COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mc 02, 18-22

Par: Mt 9, 14-17   Lc 5, 33-39

1.

Jesús está todavía al comienzo de su carrera de rabino, y la disciplina que impone a sus discípulos choca a las multitudes y las escandaliza, porque no tiene nada de la disciplina que los demás rabinos imponen a los suyos. Así, mientras que los discípulos del Bautista y los discípulos de los fariseos observan determinados días de ayuno, los de Cristo parecen dispensarse de esa costumbre (v. 18). De hecho, lo que aquí se plantea es el problema de la enorme independencia observada por Jesús y sus discípulos en materia de observancias tradicionales: Jesús y sus discípulos se han mostrado siempre bastante libres respecto al sábado (episodio que sigue inmediatamente a nuestro pasaje: Mc. 2, 23-27) o las reglas de ablución (Mc. 7, 1-23). Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del Esposo (vv. 19-20) y por medio de breves parábolas (vv. 21-22).

a)AYUNO/AT:La práctica del ayuno está ligada, en el Antiguo Testamento y en el judaísmo, a la espera de la venida del Mesías. No comer y no beber vino, actitud peculiar del nazirismo (Lc. 22, 14-26), equivalía a expresar su insatisfacción del tiempo presente y su espera impaciente de la consolación de Israel. Juan Bautista, en especial, había hecho de esa actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc. 1, 15). Por eso, cuando los discípulos de Cristo se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la venida del Mesías y de negarse a compartir la esperanza mesiánica.

La respuesta de Jesús es aquí muy clara: si los discípulos no ayunan es porque no tienen nada que esperar, puesto que los tiempos mesiánicos han llegado ya: no tienen que acelerar por medio de prácticas ascéticas la venida de un Mesías cuya intimidad están viviendo.

Esa intimidad se romperá, indudablemente, en el momento de la pasión y de la muerte de su Maestro: llegado ese momento ayunarán (v. 20, a relacionar con Lc. 22, 18) hasta el momento en que el esposo les sea devuelto en la resurrección y en el reino definitivo.

b) Las parábolas del vestido y odres nos proporcionan otra respuesta al asombro de los discípulos de Juan y de los fariseos: inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús tiene conciencia de que trae al mundo una realidad sin comparación posible con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (cf. Lc. 16, 16 o el milagro de Caná: Jn. 2, 10).

Ninguna de las dos parábolas encierran un juicio de valor para saber si lo viejo es mejor que lo nuevo (como sucede en el caso del vino) o si lo nuevo es mejor que los viejo (que es el caso del vestido). La finalidad de las parábolas no establece una comparación: se limita a subrayar una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo con lo viejo, so pena de perjudicar a lo uno o a lo otro, ya que el vestido remendado quedará mal, lo mismo que el odre viejo quedará irremisiblemente perdido... y con él el vino nuevo. La lección moral que se desprende de la respuesta de Cristo está, pues, clara: hay que saber elegir y renunciar a los compromisos que lo echan todo a perder.

c) Probablemente Jesús pronunció estas dos parábolas como simples proverbios, pero los sinópticos, al colocar estos textos inmediatamente después de la parábola del Señor sobre los tiempos mesiánicos representados por la presencia del Esposo, han dado a estas parábolas un alcance alegórico. El manto y el vino son, en efecto, imágenes clásicas de los tiempos mesiánicos (cf. Lc. 15, 22; Núm. 15, 23; Prov. 9, 1-5). Manto viejo y vino nuevo, todo lo antiguo ha pasado y la salvación estalla en toda su novedad. La primera enseñanza de Cristo hablando de incompatibilidad quedaría así superada por una enseñanza eclesial que subraya la novedad radical de la era nueva.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 323 s


2. 

-Lo viejo y lo nuevo

Los hombres se resisten a la novedad.

Con sus palabras sobre lo viejo y lo nuevo Jesús señala una primera resistencia fundamental a la acogida de su mensaje: cabe la posibilidad de rechazar la conversión evangélica en nombre del equilibrio (¡la sabiduría!) y de la tradición, dos valores más que suficientes para poner en paz a la conciencia. El equilibrio y la tradición significan en este caso apego a los propios esquemas y negativa a renovarse. Los fariseos creían que "convertirse a Jesús" significaba introducir alguna que otra pequeña reforma (un pequeño detalle de adorno, un rasgo de elegancia) a su sistema de vida; como si la novedad de Jesús fuera una pieza nueva que poner sobre un vestido viejo, como si fuera posible encerrar la novedad de Cristo en vasijas viejas.

CV/NOVEDAD: Por eso es por lo que no se realiza en nosotros el milagro de la conversión, a pesar de nuestro encuentro con las palabra de Dios; es que no ofrecemos ninguna zona de disponibilidad sincera para el cambio, para la inseguridad y para la fe, a la acción poderosa de Dios. Es algo así como si tuviéramos el evangelio en la periferia de la aldea, imaginándonos ser seguidores de Jesús por haberle construido un monumento conmemorativo en el centro de la plaza.

La novedad que subraya Marcos es el signo de la presencia de Dios en Jesús, pero también la razón de la cruz, de la persecución, de la repulsa. Se rechaza precisamente a Jesús por ser nuevo. Ya hemos dicho que la novedad de Jesús es su pretensión mesiánica. Pero podemos concretar más aún: es el perdón de los pecados (basta la fe para pertenecer al Reino) y es el hundimiento de todas las divisiones (Jesús se sienta con todos a la mesa); es finalmente la libertad del creyente ante el ayuno y el sábado. Se trata de tres novedades que los hombres rechazan, condenando al profeta que las proclama. (...) Así pues, en Jesús se nos revela un Dios para nosotros: ¡ésta es la gran novedad! Pero los hombres parecen rechazar a un Dios que los ama y los libera. Deciden quitarlo de en medio. Prefieren, por lo visto, a un Dios que mande sobre ellos. (...)

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 52 ss.


3.

Sentido del texto. Nos hallamos ante uno de los pasajes más importantes para dar con la concepción religiosa de Jesús. Pero el empleo de la imagen no facilita a nosotros, occidentales, su compresión y alcance. En concreto, los versículos 19-20 suelen ser fuente de malentendidos a causa de la identificación alegórica del novio con Jesús. Esta interpretación tiene el gravísimo inconveniente de limitar la validez de la enseñanza de Jesús al solo tiempo de su existencia terrena.

El texto está enmarcado en una situación; días de ayuno reglamentados. Esta situación refleja un tipo de concepción religiosa basada en la prestación humana, en la reglamentación, en la ley. La religión como hoja de servicios prestados. La pregunta que sigue puede englobarse en esta otra más general: ¿Por qué razón tus discípulos no son religiosos? La respuesta de Jesús, en categorías occidentales, es la siguiente: la concepción religiosa que yo propongo no está basada en prestaciones ascéticas reglamentadas por una ley (v. 19). Cada día trae su propia ascesis y a cada día le bastan los disgustos (v. 20). Entre vuestra concepción religiosa y la mía no caben componendas o arreglos de compromiso (v. 21) porque ambas concepciones son incompatibles (v. 22). La vuestra es una concepción vieja, a superar; la mía es una concepción nueva que presupone un nuevo talante. Este talante requiere como condición previa indispensable la superación de la ley como principio religioso rector.

DABAR 1979/17


4.

Las palabras de Jesús, que sale al paso de la murmuración, anuncian un hecho gozoso: ahora es tiempo de boda, tiempo de gozo y no de lágrimas. El símil de la boda para designar lo característico de los tiempos mesiánicos es frecuente en todo el N.T., y también en el A. T. desde Oseas (2, 21). A diferencia de los fariseos y del Bautista, Jesús predica un mensaje gozoso. No es, naturalmente una cuestión de talante o temperamento, sino que obedece a un cambio de situación. Tanto los fariseos como la comunidad del Bautista pertenecen todavía a los tiempos de la espera y deben prepararse haciendo penitencia hasta que llegue la plenitud de los tiempos (cfr. Mt. 11, 18; Lc 15 7. 10; 19, 6; 10, 17.20). El gozo del Evangelio está presente en todas las palabras de Jesús (cfr. Lc 10, 23 ss.; 6, 20ss.; Mt 11,5 ss.), incluso cuando llama a penitencia (Lc. 15; 19,1ss). El gozo es el sentido de todas las exigencias, pues todas ellas se fundan en el hecho de la nueva vida que Dios concede graciosamente al hacernos hijos suyos. Sin ese gozo no puede entenderse ni una palabra del Sermón de la Montaña.

Los tiempos mesiánicos se cumplen en la persona de Jesús (Lc. 12, 8 ss.; Mt 11, 5ss). Por eso el texto no habla en general de la boda, sino del novio y de los invitados a su boda. Veladamente Jesús se refiere a su muerte (v.20) y a la pena que causará su ausencia a sus discípulos hasta que la alegría de la resurrección les devuelva el gozo del Evangelio.

Estas dos semejanzas parecen advertirnos del cuidado con que tenemos que respetar todo lo antiguo, procurando que lo nuevo no lo eche a perder. Pero en realidad se trata de una crítica dura contra todo tipo de conservadurismo: "el vestido viejo' y los "pellejos viejos" se dicen en sentido peyorativo.

La actitud de la comunidad palestinense fue más bien conservadora. Y esto difícilmente se explicaría si el mismo Jesús, como de hecho nos dicen los evangelios (Mc 1, 44; 6, 56; 10, 17, 19; 11,15; Mt 5, 17-19. 23-24; 17, 24 ss.; 23, 23), no hubiera vivido como un judío, bajo la Ley. palabras tan radicales como las presentes más bien son un aliento y una clara justificación de los nuevos aires de la comunidad helenista y del pensamiento paulino. ¿De qué manera tales palabras críticas de Jesús pueden compaginarse con su conducta de respeto a las costumbres judías y a la Ley? La solución debe hallarse en el doble aspecto del Reino de Dios, que ya está en el mundo por la persona de Jesús y se proclama gozosamente en el Evangelio, pero que todavía no es una realidad plenamente consumada. El orden viejo sigue todavía, de suerte que el mismo Jesús vive y muere (v. 20) en este siglo que pasa.

EUCARISTÍA 1973/17


5.

Este pasaje está en el mismo contexto de banquete que el anterior (la comida con pecadores vv. 13-17). En aquel pasaje se planteaba la pregunta de la comunión de Jesús con los pecadores, aquí se plantea la legitimidad del banquete mismo. El centro del relato es el v. 19, enmarcado posteriormente en un contexto en el que la primitiva comunidad se defendía de los ataques de las sectas baptistas que exigían un ayuno más riguroso que el de los primeros cristianos.

Lit. "Los hijos de la sala de bodas", expresión semítica que indica a los amigos que el novio ha invitado a la boda. En ese caso la primera catequesis se refiere a los que siguen a Jesús; son defendidos así por su maestro, que es el novio. La idea del revelador como esposo estaba muy extendida en el mundo antiguo. Aquí la imagen podría significar lo siguiente: mientras el esposo está aquí sería incorrecto que los amigos del novio siguieran sumisos a la espera ansiosa y a la tristeza. Una nueva realidad se ha instalado en la historia con la aparición de Jesús. No aceptarla es caer fuera del nuevo contexto del reino.

Estas expresiones no tratan del ayuno en cuanto tal, sino del ayuno en tanto en cuanto expresa la aflicción, la tristeza de los creyentes. Jesús no condena aquí el ayuno por sí mismo; él mismo cumplía las leyes del ayuno (cf Mt 4, 2; 6, 16-18). Sólo afirma que esta ceremonia de contrición no corresponde a los tiempos mesiánicos, caracterizados por la alegría del reino ya inaugurado. Además la respuesta de Jesús puede significar que ni los fariseos, ni los discípulos de Juan han reconocido a Jesús como el esposo mesías; su tristeza y ayuno serían signos del rechazo a Jesús.

Esta comparación, lo mismo que la del v. 21, no encaja muy bien con el relato y de ahí que su interpretación no sea fácil. De todos modos, como parece deducirse del contexto general, se trata de la novedad del mensaje de Jesús. No hay que volver a las antiguas tradiciones para ser cristiano (cf. 2. lectura) y es preciso ponerse en una nueva actitud ante el Dios de amor (1. lectura). En esa postura, la ascesis cristiana cobra un nuevo sentido: medio indispensable, para el ejercicio de la responsabilidad, condición ineludible para la práctica de un auténtico amor, participación en el misterio de la cruz.

EUCARISTÍA 1979/10


6. J/ESPOSO:

«Uno no sabría ser más claro. El Esposo tan esperado, aquel a quien llamaba con toda su voz la esposa del Cantar de los Cantares, es Jesús mismo. Jesucristo, hablando las más de las veces en imágenes y en parábolas, repite esta alegoría de las bodas para anunciar el Reino. Es a los pequeños y a los humildes a quienes El se dirige fundamentalmente, ya que es a ellos a quienes corresponderán los primeros puestos: «Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto..., porque todo el que se ensalza será humillado» (Lc. XIV, 8-11). Por encima de esta simple recomendación de etiqueta no cabe duda de que Jesús se refiere al festín nupcial por antonomasia, aquel que celebra el establecimiento del Reino; ¿no se trata aquí, en efecto, «del Reino de los cielos como semejante a un Rey que preparó el banquete de bodas para su Hijo?» (Mt. XXII, 2). La expectación de Israel no quedó defraudada. La parte fiel esperaba al Esposo y el Esposo vino. No obstante, el encuentro no es definitivo bajo todos sus aspectos, ya que Cristo debe irse de nuevo y prepararnos un lugar en el banquete de su Reino («Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré de nuevo y os tomaré conmigo», Jn. XIV, 3). Hasta tanto vayamos a ocupar este lugar, permanecemos aquí abajo igual que una virgen desposada con su prometido: «Yo os he desposado a un solo marido, para presentaros a Cristo como casta virgen» (2 Cor. XI, 2), según exclama San Pablo repitiendo una comparación ya establecida por Jesús: La parte rescatada es semejante a diez vírgenes que van al encuentro del Esposo; se hace tarde y entonces resuena el grito de salvación y de alegría: «Ahí está el Esposo» (Mt. XXV, 1-6) (6). Las vírgenes prudentes tienen sus lámparas preparadas. Sin duda alguna el rito del bautismo, al entregar al nuevo cristiano una lámpara encendida, quiere significar que éste se encuentra incluido en el número de las vírgenes prudentes que están a la expectativa del Esposo; por eso le dice: «Recibe esta lámpara..., así, cuando el Señor venga a las bodas eternas, tú podrás ir a su encuentro».

«El cortejo de las vírgenes caminando al encuentro del esposo con sus lámparas encendidas evoca el cortejo que, en la noche pascual, conduce a los nuevos bautizados, llevando sus cirios en la mano, desde el baptisterio hasta la iglesia, donde van a participar en el banquete eucarístico» (7).

«Las lámparas que tú encenderás son el sacramento del cortejo luminoso de lo alto con el cual iremos al encuentro del esposo, almas vírgenes y resplandecientes con las lámparas brillantes de la fe. No nos durmamos negligentemente impidiendo la entrada de aquel que es esperado, aunque vendrá de improviso, y no permanezcamos sin alimento y sin aceite, ya que corremos el peligro de quedar excluidos del aposento nupcial» (8).

Los Padres han interpretado el episodio de Caná como una ocasión que quiso utilizar el Señor para indicar que el Esposo estaba ya allí. «Durante el banquete de las Bodas de Caná vemos al Señor tomar el lugar del esposo proporcionando el vino, deber este propio normalmente del que celebra sus desposorios, como hace notar S. Juan (/Jn/02/09, en que el maestresala se encara con el recién casado). Bien entendido que el Señor no viene a sustituir al joven esposo, de la misma manera que no arrebata a Herodes su corona, ya que El es verdaderamente Rey. Subsiste plenamente este orden temporal que El ha establecido. Se concentra más bien, se ahonda hasta convertirse en un «misterio» en un «signo» de realidades divinas. El matrimonio, conocido y practicado siempre y en todos los países, se convierte en sacramento, la unión natural de los esposos entra en relación con la unión de Cristo con su Iglesia, de modo que el hombre y la mujer encuentran en este misterio que les excede un ejemplo y una virtud que puede ser la mejor garantía de su amor» (cf. la epístola de la misa por los esposos Ef. V, 21, 23: ...Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo ama a la Iglesia...) (9).