Hemos
empezado hoy, hermanos, la lectura del llamado «sermón de la montaña», tal
como nos lo ha transmitido el evangelista san Mateo.
Esta
pieza fundamental de la enseñanza de Jesús, la iremos leyendo durante todos
esos domingos que nos faltan antes de empezar el tiempo de Cuaresma, y, por
ello, es importante que reflexionemos sobre el sentido global que contiene esa
colección de máximas y sentencias que Mateo pone en labios de Jesús al
comienzo de su predicación, como el resumen programático de todo el mensaje
cristiano.
En
cuanto a su contenido, nos pueden ser útiles estas palabras de un comentarista
moderno, Joachim Jeremías: «El sermón de la montaña no es ley sino
evangelio. Porque esta es la distinción entre ambos: la ley pone al hombre ante
sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo; el evangelio sitúa
al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable
en fundamento de su vida. Dos mundos».
Ello
significa que el sermón de la montaña -encabezado por la proclamación solemne
de las bienaventuranzas- no es un código jurídico, ni tampoco, propiamente
hablando, una lista de normas morales: se trata, en cambio, del anuncio gozoso
de las condiciones que hacen posible el seguimiento del camino del Reino de
Dios, trazado por Jesús.
Dicho
de otro modo: el sermón de la montaña no constituye el resumen de las normas
legales y éticas que rigen la vida cristiana, sino que es, sencillamente, la
proclamación de las consecuencias -exigentes y liberadoras al mismo tiempo- de
la fe cristiana cuando se vive de veras.
Sin
ánimo de sentar cátedra ni hacer un análisis exhaustivo, vamos a intentar
desenmascarar algunas falsas concepciones de las bienaventuranzas; vamos a
tratar de ver qué no son las bienaventuranzas, muy brevemente.
-Frecuentemente
se han considerado las bienaventuranzas como las pautas de vida del cristiano,
como el camino para seguir a Cristo; ni Cristo las presenta como tales, pues
simplemente hace una relación de quiénes son dichosos, ni podemos nosotros
interpretarlo así, puesto que en ellas para nada se habla de seguimiento de
Cristo. A Jesús no se le sigue simplemente llorando, porque hay muchos que
lloran y eso no significa que le sigan a él; ni basta con ser pobres, pues hay
muchos pobres de quienes no se pueden decir en absoluto que sigan a Cristo, etc.
-Tampoco
se pueden entender las bienaventuranzas como el código de ética cristiana, o
como los mandamientos de la nueva ley (a pesar de los paralelismos del evangelio
de hoy con la escena del Sinaí). Cristo no dio más que un mandato, el del
amor; y las bienaventuranzas, repito, no son más que una relación de quiénes
son dichosos; ni siquiera tienen la forma gramatical de unos mandatos.
-Las
bienaventuranzas no son un seguro para la felicidad, ni indican el camino a
seguir para alcanzar la felicidad, ni son una bendición que cause la felicidad,
ni son, tampoco, un seguro para la salvación; nos demuestra la experiencia que
cientos de personas sufren, lloran, pasan hambre... y no son felices. Las
bienaventuranzas no aseguran al pobre que, por el simple hecho de serlo, sea
feliz -la experiencia nos lo demuestra. Esa pobreza ha de tener un por qué que
la explique y le dé sentido.
-Mucho
menos se puede decir que sean un consuelo, una anestesia contra los males del
mundo; ésta sería una solución alienante para tales males o problemas -en
realidad ni siquiera sería solución-; sería una salida esclavizadora,
impropia del estilo de Jesús. Las bienaventuranzas, entendidas como bálsamo
serían, en realidad, verdadero opio en manos de los poderosos.
Es
importante observar que lo que se declara bienaventurado son las personas y no
las situaciones. La observación es importante porque ello significa que las
bienaventuranzas no convalidan o consagran situaciones sociológicas de
injusticia y dolor, sino que alaban a personas activas, a personas que llevan
adelante una tarea dolorosa o que han hecho una opción dolorosa.
En
la segunda parte de cada uno de los ocho miembros de que consta la enumeración,
Jesús promete en nombre de Dios a todas estas personas un final a su
sufrimiento y dolor. En el pasado se ha querido ver en estas palabras de Jesús
una proclama reaccionaria, adormecedora de conciencias y favorecedora del
mantenimiento de situaciones de injusticia en beneficio de los dominantes. A la
luz del análisis anterior queda bastante claro que una interpretación así
supone un total desenfoque del texto. Nadie con seriedad la sostiene hoy.
En
definitiva, las bienaventuranzas no son algo anterior a un encuentro con Cristo,
algo que nos acerque a él, etc., sino todo lo contrario: las bienaventuranzas
son algo «a posteriori» de un encuentro personal con Cristo. No son otra cosa
que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Las bienaventuranzas no
son sino algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se
va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Por eso es dichoso el
pobre: porque su pobreza es fruto de una opción por Jesús. Quien llora porque
se le ha muerto su madre no es bienaventurado; todos lloran cuando pasan tal
trance. Quien llora porque el seguir a Jesús le hace comprender cosas que hacen
llorar, quien llega a llorar como efecto de seguir a Cristo, ese es dichoso. Y
así con todas las bienaventuranzas.
Lo
primero es, pues, la decisión por Cristo; y luego, por haber hecho tal opción,
seremos dichosos. Y si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha
no puede venir por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión
en favor de seguir a Cristo.
El
ámbito de las bienaventuranzas es religioso. Es decir, presuponen una toma de
posición previa por Jesús y por el reinado de Dios. Jesús se dirige
exclusivamente a los que han tomado posición por él y por el Reino (=a los
discípulos). Esta toma de posición previa le lleva al discípulo a adoptar
posturas concretas. Estas posturas le colocan unas veces en situaciones penosas
y otras en actividades cuya realización comporta una serie de dificultades.
Tanto en unos casos como en otros el discípulo puede llegar a experimentar el
desánimo, la tentación de mandarlo todo a paseo o puede incluso «quemarse».
Es aquí, ante estas posibilidades muy humanas, donde interviene Jesús y le
dice al discípulo: «No te desanimes. No eres ningún desgraciado. Todo lo
contrario: eres un bienaventurado. Eres tú quien está construyendo el Reino y
llegará un día en que esto aparezca con toda claridad». La perspectiva de
futuro que Jesús introduce no es una evasión; es, sencillamente, la certeza
que necesita el luchador de que su lucha no es una quimera, la certeza de que su
lucha vale la pena porque efectivamente lleva a un termino glorioso.
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Dos
ideas claras. Lo que aquí nos interesa es que seamos conscientes de dos
cuestiones esenciales:
-Que vivir como cristianos trae una serie de consecuencias.
-Que esas consecuencias no deben llevarnos al desánimo, sino a considerarnos y
sentirnos bienaventurados.
El
cristiano, un hombre diferente. Ser fiel a Jesús, vivir como cristiano,
seguir el Evangelio, trae, necesariamente, una serie de consecuencias; y
también podemos formular esta afirmación en sentido inverso: si no aparecen
las consecuencias, si no se producen esas situaciones en la vida del cristiano,
su cristianismo es, cuando menos, de dudosa fiabilidad. Quizá estamos demasiado
acostumbrados a nuestro cristianismo de diario, un cristianismo «especial»
reducido al cumplimiento de unas obligaciones religiosas que, por divorciadas de
la vida, en nada afectan a ésta; unas prácticas que no tienen más
repercusión en la vida que el tiempo que lleva el realizarlas; todo lo demás
sigue exactamente igual; y podemos hacer compatible el realizar esas practicas
con un estilo de vida plenamente idéntico al de cualquier no creyente. Pero no
debemos tener la más mínima duda al respecto: si hay verdadera fe, si hay
auténtica vivencia cristiana, eso se tiene que notar en la vida del creyente. Y
se tiene que notar en que su vida es diferente de lo usual. El estilo de vida
que se construye sobre el Evangelio es realmente diferente de cualquier otro
estilo de vida que no se basa en el Evangelio.
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