COMENTARIOS AL EVANGELIO

Mc 2, 23-3, 6

 

El evangelio de Mateo refiere un enfrentamiento entre Jesús y los fariseos motivado por el hecho de que los discípulos arrancaban espigas en día de sábado (12,1-8) y, luego, porque él mismo curó, también en sábado, a un enfermo que no se encontraba en grave peligro de muerte (12,9-14).

El sábado era uno de los preceptos divinos más claros, más indiscutibles; como una especie de documento de identidad del creyente. Su observancia estaba rígidamente regulada. Por supuesto, se admitían excepciones por motivos de particular gravedad, y sobre estas excepciones disputaban las diversas escuelas teológicas. Así, en día de sábado se permitía, por ejemplo, salvar la vida con la fuga, ayudar a un hombre en peligro o a una mujer con dolores de parto, o en caso de incendio, y así sucesivamente. Pero se trataba siempre de excepciones a una regla. Para Jesús, en cambio, lo que cambia es la regla (o, en todo caso, se la entiende de otro modo). El afirma que el bien del hombre está por encima de la observancia del sábado, y ello no solamente en caso de peligro de muerte: "Por tanto, es lícito hacer bien también en sábado" (12,12b).

Jesús proclama el valor absoluto del amor. Lo esencial de su razonamiento y de su pensamiento se contiene en tres afirmaciones: "Pues yo os digo que aquí hay algo más grande que el templo" (12,6); "El hijo del hombre es señor del sábado" (12,8): "¡Cuánto más no vale un hombre que una oveja!" (12,12). La segunda afirmación es cristológica e indica la razón última que autoriza a los cristianos a romper la estrechez de la concepción farisaica del sábado: ahora ha llegado el Hijo del hombre y es preciso escuchar su voz, y no las tradiciones de los antiguos maestros y las opiniones de las diversas escuelas teológicas; él es el profeta autorizado para decirnos lo que Dios quiere y lo que no quiere, lo que considera más importante y lo que estima de menor importancia.

En cambio, la primera y la tercera afirmación recuerdan que para Dios lo más importante es el hombre, el bien del hombre. Y éste es verdaderamente el punto más nuevo del razonamiento de Jesús.

Si los sacerdotes pueden quebrantar las reglas del sábado para desempeñar su oficio en el templo, mucho más se pueden violar para hacer bien al hombre; el hombre es más grande que el templo.

Y si es lícito salvar en sábado la vida de una oveja, ciertamente está permitido -si queremos guardar las proporciones- no solamente salvar la vida de un hombre, sino más sencillamente hacerle bien. Se diría que el razonamiento es obvio. Pero no es así. Tan es así, que los fariseos (y muchos como ellos) no lo comprendían. Partiendo del principio obvio de que Dios es superior al hombre, concluían que el honor de Dios debía preferirse (por supuesto, con las excepciones graves debidas) al bien del hombre: primero, el honor de Dios; luego, el bien del hombre. También éste parece un razonamiento indiscutible. No obstante, encubre una distorsión fundamental, un error teológico básico. Se supone, en efecto, que el honor de Dios (¡de un Dios que es amor!) puede realizarse al margen del bien del hombre.

Pues bien, la gloria de Dios está siempre y únicamente en el bien del hombre. No se trata de exaltar al hombre constituyéndole centro de las cosas. Se trata de conocer más a fondo el "corazón de Dios". Su dominio permanece indiscutible y el deber del hombre sigue siendo siempre la obediencia; pero el dominio de Dios se manifiesta en el amor; en eso está su honor. La observancia del sábado debe celebrar ese amor, y no desmentirlo.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982, pág. 124