SAN AGUSTÍN COMENTA LA 2ª LECTURA

1 Cor 12,12-30: Si amo sin envidia lo que tiene mi hermano, es mío

...Hemos descubierto, pues, que se puede tener fe sin tener caridad. Que nadie, por lo tanto, se jacte de cualquier don de la Iglesia, si tal vez sobresale en ella por algún don que le haya sido concedido. Vea si posee la caridad. El mismo apóstol Pablo habló, enumerándolos, de muchos dones de Dios presentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia, diciendo que a cada uno se le han concedido los dones adecuados y que no puede darse que todos posean el mismo. Pero ninguno quedará sin su don: apóstoles, profetas, doctores, intérpretes, habladores de lenguas, poseedores del poder de curación, de auxilio, de gobierno, distintas clases de lenguas. Éstos son los mencionados; pero vemos que hay otros muchos en las distintas personas. Que nadie, pues, se apene porque no se le ha concedido lo que ve que se concedió a otro: tenga la caridad, no sienta envidia de quien posee el don y poseerá con quien lo tiene lo que él personalmente no tiene. En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia de ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él; no sería mío, si no formásemos un solo cuerpo bajo una misma cabeza.

Si, por ejemplo, la mano izquierda tiene un anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no; mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos y advierte que la que no tiene adorno lo tiene en aquella que lo tiene. Los ojos ven por donde se ha de ir, los pies van por donde los ojos ven; ni los pies pueden ver, ni los ojos caminar. Pero el pie te responde: «También yo tengo luz, pero no en mí, sino en el ojo, pues el ojo no ve sólo para sí y no para mí». Dicen igualmente los ojos: «También nosotros caminamos, no por nosotros, sino por los pies; pues los pies no se llevan sólo a sí mismos y no a nosotros». De esta manera, cada miembro, según los oficios distintos y peculiares que se les han confiado, ejecutan lo que les ordena la mente; no obstante eso, todos constituyen un solo cuerpo y forman una unidad; y no se arrogan lo que tienen otros miembros en el caso de que no lo posean ellos, ni piensan que les es ajeno lo que todos tienen al mismo tiempo en el único cuerpo.

Finalmente, hermanos, si a algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia, ¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? ¿Qué cosa hay en el hombre más en el extremo que el pie? Y en el mismo pie, ¿qué más en el extremo que la planta? Y en la misma planta, ¿qué otra cosa que la misma piel con que se pisa la tierra? Así y todo, esta extremidad del cuerpo forma tal parte del conjunto que, si en ese mismo lugar se clava una espina, todos los miembros concurren a prestar su ayuda para extraerla: al instante se doblan las rodillas; se dobla la espina -no la que hirió, sino la que sostiene todo el dorso-; se sienta, para sacar la espina; ya el mismo hecho de sentarse para sacar la espina es obra del cuerpo entero. ¡Cuán pequeño es el lugar que sufre la molestia! Es tan pequeño cuanto la espina que lo punzó; y, sin embargo, el cuerpo en su totalidad no se desentiende de la molestia sufrida por aquel extremo y exiguo lugar; los restantes miembros no sufren dolor alguno, pero todos lo sienten en aquel único lugar.

De aquí tomó el Apóstol un ejemplo de la caridad, exhortándonos a amarnos mutuamente como se aman los miembros en el cuerpo. Dice él: Si sufre un miembro, se compadecen también los otros, y si es glorificado uno solo, se alegran todos. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,26-27). Si así se aman los miembros que tienen su cabeza en la tierra, ¡cómo deben amarse aquellos que la tienen en el cielo! Es cierto que tampoco se aman si se apartan de su cabeza; pero cuando esa cabeza de tal manera lo es, de tal manera ha sido exaltada y de tal manera colocada a la derecha del Padre, que, no obstante, se fatiga aquí en la tierra; no en sí misma, sino en sus miembros, hasta el punto de decir al final: tuve hambre, tuve sed, fui huésped cuando se le pregunte: ¿ Cuándo te vimos hambriento o sediento?, como si respondiera: « Yo estaba en el cielo en cuanto Cabeza; pero en la tierra los miembros tenían sed», a esta cabeza no nos unimos si no es por la caridad.

Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia, de forma que el ojo ve, pero no obra; la mano, en cambio, obra, pero no ve; el oído oye, pero ni ve ni obra; la lengua habla, pero ni ve ni oye; y aunque cada miembro tiene funciones distintas y separadas, unidos en el conjunto del cuerpo tienen algo común entre todos. Las funciones son distintas, pero la salud es única. En los miembros de Cristo la caridad es lo mismo que la salud en los miembros del cuerpo. El ojo está colocado en el lugar mejor, el lugar destacado, puesto como consejero en la fortaleza, para que desde ella mire, vea y muestre. Gran honor el de los ojos por su ubicación, por su agilidad y por cierta fuerza que no tienen los demás miembros. De aquí que los hombres juran por sus ojos con más frecuencia que por cualquier otro miembro. Nadie ha dicho a otro: «Te amo como a mis oídos», a pesar de que el sentido del oído es casi igual y está cercano a los ojos. ¿Qué decir de los restantes? A diario dicen los hombres: «Te amo como a mis propios ojos». Y el Apóstol, indicando que se tiene mayor amor a los ojos que a los restantes miembros, para mostrarse amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy testimonio en favor vuestro de que, si os hubiera sido posible, hubiérais sacado vuestros ojos y me los habríais dado a mí (Gál 4,15).

Nada hay, por tanto, en el cuerpo más sublime y más respetado que los ojos y nada hay quizá más en la extremidad del cuerpo que el dedo meñique del pie. Aun siendo así, conviene que en el cuerpo haya dedos y que estén sanos,-antes que sean ojo cubierto de legañas por alguna afección, pues la salud, común a todos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene un don pequeño, y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la misma Iglesia otro más eminente, con un don mayor, que, sin embargo, no tiene caridad; sea el primero el dedo más alejado, y el segundo el ojo. El que pudo obtener la salud, ése es el que más aporta al conjunto del cuerpo. Finalmente, es molestia para el cuerpo entero el miembro que enferma, y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración para que sane el enfermo y la mayor parte de las veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre engendrada indicase la imposibilidad de ello, de tal modo se mira por el bien de todos, que se le separa de la unidad del cuerpo.

Sermón 162 A, 4-6