Domingo de Ramos:
RAMOS/PROCESION/HO


Un día para reconocer a Jesús como Mesías

Los evangelistas sitúan la entrada de Jesús en Jerusalén en los 
días que preceden a la Pascua. Sin embargo, ellos han recogido las 
tradiciones relativas a este acontecimiento, presentándolas dentro 
del marco de una entronización mesiánica, comparable con la de la 
fiesta judía de los Tabernáculos: el Mesías esperado, en esta fiesta 
ha llegado realmente. 

La fiesta judía de los Tabernáculos tenía lugar en otra época del 
año, distinta a la de la Pascua: en la época de la recolección de las 
cosechas, para celebrar la fecundidad, al mismo tiempo que se 
imploraba la bendición divina para el año nuevo. Este interés por el 
año futuro había servido a los profetas para convertir la fiesta en 
una fiesta con carácter escatológico. El ritual tradicional de la fiesta 
de los Tabernáculos incluía la costumbre de agitar ramas de árboles 
(Lev 23,33-34; Neh 8,13-18). Ciertos ritos particulares, al ritmo del 
Salmo 117/118, hacían referencia a la fecundidad de los últimos 
tiempos (Jn 7,38-39), y constituían una verdadera entronización del 
futuro Mesías. 

El Domingo de Ramos se conjugan, en los recuerdos evangélicos, 
la inspiración pascual con la inspiración mesiánica de la fiesta de los 
Tabernáculos. 

En nuestra celebración del Domingo de Ramos ocupa un lugar 
importante una procesión que precede a la celebración de la 
Eucaristía. Los Ramos que llevamos en nuestras manos son un 
símbolo de la dignidad real del Mesías. Jesús es el Salvador. Con él 
comienza el Reino de Dios. El es el Mesías, palabra hebrea que en 
griego se traduce por Cristo, y que en nuestra lengua significa el 
ungido. 

La fiesta de este día es un recuerdo

En realidad, nosotros recordamos en este día que Jesús pasó los 
últimos días de su vida en Jerusalén. Jesús no era un habitante de 
esta ciudad. El venía del país de la Galilea; había crecido, en 
Nazaret; luego vivió junto al lago de Genesaret, en el pueblo 
llamado Cafarnaum. Seguramente que desde allí se desplazó por 
muchas partes, pero su punto de referencia fue siempre su patria. 

Los judíos debían acudir a la ciudad santa con cierta frecuencia, 
para celebrar las fiestas. Los evangelios nos hablan de la intención 
de Jesús de culminar su vida en Jerusalén. Allí tenía que acontecer 
la salvación, según la esperanza de los judíos. 

La fiesta de este día es también nuestra aclamación de Jesús 
como Mesías

No recordamos solamente lo que pasó en otro tiempo. Nosotros 
somos cristianos y serlo significa reconocer que Jesús es el Cristo, 
el Mesías salvador. Hoy lo hacemos con entusiasmo, como 
comunidad en marcha, como Iglesia viva que camina por el mundo. 

Así en la procesión sentimos mejor lo que significa para nosotros 
ser Iglesia: un pueblo peregrino que camina por el mundo como 
protagonista de una historia de salvación. 

Confesar hoy que Jesús es el Mesías significa para nosotros 
trabajar en un mundo en el que se haga realidad su proyecto: el 
reino de Dios en medio de nosotros. Nuestra existencia cristiana no 
es una pura cuestión de palabras. Confesar que Jesús es el Mesías, 
significa asumir un compromiso con su proyecto de salvación. 
¿Cómo inspirar nuestro mundo con los ideales de Jesucristo? En 
América Latina hemos vuelto muy concreta la respuesta a esta 
pregunta: Hablamos de la construcción de un mundo diferente. 
Insistimos en un esfuerzo liberador, que es entendido como un mirar 
a todas las personas, desde la perspectiva de los pobres. 

Queremos edificar una comunidad que vive ya en la base los 
grandes ideales del evangelio. 

Para volver a comprender el sentido profundo de nuestra fe que 
reconoce en Jesús al Mesías, tenemos que volver a entusiasmarnos 
con los ideales del Señor: amor, servicio, perdón. Tenemos que 
entusiasmarnos con los secretos profundos que él nos reveló: que 
Dios, su Padre, nos invita a amar la vida, a superar la tentación de 
la violencia, a amar a los demás, a superar la realidad de la 
injusticia. 

Nuestro Mesías es el Mesías de los pobres. 

Sugerencias para la homilía
Procesión: Lucas 19,28-40
Misa: 
Isaías 50,4-7 Mi Señor me ayudaba por eso no quedaba 
confundido. 
Salmo 21(22), 8-9.7-18a.19-20.23-24: Señor, no te quedes lejos. 

Filipenses 2,6-11: Tomó la condición de esclavo. 
Lucas 22,14 - 23,56. 

La liturgia de hoy reactualiza la entrada triunfal de Jesús a 
Jerusalén no de un modo histórico, sino sacramental; nos hacemos 
contemporáneos de Jesús, en una dimensión que trasciende el 
tiempo y el espacio. Nosotros no somos simplemente espectadores 
sino actores de esta representación sagrada en la cual revivimos los 
misterios más importantes de nuestra fe. 

Hoy se celebra la verdadera fiesta de Cristo Rey. Ese aspecto 
quizá queda un poco relegado porque ya una atmósfera de dolor y 
tristeza comienza a apoderarse de la Iglesia, pero muchas 
circunstancias nos indican que Jesús quiso darle un sentido 
mesiánico a este gesto. El Monte de los Olivos, las palmas , el asno 
sobre el que montó Jesús . Este era la cabalgadura de los reyes y 
por tanto del Mesías. Un texto de Zacarías: he aquí que tu rey viene 
justo y salvador...montado en un asno, en un pollino hijo de asna 
(9,9) recibe una interpretación mesiánica. Lucas aclara que sobre el 
asno nadie se había montado, para recalcar el carácter sagrado de 
la bestia. En conclusión todos estos detalles le dan una coloración 
mesiánica a la narración. 

En la lectura tomada del segundo Isaías, un personaje anónimo 
se ve perseguido con violencia porque para algunos su mensaje es 
inoportuno. Ha sido enviado para consolar, para dar una palabra de 
aliento. En el desempeño de su misión acepta plenamente el 
sufrimiento, y, si no se resiste a la palabra de Dios, tampoco le hace 
frente a las injurias de los hombres. En medio del sufrimiento 
experimenta la ayuda del Señor que lo hace más fuerte que el dolor. 

¿Quien es este personaje? Mucho se ha discutido acerca de su 
identidad. Pero a nosotros nos interesa más bien cómo interpreta el 
Nuevo Testamento este texto, cómo lo relee. Jesús al meditarlo lo 
pone en relación con el destino que él vive como Mesías rechazado. 

La comunidad cristiana primitiva lo utilizó para penetrar en el 
misterio de la Pasión de Jesús, e inversamente Jesús es la clave 
que nos permite comprender en su profundidad el texto de Isaías. 

Leído en el contexto de la Pasión el salmo 21 (22) nos impresiona 
profundamente. Nos habla del inocente perseguido por los hombres 
y liberado por Dios. En Jesús de Nazaret esta figura se hace 
realidad y los elementos que nos da el salmo nos permiten 
interpretar la pasión de Cristo. Por eso las narraciones de la pasión 
citan implícita o explícitamente el salmo. Es uno de los textos del 
Antiguo Testamento que más fácil se presta para una trasposición 
cristiana. La pasión de Cristo va más allá, pues ella por sí misma es 
eficaz. 

En la segunda lectura el apóstol recoge un himno antiguo 
cristiano que está regido por el esquema humillación/exaltación y 
que se desarrolla en una parábola de descenso y ascenso. Este 
himno explica de una manera admirable el doble movimiento del 
misterio Pascual: Jesucristo se ha abajado hasta la muerte en cruz y 
por eso Dios lo ha exaltado. Verdadero Dios y verdadero hombre, 
Cristo no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino 
que descendió hasta el fondo de la condición de servidor. Jesús que 
obedeció al Padre y se humilló fue por él exaltado. Como el siervo 
del Señor (Is 53) el se anonadó hasta morir, cargando con el 
pecado de las muchedumbres. La obediencia al Padre define su 
existencia humana hasta el extremo de la cruz. Dios le ha dado un 
título que está por encima de todos los títulos de nobleza: Señor. 

Delante de él la totalidad del mundo creado dobla la rodilla y todas 
las lenguas proclaman que Jesús, el Cristo, es Señor. Es la 
confesión fundamental de la fe cristiana. Pero es también la gloria 
del Padre, porque el abatimiento y la exaltación de su Hijo para la 
salvación del mundo revelan finalmente quién es Dios. Dios es 
amor: amar ¿qué es, si no entregarse, vaciarse de sí mismo por el 
bien del ser amado? 

Para Lucas, Jesús en el relato de la Pasión, es el varón de 
dolores que, inocente (23, 4.14.22.47) sufre persecución y 
humillaciones, que ruega por sus enemigos y muere con una 
expresión de entrega a la voluntad del Padre. Característica en 
Lucas es la insistencia en que la pasión es el último ataque de 
Satán, la última tentación de Jesús. En alguna forma la pasión es la 
continuación de las tentaciones del comienzo, que terminan en el 
Templo y ahora, en Jerusalén, ha llegado el momento (Lc 4,13). 

Satán se oculta tras la acción de Judas y de los enemigos de Jesús 
y se sirve de uno de sus discípulos y de los dirigentes judíos para 
llevar a cabo el golpe decisivo contra él y hacer fracasar el plan 
divino. Pero una vez más Jesús vence esta tentación y los poderes 
infernales que actúan a través de los hombres quedan derrotados. 

Satán quería impedir el establecimiento del reino de Dios tal como el 
Padre lo quería; en la cruz se repite por boca de los judíos lo que 
Satanás había dicho en las tentaciones, si eres el Hijo de Dios 
sálvate a ti mismo. 

Esa última tentación se repite en la Iglesia y en nosotros cuando 
nos dejamos llevar de la ambición del poder, o del dinero, o de la 
confianza excesiva en los medios humanos. Cuando nos olvidamos 
de los pobres y no recordamos que el reino de Dios se construye 
con medios humildes y sencillos. Los que aclamaron a Jesús no 
fueron las autoridades religiosas o civiles, ni los ricos y poderosos, 
sólo los pobres, los sencillos y los humildes. Si no tenemos siempre 
presente nuestra opción por los pobres, como nos lo repite la 
segunda asamblea del episcopado latinoamericano en Medellín, 
estamos traicionando el mensaje de Jesús.