EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (14)

 

Julio Fírmico Materno
Cromacio de Aquileya
Cirilo de Alejandría
Filocalía
Antonio el Grande
Evagrio monje 
Gregorio Nacianceno
Marcos el Asceta
Esiquio Presbítero



Julio Firmico Materno, El error de las religiones profanas 28:
"El Espíritu Santo que desea salvar, no perder a los errantes, 
quiere inspirar a los infelices una saludable vergüenza y dice por 
medio de Isaías: 'Os cubrirá la confusión a los que confiáis en 
cosas esculpidas y a los que decís a las estatuas vacías: sois 
nuestros dioses' (Is 42,17)...". 
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Cromacio de Aquileya, Tratado XLVII a Mateo 7:
"...la manera cómo procede nuestra fe y acontece nuestra 
salvación. He aquí el orden...: primero, uno debe creer; sumergido 
en el bautismo viene liberado de la muerte eterna; recibe el don del 
Espíritu Santo por medio del cual vuelve a la vida. Es necesario que 
allí haya alguien que les mande tomar el alimento, no un alimento 
cualquiera, sino el alimento de la vida eterna...". 
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·Cirilo-Alejandría-s, Comentario a Zacarías II,4,1:
"(Las iglesias), como lucernas, reciben en la mente y en el 
corazón la iluminación de Cristo, tienen la llama alimentada por las 
efusiones del Espíritu, iluminan la casa y, junto a la antorcha, 
iluminan a los creyentes".

Cirilo de Alejandría, Comentario al evangelio de Juan II,IV; 
interpretación del pasaje de la samaritana
"Podría aquí añadir otros muchos pasos de la Escritura con los 
que sería muy fácil demostrar que con el término 'agua' 
frecuentemente se indica al Espíritu Santo...".
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Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el 
evangelio de san Juan 
(Libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754):

Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas 
en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su 
anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo 
tiempo que los restantes bienes; le otorgaría también ampliamente 
el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado 
a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.Determinó, por 
tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta 
nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al 
decir: En aquellos días -se refiere a los del Salvador- derramaré mi 
Espíritu sobre toda carne.Y cuando el tiempo de tan gran 
munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado 
en el mundo, como hombre nacido de mujer -de acuerdo con la 
divina Escritura-, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, 
como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo 
recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He 
contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre 
él.Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se 
había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo 
recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su 
misma substancia, incluso antes de la encarnación -más aún, antes 
de todos los siglos-, no se da por ofendido de que el Padre le diga, 
después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado 
hoy.Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de 
él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio 
como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se 
encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, 
que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, 
para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta 
causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, 
y se asemejó en todo a sus hermanos.De manera que el Hijo 
unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo -pues es suyo, 
habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes-, 
sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, 
ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad., 
Puede, por tanto, entenderse- si es que queremos usar nuestra 
recta razón, así como los testimonios de la Escritura- que Cristo no 
recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: 
pues por su medio nos vienen todos los bienes. 
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la carta 
a los Romanos (Cap.1S, 7: PG 74, 854-855):

Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo y somos 
miembros los unos de los otros, y es Cristo quien nos une mediante 
los vínculos de la caridad, tal como está escrito: Él ha hecho de los 
dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que 
los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y 
reglas. Conviene, pues, que tengamos un mismo sentir: que, si un 
miembro sufre, los demás miembros sufran con él y que, si un 
miembro es honrado, se alegren todos los miembros.
Acogeos mutuamente -dice el Apóstol-, como Cristo os acogió 
para gloria de Dios. Nos acogeremos unos a otros si nos 
esforzamos en tener un mismo sentir; llevando los unos las cargas 
de los otros, conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de 
la paz. Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo. Pues no 
engaña el que dice: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su 
Hijo por nosotros. Fue entregado, en efecto, como rescate para la 
vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, 
redimidos de la muerte y del pecado. Y el mismo Apóstol explica el 
objetivo de esta realización de los designios de Dios, cuando dice 
que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por 
exigirlo la fidelidad de Dios. Pues, como Dios había prometido a los 
patriarcas que los bendeciría en su descendencia futura y que los 
multiplicaría como las estrellas del cielo, por esto apareció en la 
carne y se hizo hombre el que era Dios y la Palabra en persona, el 
que conserva toda cosa creada y da a todos la incolumidad; por su 
condición de Dios. Vino a este mundo en la carne, mas no para ser 
servido, sino, al contrario, para servir, como dice él mismo, y 
entregar su vida por la redención de todos. Él afirma haber venido 
de modo visible para cumplir las promesas hechas a Israel. Decía 
en efecto: Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. 
Por esto, con verdad afirma Pablo que Cristo consagró su ministerio 
al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas 
hechas a los padres y para que los paganos alcanzasen 
misericordia, y así ellos también le diesen gloria cómo a creador y 
hacedor, salvador y redentor de todos. De este modo alcanzó a 
todos la misericordia divina, sin excluir a los paganos, de manera 
que el designio de la sabiduría de Dios en Cristo obtuvo su 
finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el 
mundo, en lugar de los que se habían perdido.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el 
evangelio de san Juan (Libro 11, cap.11: PG 74, 559-562) (I):

Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo 
alcanzamos la unión corporal con Él, como atestigua san Pablo, 
cuando dice refiriéndose al misterio del amor misericordioso del 
Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, 
como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles 
y Profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del 
mismo cuerpo y participes de la promesa en Jesucristo.
Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y 
no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se 
halla en nosotros gracias a su carne, ¿Cómo no mostramos 
abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en 
Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de 
la unidad.
Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual; habremos de 
decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo 
Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y 
con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo 
haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de 
nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la 
unidad a quienes son distintos entre si en cuanto subsisten en su 
respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola 
cosa en si mismo. 
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el 
evangelio de san Juan (Libro 10, cap. 2: PG 74, 331-334):

El Señor, para convencernos de que es necesario que nos 
adhiramos a él por el amor, ponderó cuan grandes bienes se 
derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la 
vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su 
persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del 
Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de 
Cristo nos une con él).
La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una 
adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con 
nosotros es una unión de amor y de inhabilitación. Nosotros, en 
efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la 
fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos 
la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que 
se une al Señor es un espíritu con él.
De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de 
Cristo que es cimiento y fundamento (pues nosotros, se afirma, 
estamos edificados sobre él y, como piedras vivas y espirituales, 
entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un 
sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible si Cristo no fuera 
fundamento), así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo 
vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos que 
proceden de él.
En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para 
producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de 
la vida nueva que se funda en su amor. Y esta vida la 
conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en 
su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y 
procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, 
esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu 
que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su 
morada en nuestro interior.
De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros 
nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto 
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos 
ha dado de su Espíritu.
Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los 
sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre 
comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y 
con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su 
Espíritu a los que está n unidos con él por la fe: así les comunica 
una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al 
conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.
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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre la 
segunda carta a los Corintios; Caps. 5, 5-6, 2: PG 74, 942-943):

Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la 
resurrección, como si poseyeran ya aquello que esperan, pueden 
afirmar que desde ahora ya no conocen a nadie según la carne: 
todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a la corrupción de la 
carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para 
nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma 
Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad que 
cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la 
muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos 
libres de la corrupción.
Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está 
sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la 
corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: Si 
alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como 
quien dice: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y, 
para que nosotros tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne, 
y así es como conocimos a Cristo; sin embargo, ahora ya no es así 
como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo humano, ya 
que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no 
obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto 
que murió de una vez para siempre y ya no muere m s; la muerte ya 
no tiene dominio sobre él. porque su morir fue un morir al pecado 
de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en 
abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros, 
siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima 
de la carne, y no en la carne. Por esto, dice con toda razón san 
Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha 
pasado, lo nuevo ha comenzado. Hemos sido, en efecto, 
justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la 
maldición, puesto que él ha resucitado para librarnos, conculcando 
el poder de la muerte; y, además, hemos conocido al que es por 
naturaleza propia Dios verdadero, a quien damos culto en espíritu y 
en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el mundo 
las bendiciones divinas que proceden del Padre.
Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto viene de 
Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo, ya que el 
misterio de la encarnación y la renovación consiguiente a la misma 
se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que 
olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al 
Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y, así, todo esto 
viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió y nos 
encargó el ministerio de la reconciliación.
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Filocalía, N. Aghiorita, proemio:
"¡Es verdaderamente bueno llorar amargamente, como dice el 
divino Crisóstomo!. He hecho hemos disfrutado de una gracia tal y 
hemos sido hecho dignos de un tan noble nacimiento que nuestra 
alma, purificada por el bautismo, por el Espíritu, resplandecía más 
que el sol (cf. J. Crisóstomo, In ep. II ad Cor VII 5 -PG 61,448-). 
Pero, recibido tal esplendor deiforme desde pequeños, después, en 
parte por ignorancia, las más de las veces ciegos por las tinieblas 
de los cuidados de esta vida, hasta tal punto hemos cubierto con 
las pasiones esta gracia que arriesgamos el apagar del todo en 
nosotros el Espíritu de Dios y sufrir casi la misma suerte que 
aquellos que habían respondido a Pablo que no sabían siquiera 
quién era el Espíritu Santo hasta el extremo que llegar a ser como 
antes, según lo que dice el profeta, cuando la gracia no reinaba en 
ellos... El Espíritu concede la Sabiduría a los Padres sabios en Dios 
y junto a la perfecta sobriedad, a la vigilancia en todo, a la custodia 
del intelecto, revela también el modo de encontrar después la 
gracia como cosa realmente admirable y de altísima ciencia... El 
intelecto y el corazón, poco a poco, se purifican y se unifican en sí 
mismos. Y una vez que se purifican y unifican en sí mismos, sucede 
que los mandamientos salvificos se cumplen con más facilidad, los 
frutos del Espíritu emergen en el alma y toda la suma de bienes 
viene abundantemente concedida".
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Antonio el Grande, Avisos sobre la índole humana y la vida 
buena 141:
"El Hijo está en el Padre y el Espíritu en el Hijo y el Padre en 
ambos. El hombre conoce por fe todas las realidades invisibles e 
inteligibles. La fe es la voluntaria conformidad del alma". 
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Evagrio monje, Sobre el discernimiento 23:
"Sé vigilante con la oración y aleja de ti el rencor. No te falten las 
palabras del Espíritu Santo y llama con las manos de la virtud a las 
puertas de la Escritura. Entonces nacerá la impasibilidad en tu 
corazón y en la oración verás a tu entendimiento resplandeciente 
como un astro".
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De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo 
(Sermón 45, 9. 22. 26. 28: PG 36, 634-635. 654. 658-659. 662):

El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la 
eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, 
principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, 
expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, 
palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la 
criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, 
por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a 
aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo 
humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, 
previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu 
(ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al 
mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, 
nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su 
persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el 
espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.
Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que 
acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda 
conseguir las riquezas de su divinidad.
Él, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya 
que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser 
partícipe de su plenitud.
¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio 
en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla. 
Ahora él asume mi condición humana, para salvar aquella imagen y 
dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un 
segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la 
asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por 
una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la 
liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para 
gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda 
su actuación.
El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la 
oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos 
a los ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó 
sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la 
condujo así a la vida celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz 
clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo 
mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, 
predisponiéndolo para el Espíritu con la previa purificación del 
agua.
Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que 
nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser 
purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; 
hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado. 


De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo 
(Sermón 39, En las sagradas Luminarias, 14-16. 20: PG 36, 
350-351. 354. 358-359):

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se 
hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender 
con él.Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para 
santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para 
sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el jordán 
antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era 
espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.Juan 
se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me 
bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al 
Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda 
la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al 
que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y 
habría de ser precursor al que se había manifestado y se 
manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría 
haber añadido: «Por tu causa.»Pues sabía muy bien que habría de 
ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le 
lavarían los pies.Pero Jesús, por su parte, asciende también de las 
aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se 
abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se 
cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se 
había cerrado el paraíso con la espada de fuego.También el 
Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien 
es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo 
procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del 
mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el 
cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, 
muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del 
diluvio.Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de 
Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.Ojalá que estéis 
ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade 
tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en 
cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado 
todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os 
convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y 
los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan 
resplandecer, como lumbreras perfectas; junto a su inmensa luz, 
iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único 
rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en 
Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el 
poder por los siglos de los siglos. Amén. 
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Marco el asceta, la ley espiritual 2:

"Primero: sabemos que Dios es el principio, el centro y el fin de 
todo bien. Y es imposible hacer y creer el bien si no es en 
Jesucristo y en el Espíritu Santo".


Marco el asceta, a propósito de los que creen que son 
justificados por las obras, 32.59.64.90.98.115

"... 'El deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu está 
en contra de la carne' (Gal 5,17). Pero los que caminan según el 
Espíritu no secundarán la concupiscencia de la carne... Hay 
algunos que dicen: 'no podemos hacer el bien si no recibimos 
eficazmente la gracia del Espíritu'... Quien busca las operaciones 
del Espíritu antes de cumplir los mandamientos se parece a aquel 
esclavo comprado por dinero que, en el momento en que es 
comprado, busca dejar constancia al mismo tiempo del precio y de 
la libertad... Tres son los lugares en los que el intelecto entra 
transformándose: según la naturaleza, más allá de la naturaleza y 
contra la naturaleza. Cuando entra en lugar según la naturaleza se 
encuentra a sí mismo culpable de pensamientos malos; y confiesa a 
Dios los pecados reconociendo las causas de las pasiones. Pero 
cuando entra en el lugar contra la naturaleza olvida la justicia de 
Dios y combate a los hombres... Cuando es conducido a aquel 
lugar más allá de la naturaleza encuentra los frutos del Espíritu 
Santo de los que ha hablado el Apóstol: amor, alegría, paz... Quien 
está en vigilia, es paciente y ora sin opresión llega a ser 
visiblemente partícipe del Espíritu Santo... La gracia del Espíritu 
Santo es única e inmutable: pero actúa en cada uno como quiere". 



Marcos el asceta, carta al monje Nicolás:

"Adquiriendo estas virtudes, no simplemente por fuerza de tu 
determinación, sino en virtud del poder de Dios y de la sinergia del 
Espíritu Santo, con mucha vigilancia y oración podrás ser alejado 
de los tres gigantes del Maligno".
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Esiquio, presbítero 203:

"Dios que en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo es 
alabado y glorificado por toda naturaleza racional, ángeles, 
hombres y toda criatura que la inefable Trinidad ha creado, el Unico 
Dios, de quien podemos obtener también nosotros, por la oración 
de la Santísima Madre de Dios y de nuestros santos padres, el 
reino luminoso. A este Dios inaccesible, gloria eterna. Amén".