59 HOMILÍAS PARA PENTECOSTÉS
(31-45)

 

31. 

1. No comprenderemos nada del acontecimiento de Pentecostés que nos describen los Hechos de los Apóstoles, si no tenemos siempre presente que el Espíritu que desciende sobre la Iglesia es tanto el Espíritu de Jesucristo como el de Dios Padre; dicho con otras palabras: el Espíritu de su amor recíproco hasta la total inhabitación del uno en el otro, amor que tiene al mismo tiempo su fruto, la tercera persona en Dios. En la creación tenemos un símbolo lejano de este amor sobre todo en el amor conyugal entre hombre y mujer, fecundo más allá de sí mismo en el hijo de ambos; todo hijo es una prueba encarnada del amor consumado: es el «un solo cuerpo» de sus padres.

La tempestad y el fuego, con el que el Espíritu llena en Pentecostés a la Iglesia en su totalidad y a cada discípulo en particular mediante una lengua de fuego que se posa encima de cada uno, es para ella la prueba que Dios Padre y Dios Hijo le dan de su fecundidad: en el Espíritu de la fecundidad divina, la Iglesia podrá ser también fecunda en lo sucesivo, cosa que se manifiesta enseguida en el milagro de que cada uno de los judíos devotos que entonces se encontraban en Jerusalén, procedentes de todas las naciones de la tierra, oían hablar a los discípulos en su propia lengua. Es exactamente lo contrario de lo que ocurrió cuando los hombres pretendieron construir la torre de Babel: pretensión de ser, a partir de la sola fuerza del espíritu humano, una única unidad internacional que apuesta abiertamente contra la unidad de Dios («Son un solo pueblo con una sola lengua. Y esto no es más que el comienzo de su actividad»: Gn 11,6); ahora la única lengua de la Iglesia, que «anuncia las maravillas de Dios», deviene comprensible para todas las naciones por la fuerza de Dios. Todos pueden y deben comprender que esta lengua no es como las demás lenguas, sino que es superior a todas ellas, al igual que la palabra y la verdad de Dios supera a todas las religiones inventadas por los hombres.

2. Esto se aclara expresamente en la segunda lectura. La diversidad de dones, de carismas, de servicios, que el Dios trinitario distribuye, procede de su unidad y tiende a su unidad. Evidentemente no se trata aquí de las numerosas culturas humanas que la historia progresista del mundo intenta aunar en una unidad artificial (en vano, si es que deben conservar su peculiaridad); se trata más bien de una unidad fundada por el Padre en el Hijo y en el Espíritu Santo que, en cuanto previamente dada, despliega su plenitud interior, donde cada elemento particular está al servicio de la plenitud de la unidad. Para explicar esto Pablo se sirve de la imagen del único cuerpo que sólo en virtud de su vitalidad interior tiene muchos miembros. Este cuerpo es al mismo tiempo un cuerpo espiritual, formado por el Espíritu, y un cuerpo carnal, perteneciente al Hijo encarnado. Las dos cosas son inseparables: «Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo»: la vida interior-espiritual y la constitución exterior son inseparables en la Iglesia de Dios.

3. El evangelio muestra finalmente el origen de esta unidad: el Hijo de Dios se ha hecho hombre no por su propio arbitrio, sino porque fue llevado por el Espíritu Santo al seno de la Virgen; él es desde el principio tanto verdadero hombre, nacido de María, como portador del Espíritu en todo su obrar hasta la cruz. Allí, donde él ha consumado obedientemente toda su misión, espira su Espíritu en la muerte, obteniendo después, como resucitado por el Padre, un poder divino de disposición sobre ese Espíritu. El exhala sobre su Iglesia el Espíritu de su unidad con el Padre: aquí (en el evangelio de hoy) en cierto modo en el silencio del cenáculo cerrado para el silencio del perdón personal de los pecados, pero en Pentecostés en la tempestad y el fuego audibles y visibles para todos, públicamente, ante el mundo entero y para él; porque la Iglesia tiene las dos dimensiones: actúa en lo escondido y públicamente, a plena luz. 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 72 s.


 

32. Ga/05/16-25:Jn/15/26-27:Jn/16/12-15

1. El Espíritu de la verdad.

El evangelio nos desvela la tarea fundamental del Espíritu que nos ha sido enviado: «El os guiará hasta la verdad plena», porque él es «el Espíritu de la verdad». La verdad de la que aquí se trata es la verdad de Dios tal y como ésta se ha revelado definitiva e inagotablemente en Jesucristo: esta verdad consiste en que Dios es amor y en que Dios Padre ha amado al mundo hasta el extremo de sacrificar a su propio Hijo. Esto jamás habrían podido comprenderlo los discípulos, ni nadie, ni siquiera nosotros, si el Espíritu de Dios no nos hubiera sido dado para introducirnos en los sentimientos íntimos y en la obra salvífica del propio Dios (cfr. 1 Co 2). El Espíritu Santo procede del amor infinito entre el Padre y el Hijo, es este amor y lo testimonia cuando como «amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5). Como es el fruto de este amor recíproco en Dios, no habla de lo suyo, sino que simplemente desvela siempre de nuevo, a través de todos los siglos, cuán insondable e inconcebible es este amor eternal. Introduce en lo «mío», dice el Hijo, y esto mío es al mismo tiempo lo del Padre. Pero al amor no se puede introducir como se introduce a una ciencia teórica, sino haciendo partícipe de su realidad, enseñando a amar dentro del amor omnicomprensivo de Dios.

2. La segunda lectura muestra el fruto del Espíritu. Exige que nos dejemos «guiar» por el Espíritu en nuestra vida, en nuestra existencia cotidiana; por tanto no sólo debemos creer la verdad, sino que debemos además ponerla en práctica. Pero esto no se produce sin lucha contra lo que la Sagrada Escritura llama «la carne»: una vida de espaldas a Dios y ávida únicamente de poder y placer terrenales que arruina la dignidad del hombre tanto espiritual como corporalmente. Si, por el contrario, «nos guía el Espíritu», surge una humanidad que es considerada incluso por hombres no creyentes como una humanidad saludable. El que difunde «amor, alegría, paz, bondad», el que irradia «servicialidad y dominio de sí», es apreciado por todos. Y sólo el que mira más al fondo se da cuenta de que estas cualidades gratificantes no son meras disposiciones de carácter o prestaciones morales, sino que tienen una fuente más profunda, más secreta. Pero estas personas que, a imitación de Cristo, «han crucificado sus pasiones y deseos», no dejan que los demás noten que viven del Espíritu de Dios, y menos aún que tratan de imitarlo o seguirlo. El Espíritu es en ellos como un venero oculto del que brotan estas cualidades agradables.

3. «Cada uno los oí hablar en su propio idioma».

La primera lectura narra el acontecimiento del primer día de Pentecostés: el Espíritu hace que unos galileos incultos sean comprendidos por todos los hombres en sus distintas culturas y lenguas. Los discípulos, gracias al Espíritu de Cristo, hablan un lenguaje que todos pueden comprender y aprobar. El cristianismo verdaderamente vivido sería al mismo tiempo el verdadero humanismo que todo hombre comprende como tal y, si no está totalmente deformado, también reconoce. La verdad de Cristo presentada por el Espíritu no tiene necesidad de un complicado proceso de inculturación; los frutos del Espíritu, tal y como han sido descritos anteriormente, son apetitosos para cualquier paladar. Ciertamente la Iglesia, a imitación de Cristo, debe ser también perseguida, pero ha de procurar que no sea por no saber exponer la verdad de Cristo realmente en el Espíritu.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 163 s.


 

33. 

PENTECOSTÉS: ¡DEJARSE QUERER!

No os dejaré desamparados; volveré», decía Jesús. No eran simples palabras de consuelo, para suavizar su tristeza ante la inminencia de su «no presencia física». Eran mucho más. Eran la garantía de «otra presencia» continuadora de lo que con El habían vivido. Dejarían de verle físicamente. Y sentirían tristeza. Pero irían descubriéndole, «viéndole» de otro modo misterioso y admirable: «El mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis». Efectivamente, cuando recibieron a su «enviado» --el «espíritu de la Verdad»--, lo comprendieron todo. Comprendieron que ese «Espíritu» había estado siempre «dando vida a todo». Así había actuado:

--En la prehistoria de Jesús. 
--La Sagrada Escritura, al hablar de la Creación, dice que «la tierra era una masa confusa e informe». Más adelante, se nos pinta el surgir escalonado de la Naturaleza. Pero, como quien no dice nada, se nos asegura que «el espíritu del Señor se cernía sobre las aguas». Era El, el que ponía «en marcha» todo. Del mismo modo, se nos dice que «Dios hizo del barro al hombre». También aquel barro era una masa confusa e informe. Pero Dios «le infundió su espíritu». Y, bajo el aliento divino, empezó a «vivir» la Humanidad. También María prestó su barro preciso, su carne y su sangre, a la aventura de la Encarnación. Pero hizo falta que «el Espíritu la cubriera con su sombra» para que la Vida llegara hasta nosotros. ¡Siempre el Espíritu! Y el Espíritu estuvo.

--En la persona de Jesús. 
--Estuvo en todos sus pasos; y los apóstoles lo comprendieron. «El espíritu lo condujo al desierto» cuando iba a comenzar su misión. Nos lo cuenta Mateo: «El Espíritu descendió sobre El» en el Jordán, en el prólogo de su vida pública. Nos lo cuenta Marcos. Y Lucas cuenta las palabras que pronunció Jesús en la sinagoga de su aldea: «El Espíritu está sobre mí y me ha enviado...».. Sí. El Espíritu alentaba todos los pasos de Jesús. Es más, cuando ya terminaba su etapa de presencia física, nos garantizó y nos prometió que:

--El Espíritu alentaría toda su «obra». 
--«Le pediré al Padre otro defensor que esté siempre con vosotros». El día de Pentecostés, al sentirse transformados, debieron de decirse: «¡Ya está aquí!» Y supieron que El guiaba sus pasos, al comprobar que «a toda la tierra llegaba su pregón». Incluso entendieron aquellas raras palabras de Jesús: «Os conviene que yo me vaya, porque Si no me voy, El no vendrá a vosotros».

A veces, los cristianos nos desanimamos. En esta increíble Babel de ideas y de hechos en la que vivimos, nos preguntamos si no hubiera sido mejor que se perpetuara su presencia empírica y tangible entre nosotros. Pero El se adelantó respondiendo: «Os conviene que yo me vaya». Y nosotros sabemos que El descendió a nosotros. Ahora bien, de nada valdrá el haber recibido el Espíritu en nuestros corazones si no nos «dejamos querer», si no nos dejamos transformar por El, de dentro hacia afuera, en una positiva espiral de círculos concéntricos. En efecto. Los apóstoles «estaban reunidos en un mismo lugar». Allá es donde «se llenaron del Espíritu y empezaron a hablar en lenguas extranjeras». Es decir, «se salieron de sí mismos» y empezaron la tarea de transformar la faz de la tierra. Pues, ésa es la lección. Necesitamos buscar en nuestro interior y encontrar a «nuestro dulce huésped del alma». Y, desde El y con El, salir por los caminos pregonando «magnalia Dei», las maravillas del Señor.

ELVIRA, Págs. 43 s.


 

34. 

«NI DECIR JESÚS»

ES/ALMA-I: A Fulton Sheen le gustaba explicar que el Espíritu Santo es el «alma» de ese cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Un cuerpo, por muy perfectamente que esté constituido, por mucha que sea la perfección de sus miembros, si carece de un principio vital que los una, de nada vale. Hoy se conocen exhaustivamente todos los componentes químicos del cuerpo humano. Pero, a pesar de ese conocimiento, ningún científico puede unir todos esos elementos en su laboratorio, dotándoles de vida. Haría falta para ello ese principio que llamamos «alma». Así pasaba con todo aquel organismo que había ido preparando Jesús. Todos los redimidos eran ya los miembros de ese gran cuerpo. Los Apóstoles venían a ser sus grandes arterias. Pedro era la cabeza. Pero todos esos elementos quedaban inconexos sin la presencia del «alma». El Espíritu es el alma de la Iglesia. Jesús lo preparó todo: «Yo rogaré al Padre y él os dará un consolador y abogado para que esté con vosotros eternamente; morará dentro de vosotros». Y todavía más: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, os enseñará la verdad plena».

Así sucedió. Con la llegada del Espíritu, tanto los apóstoles, como nosotros, crecieron -crecemos- en una doble dirección: la del propio «yo» y la de nuestra proyección dentro de la Iglesia.

NUESTRO PROPIO YO.-Efectivamente, gracias al Espíritu, voy conociendo y desarrollando mi propia vocación. Me doy cuenta de que soy una criatura tan estimable, que merezco todas las atenciones de Dios: «Si alguno me ama, mi padre le amará; y vendremos a él y formaremos una morada en El». El Espíritu me transformará interiormente haciéndome crecer con eficacia. Y, al revés, «ninguno de nosotros es capaz de decir Jesús, sin la ayuda del Espíritu». Así de necesario es este Espíritu en mi vida.

NUESTRA DIMENSIÓN COMUNITARIA.-Muy pronto empezó Pablo a explicar la bella pluralidad que el Espíritu realizaría en la Iglesia: «A unos da el hablar con sabiduría, a otros con inteligencia. Uno tiene el don de la fe, otro el de curar, otro el de profetizar, otro el de hacer milagros». Y, como un prólogo a esta descripción, había dicho: «Hay diversidad de dones, diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra en todos». Y para que nadie se quedara en una mera recepción individualista del Espíritu, añadió: «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común». Suelen andar remisos muchos cristianos a la hora de sentirse miembros activos y decididos en las tareas del Reino. Alegan la falta de preparación o la insignificancia de sus cualidades personales. De este modo prefieren permanecer en una discreta pasividad, respetuosa y obediencial, admirando las cualidades sobresalientes de otros. Y, sin embargo, es el Espíritu el que, dentro de cada uno, está deseando potenciar nuestras posibilidades, grandes o menguadas, para bien de la comunidad». Nos conviene pensar eso. Si nosotros no realizamos aquello que se nos confió, nadie lo hará. Quizá realicen otra cosa, acaso mejor. Pero distinta de la que de mí se esperaba. ¿Recordáis los versos de León Felipe?: «Nadie fue ayer / ni va hoy, / ni irá mañana hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy».

ELVIRA, Págs. 143 s.


 

35. 

«EL MOVIMIENTO SE DEMUESTRA...».

«El movimiento se demuestra andando». Eso parecen pregonar las tres lecturas de hoy. Lucas, en los Hechos, comienza retratando la actitud «extática» de los Apóstoles: «Estaban juntos el día de Pentecostés». Es una imagen detenida. Pero, con la irrupción del Espíritu -ruido, viento, fuego-, aquella imagen comienza a moverse: «empezaron a hablar en lenguas extranjeras; y todos, mesopotamios, judíos, capadocios, entendían las maravillas de Dios en su propia lengua». Era, pues, una Iglesia en marcha. San Pablo, en su carta a los corintios, viene a decir lo mismo: «Sin la acción del Espíritu, nadie es capaz de decir, ni siquiera, que Jesús es el Señor». Al revés, con la ayuda y bajo la acción de El, «que obra todo en todos», «hay diversidad de dones y de servicios», con los que debemos trabajar «para el bien común».

En cuanto al evangelio, ya véis a Jesús. Después de enseñarles las condecoraciones ganadas -las «llagas de las manos y el costado»-, «exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo."» Ese es el tema: «Mittere». Significa «enviar». Lo saben todos los alumnos de BUP. Y deben saberlo todos los cristianos. Somos, por el Espíritu, «enviados», «misioneros». Nuestro arzobispo nos ha recordado a los sacerdotes que, en esta fecha, debemos sensibilizar a los seglares en su compromiso de corresponsabilidad y de urgencia evangelizadora. Efectivamente. Sobre todos los cristianos -sean del Ponto o de Galacia-, ha descendido el Espíritu y es menester que, impulsados por El, hablemos en todas las lenguas.

LA LENGUA DE LA PALABRA, POR SUPUESTO.-¿Nunca te has planteado, amigo, ser «catequista», portavoz de la Palabra a través de tu fe, para caminar y ayudar a caminar a «otros» en el itinerario cristiano?

LA LENGUA DEL TESTIMONIO.-Ese saber entregarnos cada día a nuestras propias obligaciones puede convertirse, no lo dudéis, en el claro espejo en el que muchos, «al ver vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos».

LA LENGUA DE NUESTRO SABER SUFRIR.-El domingo pasado recordábamos al «enfermo», al que lleva en su cuerpo o en su espíritu los estigmas de alguna Pasión. Los adelantos modernos no nos han librado, no, ni nos librarán, de nuestra condición de «siervos dolientes». Pues, bien, el aprender a llevar con elegancia nuestra cruz, puede ser un modo de hablar en distintas lenguas.

LA LENGUA DE LA COMPRENSIÓN Y DEL ACERCAMIENTO.-Frente a una sociedad que crece cada vez más en actitudes individualistas, una sociedad en la que hemos aprendido a «aislarnos», yendo incluso por la calle con nuestros propios auriculares escuchando nuestra personal melodía, ausentes de lo que en nuestro entorno «se cuece», el Espíritu nos está impulsando, o tratando de impulsarnos si le dejamos, a curtirnos en eso de «llorar con el que llora y reír con el que ríe».

LA LENGUA, FINALMENTE, DEL RESPETO.-Porque también con el respeto podemos llegar a los de Frigia y Pamfilia. No es menester que todos piensen como yo. En cambio sí es menester que yo piense que, quienes van por otro camino, por alguna razón que yo no entiendo van. Y hay que respetarla. Caminando, pues que es «gerundio». Ya que «el movimiento, se demuestra andando».

ELVIRA, Págs. 225 s.


 

36.

Frase evangélica: «Recibid el Espíritu Santo»

Tema de predicación: EL ESPÍRITU DE DIOS

1. El aliento que exhala Jesús al morir -y también una vez resucitado- es un signo de su Espíritu entregado a los discípulos y, por consiguiente, a la Iglesia. Es Espíritu de perdón y de creación de una nueva humanidad, por ser la fuerza de Dios concedida a los creyentes.

2. San Juan llama al Espíritu de Dios Paráclito, es decir, abogado que defiende o se pone «al lado de». La función de defensor la ejerce el Espíritu en favor de Cristo y de sus discípulos. Jesús anuncia la venida del Paráclito en la última cena. Cuando Jesús haya partido, vendrá el Paráclito en las apariciones pascuales y en los últimos tiempos. El Paráclito estará presente entre los discípulos, pero el sistema de este mundo no lo reconocerá; más aún, será su acusador.

3. Respecto del Espíritu Santo, el Paráclito tiene tres funciones: hacer presente a Jesús, defenderlo ante el mundo y ayudar a recordar todo lo que dijo el Señor. En primer lugar, lo hace presente, porque Jesús es «espíritu de verdad», y los discípulos lo contemplan como viviente; el Paráclito es «testigo de Jesús». En segundo lugar, defiende a Jesús y el Evangelio ante el sistema del mundo, al que acusa en materia de pecado, de justicia y de juicio. Finalmente, tiene por función «enseñar» todo lo que ha dicho Jesús, a saber, ayudar a «recordar» la plenitud de la verdad frente a las verdades a medias, la mentira y la corrupción de la verdad.

4. Al oponerse el Espíritu a lo corpóreo, se desestima con frecuencia lo espiritual y la espiritualidad. Otras veces se defiende a ultranza un espiritualismo desencarnado. Debemos reconsiderar la función del Espíritu, que es soplo vital de Dios en toda la creación y aliento de vida en la totalidad del ser humano. El Espíritu es la fuerza vital de la persona y la respiración del cristiano. Nacemos y renacemos por el Espíritu de Dios. Al ser Dios el abogado de los pobres, porque quiere la justicia, su Espíritu es Paráclito, defensor de una vida digna y plena y acusador de quienes manipulan la vida de los demás e impiden el establecimiento del reino de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué valor damos en nuestras vidas al Espíritu de Dios?
¿Somos espirituales? ¿En qué sentido?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993. Pág. 125 s.


 

37.

Frase evangélica: «El que me ama guardará mi palabra»

Tema de predicación: LA CONFIRMACIÓN DE LA IGLESIA

1. El Espíritu de Dios descendió sobre los apóstoles reunidos comunitariamente con ocasión de la fiesta del pentecostés judío. Los judíos celebraban ese día la fiesta de las semanas (recolección de cereales), el año jubilar (libertad/liberación) y la recepción de la ley antigua (primera alianza); la Iglesia, representada por los apóstoles, celebra el don de la ley nueva, la nueva alianza. En el pentecostés judío del Sinaí, Dios habló por medio de truenos y relámpagos; en el Pentecostés cristiano del Cenáculo, descendió el Espíritu con la imagen de luz que ilumina y de fuego que da calor. No escribe Dios sobre piedras, sino sobre corazones.

2. El Pentecostés cristiano es el misterio que celebra la terminación de la obra redentora del Salvador y el comienzo de la Iglesia, confirmada para extenderse por todos los rincones de la Tierra. Desde entonces, los apóstoles proclaman «en nuestra propia lengua» (en todas las lenguas) las «maravillas de Dios», es decir, las manifestaciones del Espíritu, que es inspirador del testimonio, del diálogo y del compromiso. De una parte, la Iglesia, en estado de comunidad, trabaja con los bautizados para hacerlos más evangélicos; de otra. el Espíritu actúa por medio de la Iglesia en el mundo -sobre todo entre los pobres- para hacerlo reino de Dios.

3. La Iglesia, reunida comunitariamente en el cenáculo, recibe la efusión del Espíritu viviente y creador bajo la mirada serena y atenta de María. Nunca es más ostensible la relación de María con la Iglesia que en la comunidad primitiva, en el momento de su confirmación como nuevo pueblo de Dios. Pentecostés es, pues, la fiesta de la manifestación de la Iglesia, con María al frente, formada por los apóstoles y discípulos del Señor. Y, así como la luz del cirio pascual se extiende en la comunidad sin menoscabo de la fuente, así ocurre con el fuego pentecostal, que se distribuye sin que mengüe su intensidad. La vida cristiana es eclesial de un modo personal y comunitario, al servicio del mundo. En suma, Pentecostés es la confirmación de la Iglesia, del mismo modo que la confirmación es el pentecostés personal cristiano.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Apreciamos el don del Espíritu de Dios en nuestras vidas?
¿Creemos de verdad en la Iglesia como comunidad de fe?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993. Pág. 274 s.


 

38. 

 -LA FIESTA DE LA IGLESIA

Para captar bien el sentido de la liturgia del día de Pentecostés, el mejor camino será el de recordar el sentido bíblico de esta fiesta. Si en Pascua Israel celebraba que Dios los había liberado de la esclavitud de los egipcios, en Pentecostés -a los cincuenta días- celebraban que el Señor, en el Sinaí, los había dotado de una especie de Constitución -la Ley escrita en unas tablas de piedra- y había hecho con ellos la Alianza; los hizo pasar de ser "no-pueblo" a ser el Pueblo de Dios (misa de la vigilia, lectura 2).

De esta manera, en el Sinaí, con el sacrificio que selló aquella Alianza (Éxodo 24), Israel rinde culto a Dios, cumpliéndose así la finalidad para la que el Señor sacó a su pueblo de la opresión del Faraón (cf. Ex 3,18; 5,2.8): pasaron de la servidumbre al poder de este mundo, al servicio de Dios. Pentecostés es así la meta y la plenitud de la Pascua. Hay una tensión y llamada mutua entre Pascua y Pentecostés: para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy al Espíritu Santo (prefacio). Cuando Jesús eligió el día de Pentecostés para que los atemorizados discípulos recibieran el Espíritu Santo, quiso significar que quedaba completado el camino de la Alianza Nueva y Eterna que había abierto con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección. Efectivamente, aquel grupo de discípulos orantes, con María la Madre de Jesús, comenzó a ser el Pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia. Hoy, por tanto, celebramos nuestra Alianza con Dios, al formar parte de la comunidad de la Iglesia, constituida y guiada desde el primer momento por la acción del Espíritu Santo. Esta referencia al misterio de la Iglesia naciente la encontramos en la segunda lectura de la misa del día (hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo), y de modo especial en el Prefacio: Aquel mismo Espíritu, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente.

-EL ESPÍRITU DE LA EVANGELIZACIÓN

El mismo Prefacio nos sigue abriendo el camino para penetrar en el contenido de esta fiesta: el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos. A esto hace referencia la primera lectura de la Misa del Día, cuando se nos narra el acontecimiento del don de lenguas: cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua. El Espíritu del Señor, pues, no entiende de racismos, ni está ligado a una sola manera de entender la vida y vivirla, a una sola lengua o cultura. Es un Espíritu universal y libre por ello, igual le da entregarse y manifestarse en una u otra cultura. El don de lenguas comenzó a existir en una Iglesia "inculturada" y ahí se encuentra la base bíblica de todo lo que se habla hoy de la necesidad de "inculturar el Evangelio". Evangelizar, según el Espíritu, supone siempre el profundo respeto a las características de cada pueblo, -a su idioma, a sus costumbres, a sus formas de expresión religiosa-, en todo lo que no esté en oposición al contenido mismo del mensaje de Jesús.

-EL ESPÍRITU QUE NOS CONGREGA EN LA UNIDAD

A partir de Pentecostés comenzó a extenderse el Evangelio por todo el mundo. Debemos recordar que si el Espíritu nos ha constituido como Iglesia, es para seguir siempre evangelizando hasta que el Señor vuelva.

El Espíritu Santo hoy, por la acción maternal de María y de la Iglesia, sigue congregando en una misma fe a todos los hombres divididos por el pecado (cf. prefacio y segunda lectura de la misa del día; también primera lectura de la misa de la vigilia; igualmente hacen referencia al tema de la unidad restablecida por el Espíritu, la oración colecta de la misa de la vigilia). A ello se dirige toda la acción evangelizadora de la Iglesia. La Eucaristía es siempre acción del Espíritu Santo que, por el ministerio sacerdotal, hace del pan y del vino el Cuerpo y la Sangre de Cristo; y, por la comunión del Cuerpo Eucarístico, nos congrega cada vez más en la unidad del Cuerpo Místico que es la Iglesia.

-LA MADRE DE LA IGLESIA

Hoy tiene especial sentido iniciar la misa con la aspersión con el agua bendecida en la Vigilia Pascual, tomada de la pila bautismal: ese agua que significa el suave rocío del Espíritu Santo. El mismo Espíritu que cubrió a María con su sombra y visibilizó en la carne al Verbo; el mismo Espíritu que brota como una fuente del corazón de Cristo y que, también por la intercesión maternal de María hace palpable en la sacramentalidad de la Iglesia el Cuerpo, invisible todavía para nosotros, de Jesús Resucitado. Según esto convendría que la imagen de la Virgen María -la Madre de la Iglesia- estuviera hoy especialmente resaltada y adornada con flores y luces.

ÁNGEL GOMEZ
MISA DOMINICAL 1994, 7


 

39.

«Recibid el Espíritu Santo».

Era el Espíritu de Jesús. Una manera nueva de estar entre los suyos. No ya desde fuera, hablándoles, animándolos, orientándolos; sino desde dentro: llenando su vida y actuando, a través de ellos, en el mundo. Una bonita manera de multiplicar su presencia entre nosotros. «Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra". Estaba naciendo la Iglesia.

Todo empezó a cambiar. El miedo -"puertas cerradas"- se apagó con el soplo de aquel "viento recio» que llenó la casa donde se encontraban. Aquellas «lenguas como llamaradas" fueron encendiendo sus corazones adormilados. La paz del Señor fue cambiando la tristeza en alegría. La desunión, simbolizada en otro tiempo por la confusión de lenguas de Babel, dio paso a la unidad: «Quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua». Y el barco de la Iglesia, con las velas hinchadas, se estaba haciendo a la mar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Hoy, la voz de Jesús, llevada por los misioneros, sigue resonando en cada rincón de nuestro mundo. Es cosa de su Espíritu; porque «nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo».

Hoy, millares de jóvenes en toda la tierra siguen dejándose conquistar por la alegría de Cristo resucitado; y pasan a ser fermento de una juventud diferente, para una sociedad mejor. Hoy, pequeños grupos de obreros siguen poniéndose a trabajar al lado del carpintero de Nazaret; y una imagen distinta del trabajo va poniendo las bases para construir un mundo más justo. Hoy, sigue llegando al corazón de los enfermos, de los ancianos, de los que sufren, una brisa de esperanza: la noticia de Alguien que supo sufrir y morir amando; y esto los hace capaces de mirar hacia arriba y sonreír. Hoy, cada día, esa presencia nueva de Jesús -su Espíritu- sigue repoblando la faz de la tierra.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993. Pág. 77 s. ........................................................................

40. ES/ALIANZA:

Para los primeros cristianos Pentecostés tenia el sentido de una nueva fiesta, la de la nueva Ley: habían comprendido que, al enviar al Espíritu, Jesús daba la nueva y definitiva Ley, no grabada esta vez "en tablas de piedra, sino en tablas de carne", no era ya una ley exterior, sino el Don de una persona, "el Espíritu de Dios vivo".

El Pentecostés cristiano se presenta así como una fiesta de la Nueva Alianza, constituyendo en Iglesia a un nuevo pueblo de Dios. Esta Alianza no está ya fundada en las prescripciones de una ley impuesta a los hombres desde el exterior; se funda en el Espíritu que transforma los corazones y les inspira una actitud final con respecto a Dios. Solamente por El y desde El podemos llamar confiadamente a Dios, Padre. Es urgente y necesario que los cristianos descubramos hoy al Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones. En medio de todo el ruido de este mundo hay que salir al encuentro del Espíritu de Dios que nos conduce a la liberación plena. El Espíritu nos hace señores de nuestra persona, ayudándonos a vencer en la lucha de todas nuestras dudas, oscuridades y miseria. El camino de nuestra plenitud personal en Dios está abierto, gracias al Espíritu que el Padre nos envía.

El Espíritu Santo es Espíritu de Dios: es Dios mismo en cuanto fuerza y poder de gracia asentado en el interior del hombre para su liberación y transformación. Como Espíritu de Dios, es a un tiempo Espíritu del Cristo Jesús, que da vida a la Iglesia y a cada creyente. Ponerse en camino para recibir el Espíritu es abrir el alma de par en par al mensaje de Dios y de Jesús. El Espíritu de Dios y de Cristo Jesús es un Espíritu de libertad. La nueva libertad de los hijos de Dios que debe impulsarnos a vivir en armonía con el Espíritu para la transformación de una sociedad donde los valores fundamentales sean la paz, el amor, la justicia, la alegría y la esperanza. Esta mañana de Pentecostés que se va a romper entre mis manos es hoy compromiso renovado, una audacia nueva para vivir desde los valores del Espíritu, para vivir en el Espíritu.

D/INTERIORIDAD:Leamos atentamente este pensamiento de Karl Rahner: "Nuestra noche no es ya más que la incomprensibilidad de un día sin ocaso. Y las lágrimas de nuestra desesperación, de nuestros siempre renovados desengaños, no son sino las apariencias falsas que envuelven un júbilo eterno. Dios es nuestro. No nos ha dado sus dones creados, limitados como nosotros. El mismo se nos ha entregado con toda la absolutidad de su ser, con toda la claridad de su consciente autoposesión, con toda la libertad de su amor, con toda la dicha de su vida trinitaria. A este Dios que se ha prodigado de esta manera le llamamos Espíritu Santo. Es nuestro. Está en todo corazón que le invoca humildemente, confiadamente. Dios es nuestro Dios".

FELIPE BORAU
DABAR 1991, 28


 

41.

PASCUA GRANADA

Es una muy buena designación para el domingo de hoy. Es una fiesta antigua de la cosecha en Israel, el domingo que nos da el mejor fruto y el definitivo, escatológico: último y para siempre, de la Pascua del Señor. Hay que recordar lo que decíamos el pasado domingo. El misterio de Pascua se despliega en diferentes momentos que, a partir del propio Nuevo Testamento distinguimos, pero el misterio pascual es unitario: muerte-resurrección, glorificación del Hijo a la derecha del Padre, donación del Espíritu Santo, todo es uno.

Tenemos que insistir, por tanto, en que en Pentecostés celebramos el fruto más espléndido de la Pascua de Jesús. Lo hemos ido viendo a lo largo del tiempo pascual y desde el mismo Viernes Santo: muriendo, Jesús entregó el Espíritu. La tarde del primer domingo de Pascua, el Resucitado da el Espíritu Santo a los discípulos según la narración de Jn 20, 19-23, el evangelio que leíamos el segundo domingo de Pascua y que hoy volvemos a leer (con preferencia al que se puede escoger en el ciclo C). Lucas en los Hechos de los Apóstoles (primera lectura de hoy) sitúa cincuenta días después de la Pascua la efusión del Espíritu sobre los discípulos en el inicio de la predicación evangélica, de la misión apostólica, de la formación de la Iglesia por los sacramentos de la iniciación. Lo que cabe destacar, sobre todo, es que el Señor, triunfante de la muerte, da el aliento de la vida nueva que él posee plenamente a los que por la fe aceptan la Buena Noticia pascual y son incorporados a su Cuerpo. Es una efusión no sólo personal: es toda la Iglesia naciente que recibe el Espíritu, que no tiene limitaciones de ningún tipo sino que se derrama sobre la humanidad entera. Todos los hombres -los cristianos somos conscientes de ello por la fe- tienen acceso al Espíritu que los guía en sus ansias e inspiraciones, para que sean según Dios.

¿QUÉ HACE EL ESPÍRITU?

En el Pentecostés del año del Espíritu Santo se nos presenta una ocasión magnífica para impartir una breve catequesis sobre la acción del Espíritu en nuestra vida y en la vida de la Iglesia, a partir precisamente de las lecturas bíblicas y de las oraciones de la misa de hoy. Las imágenes del Espíritu son el viento, el fuego y el agua: él es el aliento de Dios que hace surgir la nueva creación, es la purificación y es amor metido en los corazones de los creyentes, es la bebida dada a todos los bautizados, a los renacidos del agua y del Espíritu Santo.

El Espíritu es la remisión de todos los pecados: los apóstoles que lo reciben tienen poder de perdonar los pecados; ésta es la misión que les encomienda el Resucitado y que es continuación de la misión que recibió el mismo Cristo del Padre: para establecer el Reino de Dios en el mundo, que expulsa el poder del Mal. Por lo tanto, el Espíritu da comienzo a la misión de los Apóstoles y de la Iglesia de predicar a todos la Buena Noticia del Evangelio, con coraje profético. El Espíritu es el creador de la unidad en la Iglesia, él la forma como un solo Cuerpo, congrega en la profesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas (prefacio), y es a la vez el autor de los diversos dones y carismas que él distribuye por el bien de todos. El Espíritu nos revela la realidad misteriosa de la Eucaristía, nos revela toda la verdad (oración sobre las ofrendas).

MANTENER VIVO EL FUEGO DEL ESPÍRITU

Hoy concluimos el tiempo pascual. En la despedida, si no se ha hecho en la homilía, conviene que lo recordemos. El fruto de la celebración anual queda explícito en la poscomunión. Pedimos que el Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza. Es la última lección de la celebración anual de la Pascua. Tenemos que reafirmarnos en la convicción vital de que los hijos de Dios se han de dejar guiar siempre por el Espíritu de Dios (Rm 8,14). Ya ahora y definitivamente más allá de la historia presente: porque el último don de Jesucristo es el Espíritu de él y del Padre, que nos hizo compartir una vez hubo destruido la muerte e inauguró la Vida eterna.

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 8, 7-8


 

42.

- Dios habla todas las lenguas El efecto que produce la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, deja perplejos a los oyentes: todos, sea cual sea su lengua, pueden oir la proclamación de "las maravillas de Dios". El Espíritu hace posible que el Evangelio sea comunicado a todo el mundo. Y hace posible que cada uno lo reciba en su lengua, desde su realidad. Es decir, el Evangelio se encarna, toma carne humana concreta. Allí donde hay hombres y mujeres, dondequiera que vivan, sea cual sea su lengua y su cultura, allí se hace posible la proclamación de las maravillas de Dios gracias al Espíritu. No se trata pues de que el Espíritu pase por encima de lenguas y culturas, considerándolas meros accidentes que pueden ser dejados de lado, sino que necesita de cada realidad concreta para hacerse presente: "Dios obra todo en todos", Dios actúa a través de todos nosotros, y a través de todo lo que existe. De modo que nadie debe renunciar a su identidad para recibir el Evangelio. Todo lo contrario. Sólo se puede recibir desde la propia identidad. La dinámica de la Encarnación continúa: el mismo Espíritu que hizo posible que María engendrase al Hijo de Dios, hace posible que todas las lenguas, culturas y países puedan empezar una vida según el Evangelio.

El Espíritu hace posible la comunicación. Por la acción del Espíritu, las diferentes lenguas y culturas pueden dialogar. A la luz de nuestra fe en Cristo muerto y resucitado que, con el Padre, nos envía su Espíritu, no nos podemos quedar cerrados en nosotros mismos. La diversidad no debe ser un impedimento para comunicarse. Hoy se nos llama a no quedarnos cerrados, se nos llama a comunicarnos.

- El Espíritu nos hace miembros de un solo cuerpo

Así pues, el Espíritu no anula la diversidad. Crea la comunión entre los que son distintos. San Pablo nos muestra cómo el Espíritu incluso es creador de diversidad: "Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu". Los bautizados formamos un solo cuerpo. "Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros... así es también Cristo". Ésta es la fe que confesamos. Pero nos podemos preguntar si nuestras actitudes y prácticas responden a ello. Es evidente que en la Iglesia hay comunión, pero también lo es que no hay la que Jesús pedía al Padre: "que todos sean uno". Hoy se nos llama a abrirnos más a la acción del Espíritu, a pedirle el don de la comunión y a revisar bajo su luz nuestras actitudes en medio de la comunidad concreta donde vivimos la fe.

Quizás nos daremos cuenta de que la comunión es un don. Quizás la hemos buscado demasiadas veces "políticamente", es decir, a base de pactos o de imposiciones de mayorías sobre minorías. La fiesta de hoy nos hace caer en la cuenta de que el Espíritu nos es dado a "todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres", y que las consecuencias de este don son imprevisibles: en la primera lectura hemos oído cómo los habitantes de Jerusalén que contemplaban la acción del Espíritu en los apóstoles quedaron enormemente "desconcertados" y "sorprendidos".

- El Espíritu nos envía

Finalmente, debemos subrayar que por la acción del Espíritu, Cristo resucitado nos envía: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". La unción del Espíritu nos hace ser como él, nos hace participes de su misión. Se nos envía, como a él, para "anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Nos podemos preguntar, como lo hacíamos a propósito de otros efectos del don del Espíritu, si cada uno de nosotros y nuestra comunidad nos abrimos a esta acción del Espíritu que nos hace salir al encuentro de los "pobres", de los "cautivos", de los "ciegos", de los "oprimidos". En definitiva, si vamos al encuentro de los que Jesús encontraba, si nos dejamos llevar o no por el Espíritu que nos envía.

Ojalá que este Pentecostés sea un nuevo envío. Que el Espíritu que hoy nos ha reunido en esta celebración nos alimente con su Palabra y la Eucaristía, de manera que nos fortalezca para ser sus testigos en medio de los hijos de Dios dispersos.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 8, 11-12


 

43.

Primera lectura : Hechos 2,1-11 Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Salmo responsorial : 103, 1ab.24ac.29bc.30.31.34Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Segunda lectura : 1ª Corintios 12, 3b-7.12-13 Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Evangelio : Juan 20, 19-23 Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo. Reciban el Espíritu Santo.

Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés, la cual nos recuerda el inicio de la Iglesia, ya que por la fuerza del Espíritu, los primeros cristianos se lanzaron con fuerza y tenacidad a la proclamación de Cristo Resucitado.

Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, que en el Antiguo Testamento también recibe el nombre de la fiesta de las semanas (Nm 28, 26 y Dt 16,9ss). Para la fiesta de Pentecostés los israelitas acostumbraban a ir al Templo en peregrinación. Por eso también se conoce esta fiesta como la fiesta de la peregrinación. Estaba considerada como fiesta cobijada por la ley donde el descanso era necesario y legalmente obligatorio (Lv 23, 21).

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata que fue en medio de una fiesta de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre el grupo de los discípulos y los hace anunciar a todos lo que Dios había hecho con Jesucristo y cómo con su poder y su fuerza lo había levantado de entre los muertos.

El Espíritu es para la Nueva Comunidad fuerza para poder trasparentar a Jesús y para poder ser fiel al compromiso adquirido con el Resucitado. El Espíritu que llega, trae la apertura a todos los hombres y mujeres aunque ellos hablen diferentes idiomas: el Espíritu hace hablar el idioma de el amor, de la tolerancia y del respeto entre las diferentes culturas, idiomas y personalidades. El proyecto de Dios es hacer de todos los hombres y mujeres un pueblo unido, y de toda la creación dispersa por el egoísmo y el odio un mundo reordenado según la idea que Dios tenía de su creación desde siempre. El Apóstol San Pablo nos está recordando que el Espíritu es el que mantiene la unidad en medio de la diversidad que existe dentro de la comunidad eclesial. El Espíritu es el mismo en todos y es el que mantiene el proyecto de unidad de Dios manifestado en su hijo Jesucristo. El Espíritu que se manifiesta a la Iglesia solo busca el bien común y la realización plena de los cristianos. Por eso él no violenta la realidad humana sino que se vale de los seres humanos para llevar a cabo su proyecto de unidad.

El Espíritu que descendió sobre los discípulos en Pentecostés es el Espíritu que acaba con la división que el egoísmo y el interés mal intencionado de los seres humanos habían creado. Por eso el regalo del Espíritu que el Padre por medio del Hijo da a su Iglesia es el de ser en el mundo instrumento de paz y de unidad. El espíritu que los primeros cristianos recibieron les enseñó a sentirse hermanos con aquellos que la tradición y la norma había enemistado. El Espíritu del Resucitado los animó y los sacó del encierro en el que se habían sumido los recién conversos ya que sentían temor a los judíos y a los funcionarios del imperio. Ante el miedo Jesús los anima a enfrentar los problemas históricos y a dar testimonio de su resurrección con valentía y con altura. La vida que los cristianos hemos recibido por medio del Espíritu de Dios no podemos desperdiciarla, ya que esa vida es la vida del mismo Dios dada a cada uno para hacer que su Reino sea una realidad en medio de nuestro pueblo que sufre a causa del odio entre los seres humanos.

Nuestra Iglesia debe dejarse renovar por el poder del Espíritu Santo, y en medio de un mundo deshumanizado como el nuestro debe comprometerse a testimoniar a Jesús muerto y resucitado, para que así los hombres y mujeres crean en el Señor resucitado, que es capaz de sacar nuestra vida de la muerte y darnos vida verdadera.

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico
-¿Qué reacción nos produce la palabra "espíritu"? Démosle sinónimos explicativos.
-Hoy hablan muchos del "espíritu" y lo encuentran en regiones o en actividades muy lejanos de la realidad, del compromiso social, en lo "puramente religioso"... ¿Es así lo que la Biblia nos dice del Espíritu? Pongamos ejemplos.
-Hay que ser espirituales, no espiritualistas: comentar la frase, con razones y con experiencias.
-Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (1ª lectura) tiene en el transfondo de lo que escribe el símbolo de lo que ocurrió en Babel: ¿en qué sentido?

Para la conversión personal

-Hacer tiempo de oración más profunda, tratando de escuchar las mociones que el Espíritu suscita en mí y que quizá no tengo condiciones de escuchar en la prisa diaria. -Educar la mirada: lograr "ver" al Espíritu actuando en tantas cosas como él mueve y dirige...

-No dejarnos deslumbrar por todos los que se remiten fácilmente al "espíritu" y en su nombre se apartan del compromiso del amor, de la atención a los pobres...: hacer "discernimiento de espíritus".

Para la oración de los fieles

-Para que el Espíritu de Pentecostés se siga derramando hoy en la Iglesia en todos sus miembros, para animarla a ser fermento y catalizador de todas las transformaciones que el mismo Espíritu produce en todos los hombres y mujeres de todas las razas y credos, roguemos al Señor...

-Por este mundo que en la actualidad tiene en curso más de 30 guerras, para que el Espíritu de Dios, que actúa en todos los pueblos, nos lleve poco a poco a superar la Babel de la confusión y nos encamine a la reconciliación y la Paz...

-Por esta humanidad, hija de Dios, que se refiere a El y lo ama desde las más diversas religiones y tradiciones espirituales; para que, sin perder la identidad espiritual que Dios ha dado a cada pueblo -destello singular de su gloria- todas las religiones dialoguen activa y fructuosamente, como mediaciones que son del único Dios...

-Para que el Espíritu Dios, "padre de los pobres" [Pater páuperum], que siempre les ha dado a lo largo de la historia, sobre todo en los momentos más difíciles y de máxima postración, claridad en la visión y coraje para la lucha, les dé hoy también en todo el mundo, fe convencida y esperanza activa...

-Para que el Espíritu del Dios creador, "que repuebla la faz de la Tierra" y deposita -también en todas las criaturas- una participación de sí mismo, nos haga a los humanos conscientes de que no poseemos el mundo en propiedad para utilizarlo y consumirlo, sino para co-existir con todas las cosas y con-vivir con todas las criaturas animadas reverenciando así tanto a la Creación como al Creador...

Oración comunitaria (2) Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria: ilumina nuestra mirada interior para que, viendo lo que esperamos a raíz de tu llamado, y entendiendo la herencia grande y gloriosa que reservas a tus santos, comprendamos con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que creemos. Por N.S.J. [cfr Ef 1, 17ss]

Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor, Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarTe, y podamos encontrarnos en ti unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


 

44.

Es la venida del Espíritu Santo representada con elementos de la naturaleza igual que en las manifestaciones divinas en el AT: fuego, viento, sonidos, agua. Lucas no describe un acontecimiento histórico; sencillamente quiere mostrar que ha comenzado una etapa en la acción salvadora de Dios, cuyo protagonista es el Espíritu presente y actuante en la comunidad de seguidores de Jesús. Dos efectos que causa la venida del Espíritu Santo se destacan en esta narración:

* La universalidad y apertura del Evangelio a todos los pueblos de la tierra (la acción transformadora del Espíritu Santo no tiene limites). De esta manera se concreta, para los discípulos de Jesús, la tarea de anunciar por todo el mundo el mensaje del Reino de Dios. Solo con la fuerza del Espíritu se rompen los muros y trincheras que han separado a la humanidad y que han generado divisiones y sectarismos. Fuerza del Espíritu que nos convoca, nos reúne y nos hace hermanos en torno a un proyecto común, el Evangelio del Señor Jesús.

* A partir de Pentecostés la comunidad renace no sólo por el anuncio del Evangelio sino por el cambio de actitudes; la timidez y el miedo son remplazados por el coraje y la valentía que impulsan a proclamar por todos los pueblos el mensaje de salvación.

En la segunda lectura, Pablo señala diversos aspectos de la acción del Espíritu en los seguidores de Jesús, de manera personal y comunitaria: esta acción se da, en primer lugar, en la confirmación de la propia fe en Cristo. Reconocer a Jesús como "Señor" es un don del Espíritu Santo porque es descubrir en él al Mesías, al salvador y al liberador del pueblo.

De igual manera, Pablo plantea que la comunidad está enriquecida por la diversidad de dones y carismas que se deben poner al servicio de todos. Estos dones y carismas tienen su fuerza y fundamento en el Espíritu Santo, que es el único que puede dar armonía y unidad en medio de la diversidad. Esta unidad entre los creyentes, en medio de la diversidad, es comparada por Pablo con la armonía del cuerpo humano y expresada explícitamente con la primera mención trinitaria: "Espíritu", "Señor Jesús, Hijo" y "Dios, Padre"

Los dones que el Espíritu nos da se deben poner al servicio de la comunidad y de esta manera construir un proyecto de unidad, el cual no se debe entender desde la uniformidad forzada, sino desde la presencia del Espíritu que vive y actúa en todos.

Dos dimensiones tiene el Evangelio de hoy: el reencuentro (vv. 19-20) y la misión (vv. 21-23).

El evangelista sitúa la narración en estas precisas coordenadas de tiempo y espacio: el anochecer del día primero de la semana y la casa cerrada. El detalle de la casa cerrada por miedo a los judíos, connota el sentimiento de miedo y persecución que hay al interior de la comunidad. En medio de esta realidad se hace presente Jesús. El saludo de paz que abre el reencuentro con los discípulos tiene la función de identificar a Jesús, quien en la conversación de despedida les había dicho: "la paz les dejo, les doy mi paz" (Jn. 14, 27). El enseñarles las manos y el costado se convierte en la prueba que corrobora que el Jesús crucificado y el resucitado son la misma persona. El reencuentro con Jesús resucitado rompe las ataduras del miedo y genera una explosión de alegría y júbilo por volver a ver a Jesús. De esta manera se cumple la promesa hecha por Jesús antes de la pasión y la muerte "Ustedes ahora están tristes, pero los volveré a ver y se llenarán de alegría, y nadie les quitará esa alegría" (Jn. 16, 22).

La misión que Jesús encomienda a sus discípulos se reafirma en la expresión "como el Padre me ha enviado así también los envío yo"; es decir, que el proyecto del Reino de Dios que Jesús anunció se debe prolongar en ellos. Misión que exige una capacidad para poderla llevar a cabo y que los discípulos deben encontrar en el Espíritu, es decir, en su fuerza renovadora y en su impulso dinamizador. Este Espíritu Santo es vínculo de unidad entre Jesús y el discípulo que permite la comunión y la prolongación del proyecto del Reino.

Pentecostés es la fiesta en la que renovamos la presencia del Espíritu en nuestra vida y en la vida de la comunidad. Es la fiesta que nos invita a fortalecer en nuestra vida la presencia de Dios como un nuevo impulso que nos renueva y transforma. Es sentir que el Espíritu de Dios entra por la ventana de nuestro corazón con un viento de vida y un fuego abrasador que impregna todo de una saludable y necesaria renovación.

Pentecostés es la fiesta de los tiempos nuevos que nos lleva a experimentar que la renovación y el cambio son posibles. Solo que estos tiempos nuevos son posible por la acción del Espíritu que nos conduce con una fuerza nueva e irresistible y que nos fortifica desde dentro, en nuestra dura rutina de cada día.

Pentecostés es la fiesta que nos hace sentir una fuerza interior, una energía espiritual que nos impulsa y anima para enfrentarnos con decisión a los problemas y dificultades que encontramos en la sociedad de hoy. Vivir en el Espíritu es experimentar la fuerza de Dios que nos impulsa a buscar el cambio y la transformación de la sociedad.

Pentecostés no es fiesta de un solo día, ni es fiesta de manifestaciones asombrosas y espectaculares de Dios en medio de gritos y expresiones externas estrambóticas y sin sentido. Pentecostés no es la fiesta de un grupo cerrado que se ha adueñado del Espíritu. Pentecostés es la experiencia interior de la fuerza renovadora de Dios que nos lleva a luchar por construir el proyecto de la nueva sociedad en la justicia, la fraternidad y el amor.

Para la revisión de vida El Espíritu Santo, quizás el gran desconocido y, por eso, el gran manipulado; para unos viene casi mágicamente, para otros es un privilegio que poseen en exclusiva, no faltan quienes se parapetan tras él para dar patente de corso a su voluntad personal... ¿Quién es, para mí, el Espíritu?; ¿soy dócil a su voz, me dejo llevar y guiar por él? ¿Cómo discernir cuándo es el Espíritu el que me inspira, o cuándo me limito a hacer mi voluntad?

Para la reunión de grupo
- El don de lenguas no es tanto un espectáculo de circo o un privilegio de iniciados, sino la expresión de la universalidad de la acción del Espíritu, que no se deja encorsetar ni manipular, sino que sopla (y además de verdad) cuando quiere, donde quiere y como quiere. ¿Creo en este Espíritu libre y libertador o prefiero un espíritu más domesticado, más cómodo, más a tono con mis necesidades e intereses?

- Nosotros estamos convencidos de que es el Espíritu quien reparte sus dones entre nosotros, creando así una rica diversidad con la que construir un mundo de hermanos; la diversidad no es contraria a la unidad, pero la uniformidad si que puede destruirla; ¿busco la unidad o la uniformidad?; ¿sé asumir las diferencias entre nosotros como riquezas del Espíritu o trato de anular a los que no son como yo?

- El Señor saca a los discípulos del miedo que les lleva a encerrarse, a la alegría de la libertad; de la cerrazón de lo religioso a la libertad del Espíritu. ¿Vivo mi fe con la alegría de saber que disfruto de la libertad de los hijos de Dios o con el temor de no cumplir bien y poder provocar la ira y el castigo divinos? El Señor dice a los discípulos: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo". ¿Soy consciente de mi condición de enviado al mundo por el Señor?; ¿y de enviado para realizar la misma tarea que él realizó?; ¿vivo, por tanto, mi fe como la llamada de Dios a trabajar por el Reino, por la causa de los pobres?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia sea, de verdad, dócil al Espíritu, buscando siempre la voluntad de Dios, y no utilice el argumento de estar asistida por el Espíritu para hacer así su propia voluntad. Roguemos al Señor.

- Para que acojamos con responsabilidad los dones que el Espíritu nos da a cada uno y los hagamos fructificar en bien de la comunidad. Roguemos al Señor.]

- Para que demos a todos razón de nuestra fe y nuestra esperanza con las palabras y, sobre todo, con nuestras obras a favor de los más pobres y desfavorecidos. Roguemos al Señor.

- Para que vivamos nuestra fe con espíritu de hijos de Dios llamados a la libertad, y no con espíritu de temor a despertar las iras divinas. Roguemos al Señor. - Para que trabajemos por la unidad de todos, dentro de la rica pluralidad que los dones del Espíritu crean en la comunidad. Roguemos al Señor.

- Para que nuestra comunidad viva de tal modo que sea un signo vivo y creíble de la fraternidad que Dios Padre quiere, el Hijo nos enseña y el Espíritu crea entre nosotros. Roguemos al Señor.

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, sigue repartiendo tus dones entre nosotros, ayúdanos para que sepamos hacerlos fructificar en bien de la comunidad; haz que el Espíritu sea siempre nuestra fuerza, y que la Eucaristía que celebramos en comunidad acreciente en nosotros la fe, la esperanza y el amor. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


 

45.

LA INVASION DEL ESPÍRITU DE DIOS EN EL MUNDO. SE ABRE PASO EL DINAMISMO DE LA IGLESIA.

1 En este año dedicado al Espíritu Santo hemos de dar mayor importancia al tiempo litúrgico de PENTECOSTES, que hoy comienza en el que recordamos y actualizamos la venida del Espíritu Santo quien, a su vez, es el protagonista principal del libro de los Hechos. Lucas, autor de este libro, recurre al lenguaje metafórico cuando intenta describir su venida: Utiliza la imagen del ruido de un viento recio, las lenguas como llamaradas, y la comunicación en lenguas extranjeras Hechos 2,1. De una manera semejante a como hoy se intenta describir el momento de la creación por la teoría del bing-bang, como una explosión fabulosa, el autor sagrado, en este caso Lucas, forcejea con los símbolos para transmitirnos el terremoto suave que interiormente acontece en el mundo con la invasión del Espíritu de Dios, como una botella de champang que estalla y rebosa.

2 Ayer asistí, alucinado, en el Hemisféric de Valencia, al nacimiento de las estrellas. Fue una excelente preparación para celebrar la fiesta de Pentecostés. Todo era grandioso: el cielo tachonado de estrellas, la aparición sucesiva y espectacular de cada uno de los planetas, los géiseres lanzando llamaradas de energía, los agujeros negros, los cometas con sus colas inmensas y velocísimas, las galaxias, la inmensa vía láctea, los millones de años luz que el locutor anunciaba, el color, la nueva dimensión que alcanzaba el principio del universo cósmico... Una imagen portentosa de la nueva creación que acontece con la irrupción en el mundo del Espíritu Santo.

4 En el firmamento parpadeaban los millones de estrellas antes. Y brillaba el colorido de los planetas, y el ardor del sol, pero no los alcanzábamos a ver. Sólo los astrónomos con ayuda de sus aparatos y telescopios atisbaban un pedacito. La inmensa mayoría, contábamos unas cuantas estrellas en el cielo por las noches, pero difícilmente distinguíamos la estrella polar del carro, o de Orión, o de las Pléyades. O del lucero. Hoy con películas de gran formato "Imax´Dome", podemos gozar del esplendoroso espectáculo.

5 ¿Y la nueva creación y renovación del Espíritu Santo? La podemos contemplar? Siempre hubo en la Iglesia almas privilegiadas que veían más, dotadas con carismas místicos. Pero a todos nos ha dotado el Espíritu de la fe y del don de sabiduría, de ciencia y de entendimiento con cuya ayuda podemos ver en la oscuridad la maravilla sobrenatural que es el hombre incorporado a la vida trinitaria, superior sin comparación a la creación planetaria.

6 Pero, aunque es de mayor calidad, como obra de Dios, precisamente el cuarto evangelio tiene buen cuidado en narrarnos su comunicación con palabras y frases que la evocan, para destacar la gradación. Así nos dice que el Señor "sopló sobre los discípulos para comunicarles el Espíritu Santo" Juan 20,19. En claro paralelismo con la descripción de la creación del primer hombre, cuando Dios "sopló en sus narices" (Gn 2,7); y con el mandato del Señor a Ezequiel: "Sopla sobre estos huesos para que revivan" (Ez 37). El "soplo", "viento", "aliento", "ruaj", en castellano; "pneuma", en hebreo y en griego, son sinónimos de Espíritu. El Don pues, del Espíritu comunicado a sus discípulos la tarde de la Resurrección y el de Pentecostés son descritos de la misma forma que la creación del hombre, cuando el Señor creó en él la vida. Todo esto indica que estamos en el origen de una humanidad nueva, una nueva creación.

7 Pero para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. Por eso se comunica a los hombres elegidos y prolongadores, el don del Espíritu Santo como poder contra el pecado: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados". Esa es, pues, la misión del Espíritu Santo, que es enviado para actualizar constantemente en la historia a Jesucristo, su Persona, sus palabras y sus obras. Podemos decir que el Espíritu Santo es la presencia activa y la acción presente del Señor glorificado en la Iglesia y en el mundo, actuando tanto individualmente como comunitariamente.

8 Es el Espíritu Santo el que actúa en la misión de la Iglesia, descubriéndole campos nuevos de acción, tareas nuevas, e impulsándola a tomar iniciativas nuevas, fecundando siempre su acción. Por eso debe estar atenta a los signos de los tiempos, que llevando siempre una iniciativa divina, hay que saberla discernir con perspicacia y con docilidad y humildad.

9 Siempre que se confiesa a Cristo en el mundo, se hace presente el Espíritu, y cuando se va construyendo la comunidad y ésta va creciendo, allí está el Espíritu dando dinamismo y siendo la fuente del crecimiento.

10 El Espíritu es la fuerza que impulsa la vida de los creyentes. Por eso nos exhorta Pablo: "Andad en Espíritu y no según la carne" (Gal 5,16); "Si vivís según la carne, moriréis, si según el Espíritu, viviréis" (Rm 8,10). Los cristianos deben producir los frutos del Espíritu: "Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, domininio de sí" (Gál 5,22).

11 El Espíritu es el que nos abre a Dios: ora en nosotros con gemidos inefables y nos permite decirle "Abbá", "Padre" (Rm 8,15); y el que nos hace abrirnos a los hermanos: "Vosotros fuisteis llamados a la libertad; pero que no sea motivo para servir a la carne, sino servíos unos a otros, mediante la caridad" (Gál 5,13). En fin, el Espíritu nos convierte en pequeños cristos que multiplican su presencia y su acción en el mundo.

12 El Espíritu Santo nos revela la realidad verdadera de la creación. Por eso para el creyente nada es pequeño ni trivial: todo es don y gracia. Cosas, sucesos pequeños y ordinarios, también los grandes acontecimientos. En todo debe saber descubrir el cristiano la huella del Espíritu y todo debe ser motivo de gozo y de acción de gracias. Pero sobre todo, se manifiesta la acción del Espíritu Santo, allí donde se produce una vida nueva, o donde se impulsa la perfección en todos los órdenes, sobre todo en el esfuerzo de los hombres y de los pueblos a favor de la vida, de la justicia, de la libertad, de la paz.

13 Allí donde los hombres se despojan de su egoísmo, se reunen en la caridad, se perdonan y disculpan, se hacen mútuamente el bien y se ayudan, está de manera especial presente el Espíritu. Porque el hombre se encuentra a sí mismo y avanza por el camino de la perfección, no cuando se entrega a los impulsos del egoísmo, sino cuando da, ofrece, comparte. Donde hay caridad se anticipa la plenitud y la transformación del mundo.

14 El hombre encuentra su perfección más profunda donde su condición de persona es aceptada y respetada incondicional y definitivamente. Así es como Dios acepta al hombre en su amistad y le hace partícipe de su vida por el Espíritu Santo. Una vez entroncado en Dios el hombre y salvado y santificado, es capaz de manifestar los frutos de esta santidad y amistad en su trato con los hermanos: en su afabilidad, disposición siempre atenta a ayudar, en su comprensión y tolerancia, en su generosidad. Y como la comunicación con Dios es la perfección mas honda del hombre, el que se abre a la acción del Espíritu Santo, queda lleno de paz interior, de consuelo y de gozo espiritual.

15 Al recibir la comunión ejercitemos nuestra profunda fe en la llegada a nosotros del Espíritu que nos haga hombres divinos, comprendiendo que todo esa maravillosa gesta nace con la Sangre derramada del Hijo de Dios. ¿Quién hubiera podido creer que aquel HOMBRE que decía que era el Hijo de Dios, que por eso le mataron, tuviera no sólo el mundo creado en sus manos, sino todo el Espíritu suyo, que es el de su Padre, y lo pusiera al servicio de sus hermanos, para elevarles al rango de su familia trinitaria?

J. MARTI-BALLESTER