Con María... 
escuchamos las siete palabras

 

1.      PERDÓNALOS, PADRE, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN 
     
(Lc 23,34)

En la Biblia, con mucha frecuencia escuchamos al pueblo de Dios, Israel, pidiendo venganza contra sus enemigos (Sa1mo 35; 59,11ss; 109,6-20; etc.) Los israelitas pensaban que Dios manifestaba su justicia destruyendo a los adversarios del pueblo.

Jesús, el hijo del carpintero, enseña otro camino: La justicia de Dios se manifiesta en su misericordia. La Salvación se ofrece a través del perdón. Jesús perdona al pecador (Jn 8,lss), al explotador (Lc 19,1ss), al enemigo (Mt 5,43ss). y en la cruz, experimentando el sufrimiento y la humillación de una muerte injusta, intercede ante Dios por sus verdugos. Realiza en su muerte lo que enseñó en su vida .

Sus verdugos son conscientes, mal intencionados y culpables de la muerte de Jesús (Mc 3,6; 15,10; Mt 27,25); pero Jesús los disculpa ante el Padre: No alcanzan a percibir la gravedad de sus actos.

María está junto a la cruz, y en medio del dolor grande de ver que se tortura y se sacrifica a su hijo, estamos convencidos de que ella se unió a la súplica de perdón que escuchó de labios de su hijo, y también perdonaba a sus verdugos.

Los discípulos, después de la Resurrección, comprendieron esta actitud de Jesús y lo imitaron: Ofrecieron sus vidas hasta el martirio (Hechos 7,57ss), disculparon a sus perseguidores (Hechos 3,15-17; 13,27) y oraron por ellos (Hechos 7,60).

Esta es la actitud que debe caracterizar a los cristianos en Colombia: reconocer que los violentos aunque estén asesinando, secuestrando, torturando, explotando y masacrando al pueblo, son nuestros hermanos y debemos amarlos. Nuestra lucha es la de Jesús, que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez. 18,23). y las armas de nuestro combate no son el fusil y la violencia, sino la verdad, la justicia, la Palabra de Dios, la defensa de los débiles, el trabajo por la Paz. (Ef.6,14ss; Mt 5,3ss).

 

2.      HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO (Lc 23,43)

Jesús ofrece su perdón, pero espera que el hombre reconozca su pecado y se convierta. El fue crucificado, en el Calvario, en medio de dos malhechores (Is. 53,12). Si Jesús fue condenado injustamente, aquellos compañeros suyos, de acuerdo con la Ley, sí eran merecedores del castigo.

El primer malhechor, contemplando a Jesús crucificado y compartiendo con El su misma suerte, no transformó su. corazón. No le importaba ni su propia culpa ni la inocencia de Jesús. Dominado por un profundo egoísmo, tan solo estaba interesado en liberarse del castigo. Invocó a Jesús como Mesías, compartiendo la burla de verdugos y transeúntes (Lc 23,35.36.39). Pero su egoísmo no recibió de Jesús respuesta alguna. Su sufrimiento quedó sin esperanza.

El otro malhechor tuvo una actitud bien diferente. Comprendió la inocencia de Jesús y reconoció su propio pecado. Siendo culpable se hizo solidario con su compañero inocente. La súplica de este malhechor arrepentido sí obtuvo respuesta de Jesús (cf. Ez.18,21-32). Sus sufrimientos se vieron revestidos de esperanza.

María, testigo de este gesto de nobleza de su Hijo, tuvo que experimentar en medio del dolor un dulce gozo al ver que aquel condenado encontraba en su Hijo las llaves de la Vida.

 

3.      HE AHÍ A TU HIJO...! HE AHÍ A TU MADRE...! (Jn 19,26-27)

María es el modelo del israelita fiel, de los pobres de Yahveh que esperan la salvación de Dios, se ofrecen a sí mismos como siervos de Dios, que meditan en su corazón, día y noche, la Palabra del Señor (Lc 2,19.51; cf. Salmo 1,2); viven al servicio de Dios (Lc l,38) y de su pueblo (Jn 2,1-5), y que, confiando en la misericordia divina (Lc 1,50), esperan de Dios la salvación (Lc,1,54-55).

Juan, el discípulo amado, es el modelo de todo cristiano que comparte su vida con Jesús (Juan 13,23) y entra en intimidad Con El (13,25); lo sigue (18,15) y acompaña hasta el final; constante hasta la misma cruz (19,2555). Se preocupa por sus hermanos (Jn 18,16) y les cede el primer puesto (20,3ss). Testigo de su presencia viva (20,8), lo reconoce y lo anuncia a sus hermanos, proclamándolo como Señor (21,7).

Jesús, crucificado, le hace ver a su Madre que un discípulo así, como Juan, es fruto de sus entrañas. María, la humilde sierva del Señor (Prov. 31,10ss) puede seguir engendrando en la Iglesia muchos hermanos de Jesús que sean como el discípulo amado.

Jesús, crucificado, hace ver también a sus discípulos que deben acoger a María, la fiel servidora, la llena de Gracia, como Madre de la comunidad. pues solo con Ella en casa podrá convertirse la comunidad en verdadera familia de Dios (Mc 3 33s)

 

4.      DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? 
     (Mc 15,34)

Muchas veces, nosotros alzamos nuestra voz al cielo para preguntare a Dios: ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?, ¿porqué tanta maldad entre los hombres? Otras veces, cuando experimentamos un sufrimiento prolongado preguntamos: ¿Hasta cuándo tendré que soportar estos dolores?, ¿será que la situación de mi familia no tiene arreglo?, ¿seguirá reinando por siempre la violencia en mi pueblo?,

Suplicamos a Dios que mejore nuestra situación, y a veces nos parece que El no nos escucha. Nos sentimos abandonados por El. Esta misma experiencia de abandono la ha sentido el pueblo de Dios desde hace muchos siglos. En la Biblia encontramos continuamente gritos y lamentos pidiéndole a Dios que despierte; que vea el sufrimiento de su pueblo y escuche su clamor (Salmo 10,1; 43,245; 73,10; 12,13; Job 13,24; 21,7; Lam. 2,20; 3,34; 5,20; Hab.1,2; 1,13; Jer.12,1.4; etc.).

Jesús, aunque es el Hijo Eterno de Dios, al compartir su vida con nosotros también experimentó este abandono. Se sintió condenado por los hombres y desprotegido de Dios (cf. Salmo 22). Con su grito angustioso al Padre nos invita a que nosotros también, sin temor, pongamos nuestras quejas, preguntas y temores delante de Dios.

Nosotros sabemos que, aunque Jesús se sintiera abandonado por el Padre, este estaba con El, muy cerca, llenando de sentido su dolor. Y no solo estaba el Padre, también la madre, María estaba allí, presente, solidaria, contemplando y compartiendo con amor materno la debilidad de su Hijo, su soledad, y su dolor.

 

5.      TENGO SED (Jn 19,28)

Jesús es la Fuente de la Vida; de El brotan corrientes de Agua Viva; ha invitado a todo aquel que tenga sed a que se acerque a El y beba (Jn 7,37s) para que nunca más sienta sed (4,135).

Pero ahora, exhausto en la cruz, expresa su ansiedad: Tiene sed de apurar la copa que le ha dado a beber Su Padre (Jn 18,11); tiene sed de volver donde Aquel que lo envió al mundo (16,28); sed de volver a ver el rostro del Dios Vivo (Salmo 42,3; 43,2) ; sed de ver culminada su obra: El ha venido para que tengamos Vida, y la tengamos en abundancia (Jn,10,10).

Pero, para calmar su sed, ha tenido que beber un trago amargo: hiel y vinagre. Sufrimiento y humillación, desprecio y abandono, agonía y muerte.

Jesús sabe que su sed será calmada. que después de su retorno al Padre, se enjugarán las lágrimas de los ojos de los hombres, y entre ellos habrá un cielo nuevo y una nueva tierra donde habite la justicia (ls.65,17).

María también sabe por experiencia que la sed será calmada y que al final de los tiempos todos podremos beber del mejor vino.

 

6.      TODO ESTÁ CONSUMADO (Jn 19,30)

Jesús es el Mesías que Israel esperaba; es el Pastor que vino a cuidar de su rebaño (Zac.34,11ss); el Hijo de David que vino a instaurar la justicia, y el reinado de la paz (15.11,1-9; Sal.72). Es el Consolador de Israel que enjugará las lágrimas de todos los rostros (15.25,8; 51,12); el Siervo Sufriente que hará llegar la salvación a todas las naciones (15 49,6; Sal.22,30). El Redentor que libra a Israel de todos sus delitos (Sal.130,8).

Desde la cruz, y próxima su muerte, puede expresar confiado que la Obra que le encomendó su Padre (Jn 4,34; 17,4) ya la ha culminado: Ya reveló el Rostro de Dios ante los hombres; ya anunció el Evangelio a los pobres; ya dio testimonio de la Verdad. Dio vista a los ciegos, libertad a los cautivos; curó a los enfermos, perdonó a los pecadores convertidos; dio la Nueva Ley para su pueblo; comunicó la misericordia divina a nacionales y extranjeros; exaltó a los humildes y desautorizó a los soberbios. Instituyó la comunidad de sus discípulos, les entregó su Palabra, y su Cuerpo y Sangre como alimento. Ahora está entregando su Vida como muestra de su Amor extremo.

Con la muerte de Jesús culmina El su obra y comienza la obra de su pueblo: Han de evangelizar a todos los pueblos (Mt 28,19); promoverán la unidad, se harán servidores de los más pequeños, expulsarán el mal, se harán testigos de la Verdad y ofrecerán, con padecimientos, sus vidas por el Reino. Pescadores de hombres, tomarán sobre sus hombros la cruz que el mundo les imponga, hasta que al final de los tiempos se haya instaurado de una forma definitiva el Reino.

Jesús no estuvo solo; desde su concepción hasta la cruz María permaneció a su lado. Ella dio su “si” al ángel, y su entrega fue definitiva e irrevocable. Ahora puede también con su Hijo exclamar “todo está consumado”. Y es ella misma la que se queda con la Iglesia acompañando para que la comunidad de los creyentes pueda consumar igualmente su misión.

 

7.      PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU (Lc 23,46)

Los enemigos de Jesús pensaron que con su muerte acabaría todo (cf. Sab. 2,12-20). Pero la vida de los justos está en manos de Dios (Sab.3,1). Jesús sabe que tiene a Dios por Padre (2,16), y que El creó a los hombres para la inmortalidad (2,23). Encomienda su espíritu a Dios, porque sabe que El le rescatará de la muerte (Sal.31,6). Aunque en su inquietud decía "¿Por qué me has abandonado?", "estoy dejado de tus ojos" (S.31,23), sabe que Dios oía la voz de su plegaria cuando clamaba a El (31,23).

María, la madre, se había hecho servidora incondicional del Padre y fue cubierta con el don del Espíritu. De allí nació Jesús. Ella lo ofreció al Padre el día que lo presentó en el Templo, y allí mismo, doce años después, escuchó de su Hijo la verdad sobre su vida: debía ocuparse de las cosas de su Padre.

Ahora, débil e impotente, Jesús encomienda su Espíritu al Padre, y María, la madre, ofrece también al Padre el fruto bendito de su vientre.

La confianza de Jesús en el Padre da firmeza a nuestra esperanza: Vale la pena entregar la vida entera por el Reino, aunque esto nos atraiga sufrimientos. Nuestra vida, y la vida de nuestro pueblo, está segura en las manos de Dios, que es nuestro Padre. Y para mantenernos firmes en esta esperanza contamos con el apoyo permanente de la madre.