REFLEXIONES

1. J/AMEN  J/ESPOSO.

El "amor de Dios": Como es sabido, uno de los temas preferidos en toda la literatura  mística es el de los desposorios del alma con Dios. Sin embargo, la Biblia no reconoce otra  esposa del Señor que no sea el pueblo elegido. A este pueblo, Israel, dirige su palabra y  envía sus mensajeros. Porque ese es el "amor" de Dios.

Con ese pueblo contrae su "alianza". Y lo que hemos llamado revelación bien podría  llamarse también "declaración de amor" de Dios a su pueblo.

La historia de la salvación es, por tanto, una historia de amor.

Aunque no ciertamente un idilio entre Dios y su pueblo. En esta historia hay infidelidades,  pero el amor de Dios es más fuerte que las infidelidades de Israel. Hay en ella  reconciliaciones, renovaciones de la alianza rota. A veces la esposa recibe el nombre de  "Abandonada", otras "Mi favorita". A veces parece como si el pueblo estuviera dejado de la  mano de Dios, otras se describe a Israel como una corona en las palmas del Señor. Por último, Jesucristo es el"amén" de Dios a su pueblo, el "sí quiero", la alianza nueva y  eterna, el matrimonio verdaderamente indisoluble. Pero en Jesucristo y a partir de  Jesucristo, la esposa ya no serán los descendientes de Abrahán según el espíritu sino los  que crean con la fe de Abrahán, el nuevo Israel. Todos estos se incorporan a Cristo para  llegar a ser como una sola carne, como un solo cuerpo animado por el mismo espíritu, que  es el Espíritu Santo.

EUCARISTÍA 1983, 5


2. EU/BODA/ALEGRIA 

La Iglesia es la Esposa de Cristo. Cada vez que celebramos la Eucaristía festejamos las  bodas de Cristo con la Iglesia. Por eso no tiene nada de extraño que Jesús, en Caná de  Galilea, cuando todavía no había llegado "la hora", anticipara misteriosamente el banquete  eucarístico en medio de la celebración de una boda: ¿Qué otra cosa puede significar la  abundante conversión del agua en vino que aquella otra conversión del vino en su propia  sangre...? En las bodas que Cristo contrae con la Iglesia nos ofrece a todos  abundantemente el mejor vino, su propia sangre derramada por todos los hombres.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, la pequeña comunidad reunida en torno a una  mesa, que representa a toda la Iglesia, actualiza y ratifica las bodas de Cristo con la Iglesia,  la Nueva Alianza. Cristo alimenta y purifica a su Esposa, la une entrañablemente a sí  mismo, que es su Cabeza, para llegar a ser con ella un solo cuerpo completo. Todos los  que comen de un mismo pan, son reunidos en un solo cuerpo, recapitulados, encabezados,  en Cristo.

Es así como, según dice San Pablo, un esposo cristiano ha de tratar a su esposa: "como  Cristo trata a la Iglesia". 

EUCARISTÍA 1969, 10


3. AGUA/VINO: CUMPLIDORES O ENAMORADOS. SANTOS/VINO 

Los santos han sido copas de vino nuevo, de vino evangélico, en medio de cantidades  ingentes de agua, el agua de la ley y de la norma, el agua de los cumplidores sumisos y  obedientes, peones dirigidos en manos quizá muy conforme a la ley, al canon, a las  obligaciones propias de su estado, pero no siempre evangélicas; el agua insípida, que no  crea problemas ni dificultades, pero tampoco crea amor.

FE/RELIGION: Al vino se le tiene siempre más miedo que al agua, el que ama es  capaz de imposibles pero el que cumple jamás puede nada. Esa es la diferencia entre el  agua y el vino. Esa es la diferencia entre el santo y el cumplidor, la diferencia entre el  hombre de fe y el hombre religioso. Lo lamentable es que seguimos pidiendo agua y más  agua. Pedimos gente cumplidora, obediente, que se atenga a lo mandado, que no cambie  un acento ni una coma; queremos gente sumisa, a la que se pueda manejar, gente a la que  decirle que debe estar disponible para hacer lo que se le pide con la argumentación de que  "esa es la voluntad de Dios" cuando, en la mayoría de los casos, no se trata más que de la  voluntad cumplidora del que manda".

Pedimos gente así, la buscamos, le damos puestos de responsabilidad, la encumbramos,  la ensalzamos, alabamos su eficacia, su servicialidad. Y en verdad que generalmente se  trata de gente sincera, buena, trabajadora, cumplidora. Pero jamás harán posible lo  imposible.

Hoy, como entonces, sigue habiendo miedo al vino; aunque, a la larga, a los cumplidores  no les queda más remedio que reconocer el valor del vino, el valor de los que han amado,  los "milagros" de que fueron capaces, no tanto por sus extraños poderes cuanto por su  amor.

Pero Jesús sigue empeñado en cambiar el agua en vino, en transformar a los hombres de  la ley en hombre del amor, a los cumplidores en enamorados. A nosotros nos toca decidir si  queremos ser muy buenos, muy cumplidores, seguir en todo la ley y no poder jamás nada,  como el agua, o ser enamorados de Dios y de los hombres, vino nuevo capaz de hacer  posible lo imposible.

LUIS GRACIETA
MISA DOMINICAL 1989, 9


4. UN DOMINGO QUE HACE DE PUENTE. 

Este domingo no es todavía del todo del "tiempo ordinario": es un eco de la Navidad, en  línea con la Epifanía y el Bautismo: "el segundo domingo del tiempo ordinario se refiere aún  a la manifestación del Señor celebrada en la solemnidad de la Epifanía, "con lecturas  evangélicas tomadas de san Juan: este año, las bodas de Caná (cfr. "Ordenación de las  lecturas de la Misa", OLM 105).

A lo largo de los domingos y fiestas siguientes, guiados este año por san Lucas, iremos  escuchando y acogiendo las enseñanzas de este Maestro enviado por Dios, a quien hoy  vemos haciendo su primer signo, para que crezca la fe de los discípulos en El. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 2


5. 

La importancia litúrgica de hoy se corresponde con el relieve que Juan da al milagro de  Caná: "Manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él". La inclusión con el final  del Evangelio es evidente: "Jesús realizó en presencia de sus discípulos otras muchas  señales...; éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios..."  (/Jn/20/30-31).

En la narración de Caná, Juan lo dice ya prácticamente todo. Lo primero que hay que  poner de relieve es el hecho real en el que lee con profundidad todo el misterio: la ayuda de  Jesús a completar el vino de una boda. Es probablemente el milagro menos "glorioso" de  todos cuantos narra el Evangelio. En general los milagros suelen tener un cierto "cuerpo":  curar enfermos, alimentar miles de personas. Juan escoge como primero un milagro  absolutamente casero, casi banal. Pero nada en Juan es casual, y menos la elección del  primer "signo". Es la ayuda de Jesús, que no es el protagonista de la escena, a unos novios  en el día de su boda, el fenómeno más entrañablemente humano a todas las culturas,  porque se les ha terminado el vino, elemento indispensable de la fiesta y la alegría menos  "sagrada". Precisamente en este hecho Juan ve la manifestación de todo el misterio.

La expresión central es la frase del mayordomo, que como tan a menudo en Juan, dice  unas palabras intrascendentes sin darse cuenta que está diciendo el núcleo de la obra de  Jesús: "Tú has guardado el vino bueno hasta ahora". Es el vino nuevo (/Mc/02/22) de la  obra escatológica de Jesucristo, que irrumpe en la vida humana, renovándolo todo  (transformando en vino bueno lo que era sólo agua). Este vino nuevo es, propiamente,  ayudar a unos novios porque les falta vino, es decir, "ayudar a los hombres a encontrar la  alegría". Esta frase lo dice ya todo, a todos los niveles; es la alegría de la vida verdadera en  Dios para todos los hombres, ahora y por toda la eternidad.

El resto se entiende a partir de aquí. Poniéndose al servicio de la alegría de los hombres,  Jesús se manifiesta como el novio escatológico que los ama y los toma por esposa, "como  un joven se casa con su novia" (1. lectura). El vino nuevo lleva a la consideración de la  sangre salvadora de la cruz; allí Jesús se ha puesto al servicio de los hombres para darles  la alegría definitiva de la vida plena. Aquella fue la Hora, avanzada ya ahora en la decisión  de ayudar a los hombres con el vino de la alegría. "Haced lo que él os diga" es la palabra  de María-Iglesia a los hombres, en su insistente plegaria al Señor en favor de los mismos  hombres. Y, finalmente, ponerse al servicio de la alegría de los hombres en su vida más  entrañable- mente humana es el "signo" de la presencia definitiva de Dios Padre en  Jesucristo, de su íntima "gloria". El hecho aparentemente más banal, ayudar a unos novios  en la fiesta de su alegría, es contemplado por Juan como la manifestación de la gloria  eterna del Señor Jesús, su comunión con el Padre. "Y creció la fe de sus discípulos en él". Ni que decir tiene que el vino bueno es también la Eucaristía. En la Eucaristía lo  celebramos todo: la entrega de Jesús en la cruz, la donación de su Espíritu de alegría y de  paz, la gozosa comunión de los hombres, nuestra fe.

APLICACIONES ACTUALES:

-Profundizar en el sentido y el misterio de la obra de Jesucristo. El primer "signo" conduce  hacia la contemplación y la comprensión del signo central de la muerte-resurrección, y del  signo que es el amor-unidad de la comunidad (Jn 17, 20-23).

-La valoración de todo lo que de positivo hay en la alegría de la vida de los hombres, no  como realidad neutra o, menos aún, peligrosa, sino como realidad positiva en la vida  humana, capaz de manifestar el don de Dios.

-La urgencia de una dedicación de los cristianos y de las comunidades cristianas a  promover la alegría que proviene de la vida auténtica de la comunión con los demás, del  amor conyugal y familiar, de la participación en un pueblo, de la confianza en Dios.

G. MORA
MISA DOMINICAL 1992, 2


6.

-EL VINO DEL PAN Y LA DIGNIDAD

Me lo decía un amigo, después de visitar la India y otros países del tercer mundo: "El  paraíso está aquí, a este lado; normal que empiecen a darse movimientos migratorios y  pugnen por cruzar las fronteras, normal que quieran venir al paraíso; lo bien que estamos  aquí, lo mal que están allá..., y lo que sufren. ¡Si existe el cielo, el cielo es de ellos! Para  ellos, el cielo; para nosotros, la tierra -pensé.

No, porque mientras llega el cielo, ellos tienen derecho "ya mismo" a la tierra y a su  despensa. Por eso, Señor, oye su grito. "Señor, no tienen vino..." ni pan, ni agua, ni salud,  ni higiene, ni cultura, ni presente, ni futuro..., ni dignidad.

La bomba del hambre provoca, en el nuestro, el mayor holocausto humano de todos los  tiempos: cuarenta millones de muertos al año, cuarenta mil humildes e inofensivos niños  diarios. Y uno se avergüenza del incontrolado despilfarro de nuestros hijos, y de sus ascos  a la comida en nuestra mesa, abundante de refinada ambrosía, y de sus cuartos de  juguetes abandonados, y de sus equipadas carteras de colegial, y de su ordenador  personal, y de su prepotencia y despotismo... y de sus propinas que ya no son propina y  gratuidad sino "paga".

Es verdad que se da un amplio consenso entre los países en admitir que esta situación  de miseria y desigualdad es intolerable, pero, a la hora de la verdad, se queda en pura  retórica: las ayudas y préstamos -cuando existen- de los países ricos al tercer mundo ni  siquiera cubren los intereses de su deuda exterior, con lo que todo retorna, de nuevo, a  casa del hermano rico y cuanto más riqueza, más pobreza, y a lo peor es verdad que "el  hambre de millones de seres humanos" es el resultado de la opresión de algunos seres  humanos sobre otros".

Este consenso parece tambalearse si contemplamos el reflorecimiento de ideologías y  colectivos que, tomándose la justicia por su mano, han iniciado la "caza" de  extranjeros-inmigrantes, "moros" y negros, o siguen negando el pan y la sal a etnias que  desde hace siglos "coexisten" con nosotros, tipificando un nuevo estilo en su código penal:  el delito de "ser distintos". Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando, el pasado  noviembre, un informe de un organismo oficial revelaba este dato alarmante y  descorazonador: uno de cada diez españoles votaría a un partido racista.

Para justificar los injustificable, cualquier sambenito con que podamos cargarles vale, por  ejemplo, lo de "traficantes". Y la inmensa mayoría no vienen a traficar sino que se dejan la  vida a cambio de un jornal de miseria, como hicieron, en otro tiempo, nuestros padres,  nuestros honrados padres, en Suiza, Francia o Alemania... "Los que llegan no son  aventureros sino desesperados. No se les puede dejar morir en la puerta. Tanta dignidad  tiene el parado como el que trabaja, el nativo como el extranjero. Europa no puede cerrar  sus puertas a la inmigración sin dar alternativas que permitan erradicar el hambre y la  miseria que empujan a ciudadanos del tercer mundo a una aventura sin retorno" (Mons.  José Sánchez. Com. Episc. de Migraciones).

Va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre: Occidente tiene miedo, miedo a  compartir su parcela de bienestar; por eso se cierra a la solidaridad. Si no se consigue la  solidaridad y la justicia social por imperativo moral y voluntad política, se conquistará por la  reacción violenta, in extremis, de los millones de oprimidos, sacudidos por la Ley de la  supervivencia, por el instinto de sobrevivir. Por tanto, o la humanidad hace su opción  preferencial por los pobres o todos, ricos y pobres, pereceremos por igual.

Opción que ha de hacer suya la Iglesia, con mucha más seriedad de lo que lo hizo hasta  hoy, so pena de perder su propia identidad. Fue un pobre el que la fundó, un solidario, un  abogado de todas las causas perdidas: Jesús de Nazaret. Sin pobres la Iglesia "pierde a su  Señor"; él se identificó con ellos y les constituyó en jueces del mundo, en el examen de  amor del juicio final.

EVON/SOLIDARIDAD: Sin Solidaridad no hay nueva  evangelización: "La credibilidad del evangelio pasa hoy por ahí, por la solidaridad con los  perdidos: (Mons. Moacyr Grechi); "Si el hambriento no encuentra fe, la culpa recae sobre  aquéllos que le rehúsan el pan" (·Bonhoeffer-D).

El primer mundo es como un pequeño pero muy rico buque blindado (como una isla de  oro, dice Jean Guitton) en medio de un inmenso océano de miseria. ¿Qué pasará cuando  las olas de la infelicidad de los otros se apoderen y destrocen el blindaje? Quizá la nueva  evangelización encomienda a la Iglesia la tarea hermosa de reconciliar el mundo, de unir y  soldar buque y océano..., y esto sólo es posible "compartiendo la despensa".

Uno quisiera que su fe en la humanidad y en la Iglesia fuera "como un grano de mostaza"  para creer en nuestra capacidad de cruz, porque si a Jesús tan sólo se le puede entender  en clave de cruz, también la solidaridad exige situarse en clave de cruz, de oblación y  donación. La cruz de compartir, vivir con más austeridad, necesitar menos cosas, ser más  señores que esclavos, aligerar el equipaje... Creer que no puede suprimirse el sufrimiento  de la vida pero sí es posible destruir la miseria.

B. HERNANDO CEBOLLA
DABAR 1992, 11


7.

NOS FALTA EL VINO. 

En todas las culturas cercanas a la nuestra, el pan es tradicionalmente considerado  como el alimento por excelencia. Por otra parte, decir alimento es referirse a todo lo  necesario para mantener la vida y no sólo la mera subsistencia.

La verdad es que en los países desarrollados se come cada vez menos pan. La moderna  dietética prescribe la variación de productos para conseguir un desarrollo corporal  armónico. A la vez se da el fenómeno de que en estas mismas sociedades se da un alto  nivel de consumo de bebidas, sobre todo alcohólicas. Parece como si se intentase cumplir a  la letra lo de "con pan y vino se anda el camino".

El Estado del bienestar cubre cada vez más las necesidades materiales, aun a costa de  crearnos otras nuevas. Podríamos decir que va solucionando el hambre, pero no la sed.  Efectivamente, para vivir se necesita algo más que pan. Además de subsistir y convivir, se  precisa encontrar sentido a la existencia. En esto último parece que falla el sistema. La  ciudadanía se siente insatisfecha, con sed. En parte, por eso bebe tanto. La insatisfacción  de una juventud que tiene resueltas, en mayor grado que nunca, sus necesidades  materiales es una clara denuncia de esta situación.

En la Biblia se presenta el vino como el símbolo y el resumen de todo lo que alegra el  corazón del hombre. Nuestro mundo, a pesar del neón y de los decibelios, de la moda y de  la fiesta prefabricada, no es un mundo alegre. Puede que, a veces, haya "marcha", pero  normalmente hay poca vida.

Ante esta realidad, y sin olvidar nunca a quienes agonizan o mueren por falta de pan lejos  o cerca de nosotros, se impone que intentemos también la multiplicación del vino. Son  muchos los que hoy entienden la multiplicación de los panes como un compartir solidario,  pero nadie debe olvidar la escena de Caná: de poco sirve la vida cuando es frustrante,  triste o sin sentido. Hay que comunicar alegría e ilusión. No sólo se trata de comer la carne  del Señor, sino también de beber su sangre, si queremos tener vida en nosotros.

EUCARISTÍA 1988, 29


8.

«Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó...» La liturgia  de este domingo se abre con un signo de alegría y esperanza: llega el que restaurará a la  vieja humanidad para que viva con la lozanía de una esposa joven, hermosa y feliz.

El cristianismo no es la religión de la depresión, ni del negativismo, ni del pesimismo. 

Hemos sido llamados por Dios para constituir una comunidad que sea una auténtica fiesta:  una fiesta en la que nadie se sienta marginado, aislado u olvidado. Se nos ha convocado  para participar de un banquete de bodas en el que los manjares y el vino serán dados en  abundancia.

Vivir la Eucaristía es vivir el gran símbolo de la vida de fe.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 19851.Págs. 169 ss.


9.

EL SIGNO DEL VINO NUEVO

En el evangelio de este segundo domingo  ordinario se pone de relieve que Cristo ha  venido a traer el vino nuevo de su caridad,  gozo y presencia, ese buen vino de la mejor  solera y reserva guardado hasta ahora. En  Caná el agua fué convertida en vino, en la  eucaristía el vino es la sangre redentora  derramada por el Señor. Jesús siempre está  cercano a los apuros de los hambres, como lo  estuvo en las circunstancias concretas del  banquete de bodas de Caná. Se sienta a  nuestra mesa y comparte nuestras alegrías lo  mismo que sabe llorar con nuestro llanto.

Muchas veces nos quedamos como los  novios de Caná, sin el vino de la alegría, del  amor, de la paz, de la tranquilidad, de la  ilusión, del trabajo. Hemos perdido la  esperanza y creemos que nuestra situación ya  no tiene remedio. Pensamos que nuestro  mundo, nuestra patria, nuestra vida es  imposible soportar. Estamos en apuros y con  nuestra bodega de reserva vacía. 

Y siempre se puede producir el milagro. Se  repite constantemente la petición nada  exigente de la Madre Virgen: "no tienen vino".  Y tenemos que obedecer el mandato de Jesús  y llenar nuestra tina, a de a gua, de lo que  aparentemente no tiene valor. Lo que esto  significa es nuestra cooperación. Hay que  llenar nuestra tinaja para que se realice el  milagro. Si estamos vacíos seguiremos vacíos,  sí estamos llenos de agua nos llenaremos de  la plenitud de Dios. El agua de la trivialidad  será el vino nuevo de la gracia.

Andrés Pardo


10.

"¡Qué matrimonio el de dos cristianos unidos por una sola  esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los  dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los  separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son  verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una,  también es uno el espíritu"

Tertuliano


11.

Amor de esposo

Después del ciclo litúrgico de Navidad y Epifanía, comenzamos el Tiempo Ordinario, que  en la eucaristía dominical nos ofrece la oportunidad de degustar el misterio de Cristo  siguiendo paso a paso su vida pública.

Cada año comenzamos con una conocida página del evangelio de san Juan: las bodas  de Caná. El mismo evangelista da la razón: "Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus  signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él".

Para entender en profundidad este pasaje evangélico, la liturgia nos propone una lectura  del profeta Isaías. Efectivamente, en ella se nos da la clave para no quedarnos en la  anécdota del milagro, sino para leer su dimensión de "signo", como lo llama san Juan, y que  nos revela el misterio de Cristo.

Vayamos a la lectura profética. Después de cincuenta años de destierro, el pueblo de  Israel necesitaba recuperar su esperanza en el Dios de sus padres. El autor de esta lectura  recoge un simbolismo ya usado por Oseas: Dios ama tanto a Israel que su amor se puede  describir con las categoría del amor conyugal y así, en los últimos versículos de la lectura,  se llega a decir: "Como un joven se casa con su novia... la alegría que encuentra el marido  con su esposa" así Dios se casa y encuentra su gozo con Israel.

Este contexto de bodas lo encontramos en la escena evangélica, no sólo en los jóvenes  que celebraban su matrimonio, sino en el misterio de Cristo en el que se ha realizado, y se  ofrece a cada uno de los hombres, el amor de un Dios que no le importa presentarse como  un enamorado del hombre, pues en Cristo ha unido su divinidad a la humanidad  indisolublemente.

Antonio Luis Mtnez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz