EVANGELIO

El Reino de Dios, que se les promete a los pobres, a los sufridos, a los que lloran, a los hambrientos y sedientos, a los pacificadores, no es única y exclusivamente la salvación en el más allá, sino su iniciación en el más acá de este momento. Cuando Jesús proclamaba el Reino de Dios, simultáneamente curaba a los enfermos, daba vista a los ciegos, saciaba a los hambrientos y resucitaba a los muertos.

La dimensión última y global de las Bienaventuranzas es un sentido profundo de pobreza, que nos hace descubrir necesariamente la riqueza de los dones de Dios. Por eso nos acercamos a Dios con indigencia y sin hartura, para dejarnos llenar de El.

 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,1-12a.

En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.