COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Co 15, 01-11

1.

Este texto es central en el anuncio paulino en particular y cristiano en general. La ocasión de exponer su tema central es que -parece- en Corinto existía un grupo que negaba la resurrección de los cristianos. No la de Cristo, pero sí la de los hombres. Las razones quizá no eran por puro materialismo, sino por lo contrario: creerse ya resucitados por el bautismo.

Pero eso es menos importante. Pablo quiere hacerles ver que es imposible que se confiese, se crea en la Resurrección del Señor y no creer también en la propia. Inicialmente recuerda el Evangelio predicado por él, que ciertamente tenía como punto central la proclamación de la Resurrección de Cristo. Naturalmente, al decir que este Evangelio salva, si se permanece en él. Pablo no piensa en una aceptación meramente intelectual, sino que comprenda toda la vida (vs. 1-2), la cabeza, el corazón y las manos. Recuerda luego (vs. 3-6) una confesión tradicional. Probablemente es fórmula no suya, sino de la tradición. Con lo cual nos remontamos todavía más cerca de los acontecimientos pascuales.

Da también la primera lista, cronológicamente hablando, de los testigos de la Resurrección. Testigos oficiales por así decir que proclaman cómo el Crucificado vive actualmente y ellos mismos lo han experimentado.

También se menciona a sí mismo (vs. 8-11) sin solución de continuidad. Es un testimonio directo de su propia experiencia del Señor Jesús glorioso y resucitado. Hace algunas observaciones interesantes sobre sí mismo, en las que reconoce la gracia recibida y su propia respuesta a esa gracia.

Lo principal es el testimonio de la Resurrección de Cristo. No se insiste mucho en ella porque el anuncio inicial ya era el punto más importante. Pero se nos recuerda. Tenemos en estos versículos el texto más antiguo que habla de ese suceso central para nuestra fe.

Pablo saca a continuación la conclusión apuntada más arriba: si Cristo ha resucitado, también nosotros. Pero esto no forma parte de la lectura de hoy.

F. PASTOR
DABAR 1989, 12


2. CORINTO.

Situada entre los mares Adriático y Egeo, en la ruta comercial de oriente a occidente, capital de la provincia romana de Acaya, Corinto se había convertido en la ciudad más brillante del imperio, propicia a los negocios y a la vida alegre. Tenía dos puertos. Su población se componía, sobre todo, de colonos italianos. Los griegos volvieron poco a poco, y había también gran afluencia de orientales. Corinto era un mosaico de gentes y mentalidades distintas. Esta circunstancia facilitaba la disgregación, las rivalidades y la relativización de todo y de todos.

La comunidad cristiana de Corinto no era excepción a la regla. En ella se da toda la anterior problemática: elitismos, separatismos, fanatismos. En este fragmento, Pablo sale al paso de la tendencia relativizadora de todo y de todos, recordando lo que está por encima de todo partidismo o ideología: la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús. Porque éste es el acontecimiento único que hace feliz a la humanidad: un hombre ha resucitado y nos resucitará a nosotros. Este es el corazón del mensaje cristiano.

EUCARISTÍA 1989, 7


3. 

Después de abordar una serie de cuestiones prácticas para la convivencia comunitaria y de cuestiones morales para la vida cristiana en general. Pablo vuelve a lo que es principio y fundamento de la fe con todas sus exigencias o deberes. No quiere terminar su carta sin recordarles el Evangelio que les predicó y que ellos aceptaron, el Evangelio que es lo único que puede salvarles si es que no lo han olvidado. Porque tiene sus dudas al respecto, ya que algunos niegan la resurrección de los muertos (v.12).

EV/TRADICION: El Evangelio no es propiamente una doctrina, sino el anuncio de un hecho de salvación. Su contenido es, ante todo, el mensaje apostólico de la resurrección del Señor. Su forma es la tradición viva. Pablo se presenta como testigo de esa tradición que viene de los Apóstoles, de los que vieron y oyeron. El transmite lo que ha recibido. Cuando él comienza a predicar, la tradición ya está en marcha. El empalma con ella en Antioquía, de esta iglesia recibe la tradición formulada en un símbolo (vv. 3-5) y como enviado de esta iglesia la difunde entre los gentiles. Pero la proclamación del Evangelio no es sólo la difusión de una noticia, sino también la difusión del Espíritu con cuya fuerza se proclama. Por eso es una tradición viva y vivificante.

Aunque Pablo no pertenece ya a la generación de los Doce, se considera apóstol por excepción. Pues ha tenido también su "experiencia" del Señor resucitado. Su caso excepcional es como un nacimiento fuera de tiempo, como un aborto. Por eso Pablo no puede predicar el Evangelio sólo desde su experiencia, sino ateniéndose también al testimonio de los mayores, de las columnas de la iglesia, transmitiendo lo que ha recibido con fidelidad.

EUCARISTÍA 1986, 8


4.

La antigua ciudad de Corinto era célebre en su época; y lo era, entre otras cosas, por la corrupción moral que en ella se había llegado a desarrollar. En ella había un templo dedicado a la diosa Afrodita, en el que más de mil muchachas se dedicaban a la prostitución cultual.

En el terreno religioso, la ciudad se caracterizaba por un gran sincretismo; el terreno de lo social, por un marcado contraste entre situaciones de riqueza desmedida y miseria absoluta.

No hubo ninguna comunidad que crease a Pablo tantos quebraderos de cabeza como ésta, y por lo mismo fue con ella con la que mantuvo una relación intensa y rica. Pablo conocedor del ambiente que se vivía en Corinto, estaba bien informado de la vida de esta comunidad y de sus problemas; las informaciones que le llegaban eran preocupantes; abusos litúrgicos, uso de los tribunales paganos para dirimir las diferencias entre los hermanos, graves confusiones en lo referente a la resurrección, que algunos negaban, etc.

Con todo, San Pablo escribió esta primera carta (al menos la primera que conservamos, y de la que la liturgia de hoy nos trae un fragmento) en Éfeso, se calcula que hacia la primavera del año 57, para responder a una serie de preguntas que la comunidad le había planteado. En ella podemos encontrar tres partes: una primera dedicada a la corrección de las desviaciones (capítulos 1 al 6); una segunda dedicada a responder las preguntas que le habían planteado (7 al 10); y una tercera dedicada a dar instrucciones sobre las asambleas litúrgica y a aclarar las ideas sobre la resurrección (11 al 15).

En este último capítulo San Pablo expresa una serie de ideas que para él son de capital importancia; en realidad no se trata de simples ideas; ni tampoco es una cuestión de práctica o de conducta: es lo decisivo, lo fundamental en la fe y en la vida de San Pablo y de todo aquel que quiera ser discípulo de Jesús.

Así que San Pablo les recuerda algo que ya les ha anunciado; les recuerda el punto central de su fe: Jesucristo ha resucitado, y también nosotros resucitaremos.

Como aquella comunidad de Corinto, también nosotros necesitamos que se nos recuerde el Evangelio que se nos ha anunciado; a veces incluso necesitamos que se nos anuncie, porque nuestro olvido se ha vuelto deformación, y hemos puesto el acento de nuestra fe en cualquier cosa menos en lo que es realmente central: la resurrección de Jesucristo. Hay muchos cristianos convencidos de que lo fundamental es ir a misa los domingos, o confesarse con escrúpulo neurótico de los más mínimos detalles de sus pensamientos en materia sexual, o no saltarse ni una coma de las rúbricas de los ritos litúrgicos, o la novena al santo de su devoción, o la romería y la procesión a la ermita de su pueblo...

Hemos repartido nuestra atención entre demasiadas cosas y no hemos sabido jerarquizarlas adecuadamente.

Las mismas palabras que San Pablo dirigía a los Corintios para recordarles el Evangelio que les anunció nos sirven hoy a nosotros, en nuestras circunstancias. Y esas palabras de Pablo nos hablan de lo esencial en nuestra fe: la vida, la gratuidad y el amor.

La vida de Jesucristo, que ha resucitado; hay muchos testigos de esa resurrección; en aquellos momentos lo era, principalmente, los apóstoles, entre lo cuales se cuenta él mismo, y los hermanos; hoy día nosotros somos esos testigos; pero es evidente que, para ello, lo primero es tener la experiencia de que Cristo ha resucitado y vive, pues de lo contrario, ¿cómo vamos a ser testigos de algo que no conocemos? Y esa vida es como un ofrecimiento que se nos hace también a nosotros. Era lo que pretendía San Pablo: que tuviesen fe en su propia resurrección, y que la tuviesen porque Jesucristo había resucitado.

La gratuidad: "por la gracia de Dios soy lo que soy, y lo que he trabajado no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo"; otro buen recuerdo, otra buena lección para tanto orgullo y tanta autosuficiencia, para tanta eminencia y tanta pompa. Agradecer todo lo que gratuitamente nos da Dios; reconocer que todo lo que somos y tenemos nos viene de El; compartir nuestras riquezas, del tipo que sean, con los demás, pues para eso nos las ha dado; quien más tiene, más ha de compartir, más ha de servir; la presunción sólo es posible en ignorantes que no conocen por qué ni para qué son lo que son y tienen lo que tienen. Y, desde luego, renunciar a la presunción de poseer la exclusiva de Dios, como si se tratase de un objeto del que presumir ante las visitas; el mismo Jesús nos enseñó a decir al terminar nuestra tarea que "somos siervos inútiles".

Y todo esto por amor, por el amor que Dios nos tiene y por el amor que nosotros debemos tenerle y tenernos. Por amor nos da la vida, por amor nos regala el triunfo sobre la muerte, por su amor nos es posible todo lo que para nosotros era imposible. Reconozcámoslo: son tres cosas de las que no andamos muy sobrados en nuestro tiempo y en nuestra historia: la vida, la gratuidad, el amor. Florecen y abundan en nuestro tiempo la muerte en mil y una formas, los intereses que mueven a los hombre en casi todas sus actividades, el egoísmo que nos pone a cada uno por encima de todo y de todos. Pero Pablo ha dejado su palabra escrita que, a través de los siglos, nos llega en sus cartas, y también nos recuerda hoy a nosotros el Evangelio en el que estamos fundados y que nos salva, si es que conservamos el Evangelio que la Iglesia nos proclama: de lo contrario, también nosotros, como los cristianos de Corinto, podríamos estar malgastando nuestra adhesión a la fe.

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 12


5. /1Co/15/01-19

El tema de la resurrección creaba dificultades a los corintios. Sería ingenuo pensar que tales dificultades han dejado de existir para el hombre moderno y para el cristiano de nuestros días. Se podría decir que la dificultad de aceptar la resurrección personal es proporcional a la de aceptar la muerte, y es evidente que una de las grandes inhibiciones colectivas de nuestro mundo, tecnificado y aburguesado, es no contar con la muerte en la perspectiva de la existencia humana. Tal inhibición, si se da, constituye un obstáculo insuperable para poseer una visión coherente y acabada que dé sentido al mundo y al hombre.

La respuesta de Pablo consiste en repetir a los corintios el anuncio de la «buena noticia», en este caso una tradición de la Iglesia ya formulada y anterior sin duda a la predicación del Apóstol. Es difícil precisar hasta dónde llega la fórmula litúrgica de este símbolo de fe; pero, por su forma rimada, es seguro que incluía los tres versículos referentes a la muerte y resurrección de Cristo. Si la sepultura y la mención de los tres días corroboran la historicidad de la muerte, las apariciones corroboran la resurrección (5-8).

La respuesta de Pablo tiene implicaciones importantes. La resurrección sólo es comprensible cuando se acepta plenamente el hecho de la muerte. Cristo no habría resucitado verdaderamente si no hubiera muerto realmente. De igual modo, los cristianos sólo llegan a comprender el verdadero sentido de su resurrección en la medida en que aceptan morir en lo que tienen de hombre viejo. De la novedad de vida que implica la resurrección sólo puede hablar el que ha experimentado voluntariamente la muerte de todo lo que estructura al hombre carnal.

Pero el texto va más lejos. Nadie puede creer en la resurrección de Cristo si no cree también en la resurrección de los hombres (13). Pablo se niega categóricamente a reducir la esperanza cristiana a la moralidad de la vida y a la fe en un hecho histórico singular (19). Eso sería una ilusión vana. Creer es aceptar que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y que lo que es ya una realidad para la cabeza lo será también para todos los miembros.

A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 526 s.