27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

1.

Tengo la impresión de que son hoy más largas las colas ante el curandero que ante el médico. Perdone el lector si no lo ve así; pero no me negará al menos el enorme tirón que ejercen los curanderos sobre un sinnúmero de enfermos, incluso desahuciados.

La Modernidad no ha eliminado lo sugestivo de los métodos "milagrosos". Todos sabemos qué se esconde tras el culto a algunos santos: comprar salud, dinero, amor... o el mismísimo cielo si fuera preciso... Suele decir un amigo mío que si alguien se pusiera a vender metros cuadrados de cielo a buen precio, sería indudablemente criticado, pero no se quedaría sin abundancia de clientes que hicieran próspero el negocio.

Dice el Evangelio que salía de Jesús un poder que curaba a todos.

Son abundantes los relatos de curaciones de lepra, lumáticos, epilép- ticos... Si a esto añadimos la multiplicación de los panes y las resurrecciones de muertos, no resulta sorprendente que Jesús tuviera una clientela abundante e interesada de ocasión, tan dispuesta a la aclamación triunfalista como a abandonarlo ante cualquier dificultad. Bien sabía Jesús que ese no era camino de redención profunda y seria.

Los Evangelios, catequesis de la Iglesia primitiva, no intentan dar una visión curandera y populista de Jesús. Más bien tratan de presentarlo como el Señor de corazón compasivo y misericordioso, atento a cualquier tipo de sufrimiento humano. ¿Qué ocurre si los hombres comienzan a ver en él un curandero prodigioso? "No se lo digas a nadie", repite Jesús insistentemente después de curaciones prodigiosas. Y "cuando vio -tras la multiplicación de los panes- que venían para llevárselo y hacerlo rey, huyó a la montaña él solo".

La lepra era una tragedia. La irrupción del SIDA en nuestro tiempo nos ayuda a entender hoy esa plaga de ayer. No era sólo, con ser mucho, la enfermedad. Era además la obligada marginación a la que las medidas sanitarias obligaban: no hay más que ver la primera lectura de hoy para hacerse idea de la desesperada vida del leproso. Sacar a uno de la lepra, no era sólo curar una enfermedad; era introducirlo de nuevo en la vida.

La vida. Ese maravilloso don de Dios es siempre el punto de mira de Jesús: salvar la vida. ¿No vale la vida más que el alimento? ¿Qué le importa al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida? Si no coméis mi carne, no tendréis vida en vosotros. ¡En él había vida! La vida de un leproso podía valorarse como hoy la de un drogata encarcelado y con SIDA. El leproso fue devuelto a la vida: "Anda y preséntate al sacerdote" para recibir el certificado de curación.

El lector o comentarista del Evangelio que quiera actualizar hoy la Palabra, habrá de tener sensibilidad para detectar dónde la vida, su disfrute y su expresión se ven amenazadas. ¿Por qué hemos de dejarnos llevar del consumismo ambiente, de la publicidad comercial y del instinto burgués, para ver vida plena donde hay bienes en abundancia y ver desgracia en el consumo limitado? "Aunque uno ande abundante de cosas, la vida no está asegurada con los bienes". Nuestra sociedad actual corre este riesgo; o mejor, sufre este mal: los hijos de familias burguesas y acomodadas, buscando vida en la droga, o en apuestas millonarias de coches en dirección prohibida por las autopistas madrileñas, son el toque de trompeta que debe hacernos despertar del dulce sueño de la sociedad de bienestar. Bienvenidos el progreso y el desarrollo, pero ¿dónde y cuándo el hombre ve su vida realizada? Tendrá que darse prisa la Iglesia -luz del mundo- en descubrir la ligazón o incluso identidad entre "pecado" y "muerte", que tan bien supo ver S. Pablo. Hay como una vergüenza pública y consensuada en hablar del pecado. Vergüenza lógica y fácilmente explicable, cuando planteamientos moralistas traducen "pecado" por "bien prohibido"; no así cuando la experiencia del hombre, iluminado por la Escritura Santa, detecta que el pecado engendra la muerte. "Jesús salvará al mundo de sus pecados", anunció el ángel a María. He aquí la filosofía de un Dios que sabe dónde al hombre "le aprieta el zapato".

Denunciar el pecado. No es denigrar al hombre, ni acusarlo, ni multarlo. Es descubrir, revelar algo desconocido por muchos.

Denunciar qué lepra lleva hoy al hombre a la soledad, a la marginación, a la tristeza, al desánimo, "a la muerte". Por algo los Santos Padres vieron en la lepra un signo del pecado.

Detectar con hondura evangélica, más que con slogans televisivos, cómo al fondo de todo sufrimiento humano están el egoísmo y el orgullo que impiden la plena realización del hombre como persona, es una sabiduría que le ha sido dada a la Iglesia. Cuando el hombre de Iglesia pierde esta sabiduría, al mundo se le tima; se le priva de la Revelación que Dios había dado para él.

El próximo miércoles comienza la Cuaresma. Importante tiempo para nuestra sociedad doliente, aunque algunos sólo vean oscurantismo medieval.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág. 49


2.

La confianza del leproso es extraordinaria: "Si quieres, puedes". Es la fe de la cananea, del centurión, del padre del epiléptico. Jesús se siente siempre conmovido por esta fe. Pero nunca el diálogo fue tan breve y tan intenso. Dos palabras para revelar la fe del leproso, una palabra para señalar el efecto de esta fe:

- Si quieres, puedes.

- Quiero.

Aquí se encuentran a la vez la terrible situación de un hombre y la gran fuerza del amor. La lepra inspiraba tanto miedo en aquella época que era considerada como un castigo de Dios y un contagio terrible: ¡ante todo no tocar a esos malditos! Marcos indica que Jesús lo toca. Y lo cura. Eso es precisamente lo que pensaba el leproso: él puede todo lo que quiere. Con la condición de que se crea en él. Así es como se realiza el encuentro. No hay miseria alguna que lo eche para atrás, pero espera nuestro "si quieres, puedes", que debería ser casi tan poderoso como el amor con que está dispuesto a acogernos.

Al escribir esto, pienso en los "leprosos" de hoy. Me gustaría moverlos hacia Jesús: a los despreciados, a los marginados, a los que sienten la vergüenza de su cuerpo, de su corazón, de su vida.

Pero también me dirijo a mí mismo. ¿Acaso estoy yo tan sano? Muchos de mis encuentros con Jesús han sido inútiles porque nada me impulsaba a suplicarle: "¡Sálvame! Si quieres, puedes curarme".

Para decir esto con una fuerza capaz de arrancarle gracias muy grandes, es menester que me sienta leproso y que lo sienta de verdad.

Este doble despertar de nuestra vergüenza y de nuestra fe es la mejor preparación para un encuentro. Como cuando decimos: "Antes de celebrar esta eucaristía, reconozcamos nuestros pecados".

Preparémonos a cada uno de nuestros encuentros con Jesús reconociendo que somos leprosos.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 78


3.

Dos hechos muy frecuentes en nuestras vidas y que se encuentran cuestionados por el comportamiento de Jesús en el Evangelio de hoy.

El primer hecho es la absolutización de la ley. Un hecho que,a pesar de lo mucho que acerca de él se ha predicado, y a pesar de la claridad con que es rechazado por el Señor, tan presente está en nuestros ambientes, quizá por la tranquilidad que el cumplimiento de la ley proporciona, falsa muchas veces, y por la seguridad, también falsa, de quienes han optado por este modo de pensar y de vivir.

SV/LEY: La ley por la ley, así a lo bruto, no sé si hay algún buen cristiano que la viva. Pero la ley como norma incuestionable y última, manifestación indiscutible de la voluntad de Dios, tranquilidad para la conciencia, garantía individual de fidelidad, etc., eso sí que suele vivirse y que, lamentablemente, hasta a veces se predica. Todavía podemos oír hablar del valor salvífico de la ley, de que "el que obedece no se equivoca", de que lo fundamental es lo que manda la Santa Madre Iglesia, así, sin condicionamientos, y de que haciendo lo que está mandado es como nos salvaremos...

El segundo hecho, cuestionado también por Jesucristo con su modo de actuar, es el de la utilización del amor. No me refiero a la utilización burda de quien se sirve del otro para su satisfacción o provecho personal, social o económico. Me refiero a esa utilización piadosa, rebuscada, bienintencionada a veces, que busca en la entrega a los demás un proselitismo difícilmente cristiano, un prestigio de las ideas propias, un acercamiento al modo de creer y de pensar, incluso una religiosidad que a veces quiere obtenerse como agradecimiento al bien recibido.

A estas actitudes responde Jesucristo con la suya.

Para Jesús, como para los judíos de su tiempo, la ley estaba muy clara. El hombre con lepra era un hombre impuro. Debía ser alejado. No estaba permitido acercarse a él. Cuanto menos tocarle.

Pero hay algo para Jesús más importante que la lepra, que la impureza legal y que la misma ley de Moisés: la persona necesitada. Y de aquí su mensaje, implícito en su actitud: la persona está por encima de la ley. Y por ello: permite que se le acerque el leproso, extiende hacia él la mano y ¡lo toca! No tiene en cuenta ni el peligro de contagio, ni el posible escándalo, ni el enfrentamiento con los guardianes de la ley. Por encima de consideraciones oportunistas está aquella persona que tiene necesidad de ayuda, que se le ha arrodillado y que le manifiesta su fe. Por encima de todo, para el Señor, está el amor. Por eso, "sintiendo lástima" ("Indignado", traducen algunos comentaristas, por lo que suponía de injusta segregación), "lo tocó diciendo: Quiero. Queda limpio".

De un modo sencillo, austero, Jesucristo nos ha dado una gran lección acerca de uno de los valores fundamentales de su Reino que después nos formulará la Palabra revelada: "El que ama tiene cumplida toda la ley" (/Rm/13/10b).

LEY/CONCIENCIA: ¡Cuánto cuesta a los cristianos seguir la propia conciencia cuando ésta no coincide con la literalidad de lo mandado! ¡Con qué facilidad nos escudamos en la norma! Es verdad que la norma es un elemento fundamental para la formación de la propia conciencia. Pero no es el dato único a tener en cuenta. El valor supremo que debe iluminar la propia conciencia y moverla a la acción es, para el cristiano, el amor. Aunque para vivirlo tengamos a veces que actuar, no en contra de la ley, sino superándola. ¿Que esto es un riesgo? ¡Naturalmente! Es el riesgo de la libertad. Es el riesgo de la soledad ante Dios y ante nosotros mismos de la que nos habla el Concilio Vaticano II: "La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla" (G. S., nº. 16). ¡Es el riesgo del Amor! La otra actitud con la que Jesús nos enseña hoy es una constante evangélica: "No se lo digáis a nadie".

Unas veces para evitarse las complicaciones que causa la fama, otras veces por los riesgos que corría "cuando todavía no había llegado su hora", siempre porque para Jesucristo la persona humana es el valor supremo por el que se hizo Hombre, porque para ella vive, porque ve en ella no sólo la voluntad del Padre, sino su reflejo, imagen y semejanza.

Nosotros es raro que amemos desinteresadamente, con total desprendimiento, con limpieza de oscuros y hasta inconscientes egoísmos. Generalmente amamos, socorremos, ayudamos "para". Y con ello desvirtuamos el amor.

Jesucristo pretende desnudamente el bien del leproso. Por eso le pide que a nadie diga la causa de su curación, pero que ponga los medios para reintegrarse a la sociedad y evitar así la segregación en la que hasta entonces había vivido.

El amor como norma definitiva de nuestras vidas; el amor desinteresado y gratuito. He aquí el doble mensaje que podemos extraer del Evangelio de hoy.

DANIEL ORTEGA GAZO
DABAR 1988/15


4.

¿QUE PEDIMOS A DIOS?

La respuesta podría ser un buen test para calificar el estado de salud de nuestra vida religiosa.

Hoy Marcos nos pone frente a un leproso que se encuentra con Jesús. Natural y espontáneamente surge su petición a aquel Hombre cuya fama debía haberle llegado de alguna manera. La petición del leproso encierra un deseo vital. Señor: ¡que quede limpio! Quedar limpio para aquel hombre no era sólo quedar sin enfermedad sino tener la posibilidad de reinsertarse en la vida civil. Volver a ser un hombre normal que pudiera hablar con sus semejantes sin tener que gritarles desde lejos; un hombre que pudiera volver a comer a la mesa con los suyos sin necesidad de consumir su pobre comida a la vera de un camino abandonado. Para aquel hombre, quedar limpio era cierta y verdaderamente volver a la vida.

Comprendemos perfectamente su ruego y nos alegramos muchísimo de que Jesús accediera al mismo.

Cuando se desea algo tan intensamente como lo deseaba el leproso se pide a aquél que puede concederlo con la misma espontaneidad con que lo hizo el leproso del evangelio. Y nosotros, aquí y ahora, ¿qué pedimos a Dios? ¿Qué piden a Dios en sus oraciones los cristianos? Muchos en sus visitas periódicas a tal o cual santo "al que se atribuyen determinadas especialidades piden dinero, así de sencillo, éxito, colocaciones (me imagino que actualmente este capítulo estará en auge, por desgracia), novio o novia (no en vano está la tradición de San Antonio), salud. Otros pedirán en sus devociones contadas y medidas que, por ellas, alcancen el cielo. Todo está muy bien y yo no pretendo criticarlo, quiero simplemente exponerlo.

Todo está bien, pero no es suficiente ni me parece que deba ser exponente de la auténtica relación de un cristiano con Dios. Y para demostrarlo basta ir, como siempre al evangelio. En un momento determinado, los apóstoles le piden al Maestro que les enseñe a orar. Y el Maestro -porque lo era- conociendo como conocía el corazón humano y sabiendo que era lo que más interesaba a ese corazón en la época de su vida terrena, antes y después, les dijo cómo y qué podían pedir al Padre. Repasar, brevemente la oración que Cristo nos enseñó nos dará idea exacta de lo que tenemos que reformar en nuestras peticiones a Dios.

Cierto que en muchísimas ocasiones hemos pedido a Dios que venga su reino, que su nombre sea santificado y que perdone nuestras deudas. También le hemos pedido que el pan nuestro de cada día no nos falte. Pero quizá no es menos cierto que nuestro corazón estaba lejos de nuestra boca cuando esas oraciones se recitaban.

De lo contrario el Reino de Dios sería en los cristianos una realidad mucho más evidente de lo que es y la voluntad de Dios campearía en el mundo, al menos en el mundo que se llama cristiano, convirtiéndolo en una comunidad donde los hombres -que piden la venida del Reino de Dios- empiezan a hacerlo realidad sintiéndose solidarios de los hombres, hermanos de sus hermanos.

Para rezar así, para pedir a Dios lo que Dios quiere que le pidamos me parece fundamental que hoy repitamos insistentemente la frase lapidaria y directa del leproso: Señor ¡que quede limpio!, limpio de egoísmo, de avaricia, de soberbia, de vanidad. Conseguida esa limpieza veríamos claramente cuáles deberían ser nuestras peticiones y cuáles deberíamos enterrar para siempre en el baúl de los recuerdos y no sacarlas nunca de ese lugar en el que deben quedar como reliquias de un pasado en el que la religión tenía mucho de superstición y poco de una decisión que abarca a la totalidad de la persona.

DABAR 1982/15


5.

-CONTENIDO DOCTRINAL

La purificación del leproso es uno de los milagros de Jesús explicado unánimamente por los sinópticos. En el evangelio de Marcos no solamente es explicado con más detalles y dramatismo (la compasión de Jesús, el imperativo de que marche, la desobediencia a callar..., son propias de Marcos), sino que constituye una especie de complemento y de conclusión de todas las escenas precedentes de curación de enfermos. El leproso es el tercero de los enfermos de los que habla Marcos individualmente, y el segundo, la suegra de Pedro, con fiebre.

Este milagro tiene dos vertientes de significación: las características del leproso como hombre "impuro", es decir, separado por definición de la vida comunitaria, motivan que su purificación comporte un elemento de reintegración a la comunidad, a la vida social, a la vida litúrgica; la otra vertiente, es la acentuación que dan unánimemente los sinópticos, en este momento, sobre el "secreto mesiánico" de Jesús, con más intensidad que en otras ocasiones.

La primera vertiente convierte este milagro en un signo del Evangelio como recuperador de la comunión entre los hombres, e incluso -en cierto modo- en un signo de la nueva humanidad reunida en Cristo. La primera lectura, con su texto legal, expresa el caracter excluyente de la lepra para Israel: "Seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento". La relación de la lepra con el pecado configuraba la imagen del leproso como impuro en todos los sentidos. El salmo 31 acentúa este aspecto, como poniendo en labios del leproso del evangelio la acción de gracias: frente al alejamiento a que lo han sometido las leyes, el Señor ha sido el refugio, la proximidad de la ayuda salvadora.

La segunda vertiente de significación es el sentido del secreto mesiánico de Jesus. Sabemos que es en Marcos donde este aspecto se destaca más fuertemente. En realidad, se trata de la voluntad de Jesús de no prestarse a interpretaciones deformadas de su persona y de su misión. El misterio pascual será el que revelará definitivamente quién es El. Entonces se verá que no ha venido directamente a curar enfermos, o a alimentar a las multitudes en el desierto, sino a purificar el corazón del hombre y a reunir a los hombres en su persona, para hacerlos hijos de Dios.

-ACTUALIZACIÓN

La homilía de hoy podría resumir la presentación de Jesús hecha los domingos anteriores, y proyectarla, a través de la imagen del leproso, sobre nosotros mismos como cristianos que nos disponemos a empezar la preparación para la celebración del misterio pascual de Jesús.

En efecto: la Cuaresma del ciclo B acentúa muy fuertemente, en los evangelios de la segunda parte -textos juánicos-, el sentido personal del misterio de Cristo como tránsito de la muerte a la vida nueva (a diferencia de los textos del ciclo A, que destacan los símbolos sacramentales, y los del diclo C, que destacan los elementos penitenciales). por eso, recordar y hacer vivir a la asamblea la persona de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, poderoso en palabras y en obras, capaz de salvar a los que creen en El, es invitarlos a asumir las palabras del leproso: "Si quieres, puedes limpiarme". Es un acto de fe y de confianza a la vez.

Cada cristiano sabrá de dónde le viene su "lepra", es decir, lo que le lleva a vivir alejado de los hermanos, al margen de la comunidad cristiana. En definitiva, encontrará el pecado. Solamente tomando conciencia de ello y acudiendo al Señor, en el cual encuentro "mi refugio' (responsorial), encontrará la felicidad. "Había pecado, lo reconocí... Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito". Es muy cierta la palabra de Jesús: "Quiero: queda limpio".

Así la practica cuaresmal de este año se podría presentar como una gran experiencia de acercamiento sincero y humilde a Jesús.

Se trata de vivir una Cuaresma fuertemente "cristológica": dejarse salvar por Jesús, para poder participar más y más de su misterio pascual. También habrá que exhortar a la asamblea a una recuperación en profundidad del sentido de la comunión. El pecado disgrega y encierra al hombre en sí mismo, o en el grupo de los que colaboran en el mismo pecado; el acercamiento a Jesús posibilita la unidad del hombre y con los hombres. Un esfuerzo para escuchar la palabra de Jesús reconociendo su "autoridad" es necesario para cambiar los criterios desviados. En esta línea la homilía puede empezar a introducir la Cuaresma como el tiempo apto para la reconciliación sacramental, con todo el proceso personal ordinario en este sacramento.

PERE TENA
MIsa dominical 1985/04


6.

Y es que en adelante ya no es la lepra lo que se contagia, sino el amor, ya no son el mal y la desolación los que tienen la última palabra. En lo sucesivo, el amor es contagioso... Pero ¿se atrevería la Iglesia? -vosotros y yo- a decir hoy a todos los excluidos, a los excomulgados, a los apestados según la recta moral, a los condenados por las santas reglas de la fe tradicional: "¿Somos un lugar donde los hombres se sienten reconocidos, no etiquetados, perdonados y locamente amados?".

¡Rozarse con Jesús es peligroso! Os lo digo yo: ¡es contagioso! Quizá nos viniera mejor, a vosotros y a mí, mantenerle apartado.

¡Que se quede fuera, fuera de nuestras ciudades, fuera de nuestras vidas! ¡Que muera extramuros el Dios que tiene la locura de amarnos sin que obste para ello el que no seamos más que la sombra leprosa de nuestra hermosura original! Porque ¡quien juega con fuego termina quemándose! Y si el amor nos contagia, corremos gran riesgo de que nos considere apestados un mundo que se protege contra la ternura calificándola de debilidad. Sí, evitad a Jesús: es peligroso, ¡contagia!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 26


7. IMPUREZA/LEY:

Fuera del campamento, fuera de la sociedad, estaban obligados a vivir los leprosos en Palestina. Jesús no acató tal ley y recuperó para la sociedad a un leproso. Fuera de la sociedad, fuera de la comunidad, viven hoy muchos hombres y mujeres: ¿qué leyes habrá que saltarse para que puedan reintegrarse a la vida común?

IMPUROS

El concepto de impureza en la religión judía era mucho más amplio que el nuestro: era impuro todo lo relacionado con la muerte, la actividad sexual (incluso en los casos en los que no se consideraba pecado), las enfermedades de la piel y algunos animales (el cerdo, las serpientes...). Las personas que contraían impureza no podían participar en las celebraciones religiosas, a excepción de los ritos que servían para recobrar la pureza, pues eran consideradas repugnantes para Dios. (El libro del Levítico dedica cinco largos capítulos, del 11 al 15, a describir las distintas impurezas y los correspondientes ritos de purificación). Algunas de las cosas impuras se consideraban así, originariamente, por razones de higiene (por ejemplo, el cerdo se empezó a considerar un animal impuro porque transmitía con frecuencia una enfermedad, la triquinosis, que provocaba la muerte; como no sabían explicar estas muertes, se concluyó que el cerdo era un animal repugnante a Dios, impuro; la muerte se interpretaba como el castigo de Dios por haber comido un animal que él consideraba repugnante. En el caso de la lepra, nombre que se daba a todas las enfermedades de la piel, debió de influir, además de su aspecto repulsivo, en el miedo al contagio); en otros casos, el origen estaba en lo misterioso o inexplicable para el hombre primitivo de ciertos fenómenos (la transmisión de la vida, por ejemplo); al final se acabó dando a todo un sentido religioso. En tiempos de Jesús, este punto de vista religioso y ritual se había impuesto a todos los demás, llegando a la más ridícula exageración; no sólo era impuro el que padecía una enfermedad en la piel, sino todo aquel que entraba en contacto con él de cualquier manera (incluso el que tocaba a un leproso para curarle las heridas, y según algunos, se contraía impureza sólo con pasar bajo la misma sombra, por ejemplo, la sombra de un árbol, que en ese momento estuviera cobijando a un leproso). Por supuesto, eran considerados impuros todos los pecadores y todos los paganos.

MARGINADOS POR LA LEY

En el caso de los leprosos, estaba prescrito por la Ley de Moisés que éstos tenían que vivir fuera de los pueblos y ciudades, y si se acercaban a un lugar habitado o se cruzaban con alguien en el camino, estaban obligados a gritar manifestando su condición de impuros para evitar que alguien se les acercase: "El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento" (Lv 13, 45-46). Además, según la mentalidad de la época, cualquier sufrimiento, cualquier enfermedad que pudiera padecer una persona, se consideraba un castigo de Dios por el pecado. De la precaución higiénica o médica se había pasado a la marginación social justificada con argumentos religiosos. Con ello, los que estaban sanos no sólo se podían desentender tranquilamente de los enfermos, sino que también podían presumir de buenos.

LA VIDA VENCE A LA LEY

"Se le acercó un leproso, se puso de rodillas y le suplicó con estas palabras:

-Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:

-Quiero, queda limpio.

Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio".

El leproso del evangelio, al acercarse a Jesús, está ya violando la ley (no tenía derecho a relacionarse con los demás, ni siquiera para buscar su salud). Pero es que Jesús, permitiéndole acercarse a él y tocándolo, también viola la ley, según la cual, en ese mismo instante, Jesús queda contaminado de impureza. Pero lo que sucede es exactamente lo contrario de lo que decía la ley: el leproso queda limpio, queda puro, queda curado de su enfermedad. El amor de Jesús, su interés por la felicidad de sus semejantes, libró de la enfermedad y de la marginación al leproso. La vida venció a la ley y Jesús le quitó a la enfermedad su sentido de castigo divino. Y, además, el gesto de Jesús se convierte en denuncia de una religión que ni sirve para poner a los hombres bien con Dios ni ayuda a los hombres a relacionarse armónicamente entre ellos, sino que es causa de la marginación y el abandono de los que más necesitados están de solidaridad y de ternura, y que, para colmo, echa la culpa a Dios de tal marginación.

En nuestra sociedad y en nuestra Iglesia aún se dan muchos casos de marginación. Y muchos de estos casos se siguen justificando en nombre de Dios. ¿No se ha llegado a decir -¡por gente seria!- que el SIDA es un castigo de Dios por nuestros muchos pecados? ¿No se repite en el caso de los enfermos del SIDA la marginación que sufrieron los leprosos en otras épocas? ¿No preferimos considerar malos, pecadores, a ciertos grupos de personas -drogadictos, prostitutas, chorizos- antes que luchar contra la verdadera causa de esas situaciones, que es una organización social injusta? ¿No se desprecia a los curas que se han enamorado y se han casado y se les impide no ya que celebren la eucaristía, sino incluso que den clases de religión? ¿Qué respuesta damos en la comunidad cristiana a los divorciados, a los homosexuales, a las madres solteras? ¿La rígida aplicación de la ley por encima de la única ley válida, el mandamiento del amor? ¿La marginación? ¿Quiénes son los verdaderos pecadores, los marginados o los marginadores? ¿A quiénes tendería su mano Jesús: a los impuros o a los puritanos? Una vez curado aquel leproso, Jesús lo mandó al sacerdote, y no para que cumpliera las prescripciones establecidas por la Ley (Lv 14,1-32), sino para dejar constancia de cuáles eran las consecuencias de la marginación y cuáles las del amor: "... ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les conste."

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 136ss


8.

-Si quieres, puedes limpiarme (Mc 1, 40-45)

El evangelio de este día podría ser objeto de un extenso comentario, pues nos plantea problemas sobre diversos puntos. Y sin embargo, querer dar respuesta a todos ellos con ocasión de este domingo nos desviaría del verdadero significado que la celebración litúrgica ha querido asignarle. Por esta razón, muy brevemente y a modo de paréntesis, haremos algunas indicaciones para satisfacer a quienes se sientan intrigados por ciertas observaciones de Cristo. Pero no insistiremos en ellas; por el contrario, nos centraremos en lo esencial del mensaje de hoy.

El mismo relato se encuentra en los otros evangelios sinópticos (Mt 8, 2-4; Lc 5, 12-16). El momento de la vida de Jesús en que se coloca este suceso difiere según los evangelistas, que lo utilizan cuando ven que su presentación catequística de la vida de Jesús encuentra en él alguna ventaja.

Volvemos a encontrarnos aquí con el "secreto mesiánico". Jesús ordena al leproso curado que no publique su curación. Curar leprosos es uno de los signos mesiánicos (Mt 11, 15). Ahora bien, Jesús quiere evitar que los judíos confundan el significado de su venida: para él, no se trata de establecer un reino terreno; su Pasión y su muerte harán que se entienda el sentido de su misión. Se ve la razón que tenía Jesús para imponer este silencio al leproso, pues ya no podrá entrar descubiertamente en una ciudad, sin que acuda la multitud.

Sin embargo, el mismo Cristo manda al leproso que se presente a los sacerdotes y que observe las prácticas de purificación prescritas por Moisés. Si no quiere Jesús que la multitud irreflexiva se entere de la curación del leproso, no parece haber tenido las mismas razones para mantener en secreto la curación cuando de los sacerdotes se trata. Estos tienen que ser más ilustrados, y el dar al leproso testimonio de su curación, les recordará que el Mesías está en medio de ellos.

La proclamación de este evangelio nos toca a todos muy de cerca. La lepra espiritual es un fenómeno que existe siempre, y es sabido que los Padres utilizaron frecuentemente como tema de su predicación los pasajes evangélicos que hablan de la lepra.

-El impuro, apartado (Lv 13, 1-46)

Es cosa sabida que el Antiguo Testamento presenta la lepra no sólo como el azote más terrible que puede existir, sino que la considera además como una impureza legal. No debería desconcertarnos el Levítico. La verdad es que su lectura responde bastante poco a lo que podríamos esperar de un libro inspirado; pero incurriríamos en un error si nos quedáramos en estas meticulosidades jurídicas. Si pasamos por alto estos aspectos, el libro nos ofrece doctrina interesante sobre el pecado cotejado con la misericordia de Dios, y sobre el modo de expiarlo, máxime mediante el ofrecimiento de los sacrificios. En este libro no se trata sólo de conceptos propiamente culturales y enteramente vinculados a una civilización superada. Si ahondamos en su pensamiento, preciso es reconocer que nos transmite la misma doctrina dada por Dios a Moisés, en su Ley.

Ya se sabe cuán normal es que en el Antiguo Testamento se relacionen enfermedad y pecado, a veces hasta el punto de que Cristo tiene que insistir para que no siempre se afirme esta vinculación. En el Antiguo Testamento, la lepra es considerada como el tipo mismo del castigo divino (Dt 28, 35). Señalemos que el recalcar esa unión entre enfermedad y pecado no es exclusivo del pueblo del Antiguo Testamento, sino que otras muchas culturas interpretan de igual manera la enfermedad. De todos modos, el que quiera ser curado tiene que presentarse al sacerdote y reconocer su pecado. Como es sabido, el libro de Job nos da de la lepra una visión "moral": la enfermedad de la lepra la envía el Señor (Job 19, 20-21), pero también es el Señor quien la cura (Job 5, 18). La lepra hace impuro al atacado por ella. Se comprende que la gravedad del mal y su carácter contagioso hayan llevado a alejar al atacado de ella, y a atribuirle la impureza legal. El pasaje leído hoy nos traslada a esta situación, en la que no deseamos detenernos, no obstante el interés cultural que supone, porque la liturgia de hoy no se centra en este aspecto. Su actual mensaje no consiste en clasificarnos en puros e impuros, sino en hacernos ver lo que es el pecado que aparta, y el poder de Dios que cura.

La lepra aparta, y el pecado aparta. En efecto, en nuestros días se concibe con harta frecuencia el pecado sólo bajo el aspecto personal, y no lo suficiente en su carácter forzosamente social. Pues toda culpa es necesariamente social y afecta al mundo de la Iglesia, aunque se trate de una culpa oculta. De ahí la tradicional insistencia en la confesión de la falta a la Iglesia, cuya "crisis" espiritual se ha provocado pecando. La antigua excomunión tenía posibilidad de subrayar más este aspecto social de la culpa y el apartamiento que origina. El pecador siempre es un "apartado", aun cuando no se vea. Las antiguas Reglas monásticas tenían "excomuniones" inspiradas en el temor a la contaminación moral de la comunidad perjudicada por un monje culpable, excomuniones que constituían también un castigo que debía hacer reflexionar (Regla de san Benito, C 23, 24, 26, 27, 28, 30, 44).

Pero nunca se puede considerar al pecador, como tampoco a su pecado, sin tener presentes la misericordia de Dios y su poder para curar. En el relato de Marcos, Jesús envía al leproso curado a presentarse al sacerdote. No dice si le considera pecador castigado por el Señor; le envía sobre todo para que los sacerdotes se vean impelidos a reconocer la presencia de los tiempos mesiánicos: desde ahora la lepra es curable, pues ahí está el Señor que otorga el perdón y cura.

San Mateo insiste en la fe de los enfermos. Jesús usa de su autoridad para eliminar la obstinación de los sacerdotes en negarse a aceptar cualquier testimonio favorable a Jesús. En su preocupación por los gentiles, san Lucas ha querido subrayar el poder de Cristo que cura librando del pecado. San Marcos, como ya hemos dicho, insiste en la presencia de los tiempos mesiánicos, aclarando lo que es el Reino: no hay que confundir el mesianismo de Jesús con el anuncio del restablecimiento de un reino terreno.

No es inútil la lección de este domingo. La Iglesia está integrada por pecadores que buscan su curación. Las dos lecturas proclamadas deben guiarnos en nuestra búsqueda de la salvación: con ellas adquirimos conciencia del aspecto social de nuestras culpas y de nuestra responsabilidad en el mundo actual. Se acepta que el cristiano sea pecador, pero el cristiano no debe aceptar serlo. Sólo bajo esta condición se le puede llamar cristiano, a pesar de su pecado. Creyendo profundamente que el Señor puede curarle, haciéndose consciente de su responsabilidad y sabiendo apreciar en su justo valor las cosas de la tierra, si implora la misericordia de Dios sabe que se le perdona, sin que por ello su vida terrena se convierta en un paraíso. El Señor, al perdonar, no promete una vida feliz en el sentido terreno de la palabra; creerlo así sería entender mal el mesianismo de Jesús. Pero al perdonar Cristo el pecado, da la curación interior y el acceso a la corriente de vida que incesantemente corre por su Iglesia.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 137-140