COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Ap 21,10-14. 22-23

1.

Tras algunos capítulos dedicados a la descripción de la caída del mundo antiguo (Ap 14-20), el Apocalipsis describe, en tres oráculos (Ap 21-22), el mundo nuevo ya presente en la Iglesia y camino de ser un mundo celeste. El primer oráculo (Ap 21, 1-8) es un himno a la Iglesia, lugar de la nueva alianza (reflejada en los temas de esposa, elección, intimidad, herencia, aplicados a ella). El segundo (Ap 21, 9-27), del que se ha tomado la lectura que ahora se comenta, describe la gloria de este nuevo mundo (vv. 10-11) con términos tomados de Ezequiel (40, 1-5; 48, 30-35; 47, 1-12) y del Tercer Isaías (54, 11-12; 60, 1-4). Al dar a las puertas y a los cimientos de la ciudad gloriosa el nombre de los apóstoles (versículos 12-14), este oráculo pone de relieve que el mundo de inminente construcción se edificará sobre el Evangelio y su predicación. El tercer oráculo (Ap 22, 1-5) canta el aspecto paradisíaco del reino futuro.

a) En opinión del autor, que en este punto aventaja en mucho la creencia de su tiempo, en la ciudad futura no habrá ya templo (v. 22). Pero, si ya no hay necesidad de templo, tampoco habrá sacerdotes, ni sacrificios, ni distinción entre lo religioso y lo humano. En la futura Jerusalén, el culto no solo se hace netamente espiritual, sino que incluso parece suprimido, al menos como expresión religiosa. La ciudad, en cierto modo llega a ser "laica", no por ausencia o falta de Dios, sino precisamente por todo lo contrario: por la plenitud de Dios, presente en todo (v.22). Toda acción es, a partir de ahora, un aproximarse de Dios al hombre y de éste a Dios; le bastará al hombre existir para estar cerca de Dios. No existirá en el nuevo Reino dualidad Iglesia-mundo, ya que la humanidad glorificada será, en sí misma, transparencia a través de la cual Dios se mostrará al hombre que, a su vez, será penetrado de El.

La problemática surgida en nuestros días en torno a la secularización podría sacar enorme provecho de las perspectivas abiertas por el autor del Apocalipsis, por cuanto estas hacen posible una sana crítica del fenómeno religioso.

b) La ciudad futura es esencialmente comunión. En ella remata Dios su proyecto de unir a todos los hombres entre sí (tema de los nombres de las tribus que se les da a las puertas de acceso a la ciudad: v. 12), unidos, al mismo tiempo con la propia naturaleza ya restaurada (tema del cosmos, presentado como una piedra preciosa: v. 11).

El misterio pascual hace caducas muchas estructuras del pueblo elegido. El nuevo emplazamiento para el culto, el lugar sagrado donde Dios se hace presente a su pueblo, no es ya un templo de piedras, sino la asamblea de todo un pueblo. Deja de ser acto religioso esencial la peregrinación a Jerusalén, para das paso a la presencia de la Iglesia en Dios y en el mundo a la vez. De igual modo, el despliegue de luz, tan característico en las fiestas religiosas del pueblo judío, queda ahora totalmente oscurecido y superfluo ante la irradiación de la gloria de Dios, presente en todos y cada uno.

La asamblea eucarística realiza perfectamente este cambio total: ella es el templo, donde no se ofrece otro sacrificio que la fidelidad del Cordero inmolado a su Padre y la de los hombres a quienes Dios, en Jesucristo, ha salvado una vez por todas. La eucaristía es, según esto, la etapa decisiva dentro del incesante peregrinar del mundo hacia la meta final de la plena realización del hombre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 191


2.

Continua la visión de la iglesia escatológica, comunidad definitiva que es el final del libro. Las alegorías no deben hacer perder la pista de lo principal. Es una lección importante para leer la apocalíptica. Hay que prescindir de ellas sin más y quedarse con su hondura. La iglesia, fundada y congregada por Cristo y el Espíritu llegará a ser una comunidad perfecta y feliz. Actualmente está en camino. Pero le falta mucho.

La tensión entre lo que es, un presente conteniendo en germen el futuro, y el mismo futuro perfecto, es importante. No se puede pensar que la iglesia ya es lo que será y que, por confesarla, santa, ya lo es sin más. Ni menos aún perfecta, infalible a todos los efectos, oportuna, moderna, etc. Todo eso es tarea que hay que ir haciendo. Ya está presente y actuante en ella Cristo y el Espíritu.

Esperamos, sin embargo, y con toda certeza, que haya un perfecciona- miento final para que seamos todos una sola cosa en Cristo y Dios sea Dios en todos. También en su iglesia, que muchas veces, hoy por hoy, no lo representa ni lo anuncia bien. Hemos de persuadirnos de eso, sin ansiedad, miedos ni angustias; sin falsos dogmatismos. Sino con amor y esperanza.

F. PASTOR
DABAR 1989, 25


3. J/VICTORIA-FINAL:

Hacia el final del libro del Apocalipsis se traza un cuadro de la victoria definitiva de Cristo y la consumación de la Iglesia. Tal es el contexto general de esta perícopa. Se trata en ella de una presentación simbólica o más bien alegórica del estado final y definitivo de la comunidad de creyentes de Cristo. Como contenido un elemento esencial es la participación de la comunidad en la gloria de Dios, su fuente.

Así queda transfigurada y perfeccionada. También aparece la continuidad en el plan salvífico de Dios, con las alusiones al Antiguo Testamento a través del número 12. Se recuerdan también los apóstoles. Pero lo más importante es la repetición, al principio y al final, del tema de la gloria. En la segunda mención aparece relacionado con Cristo, quien es el causante de ese cambio.

Es importante percatarse de la tensión hacia ese estado final. Lo primero de todo para caer en la cuenta de que no se está en él todavía. A veces hay expresiones y actuaciones de la iglesia que indican como si se creyera ya en ese momento. Lo cual no es cierto ni mucho menos. Debemos ser conscientes de las presentes limitaciones, defectos y pecados no sólo individuales sino colectivos y eclesiales. Hablar mucho de la Santa Iglesia no ha de engañar. Ni menos actuar como si todo fuera ahora así de positivo. Con todo, hay esperanza cierta de ese final feliz. Por una vez.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1986, 27


4.

No deja de ser curioso el que uno de los ángeles, asociado con las siete plagas que preceden a la caída de la ciudad prostituta (=Roma), sea el que revele al vidente la novia, la ciudad santa (v.9). El autor del Apocalipsis ha querido poner en marcado contraste la ciudad santa (21, 9-22, 5) con la ciudad prostituta (17, 1 ss). Al lamento por la destrucción le sigue el gozo de la nueva esperanza.

Para describir, de alguna manera, esta realidad celeste, el autor tiene que echar mano de imágenes humanas, tomadas en su mayor parte de Ez. 40ss.

Como Moisés (Dt. 34, 1), el vidente es transportado a la cima de la montaña para que pueda contemplar la nueva Jerusalén, envuelta con la gloria del Señor que mora en ella, es decir, en medio de la nueva humanidad (cfr. Ez. 43, 2-5). Por el resplandor que irradia se asemeja al trono de la divinidad (v. 11; cfr. 4, 3); el Señor mora en medio de los suyos. En los vs. 12-14 se nos describe el marco de la ciudad.

Contemplada desde lejos, Jerusalén aparece como una ciudad bien amurallada, con sus diversas puertas. Estas, en número de tres (número simbólico de lo divino), están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales y están abiertas (21, 25) para indicarnos su apertura a todos los pueblos de la tierra, a todos los que la contemplan como una firme promesa. El número total de puertas es de doce, recibiendo cada una de ellas el nombre de una de las doce tribus de Israel (cfr. Ez 48, 30-35); y sobre cada uno de los doce basamentos que dan fortaleza y cohesión a las murallas, el nombre de un apóstol. Así quedan unidos los dos Testamentos con la realización de todas las promesas (el número doce indica plenitud). Sobre las doce puertas hacen guardia doce ángeles (¿alusión al relato del Paraíso de Gn 2-3? No sería de extrañar ya que aparecerá además el motivo paradisíaco del árbol de la vida: 22, 1-2; cfr. Is. 11, 6-9; 51, 3...).

Después de hablarnos de las medidas (vs. 15-17) y del material de construcción de la ciudad y de sus murallas (vs. 18-21a), el autor nos describe el interior de la nueva Jerusalén (vs. 21b-27). Y así como en la antigua Jerusalén el templo era el centro de la ciudad, en la nueva ya no existe, ya que toda la ciudad es la morada de Dios con los hombres; el que entre en ella, el Señor estará con él. El sol y la luna de la primera creación son superfluos, ya que la luz de la presencia divina iluminará continuamente la nueva Jerusalén.

Esta descripción de la nueva ciudad es muy extensa. Da la impresión de que el autor no se cansa nunca de contemplar este cuadro idílico que alimenta su esperanza en medio de las persecuciones que se abaten sobre la iglesia.

DABAR 1977, 33


5.

Un ángel muestra al Vidente "la esposa del Cordero" (v. 9), la "ciudad santa" que desciende del cielo como una corona de triunfo para los elegidos. Esta ciudad, la Jerusalén celeste, se contrapone a la "gran prostituta", Babilonia, que es la del Anticristo (cfr. 17, 1 ss). A primera vista la "ciudad santa" parece un jaspe traslúcido, como un foco de luz (cfr. Is 60, 1s; Ez 43, 2-5).

Seguidamente, después de darnos la visión global, el Vidente la describe procediendo de fuera a dentro. Las murallas constan de cuatro muros. En cada uno de ellos hay tres puertas y en cada puerta un ángel que la custodia. Sobre las doce puertas, los doce nombres de las tribus de Israel. Y en los doce cimientos de los muros, los nombres de los Apóstoles. Es claro, por lo tanto, que esta ciudad simboliza el verdadero Israel de Dios, la Iglesia fundada sobre el testimonio apostólico.

Lo más notable en el interior de la ciudad es que carece de templo. No lo necesita, porque Dios mismo y su Cordero la llenan con su presencia. Por tanto, sus habitantes tienen acceso inmediato ante el mismo Dios y no a través de ninguna institución. El desvelamiento de Dios y del Cordero, la inmediatez de su presencia, es la causa de que toda la ciudad se encuentre profusamente iluminada y sea como un foco de luz y un jaspe traslúcido. Por eso carece también de sol y de luna. Jesús, que fue enviado como "luz del mundo", revela al fin toda su fuerza y toda su gloria.

EUCARISTÍA 1986, 22


6.

El Apocalipsis es un mensaje dirigido a la Iglesia de los últimos tiempos. El Señor viene en seguida. Por tanto es necesario perseverar en la fidelidad de la fe. La semilla del bien, como la del mal, está madurando, llega el tiempo de la cosecha.

La venida del Señor se anuncia bajo el signo del poder, como juez. Es un anuncio en la línea de Is 40, 14. Viene para dar a cada uno su salario. Para justificar su actuación se pone de relieve la autoidentificación de Cristo con Dios. Usa la misma fórmula que en 1,8. Las afirmaciones del v. 16 indican la posición de Jesús en la historia de la salvación. Es el Mesías prometido que provoca la respuesta ansiosa de los destinatarios.

El profeta se hace portavoz de la esposa y el Espíritu le impulsa a gritar: "Ven". El concepto fundamental, incluso desde el punto de vista meramente estadístico, es el de "venir". "Vengo en seguida", dice el Señor; "ven" grita la comunidad...

Así se expresa la relación de la joven comunidad con Cristo. La Iglesia sabe que el tiempo que le queda es breve y vive en tensión y ansia por la venida del amado. Pero la espera de este acontecimiento se había amortiguado poco a poco. En la historia de la Iglesia la escatología se ha marginado de la conciencia del pueblo. El retorno del Señor casi se ha borrado del programa de la fe. El grito de "ven, Señor" no se toma en serio. ¿El profeta del Apocalipsis si viviera hoy se atrevería a proclamar "ven, Señor Jesús"? Parece que la actitud de espera ha dado lugar a la de cumplimiento.

La expresión "soy el alfa y la omega" en griego suena igual que para nosotros decir "esto es el abecé" de algo. ¿Es verdad que Cristo es el "abecé' de la vida cristiana? Parece que nos solucionamos bien la vida sin él.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 10


7. /Ap/21/09-27

En una visión grandiosa contempla Juan lo que podríamos llamar la Iglesia celestial a partir de las imágenes intercambiables de esposa y de ciudad. A través de la última, que expresa mejor la condición del pueblo de Dios, se desarrolla la realidad espléndida y deslumbrante de la nueva Jerusalén. La descripción, cargada de detalles, podría inducir a alguno a buscar una significación precisa a cada elemento (las piedras preciosas, las medidas, etcétera). Pero hay que analizar el carácter simbólico del texto en conjunto. Sorprende, ante todo, la luminosidad de la ciudad, la perenne claridad que se vislumbra, signo de la presencia de Dios que aleja toda oscuridad. Su extensión es inmensa, para poder acoger a los ciudadanos venidos de todas partes. Tiene una estructura perfecta. Sus dimensiones bien proporcionadas y sus medidas inmutables son imagen del pueblo de Dios reunido. Sus fundamentos son doce piedras firmes, los doce apóstoles del Cordero, ya que la fe y el testimonio forman su cimiento.

Ahora bien: ¿en qué se distingue de cualquier otra ciudad? La participación de los que la habitan, defensores de la verdad y luchadores por la justicia, en la santidad divina, en la manera de ser de Dios: mentirosos e idólatras no tienen cabida. Pero el Señor no manifiesta su santidad con el trueno o la tempestad -como en la Antigua Alianza-, sino en la comunicación personal e íntima con los que ven su rostro. La nueva Jerusalén es iluminada por la gloria de Dios, es decir, por el Cordero, manifestación del Padre: Jesucristo resplandece fiel y victorioso por los siglos sin fin. Isaías y Ezequiel ya habían anunciado la gloria de la ciudad santa; pero es Juan el que intuye la presencia definitiva de Dios sin necesidad de templo que lo visualice, ya que «el Señor Dios, soberano de todo, y el Cordero, era su templo» (22).

Los ciudadanos de esta urbe son la comunidad de los salvados, hermanos llenos del Espíritu, unidos por el amor. En ella son acogidos todos los pueblos y naciones, tal como habían anunciado las profecías antiguas refiriéndose a la extensión universal del reino mesiánico. Los reyes de la tierra caminan hacia la Jerusalén celestial y le hacen ofrenda de sus riquezas y de su esplendor.

Juan, detenido en la visión de la extraordinaria ciudad, ha contemplado el momento en que la Iglesia de la tierra está ya en eI reino del cielo y canta alabanzas eternas al Señor. Como dice el poeta:

«Y en tus calles -alegría trasparente-
todas las piedras gritan ¡Aleluya!
Oh, ¡cómo sonríes besando las oriflamas,
Esposa del Cordero!».

         M. Melendres, L'Esposa de l'Anyell

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 612 s.


8. /Ap/21/09-27

A través de las transparencias del texto del Apocalipsis, la Iglesia de la tierra entrevé el esplendor que le viene de Dios, aquello que realmente es, a pesar de que ahora las apariencias puedan ser muy diferentes. Visión dominical, gloriosa y feliz de la «novia, la esposa del Cordero». Sólo un ángel la puede enseñar. Y eso "en espíritu", desde «una montaña grande y elevada». Desde la cima se despliega la magnificencia de toda la ciudad santa, de una luminosidad fulgurante, la Jerusalén "que descendía del cielo de parte de Dios". Las puertas, monumentales: doce, con los nombres de las doce tribus de Israel. La muralla, grande y elevada, apoyada sobre los doce cimientos de los apóstoles del Cordero. Las medidas de la ciudad forman un cuadrado perfecto. El material de la muralla, las puertas, la ciudad y los cimientos, oro puro y piedras preciosas. Como un sueño.

El autor del texto queda sorprendido, pero "templo no vi ninguno, pues su templo es el Señor Dios, soberano de todo, y el Cordero" (22). Ciudad sin templo, ciudad donde siempre es de día. Las puertas monumentales siempre abiertas; nunca se cierran, porque no hay noche. Así puede transitar a todas horas gente venida de cualquier parte de la tierra. En el fondo se trata de una visión de la Jerusalén celestial para la consolidación de los "consagrados", de los creyentes. «En ella no entrará nada impuro, ni idólatras ni impostores, sólo entrarán los inscritos en el libro del Cordero» (27). Con esto, sin embargo, no hace otra cosa el texto que formular la pregunta angustiada del lector: ¿estaré yo inscrito en el libro?

Deseábamos encontrar palabras llanas, precisas y esperanzadas que anunciasen la liberación feliz a todos los que se ven apremiados a vivir en nuestras ciudades terrenas, con iglesias y santuarios, sol y luna, día y noche... Con todo, nos queda la esperanza de que el libro de la vida tenga suficientes páginas donde todos estén inscritos.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 847