COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Hch 1, 12-14 

 

1.

Después de la ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles regresan a Jerusalén con la esperanza de que se cumpla la promesa y descienda sobre ellos el Espíritu Santo. Hasta que esto suceda, lo mejor que pueden hacer es seguir juntos y dedicarse a la oración.

La distancia que podía recorrerse sin quebrantar el descanso sabático era poco menos de un kilómetro (cf. Ex 16, 29; Núm 35, 5).

"Subieron a la sala". Se trata de un lugar conocido por todos, de la casa, en donde tenían sus reuniones, pero no de la casa en donde habitaban. Posiblemente fue en esta misma casa donde Jesús celebró la última cena con sus discípulos; así lo atestigua la tradición desde el siglo IV. Se cree también que es ésta la misma casa donde estaban reunidos los apóstoles el día de pentecostés.

La lista de los apóstoles ofrece dos peculiaridades: la ausencia de Judas, el traidor, y el hecho de ocupar Juan, "el discípulo amado", el segundo puesto. Jesús no eligió casualmente a doce discípulos para que fueran sus apóstoles, lo hizo pensando en el nuevo Israel que nacería con la tradición apostólica. Por eso los apóstoles comprendieron muy pronto la necesidad de elegir a otro que ocupara la vacante de Judas Iscariote.

Es la última noticia que nos dan los evangelistas de la Virgen María. Aquí se destaca su presencia en medio de la comunidad de Jesús. Están con ella otras mujeres que siguieron a Jesús en su vida pública (Lc 8, 2.s; 23, 49; 24, 10) y los "hermanos", esto, es familiares de Jesús, pero no hermanos en sentido propio. Estos familiares no comprendieron a Jesús y mantuvieron ante él una cierta distancia (cf. Mc 3, 31-35), pero ahora, después de su muerte y resurrección, los vemos entre sus discípulos. En la primera carta a los corintios (15, 7; cf. 9, 5) se habla de la aparición del Señor a Santiago, el "hermano" de Jesús. Este Santiago fue una de las columnas de la iglesia primitiva en Jerusalén.

Apóstoles, amigos, familiares de Jesús, forman juntos una comunidad de oración, comparten los mismos recuerdos y la misma esperanza. La iglesia es siempre también una comunidad de oración, sobre todo cuando se reúne para celebrar la eucaristía.

Si nuestras reuniones obedecen simplemente a un compromiso social y nos reunimos sólo para cumplir una obligación, no podremos esperar que descienda sobre nosotros el Espíritu Santo que todo lo renueva y no tiene que ver nada con los convencionalismos y la rutina. Una comunidad de oración es una comunidad de hombres libres. No se puede orar por obligación, como no se puede amar o esperar por obligación.

EUCARISTÍA 1975/30