26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
15-21

15.

1. Resucitar de la parálisis

Después de haber evangelizado a las poblaciones de Galilea, Jesús volvió a la casa de Pedro, que, como ya sabemos, es símbolo de la comunidad cristiana -casa de Jesús-, y allí nuevamente predica a la multitud reunida ante la puerta.

Y hoy el texto de Marcos nos revela un aspecto muy particular de la actividad de Jesucristo en la Iglesia: no solamente anuncia la palabra de Dios, sino que esa palabra obra la salvación total del hombre.

Como la narración nos es bastante conocida, nos será fácil desarrollar nuestra reflexión, tratando de captar el mensaje de Marcos.

En primer lugar, se trata de un paralítico que tenía tan avanzada su enfermedad que le era prácticamente imposible moverse por sus propios medios; vivía en una camilla y debía ser conducido por otros.

Bien podemos afirmar que era un peso para los demás, pues se necesitaban cuatro personas para trasladarlo. Fue así como estos hombres, movidos por la confianza en la curación y cuya fe alabará Jesús, hicieron el ímprobo esfuerzo de subirlo a la terraza y hacerlo después bajar por un agujero hasta los pies de Jesús.

Fue entonces cuando se descubrió que la parálisis de aquel hombre era mucho más grave de lo que a primera vista se suponía. Su parálisis era total, ya que no afectaba solamente a sus miembros físicos, sino también a su espíritu.

Quizá aplastado por el peso de su enfermedad, que lo tenía sometido a la voluntad de los demás para trasladarlo de un lado a otro, también su espíritu se había dejado aplastar y ya no crecía más interiormente.

Era un hombre derrotado, anulado. Algo de vida le quedaba a sus miembros, pero su espíritu estaba muerto.

Esto fue lo que vio Jesús, y lo que no supieron ver los escribas «que estaban allí sentados».

Por eso Jesús, contra toda lógica humana y ante la sorpresa de los doctores, le dijo: «Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Los judíos bien sabían que «solamente Dios puede perdonar los pecados»; en eso tenían razón los escribas.

Pero se equivocaban al querer ponerle cortapisas a Dios, que así como habla por medio de los profetas -y esa palabra es «su» palabra-, así también por medio de su enviado podía tanto curar al paralítico como perdonarle los pecados. Los escribas, atados a la letra de la ley, desconocían la fuerza del Espíritu.

En cambio Marcos, el evangelista que ya tiene fe en Cristo y cree en su resurrección, nos muestra en su evangelio a Jesús llevado por el Espíritu de Dios, indicándonos así que ya han llegado los tiempos mesiánicos de la liberación del hombre, tiempo en el que, como dijo Isaías y hemos escuchado en la primera lectura, Dios perdonaría los pecados a su pueblo. Por primera vez y en forma tenue aún, Marcos nos presenta la «oposición». Hasta ahora ha hablado de Jesús, de sus discípulos y de la gente que se le acerca con admiración y confianza. Hoy entran en acción los escribas, es decir, los especialistas en la teología y en la interpretación de la Biblia.

Pues bien, mientras Jesús era consciente de que cuando Dios obra, lo hace en serio y totalmente, los escribas, atados a la letra de la palabra, llegaban a suponer que Jesús podía curar a aquel hombre físicamente en nombre de Dios, pero no espiritualmente.

Y es aquí donde resplandece el mensaje de este pasaje evangélico: Dios realiza por su Enviado Jesucristo la salvación total del hombre. Dios ama al hombre por ser hombre, y al salvarlo le da aquella armonía que consiste en integrar totalmente su existencia: lo interior y lo exterior, el espíritu y el cuerpo. No hay barreras al amor de Dios, bien descrito por Isaías: «Tú no me invocabas ni te esforzabas por mí pero me avasallabas con tus pecados, y me cansabas con tus culpas. Y yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.» Fue así como Jesús -«para que veáis que el hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados»- con una sola palabra dio vida al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» Y en el levantarse de aquel hombre que «tomó su camilla y salió a la vista de todos», Marcos vio la expresión de lo que Cristo obra permanentemente en la comunidad: la liberación de toda atadura para que caminemos en la fe.

Se urge al hombre a levantarse, a resucitar, a salir de su estado lastimoso... del cual era culpable porque se había aceptado a sí mismo como un muerto en la sociedad, como un inútil; porque se había acostumbrado a ser llevado por los demás; porque estaba muy cómodo en su camilla...

Y la gente quedó maravillada y daba gracias a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual.» Expresión que podemos traducir: Nunca nos habíamos imaginado que la Iglesia, comunidad de los que creen en Cristo, pudiese hacer caminar en libertad a sus miembros, transformándolos en seres dinámicos, activos y responsables.

Nunca imaginamos que esto era eso "nuevo" que Dios vendría a realizar. Y esto nuevo está aquí en esta casa de Jesús, donde es posible caminar por sí mismos en nombre de Jesucristo.

2. Aprender a caminar con dignidad

Si Marcos escribió esta página pensando en la comunidad cristiana -y no hay motivos para tener dudas al respecto-, será interesante que hagamos unas reflexiones tratando de mirar este texto desde la perspectiva de nuestra comunidad.

a) Podemos, en primer lugar, preguntarnos: ¿Quién es el paralítico? Aunque pueda extrañarnos, el paralítico no es esta persona o la otra, sino toda la comunidad. Jesús descubrió que el pueblo de Israel (representado en el relato por los escribas y demás) había paralizado su espíritu en el pecado, ese pecado tremendo de no creer que la fuerza de Dios es capaz de liberar interiormente al hombre. Ellos esperaban un mesías político, que diera prestigio y poder a la nación, pero sin cambiar interiormente a sus miembros. Esta es la mentalidad que aparece en los escribas.

Jesús, en cambio, es consciente de que ha venido a una humanidad paralizada que no desarrolla toda su potente energía, la energía divina que está escondida y que hay que despertar.

Esta idea queda bien de manifiesto si nos fijamos con qué solemnidad y con qué palabras Jesús perdona los pecados del paralítico. Bien dice: «Para que veáis que el hijo del hombre tiene poder sobre la tierra para perdonar pecados...» Se trata, pues, de un poder, de una fuerza que él ha recibido en cuanto Hijo del Hombre, es decir, como enviado de Dios. Un poder que se extiende a toda la tierra, o sea, a todos los hombres. Y la Iglesia nace de la acción efectiva de ese poder. La comunidad cristiana es posible porque creemos que es posible erradicar de nuestro corazón el origen y la causa de nuestros males: el pecado. Basta echar una rápida mirada a la Iglesia de estos últimos siglos para convencernos de que la parálisis es algo más que una bella metáfora. Mientras se acrecentaba su poder político, social y económico, una misteriosa parálisis interior casi transformaba a la Iglesia en un museo; y lo que es peor aún, en un peso para la sociedad-en-cambio. El Espíritu estuvo a punto de extinguirse aplastado por la burocracia y el institucionalismo eclesiástico.

Hoy, despertados por el profeta Juan XXIII y alertados por el Concilio Vaticano II, sentimos que nueva sangre corre por nuestras venas y que, a pesar de todo, todavía es posible caminar en este mundo secularizado.

b) En segundo término, podemos preguntarnos cómo se manifiesta la parálisis del espíritu

Entendemos que una comunidad está paralizada, precisamente cuando necesita ser llevada por otros y es un peso para los otros. Cuando no quiere pensar ni buscar las soluciones con el propio esfuerzo; cuando no es capaz de tomar decisiones para establecer un rumbo o para corregir ciertas desviaciones que se producen a lo largo del tiempo; cuando está dependiendo siempre de lo que el otro diga o mande, sin ser capaz de asumir responsabilidades con conciencia crítica; cuando es incapaz de levantarse de un estado depresivo, de un fracaso o de una crisis.

Cuando se deja estar, vegetando en la camilla cómoda de la rutina, del aburguesamiento, de la burocracia, de un culto formalista, de una relación impersonal y bancaria.

Está paralizada aquella comunidad que se quedó anclada en sus tradiciones y costumbres, sin ahondar en lo nuevo que cada día propone el evangelio; que ya no suscita en su derredor aquella admiración que le hizo exclamar a la gente: «Nunca hemos visto nada igual»; comunidades adormecidas en prácticas y ritos sin sentido, que no se preocupan, no se cuestionan, que no crecen al ritmo de un mundo que descubre y valora cada día más al hombre, su capacidad y la fuerza de su espíritu creativo.

En fin, hay parálisis cuando hay dependencia, servilismo, superficialidad y falta de creatividad.

Y un detalle interesante: cuatro personas se necesitaban para transportar a aquel hombre; cuatro personas pendientes de la parálisis de un individuo al que resultaba más cómodo y placentero vivir en la camilla que caminar con sus piernas... ¿No podría ser ésta la imagen que suele dar al mundo nuestra Iglesia, servida por el dinero y el poder del Estado, reclamando siempre los servicios y prerrogativas de una sociedad que bien puede emplear sus energías en cosas más útiles para todos? Si hay una imagen penosa de la Iglesia, es precisamente ésta: una Iglesia paralítica que consume las energías de la sociedad en sostener su parálisis.

Pero, felizmente, a tiempo nos llega el Evangelio de Marcos; y a tiempo estamos para desembarazarnos de la camilla y de nuestros sirvientes, y comenzar con nuestras solas fuerzas. Al principio podrá ser un andar más incierto y cansado; pero lleno de dignidad. Y de esto se trata...

c) Finalmente, no podemos dejar pasar por alto un aspecto importantísimo de este evangelio. Jesús no separa la curación física de la espiritual. Al mismo tiempo da prioridad a la liberación del espíritu, para que la liberación física no sea un artificio engañoso.

La comunidad cristiana ha de preocuparse del hombre entero y de todos sus problemas. Esto es lo primero. Mas lo específico de su tarea es ayudar al hombre a crecer como persona y a desarrollar toda su capacidad espiritual. En la medida en que el espíritu crezca y se libere, el cuerpo también crecerá con sentido, ya que estará integrado armónicamente en este todo que es el hombre.

En otras palabras: es importante la economía, la ciencia, la política, el deporte, etc. Pero más importante es que sean vividos por hombres que dan sentido a las cosas y que saben utilizar en libertad estos elementos de la vida social.

Concluyendo...

"No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" El anuncio de Isaías nos debe despertar a esta nueva realidad que nos trae Cristo... ¿O no será que, como los escribas, estamos «allí sentados» poniendo trabas a la acción creadora de Dios? Ha llegado el tiempo nuevo, el tiempo de levantarse y caminar.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 235 ss.


16. PERDON/LIBERACION

SABERSE PERDONADOS

Tus pecados quedan perdonados.

Entre nosotros, son muchas las personas que han suprimido de sus vidas la experiencia del perdón de Dios. No buscan ya la reconciliación con el Creador. ¿Cómo reaccionan al descubrir su propia culpabilidad?

Sin duda, muchos de ellos saben enfrentarse a sus propios errores y pecados para asumir de nuevo con seriedad su propia responsabilidad. Hombres y mujeres fieles a su conciencia, que se autocritican y son capaces de reorientar de nuevo sus vidas.

Pero no hay duda de que el hombre que no tiene la experiencia de sentirse radicalmente perdonado, es un hombre que corre el riesgo de empobrecerse y quedarse sin fuerza para enfrentarse con sinceridad consigo mismo y renovar su existencia.

Lo más fácil es vivir huyendo de uno mismo. Justificarse de mil maneras, culpabilizar siempre a los demás, quitar importancia a los propios pecados, errores e injusticias, eludir la propia responsabilidad.

Los creyentes no apreciamos debidamente la gracia liberadora y humanizadora que se encierra en la experiencia del perdón de Dios.

Que un hombre que se siente perdido en sus propios errores y oprimido por su debilidad y el peso de sus pecados, pueda recordar, en esos momentos en que no ve salida, que Dios es su amigo.

Nunca es decisivo lo que ha ocurrido en nuestra vida y el pecado que hemos cometido. Mientras conservemos una pequeña fe en el perdón de Dios y en su misericordia, todo es posible. «Si nuestra conciencia nos condena, más grande que nuestra conciencia es Dios» (/1Jn/01/19-20).

ORACION/SALVACION: Aquel profundo conocedor del corazón humano que fue San Agustín nos dice que el hombre que sabe invocar a Dios en medio de su miseria es un hombre salvado. «El hombre errante que grita en el abismo, supera el abismo. Su mismo grito lo levanta por encima del abismo».

Nuestra vida siempre tiene salida. Todo puede convertirse de nuevo en gracia. Basta creer en la misericordia de Dios, acoger agradecidos su perdón. Escuchar con fe desde el fondo de nuestra miseria las palabras consoladoras: «Hijo, tus pecados te quedan perdonados».

Quien cree en el perdón no está nunca perdido. En lo más íntimo de su corazón encontrará siempre la fuerza de Dios para levantarse y volver a caminar.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 193 s.


17. LO INGRESARON POR «URGENCIAS»

Así podríamos resumir la llegada de este paralítico a Jesús. Efectivamente: «Llegaron cuatro llevando un paralítico y, no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico».

Lo dicho. Lo ingresaron por «urgencias». Es lo que parece que se hace hoy. Están nuestras clínicas y hospitales tan llenos de enfermos, que hay que buscar un «boquete» por donde sea.

Lo que pasa es que el Señor, «viendo la fe que tenían», puso sin embargo la atención en «otra urgencia» que a El le debía parecer mayor: la parálisis del espíritu, que, causada por el pecado, va invadiendo poco a poco la vida de todo el hombre. Por eso, ante la admiración de unos y el escándalo de otros, dijo. «Tus pecados quedan perdonados».

No se despreocupó, no, de la parálisis física de aquel hombre. Al contrario, hizo que aquellos miembros volvieran a la agilidad y al movimiento. Pero quiso dejar bien claro que la «salvación» que El venía a traer no se quedaba únicamente en la parte corporal de hombre, en sus necesidades físicas y biológicas, sino que llegaba al hombre completo, cuerpo y espíritu. Por eso, terminaría diciendo: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Pero, antes, le dijo: «Tus pecados quedan perdonados», señalando así que su «salvación» empezaba desde el interior, desde su espíritu imperecedero.

Pero se me antoja que, siendo tan clara la enseñanza, descuidamos constantemente el cultivo de nuestros valores espirituales. Nuestro mundo ha avanzado vertiginosamente en el terreno de la ciencia y de la técnica. Los adelantos han invadido prodigiosamente nuestra moderna existencia. Vivimos rodeados de una proliferación tal de comodidades como no podíamos siquiera soñarlas en épocas anteriores. La realidad ha superado a la ficción. Y este hombre que soy yo, que eres tú, que es él, se ha subido al tren del progreso y no quiere renunciar a ninguna de sus posibilidades. Hemos entrado por la puerta de «urgencias» con todas nuestras camillas, para «sanear» nuestra salud (¡valga la redundancia!), para sanear nuestra cultura, y nuestra economía, y el confort de nuestro vivir. Y acaso en nuestro subconsciente pensamos que todo se puede conseguir, que todo está al alcance de la mano.

Pero, observad una cosa. En la medida en que hemos «saneado» (?) nuestra vertiente material, subiéndonos, por «urgencias», en el progreso, en la misma medida nos hemos ido deteniendo en el lento camino de los afanes espirituales. En la proporción en que nos hemos atrincherado tras el televisor, la cadena musical, el coche, la calefacción central y las diversiones; al mismo tiempo que hemos ido abriendo «boquetes de urgencia» en el tejado de nuestro vivir para que entraran por ellos todas las sugerentes ofertas de la propaganda y del mercado, en esa misma proporción se nos están escapando por la ventana todas nuestras inquietudes espirituales y religiosas. -«Yo no vengo a misa, porque ahora me paso la noche viendo la televisión»-, me dijo un día un joven, resumiendo muy en esquema, claro, su trayectoria espiritual.

Hoy se impone una urgente pregunta: «¿No estará necesitando el hombre de hoy que alguien le diga: Tus pecados deben ser perdonados?» Es decir, ¿No estaremos necesitando todos entrar «por vía de urgencias» a ese Jesús que es VIDA completa, salud del cuerpo y del alma?

ELVIRA.Págs. 153 s.


18. «TUS PECADOS TE SON PERDONADOS...»

CULPA/DISCULPA MUNDO/P/PERDON: Supongamos que esta historia hubiera tenido lugar en la actualidad. El mundo traería a la iglesia por el tejado a sus impedidos y enfermos, introduciría por él sus lisiados y enfermos, y los depositaría sin hablar una palabra a sus pies: «Tú dices que tienes que ofrecer la salvación...». Pero imaginemos lo otro. La iglesia, según esa historia, debería responder: «Te doy el perdón de los pecados. No puedo hacer que una pierna amputada crezca de nuevo, pero puedo garantizar el perdón de los pecados».

La reacción del mundo de hoy seria muy distinta de la de los fariseos. Su sarcasmo apenas contendría la ira: «El mundo está lleno de miserias y tú no tienes nada mejor que ofrecer que hablar de perdón de los pecados. Tú has inventado la culpa y el pecado, para convertirte en necesaria y para librar de aquello que tú misma has inventado». En cambio, la ira de los fariseos tenía otras bases: ellos se partían el pecho defendiendo la maiestas de Dios, que consideraban había sido herida por las palabras de Jesús. ¿Cómo puede atreverse él a hablar con el yo de Dios o en nombre de Dios? Para ellos, es claro que existe Dios, que existe el pecado y que existe el perdón, que Dios, sólo Dios puede dar. Pero precisamente esto apenas lo presupone hoy nadie en serio y, por eso, el evangelio no afecta o impresiona inmediatamente a ningún hombre, si quiere mostrar la divinidad de Jesús, al hablar de su plena potestad de perdonar los pecados. Muchos no niegan directamente a Dios, pero para ellos él no tiene la menor importancia para la vida humana. Que Dios podría interesar de tal manera la acción del hombre que él la consideraría como pecado, como ofensa de sí mismo, la cual él mismo debería perdonar, apenas lo advierte nadie... Incluso los mismos teólogos aventuran la pregunta de si se podría sustituir la confesión de un modo conveniente por conversaciones con abogados, con psicólogos o sociólogos: no existiría propiamente ningún tipo de pecado, sino sólo existirían problemas, que los pueden solucionar personas especializadas. Y, juntamente con el pecado, desaparece el perdón y, tras de eso, viene la desaparición de un Dios vuelto a los hombres. ¿Pero es esto tal vez efectivamente la solución de las cuestiones humanas? ¿No pensaba así S. Freud, para el cual Dios es la neurosis universal de la humanidad, la enfermedad de la que empieza por fin a curarse el mundo? Ahora bien, si el pecado y el perdón divino desaparecen, es sustituido por otra cosa: el mecanismo de las disculpas. El hombre siente la culpa siempre, incluso hoy. Pero él no puede vivir con culpa. Y si no hay perdón que supere y haga desaparecer la culpa, entonces se deberá arrojar a ésta de sí de otra manera, discutiéndola o negándola. Así se han desarrollado verdaderas ciencias acerca de la liberación de la culpa, y de todo eso se puede ver muchísimo en los expedientes de los tribunales. La repulsa de la culpa no puede, evidentemente, negar lo terrible, no pretende eliminar la culpa. Sólo puede encontrar otras causas extrañas de esa culpa. En el nacionalsocialismo, eran los judíos sobre los que se hacía recaer la culpa. Hoy la gran culpable es la sociedad. Ella es culpable de todo. En lugar de Dios, que perdona, ha entrado la sociedad a la que no se necesita perdonar, no se puede perdonar nada: ella es la culpa misma. ¿Pero cura este mecanismo de disculpa?

Él crea, a su vez, agresión. Mientras localiza la culpa, la hace objeto de ataque. La rabia que hoy sacude a toda una generación ha de explicarse a partir de ahí. Ella se encarniza contra la sociedad, portadora de la culpa. Pero la agresión hacia fuera no hace libres hacia adentro. Ella es, en último extremo, una mentira, y la mentira no es un lugar en el que se pueda vivir. El mecanismo de las disculpas, que tan sabiamente se enmascara no raras veces, no deja de ser una especie de mentira que desgarra al hombre y al mundo, tal como lo experimentamos.

En este caso, el evangelio nos debería decir también hoy algo. Él nos da ánimos para enfrentarnos con la verdad, y solamente la verdad nos hace libres. Pero la verdad de Jesucristo es que existe perdón y que lo otorga el que tiene el poder para ello. El aceptar esta verdad es lo que nos pide el evangelio. Existe Dios. Existe la culpa. Y existe el perdón. Nosotros lo necesitamos si es que no pretendemos escabullirnos en la mentira de las disculpas y destruirnos a nosotros mismos o causarnos daño.

Si aprendemos a aceptar esto, podrá ocurrir también hoy lo que dice la segunda parte del evangelio. Porque donde existe el perdón, se da asimismo la curación. Entonces se da la invitación a servir y a curar, que hace que el paralítico camine. Donde sólo se «cura», entonces esa curación queda como algo vacío. En fin de cuentas, sólo se cura allí donde se perdona, donde el amor misericordioso de Dios otorga al hombre lo que no ha pedido, pero que necesita antes que ninguna otra cosa.

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 73-75


19.

Nexo entre las lecturas

El binomio pecado-perdón llama la atención en la liturgia de este domingo. Al pueblo en el exilio babilónico y que ha "cansado" a Dios con sus pecados, Isaías anuncia el mensaje liberador de Dios: "Soy yo, yo sólo, quien por mi cuenta borro tus culpas y dejo de recordar tus pecados" (primera lectura). Jesús dice a paralítico: "Perdonados te son tus pecados" (Evangelio). Pablo, a su vez, ante las acusaciones de ambigüedad y falta de seriedad de parte de algunos corintios, reacciona dejando claro que su actitud, al igual que la de Jesucristo, ha sido un sí al hombre, a su bien integral; en Jesús, efectivamente, "todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. La presencia del pecado. El pecado es una realidad con la que todo hombre tiene que vérselas. Y no solamente el hombre, sino también los grupos humanos y la sociedad. Porque existe el pecado personal, pero hay también pecados sociales, estructuras de pecado. Al hombre y a las sociedades humanas parece costarles renunciar al pecado, aprender de modo definitivo la lección de la gracia y de la misericordia divina. Como nos recuerda la primera lectura, los hombres sea como individuos que como sociedad fácilmente nos cansamos de Dios , y dejamos de invocarle y de darle culto. Así hicieron los desterrados de Babilonia, sin escarmentar ante la desgracia en que viven, lejos de su patria y de la santa ciudad, por su infidelidad.. El pecado está presente también en la sociedad y en los hombres contemporáneos de Jesús, en cuya mentalidad hay una estrecha relación entre enfermedad y pecado: la parálisis y el pecado, el mal físico y el mal moral, el crimen y el castigo. Y las acusaciones de que es objeto Pablo por parte de sus hermanos en la fe -acusaciones sin fundamento y quizá también malévolas-, ¿no es muestra patente de la realidad del pecado en la misma comunidad cristiana? Allí donde existe una comunidad humana, - y cristiana- hay que contar siempre con esta realidad del pecado, bien que no sea la única ni la más importante. Reconocer esta presencia pecadora en el hombre y en el mundo, es ya un paso notable hacia el perdón, la reconciliación fraterna, la misericordia de Dios, Padre y Señor de la humanidad. Porque lo acepte el hombre o no, la autoabsolución no existe, por más métodos psicológicos o psicoanalíticos que se usen para convencer al hombre de ello.

2. La presencia del perdón liberador. Nuestro Dios no sería un Dios rico en misericordia, Padre de nuestro Señor Jesucristo, amigo de los hombres, si ante la presencia del pecado se quedase impasible, indiferente. Deseando y buscando el bien del hombre, le manifiesta su amor sea con el "castigo" pedagógico sea con el perdón. El pecado no merece jamás ni por ningún motivo el perdón, pero el perdón es uno de los nombres del amor. Por eso dice Dios en la primera lectura: "Soy yo, y sólo yo, quien por mi cuenta borro tus culpas y dejo de recordar tus pecados". Las ataduras del pecado sólo Dios las puede desatar; la deuda del pecado sólo Dios la puede borrar; la memoria del pecado sólo Dios la puede olvidar. Jesucristo no se opone a esta afirmación fundamental de la fe israelita; la confirma más bien, insinuando con el poder sobre la parálisis que cura, que en su humanidad Dios se hace presente entre los hombres. De este modo, el pecado de todo el hombre es perdonado en todo el ser humano: en su espíritu e interioridad (perdón de los pecados¿ y en su corporeidad (curación de la parálisis). El perdón, por otra parte, no pertenece al pasado, sino que es siempre actual y presente, como el mismo Dios. Dios perdonó el pecado de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto, haciéndole pasar a pie enjuto el mar Rojo, pero ahora el perdón de Dios creará algo nuevo: trazará un camino en el desierto para que el pueblo pueda retornar a Jerusalén. Ahora Jesucristo, la Iglesia en nombre de Cristo, siguen diciendo sí al pecador que se arrepiente: "Perdonados te son tus pecados", para que también nosotros glorifiquemos a Dios con nuestro sí. En efecto, por el bautismo hemos recibido el Espíritu del sí, ese sí que por el pecado se hace no, pero cuya fuerza liberadora vuelve a recuperarse por el perdón.


Sugerencias pastorales

1. Liberar al hombre total. En la historia del cristianismo, al menos en algunos períodos, se ha insistido mucho en la liberación espiritual del pecado, y poco o bastante menos en la liberación del hombre en su totalidad (liberación espiritual o religiosa, política, económica, social, cultural). Hoy estamos tal vez más sensibilizados, al menos en el plano de la mentalidad común, a esta liberación que abarca a todo el hombre y a todo hombre, como gusta decir Juan Pablo II. El texto evangélico ofrece una buena base para la comprensión de esta liberación integral. Jesucristo perdona los pecados, pero no detiene su acción liberadora sólo ahí, sino que luego cura al paralítico, liberándole también de su enfermedad. Esta liberación integral -e integradora puesto que no desconecta una de otra- es obra de Dios, pero nosotros, cristianos, hemos sido llamados para facilitar esta obra divina, y para "manifestarla" entre los hombres en cuanto que Dios actúa en la historia con nosotros y por medio de nosotros. Importante es que tampoco nosotros separemos, siguiendo a Jesucristo, ningún tipo de liberación, so pena de reducir y empobrecer la fuerza liberadora del cristianismo y del Evangelio. Entre mis hermanos cristianos, con los que convivo y trabajo, ¿es la fe cristiana una fuerza liberadora? ¿se piensa que la fe cristiana libera al hombre en su totalidad? ¿Qué iniciativas se podrán emprender para, en nuestro medio ambiente y en nuestra sociedad, promover más, como cristianos, la plena liberación del hombre?

2. El sacramento de la libertad. Entre los siete sacramentos de la Iglesia hay uno que está relacionado de modo particular con el perdón de los pecados. En la historia, según diversas acentuaciones, ha recibido varios nombres: "la confesión", "el sacramento de la penitencia", "el sacramento de la reconciliación". Me gustaría subrayar que es también el sacramento de la libertad. La gracia del sacramento no sólo libera del pecado, sino que libera la libertad para no pecar, otorga el Espíritu del sí al poder de la gracia. En un momento en que este sacramento no acaba de salir de la crisis que sufrió después del concilio Vaticano II, subrayar esta dimensión del mismo puede contribuir a su rehabilitación y a una recepción más frecuente. Esta dimensión encaja y da unidad a las demás: quien se confiesa, se libera de algo que pesa en su conciencia frente a Dios y frente al hermano; quien se arrepiente, al reconocer su culpabilidad, da el primer paso para que Dios le libere de su culpa y para que su conciencia se sienta liberada; quien se reconcilia con Dios y con la Iglesia, predispone su libertad para un ejercicio futuro verdaderamente libre. ¿Qué postura tienes tú ante el sacramento de la libertad? ¿Crees que es algo "pasado de moda"? Si eres sacerdote, ¿dedicas tiempo suficiente a la administración de este sacramento? Si eres religioso o consagrado, ¿encuentras en el sacramento un camino seguro de purificación y perfeccionamiento de tu libertad? Si eres laico, ¿eres consciente de que el sacramento no coarta, sino que potencia tu libertad, tu capacidad de ser enteramente libre, en alma y cuerpo?

OCTAVIO ORTIZ


20.

Este Domingo

Podemos llamar a este domingo el domingo de lo nuevo, de lo nuevo que anuncia Jesús. El domingo de mirar hacia delante y superar la tentación de ser esclavos de lo que queda atrás.

Lo vivido sigue viviéndose en nosotros. No podemos, desprendernos de ello, es algo pasado que sigue estando presente: por nuestra capacidad de recordar, por la fuerza de la inercia que existe en nosotros, porque pensamos con facilidad que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y por lo tanto lo nuevo sólo hará que empeorar la situación.

Ciertamente es bueno y necesario que no pretendamos innovar cada día, como si el ayer no hubiera existido; pero tampoco es bueno vivir  esclavizados por el ayer, un ayer que ya no existe; como también  el fomentar la nostalgia  reduciría  nuestro ser,  la  posibilidad de construir nuestra vida.

Propio de mentes aburguesadas, empobrecidas, es no estar abiertas a lo nuevo, vivir sólo de las rentas ideológicas del pasado. Supone una falta de fe en Dios o pretender  someterle a nuestros pobres intereses, carentes de horizontes. Dios no es un dato conocido, es una inmensidad que nos desborda y que cada día nos sorprende con algo nuevo. La gran novedad fue la Buena Nueva de Jesús de Nazaret. Su evangelio siempre es reciente, nunca está sabido ni trasnochado, derrama luz y luz nueva cada día. Abrámonos hoy, con mente y corazón, a esa luz.

En concreto, estar abiertos a la novedad de la Palabra de Dios es tener fe en un mundo mejor  en el que no se reiteren los males crónicos de nuestra historia y que en este momento nos amenazan, como la guerra entendida como solución de conflictos y garante de paz,  o el inhumano desorden económico que rige el mundo,  o la razón de la fuerza propia de los “caínes” de todos los tiempos  frente a la fuerza de la razón.

Comentario bíblico:

Lo nuevo siempre viene de Dios

Iª Lectura: Isaías (43,18-19.21-22.24-25): Lo de Dios siempre es nuevo, nunca viejo

I.1. El texto del Deuteroisaías está lleno de virtualidades significativas. Un profeta como éste sabe muy bien que el pueblo necesita un futuro  y éste está en las manos de Dios, solamente en las manos de Dios. El pasado glorioso de Israel no le va a valer de nada si el pueblo no se confía a Dios de nuevo. La memoria narrativa, que es tan valorada en las tradiciones ancestrales y populares, tiene que valer de impulso a algo nuevo, pues de lo contrario puede llegar la muerte, la esclavitud; podría ocurrir que estemos pensando que hay vida cuando no es así. El texto es hermoso pero radical. Mirar al pasado con nostalgia sería inútil si no somos capaces de comprender que a Dios no lo podemos manejar a nuestro antojo. Se necesitan ojos nuevos para un futuro nuevo y salvador.

II.2. Es eso lo que quiere expresar el texto profético, especialmente en los vv. 24-25: se trata de la parte del reproche que Dios hace por boca del profeta. Israel se ha acostumbrado a un dogma divino y salvífico y no entiende que la iniciativa es de Dios. Incluso las expresiones literarias de los verbos hebreos están cargadas, en forma causativa, de reproches, porque es como si hubieran querido someter a Dios a esclavitud (verbo hebreo: ΄abad = “hacer esclavo”, “someter como vasallo”) y han hartado a Dios, lo han cansado (verbo hebreo: yaga΄) como si Dios fuera su esclavo o su siervo. Pero la protesta de Dios por boca del profeta es contundente: “Soy yo, y sólo yo, quien por mi cuenta borro tus delitos, y dejo de recordar tus pecados” (v. 25). La iniciativa de la misericordia, de lo nuevo, es de Dios, porque de Dios siempre podemos esperar lo mejor, lo extraordinario, lo inaudito.

 

IIª Lectura: IIª Corintios (1,18-22): El "" del apóstol a su comunidad

II.1. El “sí”, el “amén” de Pablo y sus colaboradores a la comunidad de Corinto toma su ejemplo del “sí” de Cristo a la humanidad. Este pequeño texto es la “captatio benevolentiae” de Pablo a una reconciliación con la comunidad en la que se han sembrado sospechas y malentendidos. Forma parte de una pequeña y última carta de Pablo a esta comunidad después de haber pasado por malos momentos. Pero no hay mayor gozo para un “apóstol” que decir “sí” a su comunidad, una comunidad que él ha engendrado en el evangelio de Cristo  por medio del Espíritu.

II.2. El “no”, desde luego, no ha existido  si entendemos que Pablo hubiera querido ignorar o renunciar a esta comunidad de Corinto. ¡De ninguna manera! Si alguien les ha dicho alguna vez que Pablo ya no los quiere, no los ama, entonces es que habría perdido el sello de su apostolado que Dios le encomendó en nombre de Jesucristo y por medio del Espíritu. Que se cure la comunidad de sus sospechas. Un “apóstol” de verdad, aunque nazcan incomprensiones, no dice “no”. Los falsos maestros o los falsos profetas, puede, pero Pablo y los suyos tienen a Cristo como el “sí” divino del que se alimentan.

 

Evangelio: Marcos (2,1-12): Lo nuevo de Dios: el perdón gratuito

III.1. Hoy el evangelio de Marcos nos presenta lo que se ha llamado un relato “contracultural”, porque la cultura humana y religiosa de su ambiente no podían soportar todo lo que en esta narración se pone de manifiesto. Es, por tanto, la cultura “contracultural” del evangelio vivo que trae el profeta de Galilea: algo nuevo, absolutamente nuevo. Por eso viene muy bien el texto de la primera lectura de hoy (Is 43,18ss). La curación del paralítico que es llevado por cuatro personajes desconocidos, con una “gran fe”, pone de manifiesto que el mensaje del evangelio en Galilea está rompiendo moldes. Es el comienzo de una serie de disputas que se engarzan todas ellas en una continuidad narrativa y teológica sin precedentes (2,1-3,6) para mostrar la fuerza de su palabra, el mensaje liberador de las conciencias, la curación de enfermedades interiores que tienen a los hombres hundidos y sin capacidad para confiar en lo nuevo de Dios.

III.2. Los simbolismos del relato no son de menor importancia. El perdón se va a ofrecer al “paralítico” en una “casa”, no en la sinagoga o en el templo, que serían un marco más adecuado para la cultura religiosa de entonces. No hay sitio en esa casa (eran muy pequeñas) para introducir una camilla, pero los que la llevan tienen fe (confianza) como para trasladar montañas. Puede que en el fondo del relato “histórico”, los portadores del paralítico estuvieran poseídos de ese fanatismo popular y milagrero de aquellas gentes. Pero el relato de Marcos pretende decir otra cosa bien distinta: se trata de la fe verdadera que hace posible el milagro del Dios vivo y verdadero que cura el alma y el corazón de los que están sometidos. No han podido entrar por la puerta, como las personas normales, porque alguien “tapa” esa puerta de la casa, el gentío, y entre ellos especialmente, los “letrados” que todo lo controlan y están a la que salta para que el profeta de Galilea no embauque a los que ellos dominan desde hace tiempo. La religión nueva que trae el profeta puede cambiar todo y por eso “tapan” el camino al que está “paralítico” en todo, en el espíritu y en el cuerpo. Los que le acompañan no se rinden y deciden romper las normas y hacer una puerta “nueva” por el techo.

III.3. Un salto cualitativo se da ahora: “tus pecados te son perdonados”, afirma Jesús. No dice, en primer lugar, levántate y toma tu camilla. ¿Por qué? Podríamos hacer varias interpretaciones, pero nos parece que la más coherente con el redactor es porque Jesús no vino a curar enfermedades físicas, aunque lo hiciera. En aquella mentalidad, quien padecía enfermedad de ese tipo o había nacido disminuido, era casi un maldito, tenía alguna razón para padecerla  y era como un castigo o el pago de una deuda de él o de los suyos (tesis teológica tradicional). ¡Era demasiado! En el Reino que Jesús anuncia había que deshacer este nudo gordiano y demoníaco, ¿cómo? Perdonando los pecados gratuita y generosamente. Porque no era verdad y no es verdad que las enfermedades sean castigos de Dios. Esa doctrina, ese dogma, era intocable para los letrados y para las clases dominantes de la religión y de la sociedad  que eran los mismos. Lo nuevo, pues, es que había que comenzar por curar el alma, el interior, la conciencia, y “deificar” a los desgraciados y marginados. En esto le va la vida a Jesús, porque ese es el signo del Reino.

III.4. Al final de todo esto podemos subrayar una cosa: desde el punto de vista exegético, un relato de milagro de Jesús se ha convertido, lo ha convertido el redactor Marcos, en una controversia sobre el perdón de los pecados que podía tener otro contexto distinto en la vida de Jesús. Esto es lo que hace precisamente que el mensaje de este tipo de relatos (“una controversia”) mantenga vivo su valor teológico, espiritual y catequético. Lo nuevo en este caso es que el “Hijo del hombre” perdona los pecados en nombre de Dios y no hay ¡blasfemia! en ello. Y como la figura simbólica del Hijo del hombre también hace referencia a todo hombre, entonces cada vez que nosotros nos perdonamos los unos a los otros se realiza el milagro de la reconciliación y del perdón de Dios. Por eso concluye el relato muy acertadamente: ¡jamás habíamos visto cosa igual! Pero esto no sólo por la curación física (como normalmente se piensa), sino por el perdón gratuito de Dios que Jesús ha revelado.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

La primera lectura es el rechazo absoluto de la actitud del que todo lo fía a lo vivido,  que es la del que sólo se encuentra a gusto en el estilo de vida que él fabricó para sí mismo y al que ha obligado a acomodarse al mismo Dios y a su Palabra.

Hay que descubrir a Dios en lo nuevo que ofrece cada día, no por ser nuevo, sino porque será una buena novedad –buena nueva-. Para ello es necesario dejar a Dios ser Dios, no querer avasallarlo, dominarlo, utilizarlo para nuestros intereses, como le reprocha Yahvé al pueblo judío, que serán intereses reaccionarios  y  responden a que uno se ha constituido en el único protagonista de su historia.

La actitud, de quien es esclavo del pasado, de cerrarse a cualquier cambio que los separe de lo establecido por ellos, avasallando la voluntad de Dios, es la propia de los escribas que aparecen en el relato evangélico.

 

Es una novedad en los relatos evangélicos lo que los amigos del enfermo tienen que hacer para poner delante de Jesús al paralítico. Es novedad su empeño en ayudar al desvalido, novedad el medio que utilizan, un tanto agresivo, para ponerlo ante Jesús, y es novedad, - en otro caso Jesús diría no ha visto tanta fe en Israel -, el convencimiento en el poder misericordioso de curar de Jesús. Rompen con lo ordinario, lo de todos los días.

Es nuevo que Jesús en principio no cura, sino que perdona los pecados. Es una enseñanza insistente de Jesús que la enfermedad no va unida al pecado del enfermo, ni al pecado de sus padres. Viendo la fe del enfermo, le perdona pecados sin curarlo.

Jesús establece jerarquías: la enfermedad mayor es el pecado. Con el pecado no se debe estar reconciliado, hay que reconciliarse separándose de él; con la enfermedad se puede vivir reconciliado. Eso, posiblemente, produjo en un principio desazón en el enfermo y en los amigos. Pero la enseñanza es esencial: el pecado es la enfermedad más profunda, no necesita manifestarse en otro tipo de enfermedad.

No es novedad la protesta de los escribas. Buscan cualquier motivo para enfrentarse a Jesús y descalificarle. La novedad es que su argumento, sin duda, verdadero - “sólo Dios puede perdonar” -  se vuelve contra ellos mismos; y novedad es también que Jesús utiliza el milagro como argumento apologético, como demostración de su poder, poder de perdonar y de curar  que sólo corresponde a Dios.

 

Es necesario acercarse a la Palabra de Dios para tratar de descubrir las nuevas posibilidades que nos manifiesta, convencidos de su riqueza inagotable, conscientes de que no nos la “sabemos”. Lo que es eterno lo es porque es siempre nuevo, no porque sea una reiteración cerrada sobre sí mismo. Es eterno por su riqueza insondable que se va manifestando en la historia.

Por eso, la actitud inmediata es sentirnos sorprendidos por lo que la Palabra de Dios nos ofrece cada vez que a ella nos acercamos con mente y corazón acogedores: “nunca hemos visto una cosa igual” decían los espectadores del episodio evangélico. Mala señal es que la Palabra de Dios nos suene a algo sabido, a oído muchas veces y no nos sorprenda.

Sería señal de fe enferma o inválida, de una falta de fe que quiere avanzar, moverse como la misma vida, superando lo “oído y sabido”. Supondría una falta de aprecio al autor de esa Palabra y al protagonista de ella, Jesús de Nazaret. Sería como desposeerle de sus poderes divinos de curar,  de estar en nuestra historia sin estar aherrojado por ella.

Hoy se  insiste en que es posible un mundo distinto del que heredamos y vivimos; en concreto, un nuevo orden económico distinto del  actual que determina que, mientras en una parte del mundo el problema sean los excedentes de bienes de primera necesidad, en otra parte una ausencia absoluta de ellos causa la muerte amillones de personas. E igualmente, un mundo en el que no se reitere algo tan viejo   como los conflictos bélicos; que muestre que existen otros medios, no causantes de muerte, para eliminar las dificultades en la convivencia entre seres humanos. Solemos decir, “poco puedo hacer yo ante estos problemas de amplitud mundial”. Es cierto, como lo es que tenemos que hacer ese poco que podemos.

Fray Juan José de León Lastra, O.P.

juanjose-lastra@dominicos.org


21.

La liturgia de este Domingo nos presenta este fragmento del evangelio de Marcos que forma parte de toda la polémica de Jesús con los Fariseos; (son cinco polémicas, el perdonar pecados, sentarse a la mesa con pecadores, no imponer el ayuno a sus discípulos, violar el sábado y dejar que otros no cumplan el descanso del sábado). Pero hoy apenas estamos en los comienzos de esa polémica que terminará con la decisión de las autoridades judías de hacer morir a Jesús.

No debemos olvidar el contacto que Jesús tiene con la gente que lo escucha, a la que les predica la palabra reafirmándola con hechos milagrosos, hoy estamos invitados a contemplar la curación del paralítico que es bajado por el techo a causa del gentío que hay en casa escuchándolo. Tres elementos a destacar en este relato:

1. Jesús además de mostrar con este milagro (y con los otros por supuesto) sus sentimientos frente al dolor humano, demuestra que se han inaugurado los tiempos mesiánicos (cf. Is 29, 18-19; 35, 5-6; 61, 1; Mt 11, 5): se acaba la tiranía de Satanás y se hace presente la dinámica amorosa de Dios en el mundo.

2. La valoración que hace Jesús de la fe y la creatividad del enfermo y de sus acompañantes... Por la fe que demuestra tener, primero le perdona los pecados y después lo cura.

3. La actitud de Jesús frente a los fariseos y lo que dice de sí mismo: sin duda, esta reivindicación del poder que tiene para perdonar pecados, reafirmada con la curación, manifiesta su carácter mesiánico. En el mismo sentido se puede ver la reacción de la gente en el último versículo, el estupor de la gente frente a los gestos y palabras de Jesús.

Aquí se comienzan a mostrar los signos que acompañan la venida del Reino de Dios: la salvación total, en resumen. Pero más específicamente en palabras y signos que explican ese reino y que revelan el misterio de la persona de Jesús.

La gente empieza a comparar la manera en que Jesús habla y actúa con lo que ven y oyen de las enseñanza de las autoridades y personas religiosas del tiempo, esa diferencia entre Jesús y las autoridades los lleva al paso siguiente, la admiración, y para muchos ese camino termina con la fe en Jesús.

Hay que llamar la atención sobre un punto esencial: las palabras de Jesús frente al pecado y al pecador, Jesús busca al pecador y le perdona los pecados, por eso el evangelista nos muestra a un Jesús misericordioso y salvador, y el milagro que se efectúa da sentido y fuerza a la enseñanza, revelando la autoridad del Hijo de Dios, un tema muy importante en el mensaje de Marcos. Se ha dicho que este evangelio de Marcos es el Evangelio del Hijo de Dios, un hecho que todos descubren (los demonios, los enfermos, los discípulos), pero que Jesús prohíbe contar (el “secreto mesiánico”) y que al final es confirmado por el Centurión romano que está junto a la cruz.

Hoy al colocarnos frente a la persona de Jesús podemos tener muchas actitudes, la de los que escuchan, la de los que se admiran, la de los que lo critican, la de los que tienen que ejercer creatividad para acercarse a él, aún subiéndose por el techo...

Pero el colocarnos frente a Jesús no se puede quedar ahí; debemos dar un paso más, incluso aunque seamos cristianos de tradición y de práctica. Con Marcos debemos profundizar en los dichos y hechos que vemos en Jesús para crecer un poco más en la calidad de nuestro cristianismo, para dar un paso decisivo hacia la conversión. En este paso debemos tomar nota del perdón de los pecados que se nos da gratuitamente por parte de Jesús, y del cambio de vida que ese perdón posibilita; el paralítico tenía una vida, de hoy en adelante ¡tendrá otra!, sin límites y sin pecados.

Cultivemos hoy la admiración. Hagamos el propósito de admirar lo que oímos y vemos de Jesús. No nos acostumbremos a escuchar el evangelio y ya está. Demos cabida en nuestra vida y en nuestra comunidad a una lectura y vivencia del evangelio desde otras dimensiones que despierten nuestra capacidad de admiración. Esta capacidad de admiración es un elemento necesario para el crecimiento en la fe. Un peligro grande para todos nosotros es acostumbrarnos a saber a Dios siempre ahí, a nuestro lado, sin reparar en ello ni prestarle atención...

La respuesta que hemos dado al salmo 40 en la liturgia puede ser nuestra oración para pedir este cambio, para sentir el perdón y el paso de Dios por medio de nuestra cotidianidad.

Para la revisión de vida
1. Leídos en actitud orante y vocacional, los "milagros" de Jesús nos piden revisar nuestra fe en la fuerza del Reino de Dios dentro de la vida cotidiana; y nos interpelan ante los nuevos leprosos y posesos, los nuevos oprimidos, marginados, extranjeros y paganos... ¿Qué significa para mí (y para nosotros como comunidad) la frase de Jesús: "el que cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores" Jn 14,12).
2. Cada uno ha de hacerse consciente de la propia "mentalidad" en cuanto a la fe en la providencia de Dios y en la fuerza de su Reino; si es una fe inmediatista o no, o cómo es; y hasta qué punto nuestra fe y nuestra misión tienen las referencias vitales que tenía Jesús: el Reino, la conversión, la fe, la liberación integral de las personas, el consiguiente cambio de sociedad. ¿Cuánta "gratuidad" ponemos en nuestras obras de servicio al Reino?
 

Para la reunión de grupo
1. En busca de los poderes ocultos. Lo extraordinario y maravilloso, los poderes ocultos "más allá" de lo conocido, se han buscado utilizado en todos los tiempos y culturas: experiencias y consultas esotéricas, quiromancia, brujería, apariciones, sanaciones, etc. ¿Qué búsquedas y fenómenos de éstos se están dando en la región, zona o espacios humanos donde vivimos y trabajamos? ¿Cuáles son sus causas y efectos, y qué influencia ejercen en la mentalidad y en la práctica cristiana?
2. Discernir hoy las "obras poderosas". En nuestro mundo hay muchas "obras poderosas" de las fuerzas económicas y técnicas, industriales y militares, políticas, empresariales, medios de comunicación, el ocio, la moda, el deporte...; y "obras poderosas" de diferentes mafias, tribus urbanas, bandas juveniles... o de grupos y movimientos como Green Peace, Voluntariado, ONGs, colectivos y organizaciones populares... ¿Qué "obras poderosas" tienen hoy alguna seña de identidad de las obras de Jesús y producen, sentido, valores Reino? En el país, región o zona donde vivimos, ¿qué obras producen exclusión, alienación y muerte; y qué obras tienen poder de vida, liberación o esperanza, de vida más humana y más auténticamente cristiana?
3. ¿Y en la Iglesia de Jesús? Los discípulos de Jesús recibimos de su Espíritu capacidad para hacer las "obras poderosas" con que Él anunció el Reino de Dios en la historia humana (cf. Jn 14,12). La vida del Reino se expresa en diferentes "signos mesiánicos"; y algunos de ellos hoy son urgentes en grandes sectores de la humanidad abandonados en "sombras de muerte". Preguntémonos, pues: ¿está ahora activa en nuestra Iglesia particular, esa capacidad de hacer las obras que son señales ciertas de la irrupción del Reino de Dios? ¿Qué nos falta y qué nos sobra para hacerlas con mayor fidelidad bíblica e histórica?
4. Sería provechoso un diálogo sobre cómo adecuar a las necesidades y mentalidades de nuestras gentes, la catequesis sobre los milagros de Jesús.
 

Para la oración de los fieles
-Por el pueblo santo de Dios, para que sea para todo la humanidad primicia de la salvación y germen fecundo de unidad y de esperanza…
-Por los pastores de la Iglesia, para que sepan recoger en torno a Cristo la entera familia de Dios, y la sirvan humildemente con la Palabra y el ejemplo…
-Por los responsables de las naciones y de los organismos internacionales, para que busquen con conciencia recta lo que lleva al progreso y no se dejen corromper por el dinero o el poder…
-Por todos los que ayudan a aliviar los sufrimientos humanos, para que sepan reconocer a Cristo presente en los más pequeños hermanos, en los enfermos y en los marginados…
-Por nosotros acá reunidos en torno al altar, para que seamos constructores del Reino de Dios en todas nuestras situaciones de vida según los dones recibidos…
Para que descubramos la acción de Dios que nos perdona los pecados a todos y cada uno y obra misericordia y amor en las situaciones que nosotros menos pensamos…
-Para que tengamos la sabiduría del corazón a fin de comprender y ayudar a los “nuevos pobres”: ancianos, discapacitados, marginados, enfermos… hermanos y hermanas que están a nuestro lado…
 

Oración comunitaria

Señor, Dios, nosotros buscamos por todas partes el rostro de Jesús y vemos en torno los sufrimientos y la miseria, vemos la debilidad y el dolor, que en realidad son el fruto de nuestro pecado. Pero sabemos también que ése el es rostro de Jesús crucificado. Es Él quien ha tomado nuestros dolores para liberarnos del mal y para ayudarnos a entender tu misericordia y la solidaridad. Que tu Espíritu nos ayude siempre a seguir el ejemplo de Jesús, nuestro hermano mayor. Amén.

o bien

Dios, somos pobres; nuestra única riqueza es tu presencia y tu misericordia. Tú no eres una certeza para nosotros, no eres un lugar de reposo: eres la Fuente, la vida, la Palabra que salva. Haznos obedientes a tu amor y a tu ternura, capaces de abandonarnos a ti sin reservas. Tú que vives y haces vivir por los siglos de los siglos. Amén

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