pero son presencias ocultas u ocultándose. Dios se deja sentir presente en el ruido de sus pasos y habla al hombre que se esconde. El hombre responde escondido. Huyen de la vista unos de otros, pero la palabra les hace encontrarse. La palabra es la que actúa, poniendo en confrontación nociones de acusación, de juicio, de temor, de vergüenza, de excusa y de acusación.

Hablan sólo Dios y el hombre, pero están envueltos en el diálogo la mujer, el árbol, la serpiente. El autor precipita en catarata verbos de sentimiento, de acción y reacción, de alocución y de respuesta. La secuencia lógica y sicológica está en este orden: acción culpable, vergüenza, temor, voz acusadora, disculpa, acusación y reversiva hacia la voz primera. El hombre acusado se disculpa y culpa a la mujer, la mujer se disculpa y culpa a la serpiente; por la serpiente, creatura de Dios, la acusación va hacia atrás. Pero la excusa no elude el juicio de Dios, que está presente en todos los momentos.

En el mismo orden de la culpa sigue el anuncio del castigo. Este no está separado de aquélla, aunque la declaración parezca separarlos. La pena está ya operando en el abrirse de los ojos y en el conflicto expresado por la anterior escena. La declaración de la pena no hace más que explicitar lo que ya es. La serpiente es maldecida y con ello se pronuncia esa palabra que se repetirá luego muchas veces. La condición natural de la serpiente reptando sobre el polvo se antoja expresiva de la pena que se hizo acreedora. La mujer se ve afectada en su misma naturaleza de mujer y en la función que le es propia: fatiga como madre, apetencia y dependencia como mujer. El hombre arrancará el sustento a la tierra con trabajo penoso y sudor, todos los días de su vida.

La maldición no apunta directamente al hombre y a la mujer; pero, por causa suya, es maldecida la tierra, madre de la vida, y así la maldición se torna contra ellos. La tierra producirá espinos y abrojos y regateará sus frutos al trabajo del hombre. Lo que ahí se llama pena era ya la condición natural de la serpiente, de la mujer, del hombre y de la tierra. Externamente nada ha cambiado.

El cambio que hace lo natural penalizante se ha producido en el interior de las personas: la culpa hace que vean las cosas de otro modo, en su aspecto penoso, y que se reconozcan responsables de su penalidad.

Sólo un pequeño trozo de tierra queda exento de maldición, como símbolo de una meta apetecida: el jardín, que se transformará en paraíso. El hombre y la mujer son expulsados de allí hacia la tierra adusta. Guardianes de espadas vibrantes lo custodian y cierran el camino a toda tentativa de acercarse el árbol de la vida.

El autor de este relato usa un lenguaje tan vivo y tan plástico que parece estuviera relatando algo que pasó así una vez y que se desenvolvió delante de sus ojos. Pero la profundidad y el peso del contenido delatan otra cosa. Algo tan paradigmático y tan universal no pasa de una vez, sino que está pasando de continuo.

El autor no presenció un acontecimiento de ese orden, pues eso no pasa en la calle, sino que se lo vive dentro. Para plasmarlo en acción no tuvo que acudir a muchos recursos fuera de su experiencia. El hombre real, él y los hombres conocidos, vistos a la luz de Dios, le ofreció los recursos necesarios.

El fino proceso de la insinuación en el diálogo entre la serpiente y la mujer, la secreta ambición humana de saber y de dominar la totalidad, la secuencia de la reflexión, de la decisión y de la acción, la consecuencia de verse desnudos, de avergonzarse y de buscar cubrirse, y la lectura de las penalidades como mal atraído por la propia culpa, son todo movimientos tan humanos, que apenas habrá nadie sin experiencia de ellos. Uno se descubre a sí mismo, cuando le enseñan ese retrato. Un lenguaje más culto y teológicamente refinado, según la medida de hoy, no expresaría con semejante fuerza y claridad lo que el autor quiere decir.

En realidad el gusto de la fruta prohibida dio a la pareja prototipo algo de lo que buscaba: conocer el bien y el mal. En la medida en que la expresión quiere decir "distinguir entre lo que aprovecha y lo que daña", la experiencia equivale a la experiencia de ser hombre. Por ello salen el hombre y la mujer de su jardín de infancia, ponen en ejercicio su libertad y toman sobre sí la responsabilidad de la propia decisión. Eso es lo que define al hombre adulto, lo que hay en él de más grande y lo que le asemeja a Dios. Había algo de razón en la insinuación de la serpiente. El autor del relato lo pone en boca de Dios de este modo: "Ahora que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer lo bueno y lo malo..." Pero la enigmática expresión tiene también otro sentido: conocer la totalidad -bueno y malo- y con ello dominarla. El autor parece estar jugando deliberadamente con el doble sentido. La soberanía sobre la totalidad es propia de Dios (en la mitología es atributo que distingue a los dioses de los hombres). Pero la insinuación de la serpiente y la ambición humana no se arredran ante ese extremo. En la arriesgada decisión de gustar la fruta hay un claro aspecto de "hybris", o una intención de rebajar los límites del propio ser, y en este sentido el "seréis como dioses" implica rebelión del hombre contra su condición y ensayo de traducirse en superhombre o en dios.

Al encuentro de esa intención viene el precepto que prohíbe el comer de la fruta. Por ese lado la acción tiene matiz de transgresión de un precepto y de desobediencia. Pero la cualidad negativa de la acción es todavía más profunda. Está en el gesto de retirar del horizonte la imagen de Dios, para ponerse en su lugar. Si la grandeza del hombre -según el autor bíblico- está en su referencia a Dios, y si en el lugar de Dios se sitúa el hombre precario y contingente, entonces toda su posible grandeza termina en sí mismo o tiene la medida en su misma limitación. La historia hace ver que el intento del hombre es ineficaz: en lugar de divino, se descubre desnudo. Eso es lo que anunciaba la sanción pendiente sobre el árbol. Pero para bien del hombre, Dios vuelve a aparecer delante de él como el no conquistado.

En las penas de que habla el relato podría verse una serie de etiologías o aclaración en el origen de estos fenómenos curiosos y mortificadores: la serpiente que repta y la antipatía humana hacia ella, el dolor de la mujer en cuanto madre, los pesares y placeres del eros, la fatiga del hombre para ganarse el sustento, la pesadilla de la muerte. Pero el relato no fue construido para satisfacer la curiosidad cognoscitiva, sino para ahondar en la condición del hombre en el mundo. Su profundización radica en verla a la luz de Dios, a la par que es en ella en donde Dios se manifiesta.

El complejo y misterioso ser humano, hecho de contradicciones entre sus aspiraciones y sus logros, entre su deseo de armonía y su realidad de conflicto, entre su grandeza de ser libre y su riesgo de decidir erradamente, es para el autor un ser necesitado de redención desde más allá de sí mismo. Las pretensiones de autorredención lo precipitan en el fallo, porque reducen al que tiene aspiraciones infinitas a su misma limitación y borran de su horizonte a quien puede redimirlo: el Dios que despertó en él anhelo de infinitud.

La vida precaria, envuelta en el mal, agranda en el hombre la pesadilla de la muerte. Aunque la muerte es su fin natural, porque su masa de polvo es préstamo de la tierra, dentro de la vida armónica y plena la muerte no se presenta con faz amenazante. Pero, al sentirse inseguro ante todo, en conflicto, el hombre se ve minado por la idea de que la tierra está reclamando avaramente su figura y Dios su aliento. La escapada a la pesadilla estaría en el fruto de otro árbol, que garantizara la inmortalidad.

El autor que conoce desde sí mismo esa natural ansia del hombre, acudió al símbolo mítico para expresarla. Pero sabe también, como el autor del mito mesopotámico, que la inmortalidad no cuadra con el hombre. Lo remacha con el mismo plástico lenguaje. Los querubines guardan la entrada del jardín, para que el hombre no se adueñe de esa prerrogativa de los dioses. Desde fuera del jardín estará espiando, para ver si las vibrantes espadas de los guardianes se cansan de estar en alto y así poder entrar de nuevo en el soñado paraíso. El yahvista cree poder aclarar a ese hombre adamita que el paraíso no se entrega por conquista violenta, sino por la recuperación de la armonía interhumana e intercreatural y por la actitud no dominativa sino adorativa ante Dios.

El diseño de la condición humana en la pluma del autor es, a primera vista, oscuro y decepcionante. Su idea de la eficacia humana es pesimista. Su convicción es que el hombre por sí y en vista sólo de sí mismo no puede orientarse hacia el horizonte que le permita transcenderse, sino que se hunde sin remedio en el pequeño reducto de su historicidad. Hasta ahora lo ha dicho así presentando a una sola pareja humana; lo repetirá observando a otros humanos. Pero su Adán es ya en su intención el paradigma del humanum universal, que intenta encontrar la salvación situándose a sí mismo en el lugar del salvador.

Pero el teólogo de la condición humana no ve cerrados todos los horizontes a los anhelos humanos de plena realización. El Dios que se revela como juez, al sorprender al hombre que se le esconde con conciencia de culpa, no deja aun entonces de ser la fuente de la vida y el que muestra solicitud por la suerte del hombre. El autor ve partir de él muestras de benevolencia e iniciativas salvadoras, que transforman esta página hamartiológica en anuncio soteriológico.

La primera muestra consiste en el mismo reaparecer de Dios como juez ante el hombre que había pretendido suplantarlo. Nunca tuvo mejor expresión que ésta la dimensión salvífica del juicio. Es el que hace reconocer al hombre su condición de perdición, sin lo cual no tendría sentido la salvación; el hombre no la sabría necesaria, ni la buscaría, ni la comprendería en modo alguno. Al reaparecer ante el hombre, aunque sea acusándolo, Dios muestra que no ha sido suplantado, por suerte para aquél, que no se queda privado del horizonte infinito abierto hacia él.

La pena para los transgresores del precepto no se viene a verificar como muerte total, sino como existencia conflictiva, con la muerte a la vista, pero con posibilidad de vida. A la lucha del hombre con el mal, representado en la serpiente, se promete victoria. El hombre inducido por él una y muchas veces, llegará a dominarlo. El principio del dominio está ya en la misma lucha emprendida. Los descendientes de la mujer, los hombres, y singularmente hombres de Dios, cuya lista llena la historia y se prolonga hasta el hijo de Dios, el Mesías y después de él a los que por él se saben hijos de Dios, vencerán definitivamente el mal, pues están en esa lucha. Este primer evangelio pone a la cabeza de la Biblia la promesa de la salvación definitiva y hace del capítulo un avance de la historia de la salvación.

El Dios que aparece en el capítulo anterior haciendo para el hombre cuanto éste necesitaba para su realización, no se muestra ahora abandonándolo a merced de su creaturidad. El autor habla de su providencia con él en un signo tan pequeño, y en el contexto tan elocuente, como es el cubrir la desnudez de su experiencia de desamparo. Los trabajos de la mujer en cuanto madre no impiden que ésta reciba un nombre afirmador de la vida: Eva, madre de los vivientes. El hombre tiene que dejar el paraíso, lejos del árbol de la vida, que no es de su pertenencia.

Pero algo del paraíso lleva consigo al irse; y del árbol lleva la imagen de la victoria sobre la muerte. Armonía de paraíso y anhelo de inmortalidad están dentro del hombre. Aunque su condición sea vivir en tierra adusta y acosado por la muerte, va con Dios en busca del paraíso y de la vida.

BIBLIA LITÚRGICA/AT.
Pág. 78 ss.



2.

Estos versículos están tomados de las maldiciones decretadas a consecuencia del pecado del Paraíso.

a) MITO/CIENCIA. La maldición mítica es un intento de explicación de realidades contrariantes o anormales: un animal que anda sin patas, un embarazo doloroso, un trabajo absorbente..., la muerte. No cabe, además, oponer mito y ciencia como si las dos posturas se situaran en el mismo plano, como si la primera no fuera sino el esbozo de la segunda. De hecho, el mito es más existencial que la ciencia: explica las cosas en un nivel más profundo y más universal. Es decir, que si la ciencia desmitifica con razón estas maldiciones, sin embargo, no puede suplantarlas totalmente y debe respetar su mensaje religioso.

BENDICION/MALDICION: A los ojos del redactor, la historia del hombre se desarrolla bien o mal -ese es el objeto de las bendiciones y las maldiciones (cf. Dt 28, 15-19)- según sus opciones religiosas y morales. En otros términos: el secreto de la Historia está en el corazón del hombre: la maldición es el estado de la historia que lleva consigo un hombre que se pretende semejante a Dios (v. 22); la bendición, el estado de la historia que lleva consigo el hombre que se acepta como la imagen de Dios, lo que únicamente Jesucristo ha logrado (Gál 3, 13-14).

Según Gén 2, 8 las maldiciones no han contenido nunca la última palabra. Pueden acumularse unas tras otra (Gén 3, 14-20; 4, 11-14; 6, 5-7, 10) y la bendición termina siempre por triunfar (Gén 8, 21) y por enderezar el sentido de la Historia. Así, la hostilidad entre la raza de la mujer y la de la serpiente está ya prevista en el v. 15: la Humanidad se liberará un día del culto idolátrico de las potencias y de la alienación que de ello resulta para su libertad.

b) P-O/EGOISMO. Robando a Dios el conocimiento del bien y del mal, es decir, rehusando a atribuir a alguien más alto que El el juicio de las cosas y de las personas, el hombre introduce la maldición en el mundo, ya que no propone más dios que su ego y su egoísmo. Las cosas no tienen, desde este momento, la bondad que Dios les confiere, sino la que el hombre les otorga; el bien y el mal, la vida y la muerte, se convierten en realidades opuestas, porque el hombre que las conoce no puede, como Dios, perdonar el mal y transformarlo en bien, ni curar la muerte y convertirla en vida.

Es semejante a Dios, pero no tiene acceso a la vida divina para transformar el mal y la muerte. Por muy próximo a Dios que haya llegado a estar, el hombre se ridiculiza: conoce el bien y el mal, la vida y la muerte, pero no puede ser más que un juguete bamboleado de un lado a otro, por no poder, como Dios, dominarlos.

c) MU/CASTIGO: Así, la muerte, que es simplemente el destino de la condición natural del hombre, aparece al mismo tiempo como la obra de la cólera de Dios. El drama del hombre, en efecto, no es solamente el morir: es el morir sabiendo que quizá haya algún medio para no morir, que quizá haya alguien que ya existía antes de nuestro nacimiento y que seguirá existiendo después de nuestra muerte. Es precisamente porque la inteligencia del hombre puede tener una noción de lo eterno por lo que la muerte no es solamente fenómeno natural sino también castigo: la muerte empuja violentamente al hombre al interior de sus límites; restablece el equilibrio entre Dios y el hombre, que el hombre, desde que tiene el conocimiento de la eternidad, trata incesantemente de perturbar por sus pretensiones a la autosuficiencia.

Únicamente Jesucristo ha podido conocer el bien y el mal y pasar de la vida a la muerte, pero a la manera de un Dios que triunfa sobre la muerte por su vida, que nadie puede alcanzar, y que vence al mal con un perdón sin medida.

A los hombres que conocen, a causa de Adán, la muerte y la vida, el bien y el mal, la Eucaristía ofrece el fruto del árbol de la vida que Adán no había podido coger (v. 22), a fin de que un poco de vida divina en ellos les permita justificar el mal y vencer la muerte.

d) Tal filosofía de la vida supone en el último lugar la doctrina hebraica de la retribución desde la vida terrestre. Si el hombre es bamboleado de la dicha a la desdicha, es preciso buscar la razón de ello en una causa religiosa o moral: el pecado que rompe la armonía de los elementos y obstaculiza la fecundidad y la vida de todas las cosas.

Otra óptica rige igualmente en la elaboración de esta concepción: para los pueblos que no tienen todavía el sentido de la Historia- y, por tanto, de la posibilidad de un cambio y de un nuevo planteamiento de cada instante- todas las situaciones están dadas como hechas "desde el origen". Si la desgracia empaña la dicha en la vida del hombre, es que un pecado en los orígenes es la causa.

Además, el Antiguo Testamento, a medida que va descubriendo la historia de la salvación, se liberará progresivamente de esta concepción del "todo hecho" en los orígenes y descubrirá la posibilidad ofrecida al hombre de replantearse sus orígenes y su pasado por una conversión siempre posible. En el orden de la Historia, no hay fatalidad.

MAERTENS-FRISQUE 5.Pág. 35



3. Gn/03/01-24: Según la concepción yahvista, el origen del mal sigue siendo un misterio que no puede ser desentrañado. La serpiente, conocida por su astucia como el gran enemigo del agricultor palestino, a pesar de ser una criatura de Dios, viene aquí presentada como el factor determinante de la transición del hombre tal como Dios lo había creado al hombre tal como él mismo se ha hecho: el hombre que, solo o en compañía, autónomamente, reflexiona sobre lo que es bueno o malo. El diálogo entre la mujer y la serpiente, lleno de una fina penetración psicológica, es una obra maestra de la narrativa hebrea. La serpiente, mediante equívocos, verdades a medias y ligeros desplazamientos de sentido, consigue introducir en el corazón de la mujer, como una sombra, la sospecha de la envidia de Dios. La amplia concesión de Yahvé en 2,17: "De todos los árboles del jardín puedes comer pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas", se tergiversa como algo negativo en la pregunta con que la serpiente inicia el diálogo con la mujer: «¿Conque os ha mandado Dios que no comáis de todos los árboles del jardín?». Se comienza así a poner en cuestión la bondad y conveniencia del precepto divino y a dar la sensación de que Dios escatima algo al hombre. La mujer, sin darse cuenta, va cediendo a esta sospecha, a pesar de un primer intento de rectificar lo que dice la serpiente. Puede ser, por eso mismo, que omite la referencia a todos los árboles y que exagera la prohibición: De uno de ellos "ni comer ni tocarlo".

En la segunda intervención, la serpiente, con todo aplomo, niega con medias verdades las consecuencias de comer tales frutos. La continuación del relato confirmará, efectivamente, lo que ella dice. Pero lo que cabía esperar se realizará de hecho como una caricatura engañosa: abrir los ojos, ¿a qué?; ser semejantes a Dios en la autónoma decisión de lo que es bueno o malo pero con la muerte como frontera insuperable. Perdida la confianza en Dios, la mujer se siente atraída por el fruto de aquel árbol hasta alcanzarlo y darlo también a su marido. Queda destruida en un momento la trama compacta de relaciones Dios-hombre, hombre-animales, hombre-mujer. Así lo atestigua ahora el sentimiento de vergüenza que aparece entre hombre y mujer y entre ellos y Dios, así como la serie de excusas en el interrogatorio divino. Los castigos confirmarán estas destrucciones.

La serpiente es excluida de la sociedad de los restantes animales, y por su forma exterior y su modo de comer se moverá y vivirá de una forma extraña; habrá enemistad entre la serpiente y la mujer, así como entre sus descendientes. La mujer, aparte de parir con dolor, ya no se encontrará en igualdad con el hombre. Además, quedará también afectada la relación del hombre con la tierra, maldita por su causa, y de la que sólo con gran fatiga podrá sacar los frutos. No falta, sin embargo, como en los restantes relatos yahvísticos de pecado, la alusión a la gracia divina. El nombre de Eva (=madre de los vivientes) indica que no se ha producido la condena a muerte por parte de Dios, el cual incluso misericordiosamente los vistió.

Pero la expulsión del paraíso y la inaccesibilidad del árbol de la vida están proclamando que la condición mortal del hombre es irremediable.

ANTON J. MAS
BIBLIA DIA A DIA.Pág. 72 s.



4. MAL/ORIGEN. P/RUPTURA.

Contexto. Estos versículos del Génesis forman parte del relato yavista de la creación (2, 4b-3, 260: creado el hombre en una tierra desierta es trasladado por el Señor a un terreno muy fértil, al jardín del Edén, donde crecen toda clase de árboles.

Un mandato impone Dios a Adán y Eva, si lo cumplen vivirán felices en esta tierra paradisíaca..., pero éstos desobedecen y son expulsados del Edén. Este es el esbozo descarnado de todo este relato que nos evoca la historia vivida por todo el pueblo de Israel: del desierto es sacado y conducido a una tierra paradisíaca donde se le impone una serie de mandatos. Si Israel cumple le irá bien, pero la desobediencia le acarreará muchas veces la expulsión de este territorio. Así aunque no se diga explícitamente, este relato del Génesis es un esquema de alianza.

-El mal en Israel siempre ha nacido de la ruptura del pacto por el pueblo. Y la meditación de esta experiencia continuamente vivida lleva al autor sagrado a interpretar el origen del mal en este mundo bueno, creado por el Señor, como acto libre del hombre. Los hombres son los únicos responsables de la ruptura de las relaciones con Dios y entre ellos.

Esta es la explicación que da un hombre sabio al problema del origen del mal en nuestro mundo; pero nunca debemos perder de vista que ésta es una interpretación muy tardía de la Biblia y que no es la única. A lo largo de la historia se han dado muchas hipótesis, que llenan cientos de páginas impresas, acerca de este misterioso y peliagudo problema.

-Texto:

-En 3.1 un nuevo personaje entra en escena, la serpiente, que intenta perturbar la idílica paz y las óptimas relaciones existentes entre ellos y la divinidad. No podemos deducir qué sugería este animal a los antiguos lectores de este relato; la tradición cristiana vio en él a "Satán" (=el que tienta), pero el "Satán" que pone a prueba sólo aparece en la Biblia a partir del libro tardío de Job. Luego no podemos hablar de este personaje en Génesis.

-La descripción de 3, 1-7 es la de un gran psicólogo: la astuta serpiente sabe mucho más que la mujer, por eso la prohibición divina de comer de un árbol la extiende a todos los árboles del huerto, dando así pie a la mujer para intervenir negando este aserto. En el diálogo la serpiente se muestra interesada en ayudar a la humanidad en su afán de ser como la divinidad: "...se os abrirán los ojos y seréis como dioses". Sugestionada, la mujer come y hacer comer a su marido.

-¿En qué consistió este pecado primigenio? No lo podemos deducir de ninguna manera del relato, por eso las interpretaciones que dan los autores son tan numerosas. Comiendo del árbol, el hombre intenta ser como la divinidad, atribuirse prerrogativas divinas. Y el resultado no puede ser más desolador: el hombre siente miedo de Dios -y trata de ocultarse- y siente vergüenza de su desnudez, de la que hasta entonces ni siquiera se había percatado. La vergüenza y el miedo son los signos de su ruptura de relaciones con el creador (=pecado).

-Pero no sólo rompen con el Señor sino también entre sí. En el interrogatorio divino los dos tratan de disculparse y es que el pecado no solidariza a los hombres sino que los divide. El intento de querer ser como Dios conduce a la traición y a no saber soportarse entre sí: esa (-en sentido despectivo) mujer que me diste por compañera es la que me ha hecho caer.

-La consecuencia del pecado es la condena (en orden inverso al interrogatorio). Las penas son algo inherente a la condición de la serpiente y a la naturaleza del hombre y de la mujer. No se debe insistir en ellas ya que el autor no trata de decirnos que si el hombre no hubiera pecado no las hubiera padecido (tratar de probar con este texto los dones preternaturales es pura fantasía de los teólogos). La maldición sólo recae directamente sobre la serpiente, no sobre el hombre o la mujer.

El v. 15 es de difícil interpretación. En su sentido literal no se refiere a la victoria de Jesús o de la Virgen como individuos de la especie humana ya que se refiere a la colectividad: la enemistad siempre perdurará entre el linaje de la serpiente y los descendientes de la mujer. En sentido figurado, muchos padres aplicaron este texto a Jesús y a María como seres privilegiados dentro de la especie humana.

-Reflexiones:

-También hoy existen serpientes astutas y sirenas seductoras que intentan engañar al hombre. Las promesas pueden ser muy variadas: el poder, dinero, fama, armamento... harán que se os abran los ojos y seréis la flor y nata de la sociedad, casi como dioses. Y el hombre come de estos y otros falaces argumentos y hacemos comer a los demás. El fracaso es evidente: ni soportamos a Dios ni nos aguantamos mutuamente. Y si no nos lo creemos podemos darnos una vuelta por nuestro mundo.

-Y a pesar del fracaso humano, el Señor continúa protegiendo al hombre (3, 21; lo viste de pieles) y respetando su libertad. En el interior humano siempre se libra una atroz batalla entre el bien y el mal, entre... Esta lucha por generar la violencia y toda clase de desmanes (asesinato del hermano, incapacidad de entendernos como hermanos..., cfr. Gn 4, 8; 9, 20 ss; 11, 1-9), pero también podrá acarrear un mayor progreso cultural, técnico y religioso (cfr. Gn. 4, 2-4. 26...) Según el mensaje bíblico del Génesis al final el bien triunfará sobre el mal. El mensaje bíblico nunca es terrorífico y agorero sino optimista, lleno de esperanza.

A. GIL MODREGO
DABAR 1991/31


 
1-5. P-O:

El hombre no puede esconderse de la presencia de Dios, aunque lo intenta siempre cuando ha pecado. Es el miedo lo que le obliga a huir, pero siempre escucha los pasos de Dios, ante el cual ha de comparecer. Dios lo interroga y el hombre, una vez más, trata de huir de su culpa echándosela en cara al mismo Dios: "La mujer que tú me has dado...". Sin embargo, el miedo del hombre que le impulsa a la huida es ya la señal que le descubre su propio pecado. En estas palabras de Adán aparece también la enemistad que el pecado introduce entre los hombres. Aquella última solidaridad en la culpa, en la que comparecen Adán y Eva en presencia de Dios, no es aceptada por ellos mismos, de suerte que lo que hicieron juntos, en vez de unirlos, es ahora un muro que los separa. Tampoco la mujer acepta su responsabilidad: también ella huye en vano de su culpa, tratando de echársela a la serpiente. No obstante, Dios, que maldice a la serpiente sin haberla escuchado antes, no maldice a Adán y Eva, sino que solamente los castiga.

El autor sagrado ve en la serpiente algo más que un animal, y su relato es, por tanto, algo más que una simple intención fantástica para explicar la natural repugnancia que la serpiente despierta en los hombres y especialmente en las mujeres. La serpiente es como la expresión objetiva de toda la fuerza seductora del mal; tiene pues carácter demoníaco. Dios la maldice sin admitir disculpas.

Esta lucha que se inicia en el paraíso entre la mujer y su descendencia contra toda la fuerza seductora del mal, continuará después en la historia de la humanidad. Los hijos de la mujer, los hombres, sufrirán más de una derrota; pero al fin habrá una victoria definitiva. De la mujer -de otra mujer, pero de la mujer al fin y al cabo- nacerá "el más fuerte", que aplastará la cabeza de la serpiente.

EUCARISTÍA 1988/28



6.

"Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre....": El hombre, comiendo del árbol, ha tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido. Ahora, esta opción aparece con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifiesta como "pecado".

Este encuentro se nos presenta a través de una narración imaginativa y antropomórfica, y toma el carácter de juicio con interrogatorio y sentencia. "¿Dónde estás?": la pregunta no es sólo de localización, sino también sobre el estado del hombre. Y éste se presenta dominado por el miedo. Así se ve cómo la relación entre el hombre y su Creador ha sufrido una profunda perturbación a causa del pecado. "¿Es que has comido del árbol...?: Y vemos cómo esta perturbación también ha distorsionado las relaciones en el interior de la humanidad y las realidades creadas: el hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.

-"El Señor Dios dijo a la serpiente:... establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya, ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón": Después del interrogatorio viene el desenlace del juicio, del que sólo leemos hoy la parte de la sentencia dirigida a la serpiente. La condena intenta explicar, en primer lugar, la constitución de la serpiente, que se arrastra por tierra como si comiera polvo, y también su carácter de animal maldito, del que huyen tanto el hombre como los demás animales: un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil: entre el hombre y la serpiente habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica un combate sin ninguna esperanza de solución. Pero la diferencia que existe entre el ataque a la cabeza por parte de la humanidad y el ataque al talón por parte de la serpiente, fue leída en la literatura targúmica -y sobre todo por la Iglesia antigua-, como el anuncio velado de la victoria de la descendencia de la mujer: del linaje de Eva saldrá el Mesías que triunfará definitivamente sobre el mal, el pecado y la muerte.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988/12