38 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
10-18

 

10. CAMBIO/NOVEDAD 

La agitación por la escasez de vino, el curioso diálogo entre Jesús y María, el asombroso  milagro, el buen humor: ("¡Con que te guardas el buen vino para el final!"), ¡qué vivacidad! 

¡A cuántos pintores les han gustado estas bodas de Caná! ¡Y qué tentación para nosotros  quedarnos en el encanto de las bodas! Pero estamos leyendo a san Juan. El admirable  narrador es también el evangelista teólogo que revela los misterios utilizando con un arte  sutil las palabras de su vocabulario de iniciación. Mirad cómo brillan "gloria" y "signo". Ved  cómo se oponen agua y vino, cómo se complementan hora ("no ha llegado aún mi hora") y  comienzo ("aquel fue el comienzo de los signos").

Penetrad en el corazón de esta página de revelaciones y llegad a las dos palabras clave:  "Probó el agua convertida en vino... Sus discípulos creyeron en él".

Cada episodio en san Juan es una llamada a creer algo como aproximación a la fe total.  ¿Qué se trata de creer aquí? Que Jesús lo cambia todo. Viene a Caná y el agua se cambia  en vino.

Milagro-signo: comienzo de los signos. Viene Jesús y el mundo cambia: "Pasó el mundo  viejo; ha venido el mundo nuevo" (2Co/05/17). Jesús viene a nuestra vida y, si "creemos" en  el sentido fuerte que tiene esta palabra en san Juan, nuestra vida cambia.

Pasamos de una vida gris a una vida pujante que baila y canta y rompe todas las falsas  ataduras. ¡El vino de Jesucristo! "Mi vino nuevo, nos dice, revienta los odres viejos"  (/Mc/02/22).

Pero ¿puede decirse todavía que la religión es el vino alegre de la vida? Hemos hecho  del cristianismo algo triste, realmente poco embriagador. ¡El agua de Caná! El agua en la  Biblia, el agua en san Juan brota con fuerza, purifica, es símbolo de la vida: el agua viva.  Pero no en Caná.

"Había seis tinajas de piedra, como lo pedían los ritos de purificación de los judíos". Esa  es el agua que va a cambiar Jesús, el agua-símbolo de una religión formalista. La religión  viva de los judíos se había hecho cicatera y farisaica. Es la enfermedad que afecta a toda  religión. Se acaba creyendo que, para agradar a Dios, basta con pronunciar frases, con  realizar toda clase de abluciones, con salvar las apariencias.

La religión de Jesús lo cambia todo: es el vino loco del amor.

Agradamos a Dios cuando nuestros gestos rituales son el signo y la fuente de nuestra  entrega a los demás, si cambiamos en gozo, o al menos en serenidad, la pena de un  hermano. Jesús trae esa posibilidad inaudita: en adelante, todo podrá ser amor. "Madre, le  dice a María, ¿qué es lo que esperas de mí? ¡Daré algo mucho mejor cuando llegue mi  hora!".

Pero aquí explota la fuerza engendradora de María: lo trajo al mundo y lo traerá ahora a  su vida pública, con los medios de que dispone de madre del único: la discreción y la fe. ¿Hay mayor discreción? "No tienen vino" (el vino se agotó por completo: Jesús no añade  vino, sino que da el vino).

¡Y qué fuerza de fe!: "Haced lo que os diga". Pocas palabras, las necesarias para que  una joven pareja evite la humillación y pueda vivir su alegría. Y para que a nosotros nos  entren ganas de pedirle a María la gracia de Caná: creer finalmente que Jesús lo cambia  todo. 

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 189


11.

Se resiente nuestro puritanismo. Hubiera preguntado Dios cuál debiera ser el primer  signo a realizar por el Mesías, y hubieran llovido respuestas "serias": resucitar muertos,  curar desahuciados, paralizar guerras... A mí al menos no se me hubiera ocurrido para  signo inaugural la abundancia de vino en un banquete que ya lo tenía, aunque no en la  medida que estos casos requieren.

Habrá que hacer un esfuerzo por prescindir de criterios personales, por atinados que  parezcan, y tratar de leer el signo de Jesús. Hay aquí, como en ocasiones parejas, algo  más que un milagro. Más que un favor divino para el momento de apuro. Juan habla más de  "signos" que de "milagros".

Va a estropearse la Fiesta. Lo de menos es la parvedad del motivo: va a faltar vino. Basta  para que la Fiesta no acabe como tal. Y vete tú a decir a los novios que hay por el mundo  problemas mayores: niños que mueren de hambre, leprosos sin solución, e incluso un  Imperio que se pudre en el paganismo... La Fiesta se viene abajo, como un signo de tanto  proyecto e ideal voluntarioso que, iniciado en la alegría, viene a manifestar la impotencia  del hombre para una salvación radical.

¿Serán frívolos los esposos que proyectaron ilusionados amor eterno, y ven hoy cómo un  muro de separación surge entre ambos, con sufrimiento real de las dos partes que se ven  impotentes para salvar su proyecto? ¿Llamaremos perversos a los políticos que elaboran  proyectos de paz, intentando hacer inviable la guerra, y ven cómo nuevos conflictos rompen  los pactos? ¿Serán perversos los padres que engendraron hijos para la vida y los ven  mortecinos de esperanza o moribundos de droga? ¿Acusaremos a sacerdotes que optaron  por una vida en equipo que los años desmontaron inviable, o a la comunidad religiosa que  sufre -bien a su pesar- el drama de división interna? ¿Serán mentirosos los políticos que  proyectan trabajo abundante, justicia social, paz y solidaridad, y son testigos de paro  creciente, nuevas injusticias y violencia persistente? La Fiesta se viene abajo. Una  Iglesia-María-atenta a los signos de los tiempos, encarnada en aventuras humanas, tendrá  que ir repitiendo: -No tienen vino; la Fiesta está amenazada.

Una Iglesia consciente de que el hombre no es Dios Todopoderoso, como se siente cada  día tentado, sino criatura limitada, tendrá que reiterar, no en son de mandato opresor, sino  como Palabra de Vida: -Haced lo que El os diga.

La Iglesia va a proclamar un Evangelio este domingo. Van a escucharlo matrimonios cuya  Fiesta amenaza con irse al traste; políticos que ven desinflarse su voluntad de servicio;  padres con complejo de fracaso ante el panorama de los hijos; sacerdotes o religiosos que  tiemblan al anunciar el Mensaje, porque ellos mismos no viven en comunión con los  hermanos; jóvenes a quienes la historia ha desencantado tan pronto... No tienen vino. Cuando la vida languidece -y este es el problema que acucia- no valen leyes y consejos:  "portaos bien, sed solidarios, intentadlo otra vez...", sino la curación radical del hombre.  Cuando la Fiesta se resquebraja, ya no valen como solución las aguas de la Mikvah familiar  donde los judíos y prosélitos han de hacer las purificaciones que marca la Ley; ahora es el  momento del Bautismo que genera Vida Nueva.

Es el momento de Jesucristo. Es la hora de pasar de la Ley a la Gracia, del Agua al Vino.  Es el tiempo del Vino Nuevo que la Iglesia trae cada día a la Eucaristía como signo de  Tierra Prometida, de Resurrección, de Alianza Nueva con el perdón de los pecados, de  Fiesta que jamás decaerá.

Vino Nuevo... y odres nuevos. Una Iglesia que sintonice desde la Palabra gozos y  esperanzas, tristezas y angustias de los hombres, no puede servir este Vino en viejos  odres, por mucho que se remienden o se actualicen. Si en ellos no se crea Vida, no sirven. "Habrá a veces que dejar esquemas atrofiados para ir allí donde se inicia la vida; donde  vemos que se producen frutos de vida "según el Espíritu" (Rom. 8), decía Juan Pablo II a  los Obispos europeos. Merece la pena leer el discurso. 

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 34 ss.


12. M/MATERNAL

"...No tienen vino".

Nunca como entonces se me ha presentado la Virgen en su específica función materna:  la que me hace caer en la cuenta de lo que me falta.

Una madre preocupada de lo que no tengo.

Una madre que se da cuenta de lo que no soy... Como si me dijera: corres mucho, pero siempre llegas con retraso. Con retraso, sobre  todo, respecto a ti mismo.

Te inquietas demasiado. Pero concluyes bien poco. Porque en tu existencia no hay  espacio suficiente para el silencio, la adoración, la contemplación, la inutilidad. Sobre tu mesa está todo. Pero te falta... el resto. Eres pobre de lo esencial.

Hablas mucho de Dios, quizás demasiado. Y te olvidas con frecuencia de hablar con  Dios, de dejarlo hablar.

Párate un momento, antes que sea demasiado tarde. Vive. No te dejes simplemente vivir. Vive de vida. No vivas del vacío, de la banalidad, de tonterías.

No rellenes el vacío con cosas inútiles. No debes limitarte a mirar con ansiedad el reloj. Has de dar un significado a los días, a  las horas, a los minutos. Tienes necesidad urgente de un suplemento de ser.

"... No tienen vino".

Vives sin alegría, y ni te enteras. Tu alegría, en efecto, es superficial, epidérmica, atada a  la cantidad de bagatelas, y no anclada en las profundidades de tu ser. Y creo que esta función de "recordar" lo que nos falta es un quehacer de la Virgen en  favor de todos los cristianos para que éstos, a su vez, lo ejerciten en favor del mundo  entero.

En efecto, la función profética de la Iglesia me parece que consiste esencialmente en  esto: Revelar y producir lo que falta a gente que se cree poseerlo todo. "La producción de bienes superfluos termina por hacer superfluo al hombre"  (·Passolini).

Nosotros, al contrario, debemos reafirmar la primacía absoluta del hombre. El hombre  como medida de todo.

Debemos recordar que "Dios espera grandes cosas del hombre".

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 215


13.

Nuptiae factae sunt, "se celebraron unas bodas". Así es como la fiesta de hoy pasa a ser  dominada por uno de los constitutivos de la solemnidad de la Epifanía: las bodas de Caná,  imagen representativa de los esponsales de Cristo con su Iglesia. La Iglesia cantaba en la  antífona del Benedictus del día de Epifanía: "hoy la Iglesia se ha desposado con su celeste  Esposo, puesto que Cristo la lavó de sus pecados en el Jordán. Los Magos acuden  presurosos a las bodas reales y los invitados se alegran por la conversión del agua en vino,  ¡aleluya!". Este día de bodas se ha prolongado hasta hoy.

D/ESPOSO: En la misma festividad de la Epifanía vimos cómo los Magos acudían  presurosos, cómo los reyes y pueblos de la tierra afluían, en calidad de invitados, a las  bodas de Dios con la Humanidad. (...) Hoy, con la contemplación del convite nupcial, da fin  y llega a su cumplimiento este brillante simbolismo: El Dios aparecido en carne humana se  nos manifiesta como esposo en las bodas de Caná. Desde el viernes de Témporas de  Adviento y durante todas estas fiestas, se nos viene repitiendo una y otra vez que la  visitación de Dios es como una venida nupcial, y hoy se nos disipa toda clase de duda que  pudiésemos abrigar de que Dios viene en calidad de Esposo.

Ya en el Antiguo Testamento, el Señor adoptó como imagen de su alianza con la "Virgen  de Israel" el símbolo de amor marital.

Amor como el de un esposo para con su esposa, que no por ser infiel deja de ser amada;  amor que le hizo descender a la tierra para libertar del poder de Satanás a la esposa  cautiva. Por su Sacrificio la salvó, por su sangre la purificó, por su Pneuma se la desposó.  Nuptiae factae sunt, "se celebraron unas bodas", prefiguradas en las de Caná y llevadas a  su cabal consumación en la cruz. Bodas hoy reales y presentes en la celebración litúrgica. La Iglesia somos nosotros. Estamos ahora ante el Señor lo mismo que una esposa. El, en  el sacrificio incruento de la misa, nos purifica de toda culpa y se desposa con nosotros con  plena fidelidad. El altar del sacrificio es la mesa del banquete, mientras que el cuerpo del  Amado es la comida de la esposa. "¿En qué fiesta, de no ser en ésta, se da un banquete de  bodas en el que los invitados reciban, en lugar de pan, el cuerpo del esposo?... "Murió en la  cruz y dio su cuerpo a su gloriosa elegida; lo toma y lo reparte a diario en su mesa. La  sangre que fluía de su costado fue escanciada en copas y se la da a su esposa para que la  beba y se olvide de los ídolos", así canta un poeta sirio (Jacobo de Sarug: "Himno al velo  que cubría el rostro de Moisés".) del siglo V, refiriéndose a las sagradas bodas de la esposa  Iglesia. Hoy vivimos plenísimamente la realidad de tal himno.

"Guardaste el buen vino hasta ahora" (/Jn/02/10). En el relato histórico del Evangelio  tiene, a primera vista, el tono de un reproche al esposo. Mas en el mismo San Juan se  esconde ya el mucho más profundo sentido alegórico, sentido que ahora, en la liturgia, se  hace del todo patente. Cristo es el esposo; a El se dirige la esposa -la Iglesia, el alma- en  tono agradecido y con el más íntimo amor: "Guardaste el buen vino hasta ahora". (...) Santa  embriaguez, fuego del Espíritu es la porción de aquel que ha bebido el vino de Cristo. 

"Están saturados de mosto" (/Hch/02/13), murmura el pueblo cuando los Apóstoles, en  Pentecostés, hablan con el entusiasmo que les infunde el vino de Cristo. En la profecía, en  la enseñanza santa, en el amor más rendido y en la amigable conmiseración, en la  exhortación fraterna y en la guía solícita, en la oración instante y en la humilde mortificación  del pensar y del saber, es donde se echa de ver la fuerza del vino de Cristo. En una santa y  sobria embriaguez, encendidos de celo y amor por los hermanos, presurosos por servir y  alabar al Señor, los embriagados del santo vino salen del convite nupcial de Cristo. Este  vino, por otra parte, no hace sino restituir lo que precisamente el vino suele quitar: la  sobriedad del espíritu, y comunica, en grado infinitamente mayor, lo que ya suele de sí dar  el vino: fuego y ardiente pasión... para con el Señor y su reino. (...) Tenemos que aunarnos  al sacrificio del Señor, sufrir con El y dejarnos crucificar por el Padre, igual que El, bajo el  calor de su Pasión, se convirtió en uva madura; de hecho, sigue estrujándonos aun hoy en  el sacrificio eucarístico la preciadísima bebida de bodas, que es su sangre. Aquel que no se  avergüenza de beber con el Señor, del lagar del sacrificio y de la Pasión, se hace uno con  el en celestial desposorio y lleva consigo el buen vino, que jamás se agota.

Pronto la Iglesia, con alegría pascual, va a decir a Cristo, su Señor: "¿Por qué está rojo tu  vestido y por qué tus hábitos son como los del pisador de uvas?" (/Is/63/02). Rojo, sí, por la  sangre del lagar de la Pasión, es el vestido del esposo, y quienes quieran pertenecerle y  beber con El de su vino, tienen que acompañarle en el lagar y derramar allí su sangre. Les  invita luego a su mesa nupcial y les da a beber su vino, que produce a la vez sobriedad y  embriaguez. Con esto, cada vez que celebramos el Santo Sacrificio, y muy en particular  hoy, partimos de él cual otros cristos y esposos, capacitados para guiar al mundo,  sacándolo de sus tribulaciones y llevándolo a las bodas con el Señor; capacitados también  para convertir el agua de su negligencia e indolencia en el buen vino de una vida toda ella  bebida en Cristo.

De esta forma no va a haber día alguno en que se encuentren vacías nuestras hidrias. La  alegría del vino de Cristo entonces abrasa nuestros corazones y se da con largueza a los  pobres del mundo, hasta tanto que el último día abra sus puertas y el Amor nos invite a las  bodas del Cordero.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 148 ss.


14.

1. El primer signo 

A veces sucede que hay ciertos pasajes evangélicos que nos llegan como cosa «muy  conocida» y harto sabida, bien por la sencillez de sus palabras, bien por lo interesante de  su anécdota.

Pues bien, uno de esos pasajes es el texto del Evangelio de Juan que se refiere a las  bodas de Caná y al primer milagro de Jesús: la conversión del agua en vino. Sin embargo, dentro del esquema de este evangelio, se trata en realidad de un texto de  alguna manera programático de la vida y misión de Jesús; un texto en el que podemos leer  entre líneas casi todo el misterio de Cristo que en él se nos revela. Intencionadamente el  mismo evangelista concluye su relato con estas palabras: «Así, en Caná de Galilea, Jesús  comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.» En Caná,  Jesús realizó su primer signo. Juan solamente relata siete signos en la vida de Jesús, todos  ellos encaminados a culminar en la muerte y resurrección de Jesús, anticipada  simbólicamente en el último signo: la muerte y resurrección de Lázaro.

El evangelista habla de «signos», no de milagros, a pesar de que tales signos suelen  tener, casi siempre, un carácter milagroso.

SIGNO/QUÉ-ES: El signo es aquella realidad a través de la cual podemos conocer otra  realidad que está manifestada o simbolizada en el signo. Así el agua es signo de vida; el  beso es signo de amor, etc. También las palabras son signos, pero más convencionales y  particularizados en una cultura o pueblo.

En el signo está presente de alguna manera la otra realidad, por cierta semejanza que  tiene con él, si bien el signo no es la realidad misma. El signo y la realidad son como dos  elementos distantes que se acercan y se unen en una encrucijada, en un punto común. Lo  que aparece es el signo; lo oculto es la realidad. Quien ve el signo, puede acercarse a la  realidad, aunque también puede quedarse fijado en el signo mismo, de una manera burda y  superficial.

El signo, de más está decirlo, no es fin en sí mismo; es medio, instrumento o lenguaje al  servicio del conocimiento y de la experiencia de la realidad.

Tan cierto es todo esto que -para el hombre de fe, a quien van dirigidos los signos del  evangelio- no tiene importancia el hecho de que las narraciones de estos signos sean un  recurso literario o reflejen una realidad.

Tratándose de signos de fe para la comunidad cristiana, lo importante es descubrir cuál  es la realidad inserta o transparentada en el signo. Sería, pues, lamentable que nos  detuviéramos en los detalles de la narración o en la anécdota en sí misma, cuando toda la  cuestión de fondo está en descubrir cuál es la realidad; en este caso: realidad de fe, que se  nos revela en este signo, el primero según la narración de Juan.

Según nos dice el evangelista o su escuela, mediante este signo Jesús manifestó la  realidad de su gloria. La gloria, según la mentalidad bíblica, no es ni más ni menos que la  persona misma de Jesús o de Dios en el momento de comunicarse históricamente con los  hombres.

Con un lenguaje moderno, podríamos decir que la gloria de Jesús es su personalidad  total, su ser mismo actuando históricamente; su yo en relación con la humanidad, conforme  a cierto proyecto elaborado en la mente de Dios y revelado mediante los signos de su hijo  Jesucristo.

En otras palabras: Jesús no guardó internamente su riqueza interior; la sacó hacia fuera  en un momento determinado de la historia, siete días después de ser bautizado en el  Espíritu Santo. Este detalle de Juan no debiera pasarnos desapercibido: entre el bautismo  de Jesús y el primer encuentro con los primeros apóstoles -hasta ese momento discípulos  del Bautista- y el signo de Caná medió exactamente una semana, como si se estuviese  tratando de una nueva semana fundamental para la humanidad, la semana de la nueva  creación, por oposición a la primera semana del Génesis referida a la creación del mundo y  al surgimiento de la raza humana.

Detrás de esta simbología joánica, no es difícil adivinar o intuir el significado latente: con  Jesús se inicia la nueva semana de la humanidad, siete grandes días que irán marcados  por siete grandes signos que culminarán en la «hora» de Jesús, esa hora a la que alude  Jesús cuando habla con María en Caná, hora que llegaría cuando él mismo estuviese  colgado entre el cielo y la tierra como un gran signo de abrazo o unión entre Dios y la  humanidad.

Entonces se cumpliría lo que venía de antiguo anunciado por Isaías (primera lectura):  «Ya no te llamarán "abandonada", ni a tu tierra "devastada"; a ti te llamarán "Mi favorita" y a  tu tierra "Desposada". Porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un  joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el  marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.» No necesitamos mucha imaginación  para conectar el episodio de las bodas de Caná con este contexto bíblico: en esta nueva  semana de la humanidad, Jesús llega como el novio que viene a desposarse con su novia,  la humanidad, los hombres que están construyendo una tierra devastada.

Esta humanidad -que no nace por la sangre o la raza sino por la fe- también está  representada en la narración de Juan por la presencia de los primeros discípulos y de  María. En efecto, en los días anteriores se le han unido a Jesús Juan y Andrés, Pedro,  Felipe y Natanael. Por eso la narración concluye diciendo: "Después Jesús bajó a  Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos..." Es la nueva familia de Jesús;  es, según la simbología de este texto, la novia de Jesús que se acerca al novio para iniciar  un diálogo, un encuentro, un juego amoroso que culminará en las bodas.

¿Cómo entender estas bodas? Para los judíos, este simbolismo no era nuevo, pues en el  Antiguo Testamento el mismo Yavé se había presentado como el novio o el esposo de su  pueblo, Israel. Era aquél un matrimonio bastante conflictivo, con una comunicación difícil,  con constantes infidelidades por parte de Israel, con reprimendas por parte del esposo. En  fin, lo que hoy llamaríamos un «típico matrimonio» con más momentos de dolor, de crisis y  de abandonos que instantes de gozo y placer.

J/ESPOSO:Jesús recoge este simbolismo y él mismo en más de una oportunidad, tanto  en sus discursos como en parábolas, se llamará «el esposo» que viene a casarse con su  novia, pero que permanecerá poco tiempo con ella en forma visible, por lo cual este tiempo  suyo debía ser un tiempo de fiesta y alegría (Mc 2,18-20).

El esposo viene de lo alto y se encuentra con una novia no del todo presentable: débil,  ajada, desalentada, semidestruida por guerras y opresiones, hambrienta, con sed... En una  palabra: una humanidad impotente por sí misma para devolverse la belleza y la fuerza de la  juventud.

Jesús llega con el poder del Espíritu que renueva a la esposa, que la transforma, que la  purifica, devolviéndole la alegría: la alegría profunda y perdurable de sentirse liberada. Desde la perspectiva bíblica, esta novia es Israel, el pueblo del Antiguo Testamento. Un  pueblo que no sólo gime bajo el yugo romano, sino que está prostituido en su mismo culto a  Yavé, por lo que necesita una urgente reforma. A esto se refiere el segundo signo de Jesús:  la expulsión de los mercaderes del templo y la purificación del mismo. Este signo, como  vemos, completa el significado del primero y lo pone en mayor evidencia.

Lo que por el momento debe quedarnos claro es que Jesús es presentado por el  evangelista como el «restaurador» del pueblo de Dios. Una restauración que se pretende  como definitiva y que será sellada no con el beso de novios o con una simple firma sino con  la sangre del esposo; una sangre realmente derramada en la cruz y simbólicamente bebida  en el banquete de Caná y en la última cena.

2. Un cambio significativo 

Decíamos al comienzo de estas reflexiones que este primer signo es una especie de  discurso programático, ya que en sus escasas aunque meticulosas líneas podemos  descubrir prácticamente todo el misterio salvador de Jesucristo. Como trasfondo: la nueva  semana de la humanidad que culmina con las bodas entre Jesús y su comunidad liberada. Pero -y éste es un elemento de primerísima importancia- para que se pueda realizar este  ideal se necesita un profundo cambio: el agua debe ser convertida en vino...

El símbolo no podría ser más apropiado: nada más frustrante y desalentador para aquella  pareja de recién casados y sus numerosos invitados que disponer de más de 600 litros de  agua para lavarse las manos antes del banquete, y encontrarse, a poco de iniciada la  comida, con las copas vacías. Aquellos novios quedarían marcados para toda su vida por el  ridículo de una gran fiesta, la más importante de su vida, que se ahogó en agua. Mal  comienzo para ese matrimonio...

En efecto, las aguas a las que alude el texto evangélico, son las aguas almacenadas  para el rito purificatorio de las manos, rito que los fariseos exigían cumplir con absoluta  fidelidad, como recuerda el evangelista Marcos con bastante ironía (Mc 7,3-4). Son las aguas del Antiguo Testamento, las aguas de la Ley, las aguas del culto  superficial y exterior, las aguas de una religión que inunda al hombre con sus leyes y  prescripciones, pero que se olvida de hacerle vivir en la alegría y en la paz interior. El gran  chasco de aquellos recién casados era claro símbolo de ello: demasiada agua para lavarse  las manos y poco vino para alegrar el corazón.

Pues bien, Jesús, atento al delicado gesto de la madre que se preocupa por resolver la  desventura de los novios, insinúa que no podrá realizarse un buen matrimonio hasta que no  llegue la hora de su definitiva intervención: hay que dejar el agua de la religión formalista  para inundar a todos con el vino nuevo de la libertad interior. Su sangre, derramada hasta  la última gota en la cruz en presencia de María y de algunos discípulos, es ]a realidad  escondida en el signo de Caná.

Entretanto hay que ir transformando el agua en vino...

¿Qué significa este símbolo? Siguiendo con el simbolismo del evangelio, diríamos que  hay una cierta manera «aguada» de vivir la vida y, por lo tanto, de vivir la fe. Los cuatro  evangelistas señalan constantemente estas formas impropias para un buen encuentro o  matrimonio entre Dios y los hombres.

Así, por ejemplo: se señala la hipocresía de un culto exterior y legalista; el apego a las  tradiciones humanas sin tener en cuenta la esencia de la Palabra de Dios que debe ser  captada en el espíritu y no en la letra.

También se indica el centralizar la religión en los actos de culto y en las ofrendas del  altar, olvidándose de la ley suprema del amor al prójimo, tanto si es amigo como si es  extranjero o enemigo.

También es una religión aguada la que se contenta con rezar y dar alguna limosna,  soslayando el imprescindible deber de la justicia; o la que se cimenta sobre el culto a la  personalidad y el autoritarismo religioso, olvidándose que la autoridad es un servicio a la  comunidad y que el único Señor es Jesucristo, a quien se le debe absoluta fidelidad. En fin, solamente estamos señalando algunos aspectos de esta profunda transformación  a la que Jesús dedicará sus escasos años de vida, transformación que no sólo no ha  terminado, sino que es la tarea constante de los cristianos, cualquiera que sea su posición  dentro de la Iglesia.

A menudo en los domingos anteriores hemos aludido a la búsqueda de la identidad  cristiana. Pues bien: este evangelio de hoy enfoca el problema desde su misma raíz. Hay  formas de vivir que no son auténticas, aunque estén selladas por una vieja tradición y  defendidas por una rígida estructura. Tarde o temprano todo hombre tiene derecho a  preguntarse por lo esencial, por lo que constituye su vida misma, una forma humana de  vivir.

Jesús -y éste es el gran escándalo del Evangelio- descubre la inautenticidad de la  institución religiosa que no tiene en cuenta al hombre; que se transforma en fin de sí misma;  que no se pregunta por lo que el hombre necesita o exige; que antepone la ley al respeto al  otro, la norma a la conciencia.

Todo esto y mucho más está insinuado como tras ciertos velos en este primer signo de  Jesús, un signo que hace acrecentar la fe inicial de los discípulos que están buscando la  fuente de la vida.

Si la religión no sirve para que el hombre viva más y mejor, con plenitud de persona, con  sentido comunitario, con alegría, abundancia y paz..., entonces el hombre tiene derecho a  preguntarse para qué sirve tanta agua almacenada en nuestros libros, en los rituales o en  costumbres que hace mucho tiempo que han perdido su sabor.

Jesús llega en el séptimo día de la historia para que ésta tenga plenitud. Llega para  transformar, no solamente el corazón del hombre, sino también sus instituciones religiosas y  sociales. Viene a establecer un nuevo estado de vida: un matrimonio en el que el novio y la  novia, Dios y la humanidad, se unen en la única felicidad del amor. Hasta que no llegue ese  momento, será nuestra tarea seguir cambiando el agua en vino. Hacer de la vida una fiesta  es, al fin y al cabo, el gran objetivo del Evangelio.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 161 ss.


15.

-Hubo una boda en Caná de Galilea... -en ella Jesús cambió el agua en vino-... Este fue el  primer milagro que hizo Jesús... Es "el comienzo de los signos"...

Habrá otros, pero comienza por éste: en una boda, celebración de un amor -de una  "alianza"-... un signo de vino...

Todo signo ha de ser interpretado. Sugiere alguna otra cosa. En un signo hay algo más importante que su materialidad: su significación simbólica. En el  ramillete ofrecido a la persona amada, hay mucho mas que unas flores. Jesús nos da unos  signos. El primero es éste.

-Manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él  Por primera vez, dice Juan, sus discípulos "creen" en Jesús.

Este día, al primer signo, debió seguir una fe "inicial", muy pobre, muy poco explícita, no  obstante es ya una fe como dice San Juan. Ayúdanos, Señor a discernir la fe inicial,  inacabada, imperfecta, de tantos hermanos nuestros, a nuestro alrededor. ¿Cuál es su fe?  La que se manifestará esplendorosa en Pascua: "Vio y creyó (Juan, 20, 8-28). Cuando  leerán ese recuerdo del "amigo que daba vino" a la luz de los acontecimientos pascuales  -esa última cena en la que "el amigo da su sangre"- lo comprenderán entonces en toda su  profundidad: "Manifestó su gloria". Pero esto es ya la Pascua que comienza.

-Estaba allí la madre de Jesús... La madre de Jesús dijo a éste:

"No tienen vino". Dijo la madre a los sirvientes: Haced lo que El os diga"  Las correspondencias entre Caná y la Pascua son numerosas. La madre, María, está presente: y ya no volveremos a encontrarla, en este evangelio de  San Juan, sino al pie de la cruz. Es al "tercer día" (Juan, 2, 1) cuando sucede este signo. Y es ya la "hora" anticipada de Jesús, de la que se sabe, por san Juan, que esta hora por  excelencia, es la Pascua: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que su hora había  llegado..." (Juan, 13, 1). Y esta Pascua será celebrada durante otra comida, en la que el  vino tendrá también que representar un papel simbólico.

Puedo rezar a María, sin temor a equivocarme: Jesús le ha asignado un papel eminente  entre los "signos" que quiere darnos. Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es  contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres...

-Había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos. Este detalle no se debe al azar. El hecho de que esas tinajas hayan tenido un uso ritual  en la religión judía, nos orienta hacia un simbolismo religioso: Jesús viene para acabar y  cambiar la religión judía en otra mejor... como el vino que es aquí preferible al agua.

-Luego que el maestresala probó el agua convertida en vino... Interpeló al esposo y le dijo: "Todos sirven primero el vino bueno... Pero tú has guardado  hasta ahora el vino mejor." ¡Cuan significativo es este error: El maestresala confunde al  esposo con Jesús! Y San Juan, en pocas líneas (Juan, 3, 29), dirá explícitamente que  Jesús es el verdadero esposo.

Ya está. He ahí la clave que da la "significación" del signo: es el vino de la nueva Alianza  nupcial que Dios viene a sellar con los hombres. Estas palabras por todos conocidas, y que  se repiten en todas las misas, (Mateo, 26, 28; Marcos, 14, 24; Lucas, 22, 20; 1ª Corint., 11,  25), paradoxalmente, ¡es Juan el único que no las pronuncia en su narración de la Pascua!  Pero, a su manera había ya sugerido este mismo misterio de amor en su narración de  Caná.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 84 s.


16.

1. "En Caná... manifestó su gloria".

La liturgia de la Iglesia ve en la festividad de la Epifanía una triple manifestación de la gloria de Dios en Jesús: ante los Magos, en la teofanía del Jordán (que se celebró el domingo pasado) y en el primer milagro de Jesús en Caná, donde Jesús «manifestó su gloria». Una pobre pareja de novios celebra su boda; Jesús, su Madre y sus discípulos están también invitados a la boda; pero en medio del banquete los novios se quedan sin vino. María, imagen ya de la Iglesia que ora e intercede, se dirige al Hijo: algo ciertamente extraño, pues todavía no le ha visto hacer ningún milagro externo. Pero a María le basta con saber que su Hijo lleva dentro, interiormente, un misterioso poder. Jesús, consciente de que el único milagro que el Padre le encargará será la cruz, no quiere verse obligado a ejercer el papel de taumaturgo, papel que el pueblo insaciable le impondrá a partir de ahora. Entonces interviene la Madre, cuyas palabras, hermosas donde las haya, dejan todo en manos del Hijo a la vez que instan a los servidores a obedecerle: «Haced lo que él os diga». En realidad, aunque nadie lo advierta, aquí brilla ya en todo su esplendor la gloria de María. Jesús no se resiste, no puede resistirse: las palabras de la Madre le llegan al corazón porque son muy familiares a lo que él lleva dentro, en lo más íntimo de sí mismo. En el evangelio no se nos dice si se notó la transformación de lo inútil en algo precioso, si Jesús fue ovacionado como taumaturgo, algo que él siempre procuró evitar. Se nos dice simplemente que «creció la fe de sus discípulos en él»; esto constituye el único éxito que él valora como tal. Muchos de los milagros que realizará después, aunque él siempre mandó no decir nada a nadie, serán pregonados con cierto sensacionalismo y dificultarán no poco su verdadera misión.

2. «Como la alegría que encuentra el marido con su esposa». La primera lectura, que compara la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado con la alegría que experimenta el marido con su esposa, remite ciertamente al evangelio, donde Jesús, con su milagro en la boda de Caná, bendice el matrimonio humano y lo eleva a la categoría de imagen de una alegría nupcial totalmente distinta. «Como un joven se casa con su novia», así hace Dios con su pueblo; el amor erótico no es un símbolo rebajado o lejano del amor que Dios siente por la tierra que El llama ahora la «Desposada», «mi favorita». El amor natural, conocido por el hombre, debe ser para él un punto de partida para barruntar cuánto le ama Dios. De este modo la unión carnal del hombre y la mujer será una imagen insuficiente para representar la intimidad de la unión entre Cristo y nosotros en la Eucaristía.

3. «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común». La segunda lectura nos lleva en otra dirección: el milagro de Caná fue un milagro realizado simplemente para gozo y utilidad de algunos. Pero ahora, en la Iglesia, el Espíritu Santo dispensa un don de gracia a cada creyente «para el bien común». Estos carismas se pueden comparar, pues son dones sobrenaturales, con el poder de hacer milagros espirituales, aunque vistos desde fuera sean insignificantes. Pablo enumera en esta lista también los dones extraordinarios, mientras que en otras series (Rm 12) habla de carismas mucho más modestos. Cuando Jesús dice con una imagen que la fe puede mover montañas, se refiere a su fuerza espiritual, que ciertamente puede «mover», trasladar grandes pesos en el corazón de los hombres: no mediante técnicas psicológicas, sino en virtud del poder divino del que todo verdadero creyente participa. Muchos santos han hecho también milagros materiales, pero los milagros espirituales que han realizado son mucho más grandes y más importantes.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.


17.

La HORA no es momento del milagro, sino la Pasión, y la Pasión es, al mismo tiempo, el momento de la glorificación de Jesús, porque es la expresión suprema de su amor: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13). Por este motivo, la Pasión es en S. Juan la gloria de Jesús, su hora, la hora exuberante del amor.

Esta exuberancia de amor tiene en el evangelio de hoy un símbolo: el vino bueno que aparece con largueza el final de la boda.

¿De dónde proviene este vino? "De las tinajas de piedra para la purificación de los judíos". El evangelista está diciendo al lector de su evangelio algo muy concreto: que el orden religioso judío queda superado por Jesús.

Agua y vino funcionan en el relato como símbolos de dos mundos distintos:

Agua=Ley=judaísmo. Vino=evangelio=Jesús.

El relato quiere explicar, de una manera plástica, quién y de dónde es Jesús. Jesús es el vino que procede de un agua el judaísmo-, a la que supera.

El vino abundante siempre fue imagen del tiempo de la salvación. Así, entre los profetas, los montes destilarán vino y las colinas serán anegadas por él. La salvación ha llegado en Cristo; esto quiere decir el evangelista. Jesús posee toda la riqueza de la vida de Dios y quiere comunicarla a los creyentes. La abundancia de vino es símbolo de salvación plena: "De su plenitud todos hemos recibido".

Por su vida, muerta y resucitada, Jesús nos ha concedido el don inestimable de poder ser hijos de Dios. Este es el vino mejor que Jesús reserva para el final de su vida: "Aún no ha llegado mi hora".

Todo lo ocurrido anteriormente no es más que agua insulsa e insípida. Es un sistema religioso superado. Por eso, las tinajas llenas de agua sólo servían para lavatorios rituales. No podían lavar el corazón. "Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han venido por Jesús".

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La imagen de Cristo-Esposo ha llegado bien poco a nuestro pueblo. Es un tema muy sugestivo, incluso hoy, en pleno trastorno matrimonial: es el esposo fiel que cuando se manifiesta, ofrece inmediatamente a la Iglesia: María-discípulos-invitados el vino nuevo, el gozo de la salvación que empieza a manifestarse, que estallará en Pascua, cuando llegue su hora.

Las relaciones entre Cristo y la Iglesia -nosotros los creyentes- son relaciones de amor, de entrega mutua, de gozosa salvación.

Las bodas de Caná las celebramos cada domingo en la Eucaristía, donde el Señor renueva la entrega de sí mismo, de su vino, de su sangre.

Paradoja: Jesús, el invitado, se convierte en el auténtico esposo. Por esto el otro esposo no puede ofrecer vino.

María constata esta insuficiencia e indica dónde está la plenitud: en Jesús, el vino bueno que trae la alegría abundante, que saca de la situación insuficiente y desesperada en la que viven los hombres, nos da la posibilidad de crecer en la fe y en el amor.

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El evangelio derrocha una fina ironía, pues el reconocimiento de la superior calidad del orden cristiano -el orden del vino- lo hace alguien perteneciente al orden judío -el orden del agua-.

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La diferencia entre el agua y el vino: esa es la diferencia entre el santo y el cumplidor, la diferencia entre el hombre de fe y el hombre religioso.

Jesús sigue empeñado en cambiar el agua en vino, en transformar a los hombres de la Ley en hombres del Amor, a los cumplidores en enamorados, enamorados de Dios y de los hombres.


18. SABER ESTAR ALLÍ

Hay una sabiduría de la vida -una importante sabiduría- que consiste en eso: en «estar allí». En estar en el «sitio exacto» en el que teníamos que estar. En encontrarnos haciendo «lo que teníamos que hacer».

El evangelio de hace unos domingos nos transmitía la respuesta que dio Jesús a la extrañada María: «¿No sabíais que debo estar en la casa de mi Padre?» Es como si dijera: «Estaba allí: donde tenía que estar». En otra página evangélica, mucho más adelante, el evangelista Juan nos dirá de María: «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre». La lectura es la misma: «Estaba donde tenía que estar». Repito: se trata de una gran sabiduría ésa de «saber estar ahí». Hasta en los quehaceres más humildes solemos alabar a quien así actúa. Juzgando la trayectoria de algún futbolista famoso, más de una vez he oído emitir el siguiente juicio: «No es que fuera un goleador técnico; es que siempre estaba allí». Pues bien. El evangelio de hoy, por dos veces, nos ofrece esa frase: «Había una boda en Caná y la madre de Jesús "estaba allí"». Y, a renglón seguido: «Jesús y sus discípulos "estaban también allí"». Cuando terminamos de leer el pasaje completo, todos estamos de acuerdo en que ese «estar allí» de María y de Jesús disipó la peligrosa niebla que se cernía sobre aquel matrimonio, acaso su primera crisis.

He aquí, por tanto, la glosa que me nace a vuelapluma: «Dichosos los que en la tarea que les ha correspondido en la vida, se esfuerzan por "estar allí"». Y, a la inversa, «desdichados los que, en esas mismas tareas, se han hecho especialistas de "la evasión" y de la técnica de "tomar las de Villadiego"». Y mucho me temo que ése sea uno de los males frecuentes de esta sociedad, en la que muchas veces se busca más la cantidad que la calidad, la apariencia que la realidad, el triunfar como sea y por encima de lo que sea. Seamos sinceros. La velocidad con que nos movemos, el mimetismo que nos ha invadido de «vivir como todos viven», el seguir las pautas de la sociedad de consumo, hacen que no dediquemos el tiempo y la atención a «estar allí». Ciñéndonos al tema del evangelio de hoy -el matrimonio-, ¿no os parece que quizá la principal causa de sus crisis sea precisamente ésa: no querer «estar ahí»? Porque, ved la paradoja. El día de la boda cada uno de los cónyuges, seguramente con emoción, dijo: «Estaré ahí: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, etc». ¿Qué ha pasado luego para que así se desertara y, a la hora de la verdad, ninguno de los dos «estuviera allí»?

Por eso, vuelvo a insistir, será menester que todos nos convenzamos de que ese «saber estar ahí» es sabiduría de la buena. Y que ese «estar ahí» conlleva dos premisas importantes.

UNA.-El ejercicio de la «constancia». La repetición de actos, ya que son los actos los que crean los hábitos. El lanzarse a repetir aquello que queremos conseguir, ya que el movimiento se demuestra andando y a sufrir se aprende «sufriendo». En una palabra, esta sabiduría es producto de la paciencia, como lo dijo el mismo Jesús: «Con vuestra paciencia poseeréis vuestro espíritu».

DOS.-(Al menos para uso de los creyentes.) No sólo cada uno de nosotros ha de «estar ahí», sino que será bueno que invitemos a Jesús y a María para que también «estén ahí», en nuestro quehacer. ¿Quién no necesita convertir en vino sus pobres tinajas de agua?

ELVIRA.Págs. 229 s.

HOMILÍAS 15-20