COMENTARIOS A LA OCTAVA LECTURA

Rm 6. 3-11 

 

1.

La vida del cristiano debe ser, según Pablo, una vida a semejanza del Cristo resucitado: la  inmersión en el agua bautismal es, efectivamente, el signo de la inmersión, de la  participación en la muerte de Cristo para resucitar con El a una vida nueva, diferente de la  anterior y que nazca como fruto de la incorporación a Cristo. Esta nueva vida supone un  dominio creciente sobre "nuestra vieja condición" hasta llegar a la plenitud de vida el día en  que definitivamente "viviremos con El", cuando en nosotros llegue a plenitud el "vivir para  Dios" y "la muerte al pecado".

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1981, 8


2.

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más  Cristo murió, pero ahora vive por siempre. La muerte y el pecado ya no tienen ningún  poder sobre él: su vida está en Dios. De esta realidad nace la vida del cristiano: el cristiano  está muerto al pecado, pero vive para Dios en Jesucristo.

Pablo recuerda que ser bautizado en Jesucristo es participar de su muerte y resurrección,  ya ahora. El bautizado participa de la muerte de Cristo: está muerto al pecado, ya que el  hombre "viejo" ha sido crucificado con Cristo. El bautizado participa de la resurrección de  Cristo: comienza una vida nueva.

Así, pues, el bautismo es participación en el misterio salvador de Jesucristo.  Entendiendo, claro está, que no se trata de un acto mágico, sino de un movimiento vital de  toda la persona, que lleva a unirse íntimamente a la vida nueva de Cristo.

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993, 6


3. 

A lo largo de toda su carta a los Rm, Pablo contrapone la justicia que los hombres, judíos y griegos, quieren proporcionarse por sí mismos y la que Dios concede a quien la pide con fe.

El instrumento de esa justificación divina es el bautismo, punto de cita entre la fe del hombre y la justicia de Dios.

a)La idea esencial de este pasaje es la de la "muerte con Cristo". Para la Biblia, Dios es la vida y su plan es un plan de vida. La muerte física es un accidente que la mentalidad judía atribuye al pecado (Gn 3. 3/19; Ez 18. 23/32; 33. 11; Si 25. 24; Sb 1. 13; 2. 23-24). Heredero de ese concepto judío, San Pablo enlaza la muerte natural y la muerte espiritual del pecado.

Nosotros podemos comprender ese vínculo de manera precisa: no se trata de decir que la muerte física haya sido un castigo externo fijado por Dios al pecado del hombre. Se trata más bien de comprender que encerrándose en el pecado, es decir, no contando más que con uno mismo para realizar su futuro, el hombre se ha encerrado fatalmente también en la muerte, ya que sólo una iniciativa de Dios y, consiguientemente, una conversión a Dios por parte del hombre puede sacarle de ella. En este sentido tiene razón san Pablo al relacionar el pecado con la muerte.

Ahora bien: Cristo es el primero en penetrar en la muerte no con el pecado, es decir, la voluntad de vivir por sí mismo, sino, al contrario, con una fidelidad absoluta y una adhesión completa a su Padre, confiando en que éste le salvaría. Así, la muerte de Cristo suprime el nexo que existía hasta entonces entre muerte y pecado; así, su muerte es realmente liberadora del pecado, puesto que descubre un hombre capaz de ser liberado de la muerte y de resucitar simplemente porque se pone en manos de su Padre. Así, la muerte no es un accidente en el plano divino de la difusión de la vida, sino precisamente aquello por lo que Dios entrega su vida al hombre.

b)A los ojos de san Pablo, el bautismo nos une a la muerte de Xto en el sentido de que nos hace adherirnos al Padre y no ya a nosotros mismos, y también en el sentido de que es el rito mediante el cual significamos nuestro deseo de realizarnos en nuestro futuro de hombres, realizándolo en la comunión con Dios (vv. 3-6). Nuestro bautismo se asemeja además a la muerte de Xto (v. 11) en el sentido de que nos coloca en las mismas posiciones suyas y bajo la influencia de la misma iniciativa salvífica del Padre. Ciertamente que el cristiano sigue abocado a la muerte física, como todos los hombres: pero tiene la posibilidad, gracias al bautismo, semejante a la muerte de Xto, de entrar en la muerte como un Dios ha entrado en ella, con plena disponibilidad respecto del Otro. Entonces le es ya posible vencer a la muerte espiritual del pecado, que es precisamente negativa a aceptar la intervención divina en la realización de nuestro destino. O dicho de otra forma: la muerte es la experiencia en la que mejor podemos alcanzar a Dios en el desprendimiento de nosotros mismos, ya que la única cosa que sabemos de Dios en JC es que no vive más que para dar, aunque sea muriendo. Morir con la misma disponibilidad de uno respecto al otro es vivir de la vida misma de Dios, y eso nos lo proporciona ya el bautismo.

c)Además, al beneficiar al cristiano de la muerte al pecado, el bautismo le permite participar en el plano de vida de Dios, viviendo ya, incluso abocado a la muerte, de una vida nueva donada por Dios (vv. 4-5). Reorientado ya por su bautismo en esa vida nueva, el cristiano puede considerar la muerte como un hecho pasado: el que ha muerto está liberado del pecado (v. 7; cf. Col 3. 3; Rm 6. 10-11). Ahora bien, el cristiano bautizado ha pasado ya por lo esencial de la muerte: esa muerte espiritual del pecado, y ya ha salido gracias a la intervención de Dios (...).

Pablo insiste en el hecho de que la resurrección de Xto no es tan solo un hecho aislado, prenda de una resurrección futura, sino que nos compromete ya desde ahora con Él. Estamos ya muertos "con él" (v. 3), estamos ya enterrados "con él" (v. 4), vivimos ya "con él" una vida nueva (v. 5)..., cinco veces aparece la palabra "con" en estos pocos versículos para que el cristiano tome conciencia de que el bautismo ya le ha sumergido en el proceso que le conduce a la resurrección. La muerte natural no puede comprometer el desarrollo de un proceso que hace penetrar cada vez más en nuestros miembros una vida divina, a la medida de nuestra imitación del servicio, del desprendimiento de uno mismo, del amor que constituyen las características de la muerte del Hombre-Dios y de la vida de Dios.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 108


4. 

La incorporación a Cristo, que realiza el bautismo, conecta al cristiano con la muerte de Cristo, o sea: ya no está destinado a una muerte "eterna", una muerte trágica, sin solución, sino a una muerte -como la de Cristo- que algún día se resolverá en vida.

Sin embargo, la situación actual del cristiano es de pura tensión: entre el pecado y Dios. La muerte, que sigue aconteciendo al cristiano, es el cordón umbilical que aún le une al mundo adámico; pero la garantía de la futura resurrección lo enfoca eficazmente hacia Dios y hacia la vida. Al llegar aquí, Pablo emplea probablemente una comparación militar: el Pecado y Dios se presentan como dos generales en guerra, a cuyo ejército respectivo se alistan los hombres. Cada hombre puede optar entre uno y otro frente, pero tiene que atenerse a las consecuencias totales de la opción. (...).

Pablo reconoce que el hombre-sin-Dios es un hombre "libre" con respecto a lo que pudiéramos llamar la "moral". Él no concibe una ética que no esté firmemente anclada en motivaciones "materialistas", a saber, si la práctica de una moral determinada no llevara al hombre a la superación de todas sus alienaciones -sobre todo, de la muerte- no merecería la pena ejercer ninguna clase de control sobre las propias concupiscencias: "Si los muertos no son resucitados, comamos y bebamos, que mañana moriremos" (1 Co 15. 32).

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1730


5.

Pablo ha descrito ya el papel que desempeña la Ley en la Historia de la Salvación: es un instrumento en las manos de Dios para poner en evidencia el pecado del hombre y taparle la boca con la multitud de sus transgresiones, a fin de que se revele con claridad la gracia divina y el hombre aprenda que la salvación sólo viene de Dios. Ahora bien, dentro de este perspectiva aparece la posibilidad de una conclusión verdaderamente funesta:

"Permanezcamos en el pecado para que sobreabunde la gracia de Dios" (v.1). San Pablo la ve venir y le cierra enérgicamente el paso: "¡Jamás! Porque nosotros que hemos muerto al pecado, ¿cómo podremos seguir viviendo en él?" (v.2). A partir de aquí nos explica que el bautismo es una inmersión (el texto litúrgico traduce "incorporación") en Cristo, en su muerte, para renacer con Cristo a una nueva Vida.

San Pablo conoce la fórmula "bautizar en nombre de..." (cf. 1 Co 1. 13 y 15) pero no la usa nunca refiriéndose al bautismo cristiano. No dice que "hemos sido bautizados en el nombre de Jesús" (Hch 2. 38; 10. 48; 8. 16; etc.) sino "en Cristo" y "en su muerte" (en la traducción "incorporados a Cristo" y "a su muerte"). "Bautizar" significa "sumergir", y en aquellos tiempos se bautizaba por inmersión. San Pablo interpreta este rito bautismal en conexión con la muerte de Cristo: por la inmersión ritual en el agua significamos nuestra inmersión misteriosa en Cristo y en su muerte. Tal inmersión o incorporación en la muerte y a la muerte de Cristo no es simple metáfora. Justamente para acentuar el realismo de este misterio, san Pablo no dice "ser sumergidos o bautizados en el nombre de Cristo", sino en Cristo y en su misma muerte. Y en la carta a los Gálatas dice: "todos los que habéis sido bautizados (inmersos) en Cristo, os habéis vestidos de Cristo" (/Ga/03/27). Es como si viviéramos dentro del mismo Cristo, él nos envuelve y nos conforma según su semejanza, nos protege y nos dignifica. Vivimos con Cristo y de la vida que de él nos viene. Los que se incorporan a la muerte de Cristo por el bautismo participan también de la nueva vida que se manifiesta en la resurrección de Cristo. Saliendo del agua significamos esta resurrección a la nueva vida.

Lo que muere en el bautismo es el pasado en el que éramos esclavos del pecado; ahora somos libres para llevar una vida digna de hijos de Dios. La nueva vida ha de acreditarse en una buena conducta moral hasta que la Resurrección triunfe definitivamente en la vida eterna. Lo que ya ha sucedido, es decir, nuestra participación en la muerte de Cristo por el bautismo, y lo que todavía ha de suceder, esto es, la resurrección de nuestra carne como triunfo final sobre el pecado y la muerte, el pasado y el futuro, se encuentran implicados en el presente de la existencia cristiana: radicalmente salvados, caminamos aún hacia la consumación de nuestra propia redención.

Somos peregrinos, hay ante nosotros un camino y, por lo tanto, un deber que cumplir. La nueva vida que hemos recibido en el bautismo posibilita y exige el cumplimiento de este deber. El cristiano está de paso, en el paso o pascua del Señor Jesús.

EUCARISTÍA 1987/31


6.

Este texto es típico de la Cristología paulina. En efecto, no suele presentar San Pablo a Cristo solamente en sí mismo, sino en cuanto hace referencia y referencia salvadora, a nosotros.

Así, en lo tocante a la Resurrección es curioso notar cómo la relaciona con sus efectos en la humanidad. Está lejísimos de interpretar la Resurrección sólo como un suceso que afecta únicamente a Jesús como premio de su Muerte. Más bien se fija en la transformación que comporta a los hombres que participan en ella. Evidentemente, se trata de una transformación para la salvación de estos hombres. Esta unión de Cristo y el cristiano se da en el bautismo y en la fe (téngase presente el modelo del bautismo de adultos, en el que la relación fe-sacramento es más clara que en el de niños). A partir de ahí, nos hacemos solidarios con el Señor resucitado, igual que él se ha hecho solidario con nosotros en su condición humana. Somos como arrastrados hacia su destino glorioso.

Esta condición nueva es descrita en estos versículos con las imágenes de vida y libertad, que se repiten a lo largo de este capítulo. Especialmente en el paso "muerte a vida" se intenta visualizar la transformación ocurrida. Lo cual indica la profundidad de ella. Supera con mucho los límites de una ética o una moral para colocarse en el plano del ser, que San Pablo describirá otras veces con vocabularios como "nueva creatura", "hombre nuevo", etc.

Dos consecuencias: Esta vida es operativa y no sólo interna. Y esa actividad conforme a la nueva condición no es automática, sino requiere una actitud por parte del cristiano. Por ello se combinan en este texto expresiones en indicativo que expresan lo sucedido de hecho, y en exhortativo, que animan a vivirlo consciente y humanamente. Con Cristo hemos muerto al pecado, pero tenemos que considerarnos muertos a él y vivir conforme a eso. Tenemos vida nueva, pero hay que vivirla para Dios. Es una tensión entre el ser que ya se es y el deber ser que lo pone en la práctica por así decirlo. No se puede olvidar ninguno de estos extremos.

Otra: la eterna tensión escatológica, en la base de la expresión anterior, entre el "ya" -lo que se es- y el "todavía no" -el vivirlo seriamente.

DABAR 1981/38


7.

-Muertos con Cristo, vivimos con él (Rm 6, 3-11)

San Pablo ha magnificado la vida nueva, el mundo nuevo realizado por Cristo, y profundiza en esta lectura el tema que ha propuesto. Partiendo de una breve teología del bautismo, construye el pasaje que leemos hoy. El bautismo nos ha sumergido en la muerte de Cristo, hemos sido sepultados con él; pero también hemos resucitado con él para llevar una vida nueva. Es el bautismo el que nos hace participar plenamente del misterio pascual de Cristo, el signo que es una semejanza de la muerte y resurrección de Cristo y encierra en sí toda su realidad y actualidad.

En adelante, nuestra vida es nueva y, por consiguiente, también su orientación es nueva. Porque nos hemos convertido en ese Cristo del que nos hemos revestido, y porque ese Cristo que somos ha muerto al pecado y vive para Dios en Cristo. La doctrina es sencilla y rigurosa; su puesta en práctica se revela difícil y siempre en situación de comenzar de nuevo.

Cambiar de mentalidad, revisar la orientación de nuestra vida, conformar nuestros juicios de valor con aquello en que nos hemos convertido, en esto consiste la actividad primordial de todo hombre bautizado en Cristo. La severidad de esta condición de vida no es más que una de sus facetas; todos cuantos hacen la experiencia de esta incesante búsqueda de adaptación a su nuevo ser, saben que es un trabajo de esperanza capaz de entusiasmar y origen de paz y de gozo. Es preciso desear "gustarlo" y no creer que se trata únicamente de la pretensión de los "especialistas" de la vida cristiana. En realidad, es el ideal fundamental de todos cuantos han optado por Cristo.

EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 141


8.

Si Cristo es más que Adán, parece que la participación en la vida de Cristo debería ser tan sencilla (tan cuesta abajo) como la participación en el pecado de Adán. No puede ser así, entre otras cosas porque con Adán se entronca de manera automática, mientras que con Cristo sólo se entronca de manera personal: por la fe y por el bautismo.

Cada convertido debe sumergirse en el agua, morir y ser sepultado con Cristo para que así como Cristo resucitó del sepulcro, también el cristiano pueda llenarse cada vez más de la vida resucitada.

Por el bautismo hemos sido plantados en la tierra fértil en que nace la resurrección, como vida renovada y como vida que ya no muere. Si nos dejamos llevar por la semilla que hay en nosotros, viviremos una vida totalmente transformada, sentiremos que el pecado no tiene ningún poder sobre nosotros y, al final, tendremos una resurrección como la de Cristo.

En la naturaleza es imposible que un árbol bueno dé frutos malos; nosotros, lamentablemente, no somos una tierra sembrada con una sola semilla. Cristo ha resucitado de entre los muertos y ya no muere; nosotros, por causas ajenas a Cristo, todavía podemos volver a morir, pese a que hemos resucitado con él.

La verdad del bautismo consiste en que antes éramos incapaces de dar buenos frutos y ahora podemos darlos, mejor dicho: Dios nos lleva en esa dirección con mano firme, pero con un gran respeto de nuestra libertad. Si nosotros, de una manera personal, seguimos identificándonos con la muerte y la resurrección de Cristo, él seguirá mostrando en nuestras vidas su triunfo sobre el pecado y la muerte.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 490 s.


9.

San Pablo conoce la f6rrnula "bautizar en nombre de..." (cf. 1 Cor 1,13 y 15), pero no la usa nunca refiriéndose al bautismo cristiano. No dice que "hemos sido bautizados en el nombre de Jesús" (Hch 2,38; 10,48; 8,16; etc.), sino "en Cristo" y "en su muerte" (en la traducción: "incorporados a Cristo" y "a su muerte"). "Bautizar" significa "sumergir", y en aquellos tiempos se bautizaba por inmersión. San Pablo interpreta este rito bautismal en conexión con la muerte de Cristo: por la inmersión ritual en el agua significamos nuestra inmersión misteriosa en Cristo y en su muerte. Tal inmersión o incorporación en la muerte y a la muerte de Cristo no es simple metáfora. Justamente para acentuar el realismo de este misterio, san Pablo no dice "ser sumergidos o bautizados en el nombre de Cristo", sino en Cristo y en su misma muerte. Y en la carta a los Gálatas dice: "Todos los que habéis sido bautizados (inmersos) en Cristo, os habéis vestido de Cristo" (3,27). Es como si viviéramos dentro del mismo Cristo, el nos envuelve y nos conforma según su semejanza, nos protege y nos dignifica. Vivimos con Cristo y de la vida que de él nos viene. Los que se incorporan a la muerte de Cristo por el bautismo participan también de la nueva vida que se manifiesta en la resurrección de Cristo. Saliendo del agua significamos esta resurrección a la nueva vida.

Lo que muere en el bautismo es el pasado en el que éramos esclavos del pecado; ahora somos libres para llevar una vida digna de hijos de Dios. La nueva vida ha de acreditarse en una buena conducta moral hasta que la resurrección triunfe definitivamente en la vida eterna.

EUCARISTÍA 1893/31


10.

Se puede ver un comentario al mismo texto en las "Notas" de la vigilia pascual de este año.

- "Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo...": La vida del cristiano debe identificarse con las acciones salvíficas de la vida de Cristo, que para san Pablo se centran en la muerte, sepultura y resurrección. La fe y el bautismo nos introducen en ellas. Y así como el poder y la gloria del Padre se manifestaron en la resurrección de Cristo, también se manifiestan en el bautizado por el hecho de participar en la vida nueva del Resucitado.

- "Si hemos muerto en Cristo, creemos que también viviremos con él...": La vida nueva del cristiano es, sin embargo, solo perceptible por la fe. Cristo no resucitó sólo para reivindicar su mesianidad o su justicia, sino en orden a llevar el hombre a una vida nueva por la fuerza del Espíritu.

Para el bautizado el regreso al pecado es siempre el rechazo de esta nueva vida y una ruptura de la unión con Cristo. En cambio, permanecer en la vida nueva es compartir con Cristo su experiencia de hijo que vive "para Dios".

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1987/13


11.

Con la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado una radical transformación de todo el universo, pero de modo particular del hombre, que, de esclavo, se ha convertido en hijo de Dios. La vida nueva se concedegratuitamente, pero debe ser libremente acogida. Esta realidad se lleva a cabo mediante el rito del bautismo, con su doble significado de inmersión en la muerte de Cristo y de incorporación a él. Muerto así al pecado, el bautizado es miembro vivo de Cristo y desde ahora vive una vida resucitada que hace de él un ciudadano del cielo, aunque todavía sea peregrino en la' tierra, continuamente asediado por el mal y tentado de volver a ser esclavo del pecado.

La semilla de eternidad que el bautismo sacramental ha puesto en el hombre debe guardarse para que la gracia de una vida nueva se desarrolle en plenitud. En este sentido, el cristiano está llamado a combatir la batalla de la fe, pasando por muchas muertes y bautismos cotidianos, mediante los cuales participa siempre más íntimamente en la pasión de Cristo, que, aunque ya resucitado, permanece aún en la cruz hasta el final de los tiempos, cuando, completado el designio de salvación universal, podrá presentar al Padre a la humanidad entera como Esposa inmaculada, sin mancha ni arruga.