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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
(19-29)
19. COMENTARIO 1
HASTA QUEDARSE SIN NADA
Con frecuencia se ha predicado que la norma del cristiano respecto a los bienes
terrenales es compartir. Partir el pan con el pobre, con el hambriento, con el
necesitado. Compartir y no acaparar, de modo que, como en el reparto de panes
que hizo Jesús (Lc 9,10-17), haya para todos y sobre.
Sin embargo, este mensaje del "compartir" era más propio de la escuela de Juan
Bautista, que propugnaba una sociedad más justa, una justicia más distributiva:
«El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que
tenga de comer, que haga lo mismo» (Lc 3,11).
La utopía de Jesús está expresada en un texto del sermón de la llanura de Lucas,
que no siempre ha sido bien entendido: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien
a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os
injurian» (Lc 6,27-28).
Atrás queda la ley del "talión": «ojo por ojo y diente por diente», que hizo
progresar el derecho penal de la época, pues evitaba que la gente se
extralimitase con la venganza; la medida de la venganza debía ser la medida de
la ofensa. Atrás queda la fórmula veterotestamentaria de «amarás al prójimo como
a ti mismo», que ojalá se convirtiese en norma reguladora de las relaciones
humanas.
Pero la utopía de Jesús va más allá: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale
la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A todo el que te
pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames... » (Lc 6,29-30).
La generosidad del discípulo va más allá del compartir: consiste en dar y darse
hasta quedarse sin nada. Compartir es de estricta justicia; dar hasta quedarse
sin nada es propio de quien ha superado los viejos cánones y ha sustituido la
justicia, como patrón del comportamiento humano, por el amor como único
mandamiento, como el mandamiento nuevo: «Amaos como yo os he amado», esto es,
hasta perder lo que más queremos, la vida, para darla 'a' y 'por' los demás.
Con esta medida de amor sin medida el cristiano anuncia que es posible otro
mundo dentro de este viejo mundo de odios y de egoísmos.
Por desgracia, este fragmento del evangelio se ha entendido a veces tan al pie
de la letra que se ha deformado su significado. No se trata de hacer el tonto
fomentando la delincuencia («al que te pegue en una mejilla, preséntale la
otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica; al que se lleve lo
tuyo, no se lo reclames»), dejando que nos atropellen impunemente. No se trata
de poner en práctica al pie de la letra las palabras de Jesús, sino de llevar a
la vida de cada día la enseñanza que contienen, a saber: el discípulo de Jesús
debe sorprender al prójimo con más de lo que éste espera de aquél, debe dar más
allá de lo exigido, debe perdonar más allá de lo soñado, debe tratar a los
demás, en definitiva, con el infinito amor y comprensión con que nos tratamos a
nosotros mismos; más aún, con el amor sin límite que demostró Jesús. «Amaos como
yo os he amado.»
Este es el núcleo del evangelio, una utopía a la que hay que tender, una praxis
en la que siempre es posible dar más, entregarse más, amar más; un camino en el
que 'pasarse' es mucho mejor que no llegar. Con palabras concretas, Jesús expone
una doctrina universal: ser cristiano es darse, entregarse hasta quedarse sin
nada: «al que te quita la capa (ropa de abrigo), dale también la túnica
(vestido)».
20.
COMENTARIO 2
NO HAY LIMITE PARA EL AMOR
Para los cristianos no hay límites para el amor. Ni en la intensidad y la
generosidad de la entrega ni en lo que se refiere a las personas que pueden ser
objeto del mismo: nadie, ni siquiera los enemigos, pueden ser excluidos de
nuestro amor. Pero esto, naturalmente, no supone renunciar a la lucha contra la
injusticia.
¿NO HAY SALVACION PARA LOS RICOS?
El evangelio del domingo pasado terminaba amenazando a los ricos, a los hartos,
a los que ahora ríen; si las bienaventuranzas se consideran como promesas para
la otra vida, habría que hacer la misma interpretación de las amenazas: se
trataría de una condena eterna, para la otra vida, para todos los ricos (y sin
que importe el origen de la riqueza; el evangelio no indica nada al respecto).
Tal interpretación, que a cualquiera, y especialmente a los que defienden que la
felicidad que se promete a los pobres es para la otra vida, le parece
disparatada, resulta difícil de compaginar con las palabras que a continuación
Jesús dirige a todos los que lo escuchan proponiendo la exigencia más
radicalmente nueva de todo su mensaje: «Amad a vuestros enemigos... » Si los
enemigos de los pobres, los ricos, están ya condenados por Dios a la
insatisfacción y al llanto eternos, ¿qué sentido tiene pedir amor para ellos?
Las promesas y amenazas de bienaventuranzas y ayes se refieren a este mundo, o
mejor, al mundo nuevo que Jesús nos propone construir en esta tierra y en el que
los que sufren por culpa de la injusta organización de este mundo viejo dejarán
de sufrir y serán felices, felicidad a la que se cierran los que se obstinan en
mantener la injusticia de una sociedad en la que unos acumulan lo que otros
necesitan para vivir.
NO ES TAREA FACIL
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que
os maldicen, rezad por los que os maltratan.
Difícil tarea. En nuestro mundo, en el que el propio orgullo, el honor mal
entendido, el quedar por encima de los demás son los valores más en alza, Jesús
dice que hay que elegir algo que, para la mayoría, está totalmente devaluado: el
perdón, el buscar el bien de quienes nos tratan mal.
Jesús nos invita a un cambio radical: a nacer de nuevo, a aceptar a Dios como
Padre y a organizar este mundo como un mundo de hermanos. Y para que este cambio
sea posible, esta exigencia es totalmente necesaria, pues para cambiar de raíz
la convivencia humana no basta con querer a los que nos quieren; eso lo hacen,
dice Jesús, hasta quienes no creen que Dios sea Padre y que quiera hacernos
hermanos, porque sólo esta calidad de amor nos va realizando como hijos de Dios:
«Amad a vuestros enemigos..., así tendréis una gran recompensa y seréis hijos
del Altísimo».
Para organizar este mundo de modo que todos puedan alcanzar su porción de
felicidad -y la auténtica felicidad consiste en la experiencia del amor
compartido- es necesario que empecemos por no negar a nadie esa posibilidad, ni
siquiera a los que se empeñan en hacer de nuestra vida una constante desgracia.
Para que nazca un mundo nuevo es necesario demostrar que es posible el amor en
cualquier circunstancia, incluso en las más difíciles para practicarlo: «Padre,
perdónalos, que no saben lo que están haciendo» (Lc 23,34). Estaban matándolo.
NO VIOLENCIA CONTRA LA INJUSTICIA
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite la
capa, déjale también la túnica; a todo el que te pide, dale, y al que se lleve
lo tuyo, no se lo reclames.
No se trata de no tener enemigos. Esto es algo que no podremos evitar; no está
en nuestras manos impedir que haya quien se ponga en contra del proyecto de
Jesús; se trata de no excluirlos de nuestro amor, de no cerrar nunca las puertas
de la reconciliación, de no dar nunca por terminadas las posibilidades de
cambio -conversión- ni siquiera en quienes se empeñan en ser nuestros enemigos;
al contrario, no se debe despreciar ninguna ocasión para hacerles ver que
también ellos están invitados a buscar la felicidad al lado de los que, teniendo
a Dios como Padre, tratan de vivir como hermanos.
Y tampoco se trata de callar ante la injusticia, de renunciar a nuestros
derechos o a nuestra dignidad. Cuando Jesús habla de poner la otra mejilla no
está aconsejando a los pobres que se resignen con su suerte, no está predicando
esa resignación que falsamente se llamó cristiana y que ha alejado de la fe a
tantas personas comprometidas en la construcción de un mundo más justo (si así
fuera, ¿qué sentido tendrían las amenazas a los ricos que siguen a las
bienaventuranzas?). Lo que Jesús propone es que cada uno, en sus relaciones
personales, sea capaz de renunciar siempre al uso de la violencia, y en
ocasiones incluso a los propios derechos para mostrar la calidad del amor de
los hijos del Altísimo, y para invitar al enemigo a emprender, también él, el
mismo camino del amor.
Las últimas palabras del evangelio de hoy, «no juzguéis y no os juzgarán, no
condenéis y no os condenarán...», deben entenderse también a la luz de todo el
evangelio: Jesús acaba de condenar a los ricos; pero esta condena mira a las
estructuras injustas con las que Jesús no tiene ningún tipo de
contemplaciones; pero deja siempre abierta la puerta a la persona: al rico que
acepta la invitación de Jesús, rompe con esas estructuras injustas, renuncia a
la riqueza y se incorpora a la tarea de convertir este mundo en un mundo de
hermanos (Lc 18,1-23).
21.
COMENTARIO 3
UNA REGLA DE ORO, VALIDA PARA TODOS
La segunda parte del discurso del llano va orientada a los oyentes, a todo el
pueblo. En primera instancia, Jesús invita a todos a un amor generoso y
universal (6,27-38), a fin de llegar a asemejarse del todo al Padre del cielo.
De no ser así, si actuamos como lo hacen los paganos y descreídos, ¡vaya gracia!
Si pagamos con la misma moneda, quiere decir que no hemos renunciado a sus
falsos valores. El hombre que se abre al amor se vuelve generoso como el Dios de
la creación; él mismo se fabrica la medida con la que será recompensado.
La continuación del discurso (6,39-49) se inicia con el anuncio de una parábola
que, de hecho, no se expondrá hasta el final (vv. 47-49). Primero formula una
cuestión sirviéndose de un dicho proverbial: «¿Puede acaso un ciego guiar a otro
ciego?... »(6,39). El discípulo sólo puede llegar a ser guía de otros cuando
alcanza la talla del maestro. Después viene una segunda cuestión: «¿Por qué te
fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que llevas en el
tuyo?» (6,41): la manera de actuar revela la realidad interior del hombre
(ceguera/hipocresía/opacidad o claridad de visión/frutos buenos/transparencia).
La tercera cuestión va al fondo del problema: «¿Por qué me invocáis: "¡Señor,
Señor!", y no hacéis lo que os digo?» (6,46). Responde ahora con una parábola
doble: «Todo el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os
voy a indicar a quién se parece: se parece a un hombre que edificaba una
casa...» (6,47); «en cambio, el que las escucha y no las pone por obra, se
parece a uno que edificó una casa...» (6,49). El contenido del discurso de Jesús
dirigido al pueblo de Israel (cf. 7,1) reemplaza el lugar de la Ley, pero no se
puede quedar en jaculatorias vacías de sentido. La casa edificada sobre «la
roca», la fe/adhesión personal a Jesús y a su programa, no se la llevan las
riadas ni le afectan los temblores de tierra o huracanes; en tiempo de crisis y
de defecciones, tan cíclicos como los fenómenos atmosféricos o los cataclismos,
se mantiene firme e inconmovible. En cambio, la casa que no tiene cimientos, la
fe que no ha enraizado mediante el compromiso personal, se hunde y se pierde
inexorablemente.
22.
COMENTARIO 4
La realidad animal, producto de la terrenalidad de la que surge el ser humano,
domina a todo hombre y a toda mujer. Bíblicamente el ser humano está creado de
polvo de la tierra, de "adamah": esta realidad pesa sobre los seres humanos y,
al no saberla manejar, puede convertir a los individuos en puros animales,
asesinando en ellos al Espíritu de Dios, que nos inhabita desde la creación. El
egoísmo humano no manejado, puede llevarnos a ser las creaturas más
desequilibradas de toda la creación. El apóstol Pablo, quien hace un análisis
del relato de la creación de Génesis, llama la atención para que los cristianos
no se dejen dominar por la pura animalidad, sino para que actúe dentro de ellos
la fuerza del Espíritu de Dios, para que, de esta forma, puedan llegar a
colaborar con Dios en la terminación de su obra creadora.
Debemos configurar nuestra vida con Jesús quien vivió de forma coherente su
humanidad. Jesús, durante toda su vida, pasó haciendo el bien a todos los que le
rodeaban, y por todos los medios buscó manifestar el verdadero sentido de la
humanidad. Su trabajo más intenso consistió en lograr que el grupo de sus
seguidores asumiera nuevos criterios de relación y de fraternidad, que ayudaran
a sacar este mundo de la profundidad a donde lo había introducido la tendencia
humana egoísta mal manejada.
Jesús enseñó una nueva forma de concebir la vida. Esta nueva forma de entender
no es simple palabrería y predicación alejada de la vida. Jesús ratificó con su
vida, con su comportamiento, con sus acciones, que era posible actuar de forma
diferente a lo establecido y asimilado como normal dentro de la cultura judía.
La forma de ser de Jesús puso en conflicto a muchos, en especial a la clase
dirigente y a los líderes de la religión que se sentían interpelados por el
actuar libre y sincero de Jesús de Nazaret.
Jesús no le hace el juego a la tradición recibida. Él es capaz de cambiar el
curso de las relaciones establecidas y propone un mundo pensado de forma
diferente, de forma alternativa al establecido hasta entonces. Este mundo de
forma diferente, Jesús lo quiere comenzar a partir de unas nuevas bases para las
relaciones interpersonales, que por lo general son las que, en definitiva,
pueden cambiar el modelo de relación socialmente aceptado.
Frente al modelo social que vivían los discípulos y el resto del pueblo, Jesús
propone un modelo de vida que a nuestro pensar se nos hace imposible de vivir.
No podemos olvidar que nosotros, al igual que los discípulos, hemos nacido en
una sociedad netamente egoísta, y por lógica social, solemos responder de la
misma forma que como nos tratan. Jesús va mucho más lejos e invita a los
discípulos a superar el egoísmo y a construir una nueva experiencia, donde la
justicia, la fraternidad, la igualdad y el amor sean la norma reguladora de la
vida de todo hombre y de toda mujer que quiera vivir la experiencia universal
del Reinado de Dios en libertad y en fraternidad.
Estamos llamados a vivir, de forma creativa y desde la libertad, toda la ética
mayor que Jesús durante su vida nos propuso. Cuando asumamos el compromiso de
vivir como Jesús vivió, entonces sabremos que sí es posible pensar y organizar
este mundo de otra manera.
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).
23. DOMINICOS 2004
En este último domingo antes de Cuaresma, las lecturas nos invitan a contemplar el misterio de Dios presente en los demás. Nos invitan a hacerlo de una manera extrema: a reconocer la dignidad de Hijos de Dios y por tanto dignos de ser amados tal como él los ama, aún en aquellos que nos insultan y persiguen, aún en aquellos que consideramos despreciables por sus obras.
La misericordia del Señor es infinita, eterna su fidelidad, infalible su justicia. Las lecturas de este domingo nos llaman con voz potente: estamos llamados a amar a todos los hijos de Dios. A ser misericordiosos, incluso con los inmisericordes. A ser fieles al misterio del Dios Padre que no ama menos a sus hijos porque le sean infieles. A ser justos en dar absolutamente a todos el amor que todos merecen, simplemente por ser criaturas de Dios.
Cristo, tal vez preparándonos ya para comenzar la Cuaresma, nos invita no sólo a ver más allá, sino a ir más allá. No nos dice simplemente "ámense unos a otros". Nos pide amar a los enemigos, bendecir a los que nos maldicen. Palabras duras, irracionales casi, incomprensibles tal vez para los que vivimos estas épocas de "guerras preventivas", de "propiedad privada" y de "globalización salvaje".
Se nos pide, frente a quien es cruel, o injusto, o
abusador, tomar la actitud contraria a la de "darles un poco de su propia
medicina", que adoptaríamos muchas veces creyendo aplicar justicia. Podríamos
pensar que es justicia odiar y matar y castigar a los que nos causan tanto
sufrimiento, o a los que se lo causan a los más pobres y desposeídos. Sin
embargo, lo que es justicia es amarlos. Eso no significa justificar sus actos.
Significa que son hijos de Dios, y que los que nos decimos "cristianos
practicantes" hemos de reconocerlos tales. Y dar testimonio de misericordia, de
perdón. Sólo sobre esos cimientos (y jamás sobre el odio o el resentimiento)
construiremos la justicia y la paz que soñamos, con Cristo, para nuestro mundo
sufriente.
Comentario Bíblico
La Misericordia: clave del sermón de la llanura
I Lectura: Iº Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23): El valor de la fidelidad
I.1. En esta primera lectura se narra un episodio muy importante de la vida de
David, el gran rey de Israel y Judá, quien en su carrera hacia el reinado quiere
respetar al ungido de Dios, hasta entonces, Saúl, y no quiere matarlo en una
ocasión propicia cuando dormía en el desierto. Es una lectura, con rasgos de
leyenda, que quiere hablarnos de lo importante que es la magnanimidad y
generosidad en la vida; mensaje que de alguna manera nos prepara a escuchar el
evangelio de día. No sabemos cómo estas escenas entre Saúl y David han circulado
en las tradiciones previas. Es manifiesto que los redactores “deuteronomistas”
ha querido exaltar la fidelidad de David al ungido de Dios, porque él lo sería
un día.
I.2. Probablemente hay un cierto “fingimiento” en la actitud de Saúl con
respecto a David; en realidad eran más enemigos de lo que podemos pensar. Cada
uno tenía su parcela, sus intereses familiares y de tribu y sus hombres de
confianza. Pero también podríamos pensar que se quiere “canonizar” al “santo”
rey David, quien sería el hombre que les dio una identidad y un futuro a las
tribus que hasta entonces no habían tenido unidad. La historia se construye así
muchas veces. Pero eso no quiere decir que David no hubiera respetado a Saúl
como rey, hasta el momento en que cae en la batalla ante los filisteos (1Sm 31).
No obstante la lección debe ser para nosotros lo importante: hay que ser
magnánimos y respetar la vida de todos los hombres
II Lectura: Iª Corintios (15,45-49): Cristo vivificador
I.1. Esta lectura es la unidad penúltima de la disertación paulina sobre este
misterio de la vida (1Cor 15): no hemos nacido para quedarnos en la tierra, sino
para ser seres espirituales, donde la muerte no nos lleve a la nada. Es eso lo
que se propone bajo la imagen de los dos Adanes: el de la tierra y el del cielo.
Pablo ha querido recurrir al Gn 2,7 para sacar unas consecuencias entre el
hombre natural, biológico, genético si cabe, y el hombre espiritual (el de la
resurrección). No podríamos aplicar aquí, con rigor, unos esquemas científicos.
Porque el hombre natural, la especie humana, creado a imagen de Dios, es y debe
ser también espiritual. ¡De esto no debe caber la menor duda! No existe un
hombre natural, aunque muchos hagan depender este texto de la expresión
anterior: “si hay un cuerpo natural, lo hay también espiritual” (v. 44).
II.2. ¿Cómo resolver este dilema? El hombre espiritual es el de la resurrección,
que en 1 Cor 15 es precisamente Cristo. Por tanto, se impone una consecuencia:
de Gn 2,7 sale el hombre (Adam) para esta vida, con toda su dignidad, con toda
su creaturalidad que no es simplemente la vida biológica de los seres vivientes.
Pero no se ha acabado ahí el misterio de ser “imagen de Dios”. No llegaremos a
ser la imagen plena de Dios sino en la resurrección, como lo es Cristo ya
resucitado según este texto de 1Cor 15. Dios no habrá acabado su proyecto
creador sino por la “recreación” del hombre que superando lo biológico, psíquico
y espiritual de este mundo, llega a la plenitud de lo espiritual por la
resurrección. Cristo, pues, es la imagen, el modelo y al paradigma de lo que nos
espera a todos. Hemos sido creados, pues, para la vida eterna y no para la
muerte. Cristo es el Adam vivificado por la resurrección y vivificante en cuanto
en él seremos todos vivificados. Dios hará en nosotros lo que ha hecho en Él.
Evangelio: Lucas (6,27-38): Evangelio frente a violencia
III.1. Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo
primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio Q (de ahí lo toman Mateo y
Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en la Didajé. Se ha dicho que
la “regla de oro” es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque
no sea lo más original, ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo
que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza
determinante el “ser misericordiosos como Dios es misericordioso”. Algunos
especialistas intuyen que estas palabras eran como el catecismo de los profetas
itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el
tenor original de las palabras de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas
en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús
pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al
odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.
III.2. Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje
evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en su exigencia más
radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello
que da vida a una planta; que recoge el “humus de la tierra”. Frecuentemente,
cuando se habla de radical, se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si
fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una
experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas
del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido
verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la
praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de
Dios.
III.3. Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la
violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar
disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de
evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan
utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que
tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad
estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en
ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las
leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones,
de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de
amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una
verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de
violencia para muchos. Pero ¿cómo es posible que Jesús pida a las gentes que
amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es
como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así
es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura
hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente
irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo
se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es
posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de
realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está
fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.
III.4. El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia
es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos,
porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y
buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar
su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone “ser
perfectos” (que, en el fondo, tiene un matiz jurídica, propio de la mentalidad
demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la
forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a
la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de
nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado;
exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la
propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo
renunciar a la venganza de quien sea mi enemigo y me ofende y me hace
injusticia? No es cuestión de que se imponga porque sí todo esto como precepto.
En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús,
significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de
“llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios”.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
"¿Quién podría atentar impunemente contra el ungido del Señor?" Ver más allá.
En el relato de Samuel, se nos presenta a David y a Saúl. Movido por sus celos,
por su ciega ambición de un poder indiscutido, Saúl ha salido a matar al
inocente David con todo un ejército. Y David lo sorprende dormido en medio de
sus hombres, que también duermen. Sin embargo, no aprovecha para matarlo. ¿Por
qué no se deshace David de este enemigo, probadamente incapaz de guardar su
promesa de amarlo como a un hijo, de quien varias veces intentó matarlo? ¿Por
qué no libra de una vez al pueblo de este rey ambicioso y que se guía solamente
por sus caprichos?
David ve algo más en este hombre que a ojos vistas aparece simplemente
deleznable: ve al Rey de Israel, ve al ungido del Señor. Por eso, a este, que ya
lo ha abofeteado una vez, David le ofrece la otra mejilla. A este, que ha sido
rápido para juzgarlo sin fundamentos, David no lo juzga, sino que lo perdona
conservándole la vida. Sabemos que todo lo que nos rodea (y todos los que nos
rodean, al decir de Leonardo Boff), es "sacramento de la vida". Eso nos remite a
ver más allá. A ver, en lo profundo, un signo del compromiso de Dios con
nosotros y de nosotros con Dios. ¿Cómo ver la dignidad de los hijos de Dios en
"los señores de la guerra", en las multinacionales, en todos los que persiguen e
impunemente asesinan a los pequeños del Señor? Por más ilógico que parezca, a
eso nos llama hoy Cristo, eso nos enseña David al perdonar la vida a Saúl. Ambos
le creen a un Dios que "no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme
a nuestras culpas". Ambos han experimentado en sí la misericordia del Señor, y
por eso confían en sus juicios, y actúan misericordiosamente.
"Él es bueno con los desagradecidos y los malos". Ir más allá.
Pero entendamos bien: no se nos llama a quedar inactivos, esperando "la justicia
divina". Sino a demostrar aún a esos que no parecieran capaces de amor que son
profundamente amados: eso hace David con Saúl, al tomar su lanza y decirle:
podría haberte matado, pero conservé tu vida, porque te quiero. Tal vez sea esta
la única manera de ser instrumentos del Señor, que quiere "darnos un corazón de
carne" a todos los hombres y mujeres sin excepción. Ni siquiera frente a quienes
parecen hechos de granito es admisible que el corazón de un cristiano se vuelva
"de roca". También para ellos nuestros corazones han de ser compasivos. Es la
única manera de ser "instrumentos de su paz", como diría San Francisco.
Ciertamente, no es la venganza ni el castigo ejemplar lo que busca nuestro Dios.
Es la conversión de todos nosotros. Busca que nos sepamos tan profundamente
amados que no podamos responder más que con amor, sin esperar nada en cambioŠ
nosotros, que somos desagradecidos y malos.
Fácil es decirlo, y sin embargo me pregunto cuántas veces, en lo profundo, he
deseado más la desaparición que la conversión de quienes asesinan y masacran. Y
cuántas veces he respondido con palabras hirientes, en lugar de amantes, a
quienes me herían, insultaban, malinterpretaban.
La construcción de la paz y la justicia empieza en casa, en lo pequeño, en el
corazón: a ese que, contra todas las apariencias, sé un hijo o una hija de Dios,
debo amarlo. Debo ir más allá: no contentarme con amar a quienes me aman, o a
quienes sufren y por eso es fácil comprender cuando yerran. Debo amar a quienes
me causan sufrimiento y dolor, donde sea, del tipo que sea. Ningún testimonio
que pueda dar será más elocuente que ese.
"Amen a sus enemigos". Allí donde hay que amar.
A veces nos toca convivir con personas que tienen rasgos o costumbres
particularmente molestos o inaceptables para nosotros. A veces intentamos
ignorarlos. A veces intentamos cambiar a esas personas, con el consiguiente
monto de frustración, y muchas veces de violencia. Pero Jesús nos propone otro
camino: "den sin esperar nada a cambio". Tal vez, en lo cotidiano, es justamente
ahí en lo que más me molesta de los otros donde debo amarlos. Tal vez un gesto
que no tolero, termine volviéndoseme querido a fuerza de amarlo en los otros. Y
tal vez los otros se conviertan, justamente por ser amados tal cual son. ¿No nos
ama así Dios, tal como somos? ¿No deseamos que así nos amen los demás, tal cual
somos? Así hemos de amar nosotros a los demás: tal cual son, especialmente allí
donde quisiéramos que dejen de ser. Porque ahí los ama Dios. Y porque así nos
ama a nosotros.
Tal vez el ejercicio cotidiano de ese amor por parte de los cristianos sea
levadura y fermento de un mundo nuevo, donde ya no busquen los poderosos
mantenerse a costa de los pequeños. Tal vez, con corazones así ejercitados,
seamos para nuestros hermanos y hermanas "seres espirituales que dan la Vida",
al decir de San Pablo. A eso estamos llamados.
Carola Arrue. Argentina
carolaarrue@eircom.net
24.
Nexo entre las lecturas
El discurso de Jesús en la montaña capta hoy nuestra atención. La enseñanza es
profunda y novedosa: Jesús invita a sus discípulos a amar a los enemigos (Ev).
Tal enseñanza era desconocida por el mundo judío y extraña para el mundo griego.
Era una novedad que expresaba el amor con el que Dios ama a los hombres. Esta
enseñanza se expresa en dos sentencias de Jesús: tratad a los demás como queréis
que ellos os traten, es decir no trates a los demás como ellos te traten a ti,
sino como tú quisieras ser tratado por ellos; y la segunda sentencia reza así:
sed misericoridosos como vuestro Padre es misericordioso, que nos revela el
grande amor de Dios Padre. La primera lectura nos presenta precisamente a David
que perdona a Saúl cuando lo tenía a punto para matarlo (1L). David, figura del
Rey mesiánico, muestra entrañas de misericordia ante sus enemigos. Por su parte,
Pablo nos habla del primer Adán (el hombre creado) y el último Adán (Cristo).
Aquí se revela la gran vocación del hombre a ser un hombre nuevo en Cristo (2L).
Mensaje doctrinal
1. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Esta sentencia se
presenta al final de una serie de exhortaciones de Jesús sobre el modo de tratar
a los demás. "Hay que amar a los enemigos", es decir, no se puede seguir a Jesús
si se aplica la ley del talión: ojo por ojo... No se puede seguir a Jesús si se
guarda rencor, resentimiento, odio y deseo de venganza. Todo esto denigra la
dignidad humana. Y, sin embargo, con qué facilidad nosotros y todos los hombres
somos presas de estos sentimientos. ¡Cómo nos cuesta perdonar! No, ya cuando
alguien haya cometido contra nosotros ultrajes y daños irreparables, sino cuando
simplemente han sido descuidos, faltas de atención. Sí, el egoísmo en el hombre
es una pasión grande que brinca por todas partes. Es pues, imprescindible pasar
del "hombre viejo", el primer Adán, al hombre nuevo, el último Adán, Cristo
mismo. Ejemplo de este paso los tenemos y los hemos experimentado: recordemos a
aquel joven que en la vigilia de Tor Vergata en el año 2000, año del gran
Jubileo, y por tanto, del gran perdón, perdonaba en público en presencia del
Papa a los asesinos de su hermano. ¿Cómo es posible llegar a un amor de esta
naturaleza? Sólo es posible en Cristo, cuando Cristo ha tocado el íntimo del
corazón y habla a la persona y le revela el verdadero camino de la felicidad.
Aquel muchacho había pasado del rencor al amor, tendía una mano a los asesinos
de su hermano y se tendía una mano a sí mismo. El perdón lo condujo al amor.
Hoy, purificada la memoria, puede caminar por las rutas de la vida con
esperanza. Si Él no hubiese perdonado, hoy su memoria infectada sería fuente de
amargura, de desesperación, de rabia.
El Papa Juan Pablo II en su mensaje del 1 de enero de 1997 decía: "es verdad que
no se puede permanecer prisioneros del pasado: es necesaria, para cada uno y
para los pueblos, una especie de ’purificación de la memoria’, a fin de que los
males del pasado no vuelvan a producirse más. No se trata de olvidar todo lo que
ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo, precisamente
de las experiencias sufridas, que sólo el amor construye, mientras el odio
produce destrucción y ruina. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a
la insistencia inquietante de la venganza. Pedir y ofrecer perdón es una vía
profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de situaciones
marcadas por odios antiguos y violentos".
De aquí, pues, nace la máxima de gran alcance: tratad a los demás como quisiera
que a mí me trataran. Si deseo que me traten con respeto, debo tratar con
respeto; si quiero ser amado, debo amar; si quiero ser comprendido y perdonado,
debo aprender a comprender y perdonar. Está máxima es de sumamente práctico y de
gran actualidad, supone sin embargo, una profunda renuncia de sí mismo. Supone
que el "yo egoísta" no es el centro de la personalidad y de los propios
intereses, sino el "tu". No puede haber plena realización de la persona si no es
en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Por lo demás la experiencia nos
dice que quien no perdona, poco a poco se amarga la vida y los resentimientos
empiezan a corroer su alma.
2. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Importa
mucho ver el término de comparación: el Padre es misericordioso. Sabemos que el
Padre es misericordioso porque Cristo nos ha revelado el rostro del Padre. Lo
sabemos porque Cristo, muriendo en la cruz y resucitando, nos ha dicho cuán
valioso es el hombre a los ojos del Padre. Lo sabemos porque la parábola del
Hijo pródigo en su sencillez, nos anuncia verdades magníficas al mostrarnos cómo
nos recibe el Padre eterno cuando volvemos a su hogar. Así, pues, nadie
desespere, nadie se abandone, nadie lance por la borda su vida: el Padre es
misericordioso y la prueba es su Hijo Jesucristo en quien tenemos acceso a Él.
Quien hace experiencia honda de esta paternidad, es capaz, a la vez, de expresar
esta paternidad ante el mundo. Esos son los santos al estilo de Francisco de
Asís, Leopoldo Mandic, Madre Teresa, Santa Terista de Lisieux. Ellos han tenido
una experiencia profunda de que Dios es Padre y se cuida de todas y cada una de
sus creaturas, especialmente del hombre, creado a su imagen y semejanza. Ellos,
lo santos, descubren a Cristo en todos los hombres, porque el Verbo al
encarnarse se ha unido de algún modo a todo hombre. Ellos se sienten
solidariamente hermanos de todos los hombres, porque se sienten hijos del Padre.
Sea pues, la consigna: misericordia. Que nuestras entrañas se revistan de
misericordia para ver nuestra propia vida y para ver la vida del prójimo. Todos
tenemos necesidad de misericordia.
En la canonización de Sor Faustina Kowalska (30 de abril de 2000), Juan Pablo II
decía: "No es fácil, en efecto, amar con un amor profundo, hecho de un auténtico
don de sí mismo. Este amor se aprende en la escuela de Dios, al calor de su
caridad divina. Fijando la mirada sobre Él, sintonizando con su corazón de
Padre, nos hacemos capaces de mirar a los los hermanos con ojos nuevos, en una
actitud de haber recibido todo gratuitamente y para compartirlo con los
hermanos, una actitud de generosidad y de perdón". ¡Todo esto es misericordia!
Sugerencias pastorales
1. Aprender a perdonar desde pequeños. Aquí las madres de familia tienen
un gran campo de acción. Son ellas las que van formando el corazón de sus hijos.
No cabe duda que en los años tiernos de la infancia el corazón es más moldeable.
En este corazón se puede ir formando una gran capacidad de amor y perdón, pero
por desgracia, también se pueden ir alimentando rencores y rencillas. Educar en
el amor misericordioso, en el perdón a los otros hermanos o niños de la escuela.
Educar en el amor a la verdad, a la justicia, en la capacidad de experimentar
misericordia por el pobre, por el que sufre, por el enfermo. Los niños,
paradójicamente, pueden ser muy crueles con sus compañeros menos dotados física
o intelectualmente, cuando no están educados en el verdadero amor. La
beatificación de los niños de Fátima ha puesto en evidencia que es posible la
santidad para los pequeños.
2. La generosidad. Un alma generosa es una alma que da sin medida, un
alma que no calcula su entrega, sino que se dona hasta donde le alcanzan sus
fuerzas. Estas almas las conocemos, es la madre de familia de nuestro edificio,
es la anciana que ayuda a todos en la parroquia, es el joven voluntario que anda
girando el mundo ayudando en servicio social, es el médico que no le cobra a los
pobres, es el maestro que tiene una paciencia ilimitada con sus alumnos. En fin,
esas personas generosas existen y son las que sostienen el mundo. En cada uno de
nosotros existe esa persona generosa que quiere vivir así "donándose sin cesar".
Sin embargo, también en cada uno de nosotros existe la contrapartida, el hombre
que quiere vivir sólo para sí. Enfrentemos la noble batalla para hacer vencer la
generosidad por encima del egoísmo.
P. Antonio Izquierdo
25.
Se nos está dando esta última catequesis para cerrar este periodo que sigue a la Navidad, que es todo un misterio, misterio que es la puerta de la vida cristiana. Es el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María.
En esta catequesis de estos 7 domingos de este tiempo ordinario de los meses de enero y febrero, se nos ha revelado, que Dios nos ama de tal modo y manera, que se quiere unir místicamente a nosotros, como jamás hombre y mujer algunos han podido estar unidos y que lo manifestó simbólicamente en el relato de las bodas de Caná.
Es un matrimonio místico, como lo experimentó y vivió San Juan de la Cruz, por poner un ejemplo, y que decía a Dios: “¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y ya eras ido”.
Y más adelante, cuando su amor a Dios haya crecido por los muchos encuentros y frecuente trato, le dirá: “¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y pues me lo has robado ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?”. Y acabará diciéndole: “Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero. No quieras enviarme de hoy, más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero!”.
En la catequesis de hoy nos está revelando y enseñando el Señor, que en esa unión íntima con él tendremos la completa y total felicidad, que todo ser humano anda buscando sin cesar, día y noche, porque Dios mismo nos creo para ser felices y no desdichados. Pero para ello hay que purificar nuestro amor, herido y dañado por el pecado de venganza, que es la negación de todo amor; por el pecado de rencor y odio, que destruye el amor; por el pecado de impureza que desfigura y anula el amor.
Hay pues, que hacer una elección entre Dios, poniendo en él nuestra confianza o ponerla en el hombre y, buscando en la carne toda nuestra fuerza. Hay que elegir entre la maldición del desierto o la bendición del árbol frondoso, plantado junto a las corrientes de agua, que no deja de dar fruto, que nos decían el domingo pasado Hay que elegir entre dichosos, bienaventurados vosotros o entre el ¡ay de vosotros, malditos!
Para ser dichosos y bienaventurados, se nos dice hoy, hay que purificar el amor del corazón, como antes os decía. Sin esa purificación, nunca llegarás a esa unión íntima con Dios, nunca llegarás a tu plena y total felicidad, sino que te contentarás, como los animales, con las sobras de la basura. Qué pena, ¿verdad? Como os decía antes, hay que purificar nuestro amor, herido y dañado por el pecado de venganza, que es la negación de todo amor; por el pecado de rencor y odio, que destruye el amor; por el pecado de impureza que desfigura y anula el amor.
En la primera lectura nos narran un caso concreto y práctico de ese dominio, ese señorío sobre el instinto de venganza y del rencor. El rey Saúl ha cogido ojeriza y está lleno de envidia de los éxitos de David
Con el comienzo de la monarquía, en Israel, Dios hace pasar su promesa de enviar un Salvador o Mesías a través de uno de los descendientes del rey, que será, pues, ungido, signo de consagración, que manifiesta que el elegido y consagrado, está revestido por el espíritu de Dios y su justicia. Es el guía divino, es el mediador humano.
El Señor te puso hoy en mis manos, le dijo David al rey Saúl, pero yo no quise atentar contra ti, no me quise vengar. Perdona, pues, la vida a su enemigo, que salió en su busca, con un gran ejército para matarle. David respeta y venera la sacralidad de la función real mesiánica del rey Saúl, símbolo de Dios-Salvador.
El hombre de las bienaventuranzas es el hombre generoso, abierto a la comprensión del enemigo, lleno de paciencia. Así el Cristianismo y la Iglesia son creíbles. Ese valor y ánimo fuerte para perdonar y hacer así del enemigo un amigo, es como el DNI del verdadero cristiano, seguidor de Cristo, es su carné de identidad cristiana, que como Jesús pedirá y dirá de aquellos que lo explotan y hasta le dan muerte cruel: “Padre, perdónalos, que no saben lo que se hacen”
El cristiano de verdad, de verdad, no tiene enemigos, porque a los que se dicen sus enemigos, él los ha hecho amigos. No solo, pues perdonarlos, que por ahí se empieza, sino después hacerles amigos y no simplemente perdonados. Eso es mucho, eso es demasiado para las fuerzas humanas, pero ese e el listo, al que hay que llegar poco a poco para ser cristianos de verdad. Solos no lo podemos hacer, pero con su gracia todo lo conseguiremos y su gracia, su ayuda, no nos va a faltar.
Somos imagen del hombre terreno. Seremos imagen del hombre celes- tial. El hombre ha soñado siempre con ser un super-hombre, pero el despertar de este sueño ha sido siempre trágico. Sueño nazi, despertar horroroso: 6 millones de judíos masacrados y una guerra aun más cruel si cabe, la guerra del 1939 a 1945. Sin embargo el último Adán, es decir, Jesucristo resucitado, nos garantiza el sueño. No de simples super-hombres, sino hombres celestiales, al resucitar con él, resucitado, empezando a vivir, no el sueño, sino la realidad de una nueva vida, con la carne, el cuerpo y el espíritu glorificados.
Nos lanzamos a esa carrera de ser nosotros mismos, tal como Dios nos creo, para ser felices, dichosos, bienaventurados al ser trasformados por Cristo resucitado, en resucitados a una nueva manera de vivir y de ser: no hombres terrenales, sino hombres celestiales.
Prepararemos, con renovadas catequesis y homilías, la profundización de este misterio mayor y cumbre de la RESURRECCIÓN DE JESÚS, que anuncia la nuestra, e intentaremos vivir ese misterio de resurrección con más fe comprometida, más alegría contagiosa, más esperanza esperanzada y amorosa.
Nos ayudará en este empeño la cuaresma, cuarenta días, de prepara- ción, con la limosna, la oración y el ayuno para celebrar, vivir e interiorizar el otro gran misterio de la vida cristiana, que es misterio cumbre y central: LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO, que anuncia nuestra propia resurrección. Porque como nos decía el domingo pasado San Pablo, si Cristo no ha resucitado, nosotros tampoco resucitaremos y entonces seremos los hombres más desgraciados de este mundo, porque habremos fracasado en este deseo incoercible, incontenible de ser felices.
Que esta Eucaristía nos llene de esperanzas y refuerce nuestro ímpetu para comenzar con ilusión renovada este proyecto cristiano, a partir del Miércoles de Ceniza, (25 de febrero)
AMEN
P. Eduardo Martínez abad, escolapio
26. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano
En 1Sam 24 leemos que David perdona la vida de Saúl. Muy cerca, en 1Sam 26 nos encontramos una versión del mismo relato, que aunque distinto en la forma, en el fondo sigue siendo el mismo. El texto pretende mostrar cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Después entrar de David en el ejército de Saúl, sus brillantes actuaciones despertaron en Saúl envidia y deseos de darle muerte. David tiene que huir, viviendo un tiempo como fugitivo. Los Zifitas le avisan a Saúl que David está escondido en el desierto. De inmediato “Saúl se levantó y bajó al desierto de Zif, acompañado de tres mil hombres escogidos de todo Israel, para buscar allí a David” (1 Sam 26,2). Dándose cuenta David que Saúl había armado su campamento y que todos dormían, se acercó junto con su ayudante Abisay, encontrando efectivamente dormido a Saúl y todo su ejército. Dios les había mandado un sueño profundo. Todas las condiciones estaban dadas para que David diera de baja a quien quería darle muerte sin razón. Abisay le pide a David que le permita clavar a Saúl en tierra con su lanza. David se niega porque no puede ser clavado en tierra aquel cuya vida depende del que está en el cielo, pues ha sido ungido por el mismo Dios. David muestra su misericordia respetándole la vida a Saúl, y su fidelidad a Dios, reconociéndolo como su ungido. David termina la escena dejando todo en manos de Dios: “Yahvé devolverá a cada uno según sus méritos y fidelidad, pues te había entregado en mi poder, pero no he querido levantar mi mano contra ti por ser el ungido de Yahvé” (1 Sam 26,23).
Segunda lectura
Pablo sigue empeñado en su reflexión sobre la resurrección de los muertos. 1Cor 15,35-58 trae algunos argumentos sobre el modo de nuestra resurrección corporal. En el texto de hoy, Pablo recoge algunas interpretaciones judías que identifican al Adan del primer capítulo del Génesis como el creado a imagen de Dios y por tanto como ser celestial; en cambio, el del capítulo 2 corresponde al Adán sacado del barro y por tanto, un ser terreno y mortal. Jesucristo es el Adán espiritual a quien deben asemejarse los creyentes. Hay que anotar que los judíos no entendían lo espiritual como lo inmaterial, sino como lo que es dinámico, activo, que anima y da vida. Los cristianos en cambio conocemos las dos facetas, en cuanto que nacemos como el Adán terrestre, pecador y corruptible, pero estamos llamados a ser semejantes al Adán espiritual, que es Cristo, que nos anima y nos da vida en abundancia.
Evangelio
Seguimos con el “sermón del llano”. Después de una primera parte de bienaventuranzas y “Ayes”, Jesús inicia la segunda parte invitando a todos los que lo escuchan a cultivar un amor misericordioso y universal para llegar a ser como el Padre que está en los cielos. Si a los pobres los había llamado bienaventurados sin exigirles ningún comportamiento ético previo, ahora, si quieren seguir siéndolo deben llenarse del modo de ser cristiano. Para esto, se necesita según Jesús, algunos principios fundamentales.
En primer lugar, el amor a los enemigos. El AT ve en el odio a los enemigos algo natural (Sal 35), Jesús en cambio une el amor a los enemigos con el amor al prójimo. Los padres de la Iglesia, vieron en el perdón a los enemigos, la gran novedad de la ética cristiana. El filósofo judío del siglo XX P. Lapide (citado por Francois Bovon) escribió: “alegrarse de la desgracia del otro, odiar a los enemigos, devolver mal por mal son actos prohibidos, mientras que se exige la magnanimidad y el socorro ofrecido al enemigo necesitado. Pero el judaísmo ignora el amor a los enemigos como principio moral.
Este imperativo es el único en los tres capítulos del sermón de la montaña, que no tiene ni un paralelismo claro ni una analogía con la literatura rabínica. Constituye, en términos teológicos, una propiedad jesuánica”. La novedad de Jesús supera por tanto, la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente”, que rigió por siglos la justicia de Israel. También supera la fórmula veterotestamentaria y neotestamentaria de “amarás la prójimo como a ti mismo” pues ya incluye a los enemigos. Esto no significa que estamos exentos de tener enemigos, menos aún, los que al estilo de Jesús luchamos contra la injusticia, la intolerancia, la corrupción, la violencia, etc. De lo que se trata es de no asumir actitudes condenatorias, sino de abrir los espacios y posibilidades para que los “enemigos” encuentren el camino de la conversión y reconciliación. Que vean en nosotros el amor del Padre y el testimonio vivo de lo agradable que es vivir como hermanos.
Un segundo principio es “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames” (vv. 29-30). Se trata de ser mansos pero no “mensos” (tontos). Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, el conformismo o la resignación. ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigía sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos, también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darla a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento...” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.
En 6,31 encontramos lo que suele llamarse la regla de oro de la convivencia humana. Esta regla era ya conocida en el mundo judío. La novedad de Jesús es cambiar su sentido de reciprocidad por la búsqueda sincera e inagotable de “tratar bien al otro, como quisiéramos que nos trataran a nosotros. La prueba mayor de “tratar bien” es hacerlo con los enemigos, que significa el amor por todos aquellos que con sus obras hacen del mundo un caos, la tolerancia por lo que piensan diferente, la comprensión por los que escogen caminos diferentes, etc. Esto hay que concretizarlo religiosamente rezando por los que nos persiguen y bendiciendo a los que nos maldicen. Amar, bendecir, orar por los “enemigos” no significa perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. Lo que pide Jesús es que la iniciativa del amor, del perdón, de la bendición la llevemos los cristianos. Es el testimonio lo que más rápida y eficazmente puede cambiar a los que odian, hacen el mal y maldicen. Bien dice Mt 5,16: “hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. El v. 35 es un precioso resumen de todo lo dicho hasta el momento. En el v. 36 encontramos un tercer principio para vivir al modo cristiano: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre de ustedes”. Mientras Lucas habla de misericordia Mateo de perfección. La misericordia se presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, por que lo es también de Dios.
¿Nos hemos preguntando alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con la lástima y eso no es cristiano, por que el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro, en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor.
En cuarto lugar tenemos tres exhortaciones que concretan la actitud misericordiosa de todo cristiano. La primera “No juzguen y no serán juzgados” (v. 37). Esto no significa perder la capacidad de opinar sobre lo bueno o lo malo, sino destruir al hermano a través de la crítica, el chisme y la calumnia. Si esta primera exhortación se dice en negativo, la segunda será en positivo: “perdonen y serán perdonados. La misericordia no se entiende sin la capacidad de perdonar, por que es en este momento cuando las comunidades llegan a vivir realmente como hermanos. La última exhortación, también en positivo es “Den y se les dará”. La misericordia encuentra su punto más alto en el dar y darse. El testimonio de Jesús fue de entrega total por la causa de Dios. Dios lo entregó todo, hasta su propio Hijo. Y nosotros? Entregamos lo que nos sobra o solo lo menos importante. Dar hasta la propia vida por el hermano es la manera más auténtica de vivir el cristianismo.
Para la revisión de vida
¿Está mi vida instalada en un amor como el que me presenta Jesús en las bienaventuranzas y en este texto subsiguiente?
¿Soy capaz de amar a quienes no me gusta, a quienes me disgustan, a mis enemigos.
Para la reunión de grupo
-En una sociedad basada en la competición, en la interacción de intereses egoístas, donde todo se compra y se vende y se comercializa, ¿es posible ser hombres y mujeres de amor gratuito?
-Si Jesús dijo que amáramos a los enemigos… no quiso decir que no los tendríamos… ¿Cómo amar a quien está en una posición de enemigo social? ¿Cómo amar “al explotador”?
-Un planteamiento más filosófico: ¿somos los humanos capaces de un amor enteramente desprendido, de amor puro, de un amor que no recibe ningún tipo de compensación?
Para la oración de los fieles
-Por todos los hombres y mujeres cuyas vidas no están construidas en el amor generoso y maduro que todo lo excusa y todo lo perdona, roguemos al Señor.
-Por las familias destruidas, sin amor, divididas, separadas o enfrentadas…
-Para que los niños y jóvenes aprendan que la competitividad no es el valor supremo, y que el amor y la misericordia tienen algo que decir en un mundo donde todo se quiere dejar a la ley del mercado…
-Para que el amor cristiano a los enemigos no nos lleve a la pasividad, a la inacción, o a ignorar las exigencias de la justicia y de la verdad…
-Para que los jóvenes descubran la belleza del amor, que eleva y da sentido a todas nuestras relaciones humanas…
Oración comunitaria
Oh Dios, Amor Supremo y Total. En la vida y en
la palabra de Jesús de Nazaret escuchamos tu llamado a crecer en el amor hasta
llegar al amor maduro y pleno, que ama por igual a amigos y enemigos. Te
pedimos nos ayudes a vivir en ese amor. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo
tuyo y hermano nuestro. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
27. CLARETIANOS 2004
¡AMAD... como
el Padre Dios!
El texto del Evangelio de este Domingo es, ante todo, una descripción de
nuestro Padre Dios. Jesús nos lo propone como ejemplo de compasión y de amor
aun en las situaciones más adversas.
"A vosotros os digo: ¡Amad!". Este es el imperativo de Jesús: ¡Amad! Amor nos
habita y, por eso, podemos activarlo en nuestras relaciones con los demás. Lo
que ocurre es que, frecuentemente, se nos bloquea ante ciertas personas y
queda encerrado en nosotros: ¡los enemigos!
Esta palabra "enemigos" admite una amplia gama de tonalidades: desde el que no
es amigo, hasta el que es nuestro antagonista sistemático, nuestro adversario.
Puede ser "enemigo nuestro" una persona individual, un grupo, un partido
político, una categoría social, toda una nación o incluso una raza o
religión... El odio visceral tiene muchas expresiones.
Que sintamos así es normal, porque también nos habitan las fuerzas que
bloquean e impiden el amor, lo que hemos llamado el "pecado original" y sus
consecuencias. Bloquea nuestro amor el no ver en el "otro" nada digno de
nuestro amor, bien sea porque no lo vemos (¡estamos ciegos!) o porque no
queremos verlo; así tenemos razones para despreciarlo y para sentir que su
existencia no merece la pena y que si desaparece o se le hace desaparecer "no
se pierde nada". Los instintos asesinos aparecen fácilmente en nuestro
corazón. De ese instinto se dejaba llevar Abisay cuando irrumpió de noche con
David en el campamento enemigo de Saúl. David, sin embargo, contempló en el
enemigo, nada menos que al Ungido de Dios y, por eso, lo respetó y lo amó.
Quien no ama a los "otros" hace palidecer en sí mismo la imagen de Dios -Amor
y Compasión- o incluso la deteriora. Jesús quiere que esa imagen de Dios
rebrote con todo su esplendor en nosotros. Por eso, nos pide lo que ya no es
imposible: ¡Amad a vuestros enemigos! ¡Ama a esa persona que tanto criticas, a
ese grupo que te resulta repelente, a ese pueblo al que quisieras hacer la
guerra y que siempre obtiene de tí desprecios. Jesús nos pide que "no
consintamos" en nosotros la presencia del odio. Para ello, nos da algunas
pistas prácticas:
Si alguien es violento contra tí ( "te hiere en la mejilla derecha"), ¡actúa!,
¡no te resignes y te calles!, pero con la no-violencia activa. "¡Ponle la
mejilla derecha!" y hazle ver su conducta violenta para que se abochorne, se
avergüence y cambie.
Si alguien te roba algo, utiliza, una vez más, la no-violencia activa. ¡Házselo ver! y muéstrate excesivamente generoso, para que aprenda el arte de amar. Hazle entender que te interesa más él que las cosas que tienes.
Si alguien te pide, ¡dale! y ¡abundantemente, sin tacañería! Ofrécele una medida colmada, rebosante. Jesús en Caná y en la multiplicación de los panes, ofreció sus dones con generosidad... hasta sobrar.
Bendecid, no maldigáis; orad por los que os persiguen.
Lo más
sorprendente de esta enseñanza ética de Jesús es la afirmación de que ese es
el modo de conducta de nuestro Abbá, de nuestro Padre Dios. Él nos ama sin
condiciones, nos comprende, nos excusa y se pone generosamente en nuestras
manos para que nos demos cuenta de nuestro mal. Su pedagogía no es de
imposición, sino de humilde "poner la otra mejilla" hasta que nos demos cuenta
de nuestro mal. Jesús fue el "Hijo del Altísimo". Así se lo anunció el ángel
Gabriel a María. Ahora nos anuncia Jesús, que si amamos a nuestros enemigos
como el Abbá, también nosotros seremos "hijos del Altísimo".
El viejo Adán, el terreno, ha dejado en nosotros la semilla del desamor y del
odio. ¡Esa es nuestra condición! Por eso, no nos debemos extrañar por
sentirnos habitados por tales sentimientos oscuros hacia personas y grupos. El
nuevo Adán, el celestial, nos ofrece y entrega su Amor, que purifica y
ennoblece nuestros amores. Así podemos asemejarnos a Dios en el Amor.
Seguiremos sintiendo... pero ¡no con-sentiremos! con los odios del viejo Adán.
Y al no consentir, brotará en nosotros el amor como perdón, hospitalidad,
comprensión, espera.
El amor a los enemigos es la muestra suprema de la perfección del Amor. Cuando
uno siente ese amor, que se alegre, porque Dios le ha concedido el mejor
regalo. Porque si amáis únicamente a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
Una aplicación de todo ésto la encontramos en la situación actual de la
sociedad y la Iglesia en ella. Parece ser que por muchas partes nos critican y
nos ofenden. Nuestra reacción más espontánea podría ser la de defendernos, o
si no la de callarnos y seguir nuestro ritmo a base de afirmar lo que tenemos
que afirmar y escribir lo que tenemos que escribir. ¡Ese no es el estilo que
Jesús nos pide! Hemos de reaccionar como él: ¿si he hablado mal, muestra en
qué? Y si no, ¿porqué me hieres? Quienes formamos parte de la Iglesia hemos de
tener la suficiente valentía y humildad como para pedir a los demás que nos
muestren en qué hemos hablado o actuado mal. La Iglesia no se debe cerrar al
diálogo con la sociedad. No debemos asumir el oficio de jueces, que solo ven
la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. No nos hemos de dejar llevar
por fobias, por memorias que nos envenenen las relaciones. Estamos en un buen
momento para hacer que Amor resucite en nosotros.
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
28. ARCHIMADRID 2004
EL CRÉDITO
Una vez fui a pedir un crédito (pequeñito, era para comprar un DVD a plazos, no para pagar un chalet en Torremolinos) y la mujer que tan amablemente me atendió me preguntó mi profesión (yo iba con alzacuellos, no me había puesto el traje de bombero para la ocasión), y muy amablemente me dijo que no habría problema pero que tenía que hacer una llamada breve. Cogió el teléfono, explicó el asunto, nombró la palabra “párroco” a lo que siguió una serie de “yaes”, “síes”, “claros” y cuando colgó me dijo (con la misma amabilidad de siempre): “Lo siento pero a los diplomáticos, artistas y religiosos no les concedemos crédito” (espero que se refiriese sólo al crédito económico, no a no dar crédito a ninguna de mis palabras porque pienso que una chica tan simpática no sería miembro de una secta luciferina). Así que me quedé sin DVD, pero vino bien pues ahora te lo regalan al comprar tres paquetes de chicle y antes eran muy caros. Me imagino que en el manual de la concesión de créditos de la empresa debajo de la palabra “religioso” tendrían puesta la cita del evangelio de hoy: “Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?” y no les generaba demasiada confianza esa forma de vida.
Nosotros sí queremos concederle crédito a Nuestro Señor y hacerle caso cuando nos dice: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Y esa frase tan conocida por católicos y no católicos: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra” y que te suele recordar el que te ha dado el bofetón físico o moral mientras la sangre te hierve y estás dispuesto a responderle: “Sí, pero al que te pide. dale” y darle.
Ayer el apóstol Santiago nos hablaba de domar la lengua, hoy el Señor nos habla de domar el corazón. Hoy por hoy muchos actúan por los sentimientos y son como veletas que se mueven al viento que sopla. El “sentirse” de tal o cual manera parece que justifica cualquier acción, respuesta y comportamiento. Los sentimientos son importantes, parafraseando el Evangelio podríamos decir “también los pecadores los tienen”, pero el cristiano tendría que tener “los mismos sentimiento de Cristo Jesús” aunque nos cueste la cruz. “Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial”, nuestro primer impulso puede ser de “animal” pero domando nuestro corazón nuestra respuesta será la del “hombre celestial”.
“Abisay dijo a David: Dios te pone al enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe”. Ya comentamos una vez un texto muy parecido aunque en esta ocasión Saúl está dormido y no en el “excusado”. David se lo impide a Abisay “no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor” aunque tal vez su primer pensamiento fuese “lo matamos y me quito de problemas”.
Piensa que cada vez
que no te compadeces de alguien, cada vez que condenas en tu corazón, cuando
no perdonas, cuando no das, estás negando crédito a nuestro Dios y “la medida
que uséis la usarán con vosotros”, no es una amenaza es la medida que tendrá
tu corazón para amar a Dios. Aunque muchas veces te apetezca “tomarte la
justicia por tu mano” déjale al único Justo que haga justicia y tus pesares
ponlos en manos de la Virgen.
29.
LECTURAS: 2SAM 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; SAL 102;
1COR 15, 45-49; LC 6, 27-38
TRATEN A LOS DEMÁS COMO QUIERAN QUE LOS TRATEN A USTEDES.
Comentando la Palabra de Dios
2Sam. 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23. Tal vez podamos lograr muchas victorias sobre
nuestros enemigos, que incluso parecieran gigantes mucho más poderosos que
nosotros. Pero ¡Qué difícil es triunfar sobre nosotros mismos y controlar
nuestras pasiones, que nos llevan a vengarnos de aquellos que nos hacen algún
mal! Perdonar no sólo nos ha de llevar a respetar a los que nos ofendieron sino
a aceptarlos en nuestro corazón reconociendo la dignidad que tienen de hijos de
Dios. El Señor nos pide perdonar y amar como Él nos ha perdonado y amado. El
Señor nos pone ante nuestros ojos el ejemplo de David que ha llegado tanto a la
madurez en su fe, como a su madurez humana. Una persona así, bien integrada, es
digna de estar al frente de una familia o de un pueblo. Entonces cuando se tenga
que juzgar no se dejará uno dominar por las propias pasiones, ni por los
sentimientos, ni por el poder económico de los demás, sino que se actuará en
todo conforme a la Divina Voluntad que no quiere condenar, sino salvar a todos.
Por eso, no juzguemos para que no seamos juzgados; no condenemos para que no
seamos condenados.
Sal. 102. Dios es nuestro Padre, lleno de misericordia
hacia nosotros. Él conoce nuestras fragilidades, por eso se muestra con nosotros
compasivo. Quienes somos sus hijos no podemos denigrar su Santo Nombre entre las
naciones. Si tenemos por Padre a Dios nosotros debemos demostrar esa gran
dignidad ante los demás amando, perdonando, siendo bondadosos y misericordiosos
con todos, como Dios lo es con nosotros. A pesar de nuestros pecados y miserias
Dios envió a su propio Hijo para manifestarnos cuánto nos ama. Como dice uno de
los Padres de la antigüedad: Si te sientas a la mesa del Señor date cuenta de
los manjares que se te sirven, pues tú deberás después prepararle lo mismo. Y si
algo le damos al Señor lo hacemos dándoselo a nuestro prójimo, pues lo que
hagamos a los demás se lo estaremos haciendo a Él. Seamos pues, compasivos, como
Dios lo ha sido con nosotros. Pero puesto que estamos más inclinados al mal que
al bien, roguémosle al Señor que nos fortalezca con su Gracia y con su Espíritu
Santo para que, no nosotros, sino nosotros junto con la gracia divina, podamos
actuar conforme a la voluntad de Dios, que no vino a condenar sino a salvar todo
lo que se había perdido.
1Cor. 15, 45-49. Nuestra vocación mira a llegar a ser conforme a la imagen del
Hijo de Dios. Él viene de Dios; Él es Dios-con-nosotros. No es una apariencia de
hombre, sino que Él es en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Adán,
formado del polvo de la tierra, a causa de su pecado nos arrastró hacia la
muerte para que finalmente, volvamos al polvo del que fuimos formados. Cristo,
que viene del cielo, a causa de su entrega por nosotros nos conduce al cielo, de
donde Él procede. Y aun cuando al morir se siembre un cuerpo corruptible, por la
fe que hemos depositado en Cristo, sabemos que algún día resucitará nuestro
cuerpo incorruptible y glorioso y, como el buen trigo, seremos almacenados en
las moradas eternas. Por eso tratemos de no destruir la Vida Divina que Dios ha
depositado en nosotros. Demostremos, con obras, que en verdad Dios permanece en
nosotros y nosotros en Dios.
Lc. 6, 27-38. Dios no sólo nos creó por amor; no sólo entregó su vida, por amor
nuestro, para el perdón de nuestros pecados; su amor le llevó a hacernos
partícipes de su Espíritu Santo, para que podamos disfrutar de Él no sólo como
criaturas lejanas, sino como hijos suyos por nuestra unión a su único Hijo,
Jesús. ¿Quién podrá amarnos como Él? Nosotros somos responsables, de un modo
personal, de dar una respuesta al llamado que nos hace de participar de su misma
vida; en este aspecto nadie puede suplirnos, pues la decisión sólo es nuestra.
Por eso, quienes hemos tomado la decisión de aceptar la oferta divina de
salvación somos transformados en hijos de Dios y podemos seguir el ejemplo de
Cristo, pudiendo, con la gracia Divina, obrar rectamente y practicar el bien. Si
Dios ha sido tan bondadoso con nosotros manifestándonos un gran amor, pues
cuando aún éramos pecadores, Él entregó a su propio Hijo para que fuéramos
perdonados, así nosotros hemos de ser generosos en el amor al prójimo, llegando
incluso, no sólo a perdonar, sino a amar a nuestros enemigos. Sólo amoldando
nuestra conducta a la conducta divina para con nosotros, podremos, realmente no
sólo llamarlo, sino tenerlo por Padre nuestro. Si queremos participar de la
Gloria del Hijo de Dios, hemos de seguir sus huellas, las que nos dejó como
ejemplo de cómo hemos de amar, con la misma medida con que nosotros hemos sido
amados por el Señor. Si amamos así, entonces esa misma medida utilizarán los
demás para amarnos a nosotros. Dios quiera que su amor no sólo sea recibido por
nosotros, sino que, también, desde nosotros se manifieste a los demás.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
Celebramos la Eucaristía como un verdadero compromiso que nos hace estar al
servicio amoroso y fraterno de los demás. Cristo va por delante nuestro.
Nosotros sólo seguimos sus huellas; su camino es nuestro camino y su entrega es
nuestra entrega. Él nos ha reunido en torno suyo sin odios ni rencores hacia
nosotros a pesar de que muchas veces hemos vagado lejos de Él como ovejas sin
pastor. Pero Él ha salido a nuestro encuentro y nos ha ofrecido su perdón. Y
quiere sentarnos a su mesa como hijos suyos. Esta es la medida del amor de Dios
hacia nosotros: Nos amó y se entregó por nosotros. La celebración de la
Eucaristía nos hace patente el amor de Cristo hacia nosotros; y nosotros, en
estos momentos estamos siendo el objeto de la Misericordia Divina. Si Dios nos
ha amado tanto, amémonos los unos a los otros para que el amor de Dios
permanezca en nosotros.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
¿Estamos dispuestos a amar hasta entregarle a nuestro prójimo no sólo nuestros
bienes, sino incluso lo que más apreciamos de nosotros mismos, nuestra vida? El
Señor nos dice: El que no renuncie a sí mismo y tome su cruz y me siga, no es
digno de Mí. Ojalá y no sólo compartamos lo nuestro con los demás; ¡qué bueno
que por lo menos hagamos esto! Lleguemos hasta despojarnos de nosotros mismos,
con tal de devolver la dignidad de hijos de Dios a quienes viven deteriorados
por las injusticias, destruidos por los vicios, corrompidos por mentes
perversas, vejados en sus derechos fundamentales a la vida por poderosos
injustos y deshonestos. Cuando sólo contemplamos el peregrinar del dolor ante
nuestros ojos, y nos quedamos con el corazón frío e incapaz de amar para tomar
sobre nosotros ese sufrimiento y darle solución, como si fuera nuestro, no
podemos decir que hemos tomado nuestra cruz de cada día; pues cuando Cristo
cargó su cruz, cargó sobre sí toda la miseria y el pecado del hombre para
redimirlo. ¿Seremos capaces de hacer lo mismo? ¿Seremos capaces de amar con la
misma medida con que nosotros hemos sido amados por Dios?
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de sabernos perdonar cuando hayamos sido ofendidos. Que sepamos
amar a nuestro prójimo con sinceridad, no siguiendo nuestras miradas miopes,
sino conforme a la mirada de Dios, que siempre nos ha amado como a hijos suyos;
que siempre está dispuesto a perdonarnos y que quiere que, llevando una vida
recta y de amor fraterno, algún día estemos eternamente sentados a su mesa como
sus hijos amados. Amén.
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