27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
17-27

17. HAMBRE-DIA:

La sociedad está montada de tal forma que no puede funcionar sin producir el desecho de los marginados. Suceden como en la industria: siempre quedan residuos.

La casa familiar y la industria no pueden funcionar sin producir sacos de basura. Si todos esos sacos que vemos en las esquinas tuvieran que guardarse dentro de las casas, se harían irrespirables y entonces los miembros de esas familias tendrían que dormir en la calle.

Seguridad ciudadana. La sociedad se defiende de los marginados sociales aumentando las plazas de policía. ¿Cómo se defiende los marginados de la sociedad?

En el mundo actual se gastan dos millones de dólares por minuto en armamento. Durante ese mismo tiempo mueren de hambre 30 personas.

Padecemos una violencia injusta: aquella que está institucionalizada. La de los grandes propietarios. Se basa en la resignación del oprimido. En Sudamérica, el 80% de la población vive de la resignación. el otro 20% tiene lo demás. JOSUÉ DE CASTRO "La naturaleza dispone de recursos naturales capaces de alimentar no sólo a toda la población mundial sino a una población treinta veces mayor que la actual. KENNEDY en Junio de 1963 en el discurso de apertura del Primer Congreso Mundial de la Alimentación: "Nuestra generación posee los medios para acabar con el hambre sobre la faz de la tierra; basta que quiera". ¿Queremos?

Hacen falta cristianos que sean capaces de levantar la mano contra una sociedad que produce como cosa natural de su funcionamiento la injusticia, la marginación, de tantos hombres en los mejores años de su vida.

Los marginados son en realidad loa que colocan a nuestra sociedad al margen de la Justicia.

Unir las voces y los esfuerzos para que el escándalo de este horror se haga intolerable.


18.

NUESTROS LEPROSOS

En estos seis domingos entre la Navidad y la Cuaresma, San Mateo nos fue dando unas grandes instantáneas de lo que significó la aparición de Jesús entre los judíos: Jesús curaba del mal, sometía a los demonios, enseñaba con autoridad, anunciaba la cercanía del Reino de Dios y pedía una conversión y una fe en sus palabras.

En cualquier caso, y aunque no niega su auxilio milagroso a los que sufren de muchas formas, él sabe que no es un curandero y que ésa no es su misión, sino la irrupción del Reino de Dios en el corazón de los hombres y en el entramado social.

De ahí es de donde tendrá que salir la redención de los que sufren y de los que generan, mantienen y consienten el sufrimiento de los débiles, y que esto no será definitivo mientras no haya una conversión al Evangelio o "Buena nueva" que él predica.

En el evangelio de hoy aparece Jesús curando a un leproso. En una primera lectura del Levítico se nos recuerda que los leprosos eran gente oficialmente impura, que debían ser apartados de la sociedad y que ellos mismos debían proclamar a gritos su impureza.

Algo debía pasar para que este enfermo se acercara a Jesús y a sus acompañantes olvidando su prohibición. La intención de San Mateo no está en la lepra, sino en su condición de marginado, y la enseñanza hay que ponerla en la actitud de Jesús frente a esa marginación: devolver lo puro a la sociedad.

Hoy la lepra ni es impura ni necesita más milagro que una medicina que no siempre está a punto.

Pero hay otras lepras que también hoy son declaradas, más o menos veladamente, impuras y marginadoras. Aquí como allá, estas situaciones sólo pueden ser afrontadas con un cambio de las personas y de las estructuras marginantes.

A esto Cristo le llama "conversión", y da lugar a la irrupción del Reino de Dios que Jesús anuncia y que hace cercano en los signos que realiza: sometimiento de los malos espíritus y curación de los que sufren. Y esto es exactamente lo que se nos pide hoy a nosotros en su nombre".

Hoy, millones de seres humanos están lastimados, culpados y sentenciados por la sociedad; situaciones en las que lo menos malo es el posible pecado de los que sufren y lo más malo es esa urdimbre social que los genera y esa complicidad con la que son excluidos de una vida digna y leal en un intento de lavarse las manos y abandonarles al círculo de sus errores o pecados.

Hoy hay que mirar otras lepras y otras impurezas oficiales. A nadie se le ocurre pensar que serbios, croatas, palestinos, sudaneses, chiapeños... niños hambrientos, sidosos, drogadictos, mendigos tendrían una solución con una hemorragia milagrera del cielo. Quien así piense repite la actitud judaica de declarar impuros a los nuevos leprosos, aunque tal vez lea con admiración el evangelio de hoy y eleve una plegaria por estos "pobrecitos pecadores". Hay dos formas de sacar a Jesús de en medio: marginar a los que sufren y negarse a la conversión a su evangelio.

Jaime CEIDE
ABC/DIARIO 13-2-1994


19.

1. Puros e impuros

A primera vista, la simple narración del milagro efectuado por Jesús pudo habernos dejado la impresión de la gran bondad del Maestro para con aquel desgraciado, como al mismo tiempo su valentía y entereza al ponerse en contacto con un hombre considerado portador de una enfermedad contagiosa.

Ciertamente que no descartamos este aspecto evangélico que tan bien coincide con la personalidad de Cristo, pero es posible que el evangelista Marcos haya querido dejarnos un mensaje un tanto más profundo que ahora trataremos de desentrañar.

Actualmente la lepra es una enfermedad como cualquier otra y que requiere en todo caso el mismo cuidado que otra considerada más o menos grave o molesta.

En cambio, en el ambiente bíblico, la lepra no solamente era muy frecuente y de efectos corrosivos en todo el cuerpo, sino que también tenía un aspecto religioso que la hacía particularmente temible.

En efecto, era una opinión común que la lepra era consecuencia de un castigo divino especial por ciertos pecados cometidos y, dado su carácter contagioso y repugnante, transformaba al leproso en un verdadero paria de la sociedad. Por eso debía vivir alejado de los lugares poblados, con las ropas desgreñadas y los cabellos sueltos, y en caso de que se encontrara con alguien no leproso, debía gritar: «Impuro, impuro.» Esta expresión legal, obligatoria en sus labios, significaba que el leproso estaba incapacitado para participar en la asamblea religiosa y tratar con las demás personas, consideradas puras.

PUREZA-LEGAL: Según la mentalidad judía, tanto las personas como los animales y las cosas, se dividían en puros e impuros. Por impureza no se entendía una situación moral sino una determinada característica tabú que provocaba la prohibición de tratar con esas personas (por ejemplo, con las mujeres que habían dado a luz) o de servirse de tales animales (como el cerdo) y cosas. El único puro y santo por excelencia era Dios, y quien quisiere acercársele o unirse a su comunidad debía estar puro ritualmente, por lo cual se establecían complicados ritos purificatorios.

Precisamente Jesús, si bien respetará básicamente las normas de su pueblo para no provocar un escándalo innecesario, introducirá una notable variante en esta concepción: la pureza no está en el exterior del hombre, ni en una mancha de la piel o en la suciedad de las manos, sino en la integridad y sinceridad del corazón.

Este evangelio de hoy, como otros más, nos trae su primer y claro mensaje: también los considerados impuros por la sociedad y el culto antiguo, pueden acercarse a Jesús, y por medio de él a Dios.

Lo que Dios mira es la pureza interior, es decir, la disponibilidad de nuestra conciencia para hacer las cosas con rectitud. Así la fe cristiana concluye con la división entre cosas puras e impuras ya que no existe ninguna fuerza mágica especial que se deposite en ciertas personas o cosas para hacerlas portadoras del mal.

Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad por el solo hecho de ser hombre. Podríamos decir que en Dios todos somos santos; y por eso mismo la comunidad cristiana está abierta absolutamente a todos, aun a aquellos considerados impuros o directamente excluidos por tal o cual prejuicio o tabú.

Como vemos, Marcos no solamente nos habla -como vimos el domingo pasado- de la universalidad del mensaje de Jesús en cuanto éste se dirige a todos los pueblos, sino de otra universalidad que a veces suele costarnos más aún: Jesús se dirige de la misma forma a todas las clases sociales y a todo tipo de personas sin prejuicio alguno.

Por eso, lo interesante para nosotros ahora es preguntarnos quién es ese leproso que nuestra comunidad aísla de su mesa o convivencia.

No hace falta que pensemos mucho para darnos cuenta, por ejemplo, de lo siguiente:

--A veces afirmamos que somos antirracistas; pero esto no es óbice para que menospreciemos a la gente de color o al de pómulos salientes, al gitano o al ciudadano de cierta región del país; al que está mal vestido o al que no habla el castellano como lo pide la gramática o el diccionario; o bien, al que no ha adquirido todas las finezas de la cultura occidental.

--También entendemos que entre nosotros existe amplia democracia y que todos somos iguales ante la ley, y que aquí no existen parias de ninguna especie. Pero, ¡cuántas diferencias hacemos en la iglesia, en los negocios o en las oficinas públicas según que la persona parezca tener más o menos dinero!

--Podríamos hablar también del permanente recelo con que se trata al judío, al ateo o al miembro de otra confesión religiosa; a la madre soltera o a los divorciados, al homosexual o a los delincuentes encarcelados...

En fin, pronto descubriremos que en nuestra comunidad pueden deambular muchas personas que llevan sobre sí el estigma del leproso y que -también esto es posible- a muchos de ellos las puertas de nuestra comunidad les están definitivamente cerradas. Es cierto que alguno de estos grupos de parias pueden causarnos cierta repulsión más o menos instintiva; pero también es cierto que el evangelio es radical en su postura, como lo demuestra la actitud de Jesús con otros parias de su época, como los publicanos, los paganos, las rameras o los soldados romanos.

También es cierto, como veremos en el punto siguiente, que Jesús cura al leproso y llama a la conversión al soldado injusto o a la prostituta postrada..., pero nunca les cerró las puertas, nunca condenó previamente, nunca se dejó llevar por los prejuicios que, en aquella época, eran tan frecuentes como ahora.

Entresaquemos, pues, el primer mensaje que hoy nos deja Marcos: para Dios no hay gente impura ni excluida. Todos están llamados igualmente a formar parte de su comunidad, ya que ha caducado la antigua división entre puro e impuro.

No tengamos miedo, como no lo tuvo Jesús, a poner nuestras manos como signo de bendición sobre los hombros de aquellos que hasta hoy nos han causado repugnancia, rechazo o han sido tratados con prejuicios.

Con gran sinceridad sepamos reconocer cuándo nuestro trato no es ecuánime, y cuándo estamos cometiendo el gran pecado de sentirnos la parte pura de la sociedad...

Sepamos descubrir, tras cierto rigorismo moral, ese odio tan sutil que hasta pudo disfrazarse de santidad. Sobre este punto es mucho lo que tenemos que revisar, tanto a nivel personal como institucional.

2. Integrar a los parias

Y hay un segundo punto íntimamente ligado al anterior. El leproso es curado no solamente de su enfermedad física, sino de su verdadera enfermedad o llaga que es su aislamiento social y religioso. Jesús no solamente le permite acercarse a él, a pesar de la prohibición, sino que lo integra a la comunidad. Jesús transforma a aquel paria en un auténtico discípulo y mensajero del evangelio.

Observemos cómo, a pesar de la prohibición de la ley, el leproso se acercó a Jesús y cayó de rodillas a sus pies para pedir su ayuda. No esperó a que Jesús viniera hacia él; él mismo se adelantó, movido por una profunda confianza.

Y antes que nadie le pudiera reprochar su gesto, dijo con absoluta humildad: «Si quieres, puedes limpiarme.» Ni siquiera se atrevió a pedir explícitamente la curación; todo lo supedita al Señor a cuyos pies se ha postrado: Si quieres..., puedes curarme.

Magnífica oración de auténtico creyente. No existe un milagro; no antepone su necesidad a la voluntad del Señor. Su ruego se doblega ante el designio divino que es más importante que su misma enfermedad.

Y Jesús, conmovido, extiende su mano, lo toca y lo cura con esta sola palabra: «Quiero, queda limpio.» Nuevamente encontramos aquí una idea muy evangélica: es la palabra de Jesús la que nos cura de nuestros pecados y nos transforma en sus discípulos. Es una palabra eficaz, dinámica, transformadora; no sólo anuncia la salvación sino que la realiza. O para ser más claro: es la decisión de una comunidad cristiana que no se queda en las buenas intenciones y bellas palabras. Son hechos concretos los que hoy se nos reclama; no bonitos discursos o frases bien hilvanadas.

El resto del relato ya es conocido: Jesús lo urge a que mantenga oculto el milagro y a que se presente ante el sacerdote para cumplir lo mandado por Moisés.

Pero el ex paria de la sociedad, nos dice Marcos, «empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones», provocando lo que Jesús temía: de todas partes vendrán a buscar sus milagros, pero sin la fe de aquel hombre.

Así Marcos, mientras contrasta la fe del leproso con la curiosidad milagrera de los galileos, sigue rubricando su idea inicial: el evangelio se divulga por todas partes con la colaboración del nuevo discípulo de Jesús...: un leproso.

En la prohibición de Jesús hay algo aleccionador: lo único importante es la fe. El milagro es algo completamente accidental en la vida religiosa. Por eso Jesús cura al leproso en la soledad y le pide que guarde el más absoluto silencio, ya que es consciente de que existe una actitud equívoca en aquellos que lo buscan.

También sabe que costará muchísimo que los cristianos aprendamos a vivir sin necesidad de milagros...

¡Cuántas devociones, peregrinaciones y oraciones no tienen más móvil que desencadenar un prodigio en favor nuestro! Lo que, en cambio, Jesús acepta es la humilde fe del leproso: "Si quieres, puedes limpiarme".

Con esta simple oración podemos ya concluir nuestra reflexión.

Cada uno de nosotros puede tener cierta lepra interior que nos deforma como personas y nos aparta de los hermanos. Querer curarse es la condición para acercarnos a Jesucristo, y por él, a toda la comunidad.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 224 ss.


20.

1. "Quiero: queda limpio".

El encuentro de Jesús con el leproso, que le suplica de rodillas que le cure, muestra la total novedad de la conducta de Cristo con respecto al comportamiento veterotestamentario y rabínico. Un leproso no sólo estaba excluido de la comunidad -algo comprensible según las prescripciones higiénicas del Pentateuco-, sino que los rabinos afirmaban que la causa de esta enfermedad eran los graves pecados cometidos por el leproso y prohibían acercarse a él; cuando un leproso se acercaba, se le alejaba a pedradas. Jesús deja que el leproso del evangelio se le acerque y hace algo impensable para un judío: lo toca. El es precisamente el Salvador enviado por Dios que como buen médico no sólo se preocupa de los enfermos del alma (los sanos no necesitan médico: Mt 9,12), sino que indica, al tocar al leproso, que no tiene miedo al contagio; más aún: toma sobre sí conscientemente la enfermedad del hombre y sus pecados. A propósito del comportamiento de Jesús, Mateo cita las palabras del Siervo de Dios: «El tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17; Is S3,4). Pero esto no sucede en la impasibilidad más absoluta: el texto griego habla de una cólera de Jesús («le increpó») ante la miseria de los hombres, miseria que Dios no ha querido. Y cuando el leproso queda limpio, Jesús le ordena, para cumplir lo que manda la ley, que se presente ante el sacerdote, que ha de constatar la curación. «Para que conste» significa dos cosas: para que sepan que puedo curar enfermos y para que vean que no elimino la Ley sino que la cumplo. Que el ex leproso no respete el silencio que Jesús le impone, es una desobediencia que dificulta no poco la actividad de Jesús: «Ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo»; Jesús no quiere que se le confunda con un curandero.

2. «¡Impuro, impuro!».

La primera lectura recuerda las prescripciones de la Ley con respecto a la lepra. Se trata de medidas sumamente severas que obligaban al enfermo no sólo a vivir solo, separado de la comunidad, condenándole a descuidar su aspecto externo mientras duraba su enfermedad, sino también a gritar «¡Impuro, impuro!» cuando alguien se le acercaba. Esto es precisamente lo que el pecador contumaz debería hacer en la Iglesia, pues el que peca gravemente, mientras permanezca en pecado mortal, puede contaminar a los demás y no debería ocultar hipócritamente su separación de la «comunión de los santos». Como impuro que es, debería cuanto antes postrarse de rodillas a los pies de Jesús y suplicarle: «Si quieres, puedes curarme».

3. "Como yo sigo el ejemplo de Cristo".

En la segunda lectura, el apóstol procura asemejarse a su Señor en la medida de lo posible; él no puede tomar sobre sí los pecados de los hombres, pues esto pertenece exclusivamente a Cristo («¿Acaso crucificaron a Pablo por vosotros?»: 1 Co 1,13), pero puede acoger a los enfermos del cuerpo y mayormente a los del alma para devolverles la salud en virtud de la fuerza de Cristo. Su ir al encuentro de los enfermos y de los débiles no es condescendencia, sino pura actitud de servicio que puede llegar incluso a una participación en la pasión sustitutoria de Jesús (Col 1,24).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 138 s.


21. YO MARGINO, TU MARGINAS...

-«El que ha sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando 'impuro, impuro". Mientras le dura la lepra, seguirá impuro, vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento». (Lv 13, 45-46).

Así vivían los leprosos, es decir, los aquejados por diferentes enfermedades de la piel, repugnantes y contagiosas. Eran excluidos de la convivencia en sociedad, sin ningún miramiento. Y sólo se les permitía que, a gritos y desde lejos, pidieran limosna cuando divisaban un transeúnte. ¡A ver si había suerte y les dejaban algún alimento al borde del camino!

Parece una página sensacionalista de una época pasada, una costumbre ancestral de una cultura ya superada. Y, sin embargo, no es así. Vosotros sabéis que, «mutatis mutandis», siguen existiendo -y permitidme la expresión-, «los mismos perros con distintos collares». Nunca como hoy se habla tanto de los «derechos humanos», de la radical igualdad de todos, de que la más elemental justicia exige la «igualdad de oportunidades» . Pero del dicho al hecho... Porque resulta que un somero análisis nos dice que el hombre-individuo, es decir, yo, tú y él, vamos por la vida «marginando», haciendo nuestra particular «selección de las especies» Y, la sociedad como tal, lo mismo.

EL HOMBRE INDIVIDUO.-Se podría dibujar, de menor a mayor, un curioso juego de círculos concéntricos. El más pequeño me retrataría a mí en mi infancia, en mi familia. El segundo, en el ambiente de mi colegio, con mis primeros amigos. El tercero, ya en mi juventud, en mis áreas de diversión y de trabajo. El cuarto, en mi vivir ciudadano y religioso. El quinto...

Pues, bien, ese análisis me llevaría a comprobar las claras y lastimosas marginaciones que he ido creando, los «muros de la vergüenza» que he levantado a lo largo de mi vida. Sí. Estoy seguro de que, en el examen final de nuestra existencia, constataremos que hemos dejado a un lado, como a «impuros», a familiares directos, a compañeros y amigos, a vecinos y conciudadanos, a creyentes que han rezado con nosotros al mismo «Padre nuestro que estás en el cielo...».

¿Por qué motivos? ¿Cuál ha sido su lepra? Uno quisiera encontrar unos móviles serios y contundentes. Y, en vez de ello, mucho me temo que solamente hallemos las normales dificultades de toda convivencia: las diferencias de carácter y de opinión, las habituales discusiones en que no se miden las palabras, el orgullo nuestro de cada día, etc. etc.

LA SOCIEDAD.-Y si, como individuo, compruebo con vergüenza que he declarado «impuros» a muchos seres mejores que yo, como integrante de la sociedad -es decir, como integrante de esa gran máquina que llamamos las estructuras sociales-, compruebo que las marginaciones son todavía mayores. Si hoy no entendemos que se hiciera vivir a los leprosos así de apartados, de humillados, de hundidos, ¿cómo podemos explicar y vivir tan alegres ante esas otras grandes marginaciones de hoy, que son: el racismo que no cesa, el hambre del mundo frente a nuestro cruel consumismo, el «allá te las veas con tu problema» con que, en la praxis despedimos al que está en la droga, en el sida, en la delincuencia, en qué se yo qué...

Ya se que es más fácil hacer una denuncia; poner de relieve el mal ayuda, pero no es solución. En cualquier caso, y mirando al Jesús del evangelio de hoy, subrayo dos actitudes suyas: primera, «tuvo lástima del leproso»; y segunda, «extendió su mano hacia él y le tocó». A lo mejor, si empezamos por «sentir lástima», puede ocurrir que «extendamos nuestra mano hasta él...». ¡Quién sabe!

ELVIRA-1.Págs. 151 s.


22.

Nexo entre las lecturas

El tema que concentra nuestra atención es el poder de Cristo que perdona los pecados y cura al leproso de su enfermedad. El evangelio de san Marcos nos ofrece un signo fuerte del poder de Jesús cuando cura a un leproso (EV). Aquí Jesús revela su poder sobre las fuerzas naturales y su misericordia ante la desgracia de aquel hombre. En efecto, un hombre que sufría la lepra era alejado de la comunidad de acuerdo con el estado de su enfermedad. Se le consideraba "impuro" con impureza legal, pero también se le consideraba impuro por no tener la salud necesaria para participar en el culto comunitario. Se había alejado de Dios y, por eso, Dios lo había castigado con la enfermedad. Impureza legal e impureza moral estaban íntimamente relacionadas como aparece en la primera lectura del libro del Levítico (1L). Con su actitud y con su poder Jesús cambia este estado de cosas: restituye la salud al leproso, lo envía nuevamente a la comunidad y a los sacerdotes para que declaren públicamente su perfecto estado de salud. El salmo parece alegrarse con este perdón y esta salud: "dichoso el que está absuelto de culpa, a quien le han sepultado su pecado" Por otra parte el texto de la carta a los corintios (2L) nos manifiesta que el cristiano no debe dar escándalo con su vida cometiendo pecado, que es como una enfermedad de muerte, es como la lepra, pues destruye la vida temporal y eterna del hombre. En cambio, el cristiano debe hacer todo para la Gloria de Dios. Hermosa afirmación que constituye todo un programa de vida.


Mensaje doctrinal

1. Acudir al Salvador para exponer nuestras enfermedades. Es sorprendente cómo el leproso se acerca a Jesús contraviniendo de modo flagrante la ley que lo prohibía. Ningún leproso podía acercarse a donde se encontraban los miembros de la comunidad. Debía vestirse con andrajos y gritar a lo lejos "impuro, impuro". San Marcos sólo nos dice: "se acercó un leproso y suplicándole de rodillas..." Su audacia fue premiada con las palabras de Jesús. De aquí se sigue que todo aquel que se encuentre con una enfermedad de muerte en su alma, todo aquel que descubra en su alma pecados inconfesables, debe con confianza acercarse a Jesús, rico en misericordia y capaz de curar hasta la más grave de las enfermedades. Muchas veces la conciencia de pecado crea una nueva obscuridad y el pecador ya no se atreve a acudir al médico que lo limpie y la salve. Así va acumulando pecado tras pecado y su situación se va haciendo siempre más trágica. Es necesario romper ese círculo vicioso y tener la valentía del leproso que se postra a los pies de Jesús entreviendo el desenlace: "Si quieres, puedes limpiarme".

2. La reacción de Jesús es admirable por diversas razones. En primer lugar porque siente una profunda misericordia por aquel leproso. La situación de marginación de aquel hombre, su sufrimiento físico, su vida sin sentido, no podían dejar al Salvador indiferente. La compasión en la Biblia -y también aquí en este caso- es mucho más que un sentimiento de conmiseración, de pena, de dolor por el mal ajeno. Es, más bien, una pasión vehemente que hace todo lo necesario para aliviar el sufrimiento ajeno y que se traduce en actos concretos. En segundo lugar es admirable, porque Jesús extiende su mano y toca al leproso. Este acto contravenía la ley judía que prohibía gravemente el tocar a un leproso con el fin de salvaguardar a la comunidad y evitar el contagio. Jesús, por encima de esta ley, pone el amor misericordioso del Padre y dice con plena autoridad: "quiero, queda limpio". Es decir, Jesús hace ver a aquel hombre que tiene el beneplácito de Dios, que Dios lo ama y quiere que viva. San Pablo en su carta a los Corintios hace suyo este sentimiento de Cristo: "Por mi parte yo busco contentar a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven". "Para que todos se salven" ésta es la máxima de toda vida cristiana, porque ésta es la voluntad de Dios (Cf. 1 Tm 2,4). Haceos imitadores míos como yo lo soy de Cristo. Estas palabras de san Pablo podrían parecer a primera vista un poco presuntuosas. En efecto, ¿quién se atreve a mostrarse como ejemplo para los demás? Cualquiera que se vea así mismo con sinceridad comprobará que hay en él infinitas miserias. Sin embargo, las palabras del apóstol son verdaderas. En la medida en la que imitamos a Cristo nos constituimos en modelo y ejemplo para los demás. Todo apóstol debe dar este testimonio en la propia familia, en la propia comunidad, en el propio ambiente de trabajo. En la medida en la que practicamos la virtud de la humildad, en esa medida somos capaces de mostrar a Cristo y llevar a Cristo a las almas. Es un don que Dios concede, más que una cualidad personal. Tengamos pues el valor de emprender la vida cristiana en todas sus exigencias, de forma que podamos decir, "ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". Cuanto más humildes seamos, tanto mejor seremos apóstoles y tantas más almas salvaremos.


Sugerencias pastorales

1. El sacramento de la Penitencia. La liturgia de este día nos invita a valorar el sacramento de la penitencia como un encuentro con Cristo, quien lleno de misericordia nos mira a los ojos y nos dice: "quiero, sé limpio". Es decir, Cristo me dice: "quiero que vivas, quiero que tu vida sea feliz, que tu vida sea vida". ¡Cómo nos aflige el caso de jóvenes atrapados en la droga o el sexo o en cosas aun más graves! Habrá que ayudarles mostrándoles la capacidad de redención; ayudarles conduciéndoles a Cristo misericordioso. En este sentido, cuánto bien se hace en esas vigilias de penitencia en las que la comunidad de jóvenes se prepara para recibir personalmente el sacramento del perdón. Cantos, textos, ambiente litúrgico que conducen al alma a una fructuosa recepción de la gracia. Lo hemos visto en el Circo Máximo en Roma en el Gran Jubileo de la redención del año 2000. Lo hemos visto en la jornada mundial de los jóvenes en Canadá en el año 2002, lo hemos visto en tantas parroquias que organizan estos tipos de encuentros y que ofrecen a los jóvenes un medio insustituible para vivir plenamente su vida de gracia y su vida cristiana. No cabe duda que estos encuentros irán preparando a los "centinelas de la mañana" de los que habla el Papa, es decir, a esos jóvenes que anuncian un nuevo amanecer y son signo de esperanza.

2. Haced todo para la gloria de Dios. La exhortación de san Pablo es de gran actualidad. En medio de nuestras tareas familiares, profesionales, religiosas debe haber un centro que las unifique y que les dé sentido: "haced todo para la gloria de Dios". ¿De qué nos valdrá acumular mucho dinero? ¿O gozar de muchos placeres? ¿O tener gran poder sobre los demás? ¿De qué nos valdrá todo esto si con el paso de la vida y de los años todo se desvanece? La poca o mucha experiencia que tengamos ya nos lo dice fehacientemente: todo va pasando y sólo lo hecho por Dios y por mis hermanos los hombres y mujeres de este mundo, queda. Lo demás es paja que se lleva el viento.

Hacer todo para la gloria de Dios implica una grande pureza de intención, es decir, mis obras no buscan la gloria personal, no buscan la vanidad o la vanagloria, el egoísmo... Como san Pablo busquemos hacer todo para la gloria de Dios. En lo pequeño y en lo grande, en la vida de familia y en el trabajo, en el estudio y en los momentos de prueba.

P. Octavio Ortiz


23. Por Neptalí Díaz Villán CSsR.

 

Si quieres, puedes curarme

 

Desde 1874 cuando el médico noruego Gerhard Henrik Armauer Hansen descubrió los orígenes de la lepra, sabemos que es producida por un bacilo llamado Mycobacterium leprae (también conocido como el bacilo de Hansen, similar al de la tuberculosis). Hoy sabemos que es una enfermedad infecciosa crónica de los seres humanos que afecta sobre todo a la piel, membranas mucosas y nervios.

En el mundo antiguo no había claridad sobre este tema. Lepra se le llamaba a diversas afecciones dérmicas. No podemos afirmar o negar con seguridad si cuando se hizo la legislación del Levítico (1ra lect.) esta enfermedad estuviera presente en Israel, pues los primeros indicios verdaderos de la enfermedad de Hansen en esta parte del mundo, datan de tiempos posteriores a la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.). Es posible que cuando el Levítico habla de lepra se trate de alguna afección en la piel producida por algún hongo. Y cuando en el evangelio se habla de lepra, se trate efectivamente de la enfermedad de Hansen o de algún otro problema dérmico menos grave.

Hoy sabemos que la aparición de la lepra y su posterior desarrollo no tiene nada que ver con ideologías, convicciones religiosas o políticas. Que para el tratamiento no requiere asilar al enfermo, así como tampoco la existencia de leprocomios. Que su tratamiento se hace con poliquimioterapia, medicamento que un muchas países ofrecen de manera gratuita y se logran curaciones hasta del 99%. Pero en el mundo antiguo se consideraba como un castigo divino a causa de los pecados. Por eso los sacerdotes se encargaban de hacer el diagnóstico y de exigir el aislamiento de los enfermos para evitar el contagio de los demás. A esto se le daba un carácter sanitario y religioso, pues se pensaba que el enfermo contaminaba al sano, el pecador al santo y el impuro al puro.

 

La ley del Levítico es entendible porque no tenían los conocimientos científicos de hoy; y aunque fuera muy duro tanto para la familia, como para el enfermo, se buscaba defender la vida. Pero, el miedo, peligroso consejero, hacía que ante cualquier manifestación en la piel, los Sacerdotes diagnosticaran lepra, separaran a mucha gente de su familia y la condenaran a vivir lejos de sus seres queridos. De esta manera el leproso era condenado a sufrir un infierno, además de su enfermedad, por el peso psicológico de sentirse despreciado y castigado por Dios, señalado por todo el mundo y marginado de la sociedad.

 

Marcos narra el acontecimiento con la intención dar una enseñanza a su comunidad.  Jesús iba en una de sus correrías como misionero itinerante. Un leproso rompió con la severa normatividad, se acercó a Jesús y se postró ante él. Postrarse antiguamente significaba reconocer en la persona a alguien digno de reverencia; y en evangelio era signo de confianza y disponibilidad para el seguimiento.

 

La literatura bíblica tiene la particularidad de poner como personajes centrales a gente del común, especialmente a los marginados y condenados por el sistema o por la dureza de la vida. Por eso en este texto, como en muchos otros, se pone como paradigma de fe a un hombre víctima de la enfermedad y del sistema que lo excluía. Este hombre en una situación límite, sin pensarlo dos veces rompió el protocolo, se acercó y le habló a Jesús.

 

Con seguridad no lo hubiera hecho si hubiera visto en Jesús a un orondo e insensible sacerdote del templo de Jerusalén. Lo hizo porque el hombre de Nazareth le inspiró confianza. Su oración también es paradigmática: “Si quieres, puedes limpiarme”. Es una oración de entrega total a la voluntad de Dios. Señor yo quiero sanarme, Señor yo quiero realizar este proyecto, Señor yo quiero esto o aquello… si quieres ayúdame a conseguirlo. Como dice el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

 

Otra particularidad de la literatura Bíblica es entrar en la conciencia de la gente, y narrar sus sentimientos y pensamientos, lo que les duele y lo que les alegra. Los móviles de su accionar. Por eso con mucha frecuencia narran los sentimientos de Jesús, sus miradas, sus gestos de alegría o de tristeza, sus manifestaciones de amor o de rabia. “Jesús sintió compasión, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Sí quiero que quedes limpio”.

 

Jesús no puso entre paréntesis la ley porque fuera un anárquico. Al contrario, una vez realizado el milagro, envió al leproso sanado a presentarse al sacerdote, como mandaba la ley. Puso entre paréntesis la ley porque todo su accionar estuvo movido fundamentalmente por la compasión. Con Jesús el nombre de Dios es amor y la concreción del amor es la misericordia. Todas las leyes, todas las estructuras, todas las religiones, todo, no tiene sentido si está alejado del amor misericordioso. De esta manera puso por encima el valor de la persona humana.

 

Nadie podía tocar a un leproso pues quedaba contaminado por su pecado, pero Jesús se arriesgó, extendió su mano y lo tocó. Un escándalo para los leguleyos, un atrevimiento condenable para los flemáticos legisladores religiosos. La salvación para un enfermo que sufría por su enfermedad y por la exclusión. Jesús demostró que la ley por sí misma no salva. Que no siempre el que cumple la ley hace lo voluntad de Dios. Que muchas veces hay que romper la ley para salvar el ser humano. Que la norma fundamental es el amor misericordioso. Que Dios no puede estar en contra del amor y que no está en contra de Dios quien ama de verdad. “Ama y has lo que quieras”, decía San Agustín.

 

Con mucha frecuencia los que se atreven a romper normas anacrónicas, disciplinas y tradiciones intocables cubiertas por un manto sagrado, son cuestionados, señalados, expulsados y hasta perseguidos. Por las condiciones de la época lo que hizo Jesús con el leproso no se debía hacer, por eso le pidió encarecidamente que no lo dijera a nadie. Era el llamado “secreto Mesiánico”, un misterio que no se ha comprendido muy bien todavía, pero que sigue vigente.

 

El leproso sanado no fue a donde el sacerdote para que le permitiera reintegrarse a la comunidad, sino que cometió otro atrevimiento al autoincluirse en la sociedad. Además empezó a anunciar por todo el mundo su experiencia con Jesús como una Buena Noticia, de tal manera que Jesús ya no podía estar abiertamente en público sino que le tocaba mantenerse alejado. Por su compromiso se convirtió en un excluido más.

 

Pero como dice la canción: “no se puede sepultar la luz, no se puede sepultar la vida; no se puede sepultar un pueblo que busca la libertad”. Donde estaba Jesús allá llegaban, pues el templo y toda la estructura religiosa, manejada por una banda de criminales camuflados con una aureola de santidad, no podían ser signo del Dios vivo y verdadero. Fue el loco Jesús, el aldeano atrevido, el “impúdico” amigo de publicanos y pecadores,  el condenado a vivir en la periferia y finalmente ejecutado (asesinado) a las fueras de la ciudad, quien nos mostró el verdadero rostro misericordioso de Dios. “He aquí el hombre” (Jn 19,5b).

 

Oraciones de los fieles

A cada invocación ustedes contestarán: SI QUIERES, PUEDES LIMPIARNOS, SEÑOR.

 

1. – Por el Papa, los obispos y sacerdotes, para que, al igual que Pablo, lo hagan todo para Gloria de Dios.  OREMOS

 

2. – Por los gobernantes y los que les rodean, para que vean en Jesucristo al único que puede limpiar nuestras faltas.  OREMOS

 

3. – Por todas aquellas que se han alejado de la Iglesia, para que encuentren en Jesucristo esa agua eterna.  OREMOS

 

4. – Por las familias cristianas, para que encuentren en Cristo la base donde sustentar su vida.  OREMOS

 

5. – Por todos nosotros y nuestras necesidades que tú conoces, socórrenos y acompáñanos.  OREMOS

 

6. – Por los niños y los jóvenes, para que no dejen “manchar” su seguimiento a Cristo con el polvo del camino. OREMOS

 

Exhortación final

Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos

nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que

regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad.

Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo

y nos confirma en la venida de tu amor y de tu reino.

 

Siguiendo su ejemplo, danos, Señor, un corazón sensible

al bien de los hermanos, para saber dialogar contigo en la fe.

Danos disponibilidad para escuchar tu palabra, sin encerrarnos

en el monólogo egocéntrico y estéril de nuestra propia seguridad.

Y concédenos superar todas las crisis  y dificultades de la fe

en nuestro camino hacia la indispensable madurez cristiana.

 

Amén.

 

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 323)
 


24. 16 de febrero de 2003

LA LEPRA DEL PECADO  

1. "El leproso andará harapiento, con la cabeza desnuda, con la barba tapada, y gritando: <¡Impuro, impuro!>. Vivirá solo y fuera del campamento" Levítico 13,1. Es un deshecho de la sociedad, prácticamente está muerto. Aquella sociedad no conocía otro remedio contra la terrible enfermedad sumamente contagiosa, más que el aislamiento para evitar la propagación de la lepra, símbolo del pecado, en el que está sumergida la entera humanidad. Así lo reconoce hoy la Liturgia, y al conjugar las lecturas sobre la lepra, con el salmo sobre el pecado, debe surgir espontánea la confesión del salmo: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito" Salmo 31.

2. Jesús cura al leproso. Las prescripciones legales del Levítico eran tajantes y crueles, que hoy ni se podrían comparar con los enfermos de cáncer o de sida. El leproso es un maldito que está condenado a ver cómo de día en día, se van desmoronando todos sus miembros, esperando la muerte. El bacilo "Hansen", de la lepra, fue descubierto en 1874, por Hansen. Pero en 1956 una monja francesa, Sor María Zuzanne, encontró el suero "Microbacterium Marianum", eficaz para combatirlo, conocido por el nombre de su descubridora. Los que venían a Jesús sabían que no acudían a un curandero, sino que tenían la convicción íntima de que Dios, por medio de él, podía curarles, y esta fe les disponía para recibir la gracia de Dios en su cuerpo y en su alma.

3. A nuestra inteligencia moderna, a veces le cuesta creer la posibilidad del milagro. Olvidamos que Dios está presente en el corazón de la existencia humana y que nada de nuestra vida le es ajeno. Alguien dirá: Si Dios hace milagros, ¿por qué no curó a aquellas personas, por quienes oré con tanta intensidad? ¿por qué no respondió a mi plegaria? Pero, ¿quiénes somos nosotros, para pedir cuentas a Dios? Dios actúa cuando quiere y como quiere, pero siempre con una sabiduría y un amor infinitamente superior a nuestros pensamientos. Los padres no dan a sus hijos pequeños todo lo que les piden, porque a veces "No sabéis lo que pedís". Pero es infalible que Dios no nos negará cuando le pidamos el reino de Dios y su justicia. Por eso, debemos pedirle que nos acreciente la fe. Que creamos firmemente que Él todo lo puede, y que nos empeñemos en procurar que nuestra vida sea coherente con esa fe, depositando en cada momento nuestra confianza en Jesús. El leproso se acerca a Cristo, y saltándose a la torera las prescripciones del Levítico, en vez de gritar: "¡Impuro! Impuro!", se dirige a Jesús, con esta emocionante súplica: "¡Señor! Si quieres, puedes limpiarme". Su oración perfecta, conmovió el Corazón de Cristo. Jesús, sintió lástima, y entrañablemente conmocionado extendió su mano y tocó su carne podrida, y dijo: "Quiero: queda limpio". La lepra desapareció inmediatamente y quedó limpio" Marcos 1,40. Un cuerpo medio destruido y repelente, puede contener un alma llena de la belleza de la fe. Y un modelo de pasarela, sexi y supercotizado, puede albergar un alma corrompida por la avaricia, vanidad y lujuria provocativa.

4. El mismo salmo que canta la situación gloriosa de la curación: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado", nos convoca a congratularnos con el leproso que, prácticamente estaba muerto, ha vuelto a la vida; que el que era un intocable, y un aislado absoluto, ha sido reincorporado a la sociedad; y nos invita a todos a compartir la alegría con el pecador a quien Dios ha perdonado su pecado: "Alegraos, justos, con el Señor, aclamadlo, los de corazón limpio y sincero". Porque "Al Señor le cuesta mucho la muerte de sus fieles" (Sal 115). El no quiere que mueran. "Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes" (Sab 1,13). El no quiere la muerte. Ni la del cuerpo, ni la del alma. De las dos ha venido a librarnos.

5. Ese leproso que desde que su madre le acariciaba cuando era niño, no había experimentado ni un solo contacto personal y humano, ha sido tocado por Jesús. Y ahora está sintiendo el cálido afecto del tacto de la mano toda bondad y ternura de Jesús, mientras toda una oleada de vida electrizaba todo su cuerpo. Y se han cambiado los papeles: el leproso ha quedado limpio y Jesús, según la ley del Levítico, ha quedado impuro: "El que toca al impuro queda contaminado, porque el impuro le transmite su impureza" (1,5). Y San Pablo relaciona la lepra con el pecado, y nos lo dice así: "Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que seamos justicia de Dios en El" (2 Cor 5,21). Tanto ama el Padre al mundo que hace a su Hijo leproso, para que los hombres sientan la calidez y la ternura de Dios en sus carnes y vidas de leprosos.

6. Hoy, se ha perdido el sentido del pecado. Vivimos en una mediocridad asfixiante. Ha desaparecido el valor de la excelencia. Se afirma que el pecado no le hace ningún mal a Dios. Pero no por eso el pecado deja de ser una ofensa a Dios. A Dios infinito. Aunque el pecado sustancialmente no toca ni un grado de infinita perfección a Dios, la separación de uno solo de sus hijos, le aflige, porque su amor le pide que todos sus hijos estén unidos con El. Basta con recordar la parábola del hijo pródigo. La alegría del reencuentro, pone de manifiesto la tristeza del separado, por la propia infelicidad, que él mismo, deslumbrado, se había buscado. He visto ayer el final de la película "Antrax", los momentos de la desaparición de un niño secuestrado por el mismo portador de la bomba, y la desesperación de sus padres en su búsqueda, y he pensado en lo que le cuesta a Dios la muerte de sus fieles. Sólo el mismo Dios comprende esta catástrofe y este dolor y, con él, los que han estado más cerca de El, como su Madre y los santos, que son los que mejor le conocen.

7. No. El pecado no es un progreso, sino todo lo contrario, una involución. Los que quieren el aborto, por ejemplo, se denominan a sí mismos, progresistas. ¿De verdad se lo creen? El pecado, del orden que sea, no es una evolución hacia la perfección, sino una regresión, un retroceso a la selva, peor que el de la selva, porque los animales matan para vivir, pero los hombres matan para evitar el rechazo social, la vergüenza o buscando la comodidad, huyendo cobardemente la complicación y el compromiso. Esos autodenominados progresistas que saben que España tiene el índice de natalidad más bajo de Europa, están prometiendo la libertad total para abortar, ¿es que quieren quedarse solos en este mundo impidiendo que participen de su opípera mesa, nuevos comensales rivales? ¿O es que la ambición del poder les ha enloquecido? Juan Pablo II, cuando sabe que grupos políticos y sociales ven como una calamidad el nacimiento de un bebé, especialmente si es en el tercer mundo, proclama: "Cada hijo es un don inmenso". Y constata que «el preocupante descenso demográfico registrado en estos años» en varios países del mundo, «debe ser para la sociedad un motivo de reflexión atenta y de estímulo para la renovación, ya sea en la mentalidad, ya sea en las decisiones culturales, políticas y legislativas». Ciertamente, es una tarea que compete a las instituciones públicas, llamadas a remover las dificultades que encuentran en su camino las familias. Pero corresponde sobre todo a los cónyuges el reavivar la cultura del amor y de la vida, cumpliendo con la misión de padres que han asumido en el momento de su matrimonio».

8. El pecado no es un progreso, sino todo lo contrario, porque rebaja al hombre y le impide lograr su plenitud, a la que está llamado, e incluso provoca la rebelión del cuerpo; le cansa y atormenta, oscurece y debilita la inteligencia, enerva la voluntad, ensucia, la afea, y la debilita y les crea unos traumas que les amargan toda la vida. El hombre, que ha querido ser autónomo e independiente, como Luzbel y sus ángeles, y los primeros hombres, "seréis como dioses", pero sin Dios, es decir, sin someterse a su Voluntad y a su Ley, que es yugo suave y carga ligera, se ha precipitado en la bancarrota y en el fracaso total, como un ojo monstruoso que se ha salido de su órbita, o un sol que se ha desviado de su ruta cósmica. Ha causada un cataclismo. Negándose a reconocer a Dios como principio, el hombre rompe la debida subordinación a su fin último y a todo el orden tanto en en lo que afecta a su propia persona, como a las relaciones con los demás y con la creación, dice la Lumen Gentium. Cuando se prescinde del principio de Dios, que ha creado el bien y ha dejado en medio la cizaña, por respetar la libertad, queriendo seguir los dictados de la mal entendida ciencia, que considera preferentemente las consecuencias antropológicas del pecado, se comete un error notable. El tiempo verá proféticas dos Encíclicas hoy muy contestadas: La Humanae Vitae y la Evangelium Vitae.

9. Tenemos claro que la narración del pecado de los hombres, va dirigida a una cultura primitiva e infantil; pero es que no fueron los hombres los primeros en pecar, introduciendo el mal en la creación, sino los ángeles, criaturas muy superiores a los hombres, y hay que leer a San Pedro, en su segunda carta, 2, 4, para tener una base revelada sobre el asunto, de la que hemos de partir junto con la teología para comprender la catástrofe atómica que es el pecado.

10. La dimensión de la persona en su doble faceta de voluntad humana, la voluntas ut natura, que es la voluntad a secas, con la voluntas ut ratio, que es la misma voluntad como facultad de producir actos psicológicamente desarrollados, debe ser adecuadamente armonizada. El bien, más que algo que hay que hacer es alguien a quien hay que amar: "Amarás a Dios con todo tu ser". Y el pecado desvía la voluntad, y falsifica el amor: "al amor le han usurpado el nombre", escribe Santa Teresa. Y en la misma medida que la persona se desentiende del amor a Dios y a los hermanos, se va polarizando hacia las cosas; cuando debe orientar su vida en consonancia con las relaciones con Dios y sus hermanos. Y por mucho que uno diga que no está enfermo o de que no se de cuenta de que está enfermo, no prueba que está sano. Es la analítica la que tiene la palabra. Y la analítica en este caso, es muy pesimista, pues el pesimista suele ser un optimista bien informado. San Pablo, en su carta a los Romanos 1,28 ss. nos habla de esa existencia del pecado del que no libra la ignorancia. Y en el capítulo 7,19, confiesa su mismo pecado, del cual pregunta con angustia, quién le librará. Para definir que Jesucristo, por su gracia. Sólo Cristo nos libra por su Pascua, del pecado.

11. Y como por su propia naturaleza el mal y el pecado están en contradicción con la naturaleza de Dios, que es amor, no puede ser amado por El, sino odiado, porque es lo contrario del amor de Dios. Y en Dios no hay posibilidad de contradicción. Por eso sin odio, que es la otra cara del amor, no hay amor verdadero. Si Dios no odiase el mal, no podría amar el bien. La teología católica, ha sufrido enormemente el influjo de la protestante, de la justificación de la fe sin obras (mútuamente superada por declaración reciente) y de la paternidad de Dios, que ya no es un padre, sino un abuelo permisivo. Es verdad que Dios es Padre, que goza perdonando, pero esa no es toda la verdad; toda la verdad es que siendo padre nos llama a la conversión, que es seguir un camino nuevo, uncidos a un yugo suave, y a llevar una carga ligera aliviada con su gracia, pero no a inventar un evangelio selectivo y a la carta. Dios no perdona el pecado sin expiación. Si Dios amnistiase el pecado, ignoraría el mal, o lo tomaría a la ligera, o le reconocería el derecho a existir. En el evangelio hemos oído a Jesús condenar el mal y le hemos escuchado que al que escandaliza, "más le valiera que le ataran una rueda de molino y lo echasen al mar" (Mt 18,6). Actitud motivada por el amor a los pequeños.

12. Por eso Jesús se ha hecho leproso, ha cargado él con todos los pecados de la humanidad para pagarlos con satisfacción vicaria. Esta es la cólera de Dios que soporta el Hijo de Dios en su Pasión, en la que la cruz del Hijo revela el amor del Padre. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito al mundo, para que por él tengamos la vida" (1 Jn, 9). "Lo vimos despreciado, y desecho de los hombres, varón de dolores, avezado al sufrimiento; como uno ante el que se oculta el rostro, despreciado y afrentado; por eso no hicimos ningún caso de él. El mismo tomó sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras penalidades; pero nosotros lo consideramos entonces como un leproso, y como un hombre herido de la mano de Dios y humillado, cuando lo que llevaba sobre sus espaldas y los que le pesaban eran nuestros sufrimientos y nuestros dolores, mientras nosotros le creíamos azotado, herido por Dios y humillado. Ha sido traspasado por nuestros pecados, y despedazado por nuestras maldades e iniquidades; el castigo descargó sobre él, y sus llagas nos han curado" (Is 53, 3-5).

13. Ayer tarde, al terminar de escribir esta homilía, un amigo, después de haberla leido, me manifestó su deseo de ver la película Molokai, y la visionamos emocionados, porque el sacrificio del Beato Damián de Veuster, convertido por amor en leproso, nos había sumergido en la terrible realidad de Jesús leproso. Y le amamos más.

14. Pero aún se siguen más consecuencias del pecado, que afectan al cuerpo, cuya rebelión provoca; además de oscurecer y debilitar la inteligencia. Queriendo el hombre ser autónomo e independiente, como Luzbel y los ángeles, como los primeros hombres, "seréis como dioses", pero sin Dios, es decir, sin someterse a su Voluntad y a su Ley, cayó en bancarrota y en un fracaso total. Al negarse a reconocer a Dios como principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y quebranta todo el orden debido a su propia persona y a las relaciones con los demás y con la creación, dice la Lumen Gentium.

15. Ciertamente la Teología debe iluminar la vida. Pues, ¿quién puede conocer mejor los efectos de la descomposición del átomo? Los científicos y doctores en ciencia atómica. Ellos saben, conocen las causas y los efectos... y consiguientemente tienen mayor capacidad de prevenir y evitar. Como los especialistas en el SIDA o en el tratamiento de cualquier virus. Para eso es la Teología, que cuando sólo sirve para divagar, se frustra su razón de ser. La Teología es razonamiento de Dios, sobre Dios, iluminado por la revelación del mismo Dios sobre lo que nos aparta de Dios, y lo que acrecienta nuestras posibilidades de llegar a El. ¿Dónde encaja el hombre en los planes de Dios? En su Amor. Dios lo ha creado por amor, le quiere integrar en El por toda la eternidad en su vida de amor. Quiere que sea feliz con El siempre. ¿Cómo escapar del castigo? Por la gracia merecida por Nuestro Señor Jesucristo.

16. En el capítulo quinto de CAMINO, y refiriéndose a los pecados veniales, Santa Teresa, que tenía desagradables experiencias en esta área, tanto en lo que se refieren al campo de la moral, como al de la ascética y mística, confiesa, que le aconsejaban mal, diciéndole que no era pecado lo que sí lo era (Vida 5,10). Y deja entender sus experiencias con respecto a su oración y gracias místicas, porque tuvo que sufrir un verdadero calvario por causa de sus confeso-res, que no tenían formación suficiente para hacerse cargo de su caso, y por falta de horizonte, consecuencia de sus pocos estudios, se aferraban a su propio juicio y consideraban seguras y tercas sus luces cortas.

17. Ha escrito Juan Pablo II que el mundo actual ha perdido el sentido del pecado, porque también ha perdido el sentido de Dios. ¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia? Y cita la casi proverbial frase de Pío XII, tan conocida. El secularismo y el humanismo, concentrado exclusivamente en el culto del hacer y del producir, y dominado por el consumo y el placer, minan el sentido del pecado, que, a lo sumo, se reduce a lo que ofende al hombre. Es toda una pérdida de valores lo que está en juego. Incluso en el terreno del pensamiento de la vida eclesial, algunas tendencias favorecen la decadencia del sentido del pecado. Algunos sustituyen actitudes exageradas del pasado, por otras exageraciones; pasan, de ver pecado en todo, a no verlo en nada; de acentuar demasiado el temor de las penas eternas, a predicar un amor de Dios que excluiría toda pena merecida por el pecado; de la severidad en el esfuerzo por corregir las concien-cias erróneas, a un supuesto respeto de la conciencia, que suprime el deber de decir la verdad para formar esa conciencia. A esto hay que añadir la confusión creada en los fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, si es que queda alguna, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana. Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Urge una buena catequesis, iluminada por la teología bíblica de la Alianza, una escucha atenta y una acogida fiel al magisterio de la Iglesia, que no cesa de iluminar las conciencias, y una praxis cada vez más cuidada del sacramento de la penitencia. Conviene leer la Exhortación Apostólica Reconci-liatio et paenitentia de Juan Pablo II, del 2 de diciembre de 1984.

18. Cristo se hizo leproso por todos los hombres, porque todos lo somos. También la Iglesia como Institución, constituida por hombres: "Es santa y pecadora, necesitada de constante purificación y renovación", en frase la Lumen Gentium. El Papa original de los gestos y de la sinceridad, ha pedido perdón por los pecados históricos de la Iglesia. Sin embargo, pienso que es más fácil pedir perdón por haber quemado vivo a Giordano Bruno, cuyas cenizas y las de los que fueron sus responsables, Dios sabe dónde están, que pedir perdón a fecha de hoy por pecados e injusticias que están todavía ahí, enhiestos los báculos y firmes las mitras actuantes, a personas que también están todavía aquí, en las cunetas del olvido, del desprecio, de la marginación, de la pobreza, del despojo pretendido, del ostracismo, por la sencilla y honesta razón de que fueron siempre torpes y nunca aprendieron el arte tan rentable de manejar el incensario, ni se atrevieron jamás a pasar facturas de las injusticias sufridas en silencio, prefiriendo seguir coherentemente al Maestro que pasó siempre haciendo el bien y que se dejó crucificar. Todavía viven víctimas hoy, sufriendo consecuencias y verdaderos calvarios de errores de jerarcas desaparecidos, que ya no pueden pedir perdón. Por otra parte la locura es tan fragrante como la que pretende que las víctimas inocentes tengan que pedir perdón a los verdugos. Monseñor Gabino Díaz Merchán, Arzobispo de Oviedo, a quien mataron a sus padres, cuando él tenía 7 años y su hermanita unos menos, preguntaba el otro día: ¿Es que tengo que pedir perdón a los que mataron a mis padres?

19. Es un gesto muy elocuente el de Juan Pablo II pidiendo perdón por los pecados históricos de la Iglesia, pero, ¿no nos está invitando a todos y a cada uno a seguirlo individualmente? El gesto del Papa es elogiable y e inaudito, pero me temo que se quede en gesto estéril para la inmensa mayoría, como el de sentarse en el confesonario en San Pedro cada Viernes Santo en Roma, como un modo de echar margaritas a los cerdos. Ciertamente, el sentido del pecado, de la lepra, permanece anestesiado con anestesia total en casi todos. Los que sólo la sufren epidural serán tachados de "sensibles". Las rocas del Monte Calvario se quebraron a la muerte de Cristo; pero hay corazones más duros que aquellas piedras, insensibles, ¿cómo van a comprender a los "sensibles", que no es que son sensibles sino sencillamente humanos? "Dios ha escrito en muchas ocasiones, derecho con renglones torcidos; y la Iglesia en manos de los hombres, ha registrado fallos y errores en su historia. Pero hasta que se ha llegado a ver con perspectiva histórica la escritura al derecho, ha sido difícil a veces superar el desánimo" (Carlos Seco Serrano. De la Real Academia de la Historia)

20. Esperemos contra toda esperanza y que la petición de perdón actual, es decir, no el dar golpes de pecho en el pecho de los que ya hace siglos que desaparecieron de este mapa, lo que es relativamente fácil, si no de golpear el nuestro por los pecados históricos actuales y personales, que es la única manera de demostrar que estamos arrepentidos de nuestros pecados, y es el único pecho al que podemos dar golpes, porque aquellos, ni pechos tienen ya, son ceniza, que esta vez vaya en serio. Todo lo que no sea esto será maquillar a un leproso, poniéndole una careta dejándole tan leproso como antes, en un gesto más de hipocresía que no sólo no cura al leproso, sino que le encona más y más las llagas, que son de Cristo.

21. Siguiendo el ejemplo de Jesús, que se hace leproso, pecado, por nosotros, para limpiarnos, debemos nosotros aliviar hoy la lepra del hambre de aquellos hermanos nuestros, que, como el leproso, "viven muriendo". Por el ministerio de la Iglesia sigue Jesús hoy y hasta la consumación de los siglos, curando la lepra del pecado: borrando en el bautismo el pecado, perdonando los pecados personales en el sacramento de la reconciliación y penitencia, borrando las reliquias de los pecados en el sacramento de la unción de los enfermos y robusteciendo con el sacramento de su cuerpo y de su sangre a los cristianos que quieren vivir su vida, vivificándolos y alejando las insidias de las tentaciones del maligno que goza con la muerte y con la enfermedad de los hombres, a los que quiere contaminar con su soberbia y movido por la envidia, ya que "no le me importa quedarse ciego para que el otro entuerte".

22. Para no ser cómplices de la desdicha de todos los leprosos, oprimidos, no nacidos y postergados, le agradará mucho a Dios el sacrificio que por ellos hagamos. Y el dinero ofrecido por Manos Unidas, será recompensado abundantísimamente por Dios, con bendiciones celestiales, pero también temporales.

23. Acerquémonos al altar con sentimientos de gratitud y con la esperanza de la curación, de la mano de la llena de gracia que nunca conoció la lepra del pecado. María, se tú nuestra enfermera como Madre piadosa y llena de misericordia. Amén.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES


Sobre la Primera Lectura (Levítico 13, 1-2. 44-46)

El Legislador Yahvista codifica unas normas religiosas y sociales acerca de la lepra:

- La 'lepra', impureza legal: Los antiguos calificaban como 'lepra' diversas afecciones cutáneas. Y en el pueblo de la Alianza constituían 'impureza'. Impedían, por tanto, el culto ritual y la asistencia al Templo (Lv 12, 4), y toda participación en convites sagrados. Y en razón del peligro de contagio, el leproso debía aislarse y alejarse de toda convivencia social. Si su mísero y repugnante aspecto no le delataban bastante, a presencia de cualquier transeúnte debía él alertarle gritando: ' ¡Impuro! ¡Impuro!' (45). Pertenecía a los sacerdotes, custodios de la pureza ritual de la Alianza, diagnosticar acerca de los casos de lepra, dictar precauciones para evitar el contagio, y reintegrar al leproso ciertamente curado a la convivencia cultural y social.

- La 'lepra' signo de pecado: Era fácil, tras considerar la lepra impureza legal, considerarla asimismo castigo y signo del pecado. El pecado es castigado con lepra o úlceras cutáneas en la sexta plaga de Egipto (Ex 9, 9), en la murmuración de Aarón y María contra Moisés (Nm 12, 10); y el mismo 'Siervo de Yahvé', por llevar sobre Sí todos los pecados, será 'despreciable y desecho de los hombres, leproso a quien se vuelve el rostro, desastrado en todo su aspecto y despreciado' (Is 53, 3).

- La curación de los 'leprosos' signo Mesiánico: Si la 'lepra' llegó a ser símbolo de miseria corporal y espiritual, de dolor y de pecado, no es extraño que Jesús, como 'signo' de su misión redentora, realice con frecuencia el milagro de curar leprosos (Mt 8, 1; Lc 17, 11); y presente estas curaciones por Él obradas como testimonio de que se inició la Era Mesiánica, la Era del perdón del pecado y de la efusión de la Gracia: 'Los ciegos ven, los leprosos quedan limpios, se anuncia el Evangelio a los pobres' (Mt 11, 5).

Sobre la Segunda Lectura (1 Corintios 10, 31-11, 1)

San Pablo cierra el largo estudio que dedicó al problema de las carnes inmoladas a los ídolos y luego presentadas a la mesa (cc. 8-10), con unas normas breves y prácticas:

- La primera y suprema norma es que en todo busquen la gloria de Dios. No puede, por tanto, un cristiano tomar parte en convites idolátricos (20-22): 'No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios' (21). El cristiano no sólo debe negarse a cuanto de cerca o de lejos sea injurioso a Dios, sino que positivamente debe orientarlo todo a gloria de Dios: 'Y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre' (Col 3, 17). Todo, pues, aun las cosas más triviales, debe ser a gloria de Dios: 'Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios' (31).

- Otro freno pone Pablo a la libertad: Nunca podemos escandalizar al prójimo a título de que usamos de un derecho o de que no está prohibido lo que hacemos (32). Pablo concede al cristiano ilustrado libertad para comer tranquilamente de cuanto le pongan en la mesa (27). Pero puede haber quienes se escandalicen por su conciencia deformada o débil. El caso era frecuente entre los primeros convertidos. Convertidos del judaísmo que no acababan de superar las leyes mosaicas sobre alimentos puros e impuros. Convertidos del paganismo que, invitados a una fiesta por amigos aún paganos, veían traer a la mesa carnes inmoladas a los ídolos (27). Pablo, que sólo considera pecado el banquete sagrado idolátrico, exige asimismo que por caridad con los de conciencia débil, se abstengan todos de cuanto pueda escandalizar o molestar al prójimo: 'No todo edifica. Que nadie busque su propio interés, sino el de los demás' (23).

- Y finalmente les pone a la vista su propio proceder. Pablo no busca su comodidad, gusto o interés, sino el bien de los demás: 'Para que se salven' (31). Nadie tan libre y tan valiente heraldo de libertad como Pablo; pero nadie tan al servicio de todos en caridad: 'Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los que están bajo la Ley (judíos) me he hecho como quien está bajo la Ley aun sin estarlo para ganar a los que están bajo ella. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos' (19. 21). Lo que hoy llamamos 'tensiones' eclesiales no son sino problemas de caridad: 'Dios, que nos quieres partícipes de un Pan y de un Cáliz, danos vivir unificados en Cristo y así fructificar gozosos la Salvación del mundo' (Postcom.).

Sobre el Evangelio (Marcos 1, 40-45)

Los tres Sinópticos nos narran esta curación como signo de la misión Mesiánica de Jesús:

- Los milagros que realiza Jesús tienen siempre significación espiritual. Dado que todos en la lepra veían un símbolo y castigo del pecado, al curar Jesús a los leprosos nos orienta a comprender su misión Redentora. Él ha venido a redimirnos y limpiarnos de la lepra del pecado.

- Según prescripción de la Ley mosaica pertenece al sacerdote diagnosticar la curación de los leprosos. Jesús ordena que el recién curado cumpla esta norma. Al tiempo que se muestra respetuoso con la Ley y con los derechos de los sacerdotes, el milagro queda público y diáfano.

- El milagro de Jesús ha sido corporal y espiritual a la vez. El alma del leproso se abre plenamente a la Obra Salvífica de Jesús. El leproso curado considera un deber de gratitud publicar a grandes voces y por todo el país el favor recibido (45). Y nosotros, que 'errábamos como ciegos y estábamos manchados, y como a leprosos nos gritaban: ¡Apartaos! ¡Un impuro! ' (Lam 3, 13), ahora que 'con sus llagas hemos sido curados' (Is 53, 5), vivamos en 'gloria de Dios, que nos agració en el Amado' (Ef 1, 6).

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.

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 SANTO TOMÁS DE AQUINO

 Catena Áurea - Exposición de los Cuatro Evangelios

Mc 1, 40-45

(Bed.) Después que fue reducida a silencio la lengua de serpiente de los demonios, y curada de la fiebre la mujer primeramente seducida, fue curado en tercer lugar de la lepra de su error el hombre, que por las palabras de su mujer se dejó llevar al mal, a fin de que existiese el mismo orden en la restauración del Señor y en la caída de los dos primeros seres formados de barro. 'Vino también a Él, continúa, un leproso a pedirle favor'. (San Agustín, De cons. Evang., lib. 2, cap. 19) Tal enlace tienen entre sí lo que dice San Marcos de este leproso curado, que debe considerársele el mismo de quien dice San Mateo que fue curado después que bajó el Señor de predicar en el monte. (Bed.) Y porque dice el Señor: 'No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla', aquél, que como leproso estaba excluido de la ley, juzgando haber curado por el poder de Dios, indicó que la gracia, que puede lavar la mancha del leproso, no estaba en la ley, sino sobre ella. Y en verdad que, así como se declara en el Señor la autoridad de la potestad, así también en aquél la constancia de la fe. 'E hincándose de rodillas, le dijo: 'Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme'. Él se arrodilla cayendo sobre su faz, lo que es señal de humildad y vergüenza, para que cada cual se avergüence de las manchas de su vida; pero esta vergüenza no impide su confesión: muestra la llaga, y pide el remedio, y la misma confesión está llena de religión y de fe. Si quieres, dice, puedes: esto es, puso la potestad en la voluntad del Señor. (Teof.) No dijo: Si rogares a Dios, sino si quieres, como creyéndole Dios mismo. (Bed.) No dudó de la voluntad de Dios como un impío, sino como el que sabe lo indigno que es de ella por las manchas que le afean.

'Jesús, compadecido de él, extendió la mano, y tocándole, le dice: Quiero, sé limpiado'. (San Jerónimo) No se debe entender y leer quiero curar, como lo entiende la mayor parte de los latinos, sino separadamente, esto es, diciendo primero: quiero, y mandando después: sé curado. (San Crisóstomo, hom. 26, sobre San Mateo, y en la obra incompleta, hom. 21) Por esto, pues, toca al leproso, no curándole, como podía, sólo con la palabra, sino porque la ley de Moisés decía: 'El que tocase al leproso quedará impuro hasta la noche'; y quería mostrar que esta impureza era según la naturaleza, y como no se había dictado la ley para Él, sino para los sólo hombres, y como era Él mismo propiamente el Señor de la ley, y curaba como Señor, y no como siervo, tocó con razón al leproso, aunque no era necesario el tacto para que se operase la cura. (Bed.) Le tocó también para probar que no podía contaminarse el que libraba a los otros, y es de admirar al mismo tiempo que le curó del mismo modo que le había rogado: 'Si tu quieres, dijo el leproso, puedes curarme'. 'Quiero', contestó Cristo, he aquí la voluntad. 'Sé curado', he aquí el efecto de la piedad.

(San Crisóstomo) No sólo no destruyó así la opinión del leproso, sino que la confirmó más y más, puesto que la palabra ahuyenta la enfermedad, y lo que dijo el leproso de palabra, Él lo cumplió con la obra. Por esto dice: 'Y acabando de decir esto, al instante desapareció de él la lepra', etc. (Bed.) No hay medio, pues, entre la obra de Dios y el mandato, porque en el mandato está la obra: dijo, pues, y todo fue hecho.

'Y Jesús le despachó luego conminándole y diciéndole: Mira que no lo digas a nadie'. (San Crisóstomo) Como si dijera: No es tiempo ahora de publicar mi obra, ni necesito que tú la publiques. De este modo nos enseña a no buscar como retribución por nuestras obras la honra entre los hombres. 'Pero ve, prosigue, y preséntate al príncipe de los sacerdotes'. Le manda el Salvador al sacerdote para prueba de la medicina, y para que no estuviera fuera del templo, y pudiese orar en él con los demás. Le mandó también para cumplir con lo prescripto por la ley, y para acallar la maledicencia de los judíos. Así pues, completó la obra, mandándoles la prueba de ella. (Bed.) Para que viera con toda evidencia el sacerdote que había sido curado no por orden de la ley, sino por gracia de Dios que está sobre ella.

'Y ofrece por tu curación lo que tiene Moisés ordenado, para que esto les sirva de testimonio'. (Teof.) Le manda que dé lo que tenían costumbre de dar los que eran purificados; con lo cual, demuestra que, en vez de oponerse a la ley, la confirma más, puesto que Él mismo guarda sus preceptos.

(Bed.) Pero si alguno se admira de que el Señor aprobase el sacrificio judaico, no recibido por la Iglesia, tenga presente que aun no había ofrecido su holocausto en la pasión. Pues no convenía quitar los sacrificios figurativos antes que el que estaba figurado fuese confirmado por el testimonio de la predicación apostólica y de la fe de los pueblos creyentes.

(Teof.) Aunque el Señor se lo prohibió, publicó el leproso el beneficio. 'Mas aquel hombre, dice, así que se fue, comenzó a hablar de su curación y a publicarla por todas partes'. Conviene que el favorecido tenga agradecimiento y dé las gracias, aunque no necesite de ello el bienhechor. (San Gregorio, 19 Moral., cap. 10.) Pero se pregunta con razón ¿cómo no pudo permanecer secreto ni por una hora lo que mandó el Señor que no se dijera a nadie? Pero es de notar que mandó no decir a nadie el milagro que había hecho, y sin embargo se divulgó, para que sus elegidos sigan el ejemplo dado en esta doctrina ocultando voluntariamente las grandes cosas que hagan, pero para que sean publicadas, contra su voluntad, en provecho de los otros. No fue que quisiera hacer una cosa, y que no pudiese hacerla, sino que dio como maestro un ejemplo de su doctrina sobre lo que deben querer sus discípulos, y de lo que aun contra su voluntad debe hacerse. (Bed.) La perfecta salud de uno solo allega al Señor multitud de gentes. 'De modo que, prosigue, ya no podía Jesús entrar manifiestamente en la ciudad, sino que andaba fuera por lugares solitarios'. (San Crisóstomo) El leproso, pues, publicaba por todas partes la admirable cura, de modo que todos corrían para ver al que le había curado y creer en Él, haciendo por esto imposible que predicase el Señor en las ciudades, y que tuviera que hacerlo en los desiertos.

(San Jerónimo) En sentido místico nuestra lepra es el pecado del primer hombre, en quien empezó cuando deseó los reinos del mundo; porque la raíz de todos los males es la codicia, y un ejemplo de ello es Giezi cubierto de lepra por haberse dejado dominar de la avaricia (2 Re 5, 27). (Bed.) Extendida verdaderamente la mano del Salvador, esto es, encarnado el Verbo de Dios y tocando a la naturaleza humana, se purifica ésta de los diversos y antiguos errores. (San Jerónimo) Cuya lepra manifestada al verdadero sacerdote, según el orden de Melquisedech, se limpia con la limosna. Dad limosna, y todas las cosas os son limpias (San Lucas 11). Que Jesús no podía entrar manifiestamente en la ciudad, etc., significa que Jesús no se manifiesta a todos los que buscan alabanzas en las plazas públicas, y que sirven a sus propias voluntades, sino a los que salen fuera con Pedro, y están en lugares desiertos, como los que eligió el Señor para orar y alimentar al pueblo, y que abandonan verdaderamente los placeres del mundo y todo lo que poseen, diciendo: Mi porción es el Señor. La gloria del Señor se manifiesta en verdad a los que vienen de todas partes, por llanuras y montañas, y a quienes nada puede separar de la caridad de Cristo. (Bed.) Después de hecho el milagro en la ciudad, se retira el Señor al desierto, para manifestar que prefiere la vida tranquila y separada de los cuidados del siglo, y que por esta preferencia se consagra al cuidado de sanar los cuerpos.

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 SANTO TOMÁS DE AQUINO II


A) Objeto de la fe

a) Lo que se refiere a la vida eterna es objeto primario

'La fe tiene por objeto principal las realidades que esperamos ver en el cielo, según aquello (Heb 11,1): La fe es la firme seguridad de lo que esperamos ; por eso pertenecen esencialmente a la fe las realidades que nos ordenan directamente a la vida eterna, como son la Trinidad de las personas divinas, la omnipotencia de Dios, el misterio de la encarnación de Cristo y otras a este tenor; y según estas cosas se distinguen los artículos de la fe' (2-2 q.1 a.6 ad 1).

b) Existe un objeto secundario o accidental

'La Sagrada Escritura nos propone para creer cosas que no son el objeto principal de nuestra fe, sino que sirven para manifestarnos las predichas, tales como que Abrahán tuvo dos hijos, que al contacto de los huesos de Eliseo fue resucitado un muerto, y otras parecidas que se refieren en la Sagrada Escritura en orden a manifestar la majestad divina o la encarnación de Cristo, y según éstas no es menester distinguir artículos' (2-2 q.1 a.6 c).

c) Es necesario creer en la existencia de Dios y que es remunerador

'Ha sido necesario en todo tiempo y para todos creer explícitamente que Dios existe y que es remunerador, según el Apóstol: es preciso que quien se acerque a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan ( Hebr . 1,6); pero esto no basta para todo tiempo y respecto de todos' (2-2 q.2 a.8 ad 1).

d) Es necesaria para salvarse la fe en la encarnación

'Pertenece propia y esencialmente al objeto de la fe aquello por lo que consigue el hombre la bienaventuranza. Pero el camino abierto a los hombres para llegar a la bienaventuranza es el misterio de la encarnación y de la pasión de Cristo, pues se dice ( Act . 4,12): Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos. Por eso ha sido necesario creer de alguna manera en el misterio de la encarnación de Cristo en todos los tiempos y entre todos los pueblos; de diverso modo, sin embargo, según la diversidad de tiempos y de personas'.

'En efecto, antes del estado de pecado el hombre gozó de una fe explícita en la encarnación de Cristo, en cuanto que ésta se ordenaba a la consumación de la gloria, pero no en cuanto que se ordenaba a la liberación del pecado por la pasión y resurrección, puesto que el hombre no fue previo conocedor del pecado futuro. Pero parece que conoció previamente la encamación de Cristo, según estas palabras: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer , según consta ( Gen . 2,24). Y dice además el Apóstol ( Eph. 5,32): Gran misterio éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia. No es creíble que el primer hombre ignorase este misterio'.

'Más después del pecado fue creído explícitamente el misterio de la encarnación Cristo, no sólo en cuanto a la encarnación, sino también en cuanto a la pasión y resurrección, que libran al género humano del pecado y de la muerte; pues de otra manera no se hubiera prefigurado la pasión de Cristo por ciertos sacrificios antes de la ley y bajo la ley; los más sabios conocían explícitamente el significado de estos sacrificios, mientras que los más sencillos, al creer que aquellas cosas habían sido dispuestas por Dios para significar la venida de Cristo, tenían de ella, bajo el velo de estos sacrificios, en cierto modo un conocimiento velado'. Y como ya se ha dicho (q.1 a.7), 'conocieron lo perteneciente a los misterios de Cristo con tanta más distinción cuanto mayor fue su proximidad a El'.

'Pero después del tiempo de la gracia ya revelada, tanto los mayores como los pequeños están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo, principalmente en cuanto a las cosas que se solemnizan comúnmente en la Iglesia y se proponen públicamente, como son los artículos de la encarnación, sobre los que ya se ha hablado (q.1 a.8). Sin embargo, existen sobre estos mismos artículos otras consideraciones más sutiles, que algunos están obligados a creer más o menos explícitamente, como conviene al estado y oficio respectivo' (2-2 q.2 a.6 c).

e) También es necesaria la fe en la Trinidad

'No puede creerse de una manera explícita el misterio de la encarnación de Cristo sin creer en la Trinidad, porque en el misterio de la encarnación está incluida la afirmación de que el Hijo de Dios tomó carne, que renovó el mundo por la gracia del Espíritu Santo y, además, que fue concebido del Espíritu Santo. Por lo tanto del mismo modo como el misterio de la encarnación de Cristo fue creído explícitamente antes de Cristo por los mayores y de una manera implícita y confusa por los menores, asimismo el misterio de la Trinidad. Por consiguiente, a partir de la fecha de divulgación de ley de gracia están obligados todos a creer también explícitamente el misterio de la Trinidad; y todos los que renacen en Cristo, lo consiguen por la invocación de la Trinidad, según estas palabras ( Mt. 28,19): Id, pues, enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (2-2 q.2 a.8 c).

La misma bondad de Dios, supuesto el modo como es ahora conocido por sus efectos, puede ser conocida sin la trinidad personal. Pero conocida en sí misma, tal como es vista por los bienaventurados, no puede ser conocida sin la trinidad de las personas. Además, la misma misión de las personas divinas nos conduce a la bienaventuranza' (2-2 q.2 a.8 ad 3).

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 TILLMAN PESCH, S.J


Extractamos el pasaje del milagro de la curación del leproso de la obra del P. Tilmann Pesch
La filosofía cristiana de la vida. El texto está tomado de la p. 2ª c.10-15 p. 293-312

A) SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME

a) La misericordia de Cristo

'La misericordia de Dios es su bondad en cuanto se inclina a remediar nuestros males... El mayor mal es el pecado. Por eso la misericordia divina dice relación en primer término con el pecado. Dios no aborrece al pecador, sino al pecado; al pecador lo solicita con su amor.

Así como todas las demás perfecciones de Dios son infinitas, también lo es su misericordia. Dios ha resuelto manifestar la bondad inmensa de su corazón para con los hombres de un modo extraordinario.

Por ser la naturaleza humana tan flaca y miserable, por eso Dios la escogió para mostrar en ella la grandeza de su misericordia. Los otros atributos de Dios, como su sabiduría y omnipotencia, están igualmente al servicio de su misericordia. No es el infierno el centro del cristianismo, sino el amor de Dios, cuya misericordia le imprime su carácter propio. Cuando Dios pensó en no impedir el pecado, lo hizo para que su bondad tuviese ocasión de mostrarse también bajo la forma de misericordia.

Cuando la humanidad se perdía más y más cada día como un hijo desagradecido, Dios no la perdió de vista ni la arrojó de su corazón. Como buen pastor, buscó a la oveja descarriada, invitándola a volver. Y cuando regresó la pródiga a la casa paterna, la estrechó el Padre entre sus brazos...

No te extrañes de sentirte desdeñoso con la desgracia ajena. Así es la condición humana. A quien cae, todos le pisan. Dios Nuestro Señor no es así. Tan propia es la misericordia del cristianismo, que Cristo llegó a decir que no había venido el mundo tanto por los justos como por los pecadores. Cristo es la misericordia divina humanada. Con predilección trata Cristo a los descarriados, apenas ellos reconocen su miseria arrepentidos... De entre los pecadores escoge a sus apóstoles; no desecha a Pedro caído...; aún el traidor Judas hubiera hallado perdón...

Dios se compara á un hombre que teniendo cien ovejas... Se compara a la pobre viuda que no deja piedra por mover en busca de la dracma perdida, sin descansar hasta hallarla.

¡Y con qué encanto y hermosura se dibuja la misericordia divina en la parábola del hijo pródigo! Cuando el pecador se convierte, ¡qué alegría en el cielo y en el corazón de Dios!...

De donde más claramente irradia la misericordia divina es de la cruz de Cristo.

b) Los medios de la Iglesia

La Iglesia, con todos sus medios santificadores, se muestra de un modo eminente como encarnación de la divina misericordia. En el sacramento de la penitencia se perdonan los pecados y la pena eterna por ellos merecida. La sabiduría de Dios ordena que para la remisión de la pena temporal contribuya en parte la cooperación del hombre. Mas la misericordia divina ofrece al hombre arrepentido medios para obtener la remisión del castigo temporal en las indulgencias. Más aún: al otro lado del sepulcro todavía resplandece la misericordia divina, haciendo que las almas que padecen en el purgatorio puedan también ser ayudadas por los sufragios de los vivos.

Pensando en la divina misericordia, hemos de confiar respecto a nuestra vida pasada. Si pertenecemos a los grandes pecadores, también pertenecemos a aquellos a quienes Dios especialmente convida y busca para salvarlos y recrearlos.

Por lo que toca a nuestro porvenir, debemos también confiar, pero juntamente temer. Dios se ha compadecido de mí hasta ahora, no para perderme, sino para salvarme; Él me otorgará generosamente las gracias necesarias para mi salvación.

Por otra parte, he de temer que no se apodere de mi alma una temeraria confianza. De Dios nadie se ríe. ¡Ay de mí si, confiando en la misericordia de Dios, me descuido de mi alma!

Dios quiere salvarnos, mas no sin nuestra cooperación' (ibid., c.14).

B) QUIERO

a) Cristo satisfizo por nosotros, pero pide nuestra cooperación

'El que considera la naturaleza del pecado, comprende en seguida que no hay pecado que no sea digno de castigo...

Si es que la justicia de Dios quisiese una satisfacción cumplida y una reparación condigna, hubiera sido imposible a los hombres pagar lo que se exigía. Por eso Dios Nuestro Señor resolvió descubrir su amor infinito, haciendo que la obra de la redención sea obra de su amor divino... La redención de Cristo fue en primer término, no un proceso de justicia, sino un acto de la caridad de Dios incomprensible.

La injuria exige una reparación capaz de honrar al ofendido tanto cuanto fue deshonrado por el ofensor. Al unirse una persona divina a la naturaleza humana, constituyéndose cabeza de la humanidad, hácese capaz de devolver completamente a Dios en nuestro lugar y a favor nuestro la honra, que por nuestros pecados le había sido robada'.

b) Amor infinito de Dios

'En las heridas de Cristo y en su muerte es donde resalta más claramente a nuestros ojos el amor infinito de Dios. Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo ( Io . 3,16; Gal . 2,20). La cruz de Cristo no debe ser considerada sólo con ojos humanos. ¿Qué hombre trataría a su hijo como el Padre celestial trató al suyo muy amado? En la cruz de Cristo se eleva la infinidad de Dios cubierta de forma humana. La redención por medio de la cruz se comprende tan sólo desde la cumbre de la Divinidad. Hemos de pensar en el amor infinito, en la misericordia sin límites, pero también en las inmensas riquezas de la munificencia de Dios, con la que pudo coronar con tanta gloria a su Hijo crucificado, cuanto fue el abatimiento sin medida que arrostró en el leño de la cruz.

Cristo redimió a la humanidad de sus errores, mostrándose doctor del derecho divino y humano. Pero de nuestros pecados nos redimió satisfaciendo con muerte sangrienta en la cruz. Con sus méritos no cubrió sólo la inmundicia de nuestros pecados, sino que nos limpió de ellos.

De tal modo, sin embargo, nos mereció Cristo la gracia de la redención, que para lograrla se requiere una condición, que ha de ser satisfecha de parte del hombre. La Sagrada Escritura nos enseña que muchos hombres parten de este mundo en pecado, y así pierden de su voluntad la salvación eterna. Ningún adulto capaz de obrar libremente gozará la eterna felicidad, fruto de la redención, sino se toma el trabajo de apropiarse los méritos de Cristo, obrando con su gracia virtuosamente. San Pablo anunció a los Corintios que Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Cristo. Pero enérgicamente añadió: Por Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios' ( 2 Cor. 5,20) (ibid., c.15).

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 EJEMPLOS PREDICABLES


I. SAN FRANCISCO BESA A UN LEPROSO

'Francisco, después de una corría a caballo por el valle, regresaba a Asís, cuando le atajó el camino un leproso, pidiéndole limosna. Siempre sintió disgusto y repugnancia invencible ante el espectáculo del dolor y de la deformación física; estremecióse, pues, al ver al repulsivo gafo. En otro tiempo hubiera arrojado un puñado de monedas y espoleado al caballo; esta vez sintióse invadido por una ola de compasión y no pudo seguir adelante. Desmontó presto, puso la limosna en la mano del miserable, y , cogiendo aquella misma mano con las suyas, imprimió en ella un beso. Hizo más. Estrechó entre sus brazos al leproso y recibió de éste un ósculo de paz. Desde aquel momento quedó roto todo lazo con el pasado. Un abrazo sellaba el pacto de la vida nueva, que había de practicar como rendido vasallo de la pobreza y del sufrimiento. No había hallado todavía a Dama Pobreza, pero sí penetraba en sus reinos, era servidor de sus súbditos y gozaba de la paz del momento. Lleno de gratitud, consideróse llamado especialmente a cuidar los leprosos. Frecuentaba sus chozas y dábales abundantes socorros, no olvidándose nunca de besarles la mano al entregar su ofrenda' (cf. R. P. Cuthbert, O. M. Cap., Vida de San Francisco de Asís 2ª ed. [Vilamala, Barcelona 1944] p.42-43).

II. LEPROSO POR AMOR DE JESUCRISTO

Más que de una de las muchas biografías del P. Damián, preferimos extractar la anécdota de la conocida novela histórica de Luis de Castresana Nosotros los leprosos (cf. ed. El Siglo de las Misiones, Bilbao 1950). El misionero 'Kahoma, un canaco a quien siempre conocí meditativo y sereno, me dijo que aquel misionero se llamaba el P. Damián. Pero los canacos le llamaban P. Kamiano y otros muchos Kaimúa, según el idioma canaco...- Es un hombre bueno, muy bueno -repetía continuamente-. Un gran hombre. Todos nosotros le queríamos mucho. Es nuestro padre...El P. Damián apenas parecía contar más de treinta años. Era de presencia varonil, sana y jovial. Antes de prestarse voluntario para ser destinado a Kalawao había ejercitado su apostolado en Hilo durante ocho meses y en la abrupta región de Kohala durante ocho años... Allí el misionero sufrió, luchó, construyó con sus propias manos infinidad de capillas, recorrió a caballo y a pie centenares de kilómetros, presentándose en cualquier lugar donde su presencia fuese necesaria... Siempre estaba preparado. De día o de noche, con buen o mal tiempo. No descansaba. Hacia de todo, hablaba con todos... Su comida era normal y rústica, como la de los mismos canacos. La calabaza de poi, carne y agua. A veces, café y pan; pero no siempre. Vino o cerveza, nunca. De una feligresía a otra, donde decir una nueva misa, atender a los fieles, hablar con ellos, explicarles ciertos puntos de religión, animarlos, alentarlos, convertirlos... Después... se despojaba de su sotana y trabajaba en las labores de carpintero. Las iglesias se habían levantado por su esfuerzo, como por milagro, decentes, limpias y luminosas en su austera humildad. A veces un huracán abatía algunas de ellas. El misionero, siempre con su eterna sonrisa en los labios, de nuevo a empuñar la sierra, a despojarse de su sotana, a hacer de albañil, de carpintero y de peón... Montaba en una yegua, una vieja yegua, a la que acariciaba continuamente el lomo, y se adentraba en la oscuridad. Bajo la tormenta o la lluvia contra el viento o el temblor de la tierra, cerca o lejos, de día o de noche. Era lo mismo. Representaba a Dios, era un misionero, le necesitaban y tenía que acudir. Y acudía...'


26.

Celebramos, en este 6º domingo del Tiempo Ordinario, la jornada de Manos Unidas en contra del hambre en el mundo.

“Si quieres, puedes limpiarme” suplicaba a Jesús el leproso en el evangelio que acabamos de escuchar. Desde diversos continentes, países y circunstancias, miles de hermanos nuestros nos alzan su voz: si quieres, puedes ayudarme. Lo necesito!!

Manos Unidas, como organización católica, es esa mano prolongada de Jesús que, en nombre de distintas necesidades, nos interpela sobre un gran drama del mundo: mientras unos no sabemos qué comer, otros, no tienen qué comer.

Por cierto, cuando últimamente tanto se habla de lo que el Gobierno "da" a la iglesia Católica en España, uno echa cuentas de los 720 proyectos que esta organización ha llevado adelante en el año 2004 (46.347.300 €) y, sirve entre otras cosas, para concluir que la caridad (aunque no tenga que ser pregonada pero si apoyada por el poder estatal) proviene, sobre todo de la gente que domingo tras domingo, y en la Eucaristía, sienten que por ser Dios amor, la generosidad es algo irrenunciable y que produce un gran efecto: el desarrollo de muchos pueblos.

¿Quieres limpiarme? Es el interrogante y la súplica que, hermanos nuestros, susurran a nuestro ser cristiano. El Papa Benedicto, en su reciente encíclica DEUS CARITAS EST, señala que “el amor –caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad mas justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (28-b).

Esta jornada de MANOS UNIDAS nos alienta en ese sentido. Nuestra limosna, lejos de ahondar, o perpetuar la escasez, aterriza donde los poderosos no quieren o no les interesa invertir o llegar. Hoy, además de nuestro donativo, ponemos el amor en aquello que ofrecemos. Sabemos que otro mundo puede ser posible, y situamos –junto a lo material- el amor que lo hace todo diferente.

El testimonio y el prestigio de esta asociación católica, garantiza que en un lugar recóndito, imprevisible, pero existente en nuestra tierra, será posible el bienestar de multitud de personas, gracias a ese convencimiento que todos nos llevamos al hilo del evangelio de este día: ¡quiero ayudar! ¡Puedo hacerlo!

Jesús, se acercaba a los sufrientes de su tiempo; percibía sus almas, comprobaba sus luchas, observaba sus dolencias y, a continuación, los sanaba. Creía profundamente en el hombre. Estaba convencido que el Reino de Dios pasaba por el desarrollo de la justicia y por la defensa de los más desfavorecidos. Sus manos, las de Jesús, siempre estuvieron cosidas y unidas a las de aquellos/as que se encontraban en situación de desesperanza, hambruna, persecución o injustamente tratados.

¿Puedo cambiar, yo sólo, el mundo? Posiblemente no. Pero el grano ayuda a rebosar el granero y ayuda al compañero. Y, en este domingo, sentimos una gran satisfacción: sabemos que con nuestra aportación suceden pequeños y grandes milagros, donde menos pensamos: la sequía da lugar a un pozo de agua, la falta de asistencia aflora en un gran hospital, la incultura desaparece al levantarse escuelas, los niños abandonados son atendidos en orfanatos, las tierras estériles se convierten en terrenos fértiles. Y así, podríamos enumerar un sinfín de ejemplos y de testimonios, que nos dicen que, ciertamente el mundo cambia en algo y para alguien en un lugar concreto, cuando uno da un poco de sí mismo y de lo que tiene.

Todo ello, es posible, ni más ni menos, que gracias a esas MANOS UNIDAS que son enlazadas por la cuerda del amor y del sentido de justicia que, los que celebramos la presencia de Jesús en la Eucaristía, tenemos y debemos de mantener siempre en primera línea.

Hoy, con Jesús, digamos: ¡quiero! ¡Puedo!

Javier Leoz


27. Fray Nelson Domingo 12 de Febrero de 2006

Temas de las lecturas: El leproso tendrá su morada fuera del campamento * Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo * La lepra se le quitó, y quedó limpio

1. Una sociedad que trata de protegerse
1.1 Sin duda nos parecen exageradas y crueles las disposiciones sobre la lepra, contenidas en la primera lectura de hoy. Tal vez no deberíamos ser tan duros en nuestro juicio. La verdad es que toda sociedad humana ha tratado de protegerse utilizando una variedad de recursos y uno que no ha faltado es el asilamiento de los individuos considerados peligrosos, sea por razones de salud o de comportamiento.

1.2 El razonamiento que subyace a esta manera de obrar es: "si no puedes curarlo, por lo menos evita que dañe a otros". Así planteado ya no se ve ni suena tan extraño: las cárceles y las reclusiones para enfermos mentales nos parecen "naturales" y están gobernadas por la misma idea, que ya completa milenios: "si no puedes curarlo, aíslalo".

2. Poder del bien
2.1 Mas, ¿qué sucede en caso de que sí sea posible la curación? Todos consideramos algunos males como transitorios y otros como leves, pero hay cosas que creemos irreparables o de muy difícil tratamiento. Para estos trastornos nuestra reacción natural es de defensa y la expectativa de que algo vaya a cambiar es nula o casi nula.

2.2 Jesús viene a cambiar esa manera nuestra de medir los males y de calificar su poder. Es lo que nos muestra el evangelio de hoy. La ley decía lo que había que hacer ante un mal incurable pero no decía qué hacer ante un mal derrotado, una enfermedad vencida, una dolencia derrotada por el poder del bien. Y "poder del bien" es la vida entera de Jesucristo.

2.3 Jesús, pues, no desobedece la Ley sino que va más allá de ella. La prueba de su respeto por la Ley es que ordena la leproso curado que se presente al sacerdote, como precisamente lo prescribía esta Ley. La actitud de Jesús invalida la Ley no por rebeldía sino porque, al crear un nuevo estado de cosas en que un bien mayor se hace presente, deja sin sentido la disposición que defendía el bien menor, que era la simple defensa de lo bueno.

3. Una nueva ley
3.1 Cristo se sitúa y nos sitúa en un evento, la victoria del bien, que no estaba contemplado por la ley antigua, pues ella, lo mismo que nuestras leyes, se guiaba por lo que en cada caso parece ser el desarrollo más frecuente de los hechos.

3.2 La ley es en cierto modo la canonización de lo que existe, no una apuesta por lo que podría existir. La fe, en cambio, tiene alas. Ve el cielo por encima de los muros; crea lenguajes donde ya no quedaban palabras; hace brotar agua de una roca y construye un canto arañando el silencio.

3.3 Una realidad tan nueva, la del el mundo de la fe, no es cosa que se limite a una curación, por espectacular que sea. Jesús quiere que aquel hombre vaya más allá de su propia curación. En realidad lo invita a que penetre la superficie del milagro para encontrar las aguas nuevas de un mundo nuevo, el mundo de la fe sincera y de la gracia abundante.

3.4 Y Jesús sigue haciendo su invitación. Quiere que aprendamos las leyes nuevas de una existencia vivida en plena confianza y en total obediencia al plan de Dios. Él va delante de nosotros y de su mano y en sus ojos está la escuela de esta nueva manera de ser, amar, servir y... triunfar.