19 HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS DE LA VIGILIA PASCUAL
11-19

 

11. Muy de mañana, el primer día de la semana, es decir, el "domingo", tres mujeres de las  que seguían a Jesús, se dirigen al sepulcro para embalsamar su cuerpo. El sepulcro está vacío. El cuerpo ya no está allí.

-"¡No tengáis miedo! "¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado? "Ha resucitado: No está  aquí. "Este es el lugar donde le pusieron. "Pero id ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá en Galilea. Allí le  veréis, como os ha dicho. No tener miedo. Volver a la vida cotidiana pensando que Jesús, viviente, está allí. Comunicar esta "noticia" a todos los que la buscan. Pues es la "nueva gozosa" que todos los hombres esperan.

-"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? "No está aquí, ha resucitado."  El viviente. Vivir. La vida. He de tomarme el tiempo de evocar lo que estas palabras significan. Dar un contenido a  estas palabras. Servirme, para ello, de todas las imágenes, y de todas las experiencias, y  de todas las ciencias, y de toda mi fe.

-La vida cristiana... un compromiso. "Para vivir en la libertad de los hijos de Dios, ¿renunciáis al pecado, renunciáis a lo que  conduce al mal, renunciáis a Satán, que es el autor deI pecado?" ¡Sí, renuncio! ¿Creéis en  Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra? ¿Creéis en Jesucristo, su único  Hijo? ¿Creéis en el Espíritu Santo, en la santa madre Iglesia católica... ¿Creéis en la vida eterna? ¡Sí, creemos! 

-Grande es el misterio de la fe: Proclamamos Tu muerte. Celebramos Tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! Demos gracias a Dios. Aleluya, Aleluya.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 176 s.


12.

1. También la muerte tiene remedio 

¿Se pierde el hombre con la muerte? ¿Se acaba todo con ella? Es la pregunta más  inquietante que se han hecho -y seguimos haciéndonos- los hombres a lo largo de los  muchos siglos de historia humana. ¿Por qué no nos cansamos nunca de interrogarnos si no  tenemos derecho a esperar nada?... Todo hombre es una llamada hacia el infinito. O es un  absurdo o tiene que existir una respuesta a esta pregunta esencial.

Todos los evangelios terminan con el relato de los acontecimientos pascuales,  fundamentando la antiquísima convicción cristiana de la resurrección de Jesús de entre los  muertos, fruto de la acción del Padre. Esta fe la profesó la Iglesia en símbolos (I Cor  15,3-4), la expresó en la predicación (discursos del libro de los Hechos de los Apóstoles) y  la cantó en los himnos (Flp 2,6-1 1).

Es corriente considerar la resurrección de Jesús como un milagro biológico por el que un  cadáver vuelve a la vida para no abandonarla; o centrar toda la atención en la narración de  los relatos de los evangelistas, como si éstos trataran el tema de una forma minuciosa, algo  así a como hacen los periodistas y los historiadores modernos. Esta interpretación nos  llevaría a una confusa conclusión: existen claras contradicciones entre los mismos  evangelistas y con Pablo. La resurrección no es una vuelta a esta vida, sino un paso hacia  adelante, hacia una vida nueva en comunión con el Padre y con toda la humanidad.

Para las primeras comunidades cristianas, la resurrección de Jesús fue el acontecimiento  fundamental de su fe, y los relatos una forma de ahondar en el sentido de ese hecho. Es lo  que debemos hacer nosotros: abrir bien los ojos para saber descubrir el significado o los  significados profundos de ese signo llamado "resurrección", que será siempre para la  ciencia y para la historia un verdadero enigma. La resurrección no se instala en el más acá  de la historia, sino en el más allá, pues es la entrada en el reino definitivo de Dios y su  suprema manifestación.

Toda la existencia de Jesús fue un constante abrirse a la verdadera vida humana, tanto  con sus palabras como con sus obras. Y así, su resurrección consistió en alcanzar la meta  y la plenitud de esa vida, la liberación total de todas las ataduras y limitaciones que nos  oprimen a los hombres. En él, el reino del Padre, la nueva humanidad, es ya una realidad.  Un reino que no se cierra en él, sino que pasa a ser, en la esperanza, patrimonio de todos  los hombres.

Jesús no se encontró de repente y por sorpresa con la resurrección, sino que recogió en  su muerte lo que había sembrado durante su vida. Luchó por hacer realidad, ahora y aquí,  el reino de Dios entre los hombres. Curó a los enfermos, dio respuesta a las ilusiones y  esperanzas de los pobres, se enfrentó con las mentiras e injusticias de las autoridades,  rebatió los esquemas religiosos de unos dirigentes corrompidos por el poder y la  ambición.... sin pensar en ningún momento que todo se iba a resolver en la otra vida. No  fue un piadoso idealista, ni un romántico de la revolución social, ni un poeta de la utopía. Si  se hubiera limitado a eso, habría muerto de viejo y en la cama. Jamás se cruzó de brazos  para que Dios y la muerte solucionaran los problemas de los hombres. Es esta actitud  pasiva, tan extendida entre los cristianos, la que fue definida en el siglo pasado como "opio  del pueblo".

En el asesinato brutal de Jesús en la cruz veíamos la muerte anónima, silenciosa o  heroica de millones de hombres sacrificados a través de los siglos por los intereses  inconfesables de los que se apoderan, incluso "democráticamente", de los gobiernos y de  los bienes de los pueblos. Aquel asesinato, a todas luces inútil y sin sentido, no era la  última palabra del Dios de Jesús. Si la muerte del Hijo se refleja en cada dolor humano, su  resurrección brilla en cada avance del universo, en cada esperanza de mejora humana y  social, en cada sonrisa de niño, en cada noble proyecto del joven, en cada esfuerzo del  adulto por ser mejor y por hacer mejor la humanidad... Desde la resurrección de Jesús, los  sufrimientos y las muertes de los que trabajan por la libertad y la justicia, por el amor y la  paz, por la verdad..., no son un absurdo ni una pérdida definitiva. Aparecen como una  positiva contribución a la caída de toda estructura opresora -sea del signo que sea- que  impida al hombre alcanzar la plenitud para la que fue creado por Dios. Que tal resurrección  sea una utopía o un sueño de niños ingenuos es algo inútil de discutir: se cree o no se  cree. Pero el cristiano ni puede avergonzarse de creer en esta utopía ni vivir como si no  creyera en ella. Es precisamente por la utopía de creer en el reino de Dios por la que  podemos llamarnos cristianos. Esta esperanza es la palanca que mueve la historia. Con su muerte en la cruz culminó Jesús su triunfo en la vida. Un triunfo que había  comenzado cuando prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la compañía de  publicanos y pecadores, el dolor de los enfermos...

2. El núcleo de nuestra fe 

Así como la muerte es la realidad más trágica del hombre, la resurrección es su máximo  gozo, porque celebra el nacimiento del mundo nuevo.

Creer en la vida eterna es esencial a la fe. El ritmo mismo de la naturaleza, las  aspiraciones más profundas del hombre, el progreso de la humanidad y del universo son  siempre marcha hacia adelante, esfuerzo de superación hacia un desarrollo definitivo más  allá del tiempo presente. El grano caído en tierra no está condenado a morir; de él brota  una vida más rica y abundante. El grano no muere, florece en otra vida más hermosa y  noble... En el mismo plano humano, los hombres no morimos definitivamente; vivimos en los  otros, en los hijos, en los nietos... y también en todos aquellos a los que se ha amado.  Vivimos en nuestros actos y en las consecuencias de ellos hasta el fin del mundo.

Hay cristianos que dan la impresión de haberse quedado en la muerte de Jesús,  limitando su fe a una lucha por un mundo más justo. Otros, por el contrario, parece que han  llegado a la pascua con gran facilidad, a través de un atajo -las prácticas religiosas de  cualquier tipo- descubierto con astucia para evitar el camino incómodo del compromiso  personal. Y han presentado estos caminos desfigurados como el verdadero. Unos y otros  han hecho de la fe algo muy "razonable". El verdadero creyente, si quiere ofrecer un  testimonio completo, debe unir la pasión y la muerte de Jesús -la lucha por el mundo nuevo,  celebrada en los sacramentos- con su resurrección. Se llega a la alegría de la pascua  únicamente a través de las tinieblas del Calvario. El que se queda en la muerte o salta por  encima de la cruz, no podrá reconocer al Resucitado.

CR/QUÉ-ES: El cristiano es un hombre que cree en Dios. Pero no es necesario ser  cristiano para creer en Dios: hay millones de creyentes en Dios que no son cristianos. El  cristiano cree en una vida que no termina con la muerte. Pero tampoco es exclusiva nuestra  creer en la eternidad: otros muchos esperan otra vida sin ser cristianos.

El cristiano cree que la vida verdadera se basa en el amor, en la justicia, en la verdad, en  la libertad, en la paz... para todos. Otros muchos, incluso ateos o agnósticos, luchan por  una vida de esas características.

Todos estos razonamientos, y otros muchos que podríamos hacernos, no definen lo que  es nuestra fe. Tampoco es suficiente decir que es cristiano el que inspira su vida en la  palabra y en el ejemplo de Jesús, porque Jesús no es sólo un maestro o un ejemplo para  nosotros. Nuestra fe nos pide un paso más, de una importancia decisiva: ser cristiano es  creer en la resurrección de Jesucristo, que es mucho más que afirmar su salida del  sepulcro con la ayuda de Dios; porque es reconocer que el proyecto de Dios se puede  realizar en cada hombre, ahora solo entre luchas y como principio, y en el futuro como total  realidad. Quien tiene esta fe, con todas sus consecuencias, es cristiano. Quien no cree en  esta resurrección no puede llamarse cristiano, por más que pueda ser una persona muy  religiosa, o muy justa, o muy admiradora de Jesús. Ser cristiano es creer que Jesús,  después de anunciar la buena noticia del reino de Dios siendo fiel a él hasta el final, fue  resucitado por el Padre como primogénito de la nueva humanidad; y que lo que ya ha sido  realidad en él lo irá siendo en cada uno de los que sigan su camino. Revelación plena del  camino de Jesús, la resurrección es también la revelación de la plenitud de la existencia  humana.

El núcleo de nuestra fe es una esperanza en que toda lucha se transforma en victoria,  toda tristeza en alegría, toda muerte en resurrección. El cristianismo es luz, alegría,  resurrección, vida en plenitud y para siempre.

La dificultad principal no está en saber si creemos en la resurrección -¡y ya es dificultad!-,  sino en saber si tenemos ganas de resucitar; porque para tener ganas de resucitar es  necesario que tengamos antes ganas de vivir. Antes de creer en la resurrección  necesitamos nacer a una vida que deseemos prolongar por toda la eternidad. Nuestra  esperanza de resucitar depende estrechamente de nuestra capacidad de amar. ¿Hay algo  o alguien que amemos tanto que deseemos estar siempre a su lado? ¿Qué experiencias de  amor tenemos que queramos vivir en plenitud y para siempre? ¿Sentimos la necesidad de  resucitar y de llenar nuestra eternidad con las presencias de todos aquellos con los que  nos gustaría vivir para siempre? ¿Cómo querer que resucite nuestra vida egoísta, dolorosa,  triste...? Prolongarla indefinidamente, ¿no sería más un castigo que una recompensa? 

Solamente Dios puede soportar una vida eterna, porque solamente él ama lo suficiente  para llenarla de contenido. Darnos a conocer esta vida que deseemos prolongar para  siempre ha sido el encargo que el Padre ha dado a Jesús. La fe en la resurrección de  Jesús no puede brotar más que de un amor verdadero.

3. Las mujeres van al sepulcro 

Este texto es más evangelio que ninguno, porque nos narra la gran noticia: ¡Jesús, el  Crucificado, vive! Es muy significativo que los evangelistas, que tanto se preocuparon de  los detalles cuando relataron la resurrección de la hija de Jairo (sinópticos) o la de Lázaro  (Juan), guarden silencio cuando anuncian la resurrección de Jesús. La razón es evidente:  en la resurrección de Jesús no ha habido testigos, y ni la historia ni las ciencias pueden  demostrarla aplicando sus leyes y sus métodos peculiares. Es una razón más para creer en  sus afirmaciones: unos falsarios se hubieran preocupado por contarnos el acontecimiento  con muchos detalles.

El relato de la resurrección de Jesús lo recogen los cuatro evangelistas. Todos hablan de  una visita que en la madrugada del domingo hacen al sepulcro un grupo de mujeres que  acompañaban a Jesús y que habían asistido a su crucifixión y sepultura. Los relatos de los  sinópticos presentan un notable parecido, dentro de no pocas diferencias. Juan sigue su  propio camino. Todos emplean géneros literarios, única posibilidad de referirnos unos  acontecimientos que trascienden lo humano.

Los judíos nombraban los días de la semana por el lugar que ocupaban en ella, excepto  el séptimo, que, por ser el día del reposo, llamaban "sábado" (significa "descanso"). Lucas es el más extenso y explícito en la narración de la visita de las mujeres, y nos dirá  al final quiénes eran (Lc 24,10).

"El primer día de la semana" corresponde a nuestro domingo. La visita debió ser sobre  las seis de la mañana, hora en que amanece en Jerusalén en esta época del año. Su  propósito no está claro. Según Mateo, fueron "a ver el sepulcro". Era costumbre visitar los  sepulcros de las personas queridas, especialmente en los tres primeros días después de la  muerte. Marcos y Lucas nos indican que su intención era completar el embalsamamiento  del cuerpo de Jesús, dejado sin terminar a causa de la llegada de la noche. Pretenden  penetrar en el sepulcro para realizar esa misión. Marcos señala que caminan preocupadas  por la gran piedra que cierra la tumba. No debían tener noticias de la guardia puesta por  Pilato. Parece raro que se preocupen por la piedra que cerraba la tumba, cuando eran  normalmente piedras rodantes que un solo hombre podía mover y que, por tanto, también  podían hacerlo varias mujeres uniendo sus fuerzas. Algunos dicen que eran piedras de  gran tamaño y que para moverlas debían usarse frecuentemente palancas de hierro. Al  mencionar la dificultad de removerla, las mujeres piensan que Jesús está definitivamente  muerto. Creen que la muerte ha triunfado.

4. Encuentran el sepulcro abierto 

Las mujeres irán pasando de sorpresa en sorpresa. La primera es la piedra corrida. Su  problema ha quedado resuelto. Pero son incapaces de interpretar el signo. Se habían  quedado más acá del verdadero significado de Jesús y de su muerte. ¡Qué mal nos abrimos  todos a la verdadera vida! 

Contrariamente a los demás evangelistas, Mateo describe la resurrección dentro de un  contexto que nos recuerda las grandes teofanías apocalípticas de Yavé: temblor de tierra,  ángel que desciende del cielo, terror y pánico en los guardias, que se quedan como  muertos; blancura de los vestidos del enviado. De esta forma, Mateo, sirviéndose de los  clichés de los milagros bíblicos, nos quiere indicar que la resurrección de Jesús no es una  simple vuelta a esta vida biológica o una inmortalidad espiritual, sino una verdadera acción  de Dios en orden a la vida definitiva, un acontecimiento estrictamente sobrenatural, que ni  fue visto por nadie ni pudo serlo. Ha intentado describir lo indescriptible, interpretar  simbólicamente lo ocurrido: el fin del viejo mundo y el principio del nuevo. El ángel ha  corrido la losa para que pueda constatarse que Jesús no está en el sepulcro. Las mujeres  deben ser testigos del hecho, para comunicarlo inmediatamente a los discípulos. El temblor  de tierra, como en la crucifixión, es señal de la teofanía o manifestación divina. La muerte y  la resurrección de Jesús nos muestran los dos aspectos complementarios de la misma  teofanía: la muerte a manos de los dirigentes manifiesta el amor que da su vida -la  '`debilidad" del amor-; el sepulcro vacío, señal de la resurrección, el amor que da vida -la  fuerza del amor-. El ángel, revestido del poder del Padre -color blanco-, aparta la losa del  sepulcro, que simbolizaba la separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos,  porque para Dios no hay más que vivos (Lc 20,38). La aparición hace inútil la vigilancia de  los guardias, que irán a la ciudad a dar cuenta al sanedrín de lo sucedido.

María Magdalena -que, según Juan, había ido sola al sepulcro -fue a comunicar a Pedro  y a Juan lo sucedido. Al no estar el cuerpo de Jesús en el sepulcro, piensa que lo han  robado. Las demás se quedan, y podrán escuchar de labios de los ángeles el anuncio de la  resurrección de Jesús.

5. El anuncio de la resurrección 

En los sinópticos, el anuncio de la resurrección lo hacen unos enviados celestiales a  unas mujeres incapaces de comprender por sí solas. En Juan se limitan a preguntarle a  María Magdalena por el motivo de su llanto. "Un ángel" (Mateo), "un joven" (Marcos), "dos  hombres" (Lucas), "dos ángeles" (Juan), todos vestidos de blanco, son los anunciadores o  intérpretes de la resurrección. ¿Cómo conciliar estas diferencias? Ya vimos que los  evangelistas tratan de introducirnos en el terreno de lo sobrenatural. El cómo no forma  parte de lo que Dios quiere comunicar a los hombres, sino que tiende más bien a satisfacer  nuestra curiosidad. Y así, todas pueden ser verídicas, porque las cuatro intentan decirnos  lo mismo: que Dios ha intervenido en la historia cuando desde el punto de vista humano  todo estaba acabado.

El discurso del enviado o enviados tiene cuatro partes: exhortación a dejar el temor,  lógico ante lo sobrenatural; anuncio de la resurrección, que ya les había profetizado Jesús  en varias ocasiones; invitación a que se convenzan por sí mismas de la desaparición del  cuerpo; finalmente, les da un mensaje para los discípulos.

En el temor (Mateo), desconcierto (Lucas) o susto (Marcos) de las mujeres se refleja la  reacción constante de los hombres ante las acciones divinas. En lugar de abrirnos con gozo  a una alegría desbordante, mostramos una total incomprensión e incredulidad. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (Lucas). ¿Por qué nos empeñamos en  cerrarnos a la vida plena y para siempre que nos ofrece el Padre? "No está aquí: ha  resucitado, como había dicho". Dios no deja perecer al hombre que confía en él. ¡Jesús  vive para siempre! La muerte no ha podido destruirle. El último enemigo del hombre -la  muerte- ha sido vencido. La incomprensión de estas visitantes del sepulcro está motivada  por su olvido de las palabras de Jesús. La alusión del mensajero a las predicciones de la  resurrección que Jesús les había hecho implica un reproche a las mujeres, a los discípulos  y a todos los seguidores que en el futuro no vivan fundamentados en esta gran esperanza.  Si hubieran recordado esas palabras, habrían entendido el sentido de la experiencia que  estaban teniendo. Los textos no dicen nada sobre cuándo tuvo lugar la resurrección. Debió  ser durante la noche, como expresa la tradición litúrgica. Los tres días profetizados por  Jesús se cumplieron (los judíos contaban como días completos el día ya comenzado o la  parte de un día).

"Venid a ver el sitio donde yacía". El mensaje de la resurrección no hubiera podido  sostenerse en Jerusalén ni un día, si la tumba vacía no hubiera sido un hecho comprobado  por todos los interesados. Pero la tumba vacía no es la explicación de la resurrección. Es  ésta la que explica por qué la tumba está vacía. La fe en la resurrección no nace del  sepulcro vacío, sino de una revelación. El ángel no había abierto el sepulcro para que  Jesús resucitara y saliera con su cuerpo glorioso por aquella entrada. Su acción tuvo como  objetivo mostrar que el cuerpo del Señor no estaba allí, y que pudieran de esa forma las  mujeres y los discípulos comprobarlo y sacar las consecuencias de acuerdo con lo  enseñado por Jesús. También para demostrar a los guardias y a las autoridades la  inutilidad de custodiar a un cadáver al que Dios se había propuesto resucitar.

Finalmente, las manda a comunicar la gran noticia a los discípulos. Le verán en Galilea,  dicen Mateo y Marcos, adonde irá delante de ellos. Quiere separarlos del ambiente hostil  de Jerusalén, después de los días terribles de la pasión. Un Dios que va delante de  nosotros significa un Dios diverso de como lo pensamos, de como nos agrada imaginarlo.  Porque es un Dios que no permite que nos quedemos parados, un Dios que no se deja  enjaular por nuestros esquemas y ritos asfixiantes y vacíos.

Han sido unas mujeres las primeras en recibir el gran anuncio; ellas, las tenidas como  personas de segunda clase, las olvidadas, el pueblo humilde y marginado. Es la tónica de  todo el evangelio: Dios se revela siempre a los pobres y oprimidos, a la gente despreciada,  a los que la sociedad niega sus derechos, a los ignorantes. El enviado celestial había  cumplido su misión. Había que obrar en consecuencia y decírselo a los discípulos. Nacer, vivir, morir, ser sepultado. Es la trayectoria normal de la vida humana. La  resurrección de Jesús rompe esta trayectoria, supera definitivamente esta historia. El  sepulcro -el de Jesús vacío- marca un comienzo, nunca un final.

6. Reacciones 

Las mujeres marcharon del sepulcro a toda prisa. "Impresionadas y llenas de alegría  corrieron a anunciarlo a los discípulos" (Mateo). Marcos dice que "no dijeron nada a nadie,  del miedo que tenían". Es la reacción normal del hombre ante todo aquello que supera sus  posibilidades. Lucas afirma que "anunciaron todo esto a los once y a los demás", pero "ellos  lo tomaron por un delirio y no las creyeron". Habría de todo en la actitud de las mujeres:  primero, miedo y silencio; después, al reflexionar, se llenarían de esa alegría que dice  Mateo e irían a hacer partícipes de ella a los discípulos, que, llenos de suficiencia, no las  creyeron. Estas reacciones tan diversas, provocadas por el anuncio de la resurrección, nos  esclarecen nuestro propio comportamiento con relación a la fe en Jesús. Porque cada uno  de nosotros nos enfrentaremos algún día con la misma dificultad fundamental: creer en  Jesús resucitado con todas sus consecuencias.

Somos terriblemente rebeldes a la alegría. Damos la impresión de vivir cerrados y  hostiles al verdadero gozo. Creemos en las guerras, en los peligros, en las crisis -las  palpamos-... Pero nos reímos cuando nos encontramos con alguien que quiere  convencernos de que la dicha existe. Hemos convertido en signo de madurez y de cultura el  hecho de no creer en Dios, de no esperar nada de él. Con mucha frecuencia pensamos  -ésa parece ser la experiencia de todos los días- que es imposible ser feliz. Olvidamos que  lo que parece imposible para el hombre es lo que más fácil resulta para Dios. Es el Padre  precisamente el que tiene que hacer ese imposible: hacernos felices. ¿Cómo queremos que  lo haga si no le dejamos realizar en nosotros más que aquellas cosas que podríamos hacer  por nosotros mismos? Es necesario que aceptemos este imposible: que la alegría invada de  nuevo nuestra vida, para que Dios pueda ser en nosotros realmente Dios. Esto es lo que  les sucedió a las mujeres, y es lo que nos debe suceder a nosotros ante el anuncio de la  resurrección de Jesús. Su entrega hasta la muerte no ha quedado encerrada por la piedra  del sepulcro, no se ha perdido para siempre... La larga historia del amor de Dios es cierta.  La llamada a la vida para siempre es verdad.

7. Pedro y Juan van al sepulcro 

Los discípulos, en lugar de recibir el testimonio de las mujeres como una prueba que  hace avanzar en el descubrimiento del misterio, han rehusado aceptarlo. Parece que Pedro  reaccionó más tarde "y fue corriendo al sepulcro" (Lucas). Juan se incluye a sí mismo como  compañero de Pedro, y señala que la noticia se la da a ambos María Magdalena. Esta  visita la traen únicamente estos dos evangelistas. El primero, más esquematizada y  omitiendo la compañía de Juan. Pero el relato es el mismo.

Juan llega primero. Es normal, si tenemos en cuenta que era mucho más joven que  Pedro. Pero no entrará en el sepulcro hasta que lo haga Pedro. Le muestra así su  deferencia. Ambos comprueban que el sepulcro está vacío. Miran atentamente dentro de la  cámara sepulcral, y sólo ven los lienzos en que se había envuelto el cadáver colocados "en  el suelo". Juan recoge también datos del sudario: estaba "no por el suelo con las vendas,  sino enrollado en un sitio aparte". Era inadmisible que un ladrón hubiese dejado las cosas  tan ordenadas. Lucas termina el relato diciendo que Pedro "se volvió admirándose de lo  sucedido". La causa de su admiración es doble: una por la desaparición del cuerpo de  Jesús; la otra por el orden en que habían quedado las vendas y el sudario. No se trataba,  pues, de un robo. Había sido algo distinto. Ahí termina su indagación. No continúa la  búsqueda de Jesús, sino que se vuelve a casa. No anuncia nada a los demás. Aún no ha  visto a Jesús; solamente ha constatado su ausencia. Para dar testimonio de Jesús no basta  saber que está vivo; necesitamos experimentarlo presente.

Juan nos da más datos. Dice que cuando entró y observó la colocación de las vendas y  del sudario, "vio y creyó". Comprendió que "hasta entonces no habían entendido la  Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos". Es la única ocasión en que se  afirma en todo el Nuevo Testamento que alguien creyó al ver el sepulcro vacío. Es posible  que Juan intente afirmar que fue él el primer apóstol que creyó en la resurrección de Jesús.  Sería lo más lógico: ¿no era el discípulo más querido por Jesús y el único que había estado  junto a la cruz? El amor hace lúcido y capacita para comprender aun las cosas más  difíciles.

8. Las mujeres ven a Jesús  Las divergencias entre los evangelistas sobre las personas y lugares de las apariciones  son enormes. La solución parece indicarla Lucas en su segundo libro al decirnos que Jesús  se apareció muchas veces, durante cuarenta días (He 1,3), mientras en su evangelio las  reduce a un solo día. Según esto, cada uno recogió algunas como "tipo" de las demás; las  que consideraron más idóneas para sus propósitos. Quieren también enseñarnos que lo  importante no son estos relatos de apariciones, sino continuar la misión del Resucitado,  como veremos en el apartado siguiente.

Las primeras que vieron a Jesús bajo su nueva dimensión fueron las mujeres que lo  habían seguido hasta la cruz. Según Marcos y Juan, la primera fue María Magdalena.  Choca observar el silencio que guardan los evangelistas sobre la indudable aparición de  Jesús a su madre.

"Alegraos", les dice Jesús saliéndoles al encuentro. Ningún saludo mejor que invitar a la  alegría a las que habían sufrido la tristeza de su muerte. La emoción de este encuentro se  adivina. ¡Era él! "Ellas se acercaron, se postraron ante él y abrazaron sus pies" (Mateo),  con todo el afecto y al modo oriental. No son solamente el sepulcro y las palabras del ángel  los que documentan la fe en la resurrección; es el encuentro con el mismo Jesús en medio  de los acontecimientos de la vida diaria. Las mujeres se estrechan en torno a Jesús, y sus  gestos expresan gozo, veneración y oración. Pero Jesús las envía a los discípulos. El  encuentro con el Resucitado ha de convertirse en testimonio y misión.

Jesús les da un mensaje: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a  Galilea; allí me verán". Es el mismo que les encargó el ángel en el sepulcro. No deben  temer. Su resurrección es sólo causa de alegría. Llama "hermanos" a los discípulos, título  que les da únicamente después de la resurrección. Las relaciones de Jesús resucitado con  los discípulos se han hecho más íntimas, han alcanzado otro nivel. Deben dirigirse a  Galilea. Allí comenzó su misión; y de esa región, situada en la frontera con los gentiles,  partirán sus seguidores para anunciar el reino de Dios a todos los pueblos.

Juan nos informa con detalle de la aparición de Jesús -la primera- a María Magdalena.  Marcos lo hace brevemente. María ha vuelto al sepulcro a llorar la ausencia de Jesús. Ha  olvidado las palabras del Maestro. No entiende que no es tiempo de llorar, sino de  alegrarse, porque ha nacido el Hombre nuevo. Al mirar dentro del sepulcro, "vio dos  ángeles vestidos de blanco", el color de la gloria divina. Su misma presencia es ya un  anuncio de vida y de resurrección. Le preguntan por el motivo de su llanto. ¿Su presencia  allí no demuestra que su llanto es infundado? María, obsesionada con su desesperanza,  repite la frase que expresa su desorientación y su pena: "Se han llevado a mi Señor y no sé  dónde lo han puesto". Con estas palabras de María quiere subrayar el evangelista la  dificultad que experimentó el grupo de discípulos en tomar conciencia de la resurrección de  Jesús. María sigue pensando que con la muerte de Jesús todo ha terminado. No cree en la  fuerza de la vida ni en la inmortalidad del amor, al considerar la muerte como hecho  definitivo.

Al volverse "ve a Jesús de pie", pero no lo reconoce. No se imagina que pueda ser  verdad tanto gozo. La pregunta de Jesús es la misma que la de los ángeles. Y añade: "¿A  quién buscas?" Ella piensa, lógicamente, en el hortelano al estar el sepulcro en un huerto.  Jesús la llama por su nombre, y ella lo reconoce por su voz. La alegría de María se  desborda. Pero debe apartarse de Jesús y comunicar a los hermanos la gran noticia. Al  tener Jesús una vida "gloriosa" y nueva, ya no puede tener con él el mismo trato que antes.  Ahora será a un nivel distinto, en el que no es posible el contacto físico.

"Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro". Es el mensaje que  María debe transmitir a los discípulos. Estas palabras de Jesús señalan, por un lado, la  diferencia que existe entre él y sus seguidores, y, por otro, su solidaridad y unión con ellos.  Dios es Padre de todos, pero no de la misma manera. María se convierte en mensajera. Su  anuncio es fruto de su experiencia personal.

9. El reto de la resurrección 

¿Qué realidad pretenden mostramos los evangelistas a través de estos relatos? Las  mujeres, y posteriormente los apóstoles, se dan cuenta de que Jesús vive porque sienten  hervir en ellos las ganas y la exigencia de continuar lo que él había comenzado. La  fraternidad que quieren vivir, el anhelo por la llegada de ese reino que Jesús anunciaba, la  necesidad de un cambio personal y social..., los interpretan como presencia de Jesús vivo  en medio de ellos. Un Jesús que les empuja hacia adelante, que les hace crecer, luchar,  amar, salir de su egoísmo y de su pequeño mundo. El camino está abierto. Más allá de su  muerte -y de tantas como aquella que ha habido en el mundo y habrá, sin duda- hay una  fuerza, un sentido en el luchar por la justicia, una esperanza creadora, una vida personal y  colectiva cuando el amor se hace concreto en la vida de las personas, una presencia  vitalizadora y animadora constante... que bien pueden llamarse "resurrección".

Jesús vive, y se nota en el entusiasmo de los suyos por seguir la tarea comenzada en  Galilea unos tres años antes. Vive en los que siguen trabajando por hacer realidad la  justicia y la libertad para todos. Vive en todo hombre que libera y se libera. Vive en el amor  que no muere...

La resurrección es una manera de entender la vida, la historia, cada hombre, cada  pueblo, a nosotros mismos. Jesús resucitado forma parte de la vida de los que combaten  por la igualdad entre todos los hombres; de los que eligen ser pobres, solidarios, justos... Creer en la resurrección de Jesús es confiar en el triunfo final de la justicia, de la libertad,  del amor. La resurrección de Jesús es como la primera semilla de la gran resurrección de  todos los pobres de la tierra.

Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna tensión. Si acaso, sonrisas de  conmiseración. Lo que produce la crisis, la persecución, es tratar de poner en práctica las  consecuencias de esta acción de Dios, que ha resucitado a Jesucristo: la justicia e igualdad  de todos los hombres. Contra ella lucharán -incluso con el nombre de cristianos- todos los  que se consideren perjudicados en esa nueva humanidad.

10. Los soldados informan al sanedrín 

Este pasaje es exclusivo de Mateo, que quiere subrayar aún más la mala fe de los  máximos representantes religiosos del pueblo judío. Lo mismo que las mujeres han ido a  dar la noticia a los amigos de Jesús, los soldados van a los enemigos.

Los guardias de la custodia, al ver que la piedra del sepulcro estaba corrida, rotos los  sellos y el cadáver desaparecido, juzgaron que lo lógico era ir a informar de lo ocurrido a  los que habían pedido a Pilato la vigilancia del sepulcro. Ante el informe, se reúne el  sanedrín para tratar de contrarrestar los hechos. No les interesa lo que realmente haya  sucedido, sino la repercusión que pueda tener en el pueblo. Ante la realidad del sepulcro  vacío, que no pueden negar, no les queda más que una posibilidad: el robo del cadáver. No  quieren indagar en la verdad, y menos decirla oficialmente. Sería quedar ellos en evidencia  ante el pueblo y perder influencia sobre él. Prefieren divulgar la calumnia. Toman el  acuerdo de sobornar con dinero a los soldados, que debían correr entre la gente la noticia  de que los discípulos habían robado el cadáver de Jesús de noche mientras ellos dormían.  ¿Qué fe en Dios puede haber en individuos que actúan de un modo tan rastrero?  El bulo podía parecer creíble a simple vista. Pero, pensando un poco, se hacía difícil.  ¿Quién se atrevería a acercarse a robar a un sepulcro guardado y sellado? ¿Cómo  dormían los guardias, cuando el castigo por ello era gravísimo? ¿Y cómo no despertaron  ante toda la maniobra, de gente y de ruidos, para hacer rodar la piedra del sepulcro? Pero  alguna disculpa había que buscar, y la credulidad del pueblo es grande; pensar no es  precisamente su fuerte.

Además del dinero, se comprometen a defenderlos ante el procurador de su falta en la  custodia del sepulcro. Era tarea fácil: si Pilato se vio forzado a poner la guardia en contra  de su voluntad, no diría nada cuando se enterase si ellos no urgían. Indudablemente, se  supondría que era otra jugada de ellos.

Los soldados cogieron el dinero e hicieron lo que les mandaron. Los guardias pretorianos  eran mercenarios y, por tanto, fáciles de sobornar. Insiste Mateo en el poder corruptor del  dinero, arma del sistema opresor. Con dinero se habían apoderado de Jesús; con dinero  quieren ahora impedir la fe en él.

Termina Mateo diciendo que "esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta  hoy". La resurrección de Jesús no es un hecho controlable, sino un acontecimiento  sobrenatural admisible únicamente desde la fe. Cuando se cierra el corazón a la fe, la  resurrección pasa automáticamente al terreno de la leyenda. 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 326-339


13.

LA VICTORIA DE LA PASCUA 

Esta noche pascual, noche gozosa y santa, es el sol de nuestra vida; nos atreveríamos a  decir que es el sol de la vida. Celebramos el paso de Dios entre nosotros, manifestado en  Jesús de Nazaret. Este paso lo ha dejado todo sembrado de amor y de esperanza. El mensaje que hoy recibimos es de alegría y de victoria. «No tengáis miedo, ya no hay  nada que temer. No os preocupéis más ni de guardias ni de losas sepulcrales. El sepulcro  ha florecido. Fuera, una vez más, miedos y tristezas. ¿Tenéis algún miedo todavía? ¿Hay  alguna tristeza que os domine? ¿Pesa alguna losa sobre vosotros? En esta noche, Cristo  resucitado está junto a vosotros y os habla al corazón. Yo soy tu alegría perfecta. Yo soy tu  paz y tu victoria».

-Cristo, perfume insuperable 

La Pascua de Jesucristo es el punto culminante de la historia y el principio de una nueva  historia. La Pascua de resurrección es la clave para interpretar el sentido de la vida. No  existe un ritmo binario: vida-muerte, nacer para morir, sino un ritmo ternario:  vida-muerte-más vida, morimos para vivir. La última palabra no es la muerte, sino Cristo  resucitado.

Una Pascua victoriosa. La luz del cirio pascual -Cristo resucitado- vence a las tinieblas, la  belleza vence a la fealdad -hoy todos más guapos-, el perfume vence al mal olor -Cristo es  perfume insuperable- (romperemos frascos de colonia en gesto simbólico), la paz vence a la  guerra, el amor vence al egoísmo, la vida vence a la muerte. Por eso, hoy adornamos  nuestros templos con las más hermosas flores de la Primavera.

Cristo ha resucitado. Cristo vive y ya no morirá. Aquel cuerpo roto y ensangrentado,  varón de dolores, sin atractivo ni belleza; aquel que fue despreciado y desechado por los  hombres, «como uno ante quien se vuelve el rostro": aquel que fue "arrancado de la tierra  de los vivos" y "quebrantado con dolencias" (cfr. Is 53), ha florecido gloriosamente y su  cuerpo resplandece de hermosura. Cristo vive y está aquí con nosotros, y nos habla al  corazón.

¿Qué supondría, para una familia que ha perdido un ser muy querido, que éste volviera a  la vida? Pues Cristo es de nuestra familia, el Amigo universal, el Hermano mayor.

-Beso de Dios 

La resurrección de Jesucristo fue obra de Dios. "Es el Señor quien lo ha hecho. ha sido  un milagro patente". Los primeros testigos hablan siempre de que «Dios le ha resucitado».  Podríamos imaginarlo como un beso de Dios al cadáver de su Hijo por medio del Espíritu.  Dios iría besando cada una de sus heridas, y en cada beso comunicaba la plenitud de su  Espíritu. Y en cada beso le iría diciendo: «Sí, Hijo. Todo lo hiciste bien. Todo fue bien».

LA PASCUA CONTINUA 

Cristo ha resucitado, pero no basta. Ahora, Cristo quiere que todos participemos de su  resurrección; quiere que resucitemos cada día, que vivamos ya resucitados. Es como si  Dios siguiera besando a cada uno de nosotros, infundiéndonos su Espíritu. «Sí, hijo, yo te  quiero y estoy contigo. Aunque tú te olvides de mí, yo no te olvido. Yo te quiero más que  todos los que te quieren en el mundo. Yo te quiero más que tú mismo. Tú eres cosa mía. Yo  soy tu fuerza y tu riqueza. Yo soy tu alegría. Mira, te llevo en las palmas de mis manos.  Algún día nos veremos cara a cara y nuestro abrazo será transformante. Mientras tanto,  lucha, como mi Hijo, por la justicia».

Si celebramos en verdad la Pascua, tiene que notarse en nosotros sus efectos, que son  los signos de la vida nueva. Tenemos que empezar a ser hombres nuevos. Creo que Cristo  vive, pero no sólo; creo que Cristo vive en mí. ¡Cristo resucitado vive en mí! Cristo  resucitado me hace resucitar. Yo no sólo celebro la Pascua, sino que vivo la Pascua, ¡soy  Pascua!, Dios está pasando por mí.

-Hombres nuevos 

Es decir, hombres purificados. A lo largo de la Cuaresma hemos ido muriendo a nuestras  tristezas. En la cruz de Cristo hemos clavado nuestros pecados. En el sepulcro de Cristo  hemos encerrado nuestras semillas de muerte. Ahora tenemos que revestirnos de Cristo y  gozar los sabrosos frutos del Espíritu.

-Hombres de esperanza 

La resurrección de Cristo es un sí a la vida y al hombre. Nuestras más profundas  aspiraciones pueden cumplirse y nuestros mejores deseos pueden llegar a realizarse.  Tenemos derecho a esperar un mundo nuevo, en el que todo sea distinto.

-Hombres alegres 

Testigos de resurrección y de victoria. La alegría es huella que deja Dios a su paso. No  es alegría barata y divertida, sino don alcanzado por Cristo con su Pascua. Es una alegría  muy profunda.

-Hombres que viven en el amor 

La vida nueva que brota del sepulcro está dinamizada por el amor. El amor es la vida.  Vivir pascualmente es amar hasta el fin. Pero el que no ama sigue en el sepulcro, aún no ha  celebrado su Pascua.

El hombre nuevo está resucitando cada día, alentado por el Espíritu. Es realmente el  Espíritu que resucitó a Jesús el que renueva y dinamiza nuestra vida. Y es el Espíritu el que  nos convierte a nosotros en colaboradores y testigos de la resurrección.

TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN 

El que ha experimentado la fuerza de Cristo resucitado no puede guardarla para sí.  Cuando se posee el sol, hay que ser capaz de repartirlo. Es una hermosa tarea. Es un  compromiso por la Pascua. Algunas exigencias de este compromiso son:

--Luchar contra las fuerzas que producen muerte. Son las fuerzas que condenaron a Cristo y lo crucificaron, y lo siguen crucificando. Estas  fuerzas son enormemente poderosas. La injusticia y la violencia se unen para sembrar  muerte. Tenemos que decir no a toda injusticia, toda violencia, toda opresión, toda  esclavitud.

--Situarse junto a los crucificados y condenados. No podemos estar junto a los que condenaron y condenan a Cristo. Tenemos que estar  junto a Cristo, junto a los que continúan y completan su Pasión. Tenemos que estar junto a  ellos, para compartir y para aliviar, para acompañarles en su liberación, para ayudarles a  celebrar su Pascua.

--Resucitar lo que va muriendo. Debemos seguir alentando el soplo del Espíritu sobre toda vida que pueda manifestar  signos de muerte. Debemos alentar al decaído y enderezar al que ya se dobla. Debemos  confortar al temeroso y consolar al que está triste. Debemos dar razones para vivir al que  ya no las encuentra, y razones para superarse. Debemos detectar los virus de muerte, de  los que unos y otros podemos ser portadores, y combatirlos con la medicina apropiada. No  dar ningún caso por perdido.

--Alentar lo que va naciendo. Lo nuestro es contagiar vida y esperanza, llenarlo todo de ilusión y de ideales, alentar  todo proyecto generoso. Tenemos que estar cerca del que cree en un mundo nuevo y del  que se esfuerza por construir la paz. Tenemos que dar la mano al que siembra y felicitar al  que recoge. Tenemos que urgir el compromiso renovador.

-- Vivir creciendo. La dinámica pascual no es conservadora. Nos está prohibido enterrar los talentos  recibidos. Todos los dones que Dios nos concede son para desarrollarlos y comunicarlos.  No te limites, pues, a conservar lo recibido. Tenemos que crecer en todo. «Siendo sinceros  en el Amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo» (Ef 4,15). Crecer en  todo: en la fe, en el amor, en la verdad. Crecer en la vida de oración y en el testimonio  cristiano. Crecer en la responsabilidad y en el compromiso por hacerlo crecer todo y hacer  crecer a todos. En una palabra, se nos pide ser testigos de la resurrección.

-- Testigos de la resurrección. Dar a entender con nuestra vida que Cristo ha resucitado, ser portadores de la energía  de Cristo resucitado, amar al estilo de Cristo resucitado, llenarlo todo de resurrección. Posiblemente nos falta mucho para vivir así, pascualmente. Por eso, tenemos que seguir  celebrando la Pascua para que podamos vivir mejor la vida resucitada de Jesucristo.

Felicitación pascual  Que el sol de Cristo resucitado no se ponga en nuestras vidas. ¡Feliz Pascua Florida!  ¡Feliz Pascua de Amor! Acuérdate de que eres Pascua. Que Cristo resucitado siga  resucitando en ti. Acuérdate de que eres Pascua: ayuda tú también a que otros resuciten.  Todos, testigos y cultivadores de resurrección.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA 

1. Celebramos la Pascua victoriosa de Cristo resucitado. Es la gran noticia que la Iglesia  sigue anunciando al mundo. Cristo, el Amado, vive. Fue como un beso del Padre al cuerpo  roto y ensangrentado de su Hijo y lo llenó de Espíritu de vida. Cristo vive y está siempre  con nosotros.

2. Pero no sólo vive, sino que vive en mí. Cristo no sólo ha resucitado, sino que me hace  resucitar. Entonces, tengo que vivir la Pascua, tengo que ser un hombre nuevo, es decir:  hombre purificado, hombre de esperanza, testigo de alegría y fuerte en el amor.

3. La fuerza de la resurrección se me da para que yo también la comunique. Esto me  obliga a luchar contra las fuerzas que producen muerte, a situarme junto a los crucificados,  a resucitar lo que va muriendo, a alentar lo que va naciendo, a vivir creciendo. En una  palabra, ser testigo de la resurrección. 

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 184-188


14.

SI LA VIDA ES PALABRA, LA MUERTE ES DISCURS0

Nosotros los cristianos partimos de Cristo, lo tenemos como camino, verdad y vida.  Deseamos pasar por donde pasó, confesar lo que predicó y vivir lo que vivió. Quien lo  consigue nunca puede esperar acabar sus días en un trono, sino en una cruz; su cruz será  su trono.

Arrancamos de Cristo y sabemos que arrancar de alguien es la condición para vivir con  arranque y con brío. Porque el hombre nace de nuevo cada vez que alguien le acoge y le  regala sus vivencias, su historia, pues desde ahí crecemos.

Si aceptamos el acontecimiento de la resurrección de Jesús como algo que también a  nosotros nos va a acontecer ganaremos la vida como él la ganó pues perderemos el miedo  a la muerte. La muerte no la percibiremos como finitud, como límite, sino como llamada al  Absoluto, como rotura del espacio y del tiempo.

Por contra, si nos empeñamos en vivir la inmediatez, si nos conformamos con la  facilidad, si optamos por los caminos trillados..., no sabremos de la existencia  verdaderamente humana, viviremos todavía en el corral de la animalidad, nos dejaremos  gobernar por el puro instinto de conservación...; perderemos el tren de la humanización que  pasa por donde el hombre se olvida de sí mismo y llega a donde se piensa en los demás. La resurrección nos revela a un tiempo el «límite» y la trascendencia del «límite».

Resucitar es pasar de este vivir a un convivir perennizado en la verdad. Porque cuando  uno sabe que la vida es eterna, que hay resurrección, experimenta el morir como un reto a  la libertad y la vida como una invitación a la responsabilidad. Nuestro tiempo es tiempo de  salvación, somos seres temporalmente eternos y unos eternos temporales. No nos  acabamos nunca.

Para el creyente cristiano el silencio de la muerte tiene calidad de discurso porque le ha  precedido una palabra de vida. . .

Señor, a ti te debo, y a tu promesa de resurrección, el ser libre y fiel en cada instante de  mi día; tener que ganarlo todo y para ello no tener nada que perder. Darme a todos siempre  y no esperar de nadie nada como si nada me debieran. Gracias.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 144-145


15.

1. ¡Oh santa resurrección! 

Celebrar la fiesta de la Pascua es lo más grande y los más gozoso que puede celebrar  una criatura. Vimos roto el cuerpo de Cristo bienamado. Pero ahora se nos anuncia que  Cristo, nuestra vida, ha resucitado. ¡Oh santa resurrección ! 

Cuando las mujeres volvieron del sepulcro y empezaron a dar las primeras noticias de la  gozosa resurrección, «ellos, los apóstoles, lo tomaron por un delirio y no las creyeron».  Estas mujeres eran unas locas y unas visionarias. La gente sensata, la gente culta, no  puede creer semejante disparate. Que lo digan, por ejemplo, los atenienses, cuando se  enteraron de estas creencias. Que lo digan Celso y Porfirio, los sabios de Roma. Que lo  digan los eruditos de todos los tiempos.

Pobres mujeres, tan crédulas. No os creía nadie. Pero nosotros sí os creemos. Se trata  de un delirio, humanamente hablando, un delirio tremendo. Pero ese delirio, esa locura, es  la sabiduría de Dios y la fuerza de Dios y la santidad de Dios. ¡Oh santa resurrección! 

-Triturar el orgullo 

En el salmo responsorial que se reza después de la tercera lectura de la vigilia se dice:  «Tu diestra, Señor, tritura al enemigo», comentando los episodios de la pascua hebrea. Y  claro que tritura al enemigo. Pero no de manera violenta y vengativa. Dios no hace guerra  contra nadie, por muy faraón opresor que aparezca. Lo que Dios tritura es el orgullo de los  enemigos, la autosuficiencia de los sabios, las injusticias de los poderosos, el poder de las  tinieblas. La libertad de los hebreos no fue nada. La verdadera libertad y la verdadera vida  es la que hoy celebramos en la resurrección de Jesucristo. ¡Oh santa resurrección! Trituró  la saña de los enemigos, la ceguera de las autoridades, la cobardía de Pilato, la violencia  de los verdugos. Trituró, sobre todo, el indiscutido poder y tiranía de la muerte. Podemos  también nosotros entonar

«Cantemos al Señor, sublime en su victoria»,
el dolor y la muerte quedaron en la tumba;
arrojó al mar nuestros pecados;
el orgullo de los poderosos
y la autosuficiencia de los sabios
fueron puestos en ridículo.
Los sepulcros se han abierto,
iluminadas las mazmorras
y todos los cerrojos destrozados.
Ya no hay lugar para el miedo, ni la duda.
Ya todo es alegría y esperanza.
Una victoria decisiva.

«Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación». /Ex/15/06 

Estamos celebrando la salvación de Dios cumplida en Jesucristo. El es el Sí de la  promesa, el Amén de Dios, la victoria de Dios, el Amor de Dios, que es más fuerte que la  muerte. El que había bajado a los infiernos del dolor, de la angustia, de la soledad, del  abandono, de la muerte, ahora se ve colmado de luz y de dicha, de vida y de gloria,  exaltado hasta el cielo de la divinidad. ¡Oh santa resurrección! 

-Noche-día 

Pero no celebramos solamente la salvación de Jesucristo. Celebramos también la  salvación prometida a todos los hombres. No sólo prometida, sino que ya se está  realizando, porque la resurrección de Jesucristo nos hace resucitar a todos. La resurrección  de Jesucristo no espera al final para resucitarnos, sino que ya dinamiza nuestras vidas,  llenándolas de alegría, de amor y de esperanza. Efectivamente, si hoy nos queremos, es  que resucitó. Pascua significa paso, tránsito. Se nos dice en la Pascua que es posible el  salto cualitativo, la superación constante, la trascendencia. La resurrección de Jesucristo  tira de nosotros y nos eleva, de pascua en pascua, hasta la Vida total. ¡Oh santa  resurrección! 

Por eso esta noche-día es la más dichosa, la más hermosa, la más clara, la más florida,  la más perfumada. La liturgia quiere que este mensaje entre por los ojos y por todos los  sentidos; de ahí que todo es nuevo: el fuego, la luz, el agua; las iglesias se engalanan con  flores abundantes... Cristo es la flor, la alegría, la vida nueva. Cristo resucitado es la luz, el  cirio pascual que todo lo ilumina. ¡Oh santa resurrección! 

2. Cristo, vida nuestra 

Tenemos que celebrar la Pascua, que es la gran fiesta cristiana, la madre de todas las  fiestas o, dicho sencillamente, la Fiesta. Sin la Pascua nada podríamos celebrar.  Podríamos, sí, admirar la vida de Cristo, pero nada más. Pero con el horizonte de la Pascua  ya toda fiesta es posible, incluso la de la cruz.

Hoy celebramos la Pascua, que es el culmen de la preparación cuaresmal. Hemos ido  acompañando a Jesús en su paso por la tierra, escuchando sus palabras y admirando su  buen hacer. Hemos seguido paso a paso a Jesús en su camino doloroso, identificándonos  con su causa y comulgando con sus padecimientos. Nos quedamos silenciosos y  esperanzados en el huerto, junto a la puerta del sepulcro, donde descansaba su cuerpo. Y,  mientras nosotros nos entregábamos también al descanso, el corazón velaba. Algo nos  decía interiormente que aquello no era el fin, que la muerte no tenía la última palabra. Y fue así. Dios resucitó a Jesucristo, y todo se llenó de alegría y esperanza. Cristo tenía  razón. Podemos creer en sus palabras y seguir sus pasos. Sabemos bien en quién hemos  creído. Ahora todo es nuevo. Esta es la Pascua, la fiesta que celebramos.

-Ser pascua 

Pero celebrar la Pascua es poco. La Pascua hay que vivirla. Hay que asumir su mensaje.  Hay que llegar a ser pascua. Que la Pascua no sea una fiesta del calendario, un rito, sino  un talante, un espíritu, una manera de ser y de vivir. Quiere decir que no basta con creer  que Cristo es la Vida, sino que he de esforzarme para que Cristo sea vida en mí; Cristo,  «vida nuestra». Y esto quiere decir, entre otras cosas, que:

-- Ya no hay lugar para la tristeza. Cristo, nuestra vida, te sonríe. Déjate llenar por su  gozo, que es inextinguible, que nada ni nadie nos puede quitar. Habrá, sí, todavía, pasión y  sufrimiento, pero ya están redimidos. Se puede poner luz y consuelo en el sufrimiento. Eso  es la Pascua. Sé tú también sonrisa de Cristo para los demás.

-- Ya no hay lugar para la desesperanza. Cristo, nuestra vida, te ilumina y te sostiene. El  es tu sol, tu ilusión y tu esperanza. No te faltarán problemas, fracasos y desengaños. Pero  todo tiene ya una razón y una orientación. Todo se orienta hacia la Pascua; todo se ilumina  desde la resurrección de Jesucristo. Sé tú también mano tendida al decaído, un teléfono de  la esperanza.

-- Ya no hay lugar para la soledad. Cristo, nuestra vida, te acompaña. Pregunta a Jesús:  ¿Dónde está tu casa?, ¿dónde vives? Y él te contestará que vive en el alma del creyente,  en aquel que lo busca y lo desea, en aquel que lucha por curar a un enfermo o superar una  esclavitud; que vive en el corazón del mundo. Aunque todos te abandonen, nunca te  sientas solo. Incluso, aunque tú olvidaras a Cristo, él no te olvida. Esa es la Pascua. Sé tú  también presencia de Cristo para los demás, amistad ofrecida a cualquiera.

-- Ya no hay lugar para el pecado. Cristo, nuestra vida, es tu justificación y tu santidad.  Cristo cargó con todos tus pecados, los clavó en la cruz y te purificó con su sangre. Ahora  te repite: yo te perdono, no temas; yo te perdono y te quiero; hoy estarás conmigo en el  paraíso. Eso es la Pascua. Perdónate también a ti mismo, ten paciencia con tus limitaciones  y tus fallos. Y después extiende a los demás el perdón y la paz; sé presencia misericordiosa  para todos.

-- Ya no hay lugar para el desamor. Cristo, nuestra vida, te ama. Cristo resucitado es la  victoria del amor. Al dar la vida por nosotros, la recuperó renovada, porque el amor no  muere. El te ama, aunque tú no lo merezcas. El te capacita para amar, derramando todo su  amor en ti. Eso es la Pascua: ser capaz de amar hasta el extremo. Ya podemos amar, no  sólo hasta la muerte, «hasta que la muerte nos separe», sino más allá de la muerte, hasta  siempre. Sé tú también visibilización de amor resucitado, entrañas de amor pascual. 

-- Ya no hay lugar para la muerte. Cristo, nuestra vida, resucita en ti. Es verdad que la  muerte nos rodea, que no para de conseguir victorias: ahí están las violencias de la guerra  o el terrorismo, el hambre, los accidentes, el aborto, los vicios y las enfermedades. ¡Cuánta  muerte, Dios mío! Pero Cristo ha resucitado y nos ofrece semillas de inmortalidad. Todas  las muertes pueden ser redimidas, superadas y resucitadas. Esa es la Pascua. Sigue  esparciendo tú esas semillas de Cristo, sigue sembrando la vida, sigue luchando contra la  muerte, sé testigo de la resurrección.

3. Algunos compromisos pascuales 

Ya hemos dicho que el que celebra la Pascua tiene que vivirla. Y el que vive la Pascua  no hace falta que se esfuerce mucho para ser testigo de la resurrección, le saldrá  espontáneamente.

Ser testigo de la resurrección es algo muy hermoso, pero, dada la cultura de muerte que  impera entre nosotros, exige no pocos compromisos. Por ejemplo, el testigo de la Pascua  debe:

-- Luchar contra todo lo que origina muerte y conduce a la muerte, contra los violentos e  injustos, contra los que siguen crucificando la vida y sembrando la corrupción. Defender la  vida en plenitud. Esta defensa vale para la naturaleza toda. El hombre de Pascua debe ser el mejor  ecologista.

-- Combatir, por lo mismo, las causas de la pobreza, las estructuras opresivas e  insolidarias, el egoísmo que anida en el corazón del hombre y en el corazón del mundo.

-- Defender la libertad verdadera contra toda situación esclavizante. Esta situación puede  ser íntima e individual, puede ser familiar, social y aun eclesiástica. «Para ser libres nos  libertó Cristo» (Gál 5, 1). La Pascua es siempre fiesta de liberación.

-- Trabajar por la paz. La paz es también un don de la Pascua que Cristo resucitado  ofrecía a sus discípulos. Una vez conseguida después de dura batalla. El que vive la  Pascua debe irradiar la paz y debe construir la paz, dondequiera se sienta herida o  amenazada. Es ministro de la reconciliación y apóstol de la no-violencia. Defiende y trabaja  por la paz de Jesucristo.

-- Ser testigo de alegría y esperanza. Saber dar razón de nuestra fe ante todos aquellos  que no creen en la primavera y no quieren florecer. Decir que los ideales son necesarios y  que las utopías son posibles. No tienen razón los mediocres, los conformistas, los  rutinarios. Desde que resucitó nuestro Señor Jesucristo, todas las metas son alcanzables.

-- Vivir en la verdad. Nos hemos acostumbrado no sólo a decir mentiras, sino a vivir en la  mentira; es decir, a no sentir lo que decimos, a no expresar lo que pensamos, a no cumplir  lo que prometemos, a no ser lo que aparentamos, a no vivir lo que creemos y profesamos.  Tantas verdades a medias y tantos intereses no confesados. Pero la Pascua es luz,  transparencia total. El hombre resucitado se esfuerza por desenmascarar la hipocresía de  la vida.

-- Vivir en el amor. Es el secreto último de la Pascua y la fuerza que lleva a la  resurrección. Un hombre resucitado es un hombre que perdona, que comprende, que sufre,  que comparte, que se entrega. En una sociedad egoísta e inmisericorde, él debe poner  misericordia. «El debe ser el corazón de un mundo sin corazón». 

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 189 ss.


16.

Frase evangélica: "Ha resucitado" 

Tema de predicación: LA NUEVA VIDA 

1. El tesoro más apreciado por el ser humano es la vida. La Biblia afirma que Dios es  autor de la vida misma y que ordena transmitirla. Al mismo tiempo prohíbe destruirla. Por  ser, pues, un don de Dios, la vida humana es sagrada. Pero esta vida es imagen de la vida  definitiva, la que se descubre en el Resucitado.

2. La acción de resucitar equivale, en el Nuevo Testamento, a «ponerse de pie» o  resurgir después de la muerte. No es mera inmortalidad del alma, como si el cuerpo fuera  su cárcel. Resucita todo el ser humano, con su cuerpo. Por otra parte, la resurrección  cristiana es acceso a la vida plena y definitiva; es el acto por el que Dios da su propia vida,  la «eterna».

3. Con la resurrección, el ser personal de Jesús se transforma en su totalidad. No se trata  de que Cristo vuelva a la vida, sino de que es glorificado y vive otra realidad, otro mundo  nuevo. Este es el objeto cristiano de la fe. Los Hechos de los Apóstoles transmiten la  predicación cristiana primera, basada en que Cristo resucitó. En el Resucitado, prenda de  nuestra esperanza, están las primicias de la resurrección universal.

4. Pero el Resucitado es el mismo que el Crucificado o el entregado a la causa del reino  de Dios. La vida definitiva, que se da con la resurrección de los muertos, empieza aquí. El  efecto de la resurrección se pone en la vida o en el paso de la muerte a la vida. Creer en la  resurrección de Cristo es luchar contra toda clase de muerte y apostar por una vida plena  para todos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Creemos de verdad en la resurrección? ¿Somos capaces de transmitir vida? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 193 s.


17. /Is/54/05-14

Este proyecto de homilía toma como punto de partida la cuarta lectura del Antiguo  Testamento (Isaías 54,5-14), lo cual presupone que se ha leído. 

-"Con misericordia eterna te quiero", dice Dios 

"Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré... te escondí un instante mi  rostro, pero con misericordia eterna te quiero...Aunque se retiren los montes y vacilen las  colinas, no se retirará de ti mi misericordia, dice el Señor que te quiere". 

Sí, esto celebramos esta noche, esto que hace un rato hemos leído en las antiguas  palabras del profeta Isaías. Isaías lo decía hablando al pueblo exiliado en Babilonia,  anunciándoles que podrían retornar a su tierra y reconstruir su país. Nosotros, hoy, esta  noche, al oir estas palabras entendemos que se realizan con un hecho mucho más  definitivo, un hecho definitivo del todo. La misericordia de Dios, el amor inmenso que Dios  nos promete, su amor eterno que nunca desaparecerá, lo hemos visto reflejado en los ojos  de aquellas mujeres, Maria Magdalena y la otra Maria, que cuando amanecía el domingo  fueron al sepulcro de Jesús. La luz que a ellas iluminó es la luz que a lo largo de los siglos  ha iluminado a todos los hombres y mujeres, a los ancianos, a los jóvenes, a los niños, que,  como nosotros hoy, se han reunido en esta noche santa para celebrar la resurrección del  Señor. Y las palabras que oyeron son las mismas que nosotros oímos hoy, y que son el  fundamento de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra alegría: "¡No temáis. Ya sé  que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ha resucitado!". 

-El "gran cariño" de Dios lo vemos reflejado de muchas maneras 

"Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré ... Te escondí un instante  mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero...". El pueblo de Israel experimentó el amor  inmenso de Dios cuando pudo partir del país donde vivía exiliado y pudo volver a ser un  pueblo libre. Y por todas partes, y en todos los tiempos, hombres y mujeres de diversas  religiones y culturas han podido vivir momentos intensos de este mismo amor de Dios. Y  nosotros mismos podemos recordar aquel hecho, aquella situación, aquella noticia, aquella  palabra de reconciliación, aquella tristeza sobrellevada con valentía, aquella dificultad  superada, aquel esfuerzo por lograr una vida más digna para los que sufren... en los que  hemos podido experimentar que, ciertamente, Dios nos ama. 

Recodémoslo en esta noche. Recordemos aquellos momentos de felicidad en los que  hemos experimentado el amor de Dios. Y sintámonos unidos a la gente del antiguo Israel, y  a la gente de cualquier época y país que también han sentido este amor. Haremos bien en  recordarlos hoy, ahora. 

-En Jesús se manifiesta que el amor de Dios es definitivo 

Y mientras lo recordamos y lo agradecemos, escuchemos de nuevo las palabras de la  Buena Noticia: "¡No temáis. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha  resucitado!". Escuchémoslas de nuevo, porque aquí, en estas palabras, en aquel  acontecimiento sucedido hace dos mil años en un lugar tan perdido, se concentra ya para  siempre, definitivamente, este amor de Dios que cada uno de nosotros, cada hombre y cada  mujer, podemos ir experimentando a lo largo de nuestra vida. 

Jesús de Nazaret, el hombre que puso su vida entera al servicio del amor de Dios y al  servicio de los demás, el hombre que por fidelidad a ese amor se dejó clavar en cruz por los  poderosos de este mundo, ha resucitado y vive para siempre. Nada puede vencer el amor  de Dios. Ninguno de los poderes de este mundo, ni ningún otro poder imaginable, es más  fuerte que el amor de Dios. Con Jesús de Nazaret, el crucificado, el resucitado, Dios ha  demostrado definitivamente cuál es su rostro: el rostro de un amor que lo llena todo, todos  los rincones de la historia, todos los rincones del corazón humano. 

Ésta es nuestra fe. Una fe que no nos ahorra sufrimientos ni fracasos ni tristezas. El  mundo es duro, el camino humano es difícil. Pero Jesús nos ha enseñado a vivirlos, y Dios  nos ha dado la garantía de que este mundo duro, y de que este camino difícil, vividos con  amor, desembocan en una vida para siempre. 

Hermanas y hermanos, agradezcamos esta noche el amor de Dios. Ahora, dentro de  unos instantes, (celebraremos el bautizo de nuevos miembros de nuestra comunidad y)  renovaremos nuestro propio bautismo. De este modo nos uniremos más a la vida nueva que  Jesús nos da. Y después, con toda alegría, nos sentaremos a la mesa con él y nos  alimentaremos del pan y del vino que son su Cuerpo y su Sangre. ¡No podríamos imaginar  una manera mejor de estar cerca de él, celebrando su fiesta! 

Hermanas y hermanos, que esta Pascua nos llene del Espíritu de Dios, de la paz de Dios,  de la alegría de Dios. Y que todo el mundo nos lo note. Porque hoy también a nosotros,  como a las mujeres, Jesús nos dice: " Íd, id a comunicarlo a mis hermanos!". 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 5, 45-46


18.

El Sábado Santo es un día de silencio litúrgico. No se celebra misa durante este día. Las  lecturas que figuran en esta página del Diario Bíblico son las de la Vigilia Pascual. Es la  Eucaristía en la que se celebra la espera en fe de los discípulos. La noticia de la  Resurrección simbolizada en el rito de la luz marcará el inicio de un nuevo tiempo litúrgico:  la Pascua, los cincuenta días de continua celebración de la resurrección del Señor.

Mientras tanto, el Sábado Santo es tiempo para entrar en lo escondido de nuestra alma.  Es tiempo para guardar silencio y mirar adentro. Jesús ha muerto y con él han muerto todas  las superficiales esperanzas que algunos discípulos todavía habían puesto en él. Jesús no  será ya nunca Rey en Jerusalén. No ha logrado cambiar el orden político ni religioso del  país. La dominación romana siguió después de su muerte igual que antes. Decepcionados,  se encontraron más vacíos que antes de empezar a seguir a Jesús. Si alguna esperanza se  había alentado en su corazón, había muerto definitivamente en la cruz de Jesús.

Hay otros discípulos que tuvieron una reacción diferente. Ciertamente tampoco entendían  lo que había sucedido. Jesús, el Maestro, el Mesías, muriendo en la cruz. Torturado y  ajusticiado como un criminal más. También para ellos el futuro estaba cerrado. ¿Qué les  cabía esperar? Si se retiraron a una casa no era porque tuvieran miedo de salir a la calle.  No debían ser un grupo muy fuerte ni peligroso, cuando la autoridad se había contentado  con la detención y eliminación del cabecilla del grupo. Posiblemente, no salían a la calle,  porque su misma vida había quedado vacía y sin sentido. Desaparecido Jesús, ¿qué había  de las promesas recibidas? ¿Qué del Reino de Dios del que Jesús tanto había hablado?  ¿Qué significaban aquellas comidas compartidas con Jesús en las que habían sentido el  gozo de la reconciliación? ¿Dónde la promesa de una nueva justicia que diese esperanza a  los pobres y oprimidos? Ni una respuesta para estas preguntas. Silencio, silencio y más  silencio. Un sinsentido horrible se cernía sobre aquel grupo de discípulos.

Y, sin embargo, decidieron quedarse esperando. Esperando, ¿qué? Posiblemente, ni  ellos mismos lo supieron precisar. Simplemente, esperaron. En silencio, mirando sus  esperanzas rotas, sus ilusiones destruídas, su vida sin futuro. Pero, aguantaron la espera.  María, no hay que dudarlo estaba allá en medio de los discípulos y discípulas, alentando la  espera, manteniendo su ritmo, aguantando el silencio. Debió ser muy duro aquel día. No  había nada absolutamente nada que hacer ni que hablar. Pero aguantaron y esperaron  contra toda esperanza. Contra todas las apariencias creyeron y esperaron.

Fue aquel tiempo doloroso de espera en silencio lo que les hizo capaces de experimentar  el gozo de la Resurrección. Ellos, aquellos discípulos, hombres y mujeres, fueron los  testigos privilegiados de lo que parecía imposible. La tumba vacía. Ante la noticia, supieron  entender, intuir lo que a los ojos de cualquiera no era (y es) más que un desatino. Jesús  había resucitado. Y quedaron atónitos, asombrados ante lo sucedido. Y una nueva vida  empezó para ellos.

Nosotros estamos demasiado acostumbrados a hablar de resurrección, de la resurrección  de Jesús. Y de su muerte. Ya nada nos asombra. No sentimos el vacío de su ausencia ni el  gozo de su presencia. Sólo a veces nos ataca el zarpazo de la desesperación, del ¿qué  pinto yo en esta historia? Se nos hace urgente permanecer todo el día en silencio y toda la  noche en vela para entender un poco, intuir, atisbar el misterio. El misterio de nuestra vida y  el misterio de Dios. El que había sido crucificado y muerto en nombre de Dios, ha sido  devuelto a la vida precisamente por Dios mismo. Más allá de todas las posibilidades  humanas, Dios ha abierto un camino a la esperanza. La muerte está vencida. El Reino, la  vida, la salvación para todos, no son sueños de locos o visionarios. Son la expresión de la  voluntad de Dios para la humanidad. Más allá de nuestras limitaciones o posibilidades, está  el querer de Dios. Y lo que Él quiere es que vivamos. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19.

1. "Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Génesis 1,1) - "Envía tu Espíritu y repuebla la faz de la tierra" (Salmo 103,1). "Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto" (Exodo 14,15). "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más" (Romanos 6,3). "El resucitado va por delante de vosotros a Galilea" (Marcos 16,1)). 6. "Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra del sepulcro, y se sentó encima" Mateo 28,1.

"Al mirar vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco: "¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde le pusieron" Marcos 16,1.

"Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús" Lucas 24,1. Con la resurrección de Cristo, el Padre rompe el silencio y expresa su juicio sobre la acción de Cristo, y naturalmente sobre quienes le crucificaron. Estos son algunos de los textos que leemos en la Vigilia Pascual.

2. La primera consecuencia de la resurrección de Jesús fue la reunificación del grupo de los discípulos. La pequeña comunidad no sólo se había disuelto por la crucifixión de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Hay que recomponer el cántaro recogiendo uno a uno los pedazos.

3. Las mujeres, encabezadas por la Magdalena, no se resignaron a convertir a Jesús en un recuerdo lejano. Lo continuaban buscando, aunque fuera en el sepulcro. Afortunadamente, descubrieron que el Maestro, que les había enseñado a vivir como hijos de Dios, no estaba muerto. Él continuaba convocándolos en torno al evangelio y los llenaba de su espíritu. Y se animaron a volver a reunir al grupo en Galilea. Donde todo había comenzado y podía volver a empezar.

4. Venían todos con el corazón destrozado por la desesperanza, la rabia y la impotencia. Quien no lo había traicionado, lo había abandonado a la hora de la tempestad. Todos habían sido infieles y todos necesitaban el perdón. Humanamente era imposible volver a dar cohesión al pequeño grupo de amigos, y crear entre ellos unidad con él, sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo consiguió.

5. La fuerza del Resucitado preside y guía la comunidad peregrina y pecadora. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. El cristiano no debe tener miedo a nada ni a nadie; pues su destino no es la muerte, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte sino la vida. Ha sido convocada para vivir, no para morir, Y precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, es de donde procede su fuerza.

Para nosotros es una fuente de esperanza y de alegría, pues la Escritura nos asegura que lo que Dios hizo con Jesús lo hará con nosotros: un día se acercará a nuestra tumba y nos dirá lo mismo que le dijo Jesús a un muchacho muerto: "Hijo, soy yo quien habla: levántate".

Así también resucitaremos nosotros.

6. Se lee la historia de dos monjes que habían pasado su vida imaginando como sería la vida eterna después de la muerte. Hicieron un pacto: el primero en morir se le aparecería al amigo y, si la vida en el cielo era como habían pensado, debería decir simplemente «taliter» «así es». Por el contrario, si la eternidad era diferente a lo que habían imaginado, entonces debería decir «aliter». El primero que murió se apareció a su amigo. El otro monje le preguntó inmediatamente: «¿Es como nos lo habíamos imaginado?». El otro movió la cabeza y de sus labios entrecerrados salieron las palabras «totaliter aliter», «es así es pero totalmente distinto».

Pero no tenemos que esperar a encontrarnos con la Trinidad después de nuestra muerte, sino que tenemos que encontrarla en este mundo; y no fuera de nosotros, sino en nuestro interior.

Esta es la meta más profunda que por desgracia alcanzan pocos cristianos en este mundo, y sin embargo debería estar al alcance de todos nosotros. Todos, en esta tierra, deberíamos ser peregrinos en marcha, como en un éxodo, hacia la Trinidad.

7. Hemos leído los tres textos de los evangelios que nos relatan el hecho del encuentro de las mujeres con el sepulcro de Jesús vacío. Pero ellas aún no creen en la Resurrección. La certeza de la Resurrección de Jesús no se basa, pues, sobre el sepulcro vacío, sino sobre un encuentro con Cristo vivo. Marcos nos relata que el joven vestido de blanco, después de serenar a las mujeres para que no se asusten, les dice que están buscando a Jesús donde no está. A Dios hay que buscarle donde está: En la Eucaristía, en la Iglesia y en los pobres, que somos todos.

8. Dijo el Papa en la Basílica del Santo Sepulcro: Resplandeciente con la gloria del Espíritu, el Señor Resucitado es la Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Él la sostiene en su misión de proclamar el Evangelio de la salvación a los hombres y mujeres de todas las generaciones, ¡hasta que vuelva en gloria!

9. Desde este lugar, donde primero se dio a conocer la Resurrección a las mujeres y luego a los apóstoles, yo insto a todos los miembros de la Iglesia a renovar su obediencia al mandato del Señor de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En el amanecer del nuevo milenio, hay una gran necesidad de proclamar a toda voz la «Buena Nueva» de que «tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). «Señor, tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Hoy yo, como el indigno sucesor de Pedro, deseo repetir estas palabras mientras celebramos el sacrificio eucarístico en el lugar más sagrado en la tierra. Junto a toda la humanidad redimida, yo hago mías las palabras que Pedro, el Pescador, le dijo a Cristo, el Hijo del Dios Vivo: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». Christós anésti. ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

10. La fe descansa no sobre un sepulcro vacío, sino sobre un encuentro con Cristo vivo, como el que tuvo Agustín, cuando la voz del niño le invitó en el huerto: "Tolle, lege", a abrir el libro de la Palabra de Dios y a leerlo. O como el que tuvo Santa Teresa, ante la imagen de Cristo muy llagado. O el que ella misma tuvo cuando, leyendo las Confesiones de San Agustín, le pareció que aquella voz se le dio a ella. Hasta que el cristiano no tiene un encuentro con Cristo vivo, seguirá viviendo en la mediocridad. Y ese encuentro sólo se tiene en la oración constante.

11. Que el Señor nos de su llamada en esta noche al recibirle en la Eucaristía resucitado.

JESÚS MARTÍ BALLESTER