12 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
10-12

10.

SI NOS CREYÉRAMOS LO QUE DECIMOS...

La palabra es un elemento esencial de la naturaleza humana, como lo son los gestos del amor; pero, como éstos, también la palabra puede prostituirse. Y esto sucede cuando la palabra no está respaldada por la vida y, en su máxima expresión, cuando ni nosotros mismos nos creemos lo que decimos.

NO BASTA

Jesús acaba de advertir a sus discípulos contra los falsos profetas. Se acercarán, dice Jesús, camuflados de gente buena y pacífica, pero...: «Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja... » (Mt 7,15).

Son peligrosos los falsos profetas, los que anuncian la salvación de Dios, pero, a la postre, sólo están interesados en sacar bocado... («pero por dentro son lobos rapaces»), para llenar su bolsillo, para satisfacer su orgullo, para afianzar su poder... Son peligrosos y pueden hacer mucho daño a la gente sencilla; por eso Jesús quiere dar a sus discípulos un criterio para distinguir a los verdaderos profetas de los falsos. Y el criterio que les da es el de los frutos: «Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos... Total, que por sus frutos los conoceréis» (7,18). Son los hechos lo que importa, es la vida la prueba de la autenticidad de un profeta.

Y ese mismo criterio es el que cada uno de los seguidores de Jesús debe aplicarse para juzgar por sí mismo si es fiel al compromiso asumido con él: los hechos, la vida, no las palabras; ni siquiera cuando las palabras tienen forma de oración: «No basta con decirme: '¡Señor, Señor!', para entrar en el reino de Dios».


PALABRAS, PALABRAS...

No es difícil decir cosas hermosas, hablar de fraternidad, de derechos humanos, de justicia, de igualdad... No es difícil. El problema está en la práctica. Una hermosa doctrina sobre la libertad de los hombres se encuentra en cualquier sitio; na­die que tenga un poco de vergüenza niega hoy día la necesidad de que se respeten los derechos humanos; cualquier ideología, con excepción de los fanatismos extremos, acepta en teoría la fraternidad universal como una meta, lejana, sí, pero a la que se debe tender. Pero del dicho al hecho...

¿Los derechos humanos? La frase -¡palabras!- «derechos humanos» se arroja contra los sistemas políticos comunistas (en donde, de hecho, se violan muchos de estos derechos, no lo vamos a negar, y se defienden también en teoría) al tiempo que se está pisoteando desde el derecho a comer hasta el derecho a la soberanía de los pueblos pequeños y pobres... Los derechos humanos los defienden todos, pero no se respetan, de hecho, ni en la misma Iglesia.

¿Y la fraternidad, la hermandad? Todos estamos de acuerdo en que la fe en Jesús nos hace hermanos, y que sólo Dios es nuestro Padre, y sólo el Mesías «director» (Mt 23,8-12); ¡y cuántos hermanos que se hacen llamar y que actúan como padres, patriarcas, directores, inspectores, príncipes... en la Iglesia de Jesús!

¿Y el amor? ¿Hay alguna palabra, alguna idea de la que se hable, se cante, se escriba más que del amor? Pues, si obras son amores, ¡qué escaso está el amor en el mundo en que vivimos! ¿Y hay algo que sea más central en el mensaje de Jesús que el amor? Pues la práctica de los cristianos, o de algunos cristianos por lo menos, ha hecho que la palabra que debería servir para referirse al amor cristiano, «caridad», esté totalmente desprestigiada y sirva para indicar una determinada práctica que sirve sólo para tranquilizar las conciencias de los injustos o de los cómplices de la injusticia.


EL DESIGNIO DEL PADRE

Para Jesús lo que vale no son las palabras hermosas, ni los discursos emocionantes, ni siquiera las valientes denuncias, ni las fervorosas oraciones, si se quedan en palabras, discursos, denuncias, oraciones...: «No basta con decirme: '¡Señor, Se­ñor!', para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo».

Jesús está explicando, estamos todavía en el sermón del monte, su programa, su proyecto. El designio de Dios es que los hombres sean felices, dichosos (5,1-12), y para ello, que sean libres, solidarios, en lugar de ser ambiciosos, insaciables en la búsqueda de la justicia, incansables en la construcción de la paz; que no se limiten al cumplimiento de la ley, sino que en sus obras tengan como única norma el amor (5,21-48); con un corazón grande capaz de perdonar para restablecer la armonía entre los hermanos (6,12.14-15) y que se mantienen fieles a ese proyecto de construir un mundo de hermanos.

No se refiere Jesús, cuando habla de entrar en el reino de Dios, a un premio futuro para recompensar nuestra obediencia o nuestras buenas acciones del tiempo presente. No es ésa la cuestión. El reino de Dios consiste en los hombres que viven de acuerdo con el designio del Padre; y es esa vida la que hace crecer el reino de Dios. Esa es nuestra responsabilidad y nues­tra tarea; ése es nuestro trabajo. Pero ese trabajo se verá frus­trado, como una casa mal cimentada, si lo único que hacemos por el reino de Dios es hablar.

Las palabras, los escritos, los discursos son necesarios para transmitir este mensaje; pero el problema es otro: muchas ve­ces nuestra vida desmiente, oculta e incluso contradice el men­saje que proclamamos a voces. Y los que lo escuchan, a la menor dificultad que se les presenta, comparan nuestras pala­bras con nuestra vida y... todo se viene abajo. «¡Y qué hundimiento tan grande! »

La verdad es que si los que hablamos o escribimos del evangelio demostráramos con los hechos que nos creemos lo que decimos...


11.

vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo (cf. 12,50). La adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por cambiar la situación de la humanidad.

Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el que nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demo­nios» y «haber realizado milagros», fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin em­bargo, no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhe­chores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (21). El semitismo «Nunca os he conocido» es una fór­mula de rechazo total; equivale a decir que esas personas no sig­nifican nada para el que habla (cf. 25,12).

vv. 24-27. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos. Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al hombre («su casa») representa al hom­bre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones, depende de que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los in­dividuos retratados en la perícopa anterior (21-23). Jesús ha habla­do como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino lle­varla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida.

Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el dis­curso han escuchado la exposición de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigien­do o anulando las antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el discurso, es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos proponían como tradición divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito.


12.

La búsqueda de la determinación del sentido de la vida humana, su ubicación en el marco de su relación con Dios y, por consiguiente, la diferenciación de la verdadera y la falsa religiosidad es el objetivo fundamental de los textos de esta liturgia dominical.

La actuación humana se describe como “responsabilidad”, capacidad de dar una respuesta adecuada a una palabra divina productora de vida, y al mismo tiempo, como posibilidad de irresponsabilidad, de falta de respuesta a esa iniciativa.

El último discurso del libro de Deuteronomio recurre, en vistas a ese objetivo, a la presencia de la bendición o de la maldición como opción de toda vida a partir de la obediencia o desobediencia de los mandamientos (vv. 27-28), entendidos como Palabra divina (v.18). La vida sólo puede realizarse en plenitud por medio de la fidelidad a la Alianza divina. Según esto no se trata de un intercambio de dones (cumplimiento de los mandamientos del ser humano y dones divinos de la bendición) sino de la aceptación de la palabra divina para mantenerse en el ámbito de su bendición.

Se trata entonces de la realidad de gracia de Dios, propia de la Alianza, que crea la posibilidad de una vida en plenitud. Fuera de ella sólo es posible encontrar la presencia de la muerte en la existencia de los seres humanos. Esta gracia de Dios se ha manifestado en Jesús el Cristo, que ha manifestado la justicia de Dios testificada por la Ley y los profetas (1 Cor 3,21). En su acción y en su proyecto encontramos la forma de realizar la vida en la comunión con Dios de cuya gloria todos estábamos privados (1 Cor 3, 23).


El evangelio quiere definir ese marco de la vida en comunión y señalar sus características específicas frente a otras formas de realización de la existencia. Por ello, después de señalar las exigencias de Jesús sobre la vida que se examinan a lo largo de todo el sermón de la montaña, se tiene cuidado de determinar el espacio en que puede darse la respuesta a esas exigencias. Por ello, las palabras finales del primer discurso de Jesús presentan el engaño de la falsa religiosidad (vv. 21-23) y la doble forma de edificación que puede adoptar cada persona en la construcción de la propia vida (vv. 24-27). La respuesta a Dios no se juega en el ámbito de las proclamaciones que el ser humano hace por medio de sus palabras, ni siquiera por medio de acciones religiosas extraordinarias que pueda realizar, sino en la aceptación práctica de la voluntad divina manifestada en su Palabra. Sólo de esta manera se crea el ámbito de comunión, y se hace posible la “entrada al Reino”(7, 21).

Para ello el texto, primeramente, analiza el caso de un individuo que se proclama públicamente seguidor de Jesús. Se trata de alguien que acepta con sus palabras la soberanía de Dios y por ello se dirige a él con la doble invocación: “Señor, Señor”.

Sin embargo la invocación es insuficiente ya que el modo de entrar al Reino en que Dios ejerce su soberanía no atañe al “decir” sino al “hacer”. La voluntad de Dios sólo puede aceptarse mediante una práctica. El rechazo de Dios a quien no ha sido capaz de una actuación conforme al querer divino se expresa, a continuación, mediante un diálogo que tendrá lugar “en aquel día” del final de los tiempos.

En ese momento crucial para el propio destino definitivo muchos retomarán las palabras de la confesión de fe “Señor, Señor” y recordarán que durante su existencia han hecho recurso exitoso al Nombre divino en tres órdenes que pueden ser considerados de fundamental importancia en la transmisión del mensaje evangélico: la profecía, el exorcismo, el milagro. Los tres tipos de acciones son recordados como prueba fehaciente de la actuación divina en aquellos que los actuaron. Y sin embargo, la respuesta de Jesús pone de manifiesto la insuficiencia de su actuación, que los hace merecedores de ser calificados de “operadores de la iniquidad” y de ser excluidos de la comunión divina.

Esta se construye desde la aceptación del querer divino por una vida realizada a partir de las pautas señaladas por “la justicia” del Reino, y palabras y acciones religiosas realizadas no pueden suplir ese punto de partida de toda vida religiosa.

Seguidamente se pasa a la contraposición entre dos casas, construidas de modo diferente. La primera ha sido edificada sobre la roca, la segunda sobre la arena. Desde este punto de partida nacen la firmeza o la debilidad de la construcción, puesta a prueba por las lluvias, inundaciones y vientos.

Desde el principio, antes de la descripción de cada uno de los dos edificios y de su historia posterior, se determina que se trata de dos tipos de oyentes (vv. 24 y 26) de las palabras de Jesús. La diferencia de ambos reside en poner o no poner en práctica esas palabras. Sólo en la obediencia a esas palabras la vida puede adquirir solidez y permanencia.

En este punto se decide si la vida es actuada en la sabiduría o en la estupidez. Se trata, entonces, de una exhortación sapiencial a la realización de la existencia en el ámbito del proyecto de Dios y de Jesús, en el ámbito de la palabra divina, que es el único fundamento firme de la existencia.

Para la revisión de vida

El tema de hoy es el la prioridad del hacer sobre el decir. ¿Cómo está en mi vida? ¿Hay disparidad entre lo que digo (pienso, expreso, predico a los demás…) y lo que hago (mis hechos, mi conducta concreta y sus implicaciones)?

Para la reunión de grupo

Martí tiene una famosa frase que dice: “Hay ocasiones en las que la única forma de decir es hacer”. Comentarla en el grupo. Compararla con el evangelio de hoy.

El refrán popular dice: “Obras son amores, y no buenas razones”. Comentar y comparar también con el Evangelio de hoy.

La famosa “regla de oro” del evangelio (“haz a los demás lo que quieres que los demás hagan para ti”) está expresada casi con las mismas palabras en todas las religiones mayores de la humanidad. ¿Se podría pensar que, ese “hacer a los demás”, esa práctica-del-amor-hacia-los-otros sería la plataforma común a todas las religiones, sobre la que se podría entablar un “diálogo de vida” entre las religiones?

La filosofía y sociología moderna acuñó el concepto de “praxis” como algo más que una simple práctica. La práctica del amor y de la solidaridad son esenciales al cristiano, pero cabría entenderla de un modo corto, como si cupiera dentro de los márgenes de la caridad individual, la asistencia o beneficencia… ¿Qué añade el concepto de “praxis”? ¿Habría que decir que la palabra de Jesús en el Evangelio exige no sólo la práctica sino la praxis?

Para la oración de los fieles

Por la humanidad, para que en todas sus religiones –y hasta en el ateísmo- encuentre una plataforma común de práctica del amor, que todos y todas, en cualquiera que sea nuestra religión, pongamos por delante esa práctica del amor como el camino que nos llevará al encuentro con el verdadero Dios, roguemos…

Por todos nosotros, para que nuestra práctica respalde nuestras palabras, nuestro hacer a nuestro decir, roguemos…

Por todos los que no pueden “hacer” físicamente, por mil diferentes causas (enfermedad, minusvalía, cualquier tipo de incapacidad…); para que descubran que la práctica que nos salva está incluso más allá de nuestras imposibilidades físicas, roguemos…

Por esta comunidad eucarística, para que esta celebración semanal venga respaldada por nuestro compromiso en la práctica de cada día, y nos dé fuerza para vivir la semana en plena entrega a la práctica del amor, roguemos…

Oración comunitaria

Oh Dios, misterio y fuerza hacia la que se vuelven todos los seres humanos cuando buscan, desde lo más íntimo de su corazón, dar respuesta a sus más profundos anhelos de verdad, de amor, de libertad y de paz; reconocemos que la práctica del amor y la praxis de transformación de la historia son las expresiones fundamentales del compromiso que Tú esperas de nosotros en primer lugar. Queremos seguir en esto el ejemplo y los pasos de tus grandes testigos en la historia, comenzando por Jesús de Nazaret. Amén.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO