48 HOMILÍAS PARA EL VIERNES SANTO
19-25

19.

Conviene leer hoy la Pasión. 

-"¿A quién buscáis?" "A Jesús el Nazareno"--"Soy Yo"  Así que Jesús les dijo: "Yo soy", retrocedieron y cayeron en tierra El evangelista subraya  este detalle simbólico.

A lo largo del evangelio, te ha sido hecha está pregunta ¿Quién es Jesús? La respuesta  surge luminosa ahora: ¡Jesús es Dios! La Pasión, según san Juan está marcada de una  majestad divina resplandeciente. Es Jesús quien conduce los acontecimientos de su propia  pasión. Aquí, cuando dice "Soy Yo" sus adversarios "caen en tierra".

-Jesús dijo a Pedro: "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de  beberlo? Libertad soberana y lucidez. Señor, ayúdanos a tomar por la cintura nuestras cruces, como Tú.

-Yo públicamente he hablado al mundo... ¿Qué me preguntas a mí? Lo que Yo he  enseñado, pregúntalo a los que me han oído. No, no es un condenado corriente. No baja la cabeza ante sus jueces: es él quien les  juzga.

-"Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?  Es El quien pregunta a sus interrogadores.

-¿Por tu cuenta dices esto o te lo han dicho otros de mí?  ¡Que seguridad! Es bueno pensar, Señor, que Tú no eras un hombre abatido sino "un  hombre que está en pie." Danos esta valentía, esta solidez personal ante la prueba.

-Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, claro está que mis gentes  me habrían defendido para que no cayese en manos de los judíos, mas mi reino no es de  acá. Yo no soy "de acá", sino "de otra parte", de "lo alto"... Misterio de su persona. Adoro, Señor, tu realeza escondida invisible.

-"No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto."  Siempre la misma autoridad soberana.

¡La gloria de la resurrección está "ya" presente en ese condenado! Incluso en lo más  hondo de la humillación, la exaltación divina está presente, subyacente. Y las ceremonias del "viernes santo" no son ritos fúnebres: es ya la celebración de la  "Gloria de la Cruz".

-Mujer, ahí tienes a tu Hijo... Ahí tienes a tu Madre... Y por lo tanto "la humanidad" exquisita de Jesús está también siempre presente.

-"Todo está cumplido."  No es un "final. Es un "cumplimiento": una obra terminada, llevada a la perfección. Señor, ayúdanos a "cumplir" nuestra vida hasta el final.

-Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado: y al instante salió sangre y  agua... Es el símbolo de los "sacramentos", de la "vida nueva" que surge. No es un "final" es un  inmenso comienzo, una cascada de vida: millares de salvados, múltiples eucaristías,  múltiples bautizos...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 174 s.


20.

O CRUX, MORITURI TE SALUTANT 

--«Hoy se celebra la gloriosa pasión de Jesús, su muerte victoriosa. Como símbolo de la  salvación, destaca la cruz del Señor. En la liturgia el leño del calvario no es sólo un suplicio,  sino la cruz exaltada. Ella nos muestra el amor del Padre entregando al Hijo y la victoria de  Jesús sobre la muerte. La cruz es la revelación de nuestro destino: el triunfo de Cristo es la  victoria de todos».

Son palabras tomadas del Misal. Sirven de ambientación para la celebración del Viernes  Santo. Sería bueno tenerlas muy en cuenta. Porque, de otro modo, al leer los textos de hoy,  se podría pensar que Dios es un sádico al mandar a su hijo a la cruz y Jesús un  masoquista.

Pero alejemos pronto el disparatado pensamiento. Porque, aunque Jesús fue anunciando  reiteradamente que «Se dirigía a Jerusalén para ser crucificado», bien clara manifestó su  repugnancia a este hecho: «Pase de mí este cáliz». Ir a la violenta pasión y a la muerte, por  tanto, es, y será, una realidad muy negativa en sí misma. Sólo podrá entenderse y  aceptarse si nos damos cuenta que el móvil de tal acción es el amor al hombre: «propter  nos, homines, et propter nostram salutem». Sólo entonces podremos hablar de «la gloria de  la cruz».

Al leer hoy, pues, la Pasión del Señor y a la luz de sus personajes, analicemos --desde el  «negativo» hasta el «positivo», desde lo más pagano hasta lo más cristiano--, las diferentes  posturas que suelen darse ante la cruz.

IGNORARLA.--Eso hacen los que piensan que «la vida es breve y hay que disfrutarla a  tope». Por ahí va, a velocidad de vértigo, el mundo del consumismo, del materialismo y de  la diversión sin freno.

DESPRECIARLA.--¿Cómo?. Con burlas y con un amargado cinismo. Así procedían  aquellos judíos que, en tono de mofa, decían al pie de la cruz: «¡A ver si viene Elías a  liberarle!» Así proceden también quienes se van metiendo peligrosamente en los «vicios del  día», contestando frívolamente a los que les aconsejan: «¡De algo hay que morir, ¿no?» 

RECHAZARLA.--Pedro quiso interponerse entre la cruz y Jesús: «¡Lejos de Ti tal cosa!»  Pero Jesús, que «pidió al Padre que pasara de él aquel cáliz», le apartó de su lado y le  llamó «Satanás». Para que empezara a vislumbrar el lado luminoso de la cruz.

ASOMBRARSE.--¿Por qué el dolor? Efectivamente, una serie de interrogantes se  enroscan en el hombre pensante: «¿Por qué sufren los inocentes, mientras que triunfan  muchos malos?» ¿Sólo mirando al cordero inmolado podremos acercarnos al misterio de la  cruz! 

LUCHAR.--Sí, amigos, luchar. No hay contradicción con lo dicho más arriba y con lo que  diremos a continuación. Cristo luchó por aliviar los dolores de los hombres. Y nosotros  debemos hacer lo mismo con toda nuestra capacidad de entrega y con todos los adelantos  que aporte la ciencia. Pero, ¡ojo!, llegando a la raíz, es decir, tratando de suprimir «el  pecado» que es donde nacen todas las cruces.

ACEPTARLA.--Nuestra lucha, sin embargo, no conseguirá eliminar el dolor. Le  cerraremos la puerta y entrará por la ventana. Cerraremos la ventana y surgirá, como un  musgo, en el corazón. Las luces del progreso acarrean sus grandes sombras. Parodiando a  Jesús podríamos decir «los dolores siempre estarán con vosotros». Es entonces cuando ha  de entrar en juego la resignación cristiana: 

«¡Bendito seas, Señor, 
por tu infinita bondad.
Porque pones con amor, 
sobre espinas de dolor, 
rosas de conformidad!» 

TRASFORMARLA.--Es lo que hizo Jesús. «Por la cruz a la luz». Por la muerte a la  resurrección. Todos nuestros dolores vertidos en el alambique del amor y unidos a la cruz  de Cristo son garantía de vida. Vida total y Mayúscula. Por eso, escribía el mismo poeta: «El que no sabe morir mientras vive,  es vano loco.

Morir cada hora su poco 
es el modo de vivir...
Igual que el sol hay que ser, 
que con su llama encendida 
va acabando y renaciendo, 
de muchas muertes tejiendo 
la corona de su vida».

ELVIRA-1.Págs. 31 ss.


21.

Frase evangélica: «Fue al lugar donde lo crucificaron» 

Tema de predicación: LA CRUZ DE CRISTO 

1. En tiempos de Jesús, la cruz era un método vergonzoso de ejecutar la pena capital.  «Maldito --era entonces-- todo aquel colgado de un palo» (Gal 3,13). Jesús murió  crucificado. Según los usos romanos, antes fue flagelado. El tribunal romano lo condenó  por agitador, y el judío por blasfemo. Para los cristianos, la cruz es un símbolo cristiano  radical que se ha empleado indebidamente con demasiada frecuencia: la cruz ha servido de  pretexto para emprender persecuciones y se la ha convertido en una joya o en un emblema  de honor por méritos militares o civiles. Constantemente hay que recuperar su sentido. El  pueblo cristiano pobre y sufriente, que posee una profunda intuición del valor redentor de la  cruz, entiende con facilidad que el Jesús histórico fue crucificado por su tenor de vida. Al  optar por los pobres, marginados y miserables, atrajo sobre sí el odio, se granjeó la  persecución y se ganó a pulso la condena. Pero Dios estaba totalmente con él y lo  resucitó.

2. La tradición cristiana ha entendido la muerte de Jesús como sacrificio expiatorio por  nuestros pecados; también ha interpretado que el mundo es reconciliado por la muerte de  Cristo. Esta afirmación es difícilmente inteligible sin la fe. Recordemos que fue «un  escándalo para los judíos y una locura para los paganos» (1 Cor 1,23) el hecho de que la  salvación del mundo viniera de un ajusticiado maldito. Los discípulos de Jesús aprendieron  pronto que la cruz no es algo pasado, sino presente: el bautismo se da en la muerte de  Cristo, y la eucaristía es memorial de la Pasión del Señor. Discípulo de Jesús es el que  carga con la cruz, el que sólo se gloría en la cruz del Señor y el que da testimonio de la cruz  de Cristo, como lo dieron María y Juan. Eso sí, la cruz no tiene sentido sin la resurrección.

3. En su conversión, Pablo vio el significado victorioso de un crucificado-resucitado. La  cruz es el centro del evangelio paulino. Ahí reside la verdadera sabiduría: a través de la  debilidad humana se hace transparente la fuerza de Dios. El árbol del pecado ha dado paso  al madero glorioso de la cruz; la carne corrompida ha sido santificada con el cuerpo  destrozado; la sangre nueva ha dado nueva vida; la persona descendida ha sido elevada  con la cruz; la humanidad sin vida recibe el agua y la sangre salvíficas. Naturalmente, el  misterio de la cruz --de la crucifixión del Señor y de la crucifixión del pueblo-- sólo puede ser  entendido a la luz de la fe, con las palabras de la Escritura.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué es la cruz, en el fondo, para nosotros? 

¿Qué significa adorar la cruz en el Viernes Santo? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 115 s.


22.

Frase evangélica: «He venido al mundo para ser testigo de la verdad» 

Tema de predicación: EL VIA CRUCIS DE JESÚS 

1. El Viernes Santo se centra en el misterio de la cruz, instrumento de suplicio y de  muerte (madero) y sinónimo de redención (árbol). En el hecho de la cruz se refleja, por una  parte, el sufrimiento de Cristo como amor que se anonada y, por otra, el juicio de Dios,  presente, junto al pecado de la humanidad, en ese anonadamiento de Jesús por el propio  Dios. La celebración del Viernes Santo es austera y gira en torno a la inmolación del Señor.  La primera lectura, denominada «pasión según Isaías», es el cuarto canto del siervo de  Yahvé, aplicado proféticamente a Jesús. En la segunda lectura, el siervo es el sumo  sacerdote que se entrega por los demás. El evangelio es el relato juánico de la Pasión,  donde la cruz es la suprema revelación del amor de Dios.

2. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión nos revela que la vida es camino  de cruz -via crucis- a partir de una entrega al servicio a los hermanos, que coincide con el  servicio a Dios. En la actual sociedad secular, crítica con las tradiciones religiosas mágicas  o demasiado identificada con ciertas éticas de poder, el Viernes Santo ha perdido ese aura  de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad. En cambio, crece  en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del Evangelio de Jesús, revelador de la  justicia del reino y del perdón de Dios.

3. El pueblo se ha identificado y se identifica, a su modo, más con el Crucificado que con  el Resucitado, porque su historia es una historia de sufrimientos. Acepta más una teología  de la cruz que una teología de la resurrección, y ha aceptado pacientemente la  interpretación teológica de la resignación o de la oblación de Cristo como víctima inocente  que paga el rescate por todos los pecados. El pueblo venera a Cristo como «varón de  dolores» sufriente y moribundo, con el que se identifican, a través del llanto, los oprimidos y  desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana popular  por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento, tanto del natural  como del injustamente infligido. Muy en segundo plano queda la cruz como imagen del  «Rey de la gloria» o del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado, no en el  Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la cura de sus sufrimientos por  medio de otro sufrimiento. Naturalmente, una cosa es el uso y abuso de la cruz como  apaciguamiento de esclavos, y otra muy distinta la aceptación popular del dolor y la muerte  de Cristo, expoliado y crucificado por hacerse hermano y amigo de publicanos deshonestos,  mujeres de mala vida, leprosos y extranjeros que no respetaban las leyes judías.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué significado tiene la cruz de Cristo para nuestro pueblo? 

¿Qué nos exige hoy el seguimiento de Cristo? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 262 s.


23.

1. El Reino sufre contradicción  Muchísimos son los puntos de vista desde los que podemos considerar la muerte de  Jesús, tanto históricos como teológicos, jurídicos, morales, ascéticos, etc. Hoy nos podemos concentrar en esta pregunta: ¿Por qué mataron a Jesús? ¿Cuál fue la  causa de su condena a muerte? No podemos responder a esta pregunta sin partir del  sentido de toda la misión de Jesús, tal como lo hemos considerado en liturgias anteriores.  Jesús vino a implantar la Nueva Alianza, el nuevo proyecto de Dios para una humanidad  todavía esperanzada en su liberación total.

Pues bien, esta nueva alianza suponía necesariamente el cambio radical no sólo de una  manera de pensar y sentir interiormente, sino también de un cambio llevado a las mismas  estructuras, tanto religiosas como político- sociales. Jesús no buscaba "hombres buenos y  honestos".

Su proyecto abarcaba la conversión de la estructura humana, individual y social, personal  y comunitaria. Era un proyecto, por lo tanto, totalizante en cuanto que no dejaba aspecto  alguno del hombre sin considerar de nuevo, y universal porque iba más allá de este pueblo,  esta cultura o este tiempo.

Entonces, ¿por qué lo mataron? Porque el mundo vivía precisamente bajo un poder,  religioso y político, que contradecía totalmente el nuevo proyecto. Jesús entró en abierto  conflicto con el régimen, con la autoridad, con las instituciones (ley, templo, culto, ética,  etc.) bajo las cuales se regía la vida del pueblo.

En este sentido, no podemos decir que «Jesús murió» como si su muerte fuese un  fenómeno natural y obvio; debemos afirmar que «a Jesús lo mataron». Su muerte no fue un «suicidio voluntario» para redimir a los hombres. El credo dice:  «Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.» Y nosotros podemos agregar: «y bajo el poder  religioso».

El conflicto entre Jesús y el «status» llegó a tal extremo, que fue decretada su muerte por  ambas autoridades, la religiosa primero y la política después, como la única manera de  salvar «el orden establecido» y evitar toda peligrosa innovación que perjudicara a los que  regían los destinos de la comunidad judía.

Así pagó Jesús con su martirio cruento su proyecto de llevar a cabo no una simple  reforma religiosa al estilo de los profetas, sino un cambio total del orden institucional, lo que  implicaba un cambio en la imagen de Dios, en las relaciones entre los hombres, en la  esencia del mismo culto, en la supremacía del amor y de la sinceridad sobre la ley y las  normas morales; una relativización de la autoridad como ente definitorio en las cuestiones  humanas, etc. En síntesis: el cambio preconizado por Jesús exigía -como ya hemos  reflexionado tantas veces- la supremacía absoluta del Reino de Dios como única norma  absoluta de la conducta humana.

Por ese Reino que anunció durante los tres escasos años de vida pública, murió Jesús;  Reino que proclamó ante el mismo Pilato, reino de verdad y de justicia, reino que «no es de  este mundo» porque es precisamente «de Dios» y responde a los criterios de Dios. De esta primera reflexión podemos extraer una primera y clara conclusión: «El Reino  sufre violencia.» La liberación del hombre supone la contradicción del «mundo tenebroso»  que hará una guerra implacable para que el hombre siga siendo un eterno sometido a los  intereses creados de una clase dominante, cualquiera que sea.

Es aquí donde el proyecto cristiano deja de ser utópico para pasar a ser un proyecto  realista, encarnado en las coyunturas históricas; proyecto que supone lucha,  contradicciones, persecuciones, traiciones, negaciones, torturas y..., en fin, la cárcel y la  muerte.

Por tanto, ser cristiano es asumir este proyecto con todas sus consecuencias históricas.  El proyecto del evangelio no cae en una «tierra desnuda», sino en una tierra dominada por  el poder de las tinieblas; cae como un grano de trigo en medio del camino, de las piedras y  de las espinas; grano que debe morir para dar mucho fruto...

2. El misterio de la iniquidad 

Considerada superficialmente la situación, pudiera parecer a primera vista que la muerte  violenta de Jesús fue un simple asesinato. Sin embargo, no lo fue. Jesús no murió a manos de un grupo extremista que obró desde la clandestinidad; no  murió a manos de un grupo particular o de un individuo fanático o psicópata. Jesús murió bajo el imperio de la ley, en forma pública y oficial, después de haber sido  juzgado por dos tribunales, el religioso y el político.

Su condena a muerte no fue dictaminada como fruto del capricho de un hombre sino por  motivaciones jurídicas y religiosas. Ambos poderes justificaron ante la historia la crucifixión  de Jesús como una verdadera necesidad para salvar al pueblo de un proyecto corruptor.  Como dijo públicamente el sumo pontífice Caifás: «Es necesario que muera un solo hombre  para salvar a todo el pueblo», frase que, irónicamente, resultó teológicamente cierta desde  la perspectiva del Espíritu Santo, ya que por la muerte de Jesús toda la humanidad fue  liberada.

Y es aquí donde debe centrarse nuestra atención para comprender el alcance de la  muerte de Jesús. La suya fue una muerte pública, un escarmiento oficial para que quedase  bien en claro ante toda la comunidad bajo qué régimen e instituciones debería regirse. Se  mató a Jesús como símbolo, cruel símbolo de que se quería sepultar su proyecto innovador,  su predicación, su mensaje liberador a los pobres. Se lo mató por ser la cabeza del  proyecto y de una pequeña comunidad que lo seguía. Así lo entendió él mismo cuando les  dijo a los suyos: «Herido el pastor, se dispersarán las ovejas» (Mt 26,31).

Ni los sacerdotes y escribas, ni Pilato o los soldados pensaban, por cierto, que estaban  cometiendo un «deicidio». Todo lo contrario, en nombre de Dios y del orden jurídico del  Estado fue crucificado como blasfemo y subversivo. De ahí aquella frase de Jesús casi  agonizante: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Es así como llegamos al  fondo de lo incomprensible: en nombre de Dios, de la Ley divina, del templo sagrado, del  culto y de las tradiciones religiosas, se crucificó a quien venía precisamente a sostener la  absoluta primacía de Dios sobre quienes prostituían su nombre y usurpaban su poder a la  sombra de la piedad religiosa.

Y fue otra ironía de aquel día que quien descubrió la inocencia del encausado fue el  pagano Pilato. Por eso no quiso enviarlo a la muerte por motivos religiosos. Pero... también Pilato encontró al fin la justificación histórica de aquella muerte: «Si no lo  condenas, no eres amigo del César.» Jesús es acusado como sedicioso y agitador contra el  orden político; por tanto, como enemigo del Estado y del pueblo que estaba a su cuidado. Y así, aquella muerte de cruz fue el signo más claro de algo que a menudo aparece en el  evangelio como un preludio: la instauración del proyecto de Dios creará en los corazones  tal confusión que será «causa de contradicción» (Lc 2,34). Se entiende de este modo mejor  aquella enigmática frase de Jesús: «No vine a traer la paz sino la espada» (Mt 10,34). La muerte de Jesús puso de relieve el misterio de la ceguera de los opresores, ese  misterio que ha llevado a la humanidad a cruentas y terribles guerras, a incontables  enfrentamientos de odios y pasiones, a la desinteligencia de los pueblos y de las clases  sociales, en fin, a vivir a menudo la historia como una auténtica pesadilla.

Por todo esto, la muerte de Jesús que recordamos cada viernes santo sigue teniendo  vigencia y actualidad a pesar de los veinte siglos que nos separan de ella. En la cruz se  reveló el misterio de la iniquidad humana, de la corrupción política y religiosa, de la  insidiosidad del poder absolutista, que mata al inocente para defender sus «derechos». Pero en la cruz no terminó aquel poder de las tinieblas; sólo se reveló para que las  futuras generaciones pudiéramos abrir los ojos y no encandilarnos nunca más, aun cuando  se nos diga: «En nombre de Dios haremos la guerra a nuestros enemigos.» La historia de  estos últimos años, para no ir más lejos, tal como aparece cada día en la crónica de los  periódicos y demás órganos de comunicación social, es el fiel testigo de que la lucha que  inició Jesús contra la absurda violencia de los que quieren matar la verdad «en nombre de  la verdad», aún no ha terminado.

No nos sorprende hoy que muera gente; es natural que el hombre muera tarde o  temprano. Lo que nos sorprende es con qué superficialidad se justifica la muerte del  adversario, político, social o religioso.

Es que ya ni siquiera mata el Estado (casi todos los países excluyen la pena de muerte);  son los pequeños o grandes grupos (desde ciertas organizaciones multinacionales, de  espionaje, etc., hasta minúsculos grupos que obran a la sombra) los que siembran de  muerte nuestra historia actual en nombre de Dios, de la democracia, del anticomunismo, del  proletariado, de la revolución, de la ortodoxia, de la filosofía nacional del Estado, de la  salvación de la patria, de la defensa de la familia, o de la raza, etc., etc. No hay motivo ni  justificación que no se haya invocado a lo largo de estos siglos para enviar a la muerte a  quien se oponga a un modo de pensar y de actuar considerado como el único y absoluto. Con la misma superficialidad y alevosía se justificaron las guerras de religión en Europa,  la conquista de países indígenas, la trata de esclavos, la opresión de los negros, el  exterminio de los judíos, la venta de armas y las guerras de fronteras. Con la misma  superficialidad se justifica el aborto, las torturas a los presos políticos, los sistemas  dictatoriales, el boicot económico, la censura de prensa, la postergación de la mujer y...,  triste es decirlo, con cuánta teología superficial se justifica un sistema eclesial donde los  laicos no tienen casi derecho alguno de participación o muchos pensadores cristianos  sufren el aislamiento y la persecución ideológica.

Por todo eso murió Jesús bajo el poder de los que «gobernaban como señores  absolutos» (Lc 24,25). Murió, aceptando libremente el oprobio y la humillación, para que  nunca más nadie, ni persona ni institución, usurpe el señorío de Dios; señorío de amor, de  justicia y de paz.

Al mirar hoy a este Cristo crucificado, abramos bien los ojos. Abramos los ojos porque el  misterio de la iniquidad todavía no se ha rendido. Abrámoslos, no sea que también nosotros  «sin saber lo que hacemos», mientras predicamos el evangelio, estemos obrando en  contradicción con el Reino de Dios. 

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 119 ss.


24.

Solidario hasta la muerte

Nuestros ojos están fijos hoy en esa Cruz donde muere Cristo Jesús. ¡Qué lección más  elocuente la que él nos da: de entrega, de solidaridad!  Pilato le mostró al pueblo diciendo: "Ecce Homo", "ahÍ tenéis al Hombre". Ahí está:  perseguido, calumniado, torturado física y moralmente, muerto. No es de extrañar que el  evangelio que acabamos de escuchar termine con la aplicación de la profecía de Zacarías:  "Mirarán al que traspasaron". A ese Jesús a quien clavaron en la Cruz y a quien el soldado  traspasó el costado con su lanza, le están mirando -hace ya dos mil años- miles y millones  de personas que admiran su gesto de entrega y le aclaman como al Salvador.  Hemos escuchado cómo el profeta Isaías, en el canto del Siervo, nos presentaba la figura  impresionante del Justo que carga con los pecados de los demás, despreciado de todos, y  que sin embargo confía en la justicia de Dios, que le enaltecerá para siempre. 

En la carta a los Hebreos se nos ha dicho que ese Siervo es Jesús de Nazaret, que se  entregó por todos, pero no le resultó fácil. Con gritos y lágrimas pidió ser liberado de la  muerte. Le costó. Tuvo miedo a la muerte. Pero obedeció al plan salvador de Dios, que  habÍa determinado vencer al pecado con su amor, superar con su propio dolor el castigo  debido a nuestros pecados. Jesús aceptó hasta las últimas consecuencias la solidaridad  con todos nosotros. Y ahí le vemos, muerto en la cruz. 

Sobre todo hemos escuchado el relato de su pasión y muerte según san Juan, como  hacemos cada año el Viernes Santo. Es una lectura que nos deja cada vez sobrecogidos.  No necesita muchas explicaciones. Jesús ha bajado a donde ya no se puede bajar más. En  él vemos concentrado todo el dolor de la historia, en él están representados todos los que  han sufrido y siguen sufriendo, los oprimidos, los inocentes maltratados, los que no han  tenido suerte, los que no han podido gozar de la vida, los crucificados de mil maneras.  Cristo Jesús no nos ha salvado desde las alturas, sino que ha asumido hasta el fondo  nuestro dolor. 

Admiración y agradecimiento al primer Mártir  Los cristianos miramos hoy a esta Cruz con admiración. Con emoción. Con  agradecimiento. Entendemos un poco más el misterio de Jesús. Vemos la seriedad de su  amor y su solidaridad. Dios no está ajeno a nuestra historia, inaccesible, impasible. En  Cristo Jesús se nos ha acercado y ha experimentado lo que es sufrir, llorar, morir. Es el  amor total de Dios.  Los vestidos de hoy no son del color del luto o de la tristeza. Son rojos. El rojo es el color  de la sangre, del testimonio, del martirio, del amor apasionado. Es el color del sacrificio y  del triunfo. Cruz de Cristo vencedor, el primer Mártir. 

Hemos iniciado la Pascua 

Hoy, Viernes, ya es Pascua. Hemos celebrado ya el "primer acto" de la Pascua, con la  mirada puesta, eso sí, en el segundo, que será su resurrección. Ese Jesús muerto en la  Cruz resucitará. Igual que hoy hemos escuchado el relato de su Pasión, mañana por la  noche nos reuniremos otra vez para la Vigilia Pascual y escucharemos el evangelio más  importante de todo el año: el de la resurrección. 

Así completaremos la celebración de la Pascua, que es un doble movimiento: a través de  la muerte, Jesús ha pasado -y nos quiere hacer pasar a nosotros- a la vida nueva de  Resucitado. 

Y al resucitar, Jesús dará sentido para siempre al sufrimiento humano. Pascua es muerte  y victoria a la vez. Con su muerte ha destruido nuestra muerte: no porque no vayamos a  morir, sino porque ha dado sentido al dolor y a la muerte, un sentido de salvación y de  amor. También para nosotros el dolor y la muerte son un misterio, no entendemos del todo  su sentido, pero la Pascua de Jesús nos indica que en los planes de Dios todo tiene un  destino de victoria. La última palabra no es la muerte. Sino la vida. 

Miremos, hermanos, a esta Cruz de Cristo. Meditemos en su sentido. Después de unos  momentos de silencio, nos acercaremos uno por uno a esta Cruz para besarla y adorar a  Cristo Jesús, agradeciéndole su sacrificio y su entrega. Y participaremos también, en la  comunión, de su Cuerpo entregado, para que luego, en nuestra vida, vivamos en su misma  actitud de amor y de entrega. 

MISA DOMINICAL 1998, 5, 31


25.

Toda la cristología de Juan está impregnada del amor de quien confiesa y siente a Jesús  hombre y Dios. Por eso, si desde un comienzo Jesús es para Juan la Palabra hecha carne,  también es la Palabra eternamente ligada a Dios. Los dos pilares en que Juan cimenta su  cristología son la Humanidad que está cercana al dolor del ser humano, limitado, explotado y  oprimido, y la Divinidad que lo une al Padre y a su Espíritu, inmortales y gloriosos por  siempre. Siempre que nos encontremos con Jesús, Juan nos hará sentir su humanidad  cercana al sufrimiento humano y su divinidad que convierte el sufrimiento en expresión de  gloria.

Recorramos con esta clave la Pasión. Si en Getsemaní aparece Jesús traicionado,  también allí, con su palabra, echa por tierra a sus captores (18, 6). Si ante Caifás lo  abofetean, también reclama con dignidad su derecho (18, 23). Si Pilato lo amenaza con su  poder, Jesús lo pone en su sitio, recordándole cómo su autoridad es prestada (19, 11). Si lo  crucifican desnudo, no deja de ser el Rey de los judíos (19, 19). Si exhala su último suspiro,  éste se posa sobre el hombre y la mujer que están al pie de su cruz, remedando la creación  del Paraíso (19, 26-27.30). Si traspasan su costado con una lanza, esto lo convierte en el  personaje anunciado "al que todos mirarán" (19, 37). Si depositan a Jesús en un sepulcro,  sobre él se sentarán dos ángeles para anunciar su resurrección (20, 12).

Recorrer la pasión de Jesús es palpar la gloria del Crucificado y sentir su pasión gloriosa.  Esta teología y pedagogía de Juan nos llenará de esperanza, si al cotidiano dolor de  nuestra tradicional opresión latinoamericana lo revestimos de dignidad, de protesta, de  razón para la unidad con todos los que sufren, de punto de partida y de creatividad para  convertir en paraíso de vida el calvario en que han convertido a Nuestra América.

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