35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
27-35

27.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande (1L). Estas palabras tomadas de la primera lectura del profeta Isaías, nos ofrecen un tema unificador para la liturgia de este domingo. Mateo en el evangelio aplica el oráculo de Isaías a la venida de Jesús y a su retiro ocasional en la región de Zabulón y Neftalí (tierra de gentiles) (EV). Jesús es la luz que ilumina las tinieblas, es el salvador que nos rescata de la muerte. Cristo llama a Simón y Andrés, a Santiago y a Juan para que colaboren con él en la misión redentora; de algún modo los hace partícipes de esa luz que desciende del cielo e ilumina la vida de los hombres. En la carta a los Corintios (2L) san Pablo insiste en la unidad de los cristianos: ellos no pueden estar divididos porque Cristo ha muerto por todos. Todos, por tanto, se deben dejar penetrar por el amor de Cristo hacia la humanidad y hacerse heraldos de esa luz que ilumina el corazón de los hombres.


Mensaje doctrinal

1. El Señor es mi luz y mi salvación. (Salmo 26. Salmo responsorial). El hombre había sido creado en amistad con Dios y con una inefable belleza, pero por el pecado había perdido su original hermosura y ya no reflejaba la luz de su creador. Había dejado caer la confianza en Dios y, por envidia, había caído de la "gracia del principio" perdiendo los excelsos bienes entre los que había sido creado. Así, el pecado introdujo las tinieblas y la muerte en la historia del mundo. La imagen de nuestros primeros padres expulsados del paraíso expresa la gran tragedia humana: su rostro se ha ensombrecido. El género humano estaba necesitado de un redentor y el Padre envió a su Hijo. El salmo 26, leído en clave cristiana, expresa adecuadamente los sentimientos del hombre que se siente oprimido por las tinieblas y el pecado y ve en Cristo al redentor. El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo Resp.). Jesucristo, revelación del amor del Padre, ilumina toda situación humana por dramática que ésta sea, porque él ha asumido nuestra condición humana hasta sus últimas consecuencias. Él carga sobre sí el pecado de todos nosotros y se ofrece al Padre como víctima de propiciación. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12). Cuando Cristo ilumina nuestras almas no hay lugar en ella para el temor o el desaliento, por el contrario, en ella surge la paciencia que todo lo soporta, la fortaleza capaz de las más grandes empresas, la generosidad que nos se reserva nada para sí. El alma descubre en sí capacidades hasta entonces desconocidas. "Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor". Palabras estupendas que iluminan nuestra existencia muchas veces turbada por las angustias del mundo, por los temores del mal, por la incertidumbre del futuro. Cristo no deja de llamarnos: Venid y seguidme… Está cerca el Reino de los cielos (EV)

2. Jesucristo, desde el inicio de su vida pública, llama a otros y los asocia a su misión salvífica. Jesucristo ha querido asociar a los hombres con la obra salvífica. En el evangelio de hoy lo vemos llamando a los primeros apóstoles para que lo sigan y para constituirlos pescadores de hombres. Ellos, entrando en su interior, experimentan el amor electivo de Jesús y manifiestan una disponibilidad y una generosidad ilimitada sostenidos por la gracia divina. Dejan a su padre, dejan su antiguo oficio y se ponen en camino siguiendo las huellas de Jesús. Cristo quiso que el hombre participara en la misión redentora. Él será el verdadero y único mediador, pero los hombres, llamados por él, serán sus apóstoles quienes proclamarán el Evangelio. Los apóstoles, por su parte, van profundizando poco a poco en el significado de su participación en la misión de Cristo. La experiencia profunda de esta participación los hará exclamar: nosotros no podemos mas que hablar de lo que hemos visto y oído (Hch 4,20). Esta experiencia es la que hará que san Pablo repita de mil modos que Cristo lo eligió para ser apóstol del evangelio sin ningún mérito propio, y que él tiene el deber y el derecho de predicar y ¡Hay de él si no lo hiciese! En toda llamada de Dios se da esta participación en la misión real de Cristo, o sea el hecho de redescubrir en sí y en los demás la particular dignidad de la propia vocación, que puede definirse como "realeza". Esta dignidad se expresa en la disponibilidad para servir, según el ejemplo de Cristo, que "no ha venido para ser servido, sino para servir" (Redemptor Hominis 21). Hay que mirar con infinito respeto la vocación divina a una entrega total. Así como Dios llamó en el pasado a los apóstoles, así también hoy sigue llamando a muchos jóvenes, chicos y chicas, a una vida de consagración total a la extensión de su Reino. A nosotros, miembros de la Iglesia, nos corresponde estar abiertos a la llamada de Dios, bien sea que se escuche en nuestro propio corazón, bien sea que se dirija a otros.


Sugerencias pastorales

1. El sentido de la propia existencia: el Señor es mi luz. Muchas veces atravesamos por momentos de dificultad en nuestra vida, hay obscuridad, confusión, tristeza y decaimiento. En ocasiones estos estados nacen de los acontecimientos mismos de la vida, como por ejemplo una enfermedad, la muerte de un ser querido, una desgracia familiar... A veces se trata de obscuridades interiores: pruebas de Dios, sequedades espirituales, sentimiento de la propia fragilidad moral, pérdida de la energía interior... Ante esta situación humana tan universal, tan compleja y diversificada, Cristo no responde directamente, ni en abstracto. Él invita a hacer de toda situación humana una situación salvífica. Al llamar a los apóstoles él no responde directamente a su problemática existencial, más bien los invita a una misión nueva e inesperada, una misión difícil que exigía muchas renuncias, les abre horizontes desconocidos. Es como si les dijese: "venid, tomad parte en la obra de la redención con vuestros trabajos y sacrificios, llevad vuestra propia cruz y unidla a la mía". De este modo, no se trata de descubrir el sentido de la propia vida para después entregarse a los demás, sino más bien es entregándose y sirviendo al prójimo como aparece claro y diáfano el sentido del propio existir. Sobre este hombre, sobre su rostro, la luz de Cristo ha brillado, Dios mismo ha desvelado su rostro y lo ha introducido en una experiencia de amor. Entonces es cuando el hombre puede exclamar con el Salmista: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? el Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar? Salmo responsorial.

2. La promoción de las vocaciones. Una comunidad parroquial que vive intensamente su fe es una comunidad en la que surgen y deben surgir las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio. Así como en tiempo de Jesús surgían las vocaciones de modo espontáneo gracias a su predicación y a la invitación explícita que dirigía a los jóvenes, así también hoy deben surgir las vocaciones donde se cultiva la vida cristiana y donde se da acogida a la llamada de Cristo. No hay que temer el proponer abiertamente la vocación a las almas, porque sabemos que es Cristo mismo quien sigue llamando a los hombres a consagrar su vida a la predicación del Reino. No hay que temer proponer a los jóvenes el camino de la vocación, porque Cristo sigue teniendo necesidad de ellos para proclamar el evangelio. Se trata de una consecuencia natural de la economía de la salvación. La mies requiere operarios para que sea recogida, la palabra requiere predicadores para ser proclamada, las islas requieren apóstoles para que "a todas partes alcance su pregón". Las actuales dificultades en la consecución de vocaciones no deberían desalentarnos, más bien, deberían enardecernos para redoblar los esfuerzos para obtener buenas y abundantes vocaciones. Estos esfuerzos podrían dirigirse en tres direcciones:

- Despertar en la vida familiar el aprecio por la vocación divina y consagrada de modo que surjan en el seno familiar de forma natural y espontánea esas vocaciones. La familia, sobre todo los padres, aprenderán a respetar la llamada de Dios a alguno/algunos de sus hijo/hijos y a secundarlo con su amor y sacrificio.

- Despertar en los jóvenes el atractivo por la vocación consagrada. Instruirlos con una adecuada catequesis e invitarlos a que si escuchan la voz de Dios en su corazón, no la acallen, sino la cultiven para que se desarrolle hasta la madurez de una vocación.

- Despertar en la comunidad eclesial el amor por las vocaciones de forma que con su oración, con su sacrificio y con oportunas iniciativas todos promuevan eficazmente las vocaciones dentro de la propia comunidad.


28. DOMINICOS 2005

Celebramos la Eucaristía este domingo dentro de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Además conmemoramos el cuadragésimo aniversario de la promulgación del decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, “Unitatis redintegratio”. Las lecturas urgen a la conversión para poder ser testigos de la luz del Evangelio. Una comunidad unida es testimonio de la Buena noticia de Jesús.

Comentario Bíblico
El Evangelio comenzó en Galilea

Iª Lectura: Isaías (8,23-9,3): Poema de la paz
I.1. Esta lectura, forma parte de uno de los poemas más sobresalientes del libro del gran maestro del s. VIII. En realidad, se trata solamente de la introducción de un poema a la paz (8,23-9,6), como lo ha descrito brillantemente un gran especialista español. Diríamos que la lectura no es completa porque falta la descripción de por qué llega la luz a Galilea, al territorio antes desolado y en tinieblas; es decir, aquello de “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado...”. Es un poema que muchos estudiosos atribuyen a la escuela de Isaías, no al maestro directamente, y que vendría a descifrar un momento determinante de la historia de Judá, concretamente un siglo después, cuando el gran rey Josías (640-609 a. C.), un muchacho todavía, sube al trono, a causa del asesinato de su padre Amón, con el propósito de liberar el norte, la Galilea de los gentiles, de la opresión de los asirios.

I.2. Así vivieron durante mucho tiempo, caminando en tinieblas y habitando tierra de sombras, todo el tiempo de su bisabuelo Manasés (cf 2 Re, 21-3-9), unos cincuenta años, que estuvo en manos de la política y las influencias religiosas de Asiria. De repente, se produce el cambio prodigioso e inesperado: brilla una luz que lo inunda todo de alegría, semejante a lo que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín, en razón del final de la opresión o del final de la guerra. En este contexto histórico, pues, se explica mejor este poema de la paz, que la tradición cristiana lo entendía como mesiánico y lo aplicó a Jesús, como vemos, en el evangelio del día de hoy en Mateo.

I.3. Pero como sucede casi siempre con los oráculos proféticos, no todo se explica por el acierto del momento en que se pronuncian (aunque es importante), sino por el futuro que llevan esos oráculos en sus entrañas. Los profetas, a veces, ni siquiera pueden controlar sus imágenes, sus símbolos o su eficacia. En realidad este oráculo no puede extinguirse en un presente que pronto terminó… sino que encienden en las palabras del profeta los dones divinos que son el futuro de la humanidad. El Dios de la paz, de la justicia se ha de hacer presente en la historia de una forma eficaz y concreta. Y esto lo percibieron los cristianos al identificar a Jesús con el Mesías.


IIª Lectura: Iª Corintios (1,10-17): Exhortación a la comunión de la comunidad
II.1. La segunda lectura viene a ser una exhortación a la unidad de la comunidad de Corinto. Las gentes de Cloe, una familia, o una comunidad, se han llegado hasta Éfeso, donde estaba Pablo, y le han informado que la comunidad estaba dividida en “partidos”, en grupos, que se atenían a personajes influyentes: Pedro, Pablo, Apolo; se discute si “yo de Cristo” revela un grupo más, o es una expresión de Pablo para dejar claro que todos los cristianos, al único a quien deben seguir, es a Jesucristo. Pablo, además, protesta porque no se ha dedicado a bautizar a muchos en la comunidad, lo han hecho otros. Pero él no quiere ser el maestro de un grupo específico; él ha engendrado a esta comunidad para que viva en el Señor un misterio de comunión, y como él, todos aquellos que hayan recibido el evangelio de uno u otro predicador. La comunión en la Iglesia es más importante que depender de un maestro de doctrina o espiritual.

II.2. Una palabra clave que se ha discutido mucho de esta exhortación es “divisiones” (schísmata) y que muchos identifican con los “partidos” de la Iglesia de Corinto. Se trataría de tendencias ideológicas, claro, no en sentido social propiamente hablando. Existen diversidad de opiniones al respecto, incluso que el grupo de Pablo fuera el de aquellos que se sienten, como el apóstol, libres del yugo de la ley y de las tradiciones judías; como matiz para diferenciarlo de los de Pedro. Aunque, en realidad, el grupo más delicado de enmarcar sería el de Apolo (¿algo así como un grupo de carismáticos de tendencia helenista con tintes de sabiduría? ¡no está claro!). La diversidad de opiniones teológicas no están condenadas en estas pocas palabras de Pablo, pero no se podría decir los mismo cuando esa diversidad teológica rompe la comunión de la ekklesía. ¿Cómo lo soluciona Pablo? Mediante su hermosa y decisiva “theologia crucis” que seguirá a parrir del v. 18.


Evangelio: Mateo (4,12-23): El Reino y el Evangelio de Dios
III.1. El evangelio de Mateo está centrado, específicamente, en actualizar el texto de Isaías que se ha leído en la primera lectura, en una aplicación radical a Jesús de las palabras sobre la luz nueva en Galilea. En la tradición de Marcos ya se había dejado bien sentado que Jesús comienza su actividad una vez que Juan el Bautista ha sido encarcelado. Esto obedece, más probablemente, a planteamientos teológicos que históricos, ya que ambos pudieron coincidir en su actividad. En realidad, Juan y Jesús actuaban con criterios distintos. Jesús es la novedad, la buena noticia, para los que durante siglos habían caminado en tinieblas y en sombras de muerte. Si el texto de Is 8,23ss se refería a una época muy concreta que precedió al rey Josías, en la tradición cristiana primitiva se entendió esto como consecuencia del oscurantismo del judaísmo que había hecho callar durante mucho tiempo la profecía, la verdadera palabra de Dios, que interpretaba la historia con criterios liberadores.

III.2. Y hay más; esta luz no viene de Jerusalén, sino que aparece en Galilea, en los territorios de las tribus de Zabulón y Neftalí, que siempre habían tenido fama de ser una región abierta al paganismo. Más concretamente, Jesús, dejando Nazaret, se establece en una ciudad del lago de Galilea, en Cafarnaún. Es aquí donde comienza a oírse la novedad de la predicación del Reino de Dios, de los cielos, como le gusta decir al evangelio de Mateo. La otra parte del texto evangélico de hoy, la llamada de los primeros discípulos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, -que puede omitirse-, es una consecuencia de la predicación del evangelio, que siempre, donde se predique, tendrá seguidores. En realidad está siguiendo el texto de Marcos 1,14ss.

III.3. Mateo, pues, ha leído el texto de Marcos sobre el programa de Jesús: el tiempo que se acerca es el tiempo del evangelio, de la buena nueva, que exige un cambio de mentalidad (¡convertirse!) y una confianza absoluta (creer) en el evangelio. Los dos elementos fundamentales de este programa, ya han sido puestos de manifiestos por todos: el reinado de Dios (el reino de los cielos le llama Mateo) y la buena noticia que este reino supone como acontecimiento para el mundo y la para la historia. El evangelista, al apoyar este programa en el texto de Is. 8,23ss, está poniendo de manifiesto que esto es el “cumplimiento” de una promesa de Dios por medio de sus profetas antiguos, en este caso Isaías. La “escuela de Mateo” es muy reflexiva al respecto, dando a entender lo que sucede con la actuación de Jesús, desde el principio: llevar adelante el “proyecto de Dios”.

III.4. Sabemos que ese reino, (malkut, en hebreo) no debe entenderse en sentido político directamente. Pero tampoco es algo abstracto como pudiera parecer en primera instancia. Si bien es verdad que no se trata de un concepto espacial ni estático, sino dinámico, entonces debemos deducir que lo que Jesús quiere anunciar con este tiempo nuevo que se acerca es la soberanía de la voluntad salvífica y amorosa de Dios con su pueblo y con todos los hombres. Por eso basileia (griego) o malkut (hebreo) no debería traducirse directamente por “reino”, sino por “reinado”: es algo nuevo que acontece precisamente porque alguien está dispuesto a que sea así. Este es Jesús mismo, el profeta de Nazaret de Galilea, que se siente inspirado y fortalecido para poner a servicio de la soberanía o la voluntad de Dios, todo su ser y todo su vida.

III.5. Si Jesús anuncia que Dios va a reinar (lo cual no es desconocido en la mentalidad judía) es que está proclamando o defendiendo algo verdaderamente decisivo. Si antes no ha sido así es porque es necesario un nuevo giro en la historia y en la religión de este pueblo que tiene a Dios por rey. No se trata, pues, simplemente de aplicarle a Dios el título de rey o de atribuirle un reino espacial, sino del acontecimiento que pone patas arriba todo lo que hasta ahora se ha pensado en la práctica sobre Dios y sobre su voluntad. Dios no será un Dios sin corazón, sin entrañas; o un Dios que no se compadezca de los pobres y afligidos, sino que estará con los que sufren y lloran, aunque no sean cumplidores de los preceptos de la ley y de las tradiciones religiosas ancestrales inhumanas. En definitiva, Dios quiere “reinar” y lo hará como ya los profetas lo habían anunciado, pero incluso con más valentía si cabe. Esa es la novedad y por eso lo que acontece ahora, unido al concepto “reino de Dios” o “de los cielos”, es el evangelio. Con razón se ha dicho que estamos ante el verdadero “programa” de Jesús, el profeta de Nazaret: anunciar el reinado de Dios como buena noticia para la gente.

III.6. El acierto de la escuela cristiana de Mateo fue precisamente leer las Escrituras, Is. 8,23ss precisamente, a la luz de la vida de Jesús. Ahora se están cumpliendo esas palabras de Isaías, cuando el profeta de Galilea anuncia el evangelio del Reino. Siendo esto así, no se podría entender que el cristianismo no sea siempre una religión que aporte al mundo “buenas noticias” de salvación. Siendo esto así, la Iglesia no puede cerrarse en un mensaje contra-evangélico, porque sería repetir, por agotamiento, la experiencia caduca del judaísmo oficial del tiempo de Jesús. Este es el gran reto, pues, para todos los cristianos. Porque Dios quiere “reinar” salvando, haciendo posible la paz y la concordia. De ahí que el reino de Dios, tal como Jesús lo exterioriza, representa la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos bien, se asienta en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Y esto no se reduce simplemente a una visión social, sino que es también, y más si cabe, religiosa, porque Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos de los otros. Además, en toda familia bien nacida, si a alguien se privilegia, es precisamente al menos favorecido, al despreciado y al indefenso. He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús; estas son las buenas noticias que le dan identidad al cristianismo.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
Luz y tinieblas

Tradicionalmente asociamos a la luz aspectos positivos de la vida. Lo luminoso hace referencia a vitalidad, optimismo, esperanza. Cuando tenemos luz sabemos por dónde andamos, vemos con claridad… Por el contrario, la oscuridad queda reservada para aquello que consideramos negativo o amenazante. Las tinieblas pueden ser un símbolo de la desorientación, la desesperanza, el sinsentido, la ignorancia.

En nuestro mundo descubrimos luces y sombras, aunque quizás resalten más los aspectos negativos; motivos no faltan para ello (guerras, catástrofes naturales…). Pero incluso allí donde todo parece estar oscuro también brillan pequeñas luces que iluminan y devuelven la esperanza.

A medida que vamos viviendo constatamos que hay luces que se van apagando en nuestro interior, y lo que antes teníamos claro es posible que ya no lo esté tanto. Por diversas circunstancias puede ir debilitándose la ilusión, la alegría, la capacidad de sacrificio y de entrega, la esperanza, la generosidad. A lo mejor van ganando terreno las zonas oscuras de nuestro corazón, aquello sombrío que todos llevamos dentro.

Jesús es la luz que brilla en la tiniebla, en las “sombras de muerte”. Él nos devuelve la luz pero, para verla es importante reconocer aquello que necesita ser iluminado. Existe una cierta tendencia a dejarse deslumbrar por lo aparatoso, lo espectacular, lo que da renombre e importancia. La luz de Jesús alumbra lo pequeño y lo sencillo, pero con una gran intensidad de vida.


Luz que sigue anunciando

Al comienzo de su predicación, Jesús invita a los discípulos a seguirle. Ellos, posiblemente, no tuvieran muchas luces, pero se sintieron cautivados por su persona y su mensaje. Jesús anuncia la cercanía de Dios mostrándose cercano a los que más podían sentir la ausencia de Dios en sus vidas. También cada uno de nosotros puede convertirse en testigo de la luz aportando sus muchas o pocas luces.

Hay oscuridades pasajeras que atravesamos en distintas etapas de la vida. En ellas nos podemos convertir, los unos para los otros, en esas referencias que todos necesitamos en los malos momentos. Una pequeña luz en forma de gestos de cercanía, apoyo, fidelidad, solidaridad, ayuda a no perderse o sentirse sólo en el camino.

Los episodios más sombríos de la historia del cristianismo tienen que ver con experiencias de división. La ruptura y el enfrentamiento provocan desconfianza y pérdida de credibilidad en quien debería ser referencia luminosa de sentido. Por ello la Unidad de los Cristianos es algo necesario y urgente que requiere el compromiso de todos. San Pablo apela al fundamento de la fe, a la fuente de la Luz, a Cristo, para que la comunidad permanezca unida. Ojalá que, cuando surja la discordia y la pelea, ello no apague la posibilidad del diálogo y la reconciliación.

Carlos Colmenarejo, OP
carloscolme@dominicos.org


29. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Es sabido que la liturgia católica está pendiente de una reforma sustancial, y la necesidad de reordenar la elección de los textos conforme a criterios nuevos y sobre todo explícitos no es la menor de ellas. La incorporación de la segunda lectura a la temática unitaria (en vez de que campe siempre por sus fueros propios), y la posibilidad de que sean varios los ordenamientos litúrgicos de los textos, según objetivos y necesidades distintas, a escoger según variables diversas, serían otras tantas posibilidades. Mientras, es bueno saber que la liturgia no «es» así, sino que la tenemos así a la espera de que llegue un momento más propicio para reactivar las tantas cosas que en la Iglesia católica están detenidas o en hibernación, a la espera de otra coyuntura.

La primera lectura parece haber sido escogido estrictamente por coincidir con la tercera lectura en una alusión geográfica a la zona de Zabulón y Neftalí, zona limítrofe de Israel en la que Jesús se vino a establecer. La segunda -como hemos dicho que sucede casi siempre- va por sus caminos propios, siendo puramente aleatorio que alguna vez encaje con el mensaje de las otras dos. Diríamos que el evangelio de hoy -dada la altura a la que estamos en el año litúrgico- se adecua bien a la altura que correspondería dentro de la vida de Jesús siguiendo un criterio simplemente cronológico: el inicio de su actividad pública, el comienzo del despliegue de lo que será el Jesús predicador del Reino en su plenitud.

Son bastantes los detalles que merecen comentario en este evangelio.

-Jesús comienza su actividad tomando como referencia los signos de los tiempos. Al menos el evangelista hace notar que no empezó Jesús sin más cuando quiso, sino al ver que habían encarcelado a Juan. Jesús reacciona ante los hechos de la historia que le rodea. No viene a cumplir una misión ya programada previamente y que ha de llevarse a cabo con indiferencia «pase lo que pase».

-Jesús «fue a vivir» a Cafarnaúm. Algunos exegetas (Nolan por ejemplo) hacen notar que «se estableció» allí, y que, probablemente, la que varias veces en los evangelios se cita como «su casa» sería casa no de Pedro, sino de Jesús... No hay seguridad, pero no es improbable. Una duda sobre esa imagen tan fácil que nos hemos hecho del Jesús evangelizador itinerante.

-El contenido de lo que sería la «primera predicación» de Jesús, o, más bien, la tónica dominante de la predicación de Jesús: la venida del Reinado de Dios, como buena noticia que invita al cambio... Hoy ya esto lo saben los niños en la catequesis parroquial, cuando hace cuarenta años lo ignoraban todos los cristianos adultos, incluidos los predicadores: que el centro de la predicación de Jesús fue el «Reinado de Dios», un concepto entre medianista y escatológico... O sea: que Jesús no fue un predicador doctrinal teórico, ni un maestro de sabiduría religiosa, ni un asceta... sino un profeta dominado por la urgencia de una pasión, la pasión por el Reinado de Dios que él creía inminente...

-No era sólo un anuncio, sino una conmoción: Jesús anunciaba para empujar al cambio, para animar la esperanza en el cambio que Dios mismo estaba a punto de empujar... Por eso, su anuncio era para la conversión: «cambien su vida y su corazón porque el Reino de los Cielos se ha acercado», traduce la Biblia Latinoamericana.

-Aquí hay una doble dirección: hay que cambiar (convertirse) «porque» viene el Reinado de Dios, y, también, hay que cambiar «para que» venga, para hacer posible que venga, porque cambiando, en nuestro cambiar, ya está viniendo ese Reinado... Son las dos dimensiones: activa y pasiva, receptiva y provocativa, de contemplación y de lucha... sin unilateralismos.

-El carácter concreto del tipo de praxis que Jesús adopta, que no es la de transformar la sociedad él mismo directamente, con sus propias prácticas, no es la de afrontar directamente la tarea, sino la de enrolar a otros, convencer a otros para sumarse a la tarea, y para ello, dedicarse a desbloquear las mentes, a iluminar los corazones, abrir la visión de los demás... para que puedan incorporarse a la transformación de la sociedad. Si se nos permite decirlo así, Jesús, más que una práctica práctica, asume una práctica teórica y simbólica. Él no se hace médico ni se dedica a curar a los enfermos, sino a dar la Buena Noticia, aunque salpica su predicación constantemente con «signos» de curación: «predicaba y sanaba». Teoría y práctica. Esta práctica era apoyo de aquella teoría, y la teoría no era realmente tal, sino una práctica teórica: Jesús ejercía de abridor de mentes, iluminador de corazones, generador de esperanza, transmisor de energías...

-En esa línea se puede enmarcar mejor aún lo de convertir a sus más allegados en «pescadores de personas» (no «de hombres»), lo que él mismo estaba siendo, lo que cualquier discípulo debe también ser. El expansionismo evangelizador misionero proselitista, el querer extender el cristianismo a todo el mundo haciendo tabla rasa de las demás religiones, ya no tiene lugar en una visión a la altura de los tiempos actuales. El ser realmente «ev-angelizador» apasionado por la Utopía del Reino (utopía que no es enemiga de las demás religiones ni pretende imponer ninguna cultura) sigue teniendo plenamente sentido.

Muchos detalles, muchos temas, en un evangelio sencillo pero enjundioso.

Para la revisión de vida

Decía Jesús: Está cerca el Reino de Dios… ¿Lo veo, lo siento, lo percibo, lo intuyo? ¿Miro las cosas desde esa perspectiva única y mayor? ¿Qué Reino soy capaz de ver? ¿Vivo en situación de Buena Noticia? ¿Vivo con optimismo, con la exultante convicción de que el Reino sigue su marcha ascendente y convergente en la historia?

Para la reunión de grupo

- El pueblo que vivía en tinieblas… ¿Cómo vive hoy el pueblo-pueblo, en la luz o en las tinieblas? ¿En qué fundamentamos nuestra afirmación? Centinela, ¿qué hay de la noche?
- Está cerca el Reino de Dios… Eso sería una noticia muy buena para un pueblo que vive en tinieblas… ¿Cómo podemos traducir la Buena Noticia de Jesús hoy para nuestro pueblo?
- Está cerca el Reino de Dios… El Reino de Dios es la Causa de Jesús, y es la Causa por la que el partidario de Jesús (el cristiano) debe “vivir y luchar”.
- Dialogar sobre el tema de la “práctica teórica”. Existe un cierto antiintelectualismo en el ambiente, como si todo lo que no fuera práctica pura y dura, fuera despreciable, fuera idealismo, huída de la realidad, abstracción sin raíces...

Para la oración de los fieles

- Por nuestra comunidad cristiana, para que crezca la unidad entre todos sus miembros y comunidades, roguemos al Señor
- Por las personas que se sienten en tinieblas, sin sentido, sin luz… para que encuentren esa luz en la vida y en las prácticas de los hombres y mujeres religiosos que les rodean…
- Para que redescubramos con ojos nuevos y corazón nuevo lo que significa hoy la buena noticia del evangelio en este mundo cansado y posmoderno del fin de milenio…
- Para que también nosotros, como Jesús, no despreciemos a nadie, y tengamos nuestro “centro de gravedad” no en “el centro”, sino en la periferia, en la tendencia a acompañar y atender a los marginados y excluidos…
- Para que nuestra vida entera sea un mensaje positivo, no una descalificación de los demás, sino un apoyo, un “sí”, una dosis de coraje y de esperanza para todos los que de ello tienen necesidad…

Oración comunitaria
Dios Padre y Madre universal: aviva nuestra fe, nuestro amor, nuestra esperanza, y danos creatividad e intuición, para que sepamos acoger hoy, con ojos nuevos y corazón abierto, tanto el Evangelio de Jesús como todas las otras “buenas noticias” que nos deparas a lo largo y ancho del mundo en todos los hombres y mujeres de cualquier religión, desde cuyas vidas nos sigues hablando y estimulando. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro. Amén.


30. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Isaías 8, 23; 9, 1-4:

El Profeta ve a su pueblo, los israelitas del Reino del Norte, sumidos en la desolación suprema. Teglat Falasar ha invadido el país, lo ha pasado todo a espada y fuego y ha deportado a los infelices supervivientes como esclavos a Nínive. En esta situación, y con la tragedia en puertas para el minúsculo Reino de Judá, el Profeta enciende una radiante luz de esperanza: el Mesías.

— La opresión, angustia, desolación es suma: la tierra de Zabulón y Neftalí (Reino del Norte) ha sido humillado: angustia, tinieblas, oscuridad desoladora, noche, lobreguez suma (vv 8-9). Pueblo que camina en tinieblas, reducido a extrema miseria (sombras del sheol), son expresiones que nos indican la miseria, opresión y esclavitud a que la nación quedó reducida por la guerra, hambre y deportación.

— La antítesis inesperada y gloriosa va a ser la Era Mesiánica que alborea en el horizonte. La tierra humillada se cubrirá de gloria (v 9). A las tinieblas sucede la luz (v 1); a la humillación y opresión, la liberación y exaltación (v 2). Todo poder opresor queda destruido. Una paz exultante y universal hace estallar el gozo en toda la humanidad (vv 3-4).

— Es evidente que el Profeta quiere que interpretemos todas estas expresiones a escala Mesiánica y, por tanto, en sentido espiritual y trascendente. Con ocasión de una miseria nacional, castigo doloroso de los pecados e idolatrías de su pueblo, nos presenta la Era Mesiánica, victoria y liberación del pecado. Esto se ve aún más claro en el v 5, en el que nos da los rasgos del que será Mesías-Libertador. De Él nos dice: “Y es su nombre: Consejero Maravilloso, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la Paz)”. Será un hijo de David (v 6), pero los títulos y los nombres de este hijo de David sobrepasan lo humano, por excelso y glorioso que sea. El N. T. nos dará la luz plena para ver y captar lo que en estas magníficas iluminaciones del A. T. prometían los grandes Profetas. El Evangelio pone a Isaías entre los Profetas del A. T. que mejor han “visto”, y preanunciado a Cristo: “Esto dijo Isaías porque vio la gloria del Mesías y habló de Él), (Jn 12, 41).

1 Corintios 1, 10-13. 17:

En esta Carta de Pablo a los Corintios se tocan temas pastorales de gran interés. Temas que por lo que tienen de humano serán actuales en todas las generaciones. La Iglesia de la tierra no es de perfectos, sino de pecadores que se santifican. Fallos que la buena Pastoral ha de tener en cuenta en todo momento para prevenirlos y, cuando esto no fuera posible, para curarlos.

— El fallo de la Comunidad de Corinto es la discordia que escinde la Comunidad en varios partidos. De momento son ya cuatro, cada uno con su bandera, su grupito, su jefe. Unos se llaman “De Pablo”; otros, “De Pedro”; otros, “De Apolo”; otros, “De Cristo”. No sabemos bien los matices doctrinales, morales y litúrgicos que los distinguían. Los adictos a Pablo podían ser los que blasonaban libertad mal entendida y motejaban de débiles y escrupulosos a los que se consideraban obligados a la Ley Mosaica. Los “de Pedro”, podían ser “judaizantes” que, amparándose con el nombre de Pedro, exigían fidelidad a la Ley Mosaica. De Apolo sabemos que era un retórico muy elocuente y atildado; formó también su grupito, peligroso mas que por el culto de la vana retórica, por el prurito de gnosis a interpretaciones audaces de la Escritura, que degeneraron muy pronto en herejías. Los “de Cristo”, más bien que fieles a Cristo, parecen ser fieles tocados de fariseísmo.

— Pablo se alarma por estas banderías que atomizan la Comunidad; y más por las causas que dan origen a estas escisiones entre hermanos. Nacen sobre todo del orgullo (4, 6-21); otras veces de un falso concepto de la doctrina y vida cristiana que se considera como una filosofía o un sistema de verdades teóricas, al estilo de las escuelas filosóficas y retóricas (1, 18-3, 4); y otras veces de un falso concepto de los predicadores. Estos son “Ministros” de Cristo y no jefes de partidos (3, 5-4, 5). ¿No padecemos hoy los mismos males y por idénticas causas?

— Pablo en el v 17 nos expone cómo la virtud de la vida cristiana no mana de ninguna fuente humana, sino de la Cruz de Cristo. Humanizar el cristianismo es renegar de la Cruz y morir de inanición. Urge cristianizar todo lo humano y vivificarlo de vida divina. La que mana de la Cruz: Del Sacrificio Redentor. Este Sacrificio, ahora Eucaristía, es núcleo unificador, es Espíritu vivificador, es Gracia divinizadora: “Haec Hostia nostrae reconciliationis proficiat, quaesumus, Domine, ad totius mundi pacem atque salutem. Ecclesiam tuam peregrinantem in terra, in fide et caritate firmare digneris» (Prex. Euc. III).

Mateo 4, 12-13:

San Mateo, una vez más, nos presenta a Jesús llevando a plenitud (cumpliendo), en su Persona y en su Obra, todas las profecías y promesas Mesiánicas:

— La “Luz”, el “Gozo”, la “Liberación” prometidas en Isaías (8, 23) se hacen realidad tan luego como Jesús inicia su carrera Mesiánica de Doctor y Redentor. Y la inicia en Galilea. La Era Mesiánica prevista por el Profeta, el Libertador-Mesías por él anunciado, llegó ya (13-17).

— Esto significa también el anuncio que sintetiza todo el temario de la predicación de Jesús: “Convertíos. Llega ya el Reino de los cielos” (17). Es “Reino de Dios” o “de los cielos”. Y se entra y hereda por la conversión. Por tanto, queda eliminado todo sentido político y a escala de bienes y goces terrenos. Se instaura en los corazones. En todos los que se “convierten” a Dios.

— Los vv 18-32 nos narran el llamamiento de las dos binas de Apóstoles. Son los primeros y más adictos y fieles. Convivirán con Jesús y luego proseguirán la Obra de Jesús: el Reino de Dios, que en Mateo tiene ya un claro matiz eclesial. Notemos asimismo cómo todos estos misioneros del Reino renuncian a todo: barca, padre y familia (17). Los “llamados” de hoy a ser mensajeros del Reino, ¿serán menos generosos?


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R.P. Miguel ángel Fuentes, ive


EL PREDICADOR

Nunca hombre alguno habló así (Jn 7,46)

Desde el principio de su ministerio Jesús se presenta como “el Predicador”. Él mismo dice que “ha sido enviado” para anunciar la Buena Nueva del reino de Dios (cf. Lc 4,43). A diferencia de Juan el Bautista, que enseñaba a orillas del Jordán, en lugares desiertos y esperando a quienes buscaban su palabra, Jesús sale al encuentro de aquellos a quienes Él debe anunciar la Buena Nueva. Es la continuación del dinamismo de la Encarnación por la cual Dios va hacia los hombres. Recorría toda la Galilea enseñando en las sinagogas, dice Mateo (4,23); y san Lucas añade que iba por ciudades y pueblos (8,1). No se restringió al pueblo de Israel; el Evangelio también menciona la región de Tiro y Sidón, o sea, Fenicia (cf. Mc 7,31), y también la Decápolis denominada como la región de los gerasenos (cf. Mc 5,1).

El contenido de su enseñanza se sintetiza en una expresión: el Evangelio o Buena Nueva. Es el anuncio del cumplimiento del tiempo mesiánico, de las promesas antiguas y de la llegada del reino de Dios (cf. Mc 1,15). Es un anuncio que plantea a quien lo oye exigencias esenciales de naturaleza moral; indica la necesidad de renuncias y sacrificios, relacionándose así con el misterio de la cruz. El centro de su mensaje se resume en las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-11), que precisa de la manera más completa la clase de felicidad que Cristo ha venido a anunciar y revelar. De éstas ha dicho Fray Luis de Granada: “...El que desea y suspira por la perfección de la vida cristiana, el que quiere ser grande en el reino de los cielos, el que desea ser verdadero discípulo de Cristo y que quiere ser perfecto como su Padre, que está en los cielos, lo es, ponga los ojos en este espejo del Evangelio y en todos los consejos y palabras de Cristo... Y no es menester para esto gastar mucho tiempo ni revolver mucho los libros, porque en solas ocho palabras de San Mateo está sumada muy gran parte de esta perfección”[1].

En la predicación de Cristo resalta también el hecho de que Él intenta transmitir su mensaje sobrenatural adecuándose a la mentalidad y cultura de sus oyentes. Jesús conocía la cultura y la tradición de su pueblo, sus modos de pensar y expresarse, sus cualidades y sus límites. Por eso, a menudo da a las verdades que anuncia, la forma de parábolas: Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’ (Mt 13,34-35).

También hay que destacar en la misión de Cristo Predicador que Jesús no sólo anunciaba el Evangelio, sino que Él mismo se hacía Evangelio. No es sólo una palabra pronunciada la que escuchaban sus seguidores sino una Palabra Encarnada. Jesús se identificaba con lo que decía, lo practicaba y lo vivía. Por eso sus palabras eran palabras de vida: Tú tienes palabras de vida eterna, confiesa Pedro (Jn 6,68).

Nunca un hombre ha hablado como Él, confiesan los espías enviados por sus enemigos (Jn 7,46). Tanta es su fuerza que aquellos que son enviados “para apresarlo” son convertidos si no en seguidores, al menos en admiradores. No a causa de sus milagros sino por su doctrina; no por muchas palabras sino por pocas (su elocuencia no se basaba en los largos discursos que terminan agotando la resistencia del oyente sino en breves y concisas expresiones llenas de vida). Como se expresaba San Agustín: “Tanto es el atractivo de Cristo, que muchos que no creen en Él lo alaban... Es amado por todos, celebrado por todos, por la unción excelente que tiene; por eso es Cristo”[2].

De aquí deducía Santo Tomás algunas de las características de la palabra de Cristo, que tiene por ser, Él mismo, el Verbum Dei, la Palabra de Dios.

Primero, es poderosa para conmover. ¿No es mi palabra como el fuego –oráculo de Yahvéh– y cual martillo que tritura la roca?, dice Dios por boca de Jeremías (23,29). Y de Jesús se dice en cumplimiento de esta profecía: Enseñaba como quien tiene poder y no como los doctores [de los fariseos] (Mt 7,29).

Segundo, es sabrosa para producir consolación. Como dice el Esposo del Cantar: Dame a ver tu rostro y hazme oír tu voz. Que tu voz es dulce y encantador tu rostro (Ct 2,14). Y del Salmo podemos tomar aquellas frases: ¡Cuán dulces son al paladar tus palabras, más que miel en la boca! (Sal 118,103).

Finalmente, son útiles para atrapar y no dejar ir al que las escucha, porque promete los bienes eternos. Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,69). O como dice Isaías: Yo soy Yahvéh, tu Dios, que para utilidad tuya te enseña (Is 48,17).

Como escribió Chesterton hablando de ese “estilo... lleno de camellos que pasan por el ojo de una aguja y de montañas que se precipitan en el mar”: “las cosas que Cristo ha dicho son siempre gigantescas”[3].

(Tomado de su libro INRI Cap IX, EVE San Rafael, Argentina.)

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[1] Fray Luis de Granada, De la Vida Pública de Nuestro Señor, Libro III; en: Obra Selecta, B.A.C., Madrid 1947, p. 784.

[2] San Agustín, Enarrationes in Psalmo 103.

[3] G.K. Chesterton, Ortodoxia, en: Obras Completas, Plaza y Janés 1967, T. 1, p. 659.

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R.P. Juan de Maldonado S.J.

La vocación de Pedro y Andrés

Los diversos evangelistas cuentan de diversa manera la vocación de Pedro y Andrés (Mc 3,13; Lc 6, 13); y parecen indicar que todos los apóstoles fueron llamados a la vez, pero por San Juan (1, 40-41) sabemos que Andrés fue llamado primero y luego Pedro; además, Lucas (5,1-10) nos dice la manera especial de haber sido llamado Pedro, porque no lo hizo Cristo al pasar, sino que habiendo predicado en la nave de Pedro y concediole una pesca de increíble multitud de peces, llamó al asombrado Pedro, sin mentar para nada a Andrés. La primer divergencia se explica fácilmente; porque no se trata aquí de la vocación de los apóstoles para que siguieran a cristo, sino para hacerlos discípulos y después nombrados apóstoles, esto es, maestros que enseñasen a los demás; de modo parecido a como ahora se hacen primero los presbíteros y de entre ellos se escogen los obispos. La segunda dificultad es algo más enredada y, los que dicen que solamente fueron llamados una vez Pedro y Andrés, no sé cómo resolverán la presente duda. Se empeña el intérprete hereje en defender que si los apóstoles llamados una vez volvieron al oficio de pescadores, fueron apóstatas -¡dícelo el apóstata infeliz!-; pero fácilmente desenlazan el nudo los que ponen dos vocaciones de Pedro y Andrés: una, no para discípulos ni compañeros sino para familiares y oyentes, que cuenta Juan, (1, 40-41); y la otra, cuando fueron llamados a que abandonasen todas las cosas y siguieran a Cristo definitivamente, (Agustín, Crisóstomo, Eutimio y Teofilacto). Todavía más fácilmente se deshace la dificultad proponiendo tres vocaciones: la primera, la contada por Juan; la segunda, la narrada por Lucas; y la tercera, la que nota aquí San Mateo. Pero las dos primeras no fueron para el perfecto estado de discípulos, sino para el conocimiento y amistad; y la tercera, para ser discípulos y apóstoles; Esta es la sentencia de Lirano, que ya hago mía resueltamente, aunque voy a exponerla de otro modo. A mi me parece probable, aunque Cristo llamara a Pedro para otra cosa que para ser verdadero discípulos, él, sin embargo, dejadas todas las cosas, le siguió; así que las dos primeras no quisiera llamarlas vocaciones si no, admoniciones y como preparaciones a la futura vocación; no vayamos a hacer que estos dos grandes apóstoles parezcan poco obedientes a Cristo, cuando los demás a la primera voz del Señor, que los llamaba, dejaron todas las cosas y le siguieron. Lo cierto es que ningún evangelista llama vocaciones a las dos primeras; porque Juan sólo dice que Cristo predijo a Simón lo que había de ser: Tú te llamarás Pedro; y Lucas no escribe que Cristo, si no que ellos, visto el milagro de los peces, cuando llevaron las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, siguieron a Cristo. Y lo podemos interpretar así: dejadas, esto es no de la manera que las dejaron cuando Cristo los llamó de verdad, conforme Pedro dijo en una ocasión: He aquí que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido (Mt 19,27), sino que dejaron las naves y las redes, como aquella mujer samaritana dejó el cántaro para ir a la ciudad y decir a sus paisanos: venid y ved a un hombre que me ha dicho a mí todo lo que he hecho. ¿Será por ventura el Cristo? (Jn 4, 28-29). Y Mateo cuenta aquí que fueron llamados, porque narra aquí su verdadera vocación cuando, dejadas todas las cosas siguieron a Cristo.

Os haré pescadores de hombres

Alude al oficio pasado, como en el salmo 77, 70-71, dice David; Le tomó de los rebaños de ovejas cuando las apacentaba con sus crías, para que pastorease a Jacob, su siervo, y a Israel, herencia suya; y al mismo tiempo se describe el oficio de los apóstoles y a Cristo, sumo pescador: él es el que hecha la red en el mar y recoge toda clase de peces (Mt 13,47); con su palabra y virtud se capturan los peces, y sin él se trabaja en vano toda la noche (Lc 5,5). Los cristianos son los peces, porque nacen en el agua del bautismo; por los cual Cristo era llamado por los antiguos, pez, ya que las letras de este vocablo en griego son las iniciales de es estas otras: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.


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San Juan Crisóstomo

"El pueblo sentado en las tinieblas vio una luz grande” Tinieblas llama aquí el profeta no a las tinieblas sensibles, sino al error y a la impiedad. De aquí añade: “ A los sentados en la región y sombras de la muerte una luz les ha salido” Para que os dierais cuenta de que ni la luz ni las tinieblas son aquí las tinieblas y la luz sensibles, hablando de luz, no la llamó así simplemente, sino “luz grande”, la misma que en otra parte llama la Escritura “luz verdadera” (Jn 1,9); y, explicando las tinieblas, les dio el nombre de e”sombras de muerte”

«Luego, para hacer ver que no fueron ellos quienes, por haberle buscado, encontraron a Dios, sino que fue éste quien del cielo se les apareció, dice: “una luz salió para ellos”, es decir, la luz misma salió y brilló para ellos, no que ellos corrieran primero hacia la luz. Y ésta es al verdad, pues antes de la venida de Cristo, la situación del género humano era extrema. Porque no solamente caminaban los hombres en tinieblas, sino que estaban “sentados” en ellas, que es señal de no tener ni esperanza de salir de ellas. Como si no supieran por dónde tenían que andar, envueltos por las tinieblas, se habían sentado en ellas, pues ya no tenían fuerza ni para mantenerse en pie»


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Juan Pablo II

Jesucristo inicia el Reino de Dios


1. 'Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios' (Mc 1, 15). Con estas palabras Jesús de Nazaret comienza su predicación mesiánica. El reino de Dios, que en Jesús irrumpe en la vida y en la historia del hombre, constituye el cumplimiento de las promesas de salvación que Israel había recibido del Señor. Jesús se revela Mesías, no porque busque un dominio temporal y político según la concepción de sus contemporáneos, sino porque con su misión se culmina en la pasión-muerte-resurrección, 'todas las promesas de Dios' (2 Cor 1, 20).


2. Para comprender plenamente la misión de Jesús es necesario recordar el mensaje del Antiguo Testamento que proclama la realeza salvífica del Señor. En el cántico de Moisés (Ex 15, 1)18), el Señor es aclamado 'rey' porque ha liberado maravillosamente a su pueblo y lo ha guiado, con potencia y amor, a la comunión con El y con los hermanos en el gozo de la libertad. También el antiquísimo Salmo 28/29 da testimonio de la misma fe: el Señor es contemplado en la potencia de su realeza, que domina todo lo creado y comunica a su pueblo fuerza, bendición y paz (Sal 28/29, 10). Pero la fe en el Señor 'rey', se presenta completamente penetrada por el tema de la salvación, sobre todo en la vocación de Isaías. El 'Rey' contemplado por el Profeta con los ojos de la fe 'sobre un trono alto y sublime' (Is 6, 1 ) es Dios en el misterio de su santidad transcendente y de su bondad misericordiosa, con la que se hace presente a su pueblo como fuente de amor que purifica, perdona, salva: 'Santo, Santo, Santo, Yahvéh de los ejércitos. Está la tierra llena de tu gloria' (Is 6,3). Esta fe en la realeza salvífica del Señor impidió que, en el pueblo de la alianza, la monarquía se desarrollase de forma autónoma, como ocurría en el resto de las naciones: El rey es el elegido, el ungido del Señor y, como tal, es el instrumento mediante el cual Dios mismo ejerce su soberanía sobre Israel (Cfr. 1 Sm 12, 12-15). 'El Señor reina', proclaman continuamente los Salmos (Cfr. 5, 3; 9, 6; 28/29, 10; 92/93, 1; 96/97, 1)4; 145/146, 10).


3. Frente a la experiencia dolorosa de los límites humanos y del pecado, los Profetas anuncian una nueva Alianza, en la que el Señor mismo será el guía salvífico y real de su pueblo renovado (Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 34, 7-16; 36,24-28).

En este contexto surge la expectación de un nuevo David, que el Señor suscitará para que sea el instrumento del éxodo, de la liberación, de la salvación (Ez 34, 23-25; cfr. Jer 23, 5)6). Desde ese momento la figura del Mesías aparece en relación íntima con la manifestación de la realeza plena de Dios.

Tras el exilio, aun cuando la institución de la monarquía decayera en Israel, se continuó profundizando la fe en la realeza que Dios ejerce sobre su pueblo y que se extenderá hasta 'los confines de la tierra'. Los Salmos que cantan al Señor rey constituyen el testimonio más significativo de esta esperanza (Cfr Sal 95/96-98/99).

Esta esperanza alcanza su grado máximo de intensidad cuando la mirada de la fe, dirigiéndose más allá del tiempo de la historia humana, llegará a comprender que sólo en la eternidad futura se establecerá el reino de Dios en todo su poder: entonces, mediante la resurrección, los redimidos se encontrarán en la plena comunión de vida y de amor con el Señor (Cfr. Dan 7,9-10; 12, 2-3).


4. Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación, como lo demuestran sobre todo las parábolas.

La parábola del sembrador (Mt 13, 3)8) proclama que el reino de Dios está ya actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al final de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29) subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la cizaña en medio del trigo (Mt 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mt 13, 47-52) se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los 'hijos del reino', se hallan también los 'hijos del maligno', los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.


5. De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios en su plena y total realización, es ciertamente futuro, 'debe venir' (Cfr. Mc 9, 1; Lc 22, 18); la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: 'Venga a nosotros tu reino' (Mt 6, 10). Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios 'ya ha venido' (Mt 12, 28), 'está dentro de vosotros' (Lc 17, 21) mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.

Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el reino de Dios puede llamarse también 'reino de Jesús' (Ef 5, 5;2 Pe 1, 11), como afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante Pilato al decir que 'su' reino no es de este mundo (Cfr. 18, 36).


6. Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra 'conversión'. Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (Cfr. Lc 12, 32), que llama 'a su reino y a su gloria' (1 Tes 2, 12); acoge como un niño el reino (Mc 10, 15) y está dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (Cfr. Lc 18, 29; Mt 19, 29; Mc 10, 29)


El reino de Dios exige una 'justicia' profunda o nueva (Mt 5, 20); requiere empeño en el cumplimiento de la 'voluntad de Dios' (Mt 7, 21), implica sencillez interior 'como los niños' (Mt 18, 3; Mc 10, 15); comporta la superación del obstáculo constituido por las riquezas (Cfr. Mc 10, 23-24).


7. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (Cfr. Mt 5, 3-12) se presentan como la 'Carta magna' del reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del reino; manifiestan ante todo la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo (Rom 8, 29) y capaces de tener sus sentimientos (Flp 2, 5 ss.) de amor y de perdón (Cfr. Jn 13, 34-35; Col 3, 13)


8. La enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios es testimoniada por la Iglesia del Nuevo Testamento, que vivió esta enseñanza con a alegría de su fe pascual. La Iglesia es la comunidad de los 'pequeños' que el Padre 'ha liberado del poder de las tinieblas y ha trasladado al reino del Hijo de su amor' (Col 1,13); es la comunidad de los que viven 'en Cristo', dejándose guiar por el Espíritu en el camino de la paz (Lc 1, 79), y que luchan para no 'caer en la tentación' y evitar la obras de la 'carne', sabiendo muy bien que 'quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios' (Gal 5, 21). La Iglesia es la comunidad de quienes anuncian, con su vida y con sus palabras, el mismo mensaje de Jesús: 'El reino de Dio está cerca de vosotros' (Lc 10, 9).


9. La Iglesia, que 'camina a través de los siglos incesantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que se cumpla en ella las palabras de Dios' (Dei Verbum, 8), pide al Padre en cada una de las celebraciones de la Eucaristía que 'venga su reino'. Vive esperando ardientemente la venida gloriosa del Señor y Salvador Jesús, que ofrecerá a la Majestad Divina un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor la paz' (Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo).

Esta espera del Señor es fuente incesante de confianza de energía. Estimula a los bautizados, hechos partícipes de la dignidad real de Cristo, a vivir día tras día 'en el reino del Hijo de su amor', a testimoniar y anunciar la presencia del reino con las mismas obras de Jesús (Cfr. Jn 14, 12). En virtud de este testimonio de fe y de amor, enseña el Concilio, el mundo se impregnará del Espíritu de Cristo y alcanzará con mayor eficacia su fin en la justicia, en la caridad y en la paz (Lumen Gentium, 36).

(De las catequesis de Juan Pablo II, 18-III-1987.)


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Catecismo de la Iglesia Católica

"El Reino de Dios está cerca"

"Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»" (Mc 1,15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos". Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina". Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino".

Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres.

El anuncio del Reino de Dios

Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones. Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:

La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega.

El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4,18). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5,3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes. Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed y la privación. Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino.

Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2,17). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15,7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza. Por medio de ellas invita al banquete del Reino, pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras no bastan, hacen falta obras. Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra? ¿Qué hace con los talentos recibidos? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13,11). Para los que están "fuera", la enseñanza de las parábolas es algo enigmático.

Los signos del Reino de Dios

Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2,22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado.

Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios. Pero también pueden ser "ocasión de escándalo". No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios.

Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos, no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás: "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12,28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios. Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12,31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus", ("Dios reinó desde el madero de la Cruz").


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EJEMPLOS PREDICABLES

El verdadero apóstol es perseguido por Cristo.

En una audiencia dada a un colegio romano, pregunto el Papa Pío X a un seminarista:

- ¿Cuántas y cuales son las notas que distinguen a la verdadera Iglesia de Cristo?

- Cuatro, padre santo: es una, santa, católica o universal y apostólica.

- ¿No tiene más que estas cuatro?

- Y romana - añadió el seminarista.

- Justo: pero ¿cuál es la nota mas evidente?

Todos callaron.

- Pues bien, voy a decíroslo: perseguida. Se lee en el evangelio: “Me persiguieron a mi y también os perseguirán a vosotros”. La persecución es para los católicos el pan nuestro de cada día: esta es la señal de que somos verdaderos discípulos de Cristo.

(Tomado del libro, Ejemplos Predicables, editorial Herder, 1962, Barcelona, Mauricio Rufino, pag 779, Nº 1924).


31. FLUVIUM 2005

Vocación

Contemplamos en estos versículos de san Mateo la vocación, la llamada, de Jesús a algunos de los que serán sus más próximos discípulos. Los llama a llevar a cabo la tarea que poco antes describe el propio Mateo. Iba el Señor predicando que el Reino de los Cielos estaba cerca, y era necesario disponerse por la penitencia para ser dignos de él. Así se cumplía, por fin, lo que todo el pueblo de Israel anhelaba, lo que era la razón de que existiera como un pueblo peculiar, y el motivo de justo orgullo que todo israelita tenía. El Reino de Dios, aunque no fuera lo que imaginaban muchos en Israel, ni una plenitud material ni la liberación de las múltiples opresiones sufridas, sería, sin embargo, la mayor de las riquezas posibles, de acuerdo del plan divino.

Coincide en cierto sentido san Mateo con san Juan. Como leemos también en el cuarto Evangelio, con Jesús llega la luz al mundo: una luz que brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la recibieron. San Mateo recuerda que se cumplía la profecía de Isaías según la cual a un pueblo envuelto en tinieblas y (...) sombras de muerte le alumbraría una poderosa luz. Un acontecimiento insólito ha tenido lugar ante los testigos de la llegada del Señor. Se trata de algo tan importante que es necesario proclamarlo de modo que todos conozcan la noticia, pues, la llegada de esa luz, que es Cristo, reclama una adecuada disposición por parte de los hombres. Algunos no le recibieron, dirá san Juan. Y es que es preciso disponerse con la penitencia, afirmaba el Señor, según san Mateo.

Se trata del Evangelio: una Noticia transformadora de los hombres, que reclama ser acogida dignamente, solemnemente: como el suceso más grandioso jamás escuchado, ya que es la misma Palabra de Dios que habla de Sí en favor de la humanidad. Para tan gran Noticia se necesita una adecuada difusión y, para la difusión, apóstoles; que con su vida y su palabra lleven por todo el mundo esa luz capaz de transformar –engrandeciendo– la vida de los hombres. Pues no es un desarrollo ni una plenitud cualquiera, o de cierta importancia, la que trae Cristo: a los que le recibieron les concedió ser hijos de Dios, dice san Juan. Quiso Dios conceder a los hombres por Jesucristo una grandeza que no teníamos capacidad para imaginar.

Pero para la santidad de Dios, con quien nos unimos en especial intimidad al ser cristianos, se requiere por nuestra parte la máxima perfección de que seamos capaces, pues, el Reino de los Cielos es el Reino de los hijos de Dios, de la Familia de Dios. Y para gozar de tal intimidad es preciso purificarnos, apartando cuanto sea posible de nosotros lo que desdice de la perfección divina: sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto, dirá el Señor. Y ya, al comienzo de su ministerio, advierte: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos.

Asegura así Dios, por otra parte, nuestra condición de criaturas libres, hechas por Él a su imagen y semejanza, pues, únicamente con nuestra cooperación voluntaria para esa purificación, que nos perfecciona por la penitencia, llegamos a ser dignos de la Gracia que Dios nos ha prometido: la de ser sus hijos adoptivos por Jesucristo.

Nunca ahondaremos bastante en el amor de Dios con su criatura humana, a quien quiso abrir su intimidad, plena de toda la riqueza de su perfección. Pero la grandeza y el amor de Nuestro Dios parece que aún se nos muestra más al querer que los mismos hombres seamos otros cristos, con capacidad –como el Señor– para invitar a nuestros iguales a gozar del Reino de los Cielos. Y a esta tarea de formar apóstoles, que prolongarían por todas las generaciones su misma misión, dedicó el Señor su vida pública. Nos encontramos nosotros en un punto entre tantos de historia humana, con la responsabilidad, por tanto, de que no se corte la transmisión del divino mensaje, de que sea cada día más eficaz la llamada de Dios a la humanidad.

Seguidme y os haré pescadores de hombres, dijo a los primeros; dándoles, así, la ocasión de dedicarse a la más sublime tarea que podemos pensar para esta vida. No es ciertamente una ocupación, la de Pedro y los demás, que escogieron según sus gustos, ni tampoco se sintieron para ello especialmente capacitados. Fueron simplemente designados –imperativamente designados, podríamos decir incluso– por el Señor; y esa llamada –la vocación– los hizo capaces; no sólo para responder inmediatamente –según refiere san Mateo–, sino para responder por siempre. La vida de aquellos hombres y de cuantos, mujeres y hombres, han seguido los mismos pasos de Cristo, por sentirse llamados después de aquellos primeros, quedó colmada de sentido. Como la de cada uno de nosotros que, como ellos, también nos llamamos y somos cristianos: discípulos de Cristo.

Así fue la vida de la Madre de Dios, nuestra Madre, a quien nos encomendamos; que –según dice Ella misma–, a pesar de su pequeñez, pudo y quiso acoger las grandezas de Dios su Creador, y es y será por eso con razón, alabada siempre sobre todas las criaturas.


32. El verdadero carisma de sanación, según el predicador del Papa

ROMA, viernes, 21 enero 2005 (ZENIT.org).- En su comentario al Evangelio de la liturgia del próximo domingo, 23 de enero (Mt 4,12-23), el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, aclara cuáles son los medios que tiene el hombre para intentar superar sus enfermedades --la naturaleza y la gracia--, advierte en qué consiste el verdadero carisma de sanación y recuerda el valor corredentor del sufrimiento.

* * *

Mateo (4,18-23)

El pasaje del Evangelio del tercer domingo del tiempo ordinario concluye así: «Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». Aproximadamente un tercio del Evangelio está ocupado por las curaciones obradas por Jesús en el breve período de su vida pública. Es imposible eliminar estos milagros, o darles una explicación natural, sin descomponer todo el Evangelio y hacerlo incomprensible.

Los milagros del Evangelio presentan características inconfundibles. Nunca se realizan para sorprender o para encumbrar a quien los realiza. Algunos hoy se dejan encantar escuchando a ciertos personajes que aparentan poseer ciertos poderes de levitación, de hacer aparecer o desaparecer objetos y cosas por el estilo. ¿A quién sirve este tipo de milagros, suponiendo que sean tales? A ninguno, o sólo a sí mismos, para hacer discípulos o para hacer dinero. Jesús obra milagros por compasión, porque ama a la gente: obra milagros también para ayudarles a creer. Obra curaciones, en fin, para anunciar que Dios es el Dios de la vida y que al final, junto con la muerte, también la enfermedad será vencida y «ya no habrá luto ni llanto».

No sólo Jesús cura, sino que ordena a sus apóstoles hacer lo mismo detrás de él: «Les envió a anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos» (Lc 9,2); «Predicad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos» (Mt 10,7-8). Siempre encontramos las dos cosas juntas: predicar el Evangelio y curar a los enfermos. El hombre tiene dos medios para intentar superar sus enfermedades: la naturaleza y la gracia. Naturaleza indica la inteligencia, la ciencia, la medicina, la técnica; gracia indica el recurso directo a Dios, a través de la fe y la oración y los sacramentos. Estos últimos son los medios que la Iglesia tienen a disposición para «curar a los enfermos». El mal empieza cuando se intenta una tercera vía: la vía de la magia, la que hace presión sobre pretendidos poderes ocultos de la persona, que no se basan ni en la ciencia ni en la fe. En este caso, o estamos ante pura charlatanería y engaño o, peor, ante la acción del enemigo de Dios.

No es difícil distinguir cuándo se trata de un verdadero carisma de sanación y cuándo de su falsificación en la magia. En el primer caso, la persona no atribuye nunca a los propios poderes los resultados obtenidos, sino a Dios; en el segundo la gente no hace sino ostentar los propios pretendidos «poderes extraordinarios». Cuando por esto se leen anuncios del tipo: Mago de tal y cual «llega donde otros fracasan..., resuelve problemas de todo tipo..., reconocidos poderes extraordinarios..., expulsa demonios, aleja el mal de ojo», no hay que tener ni un instante de duda: se trata de tramposos. Jesús decía que los demonios se expulsan «con el ayuno y la oración», ¡no sacándole dinero a la gente!

Pero debemos plantearnos otra cuestión: ¿Qué pensar de quien, a pesar de todo, no sana? ¿Que no tiene fe, o que Dios no le ama? Si la persistencia de una enfermedad fuera señal de que una persona no tiene fe, o de que Dios no la ama, habría que concluir que los santos eran los más pobres de fe y los menos amados por Dios, porque algunos pasaron la vida en cama. La respuesta es otra. El poder de Dios no se manifiesta sólo de un modo –eliminando el mal, curando físicamente--, sino también dando la capacidad, y a veces hasta la alegría, de llevar la propia cruz con Cristo, completando lo que falta a sus padecimientos. Cristo ha redimido también el sufrimiento y la muerte. Esta ya no es signo del pecado, participación en la culpa de Adán, sino que es instrumento de redención.


33.

Como telón de fondo en nuestra reflexión sobre la Palabra de Dios, debemos tener en cuenta que hoy es el Día de la Santa Infancia Misionera, que es una llamada a los niños: “Llegar al niño sin fe, por el niño con fe”. Que los que niños que comen y tienen salud y que saben que Dios es su Padre, ayuden a los niños del mundo entero, que son una inmensa mayoría, que se mueren de hambre, que no tienen salud y sobre todo, no saben que Dios es su Padre.

Hoy la iglesia hace una llamada a los chicos para que tenga eco en los grandes, en nosotros, adultos. Son millones y millones de seres humanos para los que sus vidas tiene un futuro incierto, oscuro, de miedo y hasta de terror por sus creencias religiosas primitivas, “llenas de tinieblas, de sombras y de muerte.”

Y para algunos, es aun mucho peor, porque al no creer en nada, sus vidas no tienen ningún sentido. Y mu-chos se dicen: “ya he vivido bastante. No encuentro sentido a mi vida. No sé qué hago aquí. No sé a donde voy” ... y los pobres, se suicidan.

Hoy es el día de los niños misioneros: “Día de la Santa Infancia Misionera”, que a su vez, nos recuerda a los adultos, nuestra dimensión y responsabilidad, también misionera, de ayudar a los demás a encontrar a Dios en sus vidas, para que sus vidas tengan sentido. para que sus vidas tengan valor. Coincide con la idea cen-tral de

La Palabra de Dios de este domingo, busca colaboradores para esta gran misión, de que todos los hombres se sientan hermanos, para descubrir que Dios es su Padre y que ellos son hijos de ese Dios.

Para llevar a cabo esta misión, de que todos encuentren a Dios en sus vidas, es necesario que los que nos decimos cristianos, que tenemos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, es necesario, repito, que estemos unidos y curemos esa herida grande y profunda de varios siglos de división y sepa-ración, diciendo entre nosotros: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pe-dro, yo soy de Cristo”. Nos tenemos que convertir los 2.000.000 de cristianos en el mundo.
“Convertios, porque el Reino de Dios ya está en medio de vosotros. Ya ha llegado”, nos ha dicho hoy Jesús.

Jesucristo, al conocer el arresto de Juan el bautista por Herodes y el fin de su ministerio de precursor, toma su antorcha de luz y nos grita: “¡Convertios!”. Adoptar una nueva actitud, tened una nueva mentalidad en vuestra vida, porque ha llegado ya para la Humanidad, la vida, la salvación, la luz, con mi Encarnación, con mi nacimiento entre los hombres.

El la 1ª lectura del profeta Isaías, se nos ha recordado un hecho histórico: los ejérci-tos orientales han invadido el Reino del Norte y a sus habitantes los han deportado a Babilonia, en el año 732 antes de Jesucristo. A muchos, les han vaciado los ojos. Por eso afirma con razón y realismo el profeta: “ que viven en el país de las tinie-blas, como los muertos”. Son muertos en vida.

Y este es el reflejo de la situación de nuestra sociedad.

El pobre es cada vez más pobre. El que está solo, se siente cada vez más solo. Los enfer-mos y necesitados, cada vez más abandonados. los ancianos son un estorbo en muchas familias y tanto dentro como fueran, siempre marginados. ¿Por qué seguir, si no lo oímos, ni lo vemos, aunque nos lo digan a gritos los medios de comunicación?

Nos han vaciado, también a nosotros los ojos esta sociedad inhumana, donde triunfa el más fuerte y el más poderoso, el que tiene más y es más desalmado.
Reconozcamos honestamente con la mente y con el corazón que vivimos en “un mundo de sombras y de muerte”.

Pues a pesar de todo, hoy, para nosotros cristianos, se nos enciende una luz de esperanza. Jesús nos dice: “¡Convertios, porque el Reino de los cielos ya ha llega-do”. La luz se ha encendido.

El ha dejado su pueblo de Nazaret, donde se encontraba seguro y protegido, pero al margen de las grandes corrientes humanas de la época. Se va a Cafarnaún con gesto misionero.

En Cafarnaún. que está en Galilea, al norte del país. Era una provincia donde se mezclaban razas y era la encrucijada de pueblos paganos, ruta de las invasiones, un país abierto a todas las ideas, a todas las caravanas, que se dirigían hacia mar.

Allí hay una gran multitud, que vive en las tinieblas y espera la luz. Muchos que esperan al Mesías y Señor. Aquí, en nuestras tierras, también los hay. Nosotros cristianos, ¿qué hacemos? ¿Vamos a su busca, vamos a su encuentro, nos pone-mos en contactos con esas gentes ciegas: paganos, ateos, emigrantes, de otras creencias y religiones, hermanos separados, idólatras, mundanos, drogadictos y degenerados?

Cristo lo ha hecho, para llevarles la luz. Y nosotros ¿no nos encerramos, más bien, en nosotros mismos, buscando la seguridad y tranquilidad del Nazaret de nuestras casas, familias y ciudades? ¿Dónde está nuestro espíritu misionero como Cristo, espíritu misionero, que se nos dio en el bautismo, al recibirlo?

Hay que cambiar de mentalidad y de actitud, hay que convertirse, si queremos no-sotros mismos pasar de las tinieblas a la luz. Y para ello, no debemos vivir desuni-dos, como nos ocurre a nosotros, los cristianos de tantas confesiones, no podemos vivir tampoco desunidos los cristianos de una misma iglesia, diciendo, que: “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo”. Porque todo eso es vivir en las tinieblas, es confundir un mensaje de vida, de salvación, de luz, en una ideología política de partido.

El cristianismo auténtico es la esperanza del futuro de la humanidad, para que a nivel cósmico, se llegue a una verdadera comunidad humana internacional, más aun, universal, como Dios es universal. El cristianis-mo es la mejor baza, que puede jugar hoy el hombre.

Pero hay que convertirse para llevar a los cuatro puntos cardinales la luz. Conver-tirse y seguir a Jesucristo, llevando la antorcha de una nueva concepción de la vi-da, como Simón y Andrés, que dejando las redes, dejando las cosas, aun necesa-rias, como medios de vida: sus barcas y sus redes; no teniendo el corazón apegado y preso de los bienes efímeros de una sociedad de consumo, que nos apresa y atonta y así nos muerde y apresa. Ellos, dejándolo todo, le siguieron.

Hay que seguir a Cristo, que nos llama todos los domingos y a lo largo de nuestra vida, como a Santiago y Juan, que dejaron incluso, los afectos legítimos y natura-les, como el cariño y amor a su padre y a sus compañeros de trabajo, los jornale-ros, y siguieron a Jesucristo en esta aventura de hacer del mundo una familia, de la humanidad, una fraternidad y de los seres humanos todos, los hijos de un Dios, que se nos ha revelado como Padre.

Hoy, en este día de la Infancia Misionera, la Iglesia, hace una llamada a los jóvenes y a sus padres, para que renunciando a afectos legítimos, abráis el corazón, con la ayuda de vuestra familia: padres, abuelos, hermanos, amigos a esta llamada de Je-sucristo para ser personas consagradas a Dios, siendo religiosas o religiosos, siendo sacerdotes, para que a nivel planetario lo inundéis todo de la luz de Dios con vuestro amor amplio, grande y generoso. Rezad, padres, para que Dios confíe en vuestra familia, llamando alguno de vuestras hijas o hijos a esta gran misión.

Que esta Eucaristía, que vamos a celebrar, nos una y nos dé fuerza para dar una respuesta generosa, esta comunidad cristiana de esta parroquia de ………, esta ciu-dad de Santander, a la manera de Andrés y Pedro, de Santiago y Juan: “dejándolo todo, le siguieron.

A M E N

Eduardo Martínez Abad, escolapio
edumartabad@escolpaios.es


34. ¡Esa luz maravillosa!

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova

Reflexión

Homero, el gran poeta griego, nos narra en la Ilíada la epopeya de la guerra de Troya. Y, después de la destrucción de la ciudad de Príamo, nos cuenta en la Odisea todas las aventuras que tuvo que pasar Ulises, otro de los héroes aqueos, en su penoso viaje de retorno a casa, a Ítaca, donde le esperaba su fiel esposa Penélope, su hijo Telémaco y toda su servidumbre. En una de sus travesías tiene que viajar hasta el mismo Hades, el lugar de los muertos, para consultar al adivino Tiresias, que tenía su morada en el más allá. El poeta latino Virgilio reproduce este mismo tema en el libro VI de la Eneida, cuando hace descender a Eneas al sombrío mundo de ultratumba. Al igual que Homero, nos pinta un paraje oscuro y tenebroso, metiéndonos en ese ambiente enrarecido, onírico y surrealista. Es el lugar de las sombras, en donde nunca brilla la luz del sol.

En todos los pueblos de la antigüedad encontramos como una “mística” de la luz, y su guerra contra las tinieblas son un común denominador en todas las religiones y culturas de antaño. Más aún, los fenómenos luminosos aparecen fuertemente cargados de un carácter sagrado y casi siempre la misma divinidad es como una personificación de la luz. En el milenario país de los faraones, por ejemplo, Rah –el dios Sol— era el señor de todo el universo. Entre los sumerios y los babilonios, se consideró a Enlil y Marduk como una encarnación de la luz, en su lucha contra el caos y las tinieblas. En la religión de Zarathustra, Ormuz era el dios bueno –luz— en contra de las fuerzas malignas de Ahrimán. Los griegos divinizaron a Eos y a Helios, y Zeus, Apolo y Atenea, envueltos siempre en la luz, estuvieron entre sus dioses más venerados. Los romanos heredarían el “pan-teón” griego –el conjunto de los dioses— latinizando sólo sus nombres: Aurora, Júpiter, Minerva, etc.; y, en época tardía, introduciendo el culto, de origen oriental, al dios Mitra y al “Sol Invictus”.

Así pues, todas las civilizaciones indoeuropeas –entre las que se encuentran también los pueblos germanos y célticos– lo mismo que las culturas americanas y del Extremo Oriente, han considerado las tinieblas como un símbolo del mal y de la muerte. Y a la luz y al fuego ha estado siempre unida la idea de la belleza, del bien y de la vida.

Por eso, no en vano, desde los primeros versículos del Génesis se nos presenta a Dios creando de la nada a todas las cosas. Y no es de extrañar que lo primero que crea es la luz. Y enseguida separa la luz de las tinieblas. “...Y vio Dios que la luz era buena” (Gen 1, 3-4).

La luz eléctrica es un descubrimiento relativamente reciente. Hace apenas dos siglos ésta no existía, y, cuando se ocultaba el sol, la gente tenía que arreglárselas a oscuras para remediar sus necesidades más fundamentales. Pero a nosotros, los hijos de nuestro tiempo, nacidos en el mundo de la tecnología, esto no nos dice casi nada, y no tiene apenas sentido.

Se cuenta que, en una ocasión, un profesor tirolés volvió de una excursión por la montaña. Eran las diez de la mañana y él ya había terminado su aventura. Había caminado toda la tarde del día anterior y había pasado la noche en una cima de las Dolomitas. Los turistas, extrañados, le dijeron: “Pero, ¡válgame Dios! ¿Por qué va a la montaña de noche? ¿No le basta la luz del día?”. Él sonrió y respondió con buen humor: “Es precisamente la luz la que interesa. La gente de la ciudad no sabe lo que es la luz. Cuando se levantan, el sol está ya alto en el cielo. Y, al anochecer, cuando ya comienza a oscurecer, aprietan un interruptor y encienden las lámparas eléctricas. ¡Qué pueden saber de la luz! En la montaña todo es distinto. Se llega a la cima cuando todo está a oscuras. A las tres de la madrugada aparece el primer resplandor. Es de una belleza que no se puede describir, y cada cinco minutos cambia el color de los glaciares que se ven a lo lejos. La luz se refleja en el aire, como si estuviera iluminado por diversos reflectores. Antes de las cinco, el sol aparece en el horizonte y todo es luminosísimo, de una belleza incomparable. Quien no lo ha visto nunca, no lo puede imaginar”.

Entonces me acordé de lo que contó un amigo mío. Fue de visita a Tierra Santa, hace ya varios años. Y una parte muy importante del tour consiste en subir el monte Sinaí de noche para estar en la cima a la hora del amanecer. Desde allí se contempla un espectáculo maravilloso: el nacer del sol con todos sus colores y la belleza indescriptible de la luz. Es como asistir a una nueva teofanía de Dios, como cuando se aparecía a Moisés en el monte santo.

Otro amigo mío, canadiense, me contó una experiencia inolvidable. Le encantaba levantarse a las tres y media de la mañana. Al principio pensé que estaba un poco loco. Pero enseguida me explicó por qué lo hacía así. Porque es la hora en que se pueden contemplar las auroras boreales. “¡Es algo increíble y fuera de serie!” –me dijo emocionado—. Es una impresión vivísima, de imponderable hermosura y grandiosidad. La fuerza de la luz y la variedad de los colores, la majestuosidad del firmamento y el juego de los astros en el cielo justificaban de sobra el sacrificio de la madrugada.

Yo creo que, a la luz de estas sencillas experiencias humanas, podemos atisbar un poquito el significado de la Sagrada Escritura que hoy pone el Señor a nuestra consideración: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia como se gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”. Este es el mismo texto que la Iglesia proclama en su liturgia en la Misa de Nochebuena. Es el profeta Isaías, anunciando el gozo indescriptible del nacimiento del Salvador.

Estamos en tinieblas cuando no tenemos a Cristo, cuando nos encontramos lejos de Él a causa del pecado, del egoísmo y de los vicios del mundo. Pero se disipan todas las tinieblas de nuestro corazón cuando tenemos a Cristo, y nuestro interior se inunda de luz, de alegría y de plenitud: “Yo soy la Luz del mundo. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

Ojalá que siempre vivamos al lado de Jesucristo. Entonces la luz y el gozo irradiarán a todos los que convivan con nosotros. Y entonces podremos ser, de verdad, auténticos cristianos, seguidores de Aquel que es la Luz del mundo.


35. ¿Partido de Cristo o Iglesia de Jesucristo? Joseph Ratzinger

Homilía pronunciada en el seminario de Filadelfia (EEUU),  en el tercer Domingo del Tiempo Ordinario, el 21 de enero de 1990.  Cfr. Epílogo de su obra: La Iglesia, una comunidad siempre en camino.