COMENTARIOS A LA SÉPTIMA LECTURA
Ez 36. 16-28
1.
"... Cuando la casa de Israel habitaba en su tierra, lo profanó con su conducta:": Este oráculo sobre la restauración de Israel después del castigo del exilio, contiene dos momentos: uno en forma de acusación judicial, en la que se pasa revista a los pecados del pueblo en su tierra y a la situación actual de desterrados; el otro se centra en la acción que Dios llevará a cabo para rehacer la Alianza. La tierra dada por Dios fue profanada por Israel con la idolatría. Su consecuencia ha sido el castigo de la dispersión.
- "Cuando llegaron a las naciones donde se fueron, profanaron mi santo nombre". Pero en el exilio ha continuado la profanación. El castigo ha sido mal interpretado por los extranjeros. Por eso la acción de Dios se dirigirá a santificar su nombre que ha quedado en entredicho en medio de las naciones.
- "Mostraré la santidad de mi nombre grande": las naciones conocerán realmente quién es Yahvé por su acción para con el pueblo pecador: lo liberará del exilio; lo purificará, como en las purificaciones rituales del Templo; le cambiará el corazón de piedra por uno de carne (semejanza con los términos con los que Jr 31,31-34 anuncia la Nueva Alianza) y finalmente le dará su mismo espíritu. Esta liberación y transformación interior del pueblo rebelde y desobediente, será la verdadera realización de la Alianza que el pueblo había destruido. La lectura termina con la fórmula clásica de la Alianza: "Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios".
JOAN
NASPLEDA
MIsa dominical 1988, 8
2.
Por su modo de actuar, Israel se ha alejado de Dios: ésta es la causa por la que le han sobrevenido el destierro y la dispersión.
Sin embargo, el Señor va a reunir de nuevo a su pueblo, no porque Israel lo merezca o haya cambiado de actitud, sino "por mi santo nombre". La acción de Dios será una transformación profunda que llegue al corazón de cada persona a fin de formarse un pueblo fiel que le reconozca como único Dios y Señor. Esta transformación es básicamente fruto de la presencia del Espíritu de Dios simbolizado por el agua que purifica y renueva.
JOSÉ
ROCA
MISA DOMINICAL 1981, 8
3.
Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo. La elección de Israel no era un privilegio, sino una responsabilidad. Pero Israel ha hecho quedar mal a Dios ante lo demás pueblos. El exilio, consecuencia del quebrantamiento del pacto, ha supuesto una profanación del nombre de Dios ante los demás pueblos: ¿qué clase de Dios es éste que deja abandonado a su pueblo? Por eso, Dios establece una alianza nueva: para salvaguardar la santidad de su nombre, para que quede claro que él es el único. La pureza ya no será ritual o externa, sino interior. El corazón, centro íntimo de las decisiones, será renovado por Dios, que dará su espíritu para que la actuación sea fruto de una convicción profunda que nazca de la comunión con Dios.
J.
M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 6
4.
"Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo" En el relato del Éxodo, Dios afirmaba que, ante su actuación en favor de Israel, los egipcios sabrían que él es el Señor. Ahora el pueblo se halla en el exilio: ¿es que el Señor lo ha abandonado? O es que quizá no es realmente el Señor...
La respuesta del profeta es clara: la santidad del Señor ha quedado cuestionada por culpa de la actuación de su pueblo, que ha sido infiel a la alianza y Dios se ha visto obligado a castigarlo. Ahora, no obstante, manifestará una vez más su santidad, mostrará ante todas las naciones que él es el Señor, el único.
La santidad del Señor se manifestará haciendo volver a su pueblo a la tierra que les había dado desde el inicio. Volverá a establecer la alianza. Y esta vez será definitiva: primero la purificaci6n; después, un corazón nuevo, capaz de seguir fielmente la voluntad del Señor.
La fórmula final, típica de la alianza, remite al origen del pueblo de Dios, pero a la vez es una promesa firme de futuro: Dios y el pueblo se pertenecen mutuamente. Jesucristo vivirá plenamente esta comunión íntima.
J.
M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993, 6
5.
-Corazón nuevo, espíritu nuevo
Esta lectura de Ezequiel, la 7ª propuesta para la Vigilia (Ez 36, 16 ... 28), aunque muy conocida, nunca deja de suscitar el entusiasmo de quienes la escuchan con fe y gratitud por la experiencia que han tenido de ella.
El desquiciamiento de un pueblo a causa de sus culpas, nuestra división interior debida a nuestras infidelidades, pero por otra parte la benevolencia divina que, por su nombre y para glorificarlo por la profanación de que es objeto, quiere reunirnos formando un pueblo como quiso reunir a su nación, es el tema esencial de esta lectura. Pero esta vez no sólo se reunirá a la nación judía: el Señor reúne a hombres de todas las naciones. Los reúne de todos los países y los transforma, derramando sobre ellos un agua que purifica y da un corazón y un espíritu nuevos. El Señor infunde en ellos su Espíritu, y ahí están unos hombres capaces de seguir su ley y de observar sus mandamientos y ser fieles a ellos. Habitarán en el país que Dios les dará; ellos serán su pueblo y él será su Dios.
El texto no necesita más comentario. Tan claramente se aplica a los bautizados de esta Noche y a todos los cristianos unidos en un solo cuerpo por la misma agua bautismal, que sería inútil enturbiar con explicaciones superfluas este texto inspirado.
Pero también aquí subrayamos la manera como utiliza la liturgia el texto. Este texto en sí no predice el bautismo cristiano; sin embargo, nadie encontrará que la Iglesia lo traiciona al servirse de él, como lo hace, para su catequesis bautismal. La Iglesia canta la iniciativa de Dios, que se compadece de los hombres y que los salva purificándolos. El Señor es quien purifica, como él es quien creó. Nosotros, al ser así purificados, recibimos un don del Espíritu (Rm 5,5). En las palabras que siguen se expresa todo el dinamismo pascual: "Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos... Justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados de la cólera" (Rm 5, 6 ...9). Somos hombres nuevos, tema que repetirá san Pablo (Ef 4, 24) y que san Juan hace desarrollar a Jesús, en su entrevista con Nicodemo: "nacer de agua y de Espíritu" (Jn 3).
Dos salmos se proponen como responsorio tras esta admirable lectura; ambos expresan un encuentro con Dios que hace vivir (Sal 41) y que purifica renovando (Sal 50). El salmo 41 recuerda el ritual bautismal de entrada al altar de Dios, después de haber sido apagada la sed del catecúmeno; mientras que el salmo 50 pide al Señor que cree en nosotros un corazón puro y que nos devuelva la alegría de nuestra salvación.
Tres oraciones conclusivas se ofrecen a la libre elección: La tercera, utilizada cuando hay algún bautismo, expresa de la mejor manera la aspiración de todo hombre creyente.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág.
132 ss.
6. /Ez/36/16-34
Uno de los textos más importantes de Ezequiel y con mayores resonancias en el NT es, sin duda, la sección del capítulo 36 que leemos hoy. El sentido es claro: el pueblo de Dios (la casa de Israel) ha estado desde siempre inclinada al mal, un mal que se sintetiza en los dos grandes crímenes (constantes en Ezequiel): adorar a dioses falsos y cometer injusticias, incluso derramando sangre. Dios los castiga con el exilio para purificarlos; pero incluso en el exilio han continuado haciendo el mal, «profanando» así el nombre de Dios (v 20), es decir, dando ocasión a las demás naciones vecinas a que hablen mal de Dios, como si no hubiese podido o no hubiese querido librar a su pueblo del castigo. Por eso, para que los paganos no puedan blasfemar de su nombre, él mismo reunirá a su pueblo de todos los países, y realizará en él una gran purificación no externa ni ritual, sino interna y efectiva, y lo llenará de toda clase de bienes como fruto del cumplimiento de la alianza (dentro de una retribución temporal, en la que todavía nos movemos). Pero ha de quedar muy claro que todo es iniciativa de Dios. Para que los desterrados no puedan engañarse pensando que es por sus propios méritos, el oráculo les repite varias veces que no es por sus obras, sino, más bien, a pesar de sus pecados. Siendo perverso su camino, para purificarse tiene que haber una conversión y un arrepentimiento de los pecados pasados "malas acciones": v 31, «abominaciones»: v 32).
Pero Dios quiere hacer la transformación en profundidad: por eso, pese a la apariencia de una acción externa (por ejemplo, en el v 25), en realidad Dios obrará una transformación interior total: haciendo incluso la operación de arrancar el corazón viejo (el corazón es la sede de los pensamientos y afectos) y ponerles uno nuevo, para infundirles su espíritu. De otra forma es imposible seguir los mandamientos y observar sus leyes: las leyes, los mandamientos -incluidas las enseñanzas del Sermón de la Montaña-, mientras queden externos a nosotros, mientras no sean interiorizados mediante el Espíritu, serán imposibles de cumplir: por eso, la acción del Espíritu Santo que transforma el corazón y los pensamientos, que orienta todo el hombre hacia Dios, es totalmente necesaria. Mientras observemos los mandamientos y las leyes «sólo» porque están mandados y no sean una exigencia de nuestro espíritu, movido por el Espíritu de Dios, no llegaremos a su verdadero cumplimiento.
Y eso vale también para el gran mandamiento del amor. Ahora sí que es posible cumplirlo en toda su plenitud, ya que "el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado" (Rom 5,5). De este modo, la exigencia del amor nacerá de nuestro mismo interior, donde habita el Espíritu.
J.
PEDROS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 819 s.
7.
La última lectura propuesta del Antigua Testamento contiene un oráculo que carga las tintas y ofrece, por su mismo estilo, unos claros contrastes que nos llevan a reflexionar en la radical diversidad entre el modo de actuar del hombre y el de Dios. Con su infidelidad a la alianza, Israel ha contaminado con su pecado la tierra santa recibida como don, haciéndose indigna de ella. Castigado con el destierro con vistas al arrepentimiento, no se convirtió, sino que profanó más entre los gentiles el nombre de Dios. El mal engendra mal, acumulando nuevos motivos de condena, en una cadena que la fuerza humana no logra romper, sino que la hace más pesada aún. Aplastado por su perversidad, Israel -la humanidad entera- se siente condenado a muerte sin poder alegar ningún mérito para lograr la salvación. Pero he aquí el contraste: precisamente sin mérito alguno interviene la gratuidad de Dios, que nunca desespera del hombre y vincula indisolublemente la gloria de su nombre a la santidad de sus hijos de adopción.
Al pueblo disperso y dividido le promete la vuelta a la patria; pero para que este regreso no sea sólo físico, sino más bien el comienzo de una nueva vida de comunión -anticipo de la vida eterna-, es preciso una purificación interior. Cambiará el corazón endurecido por el pecado, insensible a la Palabra de salvación, por un corazón de carne dócil y obediente; un corazón que se deja herir de amor y que por amor se convierte a su vez en capaz de sufrir; un corazón en el que el Espíritu pueda morar de modo estable, sugiriendo a cada instante lo santo, verdadero, noble y lo que agrada al Señor.