32 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
24-32

24. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Isaías 49, 3. 5-6

Esta perícopa nos trae el segundo canto del poema del “Siervo de Yahvé”. Nos será, muy provechoso cotejar el maravilloso prenuncio del Profeta realizado plenamente en Jesús-Mesías-Señor:

- El “Siervo” viene al mundo para realizar una misión singular y única. Su Persona y su Obra serán la revelación y epifanía de la Gloria de Yahvé (v 3). San Juan insiste en acentuar cómo toda la obra de Jesús es “glorificación” del Padre. Especialmente su Pasión y Muerte redentora. Recordemos la escena de Jn 12, 27: “Padre, para esto he venido, para esta Hora. ¡Padre! Glorifica tu Nombre. Se oyó entonces una voz venida del cielo: Ya lo he glorificado y todavía lo glorificaré.” Así es: por Cristo-Jesús-Redentor, los hombres glorificamos a Dios.

- Los vv 5-6 concreta mejor la misión y la Obra que va a realizar el Siervo para la gloria de Yahvé: La restauración de Israel, que viene a ser la creación de un Israel nuevo, el que San Pablo llamará “Israel de Dios” (Gál 6, 16). Israel nuevo que vivirá de un nuevo Espíritu. Israel nuevo en el que para nada se atiende a valores raciales, nacionales o políticos. Por eso se dice para cualificar la misión del Siervo: “Te hago Luz para las naciones; te envío a que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra” (v. 6). La función del Mesías será: Iluminar y Salvar.

- A Israel le costó mucho captar el sentido espiritual, universal, supraterreno, que encerraban las profecías. Por orgullo y por sensualismo rebajó la persona y al obra del Mesías a nivel meramente humano, utilitarista, político, racial y terreno. Y dada nuestra condición de hombres amasados de orgullo, egoísmo y sensualidad, nos sigue acosando el peligro de interpretar el Mesianismo de Jesús a escala terrena, política, de medros y ambiciones (Cfr Mt 20, 20-28). La función del Cristianismo es: Iluminar y Salvar.

1 Corintios 1, 1-3:

San Pablo nos ilumina acerca del sentido y valor que tiene toda vocación al apostolado. El, que anduvo tanto tiempo en rutas de falso Mesianismo, a comprendido a la luz de Damasco cómo Jesús, el Jesús Crucificado, es el Mesías auténtico; y cómo, en consecuencia, el apostolado auténtico es el anuncio de la Cruz y de la Salvación que a todos nos gana Cristo-Redentor.

- Era uso de la época iniciar las cartas con los títulos y méritos de las personas que las escribía. Pablo, que en otro tiempo tanto se ufanó de títulos y meritos humanos (Cfr Gál 1, 14; Flp 3, 4), ahora sólo se gloría de este título totalmente espiritual y gratuito: “Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Jesucristo” (v 1). El verdadero Mesías es Jesús: Jesús crucificado. Pablo, el que se escandalizó en la Cruz de este Jesús, ahora por vocación que únicamente debe al amor de Dios, ha de ser el Apóstol del Crucificado. Es su título de honor, su gloria (Gál 6, 14). A la vez esta elección divina al apostolado es la garantía de su autoridad y de su carta.

- Tras rendir honor y gratitud a Dios que le honró con la vocación al apostolado, recuerda a los neófitos los títulos y valores nuevos que debemos a nuestra vocación cristiana. Títulos que si mucho nos honran, también nos exige. No perdamos de vista estas definiciones que nos da Pablo de lo que es un bautizado o un cristiano: a) “Santificados en Cristo Jesús”. La frase admite doble interpretación: los que se han consagrado a Cristo, o bien: los que son santos o consagrados por vivir en ellos Cristo. Ambos significados son hermosa y exigente realidad. b) Asamblea Santa; es otra definición que connota al cristianismo como miembro de una comunidad. Heredamos los títulos de Israel en el A. T.: “Pueblo Santo” (Ex 19, 6; Dt 7, 6; Dn 7, 18, 22). Pero en el A. T. la santidad era ritual; preparaba la “consagración” real y espiritual del N. T. En virtud de nuestro Bautismo, la “santidad” y “consagración” alcanzan su valor pleno: “El Hijo de Dios Encarnado, a sus hermanos convocados de entre todas las gentes, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándole su Espíritu. Por el Bautismo nos configuramos con Cristo” (L. G. 7): Sello bautismal que nos cristifica, nos unge y embebe de Espíritu Santo; nos aglutina en su Cuerpo Místico. ¿Cabe “consagración” más real y más plena y más divina?

- “Gracia y Paz” (v 3) van a ser por siempre más el saludo y augurio del nuevo Pueblo de Dios.

Juan 1, 29-34

El Evangelista Juan recoge el testimonio del Bautista. Para el precursor es claro e incuestionable que en Jesús se cumplen las profecías. Sobre todo las que le pronuncian “Siervo de Yahvé”:

- “He aquí el Cordero de Dio” (29). De Dios, porque Dios le envía. De Dios, porque a Dios está consagrado; y con su inmolación va a redimir todos los pecados; el Cordero que con amor al Padre y a los hombres carga sobre Sí el “Pecado del mundo”.

- En esta feliz proclamación de Jesús “cordero de Dios”, hecha por el Bautista, hay una clara alusión a la profecía del Mesías: “Cordero” y “Siervo” de Is 52, 13 y 53, 7. igualmente puede pensar el Bautista en el Cordero Pascual; como también en el Cordero del holocausto cotidiano perpetuo. Jesús va a ser la Víctima, el Sacrificio perfecto: el Mesías-Redentor. El que quita el Pecado. El que trae Espíritu y Vida.

- Juan, profeta que ha recibido la misión de anunciar la inminente llegada del Mesías, es ahora testigo de los “signos” milagrosos con que el cielo testifica de manera indubitable que Jesús es el Mesías tan esperado durante milenios (32-34): Mesías-Hijo de Dios (34). El único Enviado del Padre: nos trae Espíritu Santo (33). Preexiste, precede, aventaja sin medida a su Precursor (30).

El Cordero-Redentor actualiza la Redención en la Eucaristía, Sacramento de su Sacrificio. Y nosotros al participar en este Sacrificio apropiémonos su actitud de “Siervo” y de “Cordero”; de oblación y de expiación.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

Otro testimonio de Jesús por el Bautista

Explicación. — Los sinópticos no relatan otro testimonio que el Bautista diese de Jesús sino el de su bautismo, para luego referir el encarcelamiento de Juan con sus consecuencias. En el cuarto Evangelio se insiste en los varios testimonios del Bautista y se deja el episodio de las tentaciones ya narrado por aquéllos. A la solemne revelación que Juan hace a los legados oficiales, añade la presente, ante la misma persona de Jesús.

Bajaba el Señor del monte de la Cuarentena de cumplir su ayuno, dirigiéndose otra vez a orillas del Jordán, donde seguía Juan bautizando. Estaría éste con sus discípulos, tal vez con los mismos legados de Jerusalén, pues era el día siguiente de su solemne entrevista con ellos, cuando vio llegar a Jesús, que venía hacia él, para darle este gozo y ofrecerle ocasión de que reiterase su testimonio: El día siguiente vio Juan a Jesús venir hacia él. Sentiría el precursor estremecerse su alma de israelita y de profeta a la presencia del Salvador de Israel, él, que había saltado de gozo ya en el seno de su madre, y, señalándole con el dedo a los concurrentes, dijo con énfasis: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El Mesías, en las antiguas profecías, venía representado por el cordero, y en este símbolo se significaba la función sacrificial del Redentor, porque Jesús es el sacerdote que se sacrifica a sí mismo, dando voluntariamente su vida, y la víctima que deja sacrificarse para la remisión de los pecados que voluntariamente tomó sobre sí. Cordero de Dios, porque Dios le enviaba para que se sacrificara por los hombres, y porque era Hombre-Dios. La eficacia de su sacrificio será tal, que borrará el pecado del mundo, todo lo que viene comprendido bajo la denominación singular y genérica de pecado. Ya aparece aquí el porqué del “bautismo en el Espíritu Santo”: es la infusión de la gracia de Dios, logrado por el sacrificio del Cordero, que importará la completa purificación espiritual significada por el bautismo de agua del Bautista: “Yo bautizo en agua...”

Este Cordero es aquel hombre del que había ya testificado Juan, antes de bautizarle, que existía antes que él, y por lo mismo, puesto que Juan era de más edad que él en cuanto hombre, aquella preexistencia demuestra que Jesús era Dios: Este es aquel de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que fue antepuesto a mí; porque primero era que yo. El sacrificio de este Cordero será, por consiguiente, de valor infinito, porque será sacrificio de Dios mismo, antitipo de los sacrificios de los corderos que se ofrecían en el templo.

Probablemente, ya lo hemos dicho, Juan no le conocía a Jesús, hasta el momento en que le administró el bautismo: había vivido en el desierto, lejos del mundo, y de allí vino a bautizar y dar testimonio de la persona de Jesús, porque el Espíritu le había dicho que la señal del Mesías sería una paloma que sobre él descendería: Y yo no le conocía: mas para que sea manifestado en Israel, por eso vine yo a bautizar en agua. Realizóse el milagro que se le había anunciado, y por él reconoció al Mesías; y, con la certeza de que lo era, anunció al pueblo que él era el Hijo de Dios. Y Juan dio testimonio, diciendo: Que vi el Espíritu que descendía del cielo como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía: mas aquel que me envió a bautizar en agua, me dijo: Sobre aquel que tú vieres descender el espíritu, y reposar sobre él, éste es el que bautiza en el Espíritu Santo. Es decir, que Juan, por señales extraordinarias que viera en Jesús, o por instinto del Espíritu Santo, barrunta, en el momento de bautizarle, que Jesús es el Mesías: de aquí el vivo diálogo que se trabó entre ambos. Bautizado ya Jesús, y al salir del agua, vino sobre él el Espíritu en forma de paloma, tal como el mismo Espíritu se lo había indicado al Bautista; y entonces adquiere la absoluta certeza de la persona del Mesías. No hay, pues, contradicción entre la escena de Mateo (3, 14) y la afirmación que hace aquí Juan de que no conocía a Jesús.

Termina Juan este episodio con estas palabras solemnes en que se trasluce el íntimo gozo de haber visto al Mesías y de haberle podido anunciar al mundo: Y yo he visto; no sólo he recibido revelación interna de que Jesús es el Mesías, sino que mis propios ojos han podido ver el testimonio externo que se me había anunciado y que dio Dios de él: el abrirse los cielos, venir el Espíritu en forma visible de paloma y posarse sobre él. Y tengo dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Ha anunciado con ello el Bautista tres verdades fundamentales de nuestra fe: Jesús es el Cordero de Dios, que puede borrar los pecados del mundo; bautiza en el Espíritu Santo, y por lo mismo puede darnos la gracia y los Dones del Divino Espíritu; y es Hijo de Dios, no adoptivo, sino natural, que como tal puede lograrnos la filiación de hijos adoptivos de Dios y la herencia del reino de los cielos. Son los tres conceptos que distinguimos en la justificación: remisión del pecado, colación de gracia, adopción de hijos de Dios.

Lecciones morales. — A) v. 29. — He aquí el Cordero de Dios...—El arte cristiano nos representa bellamente la escena de este Evangelio: San Juan señalando al divino Cordero, Jesús, con una banderola o filacteria con esta inscripción: “He aquí el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo.” Es un símbolo suavísimo, al tiempo que es reproducción de una escena histórica. Al ser definitivamente conocido el Mesías en la tierra, quiere que se le señale como cordero, es decir, como víctima que será sacrificada: y lo será por los pecados de los hombres, porque cargó voluntariamente con todos ellos. ¡Cuánta gratitud debemos a Jesús, que aparece como Víctima en el Jordán, que realmente se sacrifica en el Calvario, que perpetúa su sacrificio en nuestros altares, y que, aun en el cielo, según el Apocalipsis, se nos presenta “como muerto” en la figura de cordero, abriendo el libro de los siete sellos! (Apoc. 5, 6 y sigs.).

B) v. 30. — Este es aquel de quien yo dije... — Es admirable la providencia de Dios en la revelación de su Mesías. Procede con suavidad y sin estrépito; pero le caracteriza en forma tal que, a pesar de su sencillez y obscuridad, todo el mundo puede conocerle. Fundador de un reino espiritual, todos son factores espirituales los que le denuncian a los hombres: un profeta de vida austerísima, el Espíritu de Dios en la forma suavísima de paloma, la claridad de los cielos, la voz, llena y dulce a la vez, del Padre; todo en medio de una ceremonia de carácter religioso y de purificación espiritual. ¡Qué contraste con la concepción y con las esperanzas mesiánicas del pueblo de Dios!

C) v. 32. — Y vi el Espíritu que descendía del cielo como paloma... — Y porque así lo vio, dio Juan testimonio de Jesús, declarándole Mesías. Y ¿por qué, dice el Crisóstomo, si los judíos vieron al Espíritu descender sobre Jesús no creyeron? Porque no bastan para creer los ojos del cuerpo, responde, sino que son necesarios los del alma. Si más tarde vieron los milagros, copiosos y estupendos, de Jesús y no sólo no creyeron en él sino que los echaron a mala parte, ¿cuánto menos debían creer a la vista de una simple paloma que viene sobre él? — Es éste el fenómeno de siempre, de los creyentes y de los incrédulos: los mismos motivos de credibilidad y las mismas razones tienen en su mano los unos que los otros; y creen los unos, mientras cierran los otros sus ojos y su corazón a la suave luz de la fe. Es que en la fe, como virtud sobrenatural que es, entran dos factores: la gracia de Dios, que no falta a quien quiere creer, y la voluntad de creer, que Dios respeta en su rebeldía y que puede negarse a admitir las verdades de la fe. Guardemos el depósito de nuestras creencias inviolable, y demos gracias a Dios de habernos hecho hijos de la santa fe.

D) V. 34. — Y yo he visto...—Vio el Bautista los signos externos de Jesús Mesías, tal como Dios se los había anunciado: y porqué los vio, dio testimonio de él, a amigos y adversarios. También nosotros hemos visto los motivos de credibilidad de la divinidad de Jesús: la luz de la profecía, del milagro, de su doctrina dogmática y moral, de sus mártires, de la historia, le ofrecen luminosísimo, divino a nuestros ojos. ¿Tenemos valor para dar, siempre que sea preciso, testimonio de é1? ¿Testimonio de palabra, confesándonos sus hijos; de obra, amoldando nuestra vida a sus preceptos?

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 359-363)


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Fulton J. Sheen

EL CORDERO DE DIOS

Ahora que nuestro Señor hubo resistido victoriosamente la suprema tentación de llegar a ser rey de los hombres para llenarles los estómagos, entusiasmarlos con maravillas científicas y concertar un convenio político con el príncipe de las tinieblas, se hallaba dispuesto a presentarse ante el mundo como una víctima que había de ser sacrificada para expiación por el pecado. Después del largo ayuno y de las tentaciones, vinieron a Él unos ángeles y le sirvieron. Luego volvió al Jordán y se confundió durante cierto rato, pasando inadvertido, entre la muchedumbre que rodeaba a Juan. El día anterior, Juan había estado hablando de nuestro Señor a una delegación de sacerdotes y levitas del templo de Jerusalén, que habían venido para preguntarle: “¿Quién eres tú?” Advertían que había llegado el tiempo en que había de aparecer el Cristo o Mesías, y de ahí la intención con que hacían su pregunta. Pero Juan les dijo que él “no era el Cristo”. Él era simplemente la voz que anunciaba la Palabra. De la misma manera que Cristo rehusaba títulos de poder externo, así Juan rehusó el título que los fariseos estaban dispuestos a conferirle, incluso el más grande de todos, como el de ser el enviado de Dios.

Al día siguiente, nuestro Señor se hallaba entre la muchedumbre, y Juan le vio a cierta distancia. Inmediatamente Juan recurrió al rico legado de los judíos en cuanto a símbolos y profecías, algo que conocían todos sus oyentes:

He aquí el Cordero de Dios,

que quita el pecado del mundo.

Ioh 1, 29

Juan afirmaba que no debemos esperar ante todo un maestro, un dador de preceptos morales o un hacedor de milagros. Primero hemos de esperar a aquel que recibió la misión de ofrecerse como víctima por los pecados del mundo. Se estaba aproximando la pascua, y los caminos se hallaban llenos de gente que llevaba a sacrificar en el templo sus corderos añales. Delante de todos los corderos, Juan señaló al Cordero que, una vez sacrificado, pondría fin a todos los sacrificios en el templo, porque quitaría los pecados del mundo.

Juan era la voz del Antiguo Testamento, donde el cordero desempeñaba un papel tan importante. En el Génesis encontramos a Abel ofreciendo un cordero, primicias de su rebaño, en un sacrificio cruento en expiación del pecado. Más adelante, Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac, símbolo profético del Padre celestial que sacrifica a su propio Hijo. Cuando Isaac pregunto: “¿Dónde esta el cordero?”, Abraham le dijo:

Dios se proveerá de cordero

para el holocausto, hijo mío.

Gen 22, 8

La respuesta a la pregunta: “¿Dónde esta el cordero para el holocausto?”, formulada al comienzo del Génesis, era dada ahora por Juan el Bautista al señalar a Cristo y decir: “He aquí el Cordero de Dios”. Dios, al fin, se había provisto de un Cordero. La cruz defendida en el desierto durante las tentaciones se estaba mostrando ahora en el Jordán.

Cada familia procuraba tener su propio cordero pascual; y aquellos que ahora estaban llevando sus corderos a Jerusalén, donde el Cordero de Dios decía que había de ser sacrificado, sabían que el cordero era el símbolo de la liberación de Israel de la esclavitud política de Egipto. Juan estaba diciendo que también era símbolo de liberación de la esclavitud del pecado.

El Cordero vendría en forma de hombre, porque el profeta Isaías había predicho:

Yahvé cargo en él la iniquidad de todos nosotros.

Tratado durísimamente, se humilló,

y no abrió la boca.

Como cordero fue conducido al matadero.

Is 53, 6-7

El cordero solía ser ofrecido como víctima para el sacrificio de su inocencia y mansedumbre. Por lo tanto, constituía el símbolo más adecuado del carácter del Mesías. El hecho de que Juan el Bautista le llamara Cordero de Dios es sumamente significativo; no era ni el cordero del pueblo, ni el cordero de los judíos, ni el cordero de ningún dueño humano, sino el Cordero de Dios. Cuando finalmente se sacrificio el Cordero, no fue porque hubiera sido víctima de aquellos que eran más fuertes que Él, sino más bien porque estaba cumpliendo su deber voluntario de amor hacia los pecadores. No fue el hombre el que ofreció el sacrificio, aunque fuera el que dio muerte a la víctima; era Dios que se entregó a sí mismo.

Pedro, que era discípulo de Juan, que probablemente se encontraba allí aquel día, más adelante aclararía aun más el significado de “el Cordero” al escribir:

Sabiendo que fuisteis redimidos...

no con cosas corruptibles como oro o plata,

sino con la preciosa Sangre de Cristo,

como de un cordero sin defecto y sin mancha.

1 Petr 1, 18

Después de la resurrección y de la ascensión del Señor, el apóstol Felipe encontró al eunuco de la reina de Etiopía, El eunuco había estado leyendo un pasaje del profeta Isaías que predecía la venida del Cordero:

Como oveja fue conducido al matadero;

y como el cordero es mudo delante del que le trasquila,

así Él no abre su boca.

Act 8, 32

Felipe le explicó que este Cordero ya había sido sacrificado y había resucitado de entre los muertos y subido al cielo. San Juan el evangelista, que también se encontraba a la orilla del Jordán aquel día (puesto que fue uno de los discípulos de Juan Bautista), más tarde estuvo al pie de la cruz cuando el Cordero fue sacrificado. Años más tarde escribió que el Cordero muerto en el Calvario fue muerto intencionadamente desde el comienzo del mundo.

El Cordero que fue inmolado

desde la fundación del mundo.

Apoc 13, 8

Esto quiere decir que el Cordero fue inmolado, por así decirlo, por disposición divina desde toda la eternidad, aunque la consumación temporal había de esperar hasta el Calvario. Su muerte fue conforme al propósito eterno de Dios y al determinado designio de Dios. Pero el principio del amor que se sacrificaba a sí mismo era eterno. La redención estaba en la mente de Dios antes de que se hubieran echado los cimientos del mundo. Desde toda la eternidad, Dios, que se hallaba fuera del tiempo, vio a la humanidad que caía y que era redimida. La tierra misma sería el teatro de este gran acontecimiento. El cordero era el anti-tipo eterno de todo sacrificio. Cuando llegó la hora de la Cruz y el centurión traspaso con su lanza el costado de nuestro Señor, cumplióse entonces la profecía del Antiguo Testamento:

Y mirarán a mí,

a quien traspasaron.

Zach 12, 10

La expresión que use el Bautista para describir el modo como el Cordero de Dios “quitaría” los pecados del mundo es una expresión paralela en las lenguas hebraica y griega; el Levítico describe la víctima propiciatoria, el macho cabrío, que

Llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos

a tierra inhabitada.

Lev 16, 22

De la misma manera que el macho cabrío sobre el cual se cargan los pecados era expulsado de la Ciudad, así el Cordero de Dios que realmente quitó los pecados del mundo sería arrastrado fuera de la Ciudad de Jerusalén.

Así, el Cordero, que Dios prometió a Abraham que habría de procurarse para holocausto, y todos los otros corderos y animales judíos que los judíos y los paganos sacrificaron a lo largo de toda la historia, derivaron su valor del Cordero de Dios que ahora se encontraba delante de Juan Bautista. Aquí no se trataba de que nuestra Señor profetizara la cruz, sino que más bien el Antiguo Testamento, por medio de Juan, declaraba que Cristo era el sacrificio indicado por la divinidad para expiación del pecado, y el único que podía quitar la culpa humana.

Hacía tiempo que los israelitas se habían dado cuenta de que el perdón de los pecados estaba relacionado en cierto modo con las ofrendas de los sacrificios; por tanto, llegaron a creer que en la víctima había inherente cierta virtud. E1 pecado se hallaba en la sangre; de ahí que la sangre tuviera que derramarse. No debe extrañar, pues, que cuando la Víctima fue ofrecida en el Calvario y hubo resucitado de entre los muertos, reafirmara cuan necesario era para Él el sufrimiento. Aplicar los méritos de aquella sangre redentora a nosotros mismos era el tema de que habría de tratar el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, cuando se sacrificaban los corderos, parte de su sangre se empleaba para rociar al pueblo. Cuando el Cordero de Dios llegó a ser sacrificado, algunas personas, de un modo horriblemente irónico, pidieron también ser rociadas con aquella sangre:

¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

Mt 27, 25

Pero millones de otras personas encontrarían también la gloria merced a la aspersión de la sangre del Cordero. Juan Evangelista las describió así, mas adelante, en la gloria eterna:

Y oí el clamor de una multitud de ángeles

que estaban alrededor del trono

y de los seres vivientes y de los ancianos;

y se contaban por miríadas de miríadas y millares de millares,

que decían a grandes voces:

“Digno es el Cordero que ha sido inmolado,

de recibir el poder, y la riqueza, y la sabiduría,

y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la alabanza.”

Y a toda criatura, en el cielo, y sobre la tierra,

y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas

que hay en ellos, le oí decir:

“Bendición, y honra, y gloria, y dominio

al que esta sentado sobre el trono,

y al Cordero, por los siglos de los siglos.”

Apoc 5, 11-14

(Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1968, cap. 4, pp. 71-74)


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San Agustín



1. ...Os había prometido tratar hoy de por qué Dios quiso mostrar al Espíritu Santo en forma de paloma...

2. Gimen las palomas como todos sabemos; pero gime de amor. Oíd lo que dice el Apóstol, y no os extrañaréis de que el Espíritu Santo se haya revelado en forma de Paloma. Que hemos de orar, según conviene, no lo sabemos; as el mismo Espíritu interviene a favor nuestro con gemidos infalibles. )Como podemos decir que l Espíritu Santo gime, cuando goza de una perfecta y eterna felicidad con el padre y el Hijo? Porque el Espíritu santo es Dios, como es Dios el Hijo y el Padre es Dios. Tres veces he dioses. Porque el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son un único dentro de Sí en aquella Trinidad, en aquella felicidad, en aquella eternidad de sustancia, sino que gime en nosotros, porque nos hace gemir a nosotros. No es cosa pequeña el que nos enseñe a gemir el Espíritu Santo. Nos está diciendo con esto que vamos peregrinando y nos enseña a suspirar por la patria, y con este deseo gemimos. A que le va bien en el mundo, mejor, el que cree que le va bien, como la alegría de la carne y la abundancia de las cosas temporales se exalta con vana felicidad, tiene voz de cuervo. La voz del cuervo es clamorosa, no gemebunda. Quien se siente bajo el peso de este cuerpo mortal y que está lejos de Señor glorioso en su Parusía, el mismo que vino antes oculto en humildad; el que esto conoce, gime. El Espíritu es el que le ha enseñado a gemir, de la paloma ha aprendido a gemir. son muchos los que gimen por sus desgracias terrenas, golpeados por desgracias, sobrecargados con las enfermedades del cuerpo, encerradas en las cárceles, atados con cadenas , arrojados por as olas del mar, rodeados de asechanzas por algún enemigo. Todos estos gimen, pero no con el gemido de la paloma; no gimen por amor a Dios, no gimen por el Espíritu. Y así, cuando se ven libres de estas aperturas, se exaltan con grandes voces. Donde se ve que son cuervos y no palomas. Justamente del arca salió un cuervo y no volvió, salió también una paloma y volvió. Noé soltó estas dos aves. En el arca era figura de la Iglesia, veis que en este diluvio del mundo la iglesia tiene que aserrar las mismas dos especies el cuervo y la paloma. Cuervo son los que buscan sus cosas; palomas son los que buscan las de Cristo.

3. esta es la razón por qué envía al Espíritu Santo visible en dos formas: por la paloma y por el fuego. Por la paloma sobre el Señor en su bautismo; por el fuego sobre los discípulos reunidos. Habiendo subido el Señor al cielo, después de la resurrección y pasando con los discípulos cuarenta días, cumplido el tiempo de Pentecostés, les envió el Espíritu Santo, como había prometido. El Espíritu llenó con su venida aquel lugar, se formó primeramente un ruido del cielo, como si soplase un viento fuerte, según leemos en los Hechos de los Apóstoles, y luego se les aparecieron divididas unas como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos y empezaron a hablar en varias lenguas, conforme a la gracia del Espíritu. En una parte vemos la paloma sobre el Señor; en otra, las lenguas de fuego sobre los discípulos congregados. Allí se revela la inocencia, aquí el fervor. Hay quienes se llaman sencillo y son perezosos. No era así están, lleno del Espíritu Santo. Era sencillo porque no dañaba a nadie. Fervorosos también porque argüía a los impíos... los judíos, que eran cuervos, en oyendo sus palabras, echaron mano de las piedras contra la paloma y empezaron a apedrear a Esteban..., mientras él, al golpe de las piedras de rodillas, decía: Señor, no les tomes en cuenta este pecado... . Es lo que había hecho antes el Maestro, sobre el cual había bajado la paloma; pendiente de la cruz, decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

4. Convenía, pues, que la venida del Espíritu Santo sobre el Señor fuera así, para que cada uno entienda que si tiene al Espíritu Santo, debe ser sencillo como la paloma y tener paz con sus hermanos, que es lo que significan los ósculos de la paloma. También los cuervos tienen ósculos; pero la paz de los cuervos es falsa, la de las palomas es verdadera. Por tanto, no todo el que dice: La paz sea con vosotros, ha de ser escuchado como si fuera paloma. ¿Cómo distinguir las ósculos de las cuervos de los de las palomas? Los cuervos, cuando besan, hieren; las palomas nunca hieren. Donde hay herida, no hay paz verdadera en el ósculo. Dan verdadera paz los que no hieren a la Iglesia. Los cuervos se alimentan de cadáveres. No así las palomas, que viven de los frutos de la tierra, con un alimento sencillo, lo cual es maravilloso. Porque hay pájaros muy pequeños que se alimentan, por lo menos de moscas. Nada de esto se encuentra en la paloma; no se alimenta de cadáveres. Los que hirieron a la iglesia se alimentan de cadáveres. Dios es poderoso. Roguemos porque resuciten aquellos católicos que, sin darse cuenta, han sido devorados por los donatistas. Muchos se van ya dando cuenta y resucitan. Con su vuelta con vuestra conversación fervorosa encended a los tibios.

5. Todos vosotros veis lo que ellos ven. No os admiréis. Los que no quieren volver a nosotros son como el cuervo que salió del arca. ¿Quién no verá esto que ellos no ven porque no agradan al Espíritu Santo? La paloma se pos sobre el Señor después de ser bautizo. Se le muestra la Santa verdadera Trinidad, que es, un solo Dios. sale el Señor del agua, como leemos den el Evangelio..., y se le muestra claramente la Trinidad, el Padre en la voz, el Hijo en el nombre, el Espíritu Santo en la ploma. Veamos en esta Trinidad, en cuyo nombre fueron enviados los Apóstoles, lo que ellos no ven. No es que no vean realmente, sino que cierran los ojos a lo que hiere su vista...

6. Carísimos, vemos, pues lo que ellos no quieren ver. No porque no vean, sino porque les duele verlo, como si se les hubiese cerrado en contra suya. ¿Dónde son enviados los Apóstoles, a bautizar como ministros en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Adónde son enviados? Id bautizad todas las gentes. Habéis oído cómo le vino esta herencia: Pídeme y te daré en herencia las gentes y en posesión tuya los confines de la tierra. Habéis oído que de Sión salió la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor. Aquí es donde se dijo a los discípulos : Id, bautizad las gentes en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Nos hemos fijado en el id, bautizad las gentes. Fijémonos ahora en que nombre. el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si oyes un solo nombre, piensa en un solo Dios, a la manera que explica Pablo cuando habla de la descendencia de Abraham. En tu descendencia serán banditas loas gente. No dijo: en tus descendencia, la cual es Cristo. Por tanto, como allí. Porque no dice en tus descendencias, enseña el Apóstol que el Cristo es uno, de la misma manera aquí, donde dice en el nombre, no en los nombres, como allí en la descendencia, no en las descendencias, se prueba que es un solo Dios en Padre y el hijo y el Espíritu Santo.

7. Ahora dicen los discípulos al Señor: Sabemos en qué nombre hemos de bautizar, porque nos has hecho ministros, al decirnos: Id, bautizad las gentes en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Adónde iremos? ¡Qué adónde! ¿No lo habéis oído? A mi herencia. Me preguntáis que ¿adónde iréis? A lo que yo he comprado con mi sangre. ¿Adónde, pues? A las gentes. Pienso que dijo: id, bautizad a los africanos en el nombre del Padre.... Gracias a Dios. el Señor ha solucionado la dificultad, nos la ha explicado por la paloma. Gracias a Dios. los apóstoles fueron enviados a las gentes. Si a las gentes, a todas las lenguas. Esto es lo que significó el Espíritu Santo dividido en lenguas, unidos en la paloma. Donde las lenguas de dividen, la paloma une. Nada mas claro que en la paloma está la unidad; en las lenguas de las gentes, la sociedad. Un día se dividieron las lenguas por la soberbia, y entonces de una resultaron muchas. Después del diluvio, unos hombres soberbios, como queriéndose defender contra Dios, como si para Dios hubiese algo excelso a para la soberbia algo seguro, intentaron levantar una torre, a fin de escapar del diluvio, caso de que se repitiese. Había oído y contado que los malos todos habían desaparecido por el diluvio. No se querían abstener d la maldad, y para defenderse contra el diluvio. No se querían abstener de la maldad, y para defenderse contra e diluvio acuden a la altura de la torre. Levantan por esto una gran torre. Vio Dios su soberbia y les hizo caer en este error, que no se entendiesen hablando y se dividiesen las lenguas, la humildad de Cristo las unió. Lo que aquella torre separó, reúne la Iglesia. De una lengua nacieron muchas. No te extrañes. Fue abra de la soberbia. Ahora de muchas lenguas resulta una. Tampoco te extrañes; esto lo ha hecho la caridad. Aunque el sonido de las palabras es múltiple, se invoca con el corazón un solo Dios, se guarda en él una sola paz. El Espíritu Santo, que designa cierta unidad, ¿cómo se podía figurar sino por la paloma? Así se podaría decir a la iglesia pacificada: una es mi paloma. ¿Cómo simbolizar también la humanidad sino por un ave sencilla y gemebunda, en vez del ave soberbia y exultante que es el cuervo?...


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Juan Pablo II

El Padre da testimonio del Hijo

27-V-87

1. Los Evangelios (y todo el Nuevo Testamento) dan testimonio de Jesucristo como Hijo de Dios. Es ésta una verdad central de la fe cristiana. Al confesar a Cristo como Hijo 'de la misma naturaleza' que el Padre, la Iglesia continúa fielmente este testimonio evangélico, Jesucristo es el Hijo de Dios en el sentido estricto y preciso de esta palabra. Ha sido, por consiguiente, 'engendrado' en Dios, y no 'creado' por Dios y 'aceptado' luego como Hijo, es decir, 'adoptado'. Este testimonio, del Evangelio (y de todo el Nuevo Testamento), en el que se funda la fe de todos los cristianos, tiene su fuente definitiva en Dios) Padre, que da testimonio de Cristo como Hijo suyo.

En la catequesis anterior hemos hablado ya de esto refiriéndonos a los textos del Evangelio según Mateo y Lucas. 'Nadie conoce al Hijo sino el Padre' (Mt 11, 27). 'Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre' (Lc 10, 22)

2. Este testimonio único y fundamental, que surge del misterio eterno de la vida trinitaria, encuentra expresión particular en los Evangelios sinópticos, primero en la narración del bautismo de Jesús en el Jordán y luego en el relato de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Estos dos acontecimientos merecen una atenta consideración.

3. En el Evangelio según Marcos leemos: 'En aquellos días vino Jesús desde Nazaret, de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En el instante en que salía del agua vio los cielos abiertos y el Espíritu como paloma, que descendía sobre El, y una voz se hizo (oír) de los cielos: !Tú eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias!' (Mc 1, 9-11).

Según el texto de Mateo, la voz que viene del cielo dirige sus palabras no a Jesús directamente, sino a aquellos que se encontraban presentes durante su bautismo en el Jordán: 'Este es mi Hijo amado' (Mt 3, 17). En el texto de Lucas (Cfr. Lc 3, 22), el tenor de las palabras es idéntico al de Marcos.

4. Así, pues, somos testigos de una teofanía trinitaria. La voz del cielo que se dirige al Hijo en segunda persona: 'Tú eres...' (Marcos y Lucas) o habla de El en tercera persona: 'Este es...' (Mateo), es la voz del Padre, que en cierto sentido presenta a su propio Hijo a los hombres que habían acudido al Jordán para escuchar a Juan Bautista. Indirectamente lo presenta a todo Israel: Jesús es el que viene con la potencia del Espíritu Santo, es decir, el Mesías)Cristo. El es el Hijo en quien el Padre ha puesto sus complacencias, el Hijo 'amado'. Esta predilección, este amor, insinúa la presencia del Espíritu Santo en la unidad trinitaria, si bien en la teofanía del bautismo en el Jordán esto no se manifiesta aún con suficiente claridad.

5. El testimonio contenido en la voz que procede 'del cielo' (de lo alto), tiene lugar precisamente al comienzo de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret. Se repetirá en el momento que precede a la pasión y al acontecimiento pascual que concluye toda su misión: el momento de la transfiguración. A pesar de la semejanza entre las dos teofanías, hay una clara diferencia entre ellas, que nace sobre todo del contexto de los textos. Durante el bautismo en el Jordán, Jesús es proclamado Hijo de Dios ante todo el pueblo. La teofanía de la transfiguración se refiere sólo a algunas personas escogidas: ni siquiera se introduce a todos los Apóstoles en cuanto grupo, sino sólo a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan. 'Pasados seis días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un monte alto y apartado y se transfiguró ante ellos' Esta transfiguración v acompañada de la 'aparición de Elías con Moisés hablando con Jesús'. Y cuando, superado el 'susto' ante tal acontecimiento, los tres Apóstoles expresan el deseo de prolongarlo y fijarlo ('bueno es estarnos aquí'), 'se formó una nube... y se dejó oír desde la nube una voz: Este es mi Hijo amado, escuchadle' (Cfr. Mc 9, 2)7). Así en el texto de Marcos. Lo mismo se cuenta en Mateo: 'Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle' (Mt 17, 5). En Lucas, por su parte, se dice: 'Este es mi Hijo elegido, escuchadle' (Lc 9, 35).

6. El hecho, descrito por los Sinópticos, ocurrió cuando Jesús se había dado a conocer ya a Israel mediante sus signos (milagros), sus obras y sus palabras. La voz del Padre constituye como una confirmación 'desde lo alto' de lo que estaba madurando ya en la conciencia de los discípulos. Jesús quería que, sobre la base de lo signos y de las palabras, la fe en su misión y filiación divinas naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación interna que les daba el mismo Padre.

7. Desde este punto de vista, tiene especial significación la respuesta que Simón Pedro recibió de Jesús tras haberlo confesado en las cercanías de Cesarea de Filipo. En aquella ocasión dijo Pedro: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16,16). Jesús le respondió: 'Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos' (Mt 16, 17). Sabemos la importancia que tiene en labios de Pedro la confesión que acabamos de citar. Pues bien, resulta esencial tener presente que la profesión de la verdad sobre la filiación divina de Jesús de Nazaret )'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo') procede del Padre. Sólo el Padre 'conoce al Hijo' (Mt 11, 27), sólo el Padre sabe 'quién es el Hijo' (Lc 10, 22), y sólo el Padre puede conceder este conocimiento al hombre. Esto es precisamente lo que afirma Cristo en la respuesta dada a Pedro. La verdad sobre la filiación divina que brota de labios del Apóstol, tras haber madurado primero en su interior, en su conciencia, procede de la profundidad de la autorrevelación de Dios. En este momento todos los significados análogos de la expresión 'Hijo de Dios', conocidos ya en el Antiguo Testamento, quedan completamente superados. Cristo es el Hijo del Dios vivo, el Hijo en el sentido propio y esencial de esta palabra: es 'Dios de Dios'.

8. La voz que escuchan los tres Apóstoles durante la transfiguración en el monte (identificado por la tradición posterior con el monte Tabor), confirma la convicción expresada por Simón Pedro en las cercanías de Cesarea (según Mt 16,16). Confirma en cierto modo 'desde el exterior' lo que el Padre había ya 'revelado desde el interior'. Y el Padre, al confirmar ahora la revelación interior sobre la filiación divina de Cristo ) 'Este es mi Hijo amado: escuchadle'), parece como si quisiera preparar a quienes ya han creído en El para los acontecimientos de la Pascua que se acerca: para su muerte humillante en la cruz. Es significativo que 'mientras bajaban del monte' Jesús les ordenara: 'No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos' (Mt 17,9, como también Mc 9, 9, y además, en cierta medida, Lc 9, 21). La teofanía en el monte de la transfiguración del Señor se hala así relacionada con el conjunto del Misterio pascual de Cristo.

9. En esta línea se puede entender el importante pasaje del Evangelio de Juan (Jn 12 20-28) donde se narra un hecho ocurrido tras la resurrección de Lázaro, cuando por un lado aumenta a admiración hacia Jesús y, por otro, crecen las amenazas contra El. Cristo habla entonces del grano de trigo que debe morir para poder producir mucho fruto. Y luego concluye significativamente: 'Ahora mi alma se siente turbada; ¿y qué diré? Padre, líbrame de esta hora? Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre'. Y 'llegó entonces una voz del Cielo:!Lo glorifiqué y de nuevo lo glorificaré' (Cfr. Jn 12, 27-28). En esta voz se expresa la respuesta del Padre, que confirma las palabras anteriores de Jesús: 'Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado' (Jn 12, 25).

El Hijo del Hombre que se acerca a su 'hora' pascual, es Aquel de quien la voz de lo alto proclamaba en el bautismo y en la transfiguración: 'Mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias... el elegido'. En esta voz se contenía el testimonio del Padre sobre el Hijo. El autor de la segunda Carta a de Pedro, recogiendo el testimonio ocular del Jefe de los Apóstoles, escribe para consolar a los cristianos en un momento de dura persecución: '(Jesucristo)... al recibir de Dios Padre honor y gloria de la majestuosa gloria le sobrevino una voz (que hablaba) en estos términos:!Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias!. Y esta voz bajada del cielo la oímos los que con El estábamos en el monte santo' (2 Pe. 1, 16-18).


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Catecismo de la Iglesia Católica

El Bautismo de Jesús

El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3,3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. "Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo amado". Es la manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.

El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta. Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3,15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él (Jn 1,32-33). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se abrieron los cielos" (Mt 3,16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.

Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6,4):

Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él;

descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para

ser glorificados con él. [San Gregorio Nacianceno]

Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de

agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del

cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de

Dios. [San Hilario de Poitiers]


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EJEMPLOS PREDICABLES

San Agustín Caloca, sacerdote

Fecha central: 25 de mayo

Nació en San Juan Bautista del Teúl el 5 de mayo de 1898. Luego de descubrir su vocación fue enviado al seminario de Guadalajara. Tras la incautación del edificio durante la revolución regresó con su familia, pero continuó sus estudios en uno de los pequeños seminarios auxiliares creados en la época bajo la dirección del P. Cristóbal Magallanes.

En 1919 regresó al seminario de Guadalajara y recibió la ordenación sacerdotal el 15 de agosto de 1923. Fue un hombre modelo por el cumplimiento de sus obligaciones y por la práctica de las virtudes.

Después de ordenarse sacerdote fue nombrado ministro de la parroquia de Totalice y prefecto del seminario, además se encargó de las rancherías, fundó centros de catecismo y organizó una semana social.

En mayo de 1927 mientras se acercaban las tropas del gobierno, el Padre ordenó a los seminaristas que huyeran y él también trató de hacerlo, pero se encontró con un grupo de soldados que lo tomaron preso y lo llevaron a la cárcel de Totalice donde ya estaba el Padre Magallanes.

El general Goñi ordenó su traslado a Colotitlán; ahí los llevaron a la casa municipal que había sido quemada, y los formaron junto a uno de los muros. Cuando en 1933 se trasladaron sus restos a la parroquia de Totalice, se encontró incorrupto el corazón del P. Caloca.

Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000.


25. COMENTARIO 1

EL PECADO DEL MUNDO

El mundo. Era realmente difícil de entender que la tierra firme que pisaban nuestros pies fuera un enemigo de nuestra alma. Y cuando nos explicaban que lo malo no era el mundo físico, sino «lo mundano», y resultaba que lo mundano era todo aquello que resultaba divertido, todo aquello que hacía la vida más agradable..., ¿sería verdad que Dios nos había puesto en este mundo sólo para sufrir y que todo lo agradable era pecado? ¿Sería verdad que aquel Dios al que nos habían enseñado a llamar Padre se irritaba por casi todo lo que ale­graba la existencia de sus hijos? ¿Sería verdad que para gustar el sabor de la felicidad no había más remedio que pasar antes el mal trago de la muerte?



EL MUNDO

Cuando en el evangelio de Juan se habla del mundo en sentido negativo no se está hablando ni del mundo físico ni de la humanidad en general; se está hablando del mundo de los hombres tal y como lo tenemos organizado: un mundo en el que unos pocos lo tienen todo y la mayoría no tiene casi nada; un mundo en el que la diversión y la comodidad de unos pocos se hace sobre el hambre de muchos; un mundo en el que la libertad, la igualdad, la justicia son sólo palabras que encu­bren una realidad de esclavitud, de injusticia, de opresión..., un mundo en el que es más fácil odiar que amar, codiciar que compartir, herir que sanar, ordenar que dialogar; un mundo en el que, para la mayoría, es más frecuente la tristeza que la felicidad.



EL PECADO DEL MUNDO

Y cuando se habla del pecado del mundo no se está ha­blando de los pecados que se cometen en el mundo, de los errores en que cae cada persona particular en su actuación o en su relación con los demás. No. Se está hablando de ese modo de entender la organización social, de ese modo de con­cebir las relaciones humanas que se ha impuesto a los pueblos a lo largo de la historia y que considera el crimen y la mentira como elementos útiles para el gobierno de las naciones, para organizar la convivencia entre los hombres, para regular las relaciones entre los pueblos.



ALGUNOS EJEMPLOS

En concreto: cada día que pasa los medios de comunica­ción ponen ante nosotros la situación de millones de personas que sufren las consecuencias del pecado del mundo: que los Estados Unidos de América del Norte se obstinen en aplastar al pueblo de Nicaragua y no le permitan construir una socie­dad más fraterna, que los países más industrializados -España, por lo que parece, entre ellos- no cesen de vender armas a naciones en guerra o a las más feroces dictaduras, que la mayor parte de los científicos de los países más avanzados estén ocupados en investigación militar en vez de estar dedi­cados a tratar de mejorar las condiciones de vida de la huma­nidad, que en el siglo XX muera de hambre casi un millón de personas por semana, que haya dirigentes del Tercer Mundo que posean una fortuna personal superior a la deuda externa del país que gobiernan, que siga existiendo la tortura, la violación de los derechos humanos, la pena de muerte..., todo eso son manifestaciones del pecado del mundo.



NUESTRA RESPONSABILIDAD

¿Que quiénes son los culpables de ese pecado? Lo somos todos, pero -y esto debe quedar muy claro- no todos en la misma medida.

Somos todos culpables en tanto que aceptamos y nos apro­vechamos de la situación presente, en la medida en que asu­mimos los valores de este mundo y organizamos nuestra vida de acuerdo con ellos, en la medida en que nos cruzamos cómo­damente de brazos sin querer meternos en líos.

Pero son más culpables aquellos que más beneficios obtie­nen gracias a la situación presente; son más culpables aquellos que, siendo más conscientes que la mayoría de que esta orga­nización social es demoníaca, se quedan tan tranquilos sin comprometerse en la transformación de este orden social; son más culpables aquellos que echan a Dios la culpa de que las cosas estén como están y predican la resignación ante la injus­ticia y, de este modo, liberan de culpa a los verdaderos respon­sables y adormecen la conciencia de los que sufren las conse­cuencias del pecado del mundo.



EL CORDERO DE DIOS

Juan Bautista presenta a Jesús como «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Al llamarlo así recuerda el primer cordero pascual (Ex 12,1-14), que marcó el comienzo del primer éxodo, el proceso de liberación de aquel grupo de esclavos que -ya libres- sería el pueblo de Israel. Este nue­vo Cordero representa el comienzo de un nuevo proceso de liberación para eliminar el pecado del mundo. Las armas que utilizará en su lucha serán radicalmente nuevas, pues sólo usa­rá el Espíritu de Dios, la fuerza de la vida y del amor de Dios, con el que estará dispuesto a empapar a todo el que quiera unirse a su proyecto: .... va a bautizar con Espíritu Santo». Y con la fuerza de ese Espíritu, él será el primero que recorra el camino que conduce a la eliminación del pecado del mundo: la entrega personal en favor de los demás como medio de lucha contra el crimen y la mentira; la entrega sin límite, hasta la muerte, como fuente de vida y manifestación de un amor sin medida, alternativa al odio y a la muerte a la que conduce el pecado del mundo.


26. COMENTARIO 2

Testimonio de Juan para toda época (sin oyentes determinados) acerca de Jesús. Centro (32): Jesús, el portador del Espíritu ( plenitud de vida y amor del Padre). Relación con el pró­logo: 1,30 repite 1,15. A la luz de 1,14 (clave de éxodo), el Cordero de Dios alude al cordero pascual, cuya sangre liberó al pueblo israelita de la muerte y cuya carne fue su alimento. Se anuncia, pues, la muerte de Jesús y la nueva Pascua (fiesta) / éxodo (liberación).

Como paloma (32) alude a Gn 1,2: "el Espíritu de Dios se cernía so­bre las aguas". Termina de realizarse el proyecto creador: la comunica­ción plena del Espíritu a Jesús hace realidad al Hombre-Dios (1,1). Consagración mesiánica (10,36; cf. Is 11,1ss; 42,1; 61,1ss), origen divino de la persona y misión de Jesús (3,13; 6,42.50.51.58; cf. 1,18). La esfera del Espíritu se encuentra donde está Jesús (cf. 4,24). El Espíritu se iden­tifica con la gloria, la plenitud de amor y lealtad (1,14); la misión de Jesús-Mesías consiste en comunicar a los hombres el Espíritu (33) o la gloria (17,22).

El pecado del mundo es la opción por una ideología (tiniebla) que frustra el proyecto creador, es decir, que suprime o reprime en los hombres la vida o la aspiración a ella, impidiendo la búsqueda de la ple­nitud en uno mismo o en los demás. Al dar la experiencia del Espí­ritu/vida, Jesús va a quitar el pecado del mundo, va a liberar al hombre de la sumisión a las ideologías de esclavitud. Tampoco yo sabía quién era (31.33), como Samuel no conocía a David (1 Sm 16,11); alusión me­sianica.

El testimonio solemne de Juan (34) tendrá su paralelo en el del dis­cípulo al pie de la cruz (19,35).



27. COMENTARIO 3

En la primera lectura, el mismo Dios presenta a su Siervo predestinado, de quien está orgulloso. No sólo reunirá a los descendientes del patriarca Jacob, dis­persados por los asirios y los babilonios, sino que Dios lo convierte en una luz para «las naciones», es decir, para los pueblos paganos, porque Dios quiere llevar la salvación a todos los seres humanos. Es un mensaje de universalidad: Dios ama a todos los pueblos por igual, como a hijos suyos que son todos ellos.

Hoy tenemos que saber «releer» todos estos tex­tos de la «elección» que Yavé hizo del «pueblo elegi­do», sabiendo que de ninguna manera se trata de un privilegio único, de una elección que niegue otras elec­ciones, ni de que Dios «abandonara» a otros pueblos, ni que éstos fueran menos «pueblos de Dios». El Anti­guo Testamento tiene su visión etnocéntrica, su vi­sión de un «Dios judío», y de una salvación poseída en exclusiva. Aunque Jesús abolió esta visión, es cla­ro que con los siglos se dio un retroceso, y muchas mentes cristianas todavía están en el planteamiento exclusivista de la salvación y de la elección. Hoy he­mos de ubicarnos decididamente en una visión universal, ecuménica, plural, que agradezca a Dios el he­cho de haber conducido a todos los seres humanos -cada cual en su cultura y en su religión- por caminos de salvación sólo por Él conocidos.



Hoy comenzamos a leer la carta de San Pablo a los Corintios. San Pablo y sus compañeros habían fun­dado la comunidad cristiana en la gran ciudad portuaria y comercial de Corinto. Pero le llegan a Pablo noti­cias preocupantes de su comunidad corintia y por eso decide escribirle, respondiendo a sus inquietudes y preguntas que ha conocido a través de mensajeros y de cartas, y saliendo al paso de las desviaciones y los abusos.

A lo largo de las lecturas evangélicas de estos do­mingos del tiempo ordinario, veremos a Jesús reali­zando su ministerio: predicando el Reinado de Dios, proclamando su voluntad amorosa y salvadora de Pa­dre, dándonos vida y salud, alegría y esperanza con sus gestos y milagros.

Pero hoy leemos un pasaje del evangelio de Juan, como una especie de presentación de Jesús. El presentador es Juan Bautista, el precursor, y nos lo pre­senta, en primer lugar como "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". El cordero era la víctima pascual que inmolaban cada año los judíos como re­cuerdo de la liberación de Egipto. Jesús llegará hasta a dar su vida por nosotros, como verdadero y definiti­vo cordero pascual, llegará hasta invitarnos a su mesa, para alimentarnos de su propia vida gloriosa en la eucaristía. Por eso, cada vez que nos acercamos a comulgar, repetimos comunitariamente, llenos de humildad y de confianza, las palabras de presenta­ción de Juan Bautista: "...cordero de Dios que quitas el pecado del mundo...".

Pero Juan Bautista dice más en su presentación de Jesús: dice que ha visto al Espíritu descender so­bre El, señal inequívoca de que es el enviado definiti­vo de Dios, quien nos bautizará no simplemente con agua de purificación y penitencia, como la del bautis­mo de Juan, sino con el mismo fuego del Espíritu Santo, llenándonos de Dios, haciéndonos sus hijos adoptivos, transformándonos radicalmente en criaturas nuevas.

Esta presentación de Cristo por parte del Bautista debe llevarnos a clarificar nuestra fe: en efecto, no somos cristianos porque creamos en Dios, pues eso mismo hacen los judíos, los musulma­nes y tantos otros que creen en un ser supremo, crea­dor y conservador del universo, juez de vivos y muer­tos. Tampoco somos cristianos porque nos atengamos a un código ético que nos prohíbe matar, robar, forni­car, etc.; y que nos ordena hacer el bien... Todas las grandes religiones de la tierra, y también las peque­ñas, tienen un código ético obligatorio para sus se­guidores, un código coincidente, en gran medida. Los ritos tampoco nos hacen cristianos, pues de sobra sabemos que no basta con asistir a la eucaristía, ni con bautizar a nuestros hijos o hacer que reciban los demás sacramentos, o practicar otros muchos de los ritos cristianos para que en realidad lo seamos.

Al presentarnos a Jesús, Juan nos está diciendo que es Él precisamente el principio, el contenido, el final de nuestra fe. Cristiano quiere decir seguir a Cris­to, escucharle, vivir como El nos ha enseñado a vivir, pertenecerle a El, dejarnos llenar por su Espíritu, vivir y anunciar su evangelio y estar dispuesto hasta a dar la vida por El, el cordero de Dios, el Hijo de Dios.

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. Juan MateosNuevo Testamento (Notas a este evangelio). Ediciones Cristiandad 2ª Ed.,   Madrid.

28. DOMINICOS 2005

Este segundo domingo del recién estrenado “tiempo ordinario” nos coloca a las puertas del inicio del ministerio público de Jesucristo y nos invita a escuchar, más aún a adherirnos al testimonio de Juan el Bautista: “Éste es el Cordero de Dios…”, “ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”, “éste es el Hijo de Dios”. Es una invitación a revitalizar el Espíritu en que hemos sido bautizados, que nos habita y nos da fuerza y aliento para dedicarnos al ministerio de la reconciliación y la paz y al testimonio de la fe en Jesucristo.

Comentario Bíblico
Sólo en Jesús esta la verdadera luz
Iª Lectura: Isaías (49,3-6): Misión del Siervo: luz de salvación para la humanidad
I.1. La primera lectura, del nuevo del Deutero-Isaías, es del 2º cántico del Siervo de Yahvé. En este capítulo, la figura del Siervo está más ceñida a la dimensión profética de este personaje que canta el autor de los mismos. Sión, el pueblo entero, debe repensar su vida a la luz de este personaje Siervo de Yahvé. Sabemos que estos cantos (Is 42,1-9: 49,1-7; 50,4-9) representan una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento. Son poemas que han dado mucho que hablar, ya que en un momento determinando descubrirán el valor redentor del sufrimiento, aunque no en el texto de hoy. El papel del Siervo es reunir a Jacob e Israel, dos nombres, epónimos, para hablar de la totalidad del pueblo. Reunir, pacificar, consolar... siempre la humanidad ha tenido necesidad de estos valores. Y hoy, como nunca, necesitamos a alguien como el Siervo que traiga esa luz a este mundo dividido, en guerra, hambriento y desorientado.

I.2. Como este es un canto que describe la vocación del “Siervo”, no hay nada comparable a la misión que el Señor le encomienda: te haré luz de las naciones; ¿para qué?, para que “mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Pero aunque el texto de hoy, en la lectura, ha eliminado el v. 4, no deberíamos dejarlo de lado. El descubrimiento de la misión del siervo para ser luz de los pueblos le llega después de una crisis, y es por la misión por lo que la vocación de este misterioso personaje sale fortalecida; la crisis de identidad se cura anunciando salvación. Eso es lo propio de un verdadero profeta de Dios. Estas palabras son las que justifican verdaderamente la elección de nuestro texto (del canto 2º) para el día de hoy, porque esa misión para el “siervo desconocido”, la vieron los primeros cristianos realizada en la misión de Jesús de Nazaret: luz de salvación para todos los pueblos, para la humanidad.


IIª Lectura: Iª Corintios (1,1-3): Saludo, en Cristo y con Cristo, a la comunidad
II.1. La Primera Carta a los Corintios inaugura hoy las lecturas de los siguientes domingos. Tendremos ocasión de volver sobre ella, porque serán hilo conductor hasta los domingos de Cuaresma. Esta carta de San Pablo a la comunidad de Corinto, en Grecia, en Acaya concretamente, una de las ciudades más importantes donde el Apóstol predica el cristianismo, es una de las más importantes de Pablo. Estamos ante un escrito lleno de contrastes, de urgencias, de consultas, de decisiones apostólicas. Merece la pena leerlo detenidamente, prepararse con esmero para su comprensión, porque aparecerán temas muy decisivos.

II.2. En el encabezamiento de hoy, señalemos la teología de la santificación del pueblo de Dios por medio de Jesucristo. Es El, Cristo, quien lleva la iniciativa y por eso Pablo sabe que su misión es tan importante en medio de la comunidad que él ha engendrado en su Señor. Una comunidad que le dará mucho que hacer, pero a la que no niega el título de salvación y santificación. Pablo era un hombre de personalidad fuerte, incluso muy enamorado de su apostolado: pero nada es sin Cristo su Señor y esto se debe poner de manifiesto desde el principio para todo lo que nos trasmitirá.


Evangelio: Juan (1,29-34): El don del bautismo en el Espíritu
III.1. Este es un domingo de transición que, de alguna manera, se recrea un poco en el mensaje del domingo pasado, quizás para señalar con más fuerza la importancia de lo que significan los comienzos de la vida pública de Jesús. Es verdad que históricamente nos hubiera gustado saber día a día lo que Jesús pudo hacer y sentir desde su nacimiento. Pero esta es una batalla de curiosidad perdida; también el silencio y el misterio, desde Nazaret hasta que se decide a salir de su pueblo, debe maravillarnos como una posibilidad del proyecto de Dios en el que no ocurre nada extraordinario, porque lo extraordinario es que Dios aprende a ser hombre.

III.2. Tampoco el evangelio de Juan nos va a ofrecer demasiados datos; por el contrario, pone sobre la boca de Juan el Bautista unas afirmaciones que llaman la atención: “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Es posible que un cordero (gr. amnos) se atreva con el pecador del mundo? ¿Por qué lo saluda así Juan el Bautista? De todas formas no debemos pasar por alto que dice “cordero de Dios” (amnos tou theou). La opinión más extendida es que ya aquí se está apuntando a la Pascua, al cordero Pascual que se sacrificaba en el templo para rememorar la liberación de Egipto. Un cordero frente al poder del mundo es demasiado, pero esa es la lucha que en la teología joánica se ha de poner de manifiesto: vida-muerte, amor-odio, luz-tinieblas son los contrastes con las cuales se expresa la misión de Jesús.

III.3. Este de hoy es uno de los textos de densidad cristológica inigualable. Su lectura se puede dividir en dos : vv. 29-31 y vv. 32-34. Sabemos que el evangelio de Juan no se anda por las ramas en lo que respecta a las afirmaciones cristológicas, de títulos, sobre Jesús. Por eso se ha dicho, con razón, que las afirmaciones del evangelio de Juan responden a una época bien tardía del Nuevo Testamento. Eso no significa que se haya desfigurado la base histórica del cristianismo primitivo; simplemente que se dan pasos muy avanzados. Efectivamente, sabemos que el evangelio de Juan tampoco es el resultado de una mano sola en su redacción o confección, sino de varias manos, de varias épocas, a la vez que se perciben polémicas y otras cosas semejantes. El texto de hoy es típico en este sentido.

III.4. El contraste entre Juan y Jesús es tan patente como si se describiera el amanecer y el mediodía, entre las sombras y la luz; entre el agua y el Espíritu. En el texto queda patente que Juan actuaba por medio del bautismo de agua para la conversión; de Jesús se quiere afirmar que trae el bautismo nuevo, radical, en el Espíritu, para la misma conversión y para la vida. Uno es algo ritual y externo; otro es interior y profundo: sin el Espíritu todo puede seguir igual, incluso la religión más acendrada. Esto es lo que el testo joánico de nuestro evangelista quiere subrayar. Y el hecho de que lo presente, al principio, como un “cordero” indica que su fuerza estará en la debilidad e incluso en la mansedumbre de un cordero (signo bíblico de la dulzura) dispuesto a ser “degollado”. En definitiva, el pecado absoluto del mundo, será vencido por el poder del Espíritu que trae Jesús. El bautismo de agua puede y tiene sentido, pero para significar el verdadero bautismo, es decir, sumergirse en el Espíritu de Dios que trae Jesús.

III.5. Probablemente se quiera combatir a algunos discípulos de Juan el Bautista que pertenecían a la comunidad joánica y necesitaban un testimonio de esta envergadura, porque todavía no habían comprendido verdaderamente el papel del Bautista como anunciador del verdadero Mesías. Juan, frente a Jesús, no tiene sino agua para purificar, pero eso es muy poca cosa para purificar corazones; así lo reconoce. Solamente el Espíritu que ha recibido y trae Jesús es capaz de lograr ese cambio de lo más íntimo de nuestro ser y de nuestra voluntad. Se quiere poner de manifiesto, pues, que Juan el Bautista pide a sus discípulos que desde ahora lo dejen a él y sigan al que se atreve a llamar (propio de la alta teología joánica) Hijo de Dios. Su papel está cumplido: saber ser amigo del esposo, como se dirá en otra ocasión.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
"Yo no lo conocía..."

Llama la atención que por dos veces el texto evangélico de este domingo ponga en boca de Juan el Bautista la expresión “Yo no lo conocía”. En efecto, Jesús era un desconocido. Así lo reconoce el profeta que bautizaba con agua del Jordán. Con una humildad poco habitual, el Bautista no se atribuye ninguna dote adivinatoria especial para descubrir el talento de Jesús. Confiesa que no lo conocía y, lo que es más importante, nos muestra que a Jesús no lo descubre el profeta “cazatalentos” sino que es el Espíritu quien lo revela. El Bautista ve el Espíritu que está en Jesús, que lo habita y guía su ministerio.

Para conocer a Jesús hay que abrirse al Espíritu. Tal vez los que creemos conocerle podríamos empezar confesando que también para nosotros es en muchas ocasiones un perfecto desconocido y que todavía tenemos pendiente profundizar mucho más en su Espíritu y dejarnos guiar más por él en nuestra continua búsqueda. El nuevo año que empezamos y la vuelta al “tiempo ordinario” de nuestra cotidianidad son una invitación a conocer mejor el misterio celebrado en la Navidad del Dios encarnado en Jesús mediante la apertura a su Espíritu y la entrega a la causa del Evangelio.

El Bautista repite que “no lo conocía”, pero lo esperaba… Y lo esperaba activamente: “no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua…” aguardando al que “ha de bautizar con Espíritu Santo”. Sabe que el agua no es nada comparada con el Espíritu… pero hace todo lo que puede, lo que está en su mano. El Bautista está provisto de dos actitudes que hacen buen sitio al Espíritu: humildad para reconocer sus límites y abrazar la salvación que viene de Dios y una entrega total y perseverante a hacer todo lo que está dentro de sus posibilidades por la causa del Reino.


"Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"

El testimonio que Juan da de Jesús en el evangelio de este domingo comienza por decirnos que “es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Lo primero que nos está diciendo de Jesús es el sentido de su misión: es el enviado por Dios para el ministerio de la reconciliación. Es el que quita el pecado del mundo, lo que aparta al mundo de Dios, porque nos reconcilia con Él. El ministerio de la reconciliación llevado a cabo por Dios en Jesucristo está vinculado al bautismo que nos da una nueva vida y que se convierte en llamada e invitación a que los bautizados asumamos la reconciliación como tarea nuestra, más que nunca en nuestro tiempo.

La reconciliación se está convirtiendo en una misión central en un mundo violento como el nuestro. Nuestras relaciones se cargan de agresividad e incluso los desastres que produce la naturaleza (como el maremoto en Asia) se agravan por las injusticias y desigualdades que causamos los humanos. El proceso de la reconciliación nos tiene que llevar a reconocer con lucidez y valentía el “pecado del mundo”, a ponernos del lado de las víctimas y participar en la recuperación de su humanidad injustamente pisoteada, a predicar y promover el perdón como nueva clave para resolver los conflictos y nueva energía del Espíritu que nos ayuda a curar heridas y buscar soluciones constructivas para todos. La reconciliación es el nombre del ministerio que los bautizados podemos llevar a cabo en nuestro mundo violento para ser instrumentos, como dice San Pablo en la segunda lectura, de “la gracia y la paz de parte de Dios”.


"Ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo"

“Te hago luz de las naciones”, dice el texto de Isaías de la primera lectura que la liturgia correlaciona con el pasaje evangélico en que Juan Bautista proclama a Jesús como el Hijo Ungido con el Espíritu Santo. El que hace posible que esa luz ilumine y que el agua dé nueva vida es el Espíritu. Poco más adelante, el mismo evangelista nos dirá que “Dios es Espíritu” (Jn. 4, 24). La plena identidad de Jesús se nos manifiesta vinculada a lo que el Espíritu hace en Él. El camino para llegar a ser uno mismo es ir descubriendo el Espíritu que nos habita o, como a veces decimos, “actualizar” nuestro bautismo. Porque el primer recurso para revitalizar nuestra vida y la principal fuerza está en el Espíritu que habita en nuestro interior: “Mi Dios fue mi fuerza”, como dice Isaías.


"Éste es el Hijo de Dios"

El testimonio final del Bautista sobre Jesús es inconfundible: “Éste es el Hijo de Dios”. Y es el Hijo sobre todo porque hace la voluntad del Padre. No sólo la conoce o la discierne sino que “la hace”. Con el Salmo lo hemos proclamado: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Hacer la voluntad del Padre es el principal signo de la filiación divina. Ser el Hijo de Dios es realizar el plan de Dios, el sueño de Dios para el mundo. Por eso ser hijos e hijas de Dios significa dejarse guiar por su mano, hacer su voluntad manifestada en el Evangelio de Jesús.

El “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” tendría que ser el hilo conductor de toda vida cristiana. El principio que regule el curso de nuestra existencia con el paso de los años y en los distintos lugares y ambientes en que nos movamos. El principio de una biografía cristiana. Una de las biografías cristianas más interesantes y ejemplares es la de Edith Stein. De ella es este párrafo: “En la infancia de la vida espiritual, cuando comenzamos a dejarnos guiar por la mano de Dios, se percibe con fuerza e intensidad la mano que dirige: con claridad se ve qué es lo que hay que hacer u omitir. Pero esto no dura siempre. Quien pertenece a Cristo, tiene que vivir toda la vida de Cristo. Tiene que alcanzar la madurez de Cristo y recorrer el camino de la Cruz, hasta el Getsemaní y el Gólgota. Y todos los sufrimientos que puedan venir de fuera nada son en comparación con la noche oscura del alma, cuando la luz divina ya no ilumina y la voz del Señor no se escucha. Dios está allí, pero escondido y callado. ¿Por qué sucede esto así? Son misterios de Dios, sobre los cuales hablamos, pero que nunca se dejan dilucidar plenamente. Dios se hizo hombre para hacernos participar de su vida de un modo nuevo. Esto lo hemos comprendido como participación en la vida divina. Ése es el comienzo y la meta final”.

Javier Carballo OP.
jcarballo@dominicos.org
Párroco del Santo Cristo del Olivar (Madrid)


29. Autor: P. Octavio Ortíz

Nexo entre las lecturas

Los textos de hoy nos hablan de distintas maneras del objetivo de la misión de Jesús como Dios hecho hombre: “quitar el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Esta realidad y el modo en que se lleva a cabo es expresado de diversas formas. El profeta Isaías nos dice que el siervo de Yahvé es consciente de haber sido elegido para hacer que el pueblo de Israel vuelva a Dios. El siervo experimenta la dureza y dificultad de su misión. Incluso él cree que su suerte está en Yahvé. El salmo 39 parece resaltar el contraste entre el sacrificio ritual de la ley de Moisés y la disposición de escucha obediente que agrada a Yahvé. Lo que verdaderamente importa es la disposición de corazón para agradar a Dios. San Juan habla en términos simbólicos de Jesús como el Cordero de Dios, ofrecido en sacrificio, que quita el pecado del mundo. Él reconoce en Jesús a aquel a quien Juan había preparado el camino. Juan había visto al Espíritu Santo descender sobre Él. San Pablo habla, en su saludo a los cristianos de Corinto, del doble aspecto de la redención: hemos sido santificados en Jesucristo y estamos llamados a ser santos en el nombre de Jesús.


Mensaje doctrinal

1. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: es conveniente volver a repasar esta frase que recitamos en cada misa. La fe cristiana nos enseña que Dios se hizo hombre no sólo para vivir entre nosotros, sino también para dar su vida por nosotros. En el Antiguo Testamento había muchos tipos de ofrendas: sacrificios, holocaustos, expiaciones, oblaciones y reparaciones. Su significado colectivo era mostrar, por medio de gestos, la alabanza de Israel a Dios, la sumisión ante su poder divino, el arrepentimiento por sus pecados, y recordar con gratitud los dones de Dios. El gesto de las diferentes ofrendas simboliza estos esfuerzos por agradar a Dios. En el evangelio de san Juan, Jesús es presentado como un cordero destinado al sacrificio. La diferencia esta en que él realmente, y no sólo de modo simbólico, logra la transformación de la ofrenda (Él asume a toda la humanidad) en algo agradable ante la presencia de Dios. Podríamos hacer algunas preguntas: ¿qué significa y a qué se debe que el hombre se encuentre en un estado de injusticia original delante de Dios? ¿Cómo es posible que Cristo sea capaz de cargar con nuestros pecados, con nuestras injusticias, en su sacrificio? ¿Qué se ha obtenido con esto? ¿Qué debemos hacer para obtener los efectos de esta ofrenda? Existen verdades profundas sobre el hombre y sobre Dios que es necesario aclarar si los cristianos quieren pasar del lenguaje simbólico a las realidades centrales de la fe cristiana.

Referencias del catecismo: los números 571-573 se refieren al misterio pascual de la pasión y resurrección de Cristo; los números 599 -623 tratan de la muerte redentora de Cristo en el plan de salvación de Dios y del ofrecimiento voluntario de Cristo al Padre por nuestros pecados.

2. El sacrificio de la obediencia: el contraste aparente en el salmo 39 es inusual. El salmista parece decir que las ofrendas mosaicas ordenadas por Dios ya no le agradan. La enseñanza de Cristo insiste en las actitudes internas del corazón más que en las expresiones exteriores; si hay una genuina conversión interior y un amor sincero a Dios y a los demás, entonces las formas externas corresponderán adecuadamente a las actitudes internas. Algo muy importante es la actitud de escucha atenta a la voz de Dios. Debemos desechar la tendencia de reducir nuestro culto a Dios a la mera observancia de unos ritos. El espíritu cristiano nos arrastra a un amor genuino a Dios y al prójimo, un amor que se manifiesta en obras nuevas, y no sólo se queda en unas cuantas formas fijas. Al mismo tiempo, esta disposición de escucha obediente requiere que el cristiano posea un espíritu humilde. De esta manera él es capaz de escuchar la palabra de Dios. Esta apertura interior lo mantiene en una obediencia activa y real.

Referencias del catecismo: los números 144-152 tratan de la obediencia de la fe; el número 615 habla de la obediencia de Jesús como una reparación por nuestra desobediencia.

3. Los caminos de Dios: Isaías menciona el sufrimiento implícito del siervo de Yahvé que no ve los resultados de su ardiente obra: “Por demás he trabajado, en vano y por nada consumí mis fuerzas” (v. 4). En Isaías encontramos un tono distinto: el siervo que sufre, que no ve las cosas claramente. Esto indica sin duda una parte del sufrimiento humano de Cristo. En algunas ocasiones parte de la vida cristiana es así: no conocer, solamente confiar en Dios. Esto no nos lleva a dejar de lado la razón, sino simplemente a reconocer sus límites. Estamos llamados a vivir según aquello que podemos entender, pero no estamos confinados a sus límites. Como cristianos sabemos que nuestras vidas y el mundo en que vivimos son una parte de un drama mucho mayor de lo que podemos ver.

Referencias del catecismo: los números 164-165 se refiere a los que viven sin conocer la fe; los números 313-314 tratan de los caminos de la Providencia, que con frecuencia nosotros desconocemos.


Sugerencias pastorales

Actualmente el mensaje cristiano se ha transformado en un lenguaje extraño para muchas personas, y nos son capaces de entenderlo o de captarlo” (W. Kasper). Los términos como redención, gracia y salvación son, para muchos, difíciles de comprender. Quizás podemos reducir la fe cristiana a unas realidades más fáciles de comprender: un sentimiento de comunidad, bondad humana, espíritu cívico, trabajo social. Tendemos a reducir las cosas que no entendemos a proporciones mundanas.

Hace falta encontrar nuevas formas de hacer que las verdades centrales de la fe cristiana sean más comprensibles para las mentes y los corazones de los hombres de hoy. Una de las tareas esenciales para explicar la centralidad de la redención y de la salvación es redescubrir las verdades básicas de la fe, el marco en el que se desarrolla la realidad cristiana. Con frecuencia estamos tentados de vivir en el mundo irreal de nuestra imaginación: nosotros viviremos eternamente, todo es una opción, hay recursos ilimitados… Nos hace falta volver a la realidad: la rudeza de la vida, la profunda división del corazón del hombre, la naturaleza de la esperanza humana, el sufrimiento del hombre, la impotencia del hombre ante las fuerzas de la naturaleza, los límites de nuestro conocimiento, etcétera. Estos son hechos de nuestra existencia. En este contexto de realidad, el proceso de la redención y de la salvación encauza y responde a las experiencias profundas y reales de nuestra vida.


30. Apostolado

Yo he visto y he dado testimonio. Con estas sencillas palabras, que Juan Bautista pronuncia refiriéndose a su modo de actuar, queda definida a la perfección la personalidad apostólica. Fijémonos en el ejemplo del Precursor que hoy nos brinda la Liturgia. Como nosotros, fue testigo del mensaje evangélico –ese Anuncio Nuevo–: que los hombres estábamos llamados, a partir de Jesucristo, a ser hijos de Dios. No se queda Juan indiferente o pasivo ante la noticia. Comprende inmediatamente la trascendencia que tiene para todos, y a todos quiere hacer partícipes de lo que supone la presencia de Cristo entre los hombres.

Es inseparable del verdadero cristiano la actitud apostólica. Si el mandamiento por excelencia es la caridad, el amor a los hermanos como manifestación más notoria de amor a Dios, parece claro que los queremos de verdad sólo en la medida en que procuramos lo mejor para ellos. Y no olvidemos que es participar de la filiación divina lo que más puede engrandecernos a los hombres. Mucho más que cualquier otro talento o riqueza que podríamos desear o imaginar. Para ser hijos suyos nos creó Dios: ser buenos hijos de Dios es el único fin que consuma nuestra vida. Ser apóstoles, pues, supone algo tan elemental como procurar que los demás, nuestros iguales, reconozcan su condición de hijos Dios y quieran ser consecuentes con su filiación divina.

Aunque se trata de una tarea fácil, que no plantea apenas problemas entre gentes sencillas, como es el caso de los niños; puede no resultar tan elemental en muchos otros casos; en particular cuando el hombre ha perdido la confianza en Dios y lo considera, más que como un Padre amoroso al que debe la vida y todo lo que es y tiene, como un obstáculo de la propia autonomía, o incluso un rival de la libertad personal. A veces, en efecto, hay quien considera a Dios como una complicación incómoda, que lamentablemente existe, y que dificulta más aún la vida ya de suyo difícil de los hombres.

¿Cómo es Dios para los hombres? Se hace necesario asegurar nuestra fe en la Revelación que hemos recibido de Jesucristo, pues, nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Jesucristo, Hijo único del Padre, nos ha revelado que Dios es Amor, como dice san Juan, el apóstol amado. Pensemos, por ejemplo, en la conocida parábola del "hijo pródigo", en la que estamos representados –en aquel hombre que se marcha de la casa paterna y malgasta su herencia– los pecadores de todos los tiempos; y Dios, en aquel Padre que perdona, que espera cada día la vuelta del hijo, dispuesto a restituirle su favor apenas regrese arrepentido. No en vano se ha llamado también a ésta, la parábola del "padre misericordioso".

Sin duda, que muchos de nuestros iguales, seguros de sí mismos y, sin embargo, tristes; porque, habiendo sido creados para Dios lo desconocen y –como declaró san Agustín– no hallarán descanso sino en Él; esperan sin saberlo que les contemos la experiencia: que, más de una vez, hizimos de "hijo pródigo" y que consecuentemente hemos experimentado siempre el amor de Dios como la riqueza mayor que se puede pensar. En cada ocasión, cada vez que animamos a otro a "volver" se cumplen las palabras con las que concluye Santiago su carta a una joven comunidad de fieles: si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.

Si amamos a Dios de verdad nos dolerá –también por ellos– que otros le ofendan aunque no sepan que lo hacen. En todo caso, querremos que muchos más le amen para que crezca más y más su gloria en el mundo. Pidamos al Señor la luz de la fe, también con nuestra mortificación, para tantos que le buscan sin saberlo, porque intentan alcanzar la felicidad. Pero la buscan donde no está: fuera de Dios. La ilusión por acercar almas a Dios es manifestación clara de rectitud en el propio camino: de que amamos a Dios como Jesucristo, que con su corazón de hombre nos quiere a todos felices junto a Dios, y con tal fuerza, que empeña su vida por nuestra salvación, que es la única felicidad posible definitiva para los hombres.

Juan Bautista habló de Jesucristo a los hombres de su tiempo para que la salvación de Dios, la vida plena de la Trinidad, se extendiera de modo más completo que con la ley de Moisés. En el tiempo nuestro, aunque ha sido ya anunciado, en cierta medida, el Evangelio, se hace necesaria una nueva evangelización, que recuerde a todos el ideal divino, no humano, que Cristo vino a recuperar para los hombres: el que quiso Dios otorgarnos desde el principio. Pues, en Jesucristo, como enseña San Pablo, nos eligió antes de la constitución del mundo para que seamos santos y sin mancha en su presencia por el amor.

La Reina de los Apóstoles recibió una especial luz, para penetrar el misterio de la economía salvífica en favor de los hombres, decretado por Dios desde la constitución del mundo. Nos encomendamos a Ella, para que sepamos hacer partícipes a los demás de la inmensa riqueza salvadora de Dios.


31. Fray Nelson Domingo 16 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Te hago luz de las naciones para que seas mi salvación * Gracia, y paz les dé Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, nuestro Señor * Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

1. Te presento a Jesucristo
1.1 Podemos interpretar el generoso amor de Juan Bautista en el evangelio de hoy como una manera de decir a cada uno de nosotros: "Te presento a Jesucristo."

1.2 Muchos de nosotros cometemos un único error en la vida: creer que creemos. Nos imaginamos que ya sabemos quién es Jesucristo, que ya lo conocemos lo suficiente, que ya todo lo importante sobre él está dicho. Grave error de espantosas consecuencias: el que ya cree que sabe queda blindado para aprender.

1.3 Otra lección de este domingo es que necesitamos que alguien nos presente a Jesús. De él dice proféticamente Isaías: "Tú eres mi siervo..." pues sólo en él se hizo realidad lo que significaba ese nombre de "Israel." De él dijo el Bautista: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Necesitamos que nos presenten a Cristo porque a través de esa presentación llegamos a saber qué puede hacer por nosotros este Cristo que en cierto modo parece que nada pudiera.

1.4 En efecto, las grandes virtudes y poderes del Señor Jesús están sobre todo en su Cruz. Pero, ¿qué hay de valioso ahí? ¿De qué sirve ser coherente, leal, humilde, orante, puro? La Cruz parece inútil y el Crucificado parece un fracasado a menos que alguien nos ayude, nos predique y nos diga un día, que será el día más feliz de nuestra vida: "Te presento a Jesucristo."

2. ¿Qué caracteriza a Jesucristo?
2.1 Dispongámonos, pues, para conocer a Jesús. ¿Qué lo caracteriza? Dos cosas, según el evangelio de este domingo: él es el que quita el pecado y él es el ungido con el Espíritu Santo. Por eso precisamente lo llamamos "Cristo," porque como lo indica esa palabra en griego, él es el que está ungido ("crismado").

2.2 ¿Qué puedo esperar entonces de Cristo? Que quite mi pecado y que obre con el poder del Espíritu Santo en mi vida. Que quite el pecado de mi familia y obre con el poder del Espíritu Santo en ella. Que quite el pecado de mi país y obre con el poder del Espíritu Santo en él. Eso, y no menos que eso, espero de mi encuentro con el Hijo de Dios.

2.3 ¿Cómo seré yo sin mi pecado? Seré mi verdadero "yo." El pecado ha vuelto de mi rostro una mentira, una caricatura en la que no puedo reconocer mi auténtico ser. Cuando Cristo quite mi pecado aparecerá la verdad de mi vida, con su esplendor, bondad y unidad. Al reconocerme en esa verdad sentiré gozo de existir y estaré reconciliado conmigo mismo: un paso maravilloso para ayudar a la unidad y reconciliación entre los demás seres humanos.

2.4 ¿Qué hará el Espíritu Santo en mí? Hará maravillas. Todo el Nuevo Testamento cuenta qué clase de maravillas: ciegos que recuperan la vista, paralíticos sanados, gente excluida que vuelve a la dignidad y amor de sus hogares y patrias. Con el Espíritu Santo obrando en mí me sentiré amado y seré capaz de amar como nunca había amado.


32.413. El Cordero de Dios

I. Juan el Bautista prepara a los hombres para la venida de Cristo. Y cuando ve a Jesús que venía hacia él, Dice: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1, 29). Los oyentes conocían el significado del cordero pascual, cuya sangre había sido derramada la noche en que los judíos fueron liberados de la esclavitud en Egipto, y cada año se sacrificaba en el Templo el cordero pascual: todo ello era promesa y figura del verdadero Cordero, Cristo, Víctima en el sacrificio del Calvario a favor de toda la humanidad. El pecado del mundo del que habla San Juan es todo género de pecados: el de origen, que en Adán alcanzó también a sus descendientes, y los pecados personales de los hombres de todos los tiempos. En Él está nuestra esperanza de salvación. Él mismo es una fuente llamada a la esperanza, porque Cristo ha venido para perdonar y curar las heridas del pecado. Agradezcamos al Señor la muchas veces que nos ha perdonado en esa fuente de la misericordia divina que es la Confesión.

II. Comenta Fray Luis de León que “Cordero, refiriéndolo a Cristo, dice tres cosas: Mansedumbre de condición, pureza e inocencia de vida, y satisfacción de sacrificio y ofrenda” (Los nombres de Cristo) Él lavó nuestros pecados con su sangre (Apocalipsis1, 5). En el Evangelio contemplamos sus encuentros misericordiosos con los pecadores. Nosotros no podemos perder la esperanza de alcanzar el perdón, cuando es Cristo quien perdona. Y esto nos llena de paz y alegría. En la Confesión, además del perdón, alcanzamos las gracias necesarias para luchar y vencer en esos defectos quizás arraigados y que son la causa de desaliento. Hoy es un buen día para examinar cómo vivimos nuestro examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito firme de la enmienda para alcanzar las gracias que el Señor nos tiene preparadas en este sacramento. Señor, ¡enséñame a arrepentirme, indícame el camino del amor!


III. La Confesión frecuente de nuestros pecados está muy relacionada con la santidad, con el amor a Dios, pues allí el Señor nos afina y enseña a ser humildes. La tibieza, por el contrario, crece donde aparecen la dejadez, el abandono, las negligencias y los pecados veniales sin arrepentimiento sincero. En la Confesión contrita dejamos el alma clara y limpia. Cristo, Cordero inmaculado, ha venido a limpiarnos de nuestros pecados, no sólo de los graves, sino también de las impurezas y faltas de amor de la vida corriente. Acudamos al sacramento de la Penitencia con la frecuencia que el Señor nos pide.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre