28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7

1. CR/SAL-LUZ:

En el monte continúa Jesús la enseñanza del Reino. Aquella realidad nueva se plantea como alternativa a la existente, caracterizada por la paternidad de Dios y la fraternidad de sus hijos, y por el lugar preeminente que tienen los más débiles y pequeños. Ahora bien, el carácter de alternativa que tiene el Reino, ¿lo aleja de este mundo y de esta historia? ¿Son los creyentes un mundo aparte del de los hombres normales? ¿Están llamados a distanciarse del hombre de la calle, de los acontecimientos ordinarios, de los avatares de esta historia? Jesús, con un par de brillantes imágenes, comprensibles por todos, nos indica que la alternativa cristiana es existencial, no geográfica ni sociológica. Los cristianos no son seres aparte, el mundo de los cristianos no es otro mundo, la historia de la salvación no es otra historia. Pero la fe hace que estos hombres, este mundo y esta historia queden sazonados e ilusionados por el amor gratuito de Dios y la respuesta de la fe. La sal no sirve para nada si no se disuelve en los alimentos.

Distinguimos cuándo la comida está sabrosa y sazonada, y cuándo está sosa e inapetecible. Y por ellos conocemos la importancia de la sal. Pero ya no podemos separarla de los alimentos. Y de nada sirve enfrentar la sal a los alimentos, cuando precisamente su mayor provecho consiste en darles sabor. Lo mismo experimentamos la existencia y la importancia de la luz, porque la realidad puede estar oscurecida o iluminada. Pero ni la luz ni la oscuridad existen en abstracto, separadas de la realidad, de los objetos que quedan iluminados.

La fe en el Reino de Dios no nos aleja de la vida y de la historia. Al revés, es el fermento para que nuestra vida y nuestra y historia tenga sabor y está iluminada. Los creyentes, si quieren ser fieles a su misión, deben estar inmersos en su propia historia, vivirla codo a codo con los hombres de su tiempo, participar en sus inquietudes, sufrir con sus penas, alegrarse con sus logros, discernir sus errores. Son los nuestros, son los de todos.

Eso sí. Los ciudadanos del Reino de Dios, los constructores de una historia nueva, los seguidores de Jesús, deben aportar a nuestro único mundo y única historia lo mismo que la sal y la luz a la realidad en que se introducen. Jesús utiliza imágenes poéticas, que son mucho más ricas que las racionales para sugerir y despertar nuestra imaginación.

Probablemente en tiempos de Jesús la sal, como ahora, servía para muchas cosas: conservar, sazonar... Pero Jesús establece como su contrario la sosera. La sal que da sabor y la sal que se vuelve sosa y no sazona. Ello trae como consecuencia una tierra ("sois la sal de la tierra") en que los hombres encuentran sabor a la vida, les apetece vivir, no sólo saben (¡hoy sabemos tanto!), sino saborean, tienen un proyecto atrayente, no pasan de lo que ocurre. ¿Verdaderamente como cristianos le encontramos sabor a la vida desde el anuncio de las bienaventuranzas? ¿nuestra Iglesia ayuda, insertándose en esta historia, a que la tierra sea más apacible y sabrosa, puesto que es el lugar del amor de Dios? ¿O nuestra fe se ha vuelto tan sosa que nos ayuda a saber mucho pero a saborear poco o nada? Pero ¿cómo pueden encontrar sentido a la vida quienes sufren, son oprimidos, quedan solos, no triunfan, son perseguidos, acrecientan la marginación? El cristiano no sólo es sal, sino luz. Y Jesús pone en relación la luz que ilumina con la acción, con las "buenas obras". Es el talante del cristiano el que da sabor a nuestra tierra, pero es la actuación del cristiano la que ilumina un mundo que muchos no podrían saborear. ¿Y cuáles son las obras del cristiano? No las que le "conquistan a Dios", porque mucho antes de que el hombre actúe ya es objeto del amor gratuito de Dios, y ése es el "sabor" de nuestra existencia. Sino las obras que "dan gloria al Padre que está en los cielos". Y es el mismo Padre Dios el que nos ha dicho a lo largo de la historia de salvación qué obras le dan gloria.

La primera lectura de hoy recoge un bello texto de los muchos en que a lo largo de la historia de salvación Dios manifiesta qué obras iluminan y le dan gloria. La liturgia ha sido un poco rácana y nos ha reducido demasiado el texto, desprovisto de su comienzo y de su final. Vale la pena leerlo en su totalidad.

El profeta denuncia en nombre de Dios los delitos del pueblo. El pueblo se defiende, pues consulta los oráculos del templo y cumple sus deberes religiosos. Pero "¿para qué ayunar, si no haces caso? ¿mortificarnos si tú no te fijas?" (/Is/58/03-10)."El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas..., dejar libres a los oprimidos..., partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte en tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora..., te abrirá camino la justicia, detrás de ti irá la gloria del Señor" (58,5-8). Y se repite la idea: "...cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tiniebla, tu oscuridad se volverá mediodía" (10).

Se ha cerrado el círculo: el amor de Dios da sabor a nuestra vida. Nuestras obras de justicia y amor iluminan las tinieblas del sinsentido del mundo y reflejan el verdadero rostro de Dios, dándole gloria.

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1990/13


2. OPIO/RELIGION:

¿Cómo podemos hacer que nuestra vida sea luminosa, que valga la pena, que ante los demás "brille como una luz en las tinieblas" según decían las palabras del salmo que hemos leído? Isaías, el profeta que escuchábamos en la primera lectura, lo tenía muy claro, y nos lo decía así: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo". Y luego repetía: "Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas".

No sé si nosotros lo tenemos tan claro como el profeta Isaías. Por eso hoy convendría que pensáramos un poco sobre ello. Y con más razón cuando precisamente el encargo que Jesús nos recomienda en el evangelio, en esta continuación del sermón de la montaña, es éste: ser luz, y actuar de modo que la gente, al vernos, den gloria al Padre que está en el cielo.

Es decir, que los demás, los que no comparten nuestra fe, al vernos actuar sientan y reconozcan que nuestra fe vale la pena.

Que nosotros, los creyentes, vivamos de modo que los que no lo son se sientan atraídos a la fe. Que nuestras preocupaciones, nuestros esfuerzos, lo que luchamos por conseguir, y nuestra misma vida cotidiana, muestren que aquello que nos mueve, aquello en lo que creemos, es verdaderamente una luz para la vida de los hombres, es algo que hace la vida mejor, más humana, más feliz. Y así es como nuestro Padre que está en el cielo recibirá gloria.

Este es el encargo que hoy nos hace Jesús en el evangelio. Y ahora deberíamos preguntarnos si lo cumplimos. Si el modo de actuar de los creyentes y de la Iglesia entera hace que los demás den gloria al Padre del cielo.

Todos hemos oído alguna vez -y seguramente nos hemos escandalizado por ello y hemos protestado- aquella famosa acusación de que "la religión es el opio del pueblo". Que significa que la religión es una especie de adormidera que hace que los hombres, en vez de luchar por una vida mejor y más feliz, se resignen a la pobreza y a la explotación y esperen que la solución de sus problemas vengan del cielo, después de la muerte.

Quizá nos escandalizamos ante esta acusación. Pero yo quisiera decir ahora que, si nos la han podido hacer y repetir, no debe ser sólo por mala voluntad. Debe ser también porque nosotros, nuestra manera de actuar como cristianos y la manera de actuar de la Iglesia, no era luz lo bastante clara, y no provocábamos entonces en los demás el deseo de dar gloria al Padre, sino más bien lo contrario.

Conviene que nos examinemos sobre esto, conviene que veamos si esta acusación nos la pueden seguir haciendo. Que nos preguntemos si somos luz como el profeta Isaías nos enseñaba a hacerlo. Si en la primera línea de nuestras preocupaciones -las de cada uno, las de nuestra parroquia, de nuestra diócesis, de la Iglesia entera- están los deseos y el esfuerzo para que el mundo sea distinto y haya en él más amor y más justicia. Si estamos al servicio de los pobres y somos hombres y mujeres solidarios. Si verdaderamente creemos que sería mejor un sistema social en el que los que tienen más no tuvieran tanto y los que tienen poco pudieran vivir mejor. Si estamos convencidos de que las luchas para la transformación de la sociedad no son algo malo, ni están en contradicción con la vida nueva que ha predicado JC, sino que más bien pueden estar en muy buena armonía.

En definitiva, se trata de ver si la imagen que los cristianos y la Iglesia damos es la de una gente a la que le preocupa el bien y la libertad y la justicia para todos. O si por el contrario damos la imagen de una gente que quiere conservarlo todo como está, que defiende no sé qué derechos adquiridos, que tiene miedo ante cualquier cambio, que querría asegurarse parcelas de poder en la sociedad y en las conciencias mediante las leyes civiles... Que por ejemplo habla más del derecho a tener colegios religiosos que de la necesidad de una reforma agraria en Andalucía o del abandono que sufre Galicia...

O que, más sencillamente, vive satisfecha así como está, y lo único que desea es que no le toquen lo suyo y no la importunen demasiado, y no se preocupa de que pueda haber gente que lo pase mal. O que, como máximo, da una limosna en la campaña contra el hambre, pero la da sin pensar que el hecho de que haya hombres y países que pasan hambre es debido a que al mismo tiempo hay hombres y países que lo pasan demasiado bien, y que eso habría que cambiarlo...

Sí, tenemos que ser luz. Y lo seremos si nuestro modo de actuar y nuestras preocupaciones miran hacia adelante, hacia los hombres y hacia el mundo, y no se encierran hacia dentro, en el miedo y la conservación. Seremos luz si nosotros -cada uno y la Iglesia entera- sabemos tomar el programa de las bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado y sabemos convertirlo en vida nuestra.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981


3. APOSTOLADO/TESTIMONIO:

Continuamos hoy la proclamación del sermón de la montaña, que ciertamente no nos ofrece un programa pasivo.

Por si las bienaventuranzas del domingo pasado alguien las hubiera interpretado como una invitación a la pereza resignada, Jesús nos enseña, con las tres comparaciones de la sal, de la luz y de la ciudad, a actitudes dinámicas y comprometidas dentro de la sociedad en que vivimos. Son tres comparaciones sencillas, pero intencionadas, y que comportan ser testigos y profetas y levadura en medio del mundo, no precisamente con discursos, sino con el estilo de la vida.

-La suavidad y la eficacia de la sal. No es difícil entender el sentido que puede tener la palabra de Cristo sobre la sal. La sal sirve para conservar los alimentos y para dar gusto a la comida.

Un cristiano, en su familia, en su trabajo, en su ambiente, ciertamente puede contribuir a dar gusto y sabor a la existencia y a conservar sus mejores valores. A veces lo que falta a la vida del hombre moderno, a pesar de todos sus adelantos, es la alegría, o el humor, o el amor, a la ilusión de vivir, a una pizca de sabiduría desde la visión de Dios que da sentido a todo.

Naturalmente, no hará falta ayudar a que todavía se dé más importancia a otros ingredientes que dan sentido a la vida, y que ya están excesivamente asumidos hoy: el interés económico, la ambición por el poder...

Como sal en medio de los demás, un cristiano, o una comunidad cristiana, pueden contribuir calladamente (la sal no se impone ni por su violencia ni por su excesiva abundancia) a dar a la vida de la sociedad un gusto de evangelio, que en el fondo es a la vez un valor cristiano y radicalmente también humano. Es una comparación parecida a la de la levadura en medio de la masa de pan.

Pero también cabe el peligro del que habla Jesús: que la sal misma se vuelva sosa, porque ha perdido su identidad, y entonces es totalmente inútil. ¿Qué hace como cristiano uno que no sabe dar a la historia el color justo y estimulante de evangelio cristiano?

-Luz para los demás. Con dos comparaciones más, Jesús nos urge a que seamos luz para la sociedad. El mismo que dijo: "yo soy la Luz", nos dice ahora "vosotros sois la luz del mundo". Los cristianos, -la Iglesia, una comunidad religiosa o parroquial en medio del barrio, cada familia cristiana, cada persona- deberíamos ser portadores de esa antorcha de luz que nos encargó Cristo: la Palabra de Dios, la Buena Noticia de la salvación, la convicción del amor de Dios, el estilo de vida evangélico, que es el que da un sentido de esperanza a la existencia.

Una luz que se esconde en el armario no sirve para nada. A lo mismo apunta una ciudad, que edificada sobre un monte, sirve de día y sobre todo de noche como punto de referencia, como orientación, con sus luces, para los que se encuentran medio perdidos en los caminos del campo o del monte. O los que buscan cobijo y seguridad. Los cristianos, sin grandes pretensiones mesiánicas, deberíamos ser faros, casa acogedora para todos los que en este mundo andan en busca de luz, de verdad, de amor.

-Sólo el que ama es luz. Hay veces en que las lecturas corren el peligro de perderse en imágenes poéticas. Hoy, no. Hoy tienen otro problema: se entienden demasiado. Isaías nos ha dicho una palabra profética clara: ¿quién puede decir que tiene la luz, que es luz? Los ejemplos concretos que él trae se entienden hoy tan claramente como en su tiempo: partir el pan con el que no tiene, no oprimir a nadie, no caer en la maledicencia contra nuestro hermano, no cerrarse a nadie, hospedar a los sin techo, no adoptar nunca un gesto amenazador... Entonces, y sólo entonces, seremos luz ("entonces romperá tu luz como la aurora... y detrás irá la gloria del Señor"). Más aún: entonces y sólo entonces, será agradable a Dios nuestro culto ("entonces clamarás al Señor y te responderá").

Cada uno está llamado, no sólo a salvarse él, sino a ser luz para los demás. Cada uno lo hará según su condición: el papa de una manera y un cristiano "de a pie" de otra, pero todos tenemos un programa muy activo si queremos ser sal y luz en medio de nuestro ambiente. El mismo Cristo Jesús, a quien hemos sabido descubrir en la proclamación de las lecturas y en la Eucaristía, es el que nos sale al paso en los acontecimientos y en las personas que encontramos en la vida. Así como le hemos acogido en la Palabra y lo haremos en la comunión, debemos acogerlo en la persona del prójimo, sobre todo del que sufre: "cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo", nos dirá en el juicio del último día, como nos asegura al final de su libro el evangelista que seguimos este año, san Mateo. Si no conectamos la vida con la Eucaristía, la caridad con la oración, la historia con la liturgia, no seremos, según las lecturas de hoy, luz para nadie.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1990/03


4.

Esta perícopa es propia de Mateo. Sin embargo, también Marcos y Lucas utilizan estas imágenes, pero en contextos y a propósitos distintos: "sal" (Mc 9,50; Lc 14,34-35), "luz" (Mc 4,21; Lc 8,16; 11,33).

Son dos proverbios en forma de parábola los que utiliza Mateo para definir la misión del discípulo de Jesús. A la moral viciada del fariseísmo y de la humanidad en general hay que salarla e iluminarla con la doctrina de Cristo para evitar la putrefacción y caída en la tiniebla.

Las dos comparaciones -sal y luz- tienen finalidades distintas. La primera mira más a la vida personal. La sal trabaja desde dentro, se pierde en el interior de los alimentos, obrando de forma imperceptible y sin espectacularidad. Es así como actúa el reino de Dios: como levadura (Mt 13,33), como pequeña semilla (Mt 13,31-32). La sal, como la semilla y la levadura, son productos esencialmente humildes. La segunda mira más hacia el apostolado...

"Si la sal se vuelve sosa..." No hay sal de la sal, no existe otra doctrina que pueda compensar el desinterés de los cristianos.

¡Cuántos viven sin esperanza al no encontrar en la Iglesia lo que buscaban con ilusión, o viven inmersos en otros planteamientos e ideologías que difícilmente podrán llenar sus corazones!

En el antiguo Oriente todo lo que sobraba en las casas se solía tirar a las callejuelas, como se hace actualmente en los lugares muy abandonados a las afueras de las grandes ciudades y en otros muchos lugares que carecen de recogidas de basuras. Las cosas así tiradas -entre ellas, la sal que ya no servía- eran pisadas por las personas que pasaban por ellas. Jesús partiría de esta realidad para comunicar su enseñanza a los oyentes. Si sus seguidores se "desazonan" de él, si no se comportan como deben, no se podrán suplir por nada y ellos harán el ridículo ante los demás, caerán en el desprecio de la gente. ¿Cómo no abandonar y pisar una religión que traba al hombre, que lo domina, que le impide ser él mismo y gozar de la vida con ese gozo interior que Jesús prometió a quienes le siguieran?

VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO

El símbolo de la luz es más conocido. Gran parte del evangelio de Juan gira a su alrededor.

La luz luce por sí misma. Es suficiente que el discípulo quiera vivir como el maestro para que su ejemplo sea visible a todos, siempre que no lo haga para ser visto (obrar para ser visto es falsear la vida y dejar de ser luz).

"No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte". En Palestina era frecuente emplazar los pueblos en los altos.

Desde el lugar donde tradicionalmente se sitúa el sermón de la montaña se veían tres pueblos en las partes elevadas de las montañas (Safet, Séfforis e Hippos). Es posible que Jesús, siguiendo su costumbre de tomar hechos de la realidad para sus enseñanzas, señalara alguna de ellas para tomarla como símil de lo que quería decirles. También Jerusalén -figura del reino de Dios- estaba edificada sobre un monte y hacia ella debían peregrinar todos los pueblos, por lo que era necesario que su luz iluminara a los caminantes, como ahora debe hacerlo la Iglesia y cada comunidad cristiana.

No podemos dejar de reflexionar que una "ciudad" edificada en lo alto de un monte es mucho más visible, para bien o para mal: será más alabada o más despreciada según sea su comportamiento y según los intereses que se busquen. Las bienaventuranzas son el desarrollo de las consecuencias que acarrea la fidelidad a la luz.

"Tampoco se enciende una vela para ponerla debajo del celemín..." La palabra "celemín" es ininteligible si no conocemos las costumbres de la época de Jesús, en la que el alumbrado de las casas se hacía a base de grasas. Si la llama se apagaba soplando, la casa se llenaba de un tufo irrespirable. Para evitarlo se apagaba colocando sobre la lámpara un celemín u otro recipiente para que, al faltarle a la llama el oxígeno, se apagase lentamente, sin producir tufo. Es decir, el celemín servía para apagar la vela sin producir efectos nocivos. Si tenemos en cuenta que las casas de los pobres constaban de una sola habitación, el símil de la vela adquiere su pleno valor. ¿Para qué encender una vela que se piensa apagar inmediatamente?

La enseñanza de los dos ejemplos -ciudad y vela- es clara. El cristiano tiene que iluminar "a todos los de casa", a toda la humanidad: "Sois luz del mundo", ha dicho Jesús. No podemos escondernos, sino que hemos de actuar con palabras y hechos, hacer visible de alguna manera el reino que con tanta ilusión y entrega predicó y vivió Jesús.

La luz no son sólo ideas y pensamientos. Los discípulos no deben llevar a los hombres nuevos conceptos del mundo, nuevas filosofías o enseñanzas principalmente, sino acciones vivas que puedan ser oídas y vistas.

Jesús concluye: "Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".

La luz alumbra cuando se destierra la opresión, la injusticia... y se edifica el amor, la justicia, la fraternidad... En la medida en que los hombres vean que los que se dicen creyentes proyectan la luz de la liberación total, en esa misma medida darán gloria al Padre. La liberación de todo mal es el signo de la presencia de Dios entre los hombres. Las bienaventuranzas son el camino. El cristiano es la semilla de una humanidad sin fronteras...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2 PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 20-22


5.

A veces me pregunto si los cristianos nos diferenciamos de los que no creen en Jesucristo. ¿Se nos podría identificar por la calle como personas distintas entre mucha gente que no cree en Dios? ¿O somos como los demás: individuos oscuros en medio de la masa gris de nuestra sociedad?

-Advertencia de Jesús. En el sermón del monte Jesús esboza una imagen concreta de su comunidad: "¡vosotros sois sal de la tierra... Luz del mundo!" Luz no es oscuridad, y el gusto de la sal nada tiene que ver con una sopa sosa. En el peor de los casos la sal puede volverse insípida y la luz estar escondida. Pero precisamente sobre eso advierte Jesús a su Iglesia. Los discípulos tienen que ser luz espléndida y gustosa sal. La Iglesia tiene que sobresalir en un mundo oscuro, tiene que ser una sociedad alternativa: para eso es ekklesia, esto es, "comunidad de elegidos".

Ciertamente que también esto puede ser un peligro: siempre que en la historia se señaló mucho la Iglesia, se puso murallas o se retiró, en tales ocasiones se alejaba de la vocación fundamental indicada en el serm6n de la montaña. ¿Cómo podrá, pues, la Iglesia cumplir la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo?

-Provocación y crisls. FE/EXP-RLSA : Hace unos años, el párroco protestante Martín Kostler publicó un libro que se hizo famoso y produjo mucho revuelo: el cristianismo -reprochaba el autor- ha llegado a convertirse en una de tantas ideologías. Como otras concepciones del mundo, tiene ya una superestructura de principios, normas y fórmulas que han devenido vacíos. Se parece a un elefante con pies de barro. Según Kostler, a muchos cristianos les falta un fundamento capaz de sostener su fe, la cual sólo puede mantenerse sobre la base de una experiencia personal del Dios vivo. De ahí que el libro alemán se titule "Dios sin religión o religión sin Dios".

La crisis de una época es siempre la crisis de su religión. Como solución a la crisis de la fe en Dios, Martín Kostler propone el descubrimiento de una nueva imagen de Dios que, hasta ahora, ha sido rechazada: la del Dios de acá, en lugar del Dios del más allá. Cuando Dios es aparcado en el más allá, toda religión pierde su dinámica. Pero Jesús ha traído a Dios de "aquella" orilla a "ésta". Por eso pudo llamar felices a los desgraciados, porque él los puso en contacto con el poder de Dios, que su mismo Hijo encarnó.

-Fuerza de Dios... También hoy está aquí el poder de Dios y su Reinado en medio de nosotros. Dios no se ha retirado. Y porque la luz sólo puede lucir cuando está alimentada por una fuente de energía, lo que a nosotros importa es que podemos conectamos con la fuerza de Dios. Quien ha experimentado a Dios en la realidad de su vida, puede transmitir su fuerza, iluminar con su luz y construir el mundo según el "gusto" de Dios.

Isaías proclama en la primera lectura cómo se despliega la dinámica divina; el camino es partir pan con los hambrientos, acoger a los sin techo, vestir al desnudo, poner fin a la opresión y no calumniar a nadie. Si la Iglesia no quiere ser una estufa que sólo se calienta a sí misma, tiene que meterse de lleno a realizar su vocación en el servicio a todo el mundo.

-... para un mundo oscuro. Oscuridad hay por todas partes del planeta. El número de aquellos que se hallan a la sombra de la vida es grande. Viven en nuestro pueblo y en países lejanos. Los encontramos en los transeúntes y emigrantes, en los enfermos y en los hambrientos, en los perseguidos y los torturados, en los que están solos y en los que andan errantes. No necesita el mundo los reflejos del neón publicitario, sino la luz de Dios y las personas que la llevan. Los cristianos podemos suscitar esperanza, porque creemos en la salvación de Cristo. Podemos dar amor, porque nos sabemos amados por Dios. Podemos salir en defensa de los "sin oportunidades", porque ésta es la opción de Dios. Podemos luchar en primera línea del frente por la paz, por la justicia, por la conservación de lo creado, porque Dios nos ha confiado precisamente y nada más este mundo.

-Una vocación. "¡Vosotros sois sal de la tierra... Vosotros sois luz del mundo!" Tal afirmación de Jesús debe hacernos dudar y ponernos en guardia para que nuestra comunidad salga de la apatía, se libere del miedo y se abra, a la vez, a la experiencia del Dios viviente. Todo cristiano recibió en su bautismo la luz de Dios. Nuestra vocación es dar luz a los hombres.

EUCARISTÍA 1993/08


6.

-Dar razón de nuestra esperanza 

La apologética ha sido, en la historia de la Iglesia, no sólo una ciencia, sino una actividad a la que se han dedicado muchas energías y grandes creyentes; la invitación que escuchamos en la primera carta de Pedro («dispuestos a dar siempre razón de vuestra esperanza a todo el que os pida una explicación») motivó a muchos a desarrollar argumentos y razones para apoyar y alentar la fe.

Reconociendo el valor de la apologética, tenemos que admitir que la pura argumentación lógica, racional, no ha dado todos los frutos que de ella se esperaban. Muchas veces se intentaba vencer por la fuerza de la razón, pero la fe requiere, más bien, convencer por otros caminos.

-El argumento de la propia vida 

La Ilustración metió a la fe en el saco de las realidades no empíricas, no demostrables, y los esfuerzos de la apologética clásica no pudieron hacer prácticamente nada para contrarrestar semejante embate; el mundo de la religiosidad quedó tocado del ala, a la espera de una apologética nueva, o de un nuevo tipo de apologética: la propia vida de los creyentes, el testimonio de la Iglesia.

En realidad, lo que Jesús pide a los suyos está más en la línea del testimonio de vida que de la argumentación racional. Lo ideal, las dos cosas juntas; caso de tener que optar por una de las dos: la práctica, la vida.

Jesús no dice a los suyos: «vosotros sois los cerebros del mundo». Jesús no pide a los suyos que sean sal y luz del mundo: Jesús anuncia y afirma que sus discípulos son sal de la tierra y luz del mundo; así debe alumbrar la luz de la vida de los discípulos a los hombres, para que todos vean el bien que hacemos y den gloria al Padre del cielo.

-Ser sal

a)La sal conserva, mantiene; el cristiano-sal-del-mundo trata de conservar al hombre, al ser humano con sus características, sus cualidades, sus valores, su capacidad de amar, de vivir en comunión con los hombres, su capacidad para relacionarse con el Padre Dios. Conserva al hombre libre de corrupciones como: La deshumanización, el consumismo, las mil formas de esclavitud que se dan en nuestros días, la violencia, el hedonismo...

b)La sal sazona; el cristiano-sal tiene (porque puede) que darle a la vida alegría, esperanza, sentido, razón de ser; motivos para hacer frente a las dificultades con ilusión, para superar los problemas, para no dejarse llevar por el desánimo ni el abatimiento; motivos para luchar por los pobres, para defender al indigente, incluso para dar la propia vida por el hermano, porque el cristiano sabe que quien pierde su vida por el hermano la recupera para siempre. El cristiano tiene, en fin, la gran alegría de saber que el amor de Dios es lo más fuerte que hay en la vida.

c)La sal no se ve, pero actúa; así el cristiano-sal: sin espectacularidad, sin palios, sin espadas, sin escenarios, sin focos, sin grandes masas que le aplaudan, sin espectaculares movimientos de masas ni teatrales decorados... Todo eso no es sal, sino espectáculo; puede mover masas, pero ¿mueve corazones? No necesita el cristiano ir con el hábito por delante, sino con el testimonio de su vida, con el ejemplo de su amor solidario para con los pobres; estar, aunque no se nos vea, pero eficazmente, dando sabor a la vida.

-Ser luz

a)La noche la dedicamos para descansar, dormir; con la luz del día todo vuelve a la vida, todo se pone en marcha de nuevo; y si queremos desenvolvernos en medio de la noche, encendemos la luz; también suspiramos por un poco de luz en medio de los problemas, de las dificultades; empezamos a ver la luz cuando los problemas se van solucionando, dan «a luz» las mujeres que traen un nuevo ser a la vida.

b)La luz, en mil expresiones e imágenes diferentes, se convierte en paradigma de lo bueno, de la vida, de lo positivo. Y los cristianos somos definidos por el Señor como «la luz del mundo», que es tanto como decir que los cristianos somos la vida, la marcha de las cosas, la posibilidad para ver y comprender la vida, la solución de los problemas, el alumbramiento de nueva vida...

Verdaderamente todo esto puede parecer demasiado utópico, demasiado bonito, demasiado hermoso para ser cierto. Quizá nos parece un sueño imposible, una fantasía irrealizable. Y acaso por eso mismo es por lo que nos cuesta tanto creérnoslo. Si no nos lo creemos, no lo podemos hacer; si no nos creemos que somos sal y luz, ni conservaremos, ni sazonaremos, ni iluminaremos. Y nos consolaremos diciendo que es imposible. Pero no es así: no lo dejamos de hacer porque sea imposible, sino que es imposible, sencillamente, porque no estamos convencidos de ser sal y luz del mundo.

-Sin prepotencias... pero sin rubor No estamos haciendo una llamada a posturas prepotentes: no olvidemos la imagen: ser como la sal, que ni se ve, pero se notan sus efectos. Igual nosotros. No hay que ser prepotentes (en el fondo, la Luz y la Sal es el Otro, y nosotros somos portadores suyos); pero tampoco hay que caer en falsos rubores, en falsas humildades.

Que nosotros seamos la sal y la luz no es mérito nuestro, no es tampoco un derecho ni, en cierto sentido, un privilegio; es una responsabilidad, como el mismo Jesús nos recuerda «si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero como véis...)».

Un pequeño plan para poner en marcha, en nuestra vida, este Evangelio de hoy: Tomar conciencia de que somos sal y luz del mundo. Evitar prepotencias y falsos rubores. Revisar nuestra vida: ¿cómo podemos dar luz y gracia al mundo?, ¿cómo debe ser nuestra vida para conseguirlo?, ¿qué podemos hacer para conseguir que los hombres, al ver nuestra forma de ser y actuar, den gloria a Dios?

L. GRACIETA
DABAR 1993/14


7.

ALGUNAS INDICACIONES

1. Parte tu pan con el hambriento... no te cierres a tu propia carne (1. Iect.). La luz que hemos de hacer resplandecer son las buenas obras y la gente glorificará al Padre que está en los cielos. El evangelio -y la Escritura entera- desconfía de las palabras, por buenas que éstas sean y nos remite a la prueba de los hechos. Estos son los que manifiestan el fondo de nuestro corazón, como los frutos la naturaleza del árbol del que provienen (cf. Mt 7,17).

2. Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado (2. Iect.). Es la sabiduría de Dios. Y debe ser también nuestra sabiduría y nuestro poder. El domingo pasado leíamos el texto anterior: "Este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención". Por eso cuando proclamamos el evangelio, en la celebración de la Eucaristía, todos nos ponemos en pie. Por eso nos llamamos cristianos. Por eso hemos de procurar que nuestra referencia a él no sea sólo de palabra, sino de hechos. Por eso hemos de estudiar los evangelios y ponernos ante los ojos al Jesús real, al Jesús histórico, que acabó en la cruz (cf. Ga 3,1 ) . Por eso debemos escuchar los testimonios de sus primeros seguidores. Este recentramiento en Jesucristo ha sido un gran progreso en nuestra Iglesia: hemos ido dejando atrás esta devoción y aquella otra para leer, comentar y estudiar el evangelio; hemos ido dejando atrás los ejemplos de este santo y de aquel otro para fijarnos en las páginas de los evangelios que nos hablan de Jesús.

3. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo (ev.). En un mundo complejo, en el que las referencias cristianas van perdiendo vigor, y en el que aparecemos como un "pequeño rebaño' (Lc 12,32), podríamos correr el riesgo de complacernos en nosotros mismos, porque "el Padre ha tenido a bien daros el Reino" (id.) y menospreciar a los demás, que no hacen caso de él. Es decir, de alimentar una autosatisfacción enfermiza para compensar nuestra falta de éxito y de acogida social. Estas palabras no deben enorgullecernos por el privilegio de ser sal y luz y maestros de los demás, pobres e ignorantes, que deben ser salados e iluminados por nosotros, los escogidos. Nada de esto; al contrario: nos recuerdan que no debemos perder el poder de salar (es decir, la verdadera condición cristiana de nuestra vida) y que hemos de irradiar esta luz que es Jesucristo con nuestras obras.

4. Entonces glorificarán a vuestro Padre que está en el cielo (ev.). El término de nuestro testimonio no es nuestra propia gloria, sino la gloria del Padre. No es ser reconocidos, apreciados, valorados, tenidos en estima como Iglesia. Ya lo he dicho: la Iglesia no tiene el centro de gravedad en ella misma sino en Dios (y en Jesucristo) y en los hermanos. Más que quejarnos y condenar lo mal que va el mundo y lo malos que son los demás, deberíamos discernir qué hay en su vida que glorifique al Padre del cielo, glorificar nosotros al Padre por esta glorificación de los demás, e interrogarnos sobre qué hay en nuestra vida que no ayude -o que dificulte- esta glorificación.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1993/02

HOMILÍAS 8-14