32 HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS DEL DOMINGO DE RAMOS
22-30

22.

Es impresionante el diálogo final de la famosa película "La misión". Después de que se ha  producido la cruel matanza de los jesuitas y de los indios guaraníes, el cardenal Altamirano  pregunta a los embajadores de España y Portugal si había sido necesario derramar tanta  sangre. Uno de ellos le responde: «Desengáñese, excelencia, en este mundo tenemos que  vivir». El cardenal Altamirano, con el rostro lleno de tristeza, le dice entonces: «No, señor  embajador, somos nosotros los responsables de este mundo. Soy yo el responsable de este  mundo».

La pasión de Cristo no es sólo una página del pasado. Es también una página del  presente, en la que seguimos teniendo responsabilidad. La pasión de Cristo no ha  terminado. Cristo sigue hoy sufriendo en el hombre hermano, con el que Jesús se ha  identificado: 

--Hoy sigue Cristo sufriendo la pasión cuando no sabemos acompañar a nuestros  hermanos que sufren, que sienten angustia y se sienten solos, como hicieron los discípulos  predilectos en el huerto de Getsemaní .

--Hoy sigue Cristo sufriendo la pasión cuando vendemos nuestra vida por treinta monedas  de plata; cuando nuestro deseo de medrar nos lleva a hacer negocios no tan limpios y a no  prestar a nuestros hermanos la ayuda que necesitan: cuando vendemos nuestros mejores  ideales a causas que no merecen la pena.

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando buscamos en la violencia la solución de los  problemas, como aquellos que prendieron a Jesús con palos y espadas; cuando dejamos  que cualquier tipo de violencia injusta se apodere de nuestro corazón; cuando no estamos  convencidos de que «quien usa espada, a espada morirá».

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando acusamos injustamente a los hombres,  como lo hicieron los líderes religiosos de Jerusalén y los falsos testigos; cuando no  respetamos a los hombres y los acusamos sin verdad; cuando descalificamos injustamente a  los que nos denuncian nuestro bienestar y nuestra instalación.

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando le negamos por vergüenza y cobardía,  como hizo Pedro; cuando nos dejamos arrastrar por el respeto humano y no confesamos  con valentía y sinceridad nuestra fe; cuando no defendemos la causa de la justicia por  miedo a los problemas y dificultades que ello nos puede traer.

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando nos lavamos las manos como Pilato; cuando  no vivimos comprometidos con la causa de los que sufren; cuando encogemos los hombros  y no defendemos la verdad y la justicia, por miedo a las consecuencias que  pueden seguirse.

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando nos dejamos arrastrar por las corrientes  hoy en boga, como hicieron las turbas de Jerusalén; cuando somos uno más del montón,  que condenamos a ciertos hombres porque todo el mundo lo hace así, sin ponderar lo que  hay de verdad en esas condenas.

--Hoy Cristo sigue sufriendo la pasión cuando nos burlamos de los que sufren, de los  marginados de la sociedad, como hicieron los soldados; cuando nos reímos del dolor ajeno,  especialmente de los débiles.

No acusemos solamente a los judíos; démonos hoy un sentido golpe de pecho, porque  todos nosotros seguimos siendo responsables de la pasión de Cristo, que aún no ha  acabado. No podemos encoger los hombros porque «en este mundo tenemos que vivir».  «Somos nosotros los responsables de este mundo... Soy yo el responsable de este  mundo». 

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 115 ss.


23.

LA HORA DE LA VERDAD 

Todos los hombres suelen vivir «la hora de la verdad». Los toreros llaman «la hora de la  verdad» a ese momento definitivo, desnudo y último, en el que se enfrentan al toro,  presintiendo que la muerte les ronda a los dos. Todos los floreados «pases» precedentes  quedan paralizados ante ese «momento». Recuerdo también una película --«Cleo de 5 a  7»-- en que una joven, de 5 a 7 de la tarde, trata de hacerse a la idea de un cáncer  galopante que le acaban de diagnosticar, paseando por París.

Era su «hora de la verdad». Hacía notar Pemán que, en las afueras de algunas ciudades,  se conservan todavía unos pradillos con el nombre de «Campo de la verdad». Son lugares  en los que, en épocas de persecución, muchos vivieron su «hora de la verdad»: el martirio. También Jesús vivió «la hora de la verdad». El la llamó «la hora del poder de las  tinieblas».

Y veréis. El domingo de Ramos nos presenta dos fragmentos evangélicos. Uno, la  entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Otro, cinco días después, su pasión y su muerte.  Uno, la aclamación alborozada del pueblo que, alfombrando el camino con ramos, gritaba:  «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» Otro, «la hora de la verdad»: cuando esas  gentes se pusieron a clamar: «¡Crucifícale!», aun sabiendo que «no tenía delito alguno». El domingo de Ramos, pues, es un «cara y cruz». Por una parte, la exultación, que  parecía sincera. Por otra, el incomprensible rechazo de Alguien que, «a pesar de su  condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta  someterse a la muerte, y una muerte de cruz, pasando por uno de tantos». Ante esta terrible paradoja, se me ocurren tres reflexiones:

UNA.--¿En qué cimientos se apoya mi opción cristiana, que tan fácilmente paso, como los  coetáneos de Jesús, «del infinito al cero», del entusiasmo de mi fe, al olvido, a la tibieza, a  la traición? ¿Por qué este pendular balanceo entre mis «domingos de ramos» y mis  «viernes no tan santos»? ¿Qué es este tejer y destejer de mi vida? 

DOS.--A la inversa. ¡Qué vergüenza tan grande comparar esta volubilidad mía, esta  inconstancia en mis decisiones, con la fidelidad alarmante del amor de Dios que dice por  Malaquías: «Yo soy el Señor y no cambio» Porque, es verdad. Habiendo incumplido yo  tantas veces mi «pacto» con Dios, El nunca me ha vuelto la espalda. Al contrario: me ha  recordado que «aunque una madre abandonara al hijo de sus entrañas, El jamás me  abandonará».

TRES.--Al hombre, a todo hombre, tarde o temprano, le llega su «hora de la verdad». El  sufrimiento, la tristeza, la soledad, la incomprensión, la enfermedad, la muerte, le van  siguiendo como lobos hambrientos desde la cuna. Prepararse para esa «hora de la verdad»  no es masoquismo. Tratar de asumir esa realidad no es creer que el hombre está hecho  «para sufrir» y que el sufrimiento, por tanto, sea algo bueno. Lo único que ocurre es que el  creyente «toma su cruz y sigue a Jesús». Porque ha descubierto que su «viernes santo» se  hace liberación y re-dención. Para él y para todos los demás. Ha aprendido que, cuando  Jesús decía: «subimos a Jerusalén, donde se cumplirán las profecías», lo que decía es  que, aunque parezca mentira, «por la cruz se va a la Luz» y «por la muerte a la Vida». Por eso hoy, domingo de Ramos, ¡audaz paradoja!, leemos la Pasión. Porque la cruz es  el árbol florecido de la Victoria! 

ELVIRA-1.Págs. 28 s.


24. 

EL ARTE DE LLEVAR LA PALMA 

«Domingo de Ramos». Ya tengo mi palma preparada. He ensayado también un festivo  «Gloria, laus», adecuado para tributarte «gloria y honor a Ti, Rey de Israel, que vienes en  nombre del Señor». Y presiento que van a ser muchos los que, desde una fe más o menos  actuada, van a sumarse a la tradicional procesión.

Pero no quisiera quedarme yo en el folclore, en el puro recuerdo de algo que «un día»  pasó. Porque la liturgia, inmediatamente después de la procesión, casi bruscamente,  proclama la «Pasión del Señor». Y eso, amigos, como dice Machado en aquel verso, «es  algo perfectamente serio». Es ponernos delante la paradoja inmensa de aquel día; que,  mientras el pueblo aclamaba espontáneamente al Señor, un complot de dirigentes maleaba  --hasta conseguirlo-- al pueblo, para que pidiera su crucifixión.

Y, además, «es algo perfectamente serio», porque esa paradoja no fue equivocación de  «un día». Es «la historia de nunca acabar». Se podría decir, que igual que repetimos la  eucaristía porque El dijo: «Haced esto en memoria mía», también re-vivimos y  recrudecemos su Pasión, ¡como si también nos hubiera dicho: «Hacedla en memoria mía»! 

--Pero, «¿quién es la víctima?», preguntaréis. ¡Ay, amigos! que no os suene a canción  repetida. Sería pecado de «lesa frivolidad». Porque la víctima es la larga lista de los que,  mientras unos triunfan, gozan y se enriquecen, ellos caen en las garras de la droga, la  explotación, la marginación, el paro o la soledad. Son también los que, por las causas que  sean --¿es muy genérico decir «por el pecado de origen»?-- nacen «estrellados» y no «con  estrella». En fin, aquellos, a quienes, en la vida, les toca siempre «bailar con la más fea». Enfoca bien la vista a tu lado, amigo, y verás qué pronto distingues el rostro doliente de  Cristo crucificado, que se perpetúa. Y, si sigues profundizando, comprobarás que tú y yo  estamos «dentro» de la Pasión.

-Unas veces, entre las víctimas, sufriendo. ¿Con El, en El y por El.

-Otras, entre los indiferentes y los cínicos. ¿Te acuerdas de aquellos que meneaban la  cabeza y decían: «A ver si viene Elías a librarlo»? Podemos ser de ésos. De los que hacen  risa de la religión, de la Iglesia y de los que luchan por el Reino. ¿No estamos asistiendo,  acaso, a una constante «caricatura» contra la fe y la moral? 

-Podemos ser de los cobardes que huyen. El evangelio, refiriéndose a los apóstoles,  dice: «Abandonándole, huyeron todos». ¿Y nosotros? ¿No te parece que, de una Iglesia  «triunfalista», hemos pasado, en los últimos tiempos, a un cristianismo «timorato» y  «contemporizador», en el que andamos acobardados a la hora de «exponer la verdad», que  «nos hace libres»? 

-Podríamos ser «Cireneos» y «Verónicas». ¡Quién lo duda! Gracias a Dios, en nuestra  abotargada y fría sociedad, se dan gestos limpios de amor y de entrega. Existen personas,  cuyas «corazonadas» salvan al mundo de muchas bajezas. Llevan grabado en su corazón  el rostro doliente del Cristo-Universal y ayudan a llevar la cruz, de muchas maneras, a  otros.

-Podemos, en fin, ser de «los que aclamen al Señor». Con cantos, himnos y palmas. Pero  el arte de llevar la palma consiste, ya lo sabéis en «reconocerlo» y «testimoniarlo», en  «encarnarlo en nuestra vida», en contagiarlo a los demás con nuestra fe. Es menester que  lo hagamos. Porque «si no lo hacemos, hablarán hasta las piedras». (Sí, voy a esforzarme  en llevar con dignidad mi palma). 

ELVIRA-1.Págs. 131 s.


25.

«¿REPICAN O DOBLAN LAS CAMPANAS?» 

Sí, éste es un día en que uno no sabe exactamente a qué carta quedarse. La liturgia del  día, en un revuelo de palmas y hosannas, vestida de fiesta, rememora aquella entrada  triunfal de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén. Y hoy como ayer, hasta por las calles  aclamamos «al que viene en el nombre del Señor». Sabemos, por tanto, «por quién repican  las campanas». Pero, unos minutos después, bruscamente y sin paños calientes, la misma  liturgia nos narra la Pasión del Señor y nos dice: «Mirad cómo muere el Justo». Tampoco  preguntamos nada, porque sabemos muy bien «por quién doblan las campanas». Pero uno no puede quedarse ahí, en la mera contemplación de este «cara y cruz», en  esa externa contemplación -¿únicamente folclórica?- de este ambivalente «domingo de  Ramos». Tienen que calarnos varias ideas.

UNA.-«¡Cuán presto se va el placer!» El mundo en que vivimos, y de una acusada  manera nuestra época, busca frenéticamente un objetivo: la consecución y el disfrute del  placer. Hacia eso van nuestros afanes, luchas y quebraderos de cabeza. Paradójicamente,  mientras buscamos ese placer, la verdad es que nos desgastamos, nos peleamos y  sufrimos, a veces hasta enfermamos. Muchas veces incluso, cuando parece que  alcanzamos nuestro objetivo, no podemos disfrutarlo por nuestra pobre salud, o por lo poco  que dura. «¡Cuán presto se va el placer!».

DOS.-Este paradójico Jesús que, mientras es aclamado, piensa: «he aquí que subo a  Jerusalén, donde se cumplirán las cosas dichas por los profetas»; esta liturgia que, al  instante de recordarnos el «triunfo» de Jesús, nos lee su «fracaso» y su «Pasión», nos está  ofreciendo muy a las claras «otro enfoque» muy distinto de la dicha, otra manera de  caminar hacia la verdadera felicidad. Y es éste: que el Jesús aclamado y triunfal del día de  Ramos es, en realidad, el «siervo doliente de Yahvé», el que «cargó sobre sí nuestras  dolencias y borró nuestros pecados», el que, en una palabra, concibió su aventura humana  en la tierra como una entrega y un servicio. Consciente de que, por ahí, se llega a la  verdadera glorificación. Como consecuencia, el cristiano que no busca el placer por el  placer, sino más bien, orienta su vida como «un servicio», aunque en ese servicio vaya  incluida la cruz, llegará a la dicha. No la dicha pasajera de domingo de Ramos, sino la otra,  plena y clara del Domingo de Resurrección.

TRES.-Domingo y viernes, retrato del hombre. Los hombres somos así: una rara mezcla  de «domingo de ramos» y de «viernes santo». Un extraño brebaje de «hurras» y de  «maldiciones», de «palmas» y «pitos». Un constante emparedado -tanto en nuestras  relaciones con Dios como con nuestros prójimos-, de estas dos frases: «No puedo vivir sin  ti» y «No puedo vivir contigo». Somos el «tiovivo incesante del amor y el olvido, el amor y el  odio». Somos monedas de cara y cruz, moneda de curso muy corriente. Nuestro patrono es  Pedro. El mismo día que decía: «Aunque sea necesario morir contigo, yo no te  abandonaré», ese mismo día -o mejor: noche- negaba a Jesús tres veces, tres.

-Dime, Pedro, ¿por quién doblaba el gallo aquella noche su kikirikí? Y Pedro nos  contesta: «Atención, hermanos, porque nuestro enemigo el diablo anda alrededor de  nosotros buscando a quien devorar».

Sí, amigos, atención. Porque las campanas, ya se sabe unas veces repican y otras  doblan. A nosotros nos toca luchar para evitar que, de nosotros, se pregunte: «¿Por quién  doblan las campanas?» 

ELVIRA-1.Págs. 213 s.


26.

Entremos a celebrarla gran novedad

Con esta fiesta de hoy entramos a celebrar la gran novedad de la Pascua. Y quiero  insistir en esto de la "novedad". Porque nos puede suceder que vivamos estos días como  algo ya conocido. Y realmente es algo conocido lo que realizaremos: la liturgia, las lecturas,  los signos, la gente que vendrá y la que no vendrá... Pero a pesar de todo, la Pascua es  novedad. Las circunstancias con que la celebraremos este año no son las mismas que las  del año pasado. La vida, por más que pueda parecer rutinaria, va cambiando. Y la Pascua  actualiza el misterio de Jesucristo, muerto y resucitado, en cada vida, en cada generación,  en cada acontecimiento. 

La entrada en Jerusalén que conmemoramos con la bendición de los ramos ha de ser  también la entrada de Jesús a la Jerusalén que es cada vida, cada pueblo y ciudad, cada  país de esta tierra que Él pisa y por la que dio la vida. La Pascua será nueva porque "el  Señor "pasa" para cada uno y para el conjunto de su pueblo. Abrámosle las puertas de la  Iglesia y de cada casa, y de cada corazón, y dejemos que renueve en nosotros su "paso". 

"Jesucristo se rebajó. Por eso Dios lo levantó sobre todo". 

Hoy aclamamos a aquél que se rebajó. Y contemplamos, en su pasión, a quien nos ha  levantado de la muerte y nos ha dado la vida. Duelo y fiesta, vida y muerte, alegría y  tristeza... los contrastes de la vida de cada uno de nosotros los vemos, hoy, hechos carne  en Jesús de Nazaret, aquél en el que Dios ha querido vivir nuestra vida. La lectura de san  Pablo es un gozoso anuncio de la Pascua: "Jesucristo se rebajó... Por eso Dios lo levantó  sobre todo." Por ese rebajamiento, todos los que hoy y a lo largo de la historia sufren la  cruz serán también ensalzados por el que "derriba del trono a los poderosos y enaltece a  los humildes". 

He aquí la novedad siempre permanente de la Pascua: la muerte no tiene la última  palabra. Por eso tiene sentido la lucha y el esfuerzo de todos aquellos que "no hacen alarde  de su categoría" sino que se rebajan y se dan a los demás. Tiene sentido aunque comporte  la cruz, porque al final del camino se encuentra la vida.

"Dios mio, Dios mio, ¿porqué me has abandonado?" 

En este domingo de la Pasión del Señor dispongámonos a entrar a vivir la Pascua con  todos los que, como Jesús en la cruz, gritan por todo el mundo: "Dios mio, Dios mio, ¿por  qué me has abandonado?". Es el grito desgarrado de tantos hombres y mujeres que sufren  y por los que se da el mismo Señor. Entremos en la Pascua con ellos y dejemos que Jesús  entre en nuestras vidas y las transforme, las renueve. Porque él es nuestra esperanza,  nuestro camino, nuestro Señor. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 5, 19-20


27.

Un día para reconocer a Jesús como Mesías

Los evangelistas sitúan la entrada de Jesús en Jerusalén en los días que preceden a la  Pascua. Sin embargo, ellos han recogido las tradiciones relativas a este acontecimiento,  presentándolas dentro del marco de una entronización mesiánica, comparable con la de la  fiesta judía de los Tabernáculos: el Mesías esperado, en esta fiesta ha llegado realmente.  La fiesta judía de los Tabernáculos tenía lugar en otra época del año, distinta a la de la  Pascua: en la época de la recolección de las cosechas, para celebrar la fecundidad, al  mismo tiempo que se imploraba la bendición divina para el año nuevo. Este interés por el  año futuro había servido a los profetas para convertir la fiesta en una fiesta con carácter  escatológico. El ritual tradicional de la fiesta de los Tabernáculos incluía la costumbre de  agitar ramas de árboles (Lev 23,33-34; Neh 8,13-18). Ciertos ritos particulares, al ritmo del  Salmo 117/118, hacían referencia a la fecundidad de los últimos tiempos (Jn 7,38-39), y  constituían una verdadera entronización del futuro Mesías. 

El Domingo de Ramos se conjugan, en los recuerdos evangélicos, la inspiración pascual  con la inspiración mesiánica de la fiesta de los Tabernáculos. 

En nuestra celebración del Domingo de Ramos ocupa un lugar importante una procesión  que precede a la celebración de la Eucaristía. Los Ramos que llevamos en nuestras manos  son un símbolo de la dignidad real del Mesías. Jesús es el Salvador. Con él comienza el  Reino de Dios. El es el Mesías, palabra hebrea que en griego se traduce por Cristo, y que  en nuestra lengua significa el ungido. 

La fiesta de este día es un recuerdo

En realidad, nosotros recordamos en este día que Jesús pasó los últimos días de su vida  en Jerusalén. Jesús no era un habitante de esta ciudad. El venía del país de la Galilea;  había crecido, en Nazaret; luego vivió junto al lago de Genesaret, en el pueblo llamado  Cafarnaum. Seguramente que desde allí se desplazó por muchas partes, pero su punto de  referencia fue siempre su patria. Los judíos debían acudir a la ciudad santa con cierta  frecuencia, para celebrar las fiestas. Los evangelios nos hablan de la intención de Jesús de  culminar su vida en Jerusalén. Allí tenía que acontecer la salvación, según la esperanza de  los judíos. 

La fiesta de este día es también nuestra aclamación de Jesús como Mesías

No recordamos solamente lo que pasó en otro tiempo. Nosotros somos cristianos y serlo  significa reconocer que Jesús es el Cristo, el Mesías salvador. Hoy lo hacemos con  entusiasmo, como comunidad en marcha, como Iglesia viva que camina por el mundo. Así  en la procesión sentimos mejor lo que significa para nosotros ser Iglesia: un pueblo  peregrino que camina por el mundo como protagonista de una historia de salvación.  Confesar hoy que Jesús es el Mesías significa para nosotros trabajar en un mundo en el  que se haga realidad su proyecto: el reino de Dios en medio de nosotros. Nuestra  existencia cristiana no es una pura cuestión de palabras. Confesar que Jesús es el Mesías,  significa asumir un compromiso con su proyecto de salvación. 

¿Cómo inspirar nuestro mundo con los ideales de Jesucristo? En América Latina hemos  vuelto muy concreta la respuesta a esta pregunta: Hablamos de la construcción de un  mundo diferente. Insistimos en un esfuerzo liberador, que es entendido como un mirar a  todas las personas, desde la perspectiva de los pobres. Queremos edificar una comunidad  que vive ya en la base los grandes ideales del evangelio. 

Para volver a comprender el sentido profundo de nuestra fe que reconoce en Jesús al  Mesías, tenemos que volver a entusiasmarnos con los ideales del Señor: amor, servicio,  perdón. Tenemos que entusiasmarnos con los secretos profundos que él nos reveló: que  Dios, su Padre, nos invita a amar la vida, a superar la tentación de la violencia, a amar a los  demás, a superar la realidad de la injusticia. 

Nuestro Mesías es el Mesías de los pobres. 

La liturgia de hoy reactualiza la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén no de un modo  histórico, sino sacramental; nos hacemos contemporáneos de Jesús, en una dimensión que  trasciende el tiempo y el espacio. Nosotros no somos simplemente espectadores sino  actores de esta representación sagrada en la cual revivimos los misterios más importantes  de nuestra fe. 

Hoy se celebra la verdadera fiesta de Cristo Rey. Ese aspecto quizá queda un poco  relegado porque ya una atmósfera de dolor y tristeza comienza a apoderarse de la Iglesia,  pero muchas circunstancias nos indican que Jesús quiso darle un sentido mesiánico a este  gesto. El Monte de los Olivos, las palmas , el asno sobre el que montó Jesús . Este era la  cabalgadura de los reyes y por tanto del Mesías. Un texto de Zacarías: he aquí que tu rey  viene justo y salvador...montado en un asno, en un pollino hijo de asna (9,9) recibe una  interpretación mesiánica. Lucas aclara que sobre el asno nadie se había montado, para  recalcar el carácter sagrado de la bestia. En conclusión todos estos detalles le dan una  coloración mesiánica a la narración. 

En la lectura tomada del segundo Isaías, un personaje anónimo se ve perseguido con  violencia porque para algunos su mensaje es inoportuno. Ha sido enviado para consolar,  para dar una palabra de aliento. En el desempeño de su misión acepta plenamente el  sufrimiento, y, si no se resiste a la palabra de Dios, tampoco le hace frente a las injurias de  los hombres. En medio del sufrimiento experimenta la ayuda del Señor que lo hace más  fuerte que el dolor. 

¿Quien es este personaje? Mucho se ha discutido acerca de su identidad. Pero a  nosotros nos interesa más bien cómo interpreta el Nuevo Testamento este texto, cómo lo  relee. Jesús al meditarlo lo pone en relación con el destino que él vive como Mesías  rechazado. La comunidad cristiana primitiva lo utilizó para penetrar en el misterio de la  Pasión de Jesús, e inversamente Jesús es la clave que nos permite comprender en su  profundidad el texto de Isaías. 

Leído en el contexto de la Pasión el salmo 21 (22) nos impresiona profundamente. Nos  habla del inocente perseguido por los hombres y liberado por Dios. En Jesús de Nazaret  esta figura se hace realidad y los elementos que nos da el salmo nos permiten interpretar la  pasión de Cristo. Por eso las narraciones de la pasión citan implícita o explícitamente el  salmo. Es uno de los textos del Antiguo Testamento que más fácil se presta para una  trasposición cristiana. La pasión de Cristo va más allá, pues ella por sí misma es eficaz. 

En la segunda lectura el apóstol recoge un himno antiguo cristiano que está regido por el  esquema humillación/exaltación y que se desarrolla en una parábola de descenso y  ascenso. Este himno explica de una manera admirable el doble movimiento del misterio  Pascual: Jesucristo se ha abajado hasta la muerte en cruz y por eso Dios lo ha exaltado.  Verdadero Dios y verdadero hombre, Cristo no consideró como presa codiciable el ser igual  a Dios, sino que descendió hasta el fondo de la condición de servidor. Jesús que obedeció  al Padre y se humilló fue por él exaltado. Como el siervo del Señor (Is 53) el se anonadó  hasta morir, cargando con el pecado de las muchedumbres. La obediencia al Padre define  su existencia humana hasta el extremo de la cruz. Dios le ha dado un título que está por  encima de todos los títulos de nobleza: Señor. Delante de él la totalidad del mundo creado  dobla la rodilla y todas las lenguas proclaman que Jesús, el Cristo, es Señor. Es la  confesión fundamental de la fe cristiana. Pero es también la gloria del Padre, porque el  abatimiento y la exaltación de su Hijo para la salvación del mundo revelan finalmente quién  es Dios. Dios es amor: amar ¿qué es, si no entregarse, vaciarse de sí mismo por el bien del  ser amado? 

Para Lucas, Jesús en el relato de la Pasión, es el varón de dolores que, inocente (23,  4.14.22.47) sufre persecución y humillaciones, que ruega por sus enemigos y muere con  una expresión de entrega a la voluntad del Padre. Característica en Lucas es la insistencia  en que la pasión es el último ataque de Satán, la última tentación de Jesús. En alguna  forma la pasión es la continuación de las tentaciones del comienzo, que terminan en el  Templo y ahora, en Jerusalén, ha llegado el momento (Lc 4,13). Satán se oculta tras la  acción de Judas y de los enemigos de Jesús y se sirve de uno de sus discípulos y de los  dirigentes judíos para llevar a cabo el golpe decisivo contra él y hacer fracasar el plan  divino. Pero una vez más Jesús vence esta tentación y los poderes infernales que actúan a  través de los hombres quedan derrotados. Satán quería impedir el establecimiento del reino  de Dios tal como el Padre lo quería; en la cruz se repite por boca de los judíos lo que  Satanás había dicho en las tentaciones, si eres el Hijo de Dios sálvate a ti mismo. 

Esa última tentación se repite en la Iglesia y en nosotros cuando nos dejamos llevar de la  ambición del poder, o del dinero, o de la confianza excesiva en los medios humanos.  Cuando nos olvidamos de los pobres y no recordamos que el reino de Dios se construye  con medios humildes y sencillos. Los que aclamaron a Jesús no fueron las autoridades  religiosas o civiles, ni los ricos y poderosos, sólo los pobres, los sencillos y los humildes. Si  no tenemos siempre presente nuestra opción por los pobres, como nos lo repite la segunda  asamblea del episcopado latinoamericano en Medellín, estamos traicionando el mensaje de  Jesús. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


28.

1. Lecturas en la Misa del día  Isaías 50, 4-7 : el Siervo de Yavé se somete a los sufrimientos.

"El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he rebelado... Ofrecí la espalda a los que me  golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y  salivazos.."

Carta de san Pablo a los filipenses 2, 6-11 : Cristo se humilló por nosotros, pecadores. 

"Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios; al  contrario..., tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y... se rebajó hasta la  muerte, y una muerte de cruz"

2. Contexto litúrgico del día 

2.1. Señalemos en primer lugar que este día litúrgico, llamado "Domingo de Ramos" y  también "Domingo en la Pasión del Señor", es muy peculiar. La celebración no comienza  con la Misa sino con la Procesión en la que se recuerda la entrada del Rey-Mesías en la  ciudad de Jerusalén, bajo la aclamación de la gente (Mateo 21, 1-11). Un momento de  exaltación que será seguido por otro momento de condenación 

2.2. Ese gesto integral, es profético. Da cumplimiento a las profecías anteriores sobre el  Hijo de David, triunfador y derrotado, y encierra un mensaje impresionante: Jesús, el  Mesías-Rey, se presenta como Hijo de David, aunque en traje de humildad, sencillez y paz,  y lo hace ante una ciudad y pueblo que mañana le rechazará y condenará; y tanto la ciudad  como el pueblo no sospechan siquiera que sólo tras su triunfo sobre la muerte se  manifestará como el Señor de todos los salvados. 

2.3. Asumido el sentido de ese texto procesional de Mateo 21, el texto es confirmado en  la primera lectura de la Misa por Isaías, quien, en el tercer canto del Siervo penitente de  Yavé anticipó en varios siglos la tragedia que padecería el Mesías, Jesús, a manos de los  suyos. El Siervo sufrirá, dice el profeta, hasta desfigurarse su rostro con golpes, azotes,  insultos y salivazos...; pero lo hará, como Jesús en su entrada triunfal y en su abatimiento,  con sencillez, humildad, aceptación, ofrenda, voluntariedad. 

En esas frases tenemos el tono dominante de toda la celebración eucarística del día.  Veámoslo como himno a la humillación y como Pasión del Señor.

3. Himno de humillación y exaltación de Jesús 

3.1. Los exegetas dicen que el maravilloso texto introducido por san Pablo en su carta a  los filipenses (2, 6-11) tiene sabor viejo, es decir, que recoge el reconocimiento y la  admiración de la comunidad cristiana ante la grandeza del anonadamiento del Hijo de Dios  que se somete totalmente a la voluntad del Padre y a las consecuencias de su  encarnación.

3.2. El contraste entre lo que era el Hijo en el misterio trinitario y la bajeza de su  humillación como Hijo del hombre , "haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de  cruz", hacía prorrumpir a los fieles el himnos de exaltación: exaltación de la humillación y  sufrimiento, y exaltación de la gloria que mereció como Señor de todos los redimidos.

3.3. En lenguaje popular actual, diríamos: en el cielo, el Hijo era super-grande; en la  tierra, se humilló haciéndose super-humilde y víctima de nuestras ingratitudes; y tras la  resurrección fue super-exaltado, pues adquirió, en terminología paulina, un  Nombre-sobre-todo-nombre.

3.4. Con ello se marca claramente cuál es el itinerario espiritual a recorrer por quienes se  hagan discípulos de tal Señor: por la cruz a la luz, por la humillación a la exaltación, por la  muerte a la vida, por la nada al Todo.

4. Pasión de nuestro Señor Jesucristo 

4.1. Pretender hacer una homilía sobre el conjunto de la Pasión de Jesucristo sería una  temeridad y hasta una necedad. Ante lo más sublime uno se calla, mira, se extasía, se  entrega.

4.2. La Pasión de Cristo se lee, escucha, medita. Ante la Pasión uno se admira, se  conmueve, se deja penetrar por los sentimientos que despierta el Espíritu en la  conciencia... No más.

4.3. Pero hay más: ante la Pasión contemplada sería consolador que en cada cristiano se  suscitara hambre de amor, hambre de comunión, hambre de solidaridad, hambre de  justicia..., como si de cada uno dependiera que, en adelante, no haya más condenas, más  muertes, más abandonos...

4.4. Y para profundizar en esa idea, llegando a tomar actitudes nobles y santas, sería  bueno que el predicador, según las circunstancias, marcara algunos puntos entre los cuales  podría cada cual centrar su atención, afecto e intimidad con el Señor (percibiendo cómo  ama, sufre y muere); y que de tal encuentro amoroso surgiera el compromiso que obligue a  corregir nuestros errores y a robustecer nuestras actitudes valiosas. Pongamos algunos  ejemplos:

-Cuando voy leyendo la Pasión ¿me veo como un Judas que traiciona ?, ¿como un Pedro  que reniega y llora y se arrepiente ?, ¿cómo un Juan que está al pie de la cruz..?

-Al observar la fidelidad y lágrimas de algunas mujeres, que sacan muchos puntos -en su  carrera de amor- a los hombres, ¿quién es la que más admiro y con quien me identifico? 

-¿Cuál es mi actitud respecto de los sumos sacerdotes y ancianos ? En sus  circunstancias, ¿no habría sido yo como ellos? ¿No lo sería incluso ahora mismo?

-¿Me he sentido decepcionado por el pueblo que un día aclama al Profeta y al día  siguiente pide a gritos que lo crucifiquen? ¿Dónde queda nuestra coherencia e integridad?

-De entre las Palabras de Jesús en la cruz, ¿cuál es la que más me da en el corazón..?

-¿Soy acaso de los que "se lavan las manos" en la vida y ante los problemas, como  Pilato, juzgando erróneamente que las angustias, necesidades, sufrimiento, injusticias.., no  van conmigo?

5. Semana Santa, tiempo de conversión 

En nuestras manos está, guiados por la fuerza del Espíritu, dedicar los días de la  Semana Santa a profundizar en el misterio de la vida, del amor, de las traiciones fraternas,  de la falta de solidaridad con los pobres y humildes, de la vocación a la santidad.

Perder ese tiempo es perder un "tiempo de gracia".

DOMINICOS
Comisión de Predicación
Convento de San Gregorio


29.

EL TEXTO

Quisiera que comenzáramos nuestra reflexión con las Palabras de san Pablo en la segunda lectura: “Hecho uno de ellos, se humilló a si mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz”. Estas palabras nos dejan claro que la muerte de Jesús en la Cruz no fue un asesinato sino más bien una oblación, una entrega libre y consciente que Jesús quiso realizar. Los mismos judíos le decían en el momento de la crucifixión: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él”. ¿Por qué no bajo Cristo de la Cruz? ¿No hubiera sido mejor bajar de la cruz y convencer así a todos que él era el Señor, el Rey de Israel? ¿Pero, realmente creerían en él? Cuántas señales les había dado Jesús y con ninguna se habían convertido. ¿Qué le aseguraba que con ésta ellos se convertirían? ¿Por qué no lo hizo Jesús?

La Cruz no es una novedad para Cristo en el momento de enfrentarla; él ya lo había intuido con anticipación (tres veces había prevenido a sus discípulos de ello). ¿Pero por qué no la evitó, por qué no la esquivó como lo había hecho ante otras situaciones de amenaza? Jesús acepta la Cruz como rechazo de su proyecto del Reino, o sea como rechazo de Dios como un Padre, misericordioso, que busca la conversión del pecador, que no hace a un lado a nadie, de un Dios que quiere tu corazón más que tus ritos, de un Dios que es Amor incondicional. Es decir, Jesús había proclamado cuál era el verdadero Camino, la Verdad plena y la Vida eterna; pero si ellos no estaban dispuestos a aceptarla, Él no podía proponerles un Dios distinto para que no lo mataran. Jesús muere en la Cruz como signo perfecto de que todo lo que él había enseñado con sus palabras y obras era la Verdad y no había otra verdad por la que valiera la pena vivir. Si el mundo quería rechazarla, él “no cabía” en este mundo, pues Él era esa Verdad y esa Vida rechazada.

ACTUALIDAD

En este sentido podemos afirmar que los signos que llevaron a la Cruz a Jesús siguen presentes hoy en nuestro mundo. ¡Cuántas veces nuestras realidades cotidianas son un claro rechazo de las verdades del Evangelio! La injusticia, la corrupción, la mentira, la discriminación, las desigualdades humillantes, los excesivos gastos de algunos ante la miseria de otros, los ritos justificadores de injusticias (voy a misa pero no me importa mi prójimo), las envidias, el egoísmo, la insensibilidad ante el sufrimiento del prójimo, tantas omisiones, la violencia, etc. No tengo la menor duda que el Evangelio sigue siendo rechazado y Cristo crucificado, pero ¿qué nos toca a nosotros como cristianos? ¿Resignarnos y formar parte de estas estructuras? Eso no fue lo que hizo Jesús. Jesús nos enseña a no perder la esperanza, y ha ser COHERENTES con nuestra fe y vivir según las verdades que en ella encontramos. Eso significará muchas veces ser “crucificado” con Cristo, pero no podemos dar otra respuesta, no podemos cambiar de Dios para que el mundo “no me rechace”.

PROPÓSITO

Esta semana, no se trata de guardar un sentimiento de luto por que Cristo ha muerto; pues seríamos ciegos e hipócritas al no recordar que ya ha resucitado. Sin embargo, sí nos serviría mucho guardar un silencio reflexivo que nos ayude a descubrir cuáles son las actitudes con las cuales yo “rechazo” la Palabra y la obra de Jesucristo. Tal vez es tiempo de hacer un examen de conciencia que vaya más allá de: “mentí, tuve malos pensamientos y me enojé”. Nuestras actitudes, que son más profundas que las acciones, muchas veces rechazan a Cristo de una manera más radical. Reflexionemos esta semana, ¿EN QUÉ ME HA AFECTADO LA MUERTE DE CRISTO PARA QUE YO RECAPACITE Y ME CONVIERTA?

Héctor M. Pérez V., Pbro


30. Evangelio del Domingo de Ramos: Por mí
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
OVIEDO, jueves, 25 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, OFM, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca, sobre el Evangelio de este Domingo de Ramos, 28 de marzo (Lucas 22, 14-23, 56).



* * *

Hemos llegado al umbral de la Santa Semana. Tramo a tramo, nos hemos ido aproximando al escenario en donde Otro pagó nuestra cuenta debitada. Nos ponemos también nosotros en esa muchedumbre agolpada en aquel día en torno a la fiesta judía. Ellos y nosotros tenemos, siempre, unas oscuridades que piden ser iluminadas, unas muertes que esperan ser resucitadas. Nosotros estábamos allí. Y lo que allí sucedió entonces, para nosotros sucede hoy. En Jerusalén había la costumbre de dar la bienvenida a los peregrinos que llegaban para celebrar la Pascua con las palabras del salmo 118: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. Jesús no fue la excepción. El envió previamente a dos discípulos para que trajeran un borrico y a quien extrañado preguntase por qué, debían responder: el Señor lo necesita. Un humilde portador de quien viene como rey en nombre de Dios. La tradición iconográfica muestra más veces a un asno junto a Jesús: en el viaje de Nazaret a Belén cuando María llevaba en su seno al que nacería sin cobijo de posada, en la cueva del nacimiento, y en la huida a Egipto.

El Señor necesitaba ¡un borrico! Detalle cargado de humanidad y sencillez, contrapuesto a la cabalgadura del poderío. Son las necesidades de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes (1 Cor 1,26-28), y así se reconocerá en la imagen del Siervo tomando la condición de esclavo, sin hacer alarde de su categoría de Dios (Filp 2,6-11), para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento (Is 50,4-7).

Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención. En ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia, ha tenido un precio: Él ha pagado por nosotros. Debemos situarnos en ese escenario, pues es el nuestro propio en donde Dios, en su Hijo, nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre nosotros. Es el estupor que experimentaba la mística franciscana Angela de Foligno al contemplar la Pasión: “Tú no me has amado en broma”; o el realismo con el que Pablo agradecerá la donación de su Señor: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). Sin este realismo que personaliza estaríamos como espectadores ausentes, que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios desde la butaca de la lástima o de la indiferencia. Por eso puedo decir en verdad que yo estaba allí, todo fue por mí. Sólo quien reconoce ese por mí adorará al Señor con un corazón agradecido.


31. SAN BERNARDO

SERMON PRIMERO

Sobre la procesión y la Pasión

1. Inspirada por el espíritu de su Esposo divino, la Iglesia une hoy, con admirable sabiduría, la procesión y la Pasión. La procesión suscita vítores y la Pasión lágrimas. Como estoy al servicio de sabios e ignorantes, intentaré explicar a todos el fruto de esta unión.

Y comenzaré refiriéndome a los del mundo porque no es primero lo espiritual, sino lo animal. Que el hombre mundano observe y comprenda que la alegría termina en el pesar. Por eso aquel que practicó y enseñó tantas cosas, cuando se hizo hombre quiso demostrar personalmente con su palabra y su ejemplo lo que nos había dicho mucho antes por boca del Profeta: Toda carne es hierba, y su belleza como flor campestre.

Aceptó, pues, el triunfo de la procesión, consciente de que ya estaba inminente el día terrible de su muerte.

¿Podrá alguien fiarse de la gloria versátil del mundo si contempla al Santo por excelencia y además Dueño supremo del universo, pasando tan rápidamente de la victoria más sublime al desprecio más absoluto? Una misma ciudad, las mismas personas y en unos pocos días le pasea triunfal entre himnos de alabanza y le acusa, le maltrata y le condena como a un malhechor. Así acaba la alegría caduca y a esto se reduce la gloria del mundo. El Profeta lo observa y pide que el Señor viva en una gloria inmarcesible, es decir, que a la procesión no acompañe la Pasión.

2. Vosotros, en cambio, sois espirituales y podéis captar un mensaje más espiritual: por eso os presentamos en la proce­sión la gloria de la patria celeste, y en la Pasión el camino que a ella conduce. Ojalá que la procesión te recuerde el gozo y alegría incomparables de nuestro encuentro con Cristo en el aire, cuando seamos arrebatados en las nubes. Y que te con­sumas en el deseo de vivir el día glorioso en que Cristo entrará en la Jerusalén celestial. El irá como cabeza de un gran cuerpo; enarbolará el trofeo de la victoria, y no recibirá los aplausos de una turba vulgar, sino aquel himno de los coros angélicos y de los pueblos de la Antigua y de la Nueva alianza: Bendito el que viene en nombre del Señor.

La procesión te dice a dónde nos dirigimos, y la Pasión nos muestra el camino. Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino, como grita el ladrón crucificado: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Lo ve caminar hacia el reino y le pide que, cuando llegue, se acuerde de él. Tam­bién él llegó, y por un atajo tan corto que aquel mismo día mereció estar con el Señor en el paraíso. La gloria de la proce­sión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama.

3. Y no te extrañe nada oír que esta procesión es símbolo de la celestial, ya que al mismo se le recibe en ambas, aunque las personas y el modo sean muy diversos. En esta procesión Cristo va sentado en un bruto animal; en aquélla, en cambio, habrá animales racionales, como dice la Escritura: Señor, tú salvas a hombres y animales. Recordemos aquel otro pasaje: Soy como un animal ante ti y estaré siempre contigo. Y conti­núa, refiriéndose a la procesión: Tú agarras mi mano derecha, me guías según tus planes y me llevas a un destino glorioso.

Ni siquiera faltarán allí los pollinos, aunque murmure el hereje que no deja venir a los niños y les niega el bautismo. También él fue niño y quiso verse acompañado de una hueste de niños: los inocentes. No excluye de su gracia a los niños, porque no desdice de su misericordia ni está reñido con su majestad que el don de la gracia supla las limitaciones de la naturaleza.

Aquel gentío no alfombrará el camino con ramas ni mantos, sino que los animales simbólicos plegarán sus alas, los veinticuatro ancianos ofrendarán sus coronas ante el trono del Cordero, y todos los coros angélicos le brindarán y le dedica­rán su gloria y hermosura.

4. Y ya que hemos hablado del asno, de los mantos y de las ramas de árboles, quiero fijarme con más atención en las tres clases de ayuda que se le ofrecen en esta procesión al Sal­vador. La primera se la da el jumento en que va montado, la segunda los que tienden sus vestidos y la tercera los que cor­tan ramas de árboles. ¿No os parece que todos le presentan lo que les sobra, y honran al Señor sin molestarse ellos en nada, a excepción del jumento que se le ofrece él mismo?

¿Me callo para evitaros el peligro de la vanidad o hablo para alentaros? Yo creo que ese asno en que Cristo va sentado sois vosotros que, en frase del Apóstol, glorificáis y lleváis a Cristo con vuestro cuerpo. Los hombres del mundo cuando hacen limosna de sus bienes, no le ofrecen al Señor su cuerpo, sino lo que usa o necesita el cuerpo. Los prelados cortan ramas de árboles cuando hablan de la fe y obediencia de Abrahán, de la castidad de José, de la mansedumbre de Moisés o de las virtudes de otros santos. No hacen más que tomarlo de sus bien surtidas despensas; y deben distribuir gratuitamente lo que recibieron de balde. Si todos cumplen fielmente su minis­terio, es indudable que participan en la procesión del Salvador y entran con él en la ciudad santa, porque el Profeta predijo las tres clases de hombres que se salvarán: Noé cortando ramas para hacer el arca, Daniel que con su ayuno y abstinencia se convierte en el jumento que lleva al Salvador, y Job que hace buen uso de los bienes de este mundo y abriga a los pobres con la lana de sus ovejas. ¿Quién va más cerca de Jesús en la procesión? ¿Quién de los tres está en contacto más inmediato con la salvación? Creo que es muy fácil comprenderlo.

San Bernardo. Sermones Litúrgicos . B.A.C.


32. La cruz, camino de la vida._ Homilía del Papa en la misa del domingo de Ramos, 8 de abril 2001