COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 14, 23-29

1.

Texto. Como el texto del domingo pasado, también el de hoy forma parte de la conversación de Jesús con los suyos la víspera de su muerte. La situación determina absolutamente el contenido de las palabras del Maestro, no así su tono, lo más opuesto a la tristeza y la desesperanza. Su muerte va a ser un ir al encuentro del Padre. Este modo de ver la situación debe constituir para los discípulos motivos de alegría y no de desasosiego o de miedo. El que Jesús esté con el Padre va a significar para los discípulos un mayor apoyo, ya que podrán contar con el Maestro y con el Padre. La presencia de éstos será real, debido a que en los discípulos anidará el mismo Espíritu del Padre que anidó en Jesús mientras estuvo con ellos. Este Espíritu significará también para los discípulos una mejor comprensión de las palabras del Maestro, una mayor profundización en ellas.

Por todo ello deben los discípulos sentirse en paz, sentir la paz. No hay ninguna razón para la intranquilidad o el miedo en quien opta por Jesús, es decir, ama a Jesús más que a la Ley de Dios. Las palabras que hoy escuchamos a Jesús arrancan, en efecto, de este presupuesto, sin el cual no es posible nada de lo que Jesús afirma en ellas.

Comentario. El texto nos ofrece una de las dos dimensiones fundamentales del modo de ser y de entenderse en cristiano, del modo de estar en la vida en cristiano. Es la dimensión interior.

Este calificativo de interior lo sugiere el propio texto en sus afirmaciones iniciales referidas al creyente: "vendremos a él y haremos morada en él". Condición fundamental para la existencia de esta dimensión interior es el amor a Jesús. Este amor constituye a una persona en discípulo de Jesús. Retengamos bien el planteamiento del cuarto evangelista: amar a Dios pasa necesariamente por amar a Jesús. El autor de este evangelio no confía mucho en un amor a Dios que no pase por la mediación del amor a Jesús. Hasta tal punto desconfía que en Jn 16, 2 podemos leer la siguiente afirmación: "Llegará un momento en que os quitarán la vida, convencidos de que con ello rinden culto a Dios".

Amar a Jesús, a su vez, funciona en el cuarto evangelio en oposición al celo por la Ley de Dios. Esta oposición evita que el amor a Jesús sufra un "enrarecimiento" similar al criticado por el evangelista a propósito del amor a Dios. En esta oposición se trata de una sutil pero capital cuestión de matiz. Algo que san Pablo ha dejado muy en claro.

Supuesta esta condición fundamental, los referentes interiores de un modo de ser y de entenderse en cristiano son el Padre y el Espíritu. El Padre como hontanar y abismo de amor; el Espíritu como fuerza impulsora, renovadora y creativa.

El texto de hoy es una invitación a atender a la dimensión interior, a ocuparnos en ella. No hacerlo sería cercenar uno de los dos apoyos del modo de estar en la vida en cristiano.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989, 25


2.

Texto. Judas, no el Iscariote, acaba de preguntar a Jesús lo siguiente: ¿A qué se debe que vayas a revelarte nada más que a nosotros y no al mundo? Los dos primeros versículos de hoy son la respuesta, cuyo esquema de fondo es éste: en el supuesto de que se verifique una condición, se seguirán unos resultados. La revelación de Jesús depende de que antes se le ame. A partir del v. 25 el centro de atención ya no es la anterior pregunta, sino la totalidad de lo que Jesús ha dicho a sus discípulos a lo largo del tiempo de convivencia. ¿Qué va a pasar con lo que les ha dicho, ahora que este tiempo está tocando a su fin? El Espíritu se lo irá enseñando y recordando. Mientras tanto les confiere el don de la paz y de la esperanza en el Padre.

RV/A: Comentario. ¿No es acaso verdad que las personas se nos desvelan, es decir, se revelan, en la medida que las amamos? Lo verdaderamente importante y significativo entre personas comienza con el amor y se da donde hay amor. ¿Qué tiene pues de extraño que el texto de hoy arranque de este presupuesto para responder a la pregunta sobre la revelación de Jesús? Si uno me ama. Es entonces cuando Jesús puede revelarse. Muchas veces nos quejamos de que a Dios no lo vemos ni lo sentimos. ¿Se nos ha ocurrido pensar que a lo mejor es porque no lo amamos? Si uno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y viviremos con él. ¡Qué sencilla y a la vez fascinante enumeración! se trata, ni más ni menos, que de la dinámica de la existencia cristiana. Del amor a la ética, y de ésta a la experiencia y la convivencia con Dios. Es importante señalar que en esta dinámica, ética no quiere decir ley. Guardar la palabra de Jesús no es cumplir algo que está mandado, sino expresar un amor que se tiene a Jesús.

Sólo cuando se ama tiene cabida una ética humana y liberadora. A mayor abundamiento, la palabra de Jesús ni siquiera es una magnitud fijada o establecida una vez por todas. El Espíritu será quien os vaya enseñando y recordando todo lo que os he dicho. La existencia cristiana es continuamente interpretativa, creativa y, a mí, personalmente, un texto como el de hoy me haría dudar del sentido cristiano de un cristianismo que fuera reglamentado y reglado. Un cristianismo así es el propio del mundo. No olvidemos nunca que la palabra mundo tiene en el cuarto evangelio una connotación religiosa. Designa a las personas que han hecho de la Ley de Dios su recinto fortificado, tan fortificado que paradójicamente Dios ya no tiene cabida a El.

Se han quedado ellas solas, con su libro de registro del haber y del debe. Este mundo también tiene su paz, pero es muy triste y atormentada. Contrapuesta a ella está la paz de Jesús: Os dejo paz, os doy mi paz. Una existencia dinámica, creativa, donde las personas tenemos un rostro, donde Dios tiene un rostro. Un Dios con brazos fuertes y acogedores de Padre. Tan fuertes que el tiempo jamás los debilita ni la muerte los paraliza. El Padre es más que yo.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1986, 27


3.

Sentido del texto. Para que una persona se manifieste a otra se requiere que ésta demuestre interés, apertura, disponibilidad por aquélla. Estas actitudes se dan en grado sumo en quien ama. Por eso, sólo quien ama está en condiciones de recibir y entender manifestaciones personales. Y, a su vez, sólo quien ama es capaz de respuesta efectiva, respuesta que nunca será fruto de la imposición, sino expresión del asombro y del agradecimiento a la persona amada. Este es el esquema antropológico que subyace en los vs. 23-24. Por eso Jesús no se manifiesta al mundo, porque el mundo en Juan es la noche, la cerrazón, todo aquél que no ama, todo aquél que odia, todo aquél cerrado en sí mismo y en sus intereses. Este tal no puede recibir en sí mismo todo el cúmulo de vida que Jesús ha ido verbalizando y objetivando a lo largo de sus días; no puede hacer la experiencia de Dios como Padre. Esta ha sido la exégesis de Jesús: cambiar el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con él. Se concebía, de hecho, a Dios como una realidad exterior al hombre y distante de él; la relación con Dios se establecía a través de mediaciones, de las cuales la primera era la Ley, de cuya observancia dependía su favor. Dios reclamaba al hombre para sí; éste aparecía ante él como siervo. Según la exégesis de Jesús, en cambio, el Padre no es ya un Dios lejano, sino el que se acerca al hombre y vive con él, formando comunidad con los hombres. Buscar a Dios no exige ir a encontrarlo fuera de uno mismo, sino dejarse encontrar por él, descubrir y aceptar su presencia por una relación, que ya no es de siervo-señor, sino la de Padre-hijo.

Esta presencia de Dios en el hombre no es estática; es la de su Espíritu, su dinamismo de amor y vida, que hace al hombre "espíritu" como él, haciéndolo participar de su propio amor.

¡Este es el Magisterio del Espíritu! Y el saludo de despedida de Jesús, que llena al hombre de la alegría de vivir en libertad.

Cosa que el mundo (tal como Juan entiende el mundo) no puede hacer.

DABAR 1980, 29


4.

Jesús promete que se manifestará a sus amigos, es decir, a quienes le amen y guarden sus palabras (v. 21). Y Judas, el hermano de Santiago (Lc 6, 16; Hech 1, 13), conocido también como Tadeo (Mt 10, 3; Mc 3, 18), le dice: "Señor, ¿qué ha sucedido para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?" (v. 22). Enredado en los prejuicios de un mesianismo nacionalista, Judas manifiesta su incomprensión y extrañeza al escuchar unas palabras que le parecen un cambio en el programa. Jesús sale al paso diciendo que su anunciada venida o manifestación presupone la fe activa de sus discípulos y que se trata, en primer lugar, de una manifestación y venida en la fe y por la fe de cuantos crean en él. Tal venida y presencia de Jesús en el corazón de los creyentes no tiene que ver nada con los triunfalismos mesiánicos que se imaginaban los judíos de aquel tiempo, pero no es tampoco la "parusía" o venida sobre las nubes con poder y majestad.

Quien no ama a Cristo y guarda sus palabras, tampoco ama al Padre y guarda la Palabra del Padre. Queda excluido de la íntima experiencia de Dios y de su enviado Jesucristo. El mundo incrédulo no sabe nada de esa venida íntima del Señor y de la visita de Dios. Por eso Jesús no se manifiesta a todo el mundo hoy por hoy, sin que esto suponga que deje de hacerlo al fin de los tiempos.

Jesús es el mensaje y el mensajero de Dios, el profeta y la Palabra de Dios. En él y por él todo ha quedado dicho, todo lo que Dios tenía que decirnos. Pero no todo ha quedado comprendido.

Cuando se vaya Jesús, el Padre enviará al Paráclito (el Consolador) y éste enseñará a los discípulos y les introducirá en la plenitud de la verdad.

Jesús se despide con una fórmula usual, pero que en sus labios adquiere plenitud de sentido. Jesús no da la paz como la gente, ni tan siquiera la paz que la gente puede dar. Jesús da su paz, y él mismo es la verdadera paz. Se entrega a sí mismo cuando da la paz, y consigo entrega al mismo Dios, porque él y el Padre son uno (Jn 10,30).

La ausencia de Jesús es para inaugurar un nuevo modo de presencia en los que crean en él. Por tanto, debemos ser animosos y no tener miedo: el Señor está con nosotros, a nuestro lado. Por la fe habita en nuestros corazones,y si le amamos y guardamos su palabra lo encontraremos también en el prójimo.

EUCARISTÍA 1986, 22


5. VISION/A 

Comentario. Como el del domingo anterior, el texto de hoy pertenece al amplio diálogo entre Jesús y los suyos. Estos acaban de formular a Jesús la siguiente pregunta: ¿Por qué te vas a dar a conocer sólo a nosotros y no a los demás? Es decir: ver a Jesús, conocer a Jesús, ¿es una cuestión de selectividad? ¿Jesús sólo se deja ver por los que él quiere, excluyendo a todos los demás? En la primera parte de la respuesta (vs. 23-24) se niega rotundamente que ver a Jesús sea fruto de una selección hecha por Jesús. Verá a JESÚS todo aquel que esté en condiciones de poder verlo. Y esto sólo se consigue amándole. Es una experiencia antropológica: el amor nos abre al otro, nos permite descubrirlo.

Sólo quien ama a otro está en condiciones de verlo realmente, de percibir quién es y lo que dice. (Palabra en cuanto expresión del ser; percibir mejor que guardar). Toda percepción-comprensión requiere necesariamente una pre-comprensión. Y en el ámbito interpersonal esta no es otra que el amor.

Este amor a Jesús nos abre a un mundo insospechado de relaciones. Nos abre al fantástico mundo de Dios. Hace, a su vez, que Dios se nos abra, se nos acerque, entre en nosotros. ¡Qué delirio! Y de su mano iremos descubriendo la insondable persona de Jesús, sus palabras. Y sentiremos, al fin, paz, La paz. Arrobadora, inebriante, sedante, sublime. Y con ella, por fin, la felicidad.

¡Vete, sí! Pero espera: ¡Gracias! Porque sabemos que Dios es también amor.

DABAR 1983, 27


6. /Jn/14/27-28: PAZ/SHALOM 

Según el versículo 27 Jesús deja a los suyos la paz como un regalo de despedida. El hecho en sí indica ya que la palabra ha de entenderse en un sentido pleno y singularmente importante, como don y como promesa que abarca cuanto Jesús reserva a la fe. En el lenguaje bíblico el concepto de paz (hebr: shalom; gr. eirene) comprende un campo tan amplio y vario, que no puede reducirse a una fórmula unitaria. El significado básico de la palabra hebrea shalom "es bienestar y, desde luego, con una clara preponderancia del lado físico" (G. von Rad). Se trata de un estado de cosas positivo, que no sólo incluye la ausencia de la guerra y de la enemistad personal -ésta es el requisito previo, para la shalom-, sino que comprende además la prosperidad, la alegría, el éxito en la vida, las circunstancias felices y la salud entendida en sentido religioso. En su palabra de salud los hombres de Israel y del próximo oriente siguen hasta el día de hoy deseándose la paz, shalom. En la aclamación al rey se dice: "Que los montes mantengan la paz (shalom; otros traducen: salud, bienestar) para el pueblo; las colinas, la justicia. Que él dé a los humildes sus derechos, libere a los hijos de los pobres, reprima al opresor. Viva tanto tiempo como duren el sol y la lluvia sobre el césped, como los chubascos que riegan las tierras. Que en sus días florezca la justicia y la plenitud de la paz (shalom) hasta que deje de brillar la luna" (/Sal/071/072/02-07).

La paz aparece aquí, como en la conocida poesía mesiánica de Is 11,1-11, casi como un estado cósmico de seguridad exterior, prosperidad, fecundidad y bienestar general, como una gran reconciliación de la sociedad humana y la naturaleza. No hay duda de que la era mesiánica, el tiempo futuro de salvación será una época de paz universal. También dentro en este sentido ha de entenderse el mensaje angélico al nacer el niño Mesías, según el evangelio de Lucas: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor" (Lc 2,14).

Con la aparición del Mesías empieza el verdadero tiempo de paz escatológica. La paz no se entiende, por tanto, sólo como una realidad interna, como paz del corazón, si bien este aspecto es importante según aquello que dice Pablo: "Y la paz de Dios, que está por encima de todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp. 4,7). La amplitud del concepto paz va, pues, desde el saludo cotidiano de "¡todo bien!" hasta la paz y salvación del hombre y del mundo entero. En el fondo late la idea de que en definitiva la paz es un don divino en todos los órdenes.

En el Nuevo Testamento, que también aquí recoge y desarrolla el pensamiento veterotestamentario, la paz va vinculada al mensaje cristiano de salvación, al evangelio. Sorprende, por los demás que Jesús personalmente haya empleado raras veces el vocablo "paz". Más aún, a él se debe esta palabra: "No creáis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada" (/Mt/10/34; /Lc/12/51); palabra que posiblemente se endereza contra un lenguaje superficial y falso acerca de la paz (cf. /Jr/06/14); "Curan a la ligera la herida de mi pueblo, diciendo: "¡Paz, paz!", pero ¿dónde está la paz?). Así pues, no se puede tomar el concepto de paz en una forma negligente o superficial. Sin embargo, los discípulos en su trabajo misionero deben ir al encuentro de la gente con su saludo de paz (Mt 10,13). Cuanto más fuerte es la conciencia de la Iglesia primitiva de que con Jesús de Nazaret ha irrumpido la salvación mesiánica, tanto más convencida se muestra de que la paz escatológica ha sido ya otorgada con la fe (cf. Rom 5,1ss). En la carta a los Efesios (/Ef/02/14), que está ya muy próxima a la concepción joánica, se encuentra la fórmula: "Pues él es nuestra paz" (se refiere a Jesucristo).

Formalmente la afirmación joánica enlaza con el saludo de paz habitual y cotidiano, pero va mucho más allá. Se piensa en la paz como don escatológico, como promesa de salvación y de vida. "La paz os dejo" entra aquí en un sentido definitivo; se trata del bien escatológico por excelencia, que Jesús no puede dar más a los suyos; pero quien entiende lo que en ese don se oculta, tampoco deseará nada más.

Si todavía se añade: "Mi paz os doy", se subraya, una vez más, que esta paz, por su índole, adquiere contenido a través de Jesús. El don de la paz pertenece también al donante y no cabe separarlo de la persona de Jesús. En tal sentido, la paz es primariamente, y ante todo, un don del resucitado (cf. 20,19.21.26), donde claramente se indica que el perdón de los pecados queda implicado en esta paz). En este mismo contexto habla el resucitado. Finalmente, en la noción de paz se evoca la presencia del mundo nuevo, que es dado a la comunidad con el propio Jesús.

Esa paz de Jesús está en oposición con la paz "como el mundo la da". Descubrimos aquí de nuevo la distancia que separa a Jesús y sus discípulos, de un lado, y el mundo del otro. Ciertamente que también el mundo tiene su paz; tiene su propia manera de hacer la paz y de garantizarla, si es necesario con la fuerza de las armas, y hasta le incumbe la tarea constante de preocuparse por la paz y de implantarla. Mas esa paz es radicalmente distinta de la paz de Jesús, pertenece a un campo diferente. Pero es gracias a Jesús que la paz, que no es de este mundo, está presente en ese mundo. Y ciertamente que el lugar de esa nueva paz es sobre todo la comunidad cristiana, por cuanto que es el espacio de la presencia de Cristo; es decir, en la medida en que se deja definir por la palabra de Jesús. Al respecto se siente en oposición a un mundo que se le enfrenta hostilmente. Por lo mismo su paz nunca deja de ser combatida. Su exhortación a no dejarse turbar y a no acobardarse, es siempre necesaria, porque la paz, como Jesús la ha prometido, no conduce a la gran vivencia triunfalista frente al mundo. Ni la fe ni la comunión de los creyentes viven en una zona libre de tormentas; permanecen expuestas al conflicto con el mundo; y no desde luego aunque crean, sino precisamente porque creen. Pese a lo cual existe la posibilidad de que la promesa de paz de Jesús se realice y verifique justo en medio de esa permanente agitación, en medio de todos los asaltos y peligros. (...)

La partida de Jesús no era sólo su retirada del escenario del mundo y de la historia, sino su regreso a Dios. Y ese su retorno ha empezado ya con la pascua; tiene además como consecuencia la constante venida de Jesús a su comunidad. Dicho en forma general: para la comunidad postpascual Jesús ocupa en cierto modo un doble lugar: está presente en la comunidad por medio del Espíritu Paráclito y por su palabra, y está también junto al Padre, junto a Dios. Ambas cosas no se excluyen, sino que son elementos complementarios; más aún, la ida de Jesús al Padre es justamente la condición para su presencia permanente en la comunidad.

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANG. SEGUN S. JUAN
HERDER BARCELONA 1979.Pág. 128s.


7. A-DEO/CON-D  /Jn/14/23

"Si alguien me ama...". Cuando los sondeos tratan de reflejar la realidad de la Iglesia, emplean el lenguaje de las cifras, y las estadísticas cuentan el número de "practicantes", de quienes creen en la doctrina "tradicional", de quienes aceptan los comportamientos auspiciados por la autoridad... Pero nosotros, los creyentes, sabemos que la Iglesia es algo muy distinto. Y es que nadie podrá encerrar en fórmulas la originalidad de nuestra fe. La fe no es una práctica, un comportamiento o una doctrina.

"Si alguien me ama...". ¿Quién, sino el poeta, podrá expresar el sentido de la fe? "Si alguien me ama...". Nadie conoce a Dios si no experimenta, seducido y asombrado, el sofoco del enamoramiento. Todo es cuestión de amor. ¿Cómo es, entonces, que hay tantos cristianos que tratan a Dios a la manera del mundo: como un objeto útil cuando se tiene necesidad de él, y que se rechaza cuando resulta inservible?" ¿Por qué razón vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?". ¿Cómo podemos pasarnos la vida inventando contratos con Dios? ¿Cómo va a ser nuestra religión como la conciben los hombres: como un asunto de deberes y obligaciones? "Si alguien me ama...". ¡He aquí la originalidad de los cristianos! Ser discípulo significa, ante todo, referirse a otro, sentir la fascinación producida por el hecho de que Dios hace todo lo posible por hacernos compartir su vida, llegando al extremo de dejarse clavar en un madero...

"Si alguien me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él". Dios ha elegido, para siempre, vivir en el corazón que ama. ¡Ahí es donde hay que buscar y encontrar a Dios!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 185


8.

Jesús está con sus discípulos. No hay ningún extraño. Judas ha salido para llevar a cabo sus planes de muerte (13,31). Según Juan, la muerte es símbolo del amor. ¿Qué amor es éste? El del Padre al Hijo y el del Hijo al Padre (14,8-14). Esta mutua relación pertenece a la misma esencia y se llama Espíritu. El Espíritu pertenece al orden del ser y no del pensar. Es la realidad propia del Padre y del Hijo.

La mediación humana de esta realidad divina es Jesús. Quien se pone de su parte, está dentro de esta realidad (v. 23), es decir, vive dentro del Espíritu del Padre y del Hijo. Es un Espíritu vital, personal, santo. Es un Espíritu crítico con el orden presente (16,8-11) y defensor del orden ausente, el orden del amor. Este es el orden que Jesús ha ofrecido como alternativa a nuestros órdenes (es decir: desórdenes). Es la paz. Un nuevo vocablo que coincide fonéticamente (sólo fonéticamente; cf. v. 27) con nuestra paz.

La marcha de Jesús no puede ser motivo de tristeza, porque él va a volver. Pero esto no significa aquí -como en los sinópticos- "al final de los tiempos", sino que se habla del Espíritu, o sea, de la realidad propia del Padre y del Hijo. Por eso, la marcha de Jesús (=su muerte) debe ser motivo de alegría. Esa marcha significa volver conjuntamente con el Padre, teniendo este retorno una potencialidad mayor: el señorío del Espíritu. Esto ya ha sucedido y seguirá sucediendo. ¿Tenemos la predisposición (=fe) suficiente para experimentarlo?

EUCARISTÍA 1995, 24


9.

Texto. Continuación del domingo pasado, en la sobremesa, pues, de la cena de Pascua, con Jesús y sus discípulos como comensales.

Víspera consciente del paso de este mundo al Padre. Y, en efecto, Padre y discípulos son las referencias personales de Jesús. El Padre como fuente de su vida pasada, los discípulos como proyección en el futuro de esa su vida pasada. El resultado es una terna: Padre-Hijo-Discípulos (en el cuarto evangelio sinónimo de creyentes). A través de ella discurre una misma realidad que se transmite: del Padre a Jesús: de Jesús a los discípulos; de los discípulos entre sí. Esta realidad tiene un nombre: amor.

Cuatro veces aparece como sustantivo y seis como verbo. Constituye el dato central del texto de hoy. Ella colma las expectativas de gozo de los discípulos (v. 11); ella crea niveles nuevos de relación (vs. 13-15).

Comentario. El texto está presidido por el mismo tono de insistencia que caracterizaba al del domingo pasado. Permaneced.

De nuevo, pues, se esconde entre líneas la preocupación de que, al faltar Jesús, llegue a faltar también algo tan valioso como raro. ¿No son acaso valiosas las cosas por ser raras, es decir, poco corrientes? Pues ni más ni menos ésta es la encomienda de Jesús a sus discípulos: la moneda no corriente del amor, hasta dar la vida por los demás.

¿Los demás? El término resulta incorrecto cuando la savia que corre es la que corría por Jesús. "A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".

La afirmación es imponente. Haz la prueba de detenerte en ella. ¿Podemos acaso conocer quién y cómo es el Padre? ¿Conocer no es acaso una forma de apoderarse de lo conocido? ¿Podemos acaso apoderarnos de Dios? ¡La frase es realmente imponente!. Pero, por lo visto, amar al estilo de Jesús hace posibles unos niveles de relación que escapan a toda racionalización.

Termino con la misma recomendación de estos domingos últimos. Valdría la pena que te tomases ahora unos minutos de tiempo para leer sin prisa Jn. 15, 9-17.

A. BENITO
DABAR 1988, 28


10.

Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos El texto de hoy es continuación del del domingo pasado. Ya no se refiere a la comparación de la vid y los sarmientos, pero continúa la misma reflexión sobre las relaciones del cristiano con Jesús, la comunión de vida que eso crea, y el fruto que de ello se deriva.

El centro es el amor. Los discípulos han sido introducidos en el mismo círculo de amor que hay entre el Padre y Jesús, y son llamados a vivir en este mismo amor. Eso se notará en "guardar los mandamientos", es decir, en seguir la palabra y el ejemplo de Jesús, que ha amado hasta la muerte. Ciertamente este proyecto de vida no es fácil, pero el discípulo lo podrá vivir precisamente porque vive del amor de Jesús y de Dios (y eso se traduce en ser "amigo" y no "siervo": la llamada a amar hasta la muerte no es una "obligación", sino una "convicción compartida"). Y así el discípulo vive la misma alegría que Jesús, a la vez que se sabe escogido personalmente por Jesús para continuar su obra, bajo la protección del Padre.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 7