EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (10)
SAN AMBROSIO
El Espíritu Santo I,8; I,18.29:
"Las Escrituras divinas nos prometían para todo el mundo esta
lluvia que, cuando viniera el Señor y Salvador, regaría el orbe con
el rocío del Espíritu divino. Es así que ya vino el Señor, vino
también la lluvia, vino el Señor trayendo consigo las gotas celestes.
Y por eso nosotros, los que antes estábamos sedientos, apagamos
ya nuestra sed y con sorbos del corazón bebemos aquel divino
Espíritu... En efecto, el Espíritu Santo no está sometido al poder o
autoridad de otro, sino que es dueño de su libertad, y con la
autoridad de su propia voluntad, según leemos (en la Escritura),
distribuye todas las cosas 'a cada uno según le parece' (1 Cor
12,11)... Pues no cree en el Padre, quien no cree en el Hijo, y no
cree en el Hijo de Dios, quien no cree en el Espíritu. Ni puede
mantenerse en pie la fe sin la regla de la verdad".
S. Ambrosio, El Espíritu Santo I,44.74:
"Si mencionas a Cristo, has nombrado no solo a Dios Padre, por
el cual ha sido ungido el Hijo, sino también al Hijo mismo, que fue
ungido, y al Espíritu, con el que fue ungido. Pues está escrito: 'A
este Jesús de Nazaret, al que Dios ungió con el Espíritu Santo'
(Hech 10,38). Y si nombras al Padre, has indicado igualmente a su
Hijo y al Espíritu 'de su boca' (Salm 32,6), si es que los unes
también en tu corazón. Y si nombras al Espíritu, has mencionado no
sólo a Dios Padre, del cual procede el Espíritu, sino también al
Hijo... Por tanto, el Espíritu es bueno, pero es bueno no como quien
adquiere la bondad, sino que es bueno como quien la reparte. Pues
el Espíritu Santo no recibe de las criaturas, sino que él es recibido,
como tampoco es santificado, sino que él es el que santifica. En
efecto, la criatura es santificada, pero el Espíritu Santo santifica, y
aunque hay comunión de términos, sin embargo hay una diversidad
de naturalezas".
S. Ambrosio, El Espíritu Santo I,79; I,102; II,27:
"Hemos, pues, sido sellados por Dios con el Espíritu. En efecto,
como morimos en Cristo para renacer, así somos también sellados
con el Espíritu para poder tener el esplendor, su imagen y gracia, lo
que evidentemente es el sello espiritual. Pero aunque
aparentemente sellados en el cuerpo, en realidad somos sellados
en el corazón, para que el Espíritu Santo reproduzca en nosotros
los rasgos dela 'imagen celeste'... Así pues, el Espíritu Santo es
óleo de alegría. Y bellamente lo llamó óleo de la alegría para que
no lo consideraras una criatura. En efecto, la naturaleza del óleo es
tal que no se mezcla en absoluto con un líquido de otra naturaleza.
Y la alegría no unge el cuerpo, sino que ilumina lo profundo del
corazón, como dijo el profeta: 'Diste la alegría a mi corazón'... Por
tanto, el mundo no tenía la vida eterna, porque no había recibido el
Espíritu. Pero donde está el Espíritu, allí está la vida eterna. Pues él
es el Espíritu que opera la vida eterna. Pues como la vida eterna
consiste en conocer al único y verdadero Dios, así también la vida
eterna consiste en conocer al Espíritu Santo, al que el mundo no ve
como tampoco ve al Padre, ni lo conoce como no conoce al Hijo.
Pero el que no es de este mundo tiene la vida eterna y con él
permanece para siempre el Espíritu, que es luz de vida eterna"
(Salm 4,7).
S. Ambrosio, El Espíritu Santo II,33.38-39:
"Así pues, cuando el Espíritu se movía, la creación no tenía
gracia alguna. Pero después que también la creación de este
mundo recibió la actividad del Espíritu, mereció toda esta belleza de
gracia con la que el mundo resplandeció. Y que sin el Espíritu Santo
no puede permanecer la gracia del universo, lo declara el profeta
diciendo: 'Les quitas su Espíritu y expiran y se convierten en el
polvo que eran. Envías tu Espíritu y serán creados y renovarás la
faz de la tierra' (Salm 103,20-30). No sólo, pues. Enseñó que sin el
Espíritu no puede mantenerse en pie la creación, sino también
(enseñó) que el Espíritu es creador de toda la creación.... Por tanto,
el parto de la Virgen es obra del Espíritu, el fruto del vientre es obra
del Espíritu, según lo que está escrito: 'Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre (Lc 1,42). La flor de la raíz es obra
del Espíritu. Me refiero a aquella flor de la que bien se profetizó:
'Brotará un retoño de la raíz de Jesé y una flor surgirá de su raíz' (Is
11,1). La raíz de Jesé son los patriarcas de los judíos, el retoño
María, la flor de María Cristo que habiendo de esparcir por todo el
mundo el buen olor de la fe germinó del seno virginal,... la flor aun
cortada conserva su olor, y machacada lo aumenta y ni arrancada
lo pierde. Así también el Señor Jesús en aquel patíbulo de la cruz ni
estando contrito se marchitó, ni arrancado se perdió (su perfume), y
herido con aquella punción de la lanza refloreció más hermoso con
el color sagrado de su sangre derramada, sin saber en qué
consiste el morir y exhalando para los muertos el don de la vida
eterna. En esta flor de retoño descansó el Espíritu Santo".
S. Ambrosio, El Espíritu Santo II,65.66.III,107;III,137-138; III,152:
"Así pues, el que nace según el Espíritu, nace según Dios. Más
nosotros renacemos, cuando nos renovamos en nuestros
sentimientos interiores y deponemos los antiguos deseos del
hombre exterior... Así pues, obra del Espíritu Santo es esta más
maravillosa regeneración y de este hombre nuevo, que es creado a
imagen de Dios, el Espíritu es el autor... Pero el Espíritu Santo es el
que nos ha limpiado de aquella suciedad pagana. En efecto, en
aquellas clases de cuadrúpedos, de fieras y de aves (cf. Hech
10,12) había una figura de la condición humana, que a manera de
las fieras parece revestida de una ferocidad brutal, ano ser que el
Espíritu la amanse con la santificación. Por tanto, es buena la
gracia que transforma la rabia de fiera en simplicidad espiritual.
Pero al perdonar los pecados los hombres muestran su ministerio,
pero no ejercen el derecho de algún poder; e incluso no perdonan
en el propio nombre, sino en el del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Ellos ruegan, la divinidad dona; pues el servicio pertenece al
poder de Dios. Que gracias al bautismo también se perdonan los
pecados, no se duda. Es que en el bautismo se da una actuación
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... Por tanto, el Espíritu
posee lo que posee Cristo, así pues posee lo que posee Dios,
porque todo lo que tiene el Padre, lo tiene también el Hijo, por lo
que dijo: 'Todo lo que el Padre posee, es mío' (Jn 16,15)"
S. Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de S. Lucas VII,93.232:
"Pero cuando el Espíritu es llamado 'dedo', se nos quiere hacer
ver su potencia operativa, puesto que el Espíritu Santo es también
el autor de las obras divinas igual que el Padre y el Hijo... Pero, sin
el temor de Dios -que es el principio de la Sabiduría- sin guardar o
recibir la señal del Espíritu y sin alabar al Señor, nadie puede tomar
parte en estos misterios celestiales. Y el que tiene el anillo, posee al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque es Dios quien ha puesto
ese signo (cf Jn 6,27), ese Dios de quien es imagen Cristo (2 Cor
4,4) y que dejó en depósito a nuestros corazones su Espíritu, como
prenda, para que sepamos que tal es la impronta de ese anillo que
se nos pone en la mano, con el cual es marcado lo más íntimo de
nuestros corazones y el ministerio de nuestra acción. Es un hecho
que estamos marcados, y por eso leemos: 'Vosotros que habéis
creído -dijo- fuísteis sellados con el sello del Espíritu Santo (Ef.
1,13)".
De las cartas de san Ambrosio, obispo
(Carta 2,1-2. 4-5. 7: PL 16 [edición 1845], 847-881):
Recibiste el oficio sacerdotal y, sentado a la popa de la Iglesia,
gobiernas la nave contra el embate de las olas. Sujeta el timón de la
fe, para que no te inquieten las violentas tempestades de este
mundo. EL mar es, sin duda, ancho y espacioso, pero no temas: ÉI
la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.Por
consiguiente, la Iglesia del Señor, edificada sobre la roca
apostólica, se mantiene inconmovible entre los escollos del mundo
y, apoyada en tan sólido fundamento, persevera firme contra los
golpes de las olas bravías. Se ve rodeada por las olas, pero no
resquebrajada, y, aunque muchas veces los elementos de este
mundo la sacudan con gran estruendo, cuenta con el puerto
segurísimo de la salvación para acoger a los fatigados navegantes.
Sin embargo, aunque se agite en la mar, navega también por los
ríos, tal vez aquellos ríos de los que afirma el salmo: Levantan los
ríos su voz. Son los ríos que manarán de las entrañas de aquellos
que beban la bebida de Cristo y reciban el Espíritu de Dios. Estos
ríos, cuando rebosan de gracia espiritual, levantan su voz.Hay
también una corriente viva que, como un torrente, corre por sus
santos. Hay también el correr del río que alegra al alma tranquila y
pacífica. Quien quiera que reciba de la plenitud de este río, como
Juan Evangelista, Pedro o Pablo, levanta su voz; y, del mismo modo
qué los apóstoles difundieron hasta los últimos confines del orbe la
voz de la predicación evangélica, también el que recibe este río
comenzará a predicar el Evangelio del Señor Jesús.Recibe también
tú de la plenitud de Cristo, para que tu voz resuene. Recoge el
agua de Cristo, esa agua que alaba al Señor. Recoge el agua de
los numerosos lugares en que la derraman esas nubes que son los
profetas.Quien recoge el agua de los montes, o la saca de los
manantiales, puede enviar su rocío como las nubes. Llena el seno
de tu mente, para que tu tierra se esponje y tengas la fuente en tu
propia casa.Quien mucho lee y entiende se llena, y quien está lleno
puede regar a los demás; por eso dice la Escritura: Si las nubes van
llenas, descargan la lluvia sobre el suelo.Que tus predicaciones
sean fluidas, puras y claras, de modo que, en la exhortación moral,
infundas la bondad a la gente, y el encanto de tu palabra cautive el
favor del pueblo, para que te siga voluntariamente a donde lo
conduzcas.Que tus discursos estén llenos de inteligencia. Por la
que dice Salomón: Armas de la inteligencia son los labios del sabio,
y, en otro lugar: Que el sentido ate tus labios, es decir: que tu
expresión sea brillante, que resplandezca tu inteligencia, que tu
discurso y tu exposición no necesite sentencias ajenas, sino que tu
palabra sea capaz de defenderse con sus propias armas; que, en
fin, no salga de tu boca ninguna palabra inútil y sin sentido.
Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la virginidad
(Cap. 12, 68. 74-75; 13, 77-78: PL 16 [edición 1845I, 281. 283.
285-286):
Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las
vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu
cuerpo (tú que eres la que más propiamente puede ser comparada
a la Iglesia), recójete en tu habitación y, durante la noche, piensa
siempre en Cristo y espera su Ilegada en cualquier momento.Así es
como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y
entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que
entraría. Échate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él,
y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche
rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios
pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con
indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé
constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa
velozmente.Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo
encuentro; lo Ilamo, y no responde. No pienses que le desagradas
si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le
regaste y le abriste la puerta; pues el permite que seamos puestos
a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el
Evangelio, a las turbas cuando le ruegan que no se vaya? También
a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para
eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez
más, búscale de nuevo.¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la
manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si
entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi
alma: lo abrace; y ya no lo soltaré.¿Con qué lazos se puede retener
a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas;
pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el
afecto del alma.Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el
sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los
suplicios corporales y en las propias manos de los
perseguidores.Apenas los pasé; dice el Cantar. Pues, pasados
breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás
sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu
encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas
tentada.La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra
puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré; hasta meterlo en la casa
de mi madre, en la alcoba de la gue me Ilevó en sus entrañas.
¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y
secreto de tu ser?Guarda esta casa, limpia sus aposentos más
retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual
fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio
espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.La que así busca a
Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por
él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con
nosotros hasta el fin del mundo. intachable. Toda alma, pues, que
llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma
de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios
Salvador. EL Señor, en efecto, es engrandecido, según puede
leerse en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No
porque con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino
porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la
imagen de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente
engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada,
y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida
por una mayor participación de la grandeza divina.
De la Exposición de san Ambrosio, obispo, sobre el evangelio de
san Lucas (Libro 2,19. 22-23. 26-27: CCL 14, 39-42) :
EL ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante
algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una
mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios
puede hacer todo cuanto le place.
Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no
por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del
ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo,
como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se
dirigió a las montañas.
Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse
apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es
extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los
beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues
en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.
Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras:
Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en
experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades
de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del
misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la
mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del
Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran
que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que,
con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración
de sus propios hijos.
El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero
no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después
que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta
de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan
salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de
María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma
únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el
Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue Ilena
del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes
de concebir, porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!
Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído;
pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y
reconoce sus obras.
Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor;
que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios.
Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en
cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe
la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de
los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.
Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del
Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se
ha alegrado en Dios Salvador.
EL Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en
otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque
con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque él
queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios
y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa
imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al
engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una
mayor participación de la grandeza divina.