«Luz que penetra las almas»
Espíritu de Dios y seguimiento lúcido de Jesús
Jon SOBRINO
Jesuita
Profesor de Teología en la UCA
San Salvador
En este artículo queremos reflexionar sobre la capacidad de
«iluminar» que tiene el Espíritu de Dios. Para ello lo vamos a dividir
en dos grandes partes. En la primera, un poco más larga,
trataremos un tema, previo al que se nos ha pedido, pero que nos
parece fundamental, pues en él se decide la relevancia histórica del
Espíritu de Dios: determinar el lugar de su manifestación. Veremos
que ese lugar es el seguimiento de Jesús, con lo cual remitimos al
Espíritu desde el principio a una realidad histórica, no etérea,
intemporal, invisible. En la segunda parte trataremos de explicitar lo
que hoy se necesita de espíritu —iluminación en nuestro caso—en
ese seguimiento. El desarrollo del tema lo haremos alrededor de
breves proposiciones1.
1. El espíritu de Dios y el seguimiento de Jesús
Hoy se ha vuelto un lugar común afirmar que «el Espíritu es el
gran ausente en la Iglesia», que «hay grave déficit de
pneumatología en la teología», que hay que «volver al Espíritu».
Compartimos en lo sustancial esta idea, pero hay que precisarla; y
lo primero por lo que queremos preguntarnos es dónde se
manifiesta ese Espíritu. La respuesta es que, ante todo, se
manifiesta en Jesús2.
1.1. La vida de Jesús, transida del Espíritu de Dios
PRIMERA PROPOSICIÓN: La historia de Jesús, su praxis, sus
actitudes, su destino, están transidos de espiritu de forma histórica
y palpable. Son el lugar de manifestación el Espíritu de Dios.
Para abordar con realismo esta primera proposición
comencemos recogiendo una observación crítica que suele hacerse
a la cristología. Se dice a veces que hay que introducir en ella el
Espíritu para superar un cristocentrismo exagerado, el cual, en
síntesis, puede tener dos peligros: Uno, que va en la línea de
«empequeñecer a Dios», de reducirlo —en la idea y en la fe— a lo
que de él se muestra en Jesucristo, siendo así que Dios es mayor
que Jesús, humano y limitado. Esto se repite hoy en el contexto del
diálogo con las religiones3. Otro va en la línea del «fanatismo
antropológico» que puede generar el seguimiento de Jesús, con sus
concomitantes de cerrazón, intransigencia y hasta violencia. A eso
podría llevar el concebir a Jesús como la norma normans non
normata. En otras palabras, sin el Espíritu de Dios, incluso el
seguimiento de Jesús puede ser peligroso —y en ello puede haber
bastante de verdad, si no en la teoría, sí en la práctica4.
Ante esto, es lógica la insistencia de introducir el Espíritu en el
seguimiento de Jesús. Pero ello puede hacerse de dos maneras.
Una consiste en «añadir» simplemente el Espíritu a Jesús (la
pneumatología a la cristología), como a veces parece ocurrir con
cierto peligro de nominalismo. Otra consiste en «hacer converger»
ambas realidades adecuadamente. El problema entonces es el «y»
que relaciona a Jesús y al Espíritu. Veamos cómo convergen
históricamente Espíritu y vida de Jesús.
Si volvemos a la historia de Jesús de Nazaret, nos encontramos
con que Jesús habla poco del Espíritu, y nada de su personalidad.
El mismo Jesús es descrito como poseído por el espíritu en el
bautismo, en las tentaciones y en la misión inaugural en la sinagoga
de Nazaret. La tradición sinóptica incluso reifica ese Espíritu de
alguna manera al considerarlo como una «fuerza» —exousía,
dynamis—: «la fuerza que salía de él» (Mc 5,30; Lc 8,46). Sin
embargo, con anterioridad a la interpretación reificante (y
personalizante) de la fuerza que salía de Jesús, los sinópticos
muestran que su vida está transida de una fuerza especial, que es
una «vida transida del Espíritu de Dios». Veamos las
manifestaciones de ese Espíritu en la vida de Jesús.
¿Novedad? Entre el comienzo y el final de la vida de Jesús hay
un cambio radical que conduce a una novedad impensada. Dios,
reino, llamada al seguimiento, poder de curaciones... son cosas
bien distintas en los comienzos de Galilea, en el huerto y en la cruz.
Jesús está, pues, abierto a la novedad, y esa novedad es también
teologal y, por ello, radical: Jesús se abre a la novedad de un
Dios-Padre cercano que sigue siendo Dios-misterio. En apertura a
esa novedad muere Jesús y se dirige al futuro definitivo. Jesús no
fue, pues, un revolucionario-religioso fanático que no habría
cambiado un ápice de lo que —si se nos permite la ironía— habría
aprendido en «manuales sobre cómo construir el reino». La vida de
Jesús está transida de espíritu de novedad y de futuro5.
¿Libertad? Es sabido que la ley, el templo, el culto, las
tradiciones religiosas... fueron relativizadas, denunciadas o
abolidas, según los casos, por Jesús. Lo importante es recordar
—para no caer en un libertarismo egocéntrico, que es
antijesuánico—que esa libertad suya no fue para defender un mero
ideal de libertad (lo cual es el punto fuerte y débil de la tradición
moderna occidental), sino para defender el amor, la justicia, la
misericordia sobre todo para con los pobres, los marginados y las
víctimas: según Jesús, hay libertad —bajo cualquier presupuesto
religioso— para hacer el bien, siempre y en todas partes.
Comparadas con la de Jesús, palidecen otras libertades que hoy se
pregonan. La vida de Jesús está transida de espíritu de libertad.
¿Discernimiento? Aparece también como algo central en la vida
de Jesús. Baste recordar la escena de las tentaciones, editada
precisamente para decir que Jesús se puso ante Dios para discernir
la voluntad de Dios sobre lo central de su vida: cómo ser mesías. En
la tentación, sólo en apariencia dialoga Jesús con el diablo; su
verdadero interlocutor es Dios. No se trata, pues, de conversión del
mal al bien, sino de discernimiento, de qué bien hay que hacer y
cómo hacerlo. La vida de Jesús está transida de espíritu de
discernimiento.
¿Oración? Pablo dice bellamente que el Espíritu es el que nos
hace llamar a Dios «Abba, Padre». Jesús le llama siempre así con
toda naturalidad, con la sola excepción de su grito en la cruz: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» La vida de Jesús
está transida de espíritu de oración.
¿Gracia? Quizá no es fácil encontrar textos que muestren la vida
de Jesús como vida agraciada. Pero baste decir, negativamente,
que en su misión no aparece por ninguna parte la hybris o una
visión prometeica, sino que en todo existe el sabor de la iniciativa de
Dios. Al reino hay que servirlo; pero éste crece aun cuando los
humanos ni siquiera estemos velando. El reino hay que hacerlo;
pero hay que pedir que se haga realidad: «venga tu reino». No hay
hybris ni fanatismo. Hay, más bien, alegría y agradecimiento cuando
los pequeños entienden. La vida de Jesús está transida de espíritu
de gratuidad.
En este breve recorrido por la vida de Jesús, nos hemos fijado en
las dimensiones de la existencia cristiana (novedad, libertad,
discernimiento, oración, gracia) que más suelen remitirse hoy al
Espiritu, y las que, en su concreta realidad histórica, pudieran
quedar sofocadas de alguna manera en un seguimiento llevado a
cabo con fanatismos. Por eso es importante constatar en Jesús
estas manifestaciones del Espiritu, que muestran que su vida fue,
en verdad, «vida con espíritu».
Pero, además, en la vida de Jesús aparecen otras
manifestaciones del Espiritu de Dios (las que más se recalcan en
situaciones de opresión y liberación, de conflicto y martirio), que
son, por cierto, las que se mencionan en el credo: «Creo en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida.., y que habló por los
profetas». Pues bien, vida y profecía son realidades esenciales en
Jesús de Nazaret.
¿Vida? Para Jesús, vivir él mismo significó propiciar vida; lo cual
—sin muchas palabras— lo muestra haciendo central la defensa de
aquellos a quienes les han arrebatado la vida: pobres y
marginados; y todo ello como algo que es obvio. «El Espiritu del
Señor sobre mi. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los
pobres, a proclamar la liberación de los cautivos y la vista a los
ciegos, a liberar a los oprimidos..» (Lc 4,18ss). Según J. Jeremías,
«el reino de Dios es únicamente para los pobres»6. Y estos pobres
son los sin vida. Entre los antiguos, en efecto, aun lingüisticamente,
este tipo de personas —ciegos, cojos, leprosos..— son comparados
con los muertos. «A la situación de tales personas, y según el
pensamiento de aquella época, ya no se la puede llamar vida..
Están prácticamente muertos.. Ahora los que se parecían a los
muertos son suscitados a la vida»7. Al propiciar la vida de los
pobres, el mismo Jesús vive. La vida de Jesús está transida del
espíritu de vida.
¿Verdad? De Jesús decia la gente que «habla con autoridad»,
convencido de lo que decia, no como los fanáticos irracionales o los
funcionarios a sueldo. Jesús, además, no fue ingenuo sobre la
verdad, ni daba por supuesto que abundase en este mundo. Y ello
no tanto por la ignorancia existente, sino por la mentira y el
encubrimiento estructural de la realidad. De ahí sus controversias
sobre la verdad, empezando por la verdad de Dios, su
desenmascaramiento de lo que se quiere hacer pasar por Dios y no
lo es, sus denuncias de los ídolos como activos rivales de Dios, que
no son inanes, sino que actúan contra Dios. La vida de Jesús está
transida del espíritu de verdad.
¿Amor? No hace falta extenderse mucho. Es el mandamiento
nuevo el que guía la actividad de Jesús. Además, la misericordia es
lo que define al ser humano cabal (el buen samaritano), al mismo
Jesús (que actúa tras la petición: «ten misericordia de mi») y al
Padre celestial («movido a misericordia, salió al encuentro del
hijo»). La vida de Jesús está transida del espíritu de amor y
misericordia.
Sea cual fuere la fortuna de este análisis, queremos sacar tres
conclusiones que nos parecen importantes:
La primera es que la vida de Jesús está transida de espíritu, y
ello con independencia de las palabras que pudo pronunciar sobre
él. Y es que para Jesús, como para todos, el «ser espiritual» se
decide no en el hablar acerca del Espíritu, sino en ser y hablar en el
Espíritu, con espíritu —y sería funesto no verlo así.
La segunda es que, ciertamente, hay que remitirse a Jesús de
Nazaret cuando el problema son los pobres, la liberación, la
profecía, el martirio..; pero también —lo cual puede ser más pasado
por alto— cuando el problema es la libertad, la novedad, la gracia, y
no hacer como si lo primero fuese más lo suyo, mientras que lo
segundo no aparecería en él con suficiente claridad, para lo cual
habría que recurrir a Pablo o a Juan8.
Y la tercera es que la vida y la praxis de Jesús, en las que se
manifiesta el Espíritu de Dios, son realidades históricas, nada
esotéricas ni intimistas. Y eso es muy importante recordarlo hoy.
1.2. El pro-seguimiento de Jesús, lugar del Espíritu
SEGUNDA PROPOSICIÓN: El lugar primario de la manifestación
actual del Espíritu es el pro-seguimiento de Jesús, que nos asemeja
a él. El Espíritu es la fuerza para hacer real ese asemejamiento
actualizadamente en la historia y, por eso, abierto a lo nuevo.
Si la vida de Jesús está transida de Espíritu, entonces el
seguimiento en la historia puede y debe ser lugar del Espíritu o, al
menos, su lugar privilegiado. Otros lugares, como la oración
escondida, la experiencia litúrgica y estética, la contemplación de la
naturaleza, etc., en nuestra opinión no tienen total autonomía como
lugares del Espíritu, pero sí pueden serlo dentro del seguimiento.
La razón para hacer esta afirmación es el designio de Dios de que
lleguemos a ser «hijos en el Hijo», lo cual implica reproducir en la
historia la vida de Jesús. El asunto está en ver cómo se relacionan
ambas cosas: seguimiento y Espíritu.
Seguimiento de Jesús y Espíritu de Dios no son realidades que
coexisten simplemente de forma yuxtapuesta —ni son realidades,
por supuesto, que pudieran generar dinamismos contrarios—, sino
que son realidades que responden a distintos ámbitos de realidad.
En lenguaje metafórico, podríamos decir que el seguimiento es el
cauce marcado por Jesús para caminar, y el espíritu es la fuerza
que nos capacita para caminar real y actualizadamente por ese
cauce a lo largo de la historia. De ahí que no hablemos simplemente
de seguimiento, sino de proseguimiento: caminar hacia adelante y
ante la novedad que trae al futuro. Según esto, la totalidad de la
vida cristiana puede ser descrita como «pro-seguimiento de Jesús
con espíritu». El «seguimiento» remite al cauce de la vida real,
configurado por la vida de Jesús. El «con espíritu» remite a la fuerza
para el caminar real. Y el «pro» remite a la actualización en el
presente y a la apertura a la novedad del futuro.
El Espíritu, por lo tanto, no inventa, por así decirlo, la estructura
de la realidad del seguimiento. Eso ya está dado en Jesús. Para ser
real hay que «hacerse cargo» de la realidad (el estar activamente
en la realidad: la encarnación). Hay que «encargarse de la
realidad» (anunciar el reino y combatir el antirreino: la misión). Hay
que «cargar con la realidad» (con lo oneroso de la realidad:
conflictos, persecución.. la cruz). Y hay que «dejarse cargar por la
realidad» (la gracia utopizante: la resurrección).
A lo que acabamos de decir queremos añadir tres reflexiones
para comprender mejor la relación entre seguimiento y Espíritu:
La primera es que el seguimiento no tiene por qué sofocar el
Espíritu, sino que, por el contrario, lo propicia. Esto es claro en la
teología paulina del Espíritu, que siempre tiene en cuenta la cruz de
Jesús, mientras que los primeros capítulos de hechos son más
dados a presentar al Espíritu en relación con prodigios
extraordinarios. En el mundo actual, en el que proliferan
movimientos que se remiten al Espíritu más como expresión de lo
extraordinario y esotérico que como la realidad de la que está
transido el seguimiento de Jesús, nos parece importante recordar la
tesis: el lugar del Espíritu es el seguimiento.
La segunda es que la tesis que hemos expuesto se confirma en
la historia (según un más y un menos, por supuesto). Insignes
seguidores de Jesús han estado abiertos al Espíritu y su novedad y
se han dejado configurar por ello. Francisco de Asís quiso ser sólo
«repetitor Christi» y practicar el evangelio «sin glosa» (lo cual,
conceptualmente, parecería alejar de lo nuevo); sin embargo,
introdujo una gran novedad en la historia (hoy los ecologistas se
remiten a él). D. Bonhoeffer, fue insigne teólogo del seguimiento,
pero aportó insospechadas novedades teóricas («vivir etsi Deus
non daretur»; llamar a Jesús «el hombre para los demás»), y en lo
personal participó en un complot contra Hitler, lo cual le costó la
vida (la insospechada y poco frecuente relación entre teólogo y
novedad del martirio). Monseñor Romero protagonizó una
revolución eclesial (mayor que la que originan normalmente quienes
se dedican explícitamente al cultivo del Espíritu), pero todo ello
desde el rehacer la vida de Jesús: encarnación en la realidad de los
pobres, misión al servicio del reino y en contra del antirreino, tomar
la cruz.. Ignacio Ellacuría, cuya vida y obra no suelen ser analizadas
desde esta perspectiva espiritual, hizo central la realidad del
seguimiento, y éste estuvo transido de novedad, de creatividad, de
libertad9.
Por último, ofrecemos una posible formulación teórica sobre la fe
en el Dios trinitario que pone en relación a Jesús y al Espíritu. Así lo
escribimos hace años:
«Creer en el Padre significa la entrega confiada y obediente a lo
que en Dios hay de misterio absoluto, origen gratuito y futuro
bienaventurado. Creer en el Hijo significa que en Jesús se ha
acercado y dicho el Padre; que el misterio del Padre es realmente
amor, en la escandalosa dialéctica de amor resucitante y amor
crucificado; que en el seguimiento de Jesús —y no fuera de él— se
da la estructura del acceso al Padre. Creer en el Espíritu significa la
realización in actu de la entrega al Padre y del proseguimiento de
Jesús»10.
La fórmula puede ser retocada y mejorada, pero lo que
queremos asegurar con este lenguaje algo sofisticado es que se
comprenda al Espíritu en relación al Padre y a Jesús. Que sea, en
verdad, Espíritu del Padre, Dios mayor —por lo cual su Espíritu es
novedad, creatividad, futuro—, y que sea Espíritu del Hijo —por lo
cual es fuerza para rehacernos según el Hijo.
* * * * *
En 1968, el Patriarca Ignacio IV de Antioquía pronunció en
Uppsala el siguiente texto:
«Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo permanece en el
pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una pura
organización, la autoridad es tiranía, la misión es propaganda, la
liturgia es simple recuerdo, y la vida cristiana es una moral de
esclavos. Pero en el Espíritu, y en una sinergia indisociable, el
cosmos es liberado y gime en el alumbramiento del Reino, el
hombre lucha contra la carne, Cristo resucitado está aquí, el
evangelio es una fuerza vivificadora, la Iglesia significa la comunión
trinitaria, la autoridad es un Pentecostés, la liturgia es memorial y
anticipación, y la acción humana es divinizada».
Estas palabras son bellas y certeras, pero con una condición:
que invoquemos y busquemos al Espíritu allá donde está: en Jesús
y su seguimiento. Si así no fuera, apelar al Espíritu podría sonar
—dicho sea con todo respeto— a una invocación a algo extrínseco
a nosotros que componga nuestro arruinado mundo y nuestra débil
Iglesia. Pero si invocamos y buscamos al Espíritu allí donde está,
entonces esas bellas palabras se pueden unir —en un contexto
ampliado— a las de Pablo: «El Espíritu acude en auxilio de nuestra
debilidad» (Rm 8,26). En nuestra opinión, todo depende de
encontrar al Espíritu allí donde está.
2. Un seguimiento «lúcido»
Lo que acabamos de decir vale para cualquier manifestación del
Espíritu, que puede ser tan variada como los ámbitos de realidad
del ser humano. Pablo dice que el Espíritu otorga una multitud de
carismas. La tradición habla de sus siete dones. El «Veni Creator»
le otorga diversas funciones: ser luz, amor, fortaleza, fuerza contra
el enemigo. Aquí nos concentramos en una: iluminar la realidad, dar
luz para ver su verdad. Lo vamos a hacer en dos partes: en la
primera, analizaremos la iluminación para captar la verdad siempre
nueva y mayor, el «más» de la verdad; en la segunda, la iluminación
necesaria para desenmascarar la mentira del mundo.
2.1. Aprender a aprender: luz para ver el «más» de la verdad
TERCERA PROPOSICIÓN: A lo largo de la historia, el Espíritu es
la fuerza para captar la verdad nueva y mayor.
RV/PROGRESO: En el evangelio de Juan hay un texto
desconcertante en el que se menciona al Espíritu: «Os conviene
que yo me vaya» (/Jn/16/07), dice Jesús. Y la razón que da es que
sólo cuando él esté ausente, podrá venir el Espíritu, y «cuando él
venga, os guiará hasta la verdad completa» (16,13). La paradoja es
notable: la verdad de Dios se ha hecho presente en este mundo en
Jesús, y sin embargo tiene que ser completada, y es bueno que lo
seas11. Esto significa que a la comunicación de la verdad de Dios le
compete la historicidad.
Dicho con mayor precisión: la revelación puede ser considerada
como pedagogía para que los seres humanos vayamos
reconociendo la verdad a lo largo de la historia. J.L. Segundo, quien
insiste en esta tesis, cita en su favor la Dei Verbum, la cual,
refiriéndose al Antiguo Testamento, afirma que la revelación, aun
con cosas imperfectas y transitorias, muestra «la verdadera
pedagogía divina» (n. 15). La revelación, en cuanto pedagogía, es
el proceso que el mismo Dios pone en marcha y a través del cual
nos enseña a aprender. Y vista desde nosotros, es una invitación a
que aprendamos a aprender. J.L. Segundo lo ilustra con el
magnifico texto de san Agustín en su comentario al evangelio de
Juan: «El mismo Señor, en cuanto se dignó ser camino nuestro, no
quiso retenernos, sino pasar»12. Pues bien, según eso, el Espíritu
nos ata y nos desata. Nos ata a la estructura fundamental de la vida
de Jesús para conocer a Dios; nos desata para descubrir a Dios en
cada nueva situación histórica.
Esta dialéctica entre pasado y presente de la revelación de Dios
es lo que sacó a la luz el Vaticano II al analizar los «signos de los
tiempos». Es sabido que en el n. 4 de la Gaudium et Spes se habla
de «signos de los tiempos» como de acontecimientos y tendencias
que caracterizan a una época —signos de los tiempos en sentido
histórico-pastoral—. Pero no es ése el significado más profundo de
la expresión (aunque la teología, normalmente, sólo parece usar en
su quehacer los signos de los tiempos con esa connotación). En
efecto, en el n. 11 de la misma Gaudium et Spes se habla de «los
signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios»
—signos de los tiempos en sentido que llamamos
histórico-teologal—. Si se toma esto en serio, significa que Dios
sigue manifestándose hoy novedosamente, como él quiere y donde
él quiere.
Un seguimiento «lúcido», en el que el Espíritu ilumina, implica,
pues, memoria e imaginación. La memoria de la sarx de Jesús sigue
siendo imprescindible, pues en ella se hace presente Dios (y, como
lo muestra la historia, usamos toda suerte de artilugios para olvidar,
domesticar y manipular a Jesús de Nazaret, sobre todo el hecho de
que muriese ajusticiado en una cruz13). Por otra parte, la
imaginación es imprescindible, aunque difícil. Barruntar «qué diría y
haría hoy Jesús de Nazaret» ofrece la dificultad de cualquier
extrapolación, pero además ofrece la práctica imposibilidad de
integrar en la reflexión actual un quiebre histórico y teologal de gran
magnitud; no llegó el reino de Dios que Jesús predicaba cercano, ni
llegó la parusía que los primeros cristianos creían también cercana.
No hay que trivializar esas diferencias, sino que hay que «aprender
a aprender». Hacer eso posible es la tarea del Espíritu.
En resumen, el Espíritu es el responsable de abrirnos siempre al
«más» de la verdad; y así actúa. Cosas impensables hace algunas
décadas, hoy son ya aceptadas como verdad. Otras se vislumbran.
Otras, al menos, se discuten. Y no son cosas de poca monta. Junto
a la verdad de los ministerios eclesiales y sus requisitos, hoy en
plena discusión, se discute la verdad de las religiones y se
vislumbra la verdad de un Dios mayor que todas ellas. El Espíritu de
Dios está, pues, actuante. Sólo queremos recordar que la captación
de la verdad, mayor y novedosa, aparece, paradójicamente, desde
el cauce concreto del seguimiento de Jesús.
2.2. Desenmascarar la mentira
CUARTA PROPOSICIÓN: El Espíritu es la fuerza para superar la
mentira y sacar a la luz la realidad encubierta.
Además de llevarnos del todavía-no-saber al saber, el Espíritu
nos lleva de la mentira a la verdad. No sólo, pues, supera nuestra
ignorancia, sino que desenmascara nuestra mentira, cosas ambas
sumamente difíciles.
El escándalo campea por doquier en nuestro mundo; y cuando
hay escándalo, irremediablemente hay encubrimiento, pues
escándalo y encubrimiento son correlativos. Pues bien, ese
encubrimiento es la forma más aguda que adopta hoy la mentira:
pretender simplemente que el mal y sus responsables no existan (o
no se conozcan). Es cierto que siempre ha habido encubrimiento,
pero en nuestro siglo ha tomado carta de ciudadanía, quizá porque
ahora hay más medios para conocer la verdad de las cosas. Hace
años, el caso Watergate popularizó la palabra cover up
(encubrimiento); pero aquel caso, entonces sonado, no es nada en
comparación con el gigantesco cover up sobre el mundo en que
vivimos. El encubrimiento no es total, lo cual no es posible por los
mismos medios. Pero, además de los silencios y mentiras por
razones de seguridad o de estado, civiles y eclesiásticas, los medios
generan un encubrimiento ambiental-cultural. Así el V Centenario
(con sus olimpiadas, ferias y demás), Francia 98 (con sus
Ronaldos), los discos de platino (con sus Jacksons) y, digámoslo
con todo respeto, los funerales sonados de 1997 dejan pronto en la
penumbra -es decir, encubren- lo que ocurre en los Grandes Lagos
y la pobreza y la miseria cotidiana de la mitad de la humanidad. Y a
esto último cooperan el lenguaje y las promesas de la economía:
«vamos por buen camino», «hay crecimiento macroeconómico»..
Todo esto es de sobra conocido, pero persiste sin pestañear.
Los profetas que lo desenmascaran son cooptados, enterrando sus
palabras en el océano de un silencio mayor; o, cuando de verdad
estorban, son liquidados. Estamos, pues, en un mundo que «llama
día a la noche y noche al día», contra lo que bramaba Isaías; que
«oprime la verdad con la injusticia», como denunciaba Pablo; un
mundo en el que el Maligno es «mentiroso» y asesino, como dice
Juan. Dicho de otro modo, estamos en un mundo al que se pueden
aplicar las conocidas y amenazantes palabras de Antonio
Montesinos: «¿Cómo están en sueño tan letárgico dormidos?».
Despertar del sueño, dejar de oprimir la verdad, desenmascarar
la mentira, es tarea sumamente necesaria y urgente en nuestro
mundo, pues detrás de la mentira está la muerte. Hoy existe
capacidad para conocer la verdad, pero no hay voluntad de
conocerla y darla a conocer. Superar esta situación de mentira
estructural e institucionalizada es gran milagro del Espíritu.
Los sinópticos hablan del pecado contra el Espíritu Santo,
sobre lo cual hay diversas interpretaciones exegéticas. En el
contexto de estas líneas, quizá podamos decir que pecamos contra
el Espíritu cuando pecamos contra la luz, cuando vivimos con la
voluntad de mentir y encubrir. Eso ocurre cuando no queremos ver
el mal de nuestro mundo, pero quizá más hondamente cuando no
queremos ver el bien, darlo a conocer, «hacerle la propaganda» y
alegrarnos en él. Quizás más todavía que el mal —que en nuestra
cultura muchas veces es noticia en los medios—, la bondad es la
gran desconocida. El arsenal de bondad, en forma trágica muchas
veces, que existe en los pueblos crucificados no es dado a conocer
ni parece interesar, siendo así que esa bondad es la que puede
traernos salvación. Eso es pecado contra el Espíritu, y no sé si el
mayor. Digamos retóricamente que el Espíritu puede, si no
perdonar, sí vencer sobre el pecado contra él.
Un seguimiento de Jesús «lúcido» es, pues, el que está transido
de luz para ver cada vez más verdad y para sacar a luz la mentira
del mundo. Cuando esto ocurre, no podemos dudar de que ahí está
el Espíritu de Dios.
* * * * *
Este artículo es ya demasiado largo. Pero, ya que comenzamos
1998, el año del Espíritu, permítaseme expresar dos deseos.
Uno —que hemos tratado de explicar en este artículo—es que
Espíritu y Jesús vayan a una en la vida cristiana (con sus
equivalentes en toda vida humana). En otras palabras, que no se
propicie un entusiasmo por el Espíritu Santo que, de hecho, pudiera
prescindir de Jesús o de partes importantes de su mensaje; sino
que, por el contrario, el Espíritu nos remita siempre a Jesús de
Nazaret, y que su seguimiento nos abra al «más» del Espíritu.
El otro es sobre nuestra realidad eclesial: que el Espíritu muestre
su fuerza para superar males y propiciar bienes. Al menos, que
supere el miedo que hoy existe en la Iglesia, que hace muy difícil, y
a veces dolorosa, la convivencia en su interior, y que paraliza la
búsqueda de la verdad. Y que propicie el gozo de sabernos —y
serlo— hermanos y hermanas en la Iglesia (y en el mundo). Más en
concreto, el gozo mayor de haber encontrado alguna vez la buena
noticia en los pobres de este mundo y en los seguidores de Jesús,
insignes muchos de ellos. Aunque oficialmente no se presente
muchas veces a los pobres, sino a la institución, como portadores
de la buena noticia, y aunque los mejores seguidores de Jesús
estén con frecuencia bajo sospecha, que en ellos esté nuestro
gozo. «Menos miedo y más gozo»: bien pudiera ser éste el gran don
del Espíritu en su año.
SAL TERRAE 1998/01. Págs. 3-15
........................
1. Por lo que toca al lenguaje, escribimos Espíritu o Espíritu de Dios (con
mayúscula) para referirnos al Espíritu Santo (la tercera persona de la Trinidad).
Y escribimos espíritu (con minúscula) para referimos a sus manifestaciones
concretas en la historia. Por ejemplo, Jesús estaba lleno de espíritu de
misericordia.
2. Esto no es evidente, aunque lo parezca. Los corintios disociaron Jesús y
Espíritu. Más aún, podían decir en nombre de Jesús «maldito sea Jesús» (I
Cor 12,3) o podían convertir sus carismas en palabrería barata, que en nada
edifica (I Cor 14,275). Hacer converger Jesús y Espíritu sigue siendo tarea
fundamental, que no hay que dar por supuesto.
3. Lo acaba de recordar E. SCHILLEBEECKX en «Religión y cultura»:
Concilium 272 (1997) 797-814.
4. Ya lo dijimos hace años: «se peca contra el Hijo cuando.. se le
exclusiviza y absolutiza. Entonces surge la imitación voluntarista, la ley sin
espíritu, la secta cerrada en lugar de la fraternidad abierta; se ignora el gozo de
la gratuidad del Padre y la inventiva imaginación del Espíritu», en (C. Floristán -
J.J. Tamayo [eds.]) Conceptos fundamentales de Pastoral, Madrid 1993, p.
257.
5. Algunas novedades intraeclesiales que hoy causan serios problemas
(ordenación de las mujeres, modo de elegir a obispos y papas, inculturación,
diálogo interreligioso.. ) son pequeñas en comparación con la novedad
teologal con que Jesús tuvo que habérselas en su vida.
6. Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1974, pp. 133, 180. El
subrayado es del autor
7. Ibid., 128. Este lenguaje puede parecer hoy exagerado, pero no lo es si
comprendemos por los pobres a «aquellos que no dan la vida por supuesto»;
«aquellos que tienen a (casi) todos lo poderes en contra: económicos,
militares, políticos, con frecuencia los medios de comunicación, las
instituciones culturales y esperemos que no las religiosas»; «aquellos que
mueren la muerte rápida de la violencia o la muerte lenta de la pobreza».
8. Desde un punto de vista histórico, es verosímil que en Pablo, por
ejemplo, quede más explicitada y mejor analizada la gracia y la libertad, y que
en Juan aparezca con mayor claridad la novedad de la verdad. Más aún, otras
tradiciones religiosas no cristianas pueden poner de relieve, mejor que Jesús,
la importancia de la naturaleza del cuerpo, de la gnosis, en la vida religiosa de
los pueblos.
9. Esto se nota en la novedad permanente de su servicio a las mayorías
populares. Trabajó —cambiando y dando pasos reales desde el horizonte de
la utopia— en apoyo de la organización popular, la junta de gobierno de 1997,
la solución político-militar, el diálogo, la negociación.. El espíritu de novedad
estuvo insignemente presente en el proceso de su vida, pero desde el
seguimiento de Jesús, que en su caso era interpretado desde una perspectiva
ignaciana: meditación de la encarnación, el rey temporal, las dos banderas, el
escondimiento de la divinidad en la cruz el in actione contemplativus.
10. En (C. Floristán - J.J. Tamayo [eds.]) op. cit., «Dios», p. 257.
11. En otro pasaje sorprendente, que puede ser considerado como
paralelo, Jesús dice a sus discí- pulos: «el que cree en mí, hará él también las
obras que yo hago, y aun mayores» (Jn 14,12)
12. Patrología Latina 34, 33, citado en ibid., p. 455. Siguiendo la metáfora de
la pedagogía, hay un momento en que el buen pedagogo se retira, aunque
permanezca siempre presente de otra forma.
13. En la actualidad, postmoderna, globalizante, neoliberal, parecería que
mencionar conflictos y cruces, re- cordar y hacer centrales los conflictos y la
cruz de Jesús, casi se ha convertido en cosa de mal gusto. Y ello a pesar de
que ambas cosas —conflicto y cruz por defender a los débiles y denunciar a
los poderosos— son los datos históricos mejor asentados en el evangelio. La
memoria peligrosa es en verdad peligrosa, y la manera más radical de
neutralizar su peligrosidad es que deje de ser memoria. Funciona aquí un sutil
mecanismo, análogo al del «perdón y olvido» tras aberraciones cometidas.
Por eso hay que recordar a las víctimas, pero también a los verdugos. Véase el
artículo de Xavier ALEGRE, «Los responsables de la muerte de Jesús»:
Revista Latinoamericana de Teología 41 (1997) 139-172.