EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (14)
Julio
Fírmico Materno
Cromacio de Aquileya
Cirilo de Alejandría
Filocalía
Antonio el Grande
Evagrio monje
Gregorio Nacianceno
Marcos el Asceta
Esiquio Presbítero
Julio Firmico Materno, El error de las religiones profanas 28:
"El Espíritu Santo que desea salvar, no perder a los errantes,
quiere inspirar a los infelices una saludable vergüenza y dice por
medio de Isaías: 'Os cubrirá la confusión a los que confiáis en
cosas esculpidas y a los que decís a las estatuas vacías: sois
nuestros dioses' (Is 42,17)...".
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Cromacio de Aquileya, Tratado XLVII a Mateo 7:
"...la manera cómo procede nuestra fe y acontece nuestra
salvación. He aquí el orden...: primero, uno debe creer; sumergido
en el bautismo viene liberado de la muerte eterna; recibe el don del
Espíritu Santo por medio del cual vuelve a la vida. Es necesario que
allí haya alguien que les mande tomar el alimento, no un alimento
cualquiera, sino el alimento de la vida eterna...".
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·Cirilo-Alejandría-s, Comentario a Zacarías II,4,1:
"(Las iglesias), como lucernas, reciben en la mente y en el
corazón la iluminación de Cristo, tienen la llama alimentada por las
efusiones del Espíritu, iluminan la casa y, junto a la antorcha,
iluminan a los creyentes".
Cirilo de Alejandría, Comentario al evangelio de Juan II,IV;
interpretación del pasaje de la samaritana
"Podría aquí añadir otros muchos pasos de la Escritura con los
que sería muy fácil demostrar que con el término 'agua'
frecuentemente se indica al Espíritu Santo...".
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Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el
evangelio de san Juan
(Libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754):
Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas
en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su
anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo
tiempo que los restantes bienes; le otorgaría también ampliamente
el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado
a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.Determinó, por
tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta
nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al
decir: En aquellos días -se refiere a los del Salvador- derramaré mi
Espíritu sobre toda carne.Y cuando el tiempo de tan gran
munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado
en el mundo, como hombre nacido de mujer -de acuerdo con la
divina Escritura-, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo,
como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo
recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He
contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre
él.Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se
había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo
recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su
misma substancia, incluso antes de la encarnación -más aún, antes
de todos los siglos-, no se da por ofendido de que el Padre le diga,
después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado
hoy.Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de
él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio
como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se
encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre,
que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo,
para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta
causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito,
y se asemejó en todo a sus hermanos.De manera que el Hijo
unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo -pues es suyo,
habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes-,
sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera,
ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.,
Puede, por tanto, entenderse- si es que queremos usar nuestra
recta razón, así como los testimonios de la Escritura- que Cristo no
recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo:
pues por su medio nos vienen todos los bienes.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la carta
a los Romanos (Cap.1S, 7: PG 74, 854-855):
Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo y somos
miembros los unos de los otros, y es Cristo quien nos une mediante
los vínculos de la caridad, tal como está escrito: Él ha hecho de los
dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que
los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y
reglas. Conviene, pues, que tengamos un mismo sentir: que, si un
miembro sufre, los demás miembros sufran con él y que, si un
miembro es honrado, se alegren todos los miembros.
Acogeos mutuamente -dice el Apóstol-, como Cristo os acogió
para gloria de Dios. Nos acogeremos unos a otros si nos
esforzamos en tener un mismo sentir; llevando los unos las cargas
de los otros, conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de
la paz. Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo. Pues no
engaña el que dice: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su
Hijo por nosotros. Fue entregado, en efecto, como rescate para la
vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte,
redimidos de la muerte y del pecado. Y el mismo Apóstol explica el
objetivo de esta realización de los designios de Dios, cuando dice
que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por
exigirlo la fidelidad de Dios. Pues, como Dios había prometido a los
patriarcas que los bendeciría en su descendencia futura y que los
multiplicaría como las estrellas del cielo, por esto apareció en la
carne y se hizo hombre el que era Dios y la Palabra en persona, el
que conserva toda cosa creada y da a todos la incolumidad; por su
condición de Dios. Vino a este mundo en la carne, mas no para ser
servido, sino, al contrario, para servir, como dice él mismo, y
entregar su vida por la redención de todos. Él afirma haber venido
de modo visible para cumplir las promesas hechas a Israel. Decía
en efecto: Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Por esto, con verdad afirma Pablo que Cristo consagró su ministerio
al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas
hechas a los padres y para que los paganos alcanzasen
misericordia, y así ellos también le diesen gloria cómo a creador y
hacedor, salvador y redentor de todos. De este modo alcanzó a
todos la misericordia divina, sin excluir a los paganos, de manera
que el designio de la sabiduría de Dios en Cristo obtuvo su
finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el
mundo, en lugar de los que se habían perdido.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el
evangelio de san Juan (Libro 11, cap.11: PG 74, 559-562) (I):
Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo
alcanzamos la unión corporal con Él, como atestigua san Pablo,
cuando dice refiriéndose al misterio del amor misericordioso del
Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos,
como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles
y Profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del
mismo cuerpo y participes de la promesa en Jesucristo.
Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y
no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se
halla en nosotros gracias a su carne, ¿Cómo no mostramos
abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en
Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de
la unidad.
Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual; habremos de
decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo
Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y
con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo
haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de
nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la
unidad a quienes son distintos entre si en cuanto subsisten en su
respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola
cosa en si mismo.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el
evangelio de san Juan (Libro 10, cap. 2: PG 74, 331-334):
El Señor, para convencernos de que es necesario que nos
adhiramos a él por el amor, ponderó cuan grandes bienes se
derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la
vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su
persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del
Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de
Cristo nos une con él).
La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una
adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con
nosotros es una unión de amor y de inhabilitación. Nosotros, en
efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la
fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos
la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que
se une al Señor es un espíritu con él.
De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de
Cristo que es cimiento y fundamento (pues nosotros, se afirma,
estamos edificados sobre él y, como piedras vivas y espirituales,
entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un
sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible si Cristo no fuera
fundamento), así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo
vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos que
proceden de él.
En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para
producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de
la vida nueva que se funda en su amor. Y esta vida la
conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en
su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y
procuramos conservar los grandes bienes que nos confió,
esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu
que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su
morada en nuestro interior.
De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros
nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos
ha dado de su Espíritu.
Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los
sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre
comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y
con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su
Espíritu a los que está n unidos con él por la fe: así les comunica
una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al
conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la
segunda carta a los Corintios; Caps. 5, 5-6, 2: PG 74, 942-943):
Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la
resurrección, como si poseyeran ya aquello que esperan, pueden
afirmar que desde ahora ya no conocen a nadie según la carne:
todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a la corrupción de la
carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para
nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma
Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad que
cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la
muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos
libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está
sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la
corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: Si
alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como
quien dice: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y,
para que nosotros tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne,
y así es como conocimos a Cristo; sin embargo, ahora ya no es así
como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo humano, ya
que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no
obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto
que murió de una vez para siempre y ya no muere m s; la muerte ya
no tiene dominio sobre él. porque su morir fue un morir al pecado
de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en
abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros,
siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima
de la carne, y no en la carne. Por esto, dice con toda razón san
Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha
pasado, lo nuevo ha comenzado. Hemos sido, en efecto,
justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la
maldición, puesto que él ha resucitado para librarnos, conculcando
el poder de la muerte; y, además, hemos conocido al que es por
naturaleza propia Dios verdadero, a quien damos culto en espíritu y
en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el mundo
las bendiciones divinas que proceden del Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto viene de
Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo, ya que el
misterio de la encarnación y la renovación consiguiente a la misma
se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que
olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al
Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y, así, todo esto
viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió y nos
encargó el ministerio de la reconciliación.
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Filocalía, N. Aghiorita, proemio:
"¡Es verdaderamente bueno llorar amargamente, como dice el
divino Crisóstomo!. He hecho hemos disfrutado de una gracia tal y
hemos sido hecho dignos de un tan noble nacimiento que nuestra
alma, purificada por el bautismo, por el Espíritu, resplandecía más
que el sol (cf. J. Crisóstomo, In ep. II ad Cor VII 5 -PG 61,448-).
Pero, recibido tal esplendor deiforme desde pequeños, después, en
parte por ignorancia, las más de las veces ciegos por las tinieblas
de los cuidados de esta vida, hasta tal punto hemos cubierto con
las pasiones esta gracia que arriesgamos el apagar del todo en
nosotros el Espíritu de Dios y sufrir casi la misma suerte que
aquellos que habían respondido a Pablo que no sabían siquiera
quién era el Espíritu Santo hasta el extremo que llegar a ser como
antes, según lo que dice el profeta, cuando la gracia no reinaba en
ellos... El Espíritu concede la Sabiduría a los Padres sabios en Dios
y junto a la perfecta sobriedad, a la vigilancia en todo, a la custodia
del intelecto, revela también el modo de encontrar después la
gracia como cosa realmente admirable y de altísima ciencia... El
intelecto y el corazón, poco a poco, se purifican y se unifican en sí
mismos. Y una vez que se purifican y unifican en sí mismos, sucede
que los mandamientos salvificos se cumplen con más facilidad, los
frutos del Espíritu emergen en el alma y toda la suma de bienes
viene abundantemente concedida".
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Antonio el Grande, Avisos sobre la índole humana y la vida
buena 141:
"El Hijo está en el Padre y el Espíritu en el Hijo y el Padre en
ambos. El hombre conoce por fe todas las realidades invisibles e
inteligibles. La fe es la voluntaria conformidad del alma".
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Evagrio monje, Sobre el discernimiento 23:
"Sé vigilante con la oración y aleja de ti el rencor. No te falten las
palabras del Espíritu Santo y llama con las manos de la virtud a las
puertas de la Escritura. Entonces nacerá la impasibilidad en tu
corazón y en la oración verás a tu entendimiento resplandeciente
como un astro".
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De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo
(Sermón 45, 9. 22. 26. 28: PG 36, 634-635. 654. 658-659. 662):
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la
eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo,
principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad,
expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima,
palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la
criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre,
por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a
aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo
humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen,
previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu
(ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al
mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios,
nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su
persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el
espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.
Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que
acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda
conseguir las riquezas de su divinidad.
Él, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya
que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser
partícipe de su plenitud.
¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio
en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla.
Ahora él asume mi condición humana, para salvar aquella imagen y
dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un
segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la
asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por
una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la
liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para
gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda
su actuación.
El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la
oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos
a los ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó
sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la
condujo así a la vida celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz
clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo
mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto,
predisponiéndolo para el Espíritu con la previa purificación del
agua.
Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que
nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser
purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto;
hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.
De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo
(Sermón 39, En las sagradas Luminarias, 14-16. 20: PG 36,
350-351. 354. 358-359):
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se
hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender
con él.Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para
santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para
sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el jordán
antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era
espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.Juan
se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me
bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al
Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda
la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al
que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y
habría de ser precursor al que se había manifestado y se
manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría
haber añadido: «Por tu causa.»Pues sabía muy bien que habría de
ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le
lavarían los pies.Pero Jesús, por su parte, asciende también de las
aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se
abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se
cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se
había cerrado el paraíso con la espada de fuego.También el
Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien
es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo
procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del
mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el
cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también,
muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del
diluvio.Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de
Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.Ojalá que estéis
ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade
tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en
cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado
todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os
convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y
los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan
resplandecer, como lumbreras perfectas; junto a su inmensa luz,
iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único
rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en
Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el
poder por los siglos de los siglos. Amén.
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Marco el asceta, la ley espiritual 2:
"Primero: sabemos que Dios es el principio, el centro y el fin de
todo bien. Y es imposible hacer y creer el bien si no es en
Jesucristo y en el Espíritu Santo".
Marco el asceta, a propósito de los que creen que son
justificados por las obras, 32.59.64.90.98.115
"... 'El deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu está
en contra de la carne' (Gal 5,17). Pero los que caminan según el
Espíritu no secundarán la concupiscencia de la carne... Hay
algunos que dicen: 'no podemos hacer el bien si no recibimos
eficazmente la gracia del Espíritu'... Quien busca las operaciones
del Espíritu antes de cumplir los mandamientos se parece a aquel
esclavo comprado por dinero que, en el momento en que es
comprado, busca dejar constancia al mismo tiempo del precio y de
la libertad... Tres son los lugares en los que el intelecto entra
transformándose: según la naturaleza, más allá de la naturaleza y
contra la naturaleza. Cuando entra en lugar según la naturaleza se
encuentra a sí mismo culpable de pensamientos malos; y confiesa a
Dios los pecados reconociendo las causas de las pasiones. Pero
cuando entra en el lugar contra la naturaleza olvida la justicia de
Dios y combate a los hombres... Cuando es conducido a aquel
lugar más allá de la naturaleza encuentra los frutos del Espíritu
Santo de los que ha hablado el Apóstol: amor, alegría, paz... Quien
está en vigilia, es paciente y ora sin opresión llega a ser
visiblemente partícipe del Espíritu Santo... La gracia del Espíritu
Santo es única e inmutable: pero actúa en cada uno como quiere".
Marcos el asceta, carta al monje Nicolás:
"Adquiriendo estas virtudes, no simplemente por fuerza de tu
determinación, sino en virtud del poder de Dios y de la sinergia del
Espíritu Santo, con mucha vigilancia y oración podrás ser alejado
de los tres gigantes del Maligno".
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Esiquio, presbítero 203:
"Dios que en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo es
alabado y glorificado por toda naturaleza racional, ángeles,
hombres y toda criatura que la inefable Trinidad ha creado, el Unico
Dios, de quien podemos obtener también nosotros, por la oración
de la Santísima Madre de Dios y de nuestros santos padres, el
reino luminoso. A este Dios inaccesible, gloria eterna. Amén".