INVITACIÓN A LA VIGILIA PASCUAL

SAN AGUSTÍN

Preparemos, hermanos, nuestro espíritu para celebrar la noche  pascual, la santa festividad en la que durante la noche fue  destruida la noche para siempre, en la que, llevando velas  encendidas en las manos, ahuyentaremos las tinieblas. Se trata de  celebrar la noche que alegra nuestra fe como si fuera un día de  alegría para el corazón, la noche que se celebra, como sabéis, en  memoria de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. 

Para celebrar en nuestra vigilia el despertar de Cristo de entre los  muertos nosotros, los que aún tenemos necesidad de dormir, no  podemos hacer nada más apropiado que imitar, hasta que nos  llegue el momento, a nuestra Cabeza, despierta ya para siempre.  Dispongámonos, pues, a velar también nosotros puesto que  estamos llamados a resucitar como él y a reinar con él en una vigilia  eterna en la que ya no habrá sueño alguno. 

Esta gran solemnidad simboliza justamente, a través de un  espacio de tiempo, lo que sin limite alguno de tiempo poseeremos  para siempre en la eternidad. 

Velemos, pues, en presencia de Cristo despierto y, en cuanto nos  sea posible, privémonos del sueño un poco de tiempo en honor de  aquél a quien ya no domina el sueño.

Mantengámonos en guardia y seamos el verdadero Israel según  el espiritu: Tu guardián no duerme, no duerme ni reposa el guardián  de Israel (Sal 120, 4) y velemos en esta solemnidad en honor de  Cristo, el guardián que ya nunca duerme. 

Adhirámonos a Cristo con el vinculo de la fe para que así nuestro  corazón, ligado a él por este vinculo, no se aparte ya más de aquél  que desconoce definitivamente el sueño hasta que, desaparecida  también para siempre nuestra mortalidad y nuestra corrupción, nos  unamos totalmente a su cuerpo glorioso en aquella eternidad en la  que tampoco nosotros podremos dormir ni dormitar nunca jamás.

 De los sermones de san Agustín, obispo
(sermón 223 G,  Wilmart 7)