COMENTARIOS AL SALMO 103

 

1.
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 
* El autor de este salmo ha "copiado", purificando de toda idolatría un himno egipcio en honor de Aton-Ra, el dios sol, compuesto por Amenofis IV. Vació, grosso modo, su lenguaje en el molde de los seis días del Génesis, introduciendo un gran optimismo ante la naturaleza... Poniendo en guardia finalmente ante el "mal" que la libertad humana puede hacer, y que finalmente debe desaparecer.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS
** San Juan presentó a Jesús como el Verbo Encarnado: "El Verbo, todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada". (Juan 1,3). "En El estaba la vida"...

Imaginemos a Jesús. "el hombre-Dios, que vino a vivir en medio de los seres que había creado, paseándose en sus dominios, en su obra maestra, mirando el mar, el sol, los animales, los seres vivientes. ¡las parábolas nos hablan de muchos de ellos!

La alusión al "pan" y al "vino", en la obra del hombre, nos recuerda la Cena, en la cual Jesús tomó en sus manos estos dos elementos para que lo representaran. La evocación del "soplo" de Dios que da vida, hizo que se seleccionara este salmo para la fiesta de Pentecostés: "Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra". Jesús, la tarde de Pascua, "sopló sobre sus apóstoles y les dijo: recibid el Espíritu Santo". (Juan 20,22).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO
*** Debemos descubrir constantemente la belleza, la fecundidad, el poder de la creación: a fuerza de vivir entre estas maravillas, nos habituamos a los paisajes, a los bosques, a las flores... No somos sensibles a su mensaje.

Este salmo, relieva el valor del fenómeno de la "vida" en relación con el "agua". La ciencia que nos permite conocer más profundamente los procesos biológicos, lejos de destruir nuestra admiración debería ampliarla.

Finalmente, no olvidemos que la "creación" es un acto siempre actual "de Dios": Dios mantiene permanentemente el ser a cuanto existe... ¡Crea sin cesar, en este instante! Y el Génesis afirma que Dios no hace nada sin nosotros, claro está, bajo su dependencia: "¡dominad la tierra y sometedla!" Todas estas maravillas evocadas por el salmo, pueden ser destruidas por el hombre; de allí la petición final: "que desaparezcan de la tierra los malvados". El pensamiento cristiano es fundamentalmente optimista (la creación es buena: "ella alegra a Dios", ¡dice el salmo!... No se trata de un optimismo beato e ingenuo: el perfeccionamiento de la creación es un combate: "contra el mal".

50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 210 s.


2.

El texto del salmo 104 es más frondoso que el del 19, pero todo se aclara en el momento en que su composición se pone de manifiesto.

Este salmo pasa revista a la obra de Dios en el cosmos, elemento por elemento, en un orden que se aproxima mucho al adoptado por el más célebre de los relatos de los comienzos (Gn 1,1-2,4) para narrar los primeros días del mundo.

La luz te envuelve como un manto (v. 2).

Así comienza el salmo, mientras que el Génesis empieza por describir las idas y venidas del Espíritu sobre la faz de las aguas (Gn 1,2). Aquí, los vientos no intervienen hasta un poco más tarde (vv. 3 y 4). Pero este puesto privilegiado que se otorga a las aguas no deja de guardar alguna relación con el primer día del mundo. Luego despliega Dios los cielos como una tienda (v. 2) y las aguas superiores se sitúan en el emplazamiento que les corresponde. Afirma la tierra y la separa de las aguas que se convierten en las aguas de abajo al descender hacia el lugar que les ha sido asignado:

Mientras subían los montes
y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado (v. 8).

Estas palabras designan el océano y sus estanques profundos, que reciben las aguas cuando bajan de las cumbres de la tierra. El Génesis asigna esta obra al tercer dia.

Luego aparecen sobre la tierra hojas, praderas, trigo, viñas, cedros y cipreses (vv. 12-18). Es también la obra del tercer día, según el Génesis. En el lugar que corresponde en nuestro texto al texto del cuarto día, Dios sitúa los mismos objetos que en el Libro del Génesis: luna y sol (vv. 19-20):

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.

Al quinto día corresponden en los dos textos las aves y los peces. El sexto día, finalmente, Dios da el alimento (Gn 1.29-31):

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo;
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes (w. 27-28).

Este orden paralelo, sin embargo, no debe hacernos creer que también el salmo narra la creación. Una cosa es narrar y otra describir. Aquí no se narra, sino que se describe la creación. El autor de Gn 1 se detiene en cada obra para precisar el día. Recoge ya el gran palpitar que cuenta el tiempo; narra y fecha. Nada parecido hay en nuestro poema, que se dedica a describir lo que ahora existe. Así lo confirma una importante divergencia que advertimos entre el salmo y el relato: fieras y hombres no aparecen, en el salmo, el sexto día, como en el relato. No vienen al final. Ya estaban allí desde la descripción de los primeros elementos; mientras que los animales del Génesis surgen cuando todo lo demás está ya en el escenario, aquí los onagros (los asnos salvajes del v. 11 ) ya beben el agua que desciende de las montañas; los árboles aparecen ya poblados de pájaros, mientras que la separación del día y de la noche, obra del cuarto día, permite a los hombres y a las fieras no encontrarse cuando salen, pues las horas de la noche se reservan a los animales salvajes:

Cuando brilla el sol se retiran
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer (vv. 22-23).

El mar lleva a sus lomos al Leviatán (cf. Gn 1,21: los grandes dragones), pero también a los barcos y a sus tripulaciones, por tanto: hombre y animales en todo momento.

El primer capítulo del Génesis, con sus cuatro cuadros, es la tira narrativa del pasado más remoto, de la primera semana. Nuestro poema suprime las barras verticales que separan las viñetas (menciones de los días), mantiene el orden de los días de la creación, pero disemina a los vivientes en medio de todos ellos, todo a lo largo de lo que era la tira narrativa. Ya no es una tira narrativa; ya no es la primera semana del pasado lo que vemos.

Gracias a la sobreimpresión del espectáculo cotidiano sobre la tira narrativa de Gn 1, nos situamos ante el acto creador tal como hoy se nos hace visible. No es el ayer en que las aguas de abajo descendieron al lugar que Dios les tenía preparado, sino que siguen fluyendo hoy mismo: veámoslas desbordar por las laderas de las montañas.

El agua fluye y su movilidad que anima todo el poema es también el mejor símbolo de lo que éste quiere decir. Si bien es verdad que la creación se desarrolla en el pasado, nosotros tendemos a olvidar que es un acto y a fijarnos únicamente en sus resultados, pero los resultados del más antiguo de todos los actos nos parecen naturalmente los más inmóviles de todos los resultados, como las grandes masas del cosmos. Aquí ocurre todo lo contrario: en la movilidad presente no vemos ya el efecto o el resultado del acto, sino el acto mismo, y además como presente Estamos habituados a oír con más frecuencia que Dios creó, y la fórmula mantiene su pleno sentido. Pero el salmo nos recuerda, en presente, que Dios crea. Crea nuestro presente, que es móvil. Si la atención se ve llamada aquí a concentrarse en el presente móvil, en lugar del pasado inmóvil, de ahí se seguirá que lo más presente y lo más móvil se manifestará como el objeto por excelencia del acto creador de Dios. ¿Y qué puede haber más presente y más móvil que un viviente? Por eso aparece Dios aquí sobre todo como creador de cuanto vive. Ya hemos indicado que, en comparación con la tradición del «relato de creación» (Gn 1), la masa de los vivientes aporta en este poema la principal variación: toda la composición se remodela en función de los vivientes. El hilo conductor del texto es la condición de los vivientes. No se trata únicamente de las ideas, sino del empleo mismo de las palabras, que confirma (y es lo que importa en poesía) esta organización. El término «crear» no ha sido escrito, en resumidas cuentas, más que una sola vez a lo largo del poema, y ello para expresar el acto que hace existir los seres vivientes, el acto de transmitirles el aliento (v. 30).

Nada tan tenue como el aliento. Pero la fragilidad es inseparable de la condición de los vivientes. Es su manera —extrema— de hacerse presentes. Lo extremadamente tenue es lo extremadamente presente. Sin duda, lo sólido e inmóvil posee también la calidad de presente, como las grandes masas del cosmos. Pero lo solidísimo no está únicamente presente. Es además otra cosa, por lo que tiene de pasado y de futuro: estuvo y estará en la misma medida en que está. Presente, pasado y futuro, estas tres esencias se reparten, en lo solidísimo y en lo más macizo, el lugar que la esencia del presente ocupa por sí sola en lo frágil, en la rosa o en el insecto. Tal es la calidad del ser vivo: estar suspendido en la esencia más pura del presente, que es el instante, en la dependencia del alimento y del aliento. Quien dice «vida», dice «precariedad sostenida y mantenida», el «ahora» que es la «persistencia de un instante»:

Todos ellos aguardana que les eches comida a su tiempo;
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian le bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo (vv. 27-29).

Estar cerca de la esencia del presente, por tanto, es estar cerca de la esencia de Dios.

Esta proximidad con respecto a la esencia es la condición de la imagen, que no es la esencia, pero que tampoco puede estar muy lejos de ella. En todo el mundo, sólo el ser vivo es imagen del «Dios vivo». Pero, ¿cómo explicar que lo más cercano a Dios de toda la creación sea a la vez lo más precario? En efecto, la creación no quedó acabada cuando Dios creó el sentido. Después de haber inscrito el arriba y el abajo con los grandes actos de separación, sobre el volumen del mundo, quedaba por señalar la mención de la fragilidad. ¿No decíamos acaso que precisamente en ese punto de fragilidad es donde puede captarse el acto de la creación? De este modo nos vemos llevados a una divisoria, si queremos como si no, como tantas veces le ocurre al lector de la Biblia: el presente es en nosotros la imagen de la esencia pura de Dios, pero no experimentamos el presente sino en el hecho justamente de que pasa. Resulta, pues, que nuestra fugacidad, nuestra misma mortalidad queda exactamente vinculada de este modo a lo íntimo de nuestra condición de imagen de Dios, que es su contrario. Dios hace su imagen como un presente fugaz, pues Dios es Dios y su imagen no puede subsistir sino en la medida en que se recibe a sí misma de Dios. No habrá imagen de Dios si ésta se recibe de sí misma; la imagen de Dios no pasa de ser una mentira si Dios no le está presente, si Dios no le ama. Vivir como precariedad mantenida es la única condición posible de la imagen. Porque eso es vivir del amor de Dios, pues no puede haber imagen de Dios sin el amor ni imagen de Dios aparte de Dios. Este nexo entre la precariedad y la esencia de la imagen se expresa en el hecho de que el aliento, que es la precariedad misma, es también lo divino esencial, si es verdad que la vida es aliento de Dios:

Envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra (v. 30).

En virtud del aliento, rostro de Dios e imagen de Dios (el ser vivo) hacen algo más que asemejarse: se tocan. No se les permite, si bien lo pensamos, quedarse en la mera semejanza, que no pone remedio a la distancia y que podría dejarnos crcer que Dios es imitable o multiplicable. Si Dios es uno y no dos, el rostro borra la distancia al atraer hacia sí su imagen y la toca por el aliento de su amor.

Contengamos, sin embargo, el impulso que arrastra a todo cristiano, llevado por su liturgia, hacia esas regiones prometidas: emite spiritum tuum et creabuntur. Volvamos a los tiempos anteriores a Cristo. Que la faz de la tierra «se renueva» significa, en el horizonte de nuestro salmo, esto: los vivientes pueden ser segados casi cada día, pero Dios no dejará de enviar a otros su aliento. La «creación» se manifiesta en el hecho de que hay incesantemente seres vivos, pues la vida tiene el poder de renovarse. Crear es aquí el término reservado (único caso en que aparece) a ese poder de mantener sobre la tierra la novedad de la vida, las jornadas siempre nuevas, los vivientes siempre nuevos.

Retrocedamos hasta este horizonte para compartir la alegría que mantiene dentro de sus límites el hombre precario, pero que también obtiene de esos mismos límites:

Cantaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista (v. 33).

¿Habremos de contener nuestro impulso precisamente cuando hemos recibido con el Evangelio una más hermosa esperanza? ¿Era preciso retroceder hasta los tiempos anteriores a él? Era preciso, pues en ese camino encontraremos a muchos de nuestros contemporáneos que, sin poseer toda nuestra esperanza, son capaces de amar a Dios y de amarle genuinamente. Era preciso también para que nuestra esperanza no deje de ser verdadera esperanza y no se transforme en un saber satisfecho unas veces y vacilante otras. Y dicho esto, no habremos de sonrojarnos si leemos nuestra esperanza en este salmo, sin dejarnos intimidar por el escrúpulo, quizá pedante en exceso, de quienes quisieran que el sentido de un texto se contraiga a las certidumbres verificables que, según se supone, pretende comunicar. De hecho, el salmo 104 debió de comunicar a Israel mucho antes de los tiempos del Evangelio (si el autor lo pretendió como si no) una esperanza muy cercana a la nuestra. Sólo habla de los vivos y subraya así lo que tienen en común la condición de las bestias y la de los hombres. Una comunidad que, como ya sabemos, fascina al hombre bíblico. Pero lo cierto es que antes había sido posible leer que sólo el hombre, no el animal, era imagen de Dios o, al menos, que Dios no se había acercado a ningún animal (Gn 2,7). En esta diferencia podía apoyarse la esperanza de que al ofrecer a Dios toda su precariedad en el momento de entregar el último aliento, el hombre sea traído hacia la esencia pura del presente tal como es en Dios. Tal sería la creación verdaderamente «nueva», la que escapa a la repetición de la cadena de los vivientes.

PAUL BEAUCHAND
LOS SALMOS NOCHE Y DÍA
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981. Págs: 172-177


3.

EL SALMO DE LA CREACIÓN

El salmo 103 ( 104 de la numeración hebrea) es, quizá, uno de los salmos más antiguos que contiene el libro de los salmos y uno de los más estudiados por los comentaristas del presente siglo. El salmo canta la grandeza de Dios en las obras maravillosas de la creación.

Es un himno celebrativo que brota de un corazón ardiente de fe que sabe reconocer la presencia del creador en la naturaleza y su providencia en la asistencia que presta a las diferentes criaturas.

Hay otros salmos que comparten con éste la labor de alabar al creador a partir de sus obras: 8, 18 (v.2-7), 28 y 148. Pero este salmo, a diferencia de los demás, hace una presentación amplia y sistemática de las maravillas de la creación, lo que motiva que algún comentarista lo haya situado al lado de Gn 1 y Gn 2, como una tercera relación de la obra creadora de Dios.

Presentaremos este salmo a partir de su paralelismo con la literatura egipcia, veremos después los aspectos exegéticos, su teología y, finalmente, la lectura cristiana que de él hace la liturgia.

Los origenes del Salmo 103

Respecto a los orígenes de este salmo, se ha estudiado largamente la posible relación de dependencia entre El himno de Atón del faraón Amenofi IV, hallado en la pared de la tumba de un funcionario real de Tell El-Amarna, en Egipto. No parece que haya habido una dependencia literaria directa, como si el autor del Salmo 103 haya tenido el texto ante sus ojos y haya hecho una simple adaptación yahvista; más bien se acepta un cierto influjo indirecto.

Amenofis IV, llamado también Ankenatón, fue un faraón del siglo XIV a.C. que trasladó la capital egipcia de Tebas en el centro del país a un lugar llamado actualmente El-Amarna, como signo de la nueva religión que quería implantar: el abandono del politeísmo y la creencia en un único Dios, creador del universo, que tenía su representación visible en el disco solar (atón en egipcio). El faraón, casado con la famosa Nefertiti, compuso un largo himno de alabanza al papel creador y benéfico de Atón.

El himno es una glorificación de las obras del Dios-sol en el que destaca su carácter exclusivo, su acción creadora y providencial es universal: crea y diversifica las razas y las lenguas, da vida a todos los países con su luz y con el agua del Nilo y de las lluvias de las montañas. El faraón es el hijo de la divinidad. Dios es trascendente, a pesar de que está presente en toda la creación, no obstante continúa siendo misterioso incluso para sus propios fieles.

Hallamos parecidos entre el himno de Atón y el salmo 103: la mención de los leones y las fieras, el ritmo diario del trabajo humano, el río y las lluvias de los montes, la acción providente de Dios que alimenta a sus criaturas...

En la época de la composición de este himno, había una rica relación diplomática y cultural entre la capital egipcia en El-Amarna y las poblaciones cananeas, como lo evidencia la rica correspondencia conservada en el archivo real. Es, por tanto, verosímil, pensar que el himno pasó del valle del Nilo a Canaán y allí, en el transcurso de los siglos, acabó formando parte de la cultura popular que asimilaron los israelitas.

Años más tarde, un fiel yahvista, quiso componer un himno de alabanza a Dios por la creación, y tomó frases literarias de otras composiciones anteriores, herederas lejanas del himno egipcio.

Estructura y contenido

Podemos dividir esta pieza hímnica en tres partes: v. 1-4 forman la introducción; v.5-30 son el cuerpo del salmo; v.31-35 son la parte final.

En la parte inicial el salmista describe la grandeza real de Dios: envuelto de luz como un manto, vestido de belleza y majestad, habitando en una morada sobre las aguas celestes, a quien las nubes le sirven de carroza y los vientos de mensajeros. Es el Dios magnífico de la tormenta que será alabado también por el salmo 28. Se trata de una visión introductiva que tiene por misión indicar el carácter celeste y divino de la labor creadora.

En el cuerpo del himno se presenta sistemáticamente la creación, a partir de algunos miembros que la componen: la creación de la tierra con las aguas del abismo y los océanos (comparen los vv. 5-9 con Gn 1); a continuación viene el agua de las fuentes y los ríos que se nutren de la lluvia, necesaria, debido a su fertilidad, para la vida de los animales y los hombres, lo que le permite hablar del pan, del vino y del aceite, alimentos básicos de la cultura hebrea (vean Os 2,10; Si 38,26) (v.10- 18); después viene la creación de la luna y el sol a fin de señalar el ritmo de la jornada con la alternancia entre el día y la noche, que influye en la vida de los animales y del hombre (v.19-23); a continuación encontramos una alabanza global a las obras del Señor con una referencia a la vida del mundo marino, desde una perspectiva optimista: el mar, ancho y dilatado, en él bullen, sin número, animales pequeños y grandes, lo surcan las naves y el retozón Leviatán (v.24-26); finalmente, este cuerpo del salmo, subraya la providencia divina, sosteniendo la vida de las criaturas y nutriéndolas con el alimento cotidiano (v.27-30).

Todo conluye con una doxología final en la que el salmista expresa su reverente y gozosa admiración por el Señor, creador y dispensador de todo bien. Pero el autor es consciente de que el cuadro que ha ido pintando a lo largo del salmo es demasiado optimista, en la tierra también existe el mal que contrasta con la bondad divina. Es por eso que al final del salmo expresa su deseo de renovación del mundo, con la desaparición de los malvados y los pecadores, para que la creación se convierta en lo que Dios quiere que sea.

Exégesis del salmo

No se trata ahora de hacer una lectura técnica del texto del salmo; sino más bien de dar unas pistas de comprensión de los aspectos más significativos que nos aporta el salmo 103.

La invitación introductoria, "Bendice, alma mia, al Señor", la hallamos también en el salmo 102 que nos habla de Dios como un padre misericordioso para con sus hijos. La bendición que el hombre dirige a Dios es un humilde reconocimiento de su bondad y un vivo agradecimiento por la acción de esta bondad hacia el salmista y el mundo que le rodea. La bendición hebrea abarca un contenido más amplio que la bendición cristiana, hasta el punto que una buena parte de las plegarias litúrgicas judías son bendiciones, que van rimando la jornada del creyente.

Según la mentalidad mitológica de la época en que el salmista compone su oración, Dios es imaginado como un soberano real, que se ha construido un palacio magnífico en las alturas, que tiene por ejército todos los fenómenos atmosféricos (lluvia, vientos, nubes, relámpagos, truenos...; ver el salmo 148 y Si 39,28) y los elementos del firmamento (estrellas, luna, sol). Dios ha construido un cosmos, luchando contra el caos mitológico inicial; este caos es presentado por el mar, que Dios ha dominado y le ha impuesto un límite, y que aún contiene un monstruo mitológico -Leviatán- que Dios ha domado y ha convertido en un animalito retozón. La lucha de Dios contra las aguas nos la recuerda también el relato del diluvio: las aguas luchan contra la tierra, cubriéndola, hasta que Dios les ordena que se retiren y no vuelvan nunca más a cubrirla. Después de haber separado las aguas de la tierra y de haber canalizado los ríos y las fuentes para que aporten fecundidad a los campos, Dios se dedica a cuidar las plantas, los animales y el hombre. La creación es imaginada así como una labor constructora y organizativa, cuyo artífice es el único Señor.

A la imagen del Dios luchador contra el caos, constructor de palacios, organizador de la tierra, ahora el salmista añade la del agricultor. Dios sale cada día, cargado de forraje y grano para alimentar a los animales, tanto a los salvajes como a los domésticos, que lo están esperando a su tiempo.

El v.30 ha sido visto por algunos comentaristas como una referencia implícita a la resurrección: "Envias tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra ". No obstante no hallamos en este versículo una referencia clara a la idea de la resurrección de los animales difuntos. Parece, más bien, que el autor se eleve a vista de pájaro y contemple el devenir de las generaciones sobre la tierra: Dios va creando animales que pueblan la tierra, según sus especies (cf. Gn 1), en parejas fecundas... unos mueren y nacen otros, y así se continúa el ciclo vital. Ahora bien, toda vida es aliento que Dios insufla en los seres (cf. Gn 2,7; 6,17; 7,15). Dios controla la permanencia de este aliento de vida: "Tiene en su mano todos los vivientes y el aliento del hombre " dice Job 12,10; por eso cuando Dios retira su espíritu-aliento de los seres, mueren: "Si Dios pensara en si mismo y retirara su soplo y aliento, todos los vivientes expirarían a un tiempo, los hombres volverían al polvo " (Job 34,14-15). Dios es el señor de la vida y con ella gobierna el suceder de las generaciones sobre la tierra.

Cuando uno piensa que el salmo ya ha acabado nos encontramos con un versículo final que perturba la armonía y la belleza de la obra de Dios: los malvados y los pecadores. El salmista añade un deseo de aniquilamiento de los malvados que habitan la faz de la tierra.

Si Dios, que en la tarea de la creación, ha sido capaz de luchar contra el caos y domar al monstruo Leviatán y lo ha convertido en juguete inofensivo, ¿no será también capaz de reprimir a los pecadores? ¿Cuándo llegará aquella creación libre ya del pecado y de la muerte?

Mensaje teológico

El autor del salmo 103 nos da una lección de mirada creyente y contemplativa sobre el universo. Es cierto que los conocimientos científicos actuales sobrepasan y convierten en ingenua la mentalidad primitiva con que se expresa el autor; sus convicciones de fondo, no obstante, son para nosotros un modelo de fe contemplativa.

Con la contemplación, la naturaleza queda transformada, el mal casi desaparece, el esfuerzo agotador del trabajo humano queda eclipsado por una labor al servicio del plan divino. Detrás de todo lo que existe aparece la mano de Dios que sostiene el océano, da alimento a los ganados, infunde su aliento sobre los animales. Dios es el artífice de todo lo creado, el hombre participa de ello desde la contemplación creyente.

Dios y la creación

La tarea divina de la creación del cosmos es concebida bajo imágenes diversas en la Biblia, según la época de dotación de los textos. La imagen de un creador trascendente, sin rostro ni figura, que crea de la nada, con la única fuerza de su palabra, que impone nombres, crea especies, otorga una vitalidad fecunda y generadora y, finalmente, se retira a descansar... la hallamos en Gn 1, la primera página de toda la Biblia. Esta imagen, no obstante, no es de las más antiguas, sino relativamente reciente. El Salmo 103, junto con Gn 2, nos presentan una imagen más primitiva: Dios es, en realidad, un artesano, un constructor, un rey que lucha contra el enemigo, un agricultor que planta, riega y da de comer.

Si en Gn 1, Dios está por encima de la creación y externo a ella; en el salmo 103 está dentro de la creación, donde trabaja y habita. Aquí Dios no descansa, continúa trabajando día tras día: riega las montañas, hace germinar, dispone la tiniebla o hace salir el sol, alimenta a las criaturas, da o quita el aliento.... configurando los ritmos cronológicos y biológicos de cuanto existe.

El hombre y la creación

Contrasta la alabanza que del papel destacado que tiene el hombre en la creación hace el salmo 8, con el humilde papel que tiene el hombre en este salmo 103: "Cuando brilla el sol... el hombre sale a sus faenas, hasta el atardecer", y también "él saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazón; y aceite que da brillo a su rostro y alimento que le da fuerzas".

Contrasta también esta armonía entre el esfuerzo del hombre y los productos que le ofrece la tierra, con la maldición de Gn 3: "Maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado" (v.17-19). En el texto del Génesis hay una lucha entre el hombre y la naturaleza, el hombre la trabaja con esfuerzo y fatiga y ella le paga con abrojos y espinas. En el Salmo 103 el hombre obtiene pacíficamente el pan, el vino y el aceite.

El hombre es esencialmente trabajador, homo faber. La audacia del autor consiste en englobar el homo faber en el interior de la naturaleza, como parte armónica de ella. A la fecundidad de la tierra, el hombre aporta su trabajo. La naturaleza no es idealizada, como por ejemplo en Dt 8,8: "tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel "; o bien en Ex 3,8: "una tierra buena y espaciosa; una tierra que mana leche y miel ". El hombre domina y somete la tierra con su trabajo fecundo, la domina sin explotarla. El hombre continúa la labor de Dios.

Lectura cristiana

La liturgia romana reserva este salmo, en la Liturgia de las Horas, para el Oficio de lecturas del domingo de la II semana del Salterio, con el titulo "Himno al Dios creador"; también se reza en el Oficio de lecturas del miércoles de la octava de Pascua y el domingo de Pentecostés. En el leccionario de la Eucaristía se utiliza como salmo responsorial acompañando a Gn 1 y 2 el lunes y el miércoles de la semana V del tiempo ordinario de los años impares y en la Vigilia pascual; también se usa como salmo responsorial en las misas de la Confirmación y en la misa de acción de gracias después de la cosecha.

Podemos decir que, globalmente, la liturgia le da un carácter marcadamente pascual. El domingo es el día de la resurrección pero lo es también de la creación; y en este marco lo reza la comunidad cristiana. En el v.30 la liturgia descubre una alusión al aliento de la nueva creación: el Espíritu pentecostal.

La relación entre el salmo 103 y Gn 1 ya la habíamos hecho notar, y la liturgia se hace eco de ella. Contienen puntos de vista parecidos, respecto a la bondad de la naturaleza y de su fecundidad.

Una clave de lectura y de interpretación cristiana del salmo la puede aportar Pablo en su carta a los Romanos: "Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (8,19-21). La visión de Pablo no es tan optimista como la del salmista; ambas no obstante son complementarias. El pecado del hombre hace estragos en la naturaleza; el hombre nuevo, del que Jesucristo resucitado es ya la primicia, libre del pecado, aportará una nueva relación con la naturaleza, que se verá libre también del fracaso.

Desde una mirada cristiana, en el día de la resurrección, el salmo 103 canta la obra creadora y recreadora de Dios en la persona de Jesús, que libera la creación del pecado y de la injusticia y la devuelve a la bondad original.

JORDI LATORRE


4. ARMONIA EN LA CREACION

Me propongo descubrir la belleza de tu creación, Señor, pensando en la mano que la hizo. Tú estás detrás de cada estrella y detrás de cada brizna de hierba, y la unidad de tu poder da luz y vida a todo cuanto has creado.

«Extiendes los cielos como una tienda, construyes tu morada sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento; los vientos te sirven de mensajeros, el fuego llameante, de ministro».

Tu presencia es la que da solidez a las montañas y ligereza a los ríos; tú das al océano su profundidad, y al cielo su color. Tú apacientas las nubes en los campos del cielo y las haces fértiles con el don de la lluvia sobre la tierra. Tú guías a los pájaros en su vuelo y ayudas a la cigüeña a hacerse el nido. Tú le das al buey su fuerza, y a la gacela su elegancia. Tú dejas jugar a los grandes cetáceos en el océano mientras peces sin número surcan sus abismos.

De todos te preocupas, a todos proteges; diriges sus caminos y les das alimento para regenerar sus fuerzas y su alegría.

«Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas, y la atrapan; abres tu mano, y se sacian de bienes».

Y en medio de todo eso, el hombre. El hombre existe para contemplar tu obra, recibir tus bendiciones y darte gracias por ello. ¡Cuánto más te cuidarás de él, heredero de tu tierra y rey de tu creación! Lo alimentas con los frutos de la tierra para formar su cuerpo y liberar su mente. Tú mismo le ayudas a que saque esos frutos y elabore ese pan.

«El saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazón, y aceite que da brillo a su rostro, y alimento que le da fuerzas».

Después envías a la luna y las estrellas para que guarden su sueño, ordenas los días y las estaciones según los ritmos de la vida, iluminas el universo con el sol y cubres la noche con las tinieblas.

«Hiciste la luna con sus fases, el sol conoce su ocaso. Pones las tinieblas y viene la noche y rondan las fieras la selva. Cuando brilla el sol, se retiran y se tumban en sus guaridas; el hombre sale a sus faenas, a su labranza hasta el atardecer».

Todo está en orden, todo está en armonía. Innumerables criaturas viven juntas, y se encuentran y se saludan con la variedad de sus rostros y la sorpresa de sus caminos. Cada una resalta la belleza de las demás, y todas juntas componen esta maravilla que es nuestro universo.

Sólo hay una nota discordante en el concierto de la creación. El pecado. Está presente como un borrón en el paisaje, como una hendidura en la tierra, como un rayo en el firmamento. Destruye el equilibrio en el mundo del hombre, ennegrece su historia y pone en peligro su futuro. El pecado es el único objeto que no encaja en el universo ni en el corazón del hombre. Al contemplar la creación, me hiere ese rasgo violento que desfigura la obra del Creador, y mi contemplación del universo acaba, como el salmo, con el grito encendido de mi alma herida:

«¡Que se acaben los pecadores en la tierra, que los malvados no existan más!»

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS

Paulinas. Sal Terrae. Santander-1989, pág. 199


5.

El salmo 103 proclama a Dios admirable en las obras de la creación. Para el creyente, la creación se hace transparente, y ve en ella la mano de Dios. Especialmente, en el misterio de la vida. Una misma palabra, "ruah", designa en hebreo el viento, el aliento y el espíritu vital (los traductores griegos lo llamarán pneuma, y los latinos spiritus). Si un hombre, animal o planta muere, el salmista que contempla la naturaleza entiende que Dios le ha retirado el ruah, y por eso vuelve al polvo de donde había salido (v. 29). Pero Dios no cesa de enviar su espíritu a la tierra, renovando así la creación y repoblando la faz de la tierra (v. 30, R/). Todo aliento de vida de la creación es una participación o reflejo del ruah de Dios. Si hay vida sobre la tierra es porque Dios no cesa de enviar su aliento. Por eso la vida es sagrada. El gesto de Jesús exhalando su aliento sobre los discípulos sugiere el sentido cristiano de este salmo.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 11