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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI
DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8
1. MORAL/ETICA-CRA:
"Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor". Esta frase que nos hace cantar el salmo responsorial puede resumir bien el espíritu de las lecturas de hoy.
Seguimos escuchando el Sermón de la Montaña de Jesús, al que ya le hacen eco previo la primera lectura y el salmo. Es un domingo en que la Palabra de Dios se puede llamar claramente "moral", así como otros días es histórica o "dogmática" sobre el misterio de salvación.
Vale la pena centrar la homilía en esta dimensión "moral" de la vida cristiana. Tanto más que esta pedagogía educadora por parte de Jesús sigue haciendo falta con más urgencia que nunca en nuestra generación, en la que una de las características parece ser la pérdida de la "constancia moral": así lo ponen de relieve dos documentos recientes sobre el sacramento de la Reconciliación, uno del Papa Juan Pablo II ("Reconciliación y Penitencia", de 1984) y otro del episcopado español ("Dejaos reconciliar con Dios", de 1989): dos documentos que en sus números más concretos convendría leer para ambientarnos en nuestro comentario a la palabra revelada de hoy (núms. 14-18 del primero y 11-15 del segundo).
-Cristo profundiza la exigencia moral, interiorizándola. La primera lectura sitúa ya con claridad el criterio respecto a la moral: guardar los mandatos de Dios, cumplir su voluntad. La disyuntiva es entre fuego y agua, entre muerte y vida. Cada uno es libre (la libertad humana no se destruye: es lo que da también valor a nuestra aceptación de la voluntad de Dios), pero el mejor éxito de la vida es haber sabido seguir el camino que Dios quiere. Él lo ve todo, conoce nuestras acciones e intenciones.
Pero Cristo, todavía, da mayor profundidad a la moral humana. El mensaje de su Sermón es serio y exigente. Pide que sus discípulos sean "mejores que los letrados y los fariseos"; nos pide que no nos contentemos con lo que puedan ser las claves o motivaciones del obrar en la sociedad en que vivimos. Los cristianos tenemos un punto de referencia claro: la enseñanza de Cristo, que nos ha transmitido la voluntad de Dios. Los judíos tenían también un punto de referencia: la Alianza primera del Sinaí, que ahora queda, no suprimida, pero sí "cumplida", completada y perfeccionada por Cristo. Sería poco motivada nuestra moral si sólo se basara en referencias sociales, que en el fondo son modas ideológicas. Y es aquí donde precisamente se nota la pobreza de la moral o de la ética de nuestra sociedad, porque se contenta con lo que gusta a uno, o a la mayoría, o con un cierto consenso de la sociedad (con el "listón" ciertamente bajo) o la mera limitación de no hacer daño a otros... El criterio para los cristianos es Cristo Jesús: su vida y su enseñanza.
-Cristo va a la raíz y no sólo a la observancia exterior. La mayor profundidad de Cristo respecto a nuestro obrar humano es ésta: él va a las raíces de nuestra conducta, no se contenta con el mero "cumplimiento" exterior.
No sólo no nos podemos contentar con el "no matar": hay otra manera de "matar" a los demás con nuestros juicios interiores, o con las palabras hirientes, o el odio, o el desprecio, o el insulto, o la actitud de rencor. Podemos matar la fama de otros, sin necesidad de sacar el cuchillo o la pistola. Cristo nos dice que debemos cuidar esta raíz: si no matamos, pero anidamos odio dentro de nosotros, todo queda manchado en nuestra conducta.
Lo mismo pasa con el adulterio, que no sólo sucede cuando de hecho rompemos las barreras, sino también cuando consentimos los deseos o nos dejamos envolver en esta carrera hedonista de la sociedad actual, que alimenta continuamente el "deseo de la mujer ajena". La limpieza interior de la persona humana, según Cristo, no se contenta con evitar el pecado externo, sino que lucha contra los mismos deseos y apetitos interiores.
El otro ejemplo que él pone, el del juramento en nombre de Dios, tal vez no es tan actual en sus manifestaciones. Pero también aquí su llamada es a una actitud interior: el amor a la verdad, la claridad, la autenticidad. Debería bastarnos el "sí" y el "no", sin necesidad de mayores juramentos: si nuestra fama de personas creíbles fuera clara, no necesitaríamos de otros apoyos a nuestro "sí".
Lo principal es que, no con espíritu de esclavos (temerosos del castigo), no por fatalidad (sino con libertad interior), sepamos orientar nuestra conducta moral, responsablemente, siguiendo no la mera costumbre o el "ejemplo" que nos da la sociedad (o incluso sus leyes y sus personajes), sino el ejemplo y la enseñanza de Cristo Jesús, a cumplir en todo momento la voluntad de Dios.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1990/04
EL ÁRBOL DA FRUTOS SIENDO FIEL A SI MISMO.
"No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud". Jesús no es de aquellos que pretenden progresar destruyendo el pasado. Ni tampoco de aquellos que se encierran en el pasado como si fuera el término final de toda perfección. El, el Maestro supremo, tuvo el arte de infundir plenitud a los valores ya existentes. Como cada árbol -que adquiere plenitud cuando crece y da fruto- permanece idéntico a sí mismo. Esto también es verdad de cada persona, de cada institución y de cada pueblo.
La experiencia demuestra el fracaso de aquellos que quieren adelantar negando o anulando su identidad. Jesús trató con un sincero respeto a todo lo que estaba en el corazón de la identidad de su pueblo: la "ley y los profetas" (lo que nosotros ahora llamamos "el Antiguo Testamento". Pero lo hizo de manera que de sus entrañas pudiera florecer el Evangelio.
Por eso debemos contemplar siempre de una forma más profunda la honda coherencia del Antiguo Testamento y del Nuevo.
Con la franqueza a la que nos invitan las últimas palabras del evangelio de hoy: "a vosotros os basta decir sí o no", podríamos hacer dos aplicaciones de la pedagogía de Jesús.
Primera: ser fieles a nuestras identidades fundamentales como miembros de un país, y también: como cristianos y miembros de la Iglesia.
Segunda: procurar que nuestra pedagogía se inspire en la de Jesús. Nosotros, con excesiva frecuencia, confundimos progreso con poco respeto o destrucción del pasado y de la tradición. Y, aún más a menudo, hemos sido más eficientes en destruir que no en construir sobre el pasado para mejorarlo.
J.
PIQUER
MISA DOMINICAL 1987/04
3.
El fragmento del sermón de la montaña que acabamos de escuchar nos ha manifestado las exigencias propias de la manera de ser cristiana, es decir, del modo de actuar de los discípulos de Cristo, que tiene que ser superior y distinto al proceder de "los letrados y fariseos". Será bueno, pues, que reflexionemos sobre el alcance de dichas exigencias, las cuales no se sitúan propiamente hablando en el nivel jurídico sino en la dimensión más profunda de la ética existencial. Y en este nivel más profundo, la conducta moral de los seguidores de Cristo supone una superación de las normas del Antiguo Testamento y un contraste con las normas según las cuales acostumbran a actuar los hombres y las mujeres del "mundo".
-Superación de las leyes del Antiguo Testamento
A través de seis antítesis o contraposiciones, Jesús expone claramente en el sermón de la montaña la diferencia que se da entre la Ley promulgada en el Antiguo Testamento y la nueva Ley que Él ha venido a proclamar en nombre de Dios. De dichas antítesis, hoy hemos leído cuatro: ~'no matarás"-"no estés peleado con tu hermano"; "no cometerás adulterio"- "no mires a ninguna mujer casada deseándola"; "está permitido el divorcio"-"el que se divorcia comete adulterio"; "no jurarás en falso"-"no juréis en absoluto". Y el próximo domingo, leeremos las otras dos: las de la ley del talión y del amor a los enemigos.
Con todos estos ejemplos, Jesús nos dice muy claramente que la nueva Ley no supone una abolición o supresión de la antigua, sino una superación en la línea de la interiorización. Si la antigua Ley prohibía y castigaba sólo la acción externa del homicidio, la Ley de Cristo condena la actitud interior de la ira contra el prójimo, que es la raíz del homicidio. Si el Antiguo Testamento impedía el adulterio consumado, el Nuevo Testamento impide incluso las miradas voluptuosas, porque revelan la actitud interna en que se origina la acción y es la que la hace pecaminosa. Si la ley judaica toleraba como un mal menor el divorcio entre marido y mujer, Jesús exhorta a retornar al ideal del matrimonio indisoluble, no tanto como una imposición meramente legal sino como una exigencia del verdadero amor entre hombre y mujer. Si la Ley de Moisés prohibía el perjurio, el mandamiento de Jesús va más allá y recomienda que no se jure en absoluto, pues lo que importa es ir al fondo del corazón y adoptar una actitud de veracidad absoluta, que haga innecesario recurrir al testimonio de Dios, abusando de su nombre, para corroborar las palabras humanas.
Esta interiorización de las motivaciones de la conducta moral del seguidor de Cristo está, por otra parte, en clara sintonía con algunas de las intuiciones de los libros sapienciales y proféticos del Antiguo Testamento, que ya propugnaban una superación del cumplimiento meramente exterior de la Ley, como el fragmento del libro del Eclesiástico, que hemos leído como primera lectura: "Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad". El verdadero cumplimiento de la Ley de Dios se da cuando está en juego la responsabilidad y la libertad del hombre. A esto nos exhorta y nos impele el Evangelio.
-Contraste con el espíritu del mundo
Cuando el seguidor de Cristo procura interiorizar las motivaciones del cumplimiento de la Ley, se halla en una situación de contraste con las normas que suelen gobernar la conducta de quienes se dejan impregnar del "espíritu del mundo". Según las palabras de san Pablo en la segunda lectura de hoy, esta actitud de los cristianos es fruto de una "sabiduría", "que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo". Es evidente que el mundo -entendido en el sentido bíblico de contrario al reino de Dios- no puede comprender el alcance de las normas contenidas en el sermón de la montaña, porque todas esas normas suponen la aceptación del designio de amor de Dios sobre los hombres, designio que no es otro que la invitación -hecha a través del mensaje y la actuación de Jesús- a morir al egoísmo esterilizador y resucitar a la nueva vida de apertura y entrega a Dios y a los hermanos.
-Eucaristía y vida
A menudo nos imaginamos que las exigencias del sermón de la montaña son difíciles de cumplir, y ciertamente lo son, si confiamos únicamente en nuestras propias fuerzas. Pero si contamos con la misma fuerza de Cristo, entonces nos daremos cuenta de que su yugo es suave y su carga ligera. Es esta fuerza la que ahora, a través de la liturgia eucarística, se pondrá a nuestro alcance para ser el motor de nuestra conducta y el alma de nuestra vida.
JOAN
LLOPIS
MISA DOMINICAL 1990/04
4.
-El deseo de unas leyes claras para quedar tranquilos
Cuentan -no sé yo si es verdad- que un personaje inglés que se había convertido al catolicismo porque lo consideraba mucho más claro y preciso que su religión anglicana, escribió una carta a su obispo diciéndole que le gustaría poder vivir sin ningún tipo de inseguridad respecto a lo que debía hacer o evitar cada día. Y le pedía si sería posible recibir, todas las mañanas, a la hora del desayuno, un papel con las instrucciones para su comportamiento durante las veinticuatro horas siguientes. Puesto que, si el papa era infalible y los obispos tenían el Espíritu Santo, podían perfectamente decidir lo que cada católico debía hacer para ser fiel a los mandamientos y a la Iglesia. Y de este modo se eliminaría toda incertidumbre y los católicos tendrían asegurado el camino del cielo.
Ya digo, no sé si esta historia tiene algo de verdad. Pero, sea como sea, me parece que estos deseos del personaje inglés podrían ser, muy en el fondo del alma, los deseos de bastantes cristianos, y quizá los nuestros.
Los deseos de tener muy claras las leyes, las normas, los comportamientos que hay que seguir. Una especie de recetario que diga lo que hay que hacer, de modo que una vez realizado uno pueda quedar ya tranquilo. Como el atleta que para ser seleccionado para las olimpíadas tiene que lograr determinada marca y una vez lograda no debe preocuparse ya de nada más.
Pero ya véis..., el programa de Jesús, el sermón de la montaña que estamos leyendo no va por ahí. El creyente, el que acepta seguir el camino de Jesucristo, no funciona a base de hacer esto o aquello, para quedar así tranquilo. Eso sería conformarse con el comportamiento de los letrados y fariseos y -ya lo hemos oído- así no se entra en el reino de los cielos. Si llegara a hacerse realidad lo que pedía el personaje inglés, si su obispo o el mismo papa le llegaran a decir lo que tenía que hacer desde la hora de levantarse hasta la de acostarse, y el hombre lo hiciera y así quedara satisfecho pensando que ya había cumplido, no entraría en el Reino de los cielos. Porque el programa de Jesús, el camino de Jesús, es otra cosa.
-Un camino que siempre pide más
Porque ya lo habéis visto. Jesús no dice: "Además de la ley de no matar, yo os doy otra ley que también tenéis que seguir": Ni dice: "Además de la ley de no cometer adulterio, yo os doy otra ley sobre los buenos y malos pensamientos". Jesús no nos da en este evangelio nuevas leyes, sino algo bastante más hondo.
Lo que hace es decirnos que no basta con cumplir la ley de no matar, sino que se trata de quitar de nuestro corazón y de nuestro modo de actuar todo lo que pueda hacer daño al hermano. Y para esto no existen límites, no se puede decir "hasta aquí y basta", sino que se trata de buscar el ideal de vivir plenamente al servicio de los demás y esforzarnos siempre para resolver las tensiones y los distanciamientos, aunque pensemos que la razón está de nuestra parte: incluso, nos dice que si ante el altar recordamos que alguien tiene alguna queja contra nosotros -y no sólo si pensamos que la culpa es nuestra, sino ¡siempre!-, hay que hacer lo que sea para recomponer la unidad, hay que esforzarse para que las cosas puedan llegar a funcionar bien, hay que deshacer malentendidos... Hay que caminar, en definitiva, en la búsqueda del amor pleno, de la unidad plena. Y eso, bastante sabemos que no lo conseguiremos nunca, y que por tanto nunca podremos decir que ya hemos cumplido. Y lo mismo podemos decir, por ejemplo, con el caso del adulterio.
Jesús no nos dice que, además de prohibir el adulterio, prohíbe también los malos pensamientos y además lo prohíbe de esa forma salvaje del corte de la mano o del sacarse los ojos. Es mucho más, es mucho más serio. Porque con esas expresiones tan fuertes y que nos suenan a exageradas, lo que nos da a entender es que existe un ideal que hay que luchar por alcanzar y al servicio del cual hay que ponerlo todo, y que nunca podremos quedar tranquilos porque nunca lo lograremos. Y en este caso, el ideal consiste en una vida matrimonial que verdaderamente sea amor, atención mutua.
Y lograr esto -y eso hay que decirlo muy seriamente- lograr esto exige esfuerzo, esfuerzo de verdad. Y no sólo el esfuerzo de no ponerse en ocasiones demasiado fáciles con otros hombres o mujeres, sino también -y quizá sobre todo- el esfuerzo de entender y preocuparse el uno por el otro, de ser capaces de decirse las cosas, de no querer los hombres tener a la mujer en casa constantemente a su servicio -que eso del "machismo" es un pecado muy enraizado en nuestra sociedad, y se manifiesta de muchas maneras, desde el pensar que las decisiones en casa las debe tomar el hombre hasta el no preocuparse de la felicidad sexual de la mujer-, y muchas más cosas. Y esto es un esfuerzo que nunca termina, y esto es lo que nos quiere decir Jesús: que no podemos quedar satisfechos porque cumplimos eso o aquello.
Que él nos ayude, pues, a querer avanzar siempre en todos los aspectos de nuestra vida.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/04
5.
-De la montaña del Sinaí a la montaña de las bienaventuranzas
Queridos hermanos en Cristo Jesús, el Señor resucitado:
Vamos avanzando, un domingo más, en las concreciones que Jesús va dando a sus discípulos -y a nosotros- para que el Reino de Dios sea una realidad.
Hoy Jesús nos dice cuál debe ser la actitud del discípulo ante la Ley antigua. Y nos lo dice con su ejemplo de aceptación, pero también de libertad y perfeccionamiento. Dios da la Ley -la Alianza- a su pueblo en la montaña del Sinaí.
Aquella Ley era ya expresión de la voluntad de Dios, que respeta la libertad del hombre. Dios da la Ley.
El hombre puede serle fiel o rechazarla.
Ahora el escenario es distinto. La montaña -lugar de encuentro entre Dios y los hombres- de las bienaventuranzas. Jesús es quien da la nueva Ley.
-"No he venido a abolir, sino a dar plenitud"
Sí, ciertamente. Jesús da la nueva Ley. La Ley antigua era ya expresión de la voluntad de Dios para con los hombres. ¿Puede ahora darse una nueva Ley que implique una nueva voluntad de Dios para los hombres? ¿Es que tal vez Dios, enviando a su Hijo, ha cambiado de parecer? Algunos de los oyentes acusaron a Jesús de que su comportamiento y su doctrina iban contra determinados aspectos de la Ley antigua.
Cristo les replica. El Evangelio -la nueva Ley- no deroga la antigua. Pero tampoco deja las cosas como estaban. Jesús ha venido a dar plenitud. San Pablo nos dirá que mientras éramos pequeños necesitábamos andadores, pero ahora que ya somos adultos no los precisamos.
Este era el objetivo de la Ley antigua: revelar la voluntad de Dios y dar los medios para alcanzarla.
Ahora, Jesús ha venido a hacernos adultos. Ha venido a conducirnos a la perfección. Y la perfección no se conforma con unos mínimos. Es exigente.
Reclama el máximo. La donación hasta el final.
Dios había sembrado la semilla en la Ley antigua. Jesús ha venido a hacerla germinar y florecer.Y será Dios mismo, el Padre, quien recogerá el fruto sazonado.
-El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes...
Queridos hermanos, Dios nos quiere santos. Y por eso mismo no quiere que nos conformemos con cumplir únicamente las grandes exigencias, no quiere que seamos cristianos a grandes rasgos. La santidad que es Dios mismo y que quiere que nosotros compartamos un día con él exige fidelidad, entrega.
Fidelidad en las pequeñas exigencias, en la vida gris y monótona de cada día.
Fidelidad silenciosa y anónima.
Si no lo hiciéramos así, nos convertiríamos en antitestimonios.
Tergiversaríamos la voluntad de Dios revelada en Jesucristo, fiel hasta la muerte.
-"Se dijo a los antiguos, pero yo os digo" Jesús ha venido a llevar la Ley antigua a plenitud. Y la plenitud es exigencia y perfección. Con autoridad plena reinterpreta la Ley antigua. No basta con no matar.
No debemos permitir que anide en nuestro corazón odio ni rencor contra el prójimo.
Hacerlo sería ya matar en nuestro corazón. La perfección es exigencia.
No basta con no cometer adulterio. Una mirada, un gesto, un pensamiento oculto... basta para cometerlo en el corazón, aunque nadie lo haya visto ni lo sepa. Lo sabemos nosotros.
Lo sabe Dios. A él no le podemos engañar.
El valor altísimo de la palabra. "Sí". "No". No decir la verdad es traicionar el fin mismo de la palabra.
Sí, queridos hermanos, la perfección a la cual estamos llamados, cuesta, es exigente.
Pero todo lo que vale, cuesta.
Y más adelante, Jesús remachará el clavo de esta exigencia: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y al prójimo como a uno mismo.
En esto consiste la Ley y los Profetas.
Queridos, decir "amar" no cuesta. Amar a los hermanos, todos nos proponemos hacerlo.Pero amar a personas concretas, y amarlas cada día, siempre, ver en ellas al mismo Cristo Señor, eso ya es otra cuestión. Cumplir la Ley nos supera.
Que esta Eucaristía, sacramento del amor, nos dé fuerzas para superar los prejuicios y ser realmente testigos del amor de Dios en el mundo.
Y que nos ayude a ser fieles en las cosas menudas de cada día, a fin de ser verdaderamente discípulos de Cristo que lleva a plenitud todas las cosas.
ALVAR
PEREZ
MISA DOMINICAL 1993/03
6.
ALGUNAS INDICACIONES
1. El hombre tiene ante sí la vida y la muerte (1. lect.).
¡Podemos dar a nuestra vida orientaciones tan diversas! "Ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras".
Estamos en una sociedad plural y cada uno escoge sus valores y orienta como quiere su vida.
Bien: esto es un decir; porque todos estamos sometidos a una serie de influencias externas, sobre todo al peso de lo que hoy "se lleva" y que se encargan de difundir -¡y con qué fuerza de atracción!- los periódicos, las revistas, la radio, la televisión, los grupos musicales, la gente que triunfa... La vida no es un juego inocente de criaturas . Hay caminos que conducen a la vida y caminos que llevan a la muerte.
2. La jornada contra el hambre. ¿Será que los hombres hemos escogido los caminos que conducen a la muerte? ¿Cómo es posible que, con tantos recursos técnicos, con tantos progresos como hemos hecho, con tanto como nos sobra, con tanta fruta que debe quedar en los árboles sin cosechar... haya tantos miles de hermanos nuestros (recordemos la primera lectura del domingo pasado) que mueren de hambre? ¿Quizá nuestro progreso es un progreso poco humano? ¿O es, quizá, que hacemos de él un uso poco humano?
También a nosotros Dios nos pregunta, como a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". La jornada contra el hambre es una llamada importante para todos.
3. Si no sois mejores que los escribas y fariseos (ev.). Los cristianos no nos podemos dar por satisfechos diciendo "esto todo el mundo lo hace", sobre todo cuando se trata de la relación con los demás. En nuestra sociedad, que tiende a ser laxa e insolidaria, tendríamos que hacer resonar -con hechos, no con palabras- un grito profético en favor de la fraternidad. (Nuestro punto de referencia no son tales o cuales maestros, sino el Padre celestial: v.48 que leeremos el domingo próximo. Reservemos, pues, para entonces esta reflexión).
4. Vete primero a reconciliarte con tu hermano (ev.). La relación con Dios, el culto, el cumplimiento de nuestros deberes de piedad, no deben distraernos de nuestras relaciones con los hermanos; al contrario: deben afinar nuestra conciencia y espolearnos a revisarlas. Recordemos una vez más: "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" ( 1Jn 4,20).
5. A vosotros os basta decir "sí" o "no" (ev.). Aprendamos la lección. La transparencia del lenguaje expresa la transparencia del espíritu. Hay personas que necesitan enfatizar y recomendar lo que dicen. Acostumbrémonos a un lenguaje sencillo, avalado por las obras: que cuando digamos sí (de palabra) sea también sí (en nuestro obrar); que cuando digamos no, sea verdaderamente que no: no desmintamos las palabras con los hechos.
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1993/03
7.
ELEMENTOS PARA LA HOMILÍA
1. El sermón de la montaña es con frecuencia mal entendido: como si JC substituyera los mandamientos del Antiguo Testamento por otros distintos. Y ya que los "nuevos" fácilmente devienen "utópicos" (como aquello de poner la otra mejilla) se quedan en ideal para antiguos santos, se quedan en palabras muy bonitas pero irreales en la vida de cada día. JC no cambia unos preceptos por otros sino que los lleva "a plenitud". Y esto es igualmente verdad para "nuestra moral" actual: también ella debe ser llevada a plenitud, es decir, a un no quedarse en la letra sino abierta a un constante ir más allá, más al corazón, más al espíritu al Espíritu de Jesús.
2. Y esto tanto personalmente, cada uno de los cristianos, como en el conjunto de la comunión eclesial y en cada comunidad local. Es la dialéctica entre fidelidad a la tradición y superación de esta tradición en el progreso vivo de la más exigente fidelidad al Evangelio, al Espíritu de Jesús.
3. El texto evangélico de hoy propone diversos ejemplos de este quedarse en la letra o del seguir el camino del Espíritu. Convendría recordar algún o algunos de estos ejemplos pero situándolos en nuestra realidad cristiana (ojo: no es un sermón al "mundo" sino a los "discípulos": no nos perdamos en criticas a la sociedad actual, sino centrémonos en lo que realmente sea de provecho espiritual para los cristianos oyentes).
4. Quizá, según los ambientes, será preferible recordar el primer ejemplo (ir más allá del "no matarás"), especialmente allí donde sean frecuentes las enemistades, riñas, maledicencia, entre vecinos... En otros, el de la necesaria sintonía entre el culto y el amor fraterno (pero el amor fraterno será el tema propio del próximo domingo). O también el tercer ejemplo si entre los oyentes hubiera ambiente muy disipado respecto a la vida conyugal. Con todo, quizá por poco frecuente en nuestra predicación, podría ser peculiarmente oportuno el ejemplo último: el decir la verdad siempre y sencillamente ("basta decir sí o no"). Con frecuencia los valores que citamos más son la justicia, el amor... Pero hablamos muy poco de este saber decir la verdad (sobre todo la verdad en las relaciones humanas: entre esposos, padres e hijos, en las relaciones de trabajo o de negocio...). Es un campo en el que avanzar hacia mayor "plenitud" evangélica nos exigiría mucho y seria un testimonio cristiano contrastante con el mundo actual (en que reinan las verdades a medias).
5. Apuntemos finalmente la sintonía de lo que se dice en la 2. lectura (la "sabiduría que no es de este mundo... una sabiduría divina, misteriosa, escondida...") con la enseñanza del sermón de la montaña. Y la posibilidad de terminar la homilía repitiendo la oración del salmista (en la alabanza al que "busca de todo corazón" la voluntad del Señor): "Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes..., enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón". El captar el talante evangélico del sermón de la montaña -y seguirlo- es una gracia que todos debemos pedir en la Eucaristía (como se dirá en el próximo domingo: es vivir en comunión con Dios, como hijos suyos).
JOAQUIM
GOMIS
MISA DOMINICAL 1987/04
8.
Seis piedras cayeron rodando desde lo alto de la montaña.
Duras, inexorables, precisas.
Un ruido seco. Dos, tres, seis golpes duros, al zambullirse en el agua estancada de un legalismo arrogante y complaciente.
Las salpicaduras llegaron muy lejos, molestando y empapando materialmente a un gran número de personas.
El agua pesada del estanque comenzó a encresparse y se puso a hervir.
La bonanza fue abatida brutalmente por la tempestad. Un auténtico desastre, provocado por aquellas seis piedras toscas.
Sí. Aquel era el fin de un mundo. Ocurrió hace dos mil años.
Desde el monte de las bienaventuranzas, que se refleja en el lago de Galilea, Jesús lanzó seis piedras que dieron despiadadamente en el blanco de nuestro bienestar, de nuestras seguridades, de nuestros cómodos egoísmos, de nuestros penosos compromisos. Seis piedras lanzadas por la Palabra hecha carne.
Seis «pero yo os digo» de un poder irresistible, de una fuerza arrolladora, que cambiaron para siempre el ritmo de las cosas.
«Habéis oído que se dijo a los antiguos... Habéis oído que se dijo...
Se dijo... Pero yo os digo...».
Estos «pero» repetidos por Cristo, señalan el paso del antiguo al nuevo testamento.
Continuidad y ruptura al mismo tiempo.
Paso del legalismo a la ley del amor. Del sentido humano a la divina locura de la cruz. De la prudencia al riesgo sublime de la aventura. Del orden formalista al escándalo evangélico.
No es la abolición de la ley. Sino la suprema perfección, el cumplimiento de la ley.
La perfección de la interioridad, del amor. Un amor cuya única medida es no tener medida.
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado...».
«Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior».
Los hombres llamados honestos tienen que mirarse las manos. Y al encontrarlas manchadas con la sangre de sus mismos hermanos, caerán en la cuenta de que también se puede matar con la lengua.
Y comprenderán que quien se acerca al altar, sin haber antes perdonado a su hermano, es un profanador del templo.
Y los hombres de bien, los que observan hasta el detalle las más insignificantes disposiciones de la ley, convencidos de que para estar «limpios» basta con lavarse las manos antes de comer, descubrirán de improviso que hay pensamientos que también pueden manchar.
Aquellos «pero» hicieron tambalearse a la justicia. Levantaron en el aire piedras seculares (y, debajo, había gusanos). Quitaron las vendas de la hipocresía y descubrieron unas llagas hediondas.
Deshicieron miles de preceptos de un moralismo gris y sofocante, para abrir un camino real a la libertad y al radicalismo de los hijos de Dios.
Los seis «pero», uno tras de otro, fueron cayendo con un golpe seco en la charca de la costumbre, del tradicionalismo, de la honestidad barata.
Y los hombres, para librarse de aquella molesta salpicadura, se dieron prisa para abrir el paraguas.
Luego recurrieron a su atávica vocación de alquimistas. Y se pusieron alegremente a transformar, a domesticar, a dulcificar aquella tosca e inquietante palabra de Dios.
Al «pero» de Cristo opusieron sus propios «peros».
"No matar". «Pero... en algunas circunstancias, por ciertos motivos, será lícito matar». Y aquel «pero» alentó a miles de asesinos y hubo millones y millones de muertos.
«Amad a vuestros enemigos». «Pero, en ciertos casos, habrá que hacerse respetar». Y con ese «pero» se ha desencadenado una salvaje caza del hombre, tan sólo porque ese hombre no tiene el color de nuestra piel, no comparte nuestras ideas o, peor aún, porque ese «enemigo» no cree en el Dios que nosotros creemos.
Estos ejemplos podrían multiplicarse indefinidamente.
Como se ve, el «pero» de los hombres se sitúa en una vertiente totalmente contraria al «pero» de Cristo. Es el «pero» de la humana prudencia, contrario al «pero» de la locura divina. Es el «pero» del más retrógado tradicionalismo, opuesto al «pero» de la novedad del mensaje evangélico. Es el «pero» de la mediocridad, opuesto al «pero» de la santidad.
Pensemos ahora en nosotros. ¿Acaso no hemos intentado muchas veces neutralizar la fuerza avasalladora del «pero» de Cristo? ¿No hemos hecho tal vez todo lo posible para suavizar la dureza de aquellas palabras con la careta de nuestro cálculo, de nuestro equilibrio, de lo que nos empeñamos en llamar prudencia (que es, más bien, una peligrosa imprudencia), de nuestras tradiciones? «Sed perfectos». Y nosotros nos damos prisa en añadir un «pero».
«Pero seamos realistas, tengamos en cuenta nuestra fragilidad humana. La carne es la carne...». Y así nos colocamos fuera del evangelio.
«Que vuestro lenguaje sea sí si es sí y no si es no». Y nosotros nos agarramos si es preciso a un clavo ardiendo para añadir: «Pero es lícito, por motivos graves, para no comprometer la causa, y ¡claro! siempre para hacer el bien, arreglárselas de manera que el sí quiere decir no y viceversa». Y así nos colocamos de nuevo fuera del evangelio.
En suma, nos obstinamos en contraponer al «pero» de Cristo, expresión de la novedad y de la radicalidad evangélica, nuestros «pero», expresión de nuestra mezquindad y de nuestro miedo a llegar hasta el fondo.
«Habéis oído...». Sí, tal vez hemos oído muchas cosas. Hemos escuchado a muchos maestros. Hemos aprendido demasiadas artimañas para hacer que el evangelio no venga a estropear excesivamente nuestros sueños o nuestras digestiones.
Pero ha sonado la hora de que nos decidamos a tomar en serio ese «pero yo os digo».
Es la hora de ponernos un poco menos a favor de nuestro «razonable» modo de ver las cosas y un poco más de la parte de Cristo .
Ha llegado la hora de tirar por la borda todos nuestros cómodos tradicionalismos y rendirnos sin condiciones a la «novedad» de Cristo. Ha llegado el momento de no tener miedo al evangelio.
¿Que Jesús nos pide demasiado? Puede ser. Pero ¿no hemos pensado que podemos mucho más de lo que creemos? Ya está bien. Dejemos de hacer el triste oficio de alquimistas.
No intentemos por más tiempo detener esas seis piedras toscas que bajan rodando desde la montaña. ¿No nos damos cuenta de que así nos estamos desollando las manos... y la cara? Porque, de hecho, el detener esas piedras, esos «pero yo os digo», equivale a desfigurarse horriblemente la cara.
Dejémonos alcanzar de lleno por esos "pero yo os digo". Resultará dolorosísimo al principio.
Pero poco a poco descubriremos que nos ha restituido nuestro verdadero rostro. Un rostro cristiano.
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 130 ss.